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Los lazos que nos unen. por Seiken

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El tiempo pasó demasiado pronto, al igual que la noche, en todos el santuario, en cada uno de los templos, en especial, aquel de Piscis, en donde su dueño se encontraba cruzando sus brazos, observando el suelo, sin saber muy bien que pensar, escuchando los pasos de Minos, que se acercaba con demasiada lentitud, con una actitud soberbia, como si se acercara al cadalzo.

 

-Te comportas como si este fuera tu funeral…

 

Minos únicamente detuvo sus pasos, para seguir adelante, deteniéndose a su lado, con una expresión que parecía ser indiferente, pero Afrodita suponía que no le gustaba en lo absoluto tener que ir a verle, para proteger a su señor.

 

-Seré muy bueno contigo, tanto que no volverás a pensar en nadie mas que yo en toda tu vida.

 

Pronunció Afrodita, colocando una mano en su hombro, para indicarle el camino, sintiendo como Minos, poco a poco iba tensandose mucho más, dar esos pasos eran toda una tortura para él.

 

-Siéntate aquí, quiero que te pongas esta venda en los ojos, y que no te la quites hasta que yo te lo haya ordenado.

 

*****

 

Minos vio la venda, la que tomó y se puso, con unas manos temblorosas, no podía fingir indiferencia, cuando ese día sería el peor de toda su existencia, cuando sería humillado, por una rosa cuyo perfume llamaba sus sentidos.

 

Aunque estaba preparado para todo lo que vendría, suponiendo que pronto le seguirian unas cadenas, o unas cuerdas, algo que no le permitiera huir, y aunque lo deseaba, su honor, su lealtad hacia su dios y su familia se lo evitaba por completo.

 

-No pensé que fueras un sádico.

 

Se quejó, escuchando un sonido extraño, como Afrodita iba acomodando alguna clase de instrumentos en una mesa de madera, estremeciéndose cuando sintió una de las rosas acariciando su mejilla, así como el cálido aliento del santo dorado en su cuello, exitandolo apenas un poco, sentimiento que ocultó inmediatamente.

 

-He leído muchos libros sobre ti, Minos, todos ellos dicen que eres un hombre sádico, pero supongo, que nunca has estado del otro lado del fuete.

 

Minos apretó los dientes, respirando hondo, controlando su cosmos, su cuerpo y cada parte de sí para no atacar a la dulce rosa, que se sentó en una silla, no muy lejos de él, pues, tomando una de sus manos, hizo que colocaran las manos en la mesa.

 

-Ya puedes quitarte la venda de tus ojos, hermoso juez Minos, pero antes, debo recordarte que me prometiste hacer todo lo que yo te pidiera, y lo que deseo es esto.

 

Minos se quitó la venda para observar una escena que le hizo sentirse extraño, molesto al pensar en todo lo que se había imaginado ese dia, al escuchar esas tareas, aliviado, porque no penso que despues de las monstruosas palabras pronunciadas en contra de la rosa, esta quisiera eso.

 

-Esto es una broma…

 

*****

 

Afrodita soltó su mano, recargándose en sus nudillos, observando la mesa servida para una cena de dos personas, había obtenido ayuda de sus aliados, quienes creían que estaba completamente loco, pero aun asi, le brindaron lo que deseaba, y estarían pendientes, por si el juez decidió bañarse con su sangre.

 

-No, juez Minos, lo que más deseo es una oportunidad, así que la tomaré por las buenas o por las malas, y este dia, quiero cenar contigo, como dos personas civilizadas.

 

De todas formas al final, esperaba poseerlo, así que no veía porque jugar al buen omega, o al buen alfa, con una cena romántica, con velas y flores, con comida que parecía ser de origen italiano.

 

-Es obvio lo que tu deseas de mí, porque perder tanto tiempo y fingir que deseas algo más, ni siquiera me conoces, no sabes la cantidad de atrocidades que he realizado, a cuantas personas he asesinado, así que, no insultes mi inteligencia.

 

Afrodita, como si fuera un truco de magia enseñado únicamente a los santos de su constelación, de la nada, como si siempre hubiera estado ahi, empezo a jugar con una rosa blanca, como aquella que se clavó en su corazón.

 

-Tu no sabes qué es lo que yo deseo de ti, Minos, pero lo imaginas de una forma muy retorcida, porque nunca, y debes creerme, jamás me atrevería a obligar a nadie a realizar algo que no desea, mucho menos, de una índole sexual.

 

Minos comenzó a reírse, al escuchar esas palabras, pues, se encontraba en esa habitación en contra de su voluntad, no porque él quisiera verlo en ese cuarto, a esa hora particular, en la noche, como se le fue ordenado.

 

-Estoy aquí no es cierto, tú me forzaste a venir aquí.

 

Afrodita negó eso, de nuevo acariciando su rostro con la condenada rosa, que no se atrevió a apartar, porque sabía que no solo eran hermosas, también eran armas mortales.

 

-En eso te equivocas, tú quieres estar aquí, no es cierto, tu lo ofreciste y yo lo acepte, no puedes culparme si decido obtener lo mejor de este trato, a menos que desees creer que soy un martir, despues de leer mis constantes pecados.

 

Minos sostuvo entonces la muñeca de Afrodita, con suficiente fuerza para que la rosa cayera en la mesa, tratando de amedrentarlo, pero no funcionó, porque la rosa se sonrojo al verle, fijando su vista en sus ojos de color gris, con un tinte plateado, tan inhumanos como la belleza que poseía el juez del Inframundo.

 

-Que hermosos… ojos tienes.

 

Minos le soltó, a punto de marcharse, pero regresó a su asiento, observando como Afrodita le servía sus alimentos, al igual que un poco de vino rojo como la sangre, esperando que comieran con calma, como si esa fuera una cita.

 

-No siempre viví en el santuario, tenía la edad de Kiki cuando llegue aqui, Saga me trajo, supongo que por eso no tuve que realizar el ritual de la sangre envenenada, pero antes de eso, tuve que negociar y ganarme cada mendrugo de pan, por lo cual, considero de muy mal gusto que cualquiera desperdicie un buen alimento, cuando hay tantos otros que soñarian con un pequeño mendrugo.

 

Minos seguía firme, guardando silencio, su mirada fija en cualquier otro lugar menos él, sin tocar su alimento, pero siendo lo suficiente cortez como para no irse, o insultarle, y esa inmovilidad había durado al menos una hora de molesto silencio, que le servía para admirar al juez, que era sumamente hermoso.

 

-Alguna vez has tenido que negociar por algo, has sentido frío, tal vez hambre, miedo... adelante, se sincero conmigo.

 

La comida estaba arruinada por supuesto, se había enfriado tras su larga espera y sabía bien, que Minos estaba planeando su venganza, creyendose humillado por haber aceptado su propuesta, pero también sabía que Minos no habría acudido si no deseaba hacerlo.

 

-Y si nunca ha pasado, si siempre he tenido suerte, es mi culpa que nunca haya padecido por nada.

 

No esperaba que le respondiera, pero bien sabía que Minos trataría de hacerlo tan difícil como pudiera para ambos, no aceptaría que le deseaba, aunque no estaba del todo seguro si lo hacía, y él no se rendiría, porque sabía que debajo de ese sádico exterior, esa fachada de extraña locura, el juez era una buena persona, la clase de persona que cuida de sus seres queridos, como Saga, como sus dos aliados y no le importaría su pasado, solo castigar a quienes le lastimaron en algún momento de su vida.

 

-Pero sabrás negociar, no es verdad.

 

Minos asintió, bebiendo por fin un poco de vino, el sabía negociar, la pregunta era si le interesaba negociar con Afrodita, que se mantenía en su sitio, sin tratar de invadir su espacio personal, jugando con su endemoniada rosa, como otras personas juegan con monedas, movimientos extraños, que le hacían querer sostener la rosa y lanzarla hacia alguna parte.

 

-¿Qué es lo que deseas?

 

Una pregunta justa, una pregunta directa, que le hizo sonreír a Afrodita, que le miraba fijamente, con una hermosa sonrisa, en su rostro igualmente hermoso, sus ojos azules fijos en los suyos, sus labios finos, húmedos, llamando su atención, como todo en aquella rosa.

 

-Se que al morir pagare muy caro este atrevimiento, pero, pienso sacar lo mejor de esto.

 

Afrodita se levantó de su silla, para acercarse a la ventana de su templo, admirando el paisaje, todas las rosas, pero sobre todo una, la más bella de todas, la más mortal, una rosa de las que solo tenía una sola, cuyo arbusto fue alimentado con sangre, venida del Inframundo, aquella que recorría en el cuerpo de Minos.  

 

-Eso ya lo has dicho.

 

Los suyos cuidaban de ese arbusto, regado con la sangre de aquel que asesinó a uno de los suyos, una planta necia, caprichosa, que solamente daba una flor, una vez, cada tanto tiempo, algunos decían que una vez cada diez años y era esa ocasión, la primera vez que podía verle florecer, como esperaba, que el amor del juez, floreciera por él, cuando le diera la oportunidad de amarle.

 

-Pero hagamos esto, quiero un año, a partir de hoy, tú harás algo que yo desee cada vez que te lo pida, eso no incluye favores sexuales.

 

Afrodita se dedicó a ver el rosal, con su única rosa, que se le asemejaba a Minos, pues, tenía un color blanco, platinado, una rosa diferente, oculta en las sombras, en el Inframundo, una rosa, que él deseaba conservar para sí, una rosa, para otra rosa.

 

-No seré tu sirviente por todo un año.

 

Minos se levanto e intento ver qué era lo que llamaba su atención, buscándolo sin encontrarlo, a sus espaldas, respirando un poco más profundo cuando descubrió su aroma natural, para apartarse de su lado, como si su sola presencia lo quemara.

 

-Entonces para acortar este tiempo, cada vez que desee algo especial…

 

Afrodita sabia que Minos gustaba del placer, de conocer cosas nuevas, momentos y experiencias que nunca hubiera disfrutado antes, sus libros de historia hablaba de eso, de cómo en ocasiones había tomado algún guerrero ateniense para él, un guerrero que terminaba completamente prendado de su belleza, un tesoro que codiciaba para él, como el amante de la belleza del que se trataba.

 

-Sexo…

 

Minos de nuevo saltaba a las peores conclusiones, por lo que negó eso, no era sexo lo que deseaba a cambio, ese cuando era otorgado por la voluntad de sus amantes, era mucho más dulce, además, ya lo había dicho en más de una ocasión, él nunca obligaría a nadie a entregarse a él en contra de su voluntad.

 

-No, pero de una índole parecida, le restamos una semana a nuestro trato, juez de las almas.

 

Tal vez un entrenamiento, una noche acostados en la misma cama, que le permitiera admirar su rostro, acariciar su cuerpo con los pétalos de sus rosas, pero, lo que deseaba en especial, era que Minos, le diera la oportunidad para acercarse a él, que bajara su guardia, y eso pasaria, si pensaba que no duraría su pacto para siempre.

 

-Pensé que no me forzarías a nada que yo no desee hacer.

 

Era gracioso, generalmente los omegas eran quienes estaban en esa postura, pensó Minos, encontrando refrescante la valentía de Afrodita, su astucia, pues sabía que le haría pagar esa humillación y le daba la oportunidad, de librarse de él, mucho antes de lo que pensaba.

 

-No si puedo evitarlo, pero, si tu de alguna manera terminas viniendo a mi, aceptaras que me deseas.

 

Minos negó eso, no le deseaba, aunque lo encontraba como el hombre mas hermoso que hubiera visto en toda su vida, su fuerza de voluntad era por mucho más fuerte que eso, no era un animal y no sería rebajado a uno.

 

-No hay trato.

 

Afrodita dio varios pasos hacia donde se encontraba Minos, acariciando su mejilla con ambos dedos, guiando su barbilla, para que sus rostros se mirarán, sus ojos fijos en los del otro, sus bocas entreabiertas, como si desearan besarse.

 

-Puedes elegir un año o toda una vida, mi dulce Minos, tu decides.

 

Minos entonces respondió a las caricias de Afrodita primero con las puntas de sus dedos, recorriendo el hermoso rostro del santo dorado, después, utilizando su dorso de su mano, para seguir con su palma, observando como la rosa se estremecía bajo su tacto, apartándose de un solo movimiento, un único paso.

 

-Muy bien, y que deseas que haga este dia.

 

Aceptaría esa propuesta, para librarse de Afrodita y poder castigarlo muy pronto, no porque estuviera interesado en la rosa del jardin de la diosa de la sabiduria, quien parecía sumamente sorprendido por ese cambio de actitud, a punto de pedirle que volviera a tocarlo, pero se contuvo.

 

-Comer conmigo, como si fuéramos viejos amigos, tal vez amantes, nada más.

 

No eran amigos, mucho menos amantes, pero, ya estaba cansado de comer la basura que servían en el santuario, de las precarias condiciones de vida, como si en realidad fueran santos, pero ellos eran espectros, ellos estaban acostumbrados a los finos placeres de la vida.

 

-Te arrepentiras por esto.

 

Probablemente lo haría, si no supiera exactamente lo que una persona como Minos deseaba en secreto, lo sabía, porque no lo había matado y porque cuando le cubrió los ojos, pudo sentir su nerviosismo, su anticipación, el juez deseaba eso, algo que nunca había probado y el sabia como darselo, para que lo aceptara al final.

 

-No lo creo Minos, yo se que tu eres aquel elegido para mi, algunos le llamarían alfa destinado.

 

Minos se sentó en la mesa, sirviéndose una buena rebanada de pescado y más vino, negando eso, con una sonrisa, creyendo que Afrodita se estaba burlando de él, al tratar de convencerlo de esa falacia, no del alfa destinado, sino que la rosa creyera en eso.

 

-No me digas que crees en esas patrañas.

 

Afrodita se sirvió alimento en su plato, elevando la copa que chocó contra la de Minos, suponiendo que antes de conocerle, hubiera creído que tenía razón, pero ya no, no después de ver al hermoso juez de las almas.

 

-No lo hacia, pero despues de conocerte, supe que si era cierto y te lo demostrare.

 

Minos comenzó a reírse al escuchar esas palabras, del alfa destinado, del omega ideal, cuentos de hadas que no pasaban en mil años, que no pasaban nunca.

 

-Quieres actuar como alguien duro, pero sigues siendo un omega.

 

Afrodita sabia que Minos quería actuar como un alfa dominante, pero no lo era, como él no era sumiso.

 

-Lo dices como si eso fuera una falla.

 

Pensar en el alfa destinado era una falla, no ser un omega.

 

-Debo recordarte que tu hermano es uno.

 

Su hermano que pensaba en el amor verdadero, en el amor eterno, en el afecto que duraba vidas enteras.

 

Enamorado de ese embaucador…

 

Era un mentiroso, eso era cierto, pero se trataba de un buen hombre, que había encontrado la felicidad, en los brazos de un espectro, porque no él.

 

-Un bastardo de buen corazón.

 

Eso era cierto, la única clase de bastardos que le agradaban.

 

-Pero sigue siendo un bastardo, y el alfa destinado de tu hermano, que es un omega.

 

Afrodita no dejaría de mencionar ese punto, de enseñarselo al grifo, o a su propia rosa envenenada, nacida en el inframundo, la clase de rosa que le faltaba en su jardín.

 

-Yo nunca he dicho que eso sea una falla, la cursilería si lo es.

 

*****

 

Dohko se detuvo a las orillas del templo de Jamir, donde sabía que Mu había llevado al gran toro en contra de su voluntad.

 

-Pudiste demostrar tu aprecio, pero no lo hiciste, viejo amigo.


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