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Los lazos que nos unen. por Seiken

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Minos despertó con el sol ingresando por la ventana, estaba recargado en algo suave, caliente, que respiraba y tenía un fuerte corazón latiendo en su pecho, con un aroma que lo maravillaba, que se le hacía como la vida misma, sentía los dedos de esa persona acariciando su cabello, con delicadeza y suavidad.

 

Por un momento quiso mantenerse en esos brazos, fingir que aun estaba dormido, sintiendo un beso en su frente, como las alas de una mariposa, que le hizo sonrojarse como si fuera un chiquillo de quince años, un mocoso con su primer enamoramiento pasajero.

 

-Buenos días…

 

Esa voz, era la de la rosa de Athena, que le abrazaba como si fuera un muñeco de peluche o un pequeño perdido, acariciando su cabello, besando su rostro con delicadeza, un sentimiento agradable, pero, tenía que parar.

 

-¿Cuanto tiempo dormi?

 

Minos se levantó, acomodando su cabello, estirando sus brazos, sin mirar ni un segundo a la rosa, que sonreía a sus espaldas, acomodando su cabello, también estirando su cuerpo, después de pasar tanto tiempo en cama.

 

-Como unas veinte horas, Minos.

 

Afrodita empezó a quitarse la camisa, para buscar otras prendas, ignorándolo por completo, o eso pensó Minos, quien se levantó de la cama, para salir de ese templo, notando que su cabello estaba desordenado.

 

-¿No quieres tomar un baño Minos?

 

Afrodita se desnudo sin ninguna vergüenza, acomodando su ropa en uno de los muebles, logrando que se sonrojara mucho más aún, desviando la mirada, escuchando los pasos del santo dorado, que ingresaba a una habitación que tenía un sonido como de cascada.

 

-Te prestaré algo de ropa limpia y te ayudare a peinar tu cabello.

 

Minos no estaba seguro de que fuera una buena idea, no obstante, tenía la curiosidad de ver cómo era uno de los baños griegos de los templos de los santos dorados y desvistiéndose lentamente, ingreso en el agua caliente, relamiendo sus labios, al ver tanta belleza, no solo en esa habitación, sino en el cuerpo de ese santo.

 

-¿Te gusta lo que ves?

 

Afrodita era demasiado seguro de sí mismo y eso le agradaba en un soldado, en un acompañante, en un amigo, pero no estaba tan seguro de necesitarlo en un amante, mucho menos cuando este dijo que deseaba dominarlo.

 

-La arquitectura apenas alcanza la grandeza de uno de mis cuartos, pero es hermoso, así con esta simpleza.

 

Afrodita nadó hacia él con un paso lento, rodeando su cuello, acomodándose entre sus piernas, haciéndole cambiar de opinión, no era buena idea bañarse con la rosa, si esta no dejaba de intentar seducirlo a cada instante.

 

-Yo no hablaba de la arquitectura, pero no importa, se que te gusta lo que ves, tu cuerpo reacciona al mio, y ese rojo le da mucha vida a tu rostro, tallado por los ángeles.

 

Minos trago saliva, apartándose de Afrodita, saliendo del agua caliente, buscando una toalla para, inmediatamente después cubrirse con su ropa negra, escuchando las pisadas de Afrodita a sus espaldas, quien rodeó su cintura, mojando su ropa.

 

-No te molestes, yo solo digo lo que pienso y creo que tu eres un hombre muy hermoso, todo un sueño hecho realidad.

 

Minos no intentó soltarse, permitiendole a la rosa quitarle su camisa, que gracias a él estaba completamente mojada, al igual que sus pantalones, dándose cuenta, que necesitaba ropa nueva y seca.

 

-No se que pretendes, en realidad yo no lo entiendo.

 

Afrodita creía que él sí lo entendía, pero no lo corrigió, permaneciendo en silencio, rodeando su cuerpo con fuerza, sintiendo las manos de Minos en sus muñecas, como si quisiera soltarse de sus manos.

 

-Quiero una oportunidad para demostrate lo que soy…

 

No sabía lo que era porque él no leyó sus pecados, no sabía nada de él, solo que podía ver que se trataba de un vanidoso, que deseaba poseerlo, algo que no le molestaba tanto, no como la forma burda en la que lo dijo, así que guardó silencio, sin saber qué más decirle a la rosa, que le abrazaba con fuerza.

 

-Necesito ropa nueva, pero que no sea rosa por todos los cielos, y te permitiré cepillar mi cabello, hacerme una trensa, con tanto trabajo este largo comienza a fastidiarme.

 

Afrodita asintió, tenía ropa negra que podía quedarle perfectamente a Minos, ademas, disfrutaría demasiado cepillar su cabello, peinarlo en una trenza, en especial, si el juez le permitía permanecer tiempo a su lado.

 

-No soy un sirviente.

 

Se quejo, solo para seguirle la contraria, recorriendo el torso desnudo de Minos con las puntas de sus dedos, relamiendo sus labios, pues, su piel era blanca, lechosa, tan suave como la suya, no era la piel que cualquiera pensaría que tendría un alfa.

 

-Siempre puedo irme, Afrodita.

 

El santo dorado asintió, buscando ropa para Minos, junto a varios productos para el cabello, una cuerda y otros instrumentos para cepillar su cabello, tarareando una tonada, mirando el cuerpo de Minos, que estaba vestido con unos pantalones, también mojados, los que se quitó.

 

-Es de un amigo mio, espero que te guste.

 

Eran unos pantalones negros, una camisa negra, pero de manga corta, calcetines, ropa interior, zapatos, todo negro, de una talla mayor a la suya, pero no demasiado grande, que Minos olfateó primero, buscando el aroma de un alfa que pudiera reconocer, pero nunca le había visto.

 

-¿De quién es esto?

 

Afrodita trago saliva, rascando su brazo izquierdo, esa ropa era de un alfa, pero no cualquier alfa, sino Arles, pero la tenía porque se cambió de ropa en su templo, no porque hubieran tenido relaciones, sino, porque trataba de esconder su verdadera cara, aun en ese momento que vivia su sueño en compañia de Aioros.

 

-Del otro alfa que considero bueno en este mundo, un amigo mío, nada más, yo nunca he sido de su agrado, soy demasiado impuro, demasiado oscuro, una rosa manchada con fango, supongo.

 

Minos al escuchar esas palabras, vistiendo unos pantalones que le quedaban a la altura de las caderas, dejando parte de su vello platinado al descubierto en su vientre, sujeto la barbilla de Afrodita, observándolo fijamente.

 

-Me he enamorado algunas ocasiones Afrodita, ame a Pasifae, ame a varios más, algunos con locura, otros con pasión, santos y pecadores, pero puedo decirte algo que he aprendido con el tiempo, con una larga vida de errores y engaños, un pecador es por mucho mas divertido, mas amable, que un santo, porque desde sus errores puede admirar las proezas de sus semejantes, en cambio, un santo, alguien que jamás ha cometido un error, rara vez puede apreciar la belleza de la redención.

 

Minos guardó silencio para que aceptara esas palabras, sentandose en la silla delante de Afrodita, para que pudiera cepillar su cabello, pensando en las palabras que había dicho, preguntandose, porque esa rosa era tan extraña para él, comparandola con Albafica, esa hermosa rosa, que en ese momento ya no llamaba su atención como lo hacía el omega a sus espaldas, suponiendo que las imperfecciones de este hermoso santo era aquello que más le llamaba la atención, como una obra hecha a mano, como una piedra preciosa sin pulir, un diamante, una pepita de oro, una pieza de mármol, carente de forma, pero con miles de posibilidades frente a sus ojos, como un terreno fértil, que estaba frente a sus ojos.

 

-Aunque no eres una rosa cualquiera, tu eres mucho más parecido a una venus, que a una rosa.

 

Afrodita sabia cuales eran las venus, eran plantas carnívoras que atrapaban insectos en su interior, no era una planta hermosa, pero, aun asi, lo tomaría como un cumplido, sonriendo, cepillando el cabello de Minos, que no se movía de su sitio.

 

-Lo tomare como un halago.

 

Era un halago y ambos lo sabían, por lo que Minos se mantuvo en silencio, permitiéndole cepillar su cabello, acariciar sus hombros, sus brazos, cuando sostenía su cabello, acariciándolo por más tiempo del que debiera.

 

-Minos.

 

*****

 

Aldebaran iniciaba su mañana muy temprano, cuando apenas los primeros rayos de sol asomaban por el horizonte, a esa hora, comenzaba a entrenar, para mantener su fuerza física, comprendiendo bien que si no era un dotado de la proyección de cosmos, si era muy capaz utilizando su propio cuerpo como arma, era uno de los santos dorados que tenían un mayor poder destructivo en contacto directo, que podía defenderse, utilizando su guardia, que generalmente no podían romper con facilidad.

 

Estaba en un jardín exterior, respirando hondo, a punto de iniciar su entrenamiento, en el área en donde Mu había traído varias piedras de tamaño titánico, mismas que usaba para entrenar, en el sitio donde siempre lo había hecho, las ocasiones que lograba salir del santuario, para visitar a quien pensaba sería su alfa, pero ya no estaba seguro en ese momento.

 

Mu podía verle entrenar desde la punta de su torre, recargado en la ventana, pero no estaba presente en ese momento, lo sabía, porque era muy fácil distinguir su cosmos, o su figura en la oscuridad, la conocía bien y pensaba siempre lo haría, en cualquier lugar donde estuviera.

 

Le había jurado que no intentaría escapar a la primera oportunidad que tuviera, que permaneceria en ese jardín, aunque sabía que Mu tenía formas de mantenerlo a su lado y temía, que de marcharse, cometeria alguna locura, como dañar a Dohko, únicamente porque pensaba que lo deseaba a su lado.

 

Aldebaran trataba de no pensar en Kiki solo en el santuario, o en lo dicho por Dohko, por el patriarca en realidad, a quien siempre le tuvo un cariño especial desde que llegó al santuario, recordando algunas ocasiones en las cuales les contó historias de los viejos patriarcas, de su propio maestro, Mu y él sentados en sus piernas, como si fueran sus propios hijos.

 

-¡Aldebaran!

 

Esa voz, era el anciano maestro, a quien tomó del hombro y escondió detrás de una de las monumentales rocas, no deseaba que Mu pudiera verlo, no quería que lo dañaran por culpa suya.

 

-¿Que esta haciendo aqui?

 

Le pregunto angustiado, volteando sobre su hombro, buscando algún indicio de Mu en las ventanas, o en el jardín, pero por el momento aún estaba ausente, por lo que trago saliva un poco aliviado.

 

-¿Porque a venido?

 

Dohko mantuvo su distancia, arqueando una ceja, porque pensaba que era obvio la razón de su presencia en ese sitio, lo habían secuestrado, un alfa que no era el suyo, un alfa mucho más fuerte que Aldebarán y estaba seguro, de que lo mantenía en ese sitio en contra de su voluntad.

 

-Shion me negó venir aquí, pero aun asi lo hice porque eres mi amigo, porque temo que Mu pueda hacerte daño…

 

Aldebaran asintió, era su amigo después de todo, lo habían obligado a ir a ese sitio, en contra de su voluntad, atacandolo varias veces, era lo correcto, aunque no sabia que hacer, porque si se marchaba, sabía que Mu cumpliria su promesa de matar a cualquier alfa interesado en él, pensando que Dohko era uno de ellos.

 

-Debemos irnos, hay problemas en el santuario y temo que Kiki también esté en peligro.

 

Kiki, solo por él se marcharía, al pensar que lo que fuera que pasaba en el santuario podía llegar a donde estaba su pequeño granuja, del que era responsable y a quien mantendría seguro, sin importar lo que pasara o a quien tuviera que enfrentarse.

 

-¿Solamente has venido por eso? ¿Por la seguridad de Kiki?

 

Esa era una de las razones, otra que pensaba que Mu podía dañar a Aldebarán, la tercera, era que en realidad se había encariñado del joven toro, de su compañero de parranda, que le veía en silencio.

 

-Mi propuesta sigue en pie, yo puedo ser tu alfa, darle un nombre a Kiki, podemos educarlo como tu hijo, tambien puedo darte una mordida, pero, acepto que mi propuesta es demasiado inesperada, por lo cual, por el momento me interesa protegerte de la locura inducida de Mu, y mantener seguro a Kiki, los alfas en el santuario son peligrosos en este momento, pero son mucho más peligrosos los dioses que han tomado un sitio en sus entrañas.

 

Poco después acarició su mejilla con delicadeza, esperando una respuesta, mirándole fijamente, con una expresión de seriedad, que nunca había visto en su amigo, tragando un poco de saliva.

 

-Pero… usted también es un alfa, por lo que dice, también es peligroso…

 

Dohko negó eso, en su larga vida había hecho muchas cosas, una de ellas beber del vino de Dionisio, era uno de sus juerguistas, o lo fue, así que era inmune a esa locura, porque bebió de este licor y mantuvo su consciencia, algo, que pocas personas lograban realizar.

 

-He tenido una larga vida y en mi momento de locura, de la más absoluta desesperación he bebido del vino del olvido, de la copa del rey de los idiotas, del vino de Dionisio, pero no me libero, yo pase la prueba, supongo, a mi no me afecta.

 

Aldebaran en ese momento supo cómo debía actuar, Kiki necesitaba de su protección, tenían que escapar y regresar al santuario, aunque eso desesperara a Mu, a quien ya había dejado muchos años el cuidado de su pequeño y en varias ocasiones, le había demostrado que eso era un error.

 

-Vámonos, no voy a dejarlo solo.

 

*****

 

Mu comenzaba a tranquilizarse, pensando que debía ir por Kiki, únicamente para llevarselo a su toro y que estuviera en paz, cuidando de él, como un omega añoraba hacerlo con el fruto de su vientre.

 

-Aldebaran, he decidido ir por Kiki, solo para que tu estés más tranquilo.

 

Sin embargo el jardín estaba desierto, su toro no estaba entrenando, tampoco estaba en el templo, lo sabía, porque no lo vio regresar, Aldebarán se había marchado, le había mentido, pero no solo eso, podía percibir un aroma nauseabundo, el de un alfa muy antiguo, el de su mayor enemigo.

 

-Dohko…


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