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Los lazos que nos unen. por Seiken

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Kanon estaba recargado contra una de las columnas, pensando en el daño que le habían hecho a Radamanthys, lo que había permitido que pasara, cuando le prometió que nunca volvería a sufrir por culpa suya, pensando en el pasado, en el momento en el que intento llevarse a su enemigo, junto a su vida. 
 
Despertaron juntos, de alguna forma que no alcanzaba a comprender los dos estaban vivos, el podía moverse, con algo de dificultad, Radamanthys estaba casi muerto, o eso pensó, porque al acercarse e intentar tocar su cuerpo, sujeto su muñeca, alejándolo de su cuerpo con la fuerza que le quedaba en su cuerpo maltrecho.
 
También percibió un aroma exquisito, uno que ya existía en el Inframundo, un perfume delicioso que llamo al alfa en él, su bestia interior, la fragancia de un omega, que provenía de Radamanthys, el espectro que se dijo su enemigo, quien al ver su actitud, se alejo de un solo movimiento, quejándose por el esfuerzo que eso implicaba para su cuerpo cansado, llevando una mano a su costado.
 
—Aléjate de mí, Kanon.
 
Fue su advertencia, a un metro de distancia a lo mucho, tratando de ponerse de pie, perdiendo el equilibrio casi inmediatamente, sonrojándose, con una expresión que Kanon encontró encantadora, maldiciéndolo a él y a su suerte, lo supuso por sus dientes apretados, que no hacían en nada más que atraerle.
 
— ¿Es porque soy un alfa?
 
No sabía en donde se encontraban, ni cuanto debían avanzar antes de encontrar un asentamiento humano, ni porque deseaba recibir alguna respuesta de su enemigo, al que sostuvo de su brazo, ayudándole a mantenerse de pie, lo único que sabía era que la guerra parecía haber terminado al fin.
 
—Es porque eres mi enemigo. 
 
La respuesta de Radamanthys fue justo como la imaginaba, sonriendo, cuando le permitió ayudarle a caminar, sin pelear con el de nuevo, ni tratar de soltarse de sus brazos, pues sostenía una de las muñecas del juez del Inframundo con una de sus manos, con la otra le ayudaba a mantener el equilibrio.
 
—Te ayudaré a llegar a una población, allí atenderemos tus heridas y podremos continuar con nuestro combate. 
 
Radamanthys apenas podía moverse, partes de su armadura cubrían su cuerpo y su perfume natural seguía llamando a su alfa, como decía Shion que pasaba cuando te encontrabas al omega indicado, el viejo maestro que se trataba de todo un romántico, cuya mirada de siglos, le hacía pensar en el hogar, en potajes calientes, en comodidad, en historias de amor que les enseñaba a dos gemelos impresionables, para que comprendieran como debían actuar con cualquier omega.
 
—Nadie te pidió ayuda. 
 
No le había pedido ayuda, aun así, Radamanthys le permitía cargarlo, ayudarle a caminar, porque apenas podía moverse, debido a su combate y al celo que le afectaba, haciendo que sus movimientos fueran torpes, lentos, su respiración entrecortada.
 
—Solo estoy siendo caballeroso con un omega. 
 
Radamanthys estaba a punto de quejarse, tal vez, empujarlo para poder soltarse e intentar seguir su camino por su cuenta, no obstante comenzó a toser, escupiendo sangre, que mancho sus labios, roja, como aquella que escurría en su cabeza, manchando su rostro.
 
—No necesito ayuda de ningún alfa y estas heridas no son nada, a comparación de muchas otras. 
 
Kanon ignoro su respuesta, modificando la postura de Radamanthys, para que más de su peso fuera soportado por su cuerpo, avanzando lentamente, un camino tortuoso porque debía luchar con sus propios instintos, los que controlaba perfectamente, pero aun así, el espectro le atraía como ningún otro jamás lo había hecho.
 
—Déjame aquí, yo ya no puedo continuar mi camino. 
 
Radamanthys ya no podía seguir caminando, sus rodillas se le doblaban y comenzaba a sentirse verdaderamente incómodo, debido a la humedad de su cuerpo, que no hacía más que empeorar con la presencia de Kanon a su lado, ese aroma de alfa que lo estaba volviendo loco, pero debía controlarse, era su enemigo, al que tenía que destruir.
 
—No quiero que ningún pervertido te haga daño, eso me haría sentir muy culpable. 
 
Además, de que prefería ser el pervertido que sedujera al espectro para convencerlo de compartir su lecho, de ser posible durante ese celo, pero si no pasaba, tampoco dejaría que un alfa cualquiera tratara de lastimar a su enemigo, solo porque pudo barrer el suelo con él.
 
—Si ya no puedes caminar, entonces, deja que te lleve cargando. 
 
Intento cargarlo, pero el espectro no lo permitió, apartándose, abrazándose a sí mismo para tratar de controlar su celo, que se estaba volviendo insoportable, haciendo que Kanon casi trastabillara también, debido a la potencia de las feromonas que expedía, sus dientes apretados, sus ojos cerrados, sufriendo debido al calor de su cuerpo.
 
— ¡No! No me toques, si me tocas lo harás peor. 
 
Radamanthys estaba desesperado, Kanon, al escucharle se sonrojo, sus mejillas pintándose de rojo, inmediatamente al pensar en las implicaciones de esa petición, al pensar que si tocaba al espectro, lo haría peor para él.
 
—Busquemos un lugar a donde dormir, para que puedas encargarte de ese problema, yo haré guardia.
 
Radamanthys ya no pudo responderle y Kanon lo llevo en brazos hasta un lugar que esperaba fuera seguro, sentándose a los pies de un árbol frondoso, cuyas copas los protegían del sol, escuchando los estremecimientos del omega a su lado, que luchaba por no acariciar su cuerpo.
 
—Esto es tan humillante... 
 
Kanon pensaba lo mismo, estaba demasiado excitado únicamente por admirar su aroma y por escuchar sus gemidos, imaginándose esas manos recorrer su cuerpo, la expresión que tendría su rostro, el placer reflejado en esa cara que hasta el momento solo había mostrado desprecio, tal vez furia, no deseo.
 
—Ni que lo digas. 
 
Kanon relamía sus labios, esperando que Radamanthys pudiera hacerse cargo de su problema, dándole la espalda, llevando su mano a su propia hombría, sintiéndose como todo un pervertido, porque no debería tocarse, cuando ese omega estaba sufriendo su celo, debía darle privacidad y sobre todo, no comportarse como un adolescente.
 
—Esto... 
 
Radamanthys no podía encontrar un ritmo que le gustara, una forma de complacerse, era como si su cuerpo se negara a escucharlo y el aroma de Kanon, únicamente lo hacía peor, mucho más, al ver como se acariciaba a sí mismo, con los ojos cerrados, su sexo erguido, tanto como el suyo.
 
— ¡Esto es inútil! 
 
Grito furioso, gateando hasta donde estaba Kanon, para pegarse a su espalda, llevando sus manos a la hombría del santo dorado, acariciándola sin pedirle permiso, relamiendo sus labios con deseo, sorprendiendo a su enemigo, que volteo, para verle con esa expresión que rallaba casi en la locura.
 
—No me dejas concentrar... 
 
Kanon quiso quejarse, porque él era quien estaba sufriendo por culpa de su celo, al tener la cercanía de un omega que no ocultaba su lujuria ni se interesaba en controlar sus feromonas, una queja que Shion diría era absurda, porque no eran animales y si actuaba en contra de los deseos de cualquiera, quien se trataba de una bestia era él, toda la culpa era suya.
 
—Responsabilízate por eso. 
 
Kanon quiso decirle que no era su culpa que no pudiera alcanzar su orgasmo, cuando Radamanthys le beso con fuerza, aun sosteniendo su hombría entre sus manos, gimiendo cuando su lengua choco en contra de la suya, recibiéndole hambriento.
 
—Ríndete ante mí, Kanon, y seré el mejor de los omegas, por este celo. 
 
No le dio tiempo de responder, de aceptar su rendición, porque inmediatamente Radamanthys le empujo para que se recostara de espaldas, usando su fuerza, sus ojos brillando en la oscuridad, ojos amarillos que solo reflejaban deseo.
 
—Solo deja que pase, ríndete. 
 
El dejaría que pasara lo que Radamanthys deseara en ese momento, lo que fuera, si seguía tocándolo de aquella forma tan desinhibida, comportándose como todo un incubo haría, su boca rodeando su hombría, al mismo tiempo que llevaba sus dedos a su propio cuerpo, para acariciarse con ellos.
 
—Me rindo... 
 
No se imaginaba que ese día terminaría con el espectro brindándole placer con su boca, preparándose para ser poseído, pero le gustaba ese final, tal vez demasiado, mucho más, al ver ese cuello blanco, que se le antojaba morder, para marcarlo para él, y aun así no lo hizo, porque antes de que hincara sus dientes en esa piel suave, el espectro se aparto para acomodarse sobre su hombría con las piernas bien abiertas.
 
— ¿Solo esto se necesitaba? 
 
Radamanthys comenzaría a alardear su victoria supuso, así que antes de que pudiera seguir fanfarroneando, lo sostuvo de las caderas para empalarlo de un solo golpe, llegando tan profundo como podía, su sexo hundiéndose en su calor, con un sonido gutural, completamente salvaje.
 
— ¡Eres mío!
 
Lo informó, apretando los dientes, viendo ese cuerpo curvarse, chupando uno de sus pezones, acercando su boca a la rosada punta, que succionó con fuerza, pellizcando la otra, girándola, para recibir un gemido del espectro, que se sostuvo de su cabeza, gimiendo con mayor fuerza, una y otra vez, dejándose poseer, saltando al ritmo de sus embistes con un sonido húmedo.
 
— ¡Yo te he conquistado!
 
Radamanthys no negó eso, besando sus labios para silenciar su boca, permitiéndole llegar tan profundo como lo deseaba, entregándose a él, de una forma salvaje durante ese celo, que aun recordaba y pensó, podrían repetir en este otro, que habrían repetido, de no comportarse como un estúpido, dejándole solo, cuando sabía que estaba demasiado borracho, que su celo no le dejaba moverse con facilidad.
 
Desde aquella fecha habían pasado dos años, durante el primero no supo nada de Radamanthys, en el segundo, pudo acercarse a él y el propio Minos, le permitió seducir a su amado espectro, con la condición de nunca permitir que cualquier clase de daño le sucediera al que decía era su hermano.
 
—Les falle... 
 
Minos no quiso responderle, tampoco se apartaría de aquella pared, no hasta ver a su hermano, esperando que pronto abriera los ojos y que le dijera, quien había sido el bastardo que le hizo daño.
 
*****
 
Al mismo tiempo, Aiacos sostenía un bulto envuelto en tela negra, e intentaba salir del Inframundo, ese bulto estaba vivo, ese bulto balbuceaba algunos sonidos que bien podían ser palabras, ese bulto tenía un año y cabello rubio, ensortijado, así como dos ojos azules en los que podías perderte. 
 
Ese bulto se llamaba Leviathan, que había nacido en el Inframundo y que necesitaba de su omega. 
 

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