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Los lazos que nos unen. por Seiken

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Minos al escucharle decir esas palabras sonrió demasiado divertido, aun sentado en la cama, pero rodeando su cuerpo con sus brazos, casi acostándose sobre su torso, olfateando su aroma, que había incrementado en intensidad, con un dejo dulce que de ser un gato, le habría hecho ronronear.

 

-Pero que grosero eres y yo que estaba interesado en conversar contigo de algunos temas importantes, como las rosas, las abejas, lo que se supone que necesito que hagas.

 

Afrodita se encogió un poco más, quejándose, aunque también podía ser un gemido, no lo sabía con seguridad con tantas cobijas cubriendo su cuerpo, observando las ventanas, como parecían estar tapiadas, como había rosas en algunas otras zonas, ese era un campo minado, listo para estallar.

 

-Tienes un celo adelantado Afrodita, es por eso que te escondes debajo de esas cobijas, pero yo soy un alfa, si me lo pides muy amablemente y me liberas de mis promesas, podria pensar en morder tu cuello, asi se terminaria tu dolor.

 

Afrodita se dio la vuelta en la cama, tratando de apartarse de él, de sus dientes, aunque todavía lo abrazaba, con una expresión de diversión absoluta, mucho más aún, al ver que sus mejillas estaban mojadas con sus lágrimas cristalinas.

 

-Hueles tan bien, tan dulce que si pasa algo, será culpa tuya, por ser tan hermoso, por tener este aroma…

 

Minos esperaba que la rosa lo apartara de su cuerpo, pero, simplemente se encogió un poco más, como si le tuviera miedo, llamando su atención, porque no parecía tener ninguna intención de defenderse.

 

-No es mi culpa… no es mi culpa.

 

Minos relamió sus labios al escuchar esas cuatro palabras, encontrandolas patéticas, enojandose por eso, porque hasta el momento Afrodita había dado mucho más de lo que había recibido y lo encontraba como un digno adversario, así que verle llorar, verlo suplicar envuelto en unas sábanas fue suficiente para el.

 

-¡Eres patético y aun asi quieres dominarme!

 

El juez usó sus hilos entonces, sosteniendo a la rosa de sus muñecas, de su torso y piernas, colgando del techo como si lo estuviera crucificando, notando que tenía un celo, que tal vez había llegado antes de tiempo, porque estaba solo, en esa habitación, podía ser víctima de cualquier alfa, cualquier gusano indigno.

 

-¿No es tu culpa? ¿No eres un hombre orgulloso de su belleza? ¿No andas presumiendo en todo el santuario y en cada combate que eres el hombre más hermoso del mundo?

 

Afrodita le observaba con una mirada perdida, como muerta, que le hizo enojarse mucho más aún, donde estaba la burla, donde estaba el desdén y ese orgullo, esta no era la persona que había conocido, esta era una cáscara hueca.

 

-Podría ayudarte mordiendo ese cuello, pero no serias mi omega, o puedo ayudarte de otra forma, podría cortar ese bello rostro tuyo, destruir esa belleza inusitada y hacerte libre, pero primero tendrías que olvidarte de ese asqueroso orgullo.

 

Minos jalo con sus hilos una de las herramientas de Afrodita, para cortar su rostro con ella, relamiendo sus labios, tirando del cabello del santo dorado para obligarle a verlo, esperando que comprendiera lo que estaba por realizar.

 

-¡Dime algo pequeña rosa! ¡Gota de veneno!

 

Afrodita había escuchado toda su vida que era su culpa lo que le hacían, cuando lo lastimaban, cuando lo vendieron a un alfa asqueroso, cuando le arrancaron su virginidad, cuando lo violaban, siempre era su culpa, la culpa de su segundo sexo, de su belleza y amaría tener la sangre envenenada, así estaría seguro del peligro, así que cuando este juez le dijo esas palabras, comportándose como si quisiera lastimarlo, no lo soporto.

 

-No es mi culpa…

 

Repitió, llamando a sus zarzas, sus plantas, con las cuales atacó a Minos, cortando su mejilla, rodeando su cuerpo con estas, para lanzarlo lejos, aun llorando, sosteniendo la herramienta en su mano, llevando una mano a su rostro.

 

-¡No es mi culpa ser hermoso, yo no decidí ser hermoso!

 

Grito furioso, con gruesas lagrimas en sus ojos, porque estaba aterrado de pasar un celo solo, pero no quería molestar a sus amigos, ni preocupar a Angelo, ni a Saga, debía soportar ese celo adelantado por su cuenta, pero eso no significaba que no tuviera miedo y que las viejas pesadillas no regresaran.

 

-¡Y no dejaré de serlo porque ustedes piensan que pueden hacerme daño, porque soy hermoso, porque no son más que animales!

 

Minos quiso levantarse y usar sus hilos, pero no pudo defenderse cuando una zarza atravesó su costado, despertando a la rosa de su sopor, quien al ver la sangre en el piso, dejó de encender su cosmos, abandonó las zarzas e intentó atender su herida, que no era nada profunda, apenas superficial.

 

-¡Por Ares y Athena, que te he hecho!

 

Minos se sentó en el suelo, llevando una mano a su costado, para despues sonreir con esa mueca demente que siempre portaba, como un escudo, observando como su transe era modificado por su temor de haberlo lastimado.

 

-Te defendiste, pero no soy tan débil como para no soportar un golpe como este.

 

Sin embargo Afrodita ya comenzaba a quitarle la camisa, para ver su costado, enfocado en la tarea de atender sus heridas, ignorando su celo, a un alfa que le miraba con diversión pero no lo había atacado, que se sentía mucho más tranquilo al ver esa actitud mandona, que al verle acurrucado en su cama, muerto de miedo.

 

-¡Te lastime, lo menos que puedes hacer es permitirme curar tu costado!

 

Ante aquellas palabras Minos ya no hizo nada mas, permitiendo que Afrodita curara su costado, preguntandose que habia sido todo eso, porque estaba envuelto en las sabanas y porque lloraba.

 

-¿Es una orden?

 

Afrodita asintió, apartándose de su lado, buscando gasas, vendas y una aguja e hilo para cocer su piel, escuchando como Minos se levantaba de su lugar, siguiéndolo para sostenerlo de ambos brazos.

 

-Otro habría muerto por esta ofensa, pero necesito de tus plantas y no me sirve de nada que estés alterado… Afrodita.

 

Poco después lo dejó ir, sentándose en la silla que usó el día anterior, esperando por la rosa venenosa, comparando ese miedo, esas lagrimas, con aquellas que vio derramar a Radamanthys en el pasado, cuando era tan solo un niño en las manos de un senador repulsivo.

 

-Malditos sean.  

 

*****

 

Afrodita se encerró en el cuarto de baño, limpiando su rostro del llanto, buscando un poco de medicina para su celo, aunque no le servía nunca y siempre se sentía mucho peor después de ingerirla.

 

-Minos no me desea, yo puedo confiar en él, porque no me desea.

 

Trato de animarse, pero no pudo hacerlo, porque deseaba demasiado a ese hombre albino, de cabello largo del color de la nieve, ojos plateados, como de un ave de rapiña y un corazón blando, protector, con sus seres queridos.

 

-¿Porque solo pueden ser buenos conmigo cuando no me desean?

 

Se quejó, recordando un poco de su pesadilla, como podía verse a si mismo vestido como una hermosa muñeca de porcelana, apenas tenía nueve años, pero ya no era virgen y sabía lo que la persona enfrente suyo deseaba hacerle.

 

-Pero que hermosa muñeca, como un pequeño tesoro de porcelana y además de eso eres omega verdad, debes ser muy bueno complaciendo a un alfa.

 

La persona que le hablaba era un hombre fuerte, alto, con una barba gruesa, cabello negro ensortijado, usando una gabardina que cubría todo su cuerpo, pero había algo animal en su apariencia, algo que no lograba comprender, pero le aterraba.

 

-Me gustan los efebos, las ninfas, las joyas incorruptas, y tu belleza es algo que me encantara poseer mi muñequita de porcelana, mi bella flor.

 

Afrodita estaba asustado, no sabía muy bien que hacer, solo que deseaba huir, quería escapar de ese sitio y cuando el sujeto de barba tupida se alejó para empezar a desvestirse, se levantó de su asiento sin saber porque.

 

-Acuéstate en la cama pequeña muñequita, yo quiero jugar contigo.

 

Sin embargo, en vez de hacer lo que le dijo ese sujeto, al que imaginaba más animal que persona, casi como si tuviera patas de cabra en vez de piernas, por la extraña postura que usaba, empezó a correr, tan rápido como podía, sin importarle nada más, escuchando gritos a sus espaldas, sintiendo un golpe primero en su espalda, después en su rostro, pero de alguna forma se levanto y siguio su camino, sin llorar, sin saber a donde ir, chocando poco después, algunos minutos después, con una pared de granito, o eso pensó.

 

-Fijate por donde vas.

 

Afrodita vio a un hombre de cabello gris, con una expresión cruel y ojos rojos como la sangre, mirándole con una mueca de disgusto, para observar poco después a la persona que lo seguía, quien debía tener tacones, porque el sonido de sus pasos era demasiado extraño.

 

-Por favor…

 

Era Arles, quien atacó a su perseguidor con su cosmos, escuchando un grito de dolor y escuchando como un montón de agua caía en el suelo, era sangre y parecía que ese hombre le había herido con un arma.

 

-Sigueme si quieres escapar de este lugar, tengo un techo y un trabajo para ti, pero solo si te comportas, si eres alguien útil para mi…

 

Afrodita asintió, siguiendo a ese hombre de cabello gris, de mirada cruel, pero que le había rescatado de las personas crueles y miradas amables.

 

-Afrodita, me llamo Afrodita.

 

El sujeto le sostuvo del hombro, para llevarlo a otro sitio, pero antes de eso se presentó ante el, con esa voz cruel, con esa mirada distante.

 

-Yo soy Arles.

 

Minos era como Arles, un hombre cruel que cuidaba de los suyos.

 

-Pero no soy de los suyos y él no es mio.

 

*****

 

Salió para ver el torso desnudo de Minos, que aun sangraba el costado y como se lo había pedido, se recogió el cabello, esta vez en una clase de nudo que sostenía la mayor parte de esas hermosas cerdas tan suaves como la seda, del color de la nieve.

 

Sonrojandose inmediatamente al verle tan hermoso, repitiendose a si mismo que Minos era un sueño hecho realidad, preguntándose si algun dia corresponderia a sus sentimientos, a su amor por el.

 

-Siento haber herido tu costado, en realidad no pensaba con claridad.

 

Minos no le respondió, como si no quisiera hablar con él, así que se dedicó a curar sus heridas en silencio, observando cómo sus músculos se movían debajo de su piel pálida, como no parecía sentir dolor, relamiendo sus labios al pensar en ese cuerpo creado para la batalla.

 

-Ya esta… ya no seguirás sangrando.

 

Afrodita recorrió el costado de Minos entonces con las puntas de sus dedos, con reverencia, admirando su belleza y su piel pálida, tan hermosa como la nieve, tragando un poco de saliva al pensar que deseaba ver mas de ella.

 

-Podrias… podrias desvestirte.

 

Minos le observó con una expresión fría, molesta, algo distante y por un momento pensó que le diría que no lo aceptaba, que no deseaba estar a su lado, ni quitarse la ropa, no le daría el placer de verle desnudo.

 

-Esto le restara un mes a mi cautiverio Afrodita.

 

Afrodita guardó silencio por unos momentos, porque recordaba que las ocasiones especiales costarían una semana, no un mes, y como si Minos entendiera su próxima pregunta lamió las puntas de sus dedos, que tenían su propia sangre.

 

-Me lastimaste y eso podría liberarme de tus ramitas, mi dulce rosa, pero el que no me vaya, el que me desnude y el que te permita realizar lo que sea que deseas, te costará un mes.

 

Eso lo dijo levantando su dedo índice, esperando escuchar su respuesta, pero aún así asintió, deseaba verle desnudo, deseaba tocar su piel pálida.

 

-Pero además me permitiras tocar tu piel, recorrerla con mis manos desnudas.

 

Minos asintió al escuchar sus palabras, le dejaría tocar su cuerpo, su piel, pero le restarían un mes de su acuerdo, el ganaba de todas formas.

 

-Está bien, será un mes.

 

Afrodita se apartó para ver como Minos comenzaba a desvestirse sin pena, sentándose en la cama en donde antes estaba acurrucado, la que estaba cubierta de sangre, tragando un poco de saliva.

 

-Acuéstate… acuestate por favor…

 

Minos lo hizo, primero de espaldas, observando como él también se iba desnudando, con demasiada lentitud, mirándole fijamente, cuando se acostó a su lado, rodeando su cintura, para suspirar con delicadeza.

 

-Eres hermoso…

 

Minos lo sabía, era hermoso pero no tanto como su acompañante que como si fuera un truco de magia de pronto, en sus manos, le mostró una rosa, con la cual comenzó a recorrer su piel desnuda, lentamente.

 

-Y tu eres un pervertido, un omega que le gusta jugar con fuego, porque yo sigo siendo un alfa…

 

Era cierto, era un omega, su celo estaba presente y sentía su piel arder, pero también sentía deseo por este alfa, que se dedicaba a observar cómo sus manos iban recorriendo su piel desnuda, sin hacer nada más.

 

-Me gustaría quemarme Minos, pero se que no tengo tanta suerte.

 

*****

 

Saga veía a su arquero dormir plácidamente en su cama, encontrandolo sumamente hermoso, tanto como el primer dia en que lo vio, un muchacho rico, el hijo de un mercader, un omega con demasiados hermanos, pero como su gemelo, le gustaba el peligro y se había enamorado de ese muchacho.

 

-Quieren destruirlo Saga, lo sabes muy bien.

Lo sabía porque Arles, o debería llamarlo Ares, le enseñó durante sus años como patriarca su pasado, pero suponía que el dios deseaba que lo recordara todo de nuevo, para atormentarlo.

 

-Y solo con mi ayuda podrás mantenerlo seguro de Pan, el dios que educó a Zeus, que educó a Dionisio, el dios que desea destruir la belleza y la pureza, el dios vil que ya nos lo ha arrebatado en más de una ocasión.

 

Saga asintió, pensando que era gracioso como nunca podría apartarse de Ares y como el dios de la guerra, amaba a su omega, lo deseaba con locura, mucho más de lo que deseaba a la diosa del amor.

 

-Me necesitas.


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