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Los lazos que nos unen. por Seiken

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Aiacos tomó una decisión, simplemente porque deseaba confirmar lo que suponía que estaba pasando en ese templo tan colorido, con hermosas flores que podrían acabar con tu vida en tan solo segundos, caminaba casi contoneándose, como si fuera el dueño de todo ese sitio, deteniéndose frente a la puerta, enderezando su espalda, para dar un paso en el interior de Piscis, observando comida en la mesa. 

 

-Pasta a la boloñesa. 

 

Pronunció con diversión, tomando todo el plato, que era suficiente para dos y comenzó a comer de él, caminando en dirección de la habitación principal, para ver con sus propios ojos, como Minos, vestido con una sexy bata rosa con muchos olanes, abrazaba a la plantita, que estaba acurrucada en sus brazos. 

 

-Esto es nuevo… 

 

Aiacos ladeo la cabeza una o dos veces, tratando de comprender lo que veía, para relamer sus labios y sentarse frente a ellos, comiéndose su pasta con demasiada alegría, demasiado divertido, esperando a que alguno de los dos descubriera su presencia en ese cuarto. 

 

-Buenos días dormilones. 

 

Pronunció cuando por fin empezaban a despertar, notando ahora como se estaba comiendo su rebanada de tiramisu con un tenedor, aun sentado a un lado de su cama, con una expresión que esperaba fuera jovial, sintiendo los hilos de Minos rodeando su cuerpo, para lanzarlo lejos de esa habitación, quejándose cuando cayó al suelo. 

 

-Se dice buenos días, Minos, pensaba que conocías un poco de modales. 

 

Minos salió de prisa aun cubierto por su bata colorida, que hizo que Aiacos se riera de tan solo verlo, enseñandole su pulgar en un símbolo de ánimo, se veía guapo con ella, aunque era demasiado floreada para el aburrido gusto del mayor de los tres. 

 

-Bonita bata, no sabia que te gustaban los olanes o el color rosa, aunque le da color a tus mejillas. 

 

Minos estaba furioso, ni siquiera sabía la razón de ello, pero si que deseaba que Aiacos se disculpara, quien se levantó de la cama con lentitud, sacudiendo su ropa, con la misma sonrisa de oreja a oreja. 

 

-¿Qué estás haciendo aquí? 

 

Aiacos se encogió de hombros, escuchando unos pasos acercándose a esa habitación, eran los pasos de Afrodita, que estaba cubierto con otra bata con encaje, de color blanco y varias cintas de colores claros. 

 

-Vine a conocer a tu omega, no todos los días sucede que Minos decide permanecer a lado de una belleza como tu. 

 

Aiacos respondio acercandose a Afrodita, para besar el dorso de su mano, con una actitud completamente galante, haciendo que la rosa se sonrojara, escuchando una queja de Minos, que no estaba contento con esa actitud seductora. 

 

-Vamos hermano, no te pongas celoso, sabes que mi omega se llama Violate y que ella es todo lo que necesito para ser feliz. 

 

Le recordó, notando que Minos estaba molesto, como si estuviera celoso y no era para menos, esa hermosa rosa era sin duda una belleza imposible de ignorar, completamente perfecta en todos los sentidos. 

 

-No actúes como un alfa posesivo, eso no es agradable. 

 

Minos al escuchar esas palabras negó eso, no estaba actuando como un alfa posesivo, en realidad, lo único que le importaba era que Aiacos no tenía derecho alguno a ingresar a ese templo, a comerse la comida de Afrodita, a presentarse sin ser invitado. 

 

-No digas tonterías, solo estoy haciendo lo correcto, no es como si estuviera interesado en el, lo unico que deseo son sus plantas, sus ojos recorriendo todo el santuario. 

 

Esa respuesta hizo que Afrodita desviara la mirada, porque hasta ese momento lo había pasado muy bien, Aiacos al ver esa expresión de dolor ladeo la cabeza, notando la extraña molestia de Minos, como si no estuviera seguro del todo de su respuesta. 

 

-Pues eres un estúpido, no todos los días conoces a una belleza como Afrodita y dicha belleza está interesada en ti, aunque eres el tipo más aburrido del universo, no del universo, de todos los universos. 

 

Minos negó eso, sin percatarse del dolor visible en Afrodita, que seguía desviando la mirada, notando su rebanada de pastel en el piso, haciendo que Aiacos suspirara, llevando sus manos a su cadera. 

 

-Eres un idiota Minos.

 

Afrodita sabia que Minos no lo deseaba y que no lo amaba, pero se sintió bien imaginarlo por unos momentos, recibir su cariño, su protección, como si fuera cualquier omega, no uno como él, que ya había pasado por otras camas, por muchas manos, sintiéndose como alguna clase de juguete roto. 

 

-Minos tiene razón, únicamente estaba haciendo lo correcto, pero ya me siento mucho mejor, ya no es necesario que se quede conmigo, todo estara bien, ademas, su hermano seguramente los necesita. 

 

Aiacos no tenía que ser un juez de las almas o leer el libro de su vida, para saber que Afrodita estaba mintiendo, el pobre tonto se había emocionado del único ser sin sentimientos que jamás había existido, al menos, desde que fue traicionado por su bellísima esposa. 

 

-Yo solo necesito darme un baño y estaré como nuevo, eso es todo. 

 

Minos estuvo a punto de negarse a salir de ese templo, sin embargo, Aiacos estaba presente y no deseaba escuchar lo que fuera que tenía que decirle, porque en ese momento, se molestaria mucho más. 

 

-Recuerda tu promesa Afrodita, necesito de ti, en tus cinco sentidos, la vida de Leviatán pende de un hilo. 

 

Afrodita asintió, cerrando un poco más su bata de dormir, para verle marchar, después de llamar a su armadura y depositar su bata prestada en una silla, no muy lejos de la mesa donde antes estaba la comida que dejó Angelo. 

 

-Por supuesto, yo siempre cumplo mis promesas. 

 

Sin decir nada más regresó a su habitación, cerrando la puerta detrás de sí, dejándose caer poco después, cubriendo su cara con sus manos, sintiendo como unas lágrimas traidoras resbalaban de sus ojos, mojando sus mejillas y después el piso. 

 

-Eres la peor persona de este mundo, Minos, tu actitud, tu frialdad ha herido a demasiados, en realidad, creo que Pasifae te traiciono por eso, el buen emperador, que no se preocupa por nada más que su deber. 

 

Minos volteo a verle, sin decir nada al respecto, porque aun le dolia la traicion de Pasifae, creia que nunca le dejaria de doler, pero no dijo nada más, simplemente se marchó, dejando solo a Aiacos, que suspirando, también se marchó. 

 

-No deberías dejarle ir. 

 

Aiacos le dijo al ver que Minos abría las alas de su armadura, para marcharse de ese sitio volando, sintiendo como lo detenían colocando una mano en su hombro. 

 

-Es un soldado poderoso, si, hermoso, también, pero su orgullo arruina su belleza y es uno de los pecados que más odio. 

 

Aiacos nego eso, soltando a Minos, que se elevó en el aire, pero aun podía escuchar lo que él tenía que decirle. 

 

-Un pecado del que tú te encuentras lleno hasta reventar, estúpido Minos. 

 

*****

 

Aioria caminaba lentamente en el santuario, a lado suyo se encontraba Ikki, el poderoso santo del fénix, entre los dos tenían una orden que seguir, debían llevarse a Leviatán con ellos, la pequeña en los brazos del espectro rubio. 

 

Eso haría que su omega saliera de su escondite, y esperaban que eso también, logrará que Kanon perdiera la razón, si aún conservaba el sentido después de su combate, o la vida, porque no podían dejar que siguiera en pie, que aún viviera para enfrentarse a Dionisio, que esperaba al primero de los frutos. 

 

Radamanthys se encontraba sirviendo comida en tres platos, dos de tamaño normal, extendidos y otro mucho más pequeño, con una linda cuchara con la forma de un pulpo morado, de colores llamativos, que hacía juego con el pequeño plato donde sirvió la porción de su pequeña, que tenía delante suyo un vaso de entrenamiento. 

 

Unos pequeños lujos que habían conseguido en Rodorio, al menos Kanon, cuando fue a buscarlos, él no deseaba salir del santuario, aún estaba asustado por el bienestar de su pequeña. 

 

Kanon sostenía a su princesa en sus brazos, jugando con ella, haciéndole algunas caras chuscas que le hacían reír, una risa estrepitosa, que les hacía sonreír a ambos, en especial, cuando Radamanthys por fin se sentó frente a ella, tomando un poco de comida en la cuchara, enfriandola al soplarle, para intentar que comiera un poco del guiso sencillo, de zanahorias con carne, que se veía mucho más como un puré. 

 

-Aquí va un navio, navio cargado de zanahorias… 

 

Jugo con ella, dándole su comida, apenas la punta de la cuchara, su niña nunca había sido quisquillosa y siempre comía todo lo que necesitaba, sin contar que le gustaban demasiado las zanahorias, tal vez por ese sabor dulce que tenían al cocerse. 

 

-Eres una buena niña que come sus vegetales… 

 

Ella rió al escuchar esas palabras, pidiendo un poco más de comida, que Radamanthys de nuevo enfrió al soplarle, escuchando de pronto unos pasos, eran dos invitados inesperados, dos guerreros a los que ya había enfrentado e inmediatamente lo pusieron nervioso. 

 

-Aioria. 

 

Pronunció inmediatamente Kanon, pues, nunca había congeniado con el santo de leo, quien para él no solo era un mojigato, también un hipócrita, ya que muchas ocasiones había visto cómo seguía a Milo, como si lo estuviera acosando. 

 

-Ikki… 

 

Con Ikki era una historia diferente, el hermano mayor de Shun le agradaba, no obstante, esa postura era sin duda alguna ofensiva, como si estuvieran a punto de enfrentarse y era extraño, que caminara hombro con hombro a lado de Aioria. 

 

-Sostén a Leviatán, Radamanthys… 

 

Radamanthys asintió, escondiéndose detrás de su alfa, que aún aparentaba tranquilidad, pero en cuestión de segundos podía enfrentarse a esos dos, si acaso deseaban lastimar a su familia. 

 

-No es que no sean recibidos en mi casa, pero como pueden ver, estamos alimentando a nuestro tesoro, así que porqué no se marchan y nos dejan seguir con nuestras tareas. 

 

Ikki se detuvo a unos pasos de la mesa, sosteniendo la taza entrenadora que tenía la graciosa imagen de un elefante, siendo la trompa aquello por donde tomaba el bebé su jugo. 

 

-¿Un espectro Kanon? 

 

Pregunto Ikki, apretando la taza entre sus dedos hasta que se rompió, observando al espectro detrás de Kanon, cómo actuaba como si fuera inocente, como si no pudiera controlar al astuto guerrero de géminis usando sus feromonas. 

 

-Te imaginaba con mejor gusto, mucho más inteligente. 

 

Kanon le hizo una señal a Radamanthys, elevando su cosmos, sintiendo el puñetazo de Aioria derribarlo al perder la respiración, ese santo era sin duda el más rápido de los catorce, también era sumamente poderoso. 

 

-No pensé que serías seducido por el primer omega que demostró interés en ti, un espectro, este espectro entre todos los demás. 

 

Radamanthys sabía que no podía pelear con ellos, eso pondría en peligro a su pequeña, así que retrocedió, apenas unos pasos. 

 

-Estoy tratando de salvar tu alma, entregamos a esa niña y a ese espectro, eso será lo mejor para ti. 

 

Kanon negó eso, elevando su cosmos, atacando a sus dos visitantes, al mismo tiempo que Radamanthys salía del templo de géminis, que estaba entre el templo de cáncer y el de tauro, no obstante, nadie estaba en esas dos casas, Aldebarán estaba prácticamente encerrado en Aries, Angelo vivía en Capricornio. 

 

-¡Nadie tocará a mi familia! 

 

Todos los omegas sintieron esa energía elevándose en el santuario, y comprendieron que necesitaban ayuda, inmediatamente. 

 

-¡No tocaran a mi bebé, menos a mí omega! 

 

El problema eran los alfas, que no pensaban con claridad, que no dejarían que sus amados fueran lastimados, que se alejaran de su presencia. 

 

-No tenemos porque enfrentarnos Kanon, pero te mataré si no te haces a un lado. 

 

Ikki no quería matar a Kanon, Aioria por otro lado si lo deseaba, era un traidor, un gran mentiroso, uno de sus enemigos, debía morir por su traición al santuario. 

 

-Yo no tengo reparo de hacerlo. 

 

*****

 

Radamanthys atravesó el templo de géminis con ella en sus brazos, debía mantenerla segura, eso era lo más importante en ese momento, comprendiendo bien que si peleaba con ellos, podían matarla de un solo golpe. 

 

-Todo estará bien, tu alfa es muy fuerte, puede derrotarlos sin problemas. 

 

Pero se detuvo al ver en la salida una silueta familiar, vestida con una surplice, era el, era Valentine, que le miraba con esos ojos rosas e inhumanos, su expresión lívida, completamente furioso. 

 

-Mi amado señor… 

 

Eso lo pronunció con burla, esperando que detuviera su carrera, la vida de la mocosa era de suma importancia para el hermoso Wyvern. 

 

-¿Se acuerda de mí? ¿Se acuerda de su fiel Valentine? 

 

No entendía muy bien de qué estaba hablando Valentine, quien elevo su cosmos, para atacarlo, como si quisiera quitarle a su bebé de sus brazos, cortando su mejilla con sus garras. 

 

-Todo este tiempo era él quien pudo poseerlo, pero no sé porqué, tal vez porque pudo vencerte, porque te mordió, porque eres una ramera, una prostituta de Babilonia, pero aún así te amo, aún así te quiero. 

 

Radamanthys seguía esquivando los golpes de Valentine, pero era muy difícil, siempre había sido muy fuerte, no tenía su armadura y sobre todo, tenía que mantenerla segura por sobre todo. 

 

-Limpiare su honor matando a esa blasfemia y como pago a mi lealtad, tendrá que entregarse a mí, tendrá que ser mi omega.

 

Radamanthys apretó los dientes, atacando a Valentine, que esquivó su técnica para después reírse, relamiendo sus labios, al escuchar el otro combate. 

 

-Nadie le hará daño a mi bebé, no mientras yo viva. 


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