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Los lazos que nos unen. por Seiken

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Minos trataba de encontrar una forma de proteger a su hermano, a su dios, a su sobrina, a los herederos de su dios, por lo tanto, a la madre de esos niños, porque Radamanthys aseguraba que debían ser dos por el tamaño de la barriga de ese santo dorado y creía, que tenía razón, él había visto su buena dotación de omegas embarazados, de mujeres embarazadas y el cisne estaba algo grande.

 

Pero solo eran tres, dos de hecho, porque Radamanthys estaba embarazado, así que les sería de utilidad unos cuatro meses a lo mucho, tres, para estar seguros, y como líder de los jueces, del ejército de Hades, tenía que pensar en algo para sobrevivir esa temporada, temiendo lo peor, porque siempre pasaba lo peor.

 

Así que en pleno dia, debajo del ardiente sol del mediodía, se vio ingresando en el jardín de rosas por su propia voluntad, buscando a su dueño, pensando en lo que Aiacos había dicho de las ramitas, las zarzas y las raíces, esperando que el santo dorado de Piscis, pudiera usar las plantas a su disposición, como la mandrágora podía hacerlo con las espinas del Inframundo.

 

-¿Caiste tan pronto a mis encantos?

 

Minos pudo ver a Afrodita vestido con ese feo pantalón y esa fea camisa, con un delantal de cuero, las mangas dobladas hasta la altura de sus brazos, y un pañuelo sosteniendo su cabello, todo cubierto de tierra, haciendo que arqueara una ceja, con algo de burla.

 

-Eso quisieras, pero me temo, que he venido por un asunto mucho peor aún, porque supongo que me terminara costando algo.

 

Minos deseaba ser amable, pero no le gustaba esa actitud altanera, esa voz tan suave, o esa mirada de satisfacción, mucho menos le gustaba la tierra, o las rosas, tenía suficiente con morir una vez con ellas, cuando dolorosamente se encajó en su corazón, con un dolor insoportable.

 

-¿Y eso que podría ser?

 

Minos se detuvo a su lado, su rostro cubierto por su cabello, algo que no le gustaba en lo absoluto a Afrodita, quien se encogió de hombros, cruzando sus brazos delante de su pecho, animandolo a decirle porque estaba allí.

 

-Necesito tu ayuda, el de tus plantas, en realidad…

 

Afrodita sonrió al escucharlo, relamiendo sus labios, para quitarse los guantes que usaba, señalando su templo, pensando que no le gustaban demasiado las rosas, suponiendo que su predecesor lo asesinó con ellas.

 

-Vamos, entremos a mi templo, para discutir los detalles de mi ayuda, cuánto te costará esta vez, y recoge ese cabello tuyo, me gusta ver tu rostro, lo encuentro sumamente atractivo.

 

Minos recogió su cabello como se le era ordenado, ingresando en el templo de Afrodita, después de esquivar un montón de tierra, rosas en el suelo y herramientas para sembrarlas, tomando un lugar en la mesa, donde la noche anterior se sentó, escuchando los pasos de la rosa, que regresaba con una botella de vino, sirviendo en dos copas.

 

-Te escucho, habla lento y claro, para entender bien qué deseas que haga con exactitud.

 

Le gustaba mucho el sonido de su voz, sus modales, y quería escucharlo todo el tiempo que pudiera, estar con él todo el tiempo que pudiera ganar, asi que mientras Minos le explicaba lo que deseaba que hiciera, su sonrisa solo se fue ensanchando.

 

-Haré lo que me pides, te ayudare con tu tarea, pero a cambio, tus dias, tambien seran mios.

 

Minos estuvo a punto de negarse, quebrando la copa entre sus dedos, porque debía tener claro que si lo que deseaba era proteger a su dios, a su hermano y a los mocosos que venían en camino, él no podía estar todo el tiempo con la rosa.

 

-Comprendes que debo proteger a mi dios, a mi hermano y a todos los demás…

 

Afrodita se levantó de la mesa, para sostener unas pinzas, así como un pañuelo blanco, sosteniendo la mano de Minos, para limpiar sus heridas, sorprendiendose cuando el juez no se negó a eso.

 

-Quien dice que tu estaras conmigo, yo ire contigo, ademas, quiero conocer bien a tus hermanos mitológicos, saber más de ti, conocerte mejor.

 

Minos asintió, porque no le quedaba otra opción, por lo cual, dejó que Afrodita curara su mano, quien terminó besando sus nudillos, con esa seguridad que tanto le molestaba, una vez que ya no sangraba.

 

-Así será mucho más fácil vigilar a todos tus seres queridos…

 

Susurro, soltando su mano, esperando escuchar una respuesta de Minos, que lo dijera fuerte y claro, porque no quería que hubiera ningún malentendido, no entre ellos.

 

-No es como si tuviera otra opción.

 

Tenia una opcion, la de abandonar a su dios, a su hermano y a los que venían, junto a su sobrina a su suerte, pero Minos era un buen hombre, como lo suponía, por lo que deseaba ayudarle a cuidar a su familia, como ya lo estaba haciendo desde que llegaron a ese santuario, pero no lograba dar con los dos dioses.

 

-Por supuesto que no, asi que eres mío durante las noches y durante los días, juez Minos.

 

El asintió, sintiendo los dedos de Afrodita recorrer su mano, con delicadeza, demasiada, después su mejilla, notando su cansancio, suspirando al creer que llevaba mucho tiempo despierto.

 

-Y como te ayudare a mantenerlos vigilados, mi querido juez de las almas, porque no hacemos esto, duerme en mi cama unas horas, yo haré guardia, no quiero que ese lindo rostro tuyo se arruine con ojeras o bolsas en tus ojos, no me sería para nada agradable de ver.

 

Minos trato de negarse a acostarse en esa cama, pensando que de ser un omega y Afrodita un alfa, eso sería peligroso, pero era un alfa, la rosa era el omega, estaba a salvo, por lo que se levantó, caminando detrás del santo de piscis, con un paso lento, cayendo en la cama casi inmediatamente, cerrando los ojos, porque no había dormido nada desde que Radamanthys había sido secuestrado, unos días antes de iniciado su celo.

 

-Duerme tranquilo, porque yo velo tu sueño.

 

Afrodita se sentó a su lado, acariciando su cabello entre sus dedos, su mejilla, su nariz, su rostro, para suspirar, usando a sus plantas como siempre lo hacía, suspirando, recargado en su codo, admirando el rostro de su alfa destinado.

 

-Aunque tu no deseas que yo lo haga, no por el momento, mi querido juez.

 

Eso le hacía sentir muy triste, pero no tenía mucho que hacer, no mientras Minos no aceptará que podía llegar a desearlo.

 

Pero algun dia lo haras… espero.

 

Y esperaba muy en el fondo que algún día, Minos también velará sus sueños, sus deseos, tratando de cumplirlos juntos, únicamente para ser felices.

 

-O tal vez no…

 

*****

 

Camus creía que su vida no podía ser mejor, aunque su joven alumno ya tenía una pareja y estaba embarazado, Kanon tenía razón, era un buen muchacho que le trataría con respeto, que se había enfrentado a él.

 

Milo de nuevo no había logrado seguir su ritmo, eso pasaba muy seguido, en especial en esos días tan calurosos, en los que estaban actuando como si fuera su celo, esa maravillosa época del año.

 

Camus cerró las puertas y ventanas con una barrera de hielo sólido, que Milo de desearlo podría romper con solo poner un dedo en esta, pues reaccionaba a su cosmos.

 

Y decidió visitar a su alumno, esperando poder encontrarlo en los templos principales, donde habitaba el patriarca, hallando a su alumno en un jardín, sentado contra el tronco de un árbol.

 

A su lado estaba Shun, que sostenía su mano con delicadeza, no muy lejos, el espectro amante de Kanon, que jugaba con la pequeña que trataba de caminar por sí misma.

 

Suspirando al imaginarse esa escena con su escorpión y su paletita, sonriendo, pasa anunciarse con un pequeño carraspeó.

 

-Debo disculparme por lo que he dicho sobre ti, Shun, se que eres una buena persona, pero también sé que eso no implica que seas un buen alfa, Mu es la prueba viviente de eso.

 

Se quejó, porque era cierto, Mu era un excelente soldado, un pacifista, una buena persona, pero un espantoso alfa en lo general y en lo particular, igual, no era muy bueno.

 

-Pero yo sé que tú eres una buena persona y estoy seguro de que cuidas muy bien a mí alumno, que nunca dejarás que nada malo le pase, por lo que tienes mi bendición.

 

Estaba pensando en que había actuado como todo un demente, así que lo mejor era no perder más tiempo y darle su bendición a su futuro hijo, porque se imaginaba a sí mismo como el padre de Hyoga, no de sangre, pero si al educarlo como lo hizo.

 

-Mucha gracias maestro Camus.

 

Hyoga pronunció, Shun asintió, agachándose un poco, pero Camus negó eso con un movimiento de la mano, no tenía porque agradecerle nada, en cambio él tenía que disculparse por aquello que dijo antes.

 

-No eres una rata verde, y Hyoga te ama, por lo que es suficiente para mí.

 

Radamanthys no se atrevía a pronunciar una sola palabra, pero al ver que Camus se sentaba a lado de los dos muchachos, decidió regresar al templo que habitaba con su alfa, que seguía controlando alfas que habían perdido la razón.

 

-Tu hermano cómo lo está tomando, espero que no tan mal como yo lo hice.

 

Shun tuvo que guardar silencio, porque no lo sabía con exactitud, su hermano los había visto, a Hyoga arriba de su cuerpo, lo atacó y el uso sus cadenas para que no lo lastimaran.

 

-No lo sé, no me ha dicho nada al respecto.

 

Poco después se marchó, sin decir nada, sin pronunciar un solo sonido, pero esperaba que no lo tomara tan mal, como para creer que su cisne lo había manipulado de alguna forma.

 

-Pues tendré que intercambiar algunas palabras con él, porque nuestro cisne, tu futuro esposo, espero, es una joya que dejaré a tu cuidado.

 

Shun asintió, pero no estaba del todo seguro si su hermano comprendería que fue él quien trató de dar el primer paso, que fue él quien intentó seducir a su amado y que su cisne, lo aceptó, después de prometerle que no era por culpa de su celo, una noción extraña, porque no eran animales y podían controlar su deseo.

 

-Es un tesoro que me ha dado la oportunidad de estar a mi lado, que me ha regresado de la muerte más de una vez y la única razón, por la cual, yo que odio pelear, me enfrentaría al mismo infierno, para hacerle feliz, para estar a su lado.

 

Shun daría su vida para proteger a su cisne, para cuidarlo y ser su pilar, ser aquello que deseaba a su lado.

 

-Yo lo amo.

 

*****

 

Minos abrió los ojos una hora después, llamando la atención de Afrodita, que estaba listo para ser rechazado, sin embargo, se dió cuenta que sus ojos rapaces, no tenían brillo, como si estuviera durmiendo aún.

 

-Hueles a rosas, hueles a vida y sol…

 

Minos acarició su mejilla con sus dedos, con su palma, respirando lentamente, mirándole de una forma que estremeció su cuerpo.

 

-Hueles demasiado bien.

 

Afrodita se sonrojo inmediatamente, sorprendido, porque antes de eso le había dicho que su aroma era desagradable, que olía a veneno.

 

-Un perfume que no había conocido nunca, rosa de Athena…

 

Minos se acercó más a él, acariciando está vez su cintura, con delicadeza, con demasiada lentitud, como si fuera un fantasma o un sueño.

 

-Plantita carnívora…

 

Rió al decir esa palabras, imaginandose a sí mismo rodeado por sus ramitas, él, un impresionante grifo, atrapado por esas zarzas.

 

-¿Deseas comerme?

 

Eso lo pregunto con un susurro sensual, acomodándose a su lado, para besar sus labios con delicadeza, ingresando su lengua en el interior de su boca.

 

-¿Deseas ser devorado acaso?

 

Afrodita se estremeció al sentir su aliento en su oído, mirándole aún sin comprender que estaba haciendo, pero dejando que las manos de Minos recorrieran unos centímetros de su piel.

 

-Si no me dices que deseas… no sabré cómo pagar tu ayuda.

 

Inmediatamente lo apartó, sentándose en la cama, observando cómo Minos se quedaba acostado en la cama, una de sus manos avanzando hasta tocar la suya, con la mirada perdida, como si estuviera durmiendo.

 

-Rosa del jardín de Athena…

 

Afrodita desvío la mirada, respirando con lentitud, para después volver a observar a Minos, quien seguía recostado en la cama, como si fuera un sonámbulo.

 

-Vuelve a dormir, cuando despiertes, te diré que es lo que deseo que hagas para mí.

 

Minos aún seguía acariciando su muñeca, pero le hizo caso, cerrando los ojos, para dormir de nuevo.

 

-Solo duerme Minos, estás muy cansado.

 

*****

 

Aioria había sido liberado por el dios del vino, que usando su cosmos le liberó del ataúd de hielo, mostrándole su amistad y su pasión por su amigo, por el escorpión, que dormía en la cama de Camus.

 

Ajeno a su presencia, estaba desnudo, cubierto de sudor, con el cabello desordenado sobre unas almohadas.

 

-Serás mío…

 

Aioria podía ver la mayoría de su cuerpo, que apenas estaba cubierto por una sábana blanca, que tapaba como si se tratase de una modesta pintura, su intimidad, haciéndolo toda una tentación, una visión ante sus ojos.

 

-Milo…

 

Aioria cerró los ojos, descubriendo el perfume de un celo que había terminado, que le habían apartado de sus manos.

 

-Un celo adelantado…

 

Milo empezó a despertar, muy lentamente, dándole tiempo a su antiguo amigo, para esconderse en su templo, sin percatarse de su presencia, sin comprender sus intenciones.

 

-¿Camus?

 

Su alfa no estaba y eso llamó su atención, porque siempre se quedaba a su lado, hasta que abriera sus ojos, en ocasiones para prepararle un suculento desayuno.

 

-¿A dónde habrá ido?

 

Se preguntaba, levantándose de la cama, para ir al cuarto de baño, en donde tomaría una ducha, sin cubrir su cuerpo, porque suponía, que no había nadie en ese lugar, solo el, y en pocos minutos Camus.

 

-No importa, ya regresará…


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