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Los lazos que nos unen. por Seiken

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Pan había mantenido vigilado al pequeño pelirrojo que actuaba como todo un buen chico en compañía de ese ciego, pero bien sabía que estaba tramando algo, un escape y eso le divertía demasiado, porque ese dulce efebo, al huir de su guardián, llegaría directamente a sus manos.

 

No era tan hermoso como el arquero, tampoco era un omega, pero aun así, le gustaba la idea de desflorar a ese pequeño pelirrojo, enseñarle una lección de modales, arrebatar esa odiosa alegría de sus ojos, dejando únicamente un vacío en esos iris morados.

 

Quería destruirlo y sabía que tarde o temprano lograría su cometido si se mantenía cerca del pequeño pelirrojo, dejando que el arquero, junto a su alfa, creyeran que estaban a salvo, que solo así se librarían de él, de sus deseos por apoderarse de ese hermoso omega.

 

Y esta vez lo haría, en esta ocasión obtendría al arquero para él, porque era un dios antiguo, que se merecía lo que deseaba, utilizar a los humanos, divertirse, pues, si su buen amigo lograba realizar lo que deseaba, serían tan poderosos como para eso.

 

Para cumplir sus deseos más oscuros, como los dioses que eran.

 

*****

 

Kanon se había alejado de su omega, tratando de pensar en lo dicho por el dios de la muerte, la forma en que dijo que era su amigo y que era un monstruo, una criatura llamada Leviatán, que había capturado a su Wyvern, un dragón que le obsequiaba.

 

Quería ser una buena persona, deseaba ser un soldado valiente, un buen hombre, se negaba a aceptar que era una mala estrella, una criatura de la oscuridad, emanada de las tinieblas, del fin del mundo, de las sombras del inicio del planeta.

 

Pero los dioses siempre llegaban y se burlaban de sus deseos, primero cuando Saga lo encerró en cabo Sunion, después en el mismo fondo del mar, de la atlántida, en el Inframundo le quitaron su sacrificio, al regresarlo de nuevo a la vida y ahora, de nuevo, un dios le quitaba su humanidad, su bondad, su razón de existir.

 

Diciéndole que solo era un monstruo, que sus hijos eran como él y que su omega estaba atraído a esa oscuridad, no a su bondad, como pensaba en un principio, su omega, que le observaba en silencio, con su pequeña en sus brazos.

 

A quien arrullaba y a quien había optado por no acercarse, no hasta comprender muy bien que era en realidad, un monstruo, o un humano, angustiado por ser lo primero, preocupado por ser lo segundo, porque de ser solo un humano, tal vez, no podría proteger a su omega del peligro.

 

-Kanon, sigues siendo la persona de la que yo me enamore… eso no debes dudarlo.

 

Radamanthys trato de acercarse a él, pero no lo permitió, levantándose del sillón en donde se había sumido en la peor de las desesperaciones, retrocediendo algunos pasos, no deseaba hacerles daño, a su omega, a su pequeña, quienes le veían sorprendidos.

 

-Tengo que despejar mi mente…

 

Se marchó sin decir nada más, dejando solo a Radamanthys, que únicamente suspiro, sentándose en el sitio en donde Kanon estaba momentos antes, suspirando al percibir su aroma en él, acariciando el cabello de su pequeña con delicadeza, sus mechones rubios.

 

-Te sigo amando…

 

Pronunció en susurros, preguntandose porque Kanon dudaba de su cariño, porque no se detenía a escuchar lo que él deseaba, preguntarle directamente si le tenia miedo, para escuchar de sus labios que no era así.

 

-Siempre voy a amarte.

 

Era un hombre poderoso, era un gran estratega, era fuerte, guapo, la clase de persona que siempre había encontrado hermosa, desde su primer vida, sin importar que no fuera nada ni nadie, hubiera escapado con él, de no ser elegido por el dios del vino.

 

-¿Problemas en el paraíso? ¿Tan rápido?

 

Radamanthys mantuvo la calma, aunque Dionisio estaba enfrente suyo, sosteniendo una copa de vino, con una sonrisa que suponia debia ser encantadora, pero a él, le parecía aterradora, espeluznante.

 

-No existe tal cosa…

 

El dragón de Hades se levantó de su asiento, acomodando a su pequeña en uno de sus brazos, preparándose para enfrentarse con el dios del vino, de ser necesario, quien caminaba a su alrededor, sin perderlo de vista.

 

-Me confundes Radamanthys…

 

Podía usar su armadura, su cosmos, pero también sabía que estaba a salvo por el momento, aunque no esperaba recibir una visita de ese dios tan rapido, quien parecía aún desconocía que su alfa no era humano, no del todo, y actuaba con la vanidad de un dios, enfrentándose a una criatura inferior, como pensaba que era Kanon en ese momento.

 

-Realmente me confundes…

 

Tenía que visitar de nuevo al dragón de Hades, al segundo juez de las almas, a su antiguo alumno, que le miraba sin mostrar sus sentimientos, con esa niña en sus brazos, la que deseaba quemar como un castigo hacia su omega, pero también se daba cuenta, que este soldado nunca entregaría a su propia sangre por su voluntad, pero si existía alguien que podría llevarle a un niño o varios más, para quemarlos en el toro de metal, para preparar su vino, que le daría poder por los siglos por venir.

 

-Cuando te conoci pense que no serías más que el esposo de un senador, de un emperador, nunca creí que fueras a convertirte en esto, un juez de las almas, un soldado poderoso, un hombre cruel…

 

No era una buena persona, lo sabía, sus manos estaban manchadas de sangre y haría lo que fuera por llevarse la victoria, pero en esa vida, él quería ser una persona común, aprovechar esa oportunidad por un instante de su eternidad, el mismo instante en el que su pesadilla regreso a atormentarlo.

 

-Y ahora tratas de jugar al omega obediente, a la madre amorosa, cargando un bebé en tus brazos, llevando otro en tu vientre, un hijo mío por cierto, tratando de ignorar lo que realmente eres…

 

Radamanthys retrocedió unos pasos, tratando de apartarse de su camino, pero sabía que no lo atacaría, lo que no entendía, era porque no llamaba a Kanon, tal vez, no deseaba que escuchara que era una mala persona, que él era el monstruo y no su amado alfa.

 

-El juerguista que hay en ti, ese que se divirtió en mi compañia, que bebió hasta el hartazgo, que fornico en mi cama, actuando como lo que en realidad eres, Radamanthys, un omega salvaje, una fiera en celo.

 

Radamanthys retrocedió un poco más, porque recordaba cómo en una neblina las acciones que el dios mencionaba, preguntándose porque no lo mordio, porque no le embarazo para tomar como sacrificio al niño que naciera, sabía que no intentaría defenderlo, porque no amaba a su padre, aquel que le hubiera embarazado.

 

-No un omega doméstico, una dulce criatura que espera por el regreso de su alfa, que cuida de sus pequeños, tu no eres asi, tu eres un monstruo, un demonio, un ser de sombras, algo que no debería ser enjaulado.

 

Si pensaba que con esa palabrería estaba dispuesto a escucharlo, estaba en un error, porque no se entregaría, no cuando lo habían violado, cuando querían matar a su Leviatán, sangre de su sangre, pero más importante aún, sangre del único guerrero que podía respetar, que podía desear, ya fuera su soldado ignorante del mundo, o el embaucador de dioses, el temible Leviatán.

 

-Puedo liberarte de esa carga que tienes en tus brazos, esa niña y el otro que crece en tu interior, dame vida, dame poder y yo seré un dios benevolente, volverás a beber de mi vino, a divertirte como nunca antes lo habías hecho, es más, hasta olvidaderos la promesa que me hiciste, nuestra apuesta, para estar solo nosotros dos, con mi ejercito de idiotas.

 

Radamanthys negó eso con un movimiento de su cabeza, y aunque recordaba haberlo disfrutado, el beber, el actuar sin remordimientos, no estaba dispuesto a entregarse a ese dios, ni a matar a su niña, a sus niños.

 

-No lo haré, esa persona ha muerto y no regresara.

 

*****

 

Se movían a la velocidad de la luz, sintiendo el cosmos de Mu, no muy lejos de ellos, siguiendo su rastro, como si se tratara de un demonio, o un cazador.

 

Aldebaran no quería pelear con él, tener que enfrentarse a Mu, no quería tener que lastimarlo, o perder más tiempo, ya que sabía que su pequeño estaba en peligro.

 

-Es Mu…

 

Susurro, sintiendo una fuerza proveniente de su costado, era el cosmos del patriarca, que había seguido su rastro de la misma forma en que lo hacía Mi de Aries.

 

-Y ese es Shion…

 

Dohko no entendía muy bien porque su viejo amigo se negaba a darle lo que le pedía, a otorgarle la felicidad, a pelear con él, si ese cosmos agresivo era una señal de lo que estaba por venir.

 

-Anciano patriarca.

 

Podía ver el enojo en su persona, el odio en su cosmos, al igual que Dohko podía verlo en Mu, el otro lemuriano que los seguía y ya había dado con ellos.

 

-De verdad son poderosos, como seres salidos del infierno.

 

Dohko veía al lemuriano de menor edad, que se negaba a dejarlos marchar, Aldebaran veía a Shion, cuya mirada estaba fija en él, como si fuera su peor enemigo.

 

-Yo solo quiero ir por mi pequeño, Kiki está en peligro, lo sé, y nada podrá detenerme de llegar a él.

 

Shion se hizo a un lado para dejarlo pasar, pero Dohko le hizo una señal para que no se moviera, había algo extraño en su amigo, un odio que no debía estar presente, dirigido hacia el toro.

 

-Mu, tan poco te importan los deseos de tu toro que no lo dejaras huir, que no lo dejaras recoger a su pequeño.

 

Los ojos de Mu brillaban, como solo sucedía cuando estaba muy molesto, Dohko entendía bien que el vino le hacía perder la razón, sus celos y su deseo por su omega, que no se daba cuenta que Shion estaba enojado, pensando en la forma de matarlo.

 

-Se lo dije antes, no soporto la idea de alguien más poseyendo su cuerpo, de alguien más haciéndole el amor…

 

Dohko negó eso, porque debería dejarlo ir, recoger a su pequeño, cuidar de él, al menos los años que faltaban para su madurez.

 

-Y yo no puedo concebir una vida sin él, sin tenerlo en mi vida y en mis brazos.

 

Shion al ver como Dohko trataba de proteger a ese muchacho, al escuchar el dolor en la voz de su hijo, apretó los dientes, el ceño, pensando por un momento en destruir al obstáculo, atacando al toro, cuando intento seguir con su camino.

 

-¡No lo harás!

 

Llamando la atención de Mu, que inmediatamente colocó una barrera entre su toro y su maestro, usando su cosmos como no lo había utilizado nunca, ni siquiera en la guerra contra el dios Hades.

 

-Nadie tocará a mí toro…

 

Inmediatamente después, Mu observó al anciano maestro, que parecía proteger a su toro, quien estaba a sus espaldas, del que recibió una señal, para alejarse.

 

-Ve por tu muchacho, yo me encargaré de estos dos.

 

Mu le vio alejarse, negando eso con un movimiento de su cabeza, deseando ir por él, pero en cambio sostuvo su cabello, tirando de él, para caer de rodillas, desesperado.

 

-Usted… usted me dijo que me ayudaría a recuperar su amor… y lo desea para usted…

 

Shion intentó soltarse, para seguir al toro, sin embargo, Mu volvió a atacarlo, logrando que gritara de dolor, cayendo al suelo poco después, inconsciente.

 

-Lo siento padre, pero no te dejaré lastimar a mi toro, nadie le hará daño…

 

Mu volteo entonces para ver a Dohko, que seguía firme, impávido, como si nada le afectará, apretando el suelo entre sus dedos.

 

-Mi toro escapó con usted, porque piensa que es bueno, lo tiene en buena estima, ríe con usted, sonríe, festeja, es feliz con usted, lo quiere…

 

Mu estaba desesperado, porque esa alegría también la tuvo con él, también era feliz con él, antes de que todo se destruyera, que tuviera que huir del santuario, que Arles tomara el control, antes de que lo echara todo a perder.

 

-Pero a mí ya no…

 

Susurro, comprendiendo bien que lo había arruinado, sin saber cómo arreglar su relación, esperando escuchar algo, algún sonido, alguna palabra de aliento.

 

-Y no sé cómo arreglarlo, no sé cómo reparar lo que rompí, lo que descuide…

 

Dohko dio varios pasos hacia donde el se encontraba, para golpear su rostro, un puñetazo que lo derribó, pero no utilizaba cosmos.

 

-Lo has tratado como una maldita basura, has dado por hecho su amor y piensas que siempre te esperará, pero el tiempo pasa, él se siente solo, abandonado, viendo las promesas que le hiciste desmoronándose y de no ser por mi, ni siquiera te habrías dado cuenta de eso.

 

Mu no se defendió, cuando Dohko volvió a golpearlo, sosteniéndolo de su ropa, sin darse cuenta que el patriarca les observaba, que no había perdido el sentido.

 

-Y no comprendes que la soledad puede matar un alma, que puede enloquecer a cualquiera…

 

Dohko sentía sus ojos arder y después unas lágrimas recorrer sus mejillas, debido a la desesperación que sentía, derivada de su amor a otro lemuriano, su amor traicionado.

 

-Después de todo son lemurianos y ustedes no aman, solo utilizan a sus semejantes.

 

Mu asintió, su maestro era así, se esperaba que ellos fueran así, pero él no podía, no pudo cerrar su corazón debido al amor que sentía por su toro, por su omega.

 

-Y quieres una respuesta, una fórmula mágica para ganarte su perdón, como si no supieras lo suficiente de él, de su dolor, para poder reparar lo que tú rompiste.

 

Mu no supo qué responder al respecto, pero sí que estaba en un error, que había lastimado demasiado a su omega.

 

-Usted es un hombre sabio, yo he compartido mis pensamientos con usted, mis temores y sabe que lo amo, entonces, porque intenta arrebatarme a quien amo.

 

Dohko sentía el dolor de Mu, pero él debía comprender que todo lo que estaba haciendo era por el bien del toro.

 

-Aldebarán y yo no somos diferentes, los dos amamos y creímos, al menos yo lo hice una vez, los dos esperamos, fuimos el pilar de nuestro sueño, pero fuimos olvidados, como la hojas que caen de los árboles…

 

Dohko sentía que el dolor del pasado volvía a lastimarlo y podía verse a sí mismo en el joven toro, un omega que aguardaba por un sueño, él fue un alfa que hizo lo mismo, comprendía bien el destino que le aguardaba, porque él también tránsito el mismo camino, pero a diferencia suya, él podía aliviar el dolor del toro, no en la forma en que lo desearía, pero sí podría con el tiempo, hacer que dejara de doler.

 

-Pero yo puedo darle un futuro, no lo que desea, pero si un olvido que aliviará su pena, si tú lo dejas libre, lo liberas de ese espejismo.

 

Mu negó eso, ese destino le dolía, porque sabía que no aliviaría la pena creada por él en su omega, solo sería intercambiada por otra.

 

-A ti te olvidaron, pero yo no lo he olvidado, yo aún lo amo y sé que él me quiere, solo tengo que hayar una forma de reparar lo que le hice a nuestro amor, de que pueda perdonarme.

 

Shion observaba esa discusión en silencio, sin saber cómo reaccionar, porque el también lloraba en silencio.

 

-Yo no te he olvidado.


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