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Los lazos que nos unen. por Seiken

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Mu se sentía en paz en los brazos de su toro, que le veía en absoluto silencio, acariciando su cabello con delicadeza, haciéndole sentir como un niño pequeño en ocasiones o cuando apenas se conocieron y Aldebarán fue el primero en recibirlo, sin hacer preguntas respecto a su pueblo o sus muertes, solo ofreciéndole su amistad. 
 
—He sido tan tonto... 
 
Se atrevió a pronunciar, pero nada más que eso, suspirando con fuerza, acomodándose en sus brazos, en su pecho, haciendo que su toro se sonrojara mucho más, porque también acariciaba uno de sus pectorales con delicadeza, apretándolo de vez en cuando. 
 
—Tan tonto... 
 
Aldebaran lo separó de su cuerpo con delicadeza, para ponerse una camiseta que generalmente usaba cuando estaba solo y creía que únicamente Dohko le había visto con ella, escuchando una queja de su alfa, que le veía extrañado, algo dolido.
 
-Prepararé algo de comer, Kiki debe estar próximo a despertar y me gusta comer con él cuando puedo. 
 
Aldebaran entonces se puso un delantal y se dirigió a su cocina, para preparar algún platillo saludable, carne, vegetales, harinas, todo lo necesario para que los dos lemurianos de su vida mantuvieran su energía, porque pensaba que dentro de poco Mu iniciaría el entrenamiento de Kiki. 
 
-Estás enojado conmigo, lo se bien, pero no entiendo con exactitud como arreglarlo, pero si que logre lastimarte demasiado...
 
Mu lo había seguido a la cocina, observando a su toro fijamente, con una expresión demasiado triste, desesperada, caminando unos pasos para detenerse a su lado, notando como se apartaba unos centímetros, acercándose peligrosamente al fuego de la estufa. 
 
-Si tu me lo dijeras podría arreglarlo... 
 
Se apartó, para dejarlo pasar, desviando la mirada con una expresión demasiado triste, cayendo frente a su toro, completamente desesperado, admirando sus manos, como si no las sintiera parte de su cuerpo. 
 
-Y yo... 
 
Mu había empezado a llorar, como cuando le arrebataron a su toro, durante la guerra con Hades, cuando comprendió que nunca más volvería a verlo, al saberse solo, desamparado, sin esperanzas de recuperarlo. 
 
-Yo siento que pronto perderé la razón... 
 
Aldebarán se agacho para intentar ayudarle a levantarse, pero no pudo, porque inmediatamente Mu le abrazó, llorando en sus brazos, aferrándose a su cuerpo, sintiendo que su compañero, o aquel que deseaba que fuera su compañero cuando era joven, buscaba su calor.
 
-Perderé la razón si te marchas de mi lado... 
 
Y por unos instantes quiso asegurarle que no se marcharía, que encontrarían la forma de arreglar lo que había pasado entre ellos, pero ya no lo creía de esa forma, porque sabía que Mu volvería a marcharse, que se alejaría, tal vez encontraría un omega más acorde a su poder o su belleza.
 
-No quiero que te vayas... 
 
Dejándolo solo en su templo de tauro, para guardar silencio de lo que pensó tendría, una familia, un alfa que lo quisiera sin importar su apariencia física, o su cosmos, cuando era el más feo de los trece santos dorados, así como el más débil. 
 
-No me dejes... 
 
No se alejaría si pensara que tenían esperanza, que podían estar juntos al final, que el cariño de Mu podía enfrentarse a los señalamientos en el interior del santuario, pero como le dijo o intento decirle a Shion, no sabía qué era lo que compartían, porque no tenía la mordida de su alfa, ni sabían que se trataba de su compañero, quien se imaginaría que el era un omega, el que se pensó merecedor de Mu de Aries, su hijo no sabía que le dio a luz, tal vez de decírselo no le creería, o podría temer que heredaría su limitado cosmos, porque no deseaba imaginar que llegara a reclamarle él jamás haberle dicho nada, estaba solo, casi tan solo como el anciano maestro, su único amigo sincero. 
 
-Debo preparar el desayuno Mu y tu debes calmarte, porque no sabré qué decirle a Kiki, si vuelves a asustarlo, si te ve llorando en el suelo, el se preocupara por su maestro. 
 
Mu lo dejo ir de momento, observando el suelo angustiado, como si este pudiera responder sus preguntas, escuchando los pasos de Kiki en su habitación, debía calmarse, antes de que pudiera verlo así, desencajado, casi destruido y a su toro, distante, sin creer en su amor o sus promesas. 
 
-No soy solo su maestro y lo sabes muy bien. 
 
Aldebarán se recargo en la estufa, quemando las palmas de sus manos, pensando que el dolor físico lograría calmar su alma, su pesar, sintiendo que dos lágrimas casi eran derramadas por sus ojos, pero, se había prometido ya no sufrir más por culpa de Mu y de sus fantasías alocadas, no era hermoso, no era poderoso, había nacido en un cuerpo equivocado, eso era todo, era un omega en el cuerpo de un alfa. 
 
-Puedes decirle que eres su alfa, que te enamoraste de un omega en lemuria y que lo perdiste de alguna forma, tal vez a dar a luz...
 
No pudo terminar de pronunciar sus palabras, apartando sus manos de los aceros al rojo, que gracias a sus entrenamientos, apenas habían resultado lastimadas, nada que un poco de agua fría no aliviará, porque Kiki había abierto la puerta y Mu lo había acorralado de nuevo, sosteniendo de la cintura, girando su cuerpo para que pudiera verlo, notando su dolor. 
 
-¿De que estas hablando? 
 
No podía creer lo que le decían, esa respuesta tan dolorosa, cuando se habían prometido esconder su relación, anunciarla cuando hubiera paz, casarse de blanco y decirle juntos a Kiki la verdad, sus razones para actuar como lo hicieron, comprendiendo que Arles usaría a su omega como un arma para intentar destruir al santo dorado que les había dado la espalda, el segundo traidor al falso patriarca, el primero el anciano maestro, aquel que odiaba tanto en ese momento. 
 
-Han pasado casi cinco años desde que Arles murió y no te culpo si no deseas que sea tu omega, nadie lo haría en realidad...
 
Trato de pronunciar, pensando que si realmente quisiera estar con él ya lo habría hecho público y si no deseaba hacerlo, tampoco lo culpaba, quien querría atarse a él, sintiendo como Kiki apartaba con su propio cosmos a Mu de su cuerpo, más por la sorpresa, que por sus habilidades, observandolos con sorpresa, creyendo que de nuevo su maestro trataba de hacerle daño.
 
-Aléjese del señor Aldebarán, no ve que le hace daño. 
 
El santo de tauro esperaba que su compañero se calmara en ese momento, que no tuviera que mandarlo lejos como la noche anterior, esperando que su alfa recuperara un poco la cordura, escuchando otros pasos, viendo como un ataúd de cristal rodeaba a Mu, era el patriarca, quien todos sabían se trataba del padre del joven lemuriano. 
 
-Maestro Shion.
 
Mu al ver a su maestro y padre, se tranquilizo un poco, porque él sabía que amaba a su toro, que debían estar juntos, no lo apartaría de su lado, él más que nadie sabía de la importancia de su vínculo. 
 
-Necesito hablar con Aldebarán, regresa a tu templo Mu y tu, Kiki, necesito ayuda en el templo principal, ve a ese sitio. 
 
Kiki dudo por unos segundos la orden del patriarca, para después marcharse, Mu fue liberado cuando asintió también, seguro que su padre mandaría a su omega a su templo, para que pudieran hacer las paces, recuperar lo que tenían antes de que Arles destruyera el santuario. 
 
-Antes de que iniciara esta locura, tratabas de explicarme que pasaba entre tu y Mu, podrías continuar tu relato, yo he venido aquí como tú patriarca, no como su padre... puedes confiar en mi. 
 
Aldebaran suspiro al escuchar esas palabras, ya no estaba tan seguro si debía contarle su pasado, pero, confiaba en Shion, casi tanto como confiaba en Dohko, así que asintió, sirviendo un poco de té en dos tazas. 
 
-Tu quieres demasiado a Mu, no es cierto, pero porque parecen distanciados. 
 
Así era, lo amaba desde que tenía memoria y le estaba agradecido por fijarse en él, cuando nadie más lo haría, pero, ya no sabía qué pensar, si Mu compartía su inmenso cariño, o en realidad solo le ataba a él su honor, su promesa de convertirse en una pareja.
 
-Yo... yo le estoy agradecido, de verdad, agradezco que me prestara atención, pero... 
 
Los pero nunca eran una buena señal, porque en esa pequeña palabra podía existir un abismo que lo separara de Mu, tal vez un cariño especial por Dohko, quien decía lo deseaba como su pareja.
 
-¿Pero?
 
*****
 
Mu regreso a su templo, tratando de tranquilizarse, convencerse de la lealtad de Shion, cuya sangre compartía, al ser su hijo de sangre, como los gemelos eran sus hermanos, al ser adoptados por el patriarca, criados como sus herederos antes de que él naciera.
 
Pero su odio por el anciano maestro, sus celos, apenas le dejaban pensar con claridad, olvidar el deseo que había visto en esos ojos, la forma en que lo tocaba, mucho más tiempo del que sería correcto, como reían juntos.
 
-Dejalo ir Mu, tu sabes que puedes obtener a quien desees, aun a nuestro bello loto.
 
Mu era sin duda uno de los santos dorados mas hermosos y más fuertes, quien volteo a verle, con una expresión que solamente hablaba de dolor y de odio, sus ojos brillando con el rojizo de la maldición del dios del vino. 
 
Pero Dohko no estaba asustado, no tenía miedo de un joven guerrero como ese, que suponía, dentro de poco trataría de atacarlo, sin embargo, el era mucho más fuerte que cualquier mocoso del santuario, excepto Saga o Kanon. 
 
-Pero yo no deseo a nadie más.
 
Suponía que lo mejor era hacerle ver que podía ser libre de la promesa hecha al gran toro, porque era más que obvio para él, que si para esas fechas, después de cinco años de paz en el santuario, no había hecho pública su relación con Aldebarán, nunca lo haría.
 
En cambio él se había enamorado de ese muchacho, cuya belleza interior era incomparable, aunque, físicamente no lo encontraba nada desagradable, un hombre fuerte, alto, apuesto, de piel avellana. 
 
-Tu belleza es incomparable.
 
Era hermoso, mucho más hermoso que Saga o Kanon, si te gustaban los rostros femeninos en un hombre, casi tan hermoso como lo era Shion, o lo fue Albafica en su tiempo, el amado de su buen amigo, quien lo traicionaria, de eso estaba seguro. 
 
-Tu fuerza es la de un dios. 
 
Mu de proponérselo, podría matar a muchos de sus hermanos de armas, era un soldado poderoso, que no gustaba de la violencia, aun así, parecía dispuesto a pelear por el toro. 
 
-Tu sabiduría eclipsa la del mismo Shaka. 
 
En ocasiones podía verlos conversar, discutir de forma interminable de asuntos tan extraños como variados, Dohko también pensaba que compartían el mismo gusto por ciertas hierbas medicinales que decían ayudaban a expandir la consciencia. 
 
-Te lo pido solamente una vez, alejate de el.
 
Aun así esperaba que Mu aceptara su oferta, porque sabía que deseaba recuperar lo que tuvieron, solo que no sabia de que se trataba, si era un amor puro, o un simple deseo derivado del celo de un omega, un hechizo poderoso que enloquecía a muchos alfas, que después se arrepentian de sus actos. 
 
-No lo has tratado como se merece y eso no es justo para él, ni para mi que me he enamorado de él.
 
Y lo había hecho desde la batalla en Hasgard, cuando lo convenció de pelear con esos soldados, usar su cosmos a su máximo poder, al beber a su lado, al comer con él, conversar de asuntos mundanos, mucho más sencillos que aquellos que usaba Mu para divagar mientras fumaba o bebía sus hierbas medicinales.
 
-Tampoco entiendes lo que él significa para mi, lo mucho que lo quiero, el bien que podemos hacernos, lo mucho que nos necesitamos.
 
Dohko había encontrado el compañerismo que tanto necesitaba en ese joven, y él disfrutaba de su compañia, lo sabía muy bien, así que, lo mejor era liberar a Mu, darle una oportunidad para hacer lo correcto por los tres. 
 
-Y tengo esta conversación contigo, porque el futuro del santuario depende de tu respuesta, retírate, dejame cuidar de él, yo te liberare de esa carga, pero, solo tienes una oportunidad.
 
Mu respondió de la única forma en la que pudo pensarlo, al contrario de lo que esperaba el anciano maestro, simplemente lo atacó, sosteniéndolo de su ropa, elevandolo del piso, mucho más enojado de lo que estaba al principio, mucho más afectado. 
 
-¡No me quitarás a mi familia! 
 
*****
 
Se daba cuenta que Aldebarán era mucho menos abierto de lo que todo el mundo pensaba, era muy difícil que abriera su corazón o que compartiera sus secretos, aunque siempre estaba allí para escuchar las penas de los demás, nadie conocía las suyas. 
 
Y apenas, cuando comenzaba a relatarle un poco de lo que sucedía por su cabeza, en su corazón, sintieron el cosmos de Mu estallar con furia, seguido del cosmos de Dohko, llamando la atención de ambos. 
 
-No es posible... 
 
Shion se levantó inmediatamente, debía evitar que esos dos se matarán, seguido de Aldebarán, agradeciendo que el templo de Aries estuviera a unos cuantos pasos, así no se tardarían demasiado en llegar.
 
-¡Maldita sea Dohko! 
 

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