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Los lazos que nos unen. por Seiken

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Aioros se deba cuenta que le temía a Pan por sus recuerdos del pasado, por todo el dolor sufrido en sus manos, pero que ahora, al comprender que tenía cosmos recorriendo su cuerpo, que era tan fuerte como Saga y que su alfa estaba seguro, porque se trataba del dios de la guerra, porque estaba decidido, quería estar con él, sin importar lo que pasará en el futuro. 
 
Y porque deseaba vengarse, deseaba que pagarán por el dolor de esa vida, de varias vidas en realidad, por tener que verle morir en más de una ocasión, pero, como pensaba que no podía vengarse del que inicio todo ese dolor, que era Radamanthys, porque su alfa, Kanon lo protegía de cualquier peligro. 
 
Pan tendría que sufrir por los tres, y no negaba que no le molestaba la idea de hacerlo sufrir, de golpear su cuerpo, de llenarlo de flechas, para que comprendiera bien, la clase de dolor que sintió al ver a su alfa morir frente a sus ojos. 
 
Aioros disparó en dirección del cielo cuando dio con Pan, que aun trataba de huir, con una expresión serena, esperando por escuchar un grito de dolor cuando la primera flecha empezó a caer, como una lluvia, sobre el cuerpo de la criatura que huía como un cobarde. 
 
Pan sintió la primera flecha dorada clavarse contra su espalda, seguida de varias más, quejándose, cayendo de rodillas, para voltear, observando al hermoso arquero, ese omega que le temía, con una expresión serena, la clase de expresión que usa un soldado en un campo de batalla. 
 
-Pensaste que siempre te tendría miedo, que huiría de ti o caería de rodillas, pero, los dioses se han apiadado de mí, la noble Athena me ha seleccionado como uno de sus guerreros de justicia y estoy seguro que me agradecerá el destruirte con mis flechas.
 
Pan se arrancó una de las flechas de su espalda, para lanzarla al suelo y elevar su cosmos, como nunca había hecho, no desde que conoció a Dionisio y otros seres poderosos, usando su cosmos para él. 
 
-Te arrancaré esa insolencia junto con tu lengua y tus ojos, maldito omega. 
 
Su cuerpo empezó a cambiar, creciendo de tamaño, cubriéndose de pelo, negro, sucio, como el de un animal abandonado, sus cuernos también se retorcieron, sus dientes afilados sobresalian de un hocico afilado, como de un mandril, sus manos antes humanas, se veían como garras afiladas, sus pezuñas cambiaron de color por un negro profundo, Pan después de miles de años, presentaba su dantesca apariencia, todo por culpa de un omega. 
 
-Y aunque corras y huyas, yo te destruiré, te haré suplicar piedad, pedirme perdón, suplicar por ser mi omega y por entregarme a cada uno de los cachorros que nazcan de tu cuerpo. 
 
Aioros solamente mostró desagrado, porque le encontraba mucho más repugnante que antes, una masa de músculos, pelo y cuernos de al menos unos tres metros, con ojos amarillos, que brillaban en la oscuridad, una criatura deforme, monstruosa, que no le causaba miedo, solo asco. 
 
-Eres mucho más feo de lo que pensé, pero, yo no te tengo miedo y nunca más te tendré miedo.
 
Aioros vestía su armadura y elevaba su cosmos, preparándose para el golpe que vendría de la criatura que se lanzó en su contra con un retumbar del suelo, con las flechas doradas aún clavadas en su espalda, esquivando el primer golpe, sosteniéndose de sus cuernos, para subir sobre su espalda y después, saltar hacia atrás, apartándose de la bestia, que de nuevo se lanzaba contra él. 
 
-Pero antes de arrancarte la lengua y los ojos para quitarte esa rebeldía tan molesta, te arrancaré gritos de placer, volveré a preñarte. 
 
Como respuesta, una criatura alada se estrelló contra Pan, lanzandolo lejos, para después, sosteniendo uno de sus cuernos, azotarlo varias veces contra el suelo, como si fuera un saco de carne, clavando su cuerpo en varios cráteres que se iban formando. 
 
-Saga, sabía que vendrías, mi alfa. 
 
Saga colocando un pie en el cuello de Pan, tiró de uno de sus cuernos, para arrancarselo con sus propias manos, riendose al escuchar el grito de dolor de su enemigo y como Aioros simplemente se limitaba a observar esa batalla, con el debilitado dios antiguo. 
 
-Pero, yo quiero ser quien lo mate, por favor. 
 
Saga se hizo a un lado, con el cuerno de la criatura aun en sus manos, el cual empezó a oprimir entre sus dedos con fuerza, hasta que se destruyó, quebrándose en pequeños pedazos que cayeron al suelo. 
 
-Como tu quieras Aioros. 
 
Pan lentamente empezaba a levantarse, sosteniendo la zona en donde antes había un cuerno, pero ahora solo carne viva, sangrando sangre roja, que iba creando un pequeño charco en el suelo a sus pies. 
 
-Solo así podría vencerme un omega, no son más que criaturas para el placer, no son nada y los destruiré a todos ustedes, a todas las mujeres, a todos los niños, les arrancaré gritos de dolor, pero tu serás el primero de ellos. 
 
Pan volvió a reírse, creyendo que tenía alguna oportunidad de lastimar a Aioros, quien le veía con la misma expresión serena, elevando su arco, para dispararle a su enemigo, justo enmedio de los ojos, donde una flecha dorada se clavó, porque no le veía ningún caso a torturarlo, eso nunca le había gustado, aunque lo pensó en un principio, solamente para hacerle sufrir como él padeció en sus manos. 
 
-Yo le habría hecho sufrir un poco más, se lo merecía. 
 
Así era, pero tenía problemas mucho más importantes en ese momento, como por ejemplo, que vieron a su Saga transformado en Arles, que ahora su hermano tendría una razón y una oportunidad, para destruir al alfa que según él se estaba aprovechando de su inocencia, porque seguia viendolo como un niño, no como un adulto. 
 
-Debemos irnos, tenemos que huir antes de que empiecen con su cacería, porque los dos sabemos, que no te dejarán vivir por más tiempo. 
 
Arles veía fijamente a su omega, comprendiendo que tenía razón, pero no pudo permanecer en ese sitio, puesto que Hades perdió la cordura y secuestró a su primavera, otra vez, para llevarle al Inframundo. 
 
-Tienes razón, por supuesto mi dulce arquero. 
 
Arles sostuvo a su omega de la cintura para marcharse cuanto antes, sintiendo un cosmos acercándose a ellos, el cosmos de Aioria, que se detuvo en silencio, al ver como el dios de la guerra sostenía a su hermano, quien le respondía, sus brazos en sus hombros, listo para marcharse. 
 
-¡Aioros! 
 
Pero sin más, se marcharon al templo de la guerra, dejando solo al joven león, que ya estaba fuera del influjo del vino y se encontraba completamente horrorizado por lo que deseaba realizar, por atacar a una niña pequeña, a su omega, a Kanon, insultar a sus amigos, pero sobre todo, por darle la espalda a su hermano mayor. 
 
-¡Aioros! 
 
*****
 
Kanon apenas podía pensar con claridad, pero busco un sitio en donde esconderse, creyendo que serían traicionados por sus aliados, su omega estaba en una cama, sus heridas ya no sangraban, pero no sabían si su embarazo continuaría su curso, o se había terminado. 
 
Habían pasado una semana, el templo donde habitaba estaba oculto en el océano, era un sitio de mármol blanco, cubierto de oro por doquier, monedas, lingotes, un tesoro inimaginable. 
 
Sin embargo, el único tesoro que le importaba era su omega que seguía inconsciente, su cuerpo usando su cosmos para curar sus heridas, sintiendo que también la protección de Hades actuaba en su favor, no lo dejarían morir. 
 
Así que simplemente se mantenía de rodillas junto a su cama, sosteniendo su mano entre las suyas, usando su cosmos para revitalizar el cuerpo de su amado, que no despertaba, pero aún estaba vivo, ajeno a los acontecimientos de la superficie, de la locura que le siguió a la muerte de los dos dioses enemigos. 
 
*****
 
Una semana atrás, Minos el sentir los tres cosmos, como iban sucediéndose combates, aun con su sobrina en sus brazos, quiso escapar del santuario, porque no confiaba en las buenas intenciones de los santos de Athena y usaría su descuido, para huir, ya fuera el Inframundo o fuera de este, la niña en sus brazos no sería lastimada. 
 
-¿A dónde vas? 
 
Minos intentó marcharse, tan rápido como podía hacerlo con la pequeña en sus brazos, deteniéndose cuando unas rosas se clavaron delante de él, evitando que diera un paso más en aquella dirección, observando a la rosa, o la planta carnívora, que le veía con una expresión adolorida. 
 
-No confío en el santuario.
 
Minos respondió con seguridad, arrullando a la pequeña, esperando que Afrodita ya no le detuviera más, quien a su vez no entiendo su temor por el santuario, porque deseaba marcharse de aquel sitio, porque le habían ayudado, los mantuvieron seguros después de todo. 
 
-¿Porque no? ¿Acaso no les dimos nuestra ayuda? 
 
Les habían dado ayuda, pero no sabía porque razón lo hicieron, pero sí que su dios escapó de las tierras de Athena, que su hermano era el consorte de una cosa, de un dios antiguo, que su pequeña era su semilla, así que, no sabía si la castigarían por eso y no deseaba arriesgarse. 
 
-Pero qué harán cuando sepan que esta niña es hija de un monstruo y un espectro, no creo que la protejan. 
 
Para Afrodita que había sentido la crueldad humana, era difícil pensar en lo que decía Minos, que una pequeña niña fuera un monstruo y que ellos, los guerreros de la justicia pudieran condenarla por eso, por ser la hija de un monstruo. 
 
-¿Un monstruo? 
 
Afrodita tuvo que preguntar, acercándose a ellos, para acariciar la mejilla de la niñita en los brazos del alfa con apariencia cruel que era uno de los mejores hombres que conocía, quien le veía sin decir nada, tratando de encontrar una respuesta. 
 
-Leviatán es su padre, ella debe ser otro ser oscuro. 
 
Susurro Minos, con una sonrisa triste, porque no deseaba marcharse, quería estar a lado de la planta carnívora, pero tenía una promesa que cumplir y tal vez, el santuario ofrecido, se hubiera terminado, una vez que su dios había despertado. 
 
-¡Minos debemos irnos! 
 
Ese era Aiacos apurando a marcharse, esperando que ya no perdieran tiempo, notando la tristeza y el dolor de Afrodita, que le veía con esos hermosos ojos, colocando una mano en su brazo, sintiendo que deseaba llorar, creyendo que esa amabilidad fue parte de esa locura. 
 
-Pero… te irás, sin más, sin siquiera despedirte. 
 
Minos desvió la mirada, porque no deseaba marcharse, más sin embargo, no tenía otra oportunidad, tenía que proteger a esa nenita, que era inocente de cualquier pecado de sus padres. 
 
-Fue lo que sea que estaba enloqueciendo a los alfas aquello que hizo que me desearas, no es verdad, por eso te vas, sin decirme nada… 
 
Minos negó eso, una sola vez, porque era una mentira, de alguna forma, lo deseaba a su lado, lo amaba como nunca había amado a nadie, mucho más, después de leer su libro, ver qué tan bueno era en realidad.
 
-Sin siquiera despedirte.
 
Minos beso su frente, limpiando sus lágrimas con su mano libre, esperando que Afrodita lo escuchará, que lo entendiera, notando que Aiacos observaba en otra dirección, dándoles un poco de privacidad. 
 
-No puedo quedarme, porque no voy a arriesgar a esta pequeña en mis brazos, pero, si lo deseas, puedes venir con nosotros.
 
Le ofreció, besando sus labios, sintiendo que los otros dos soldados de Athena también les observaban y solamente estaban esperando la respuesta de su amigo. 
 
-¿Que? 
 
Preguntó Afrodita, pegando su rostro a la mano de Minos, que deseaba marcharse antes de que fuera tarde. 
 
-Quiero que vengas conmigo, a mi casa, es un lugar seguro, allí esperaremos por Radamanthys y por su alfa. 
 
Eso había pasado una semana atrás, en la que habían cuidado de Leviatán, en una casa grande y empolvada, con un jardín con plantas secas. 
 
Una mansión grande, que podía ser fastuosa, pero no sabía muy bien donde se encontraban sus habitantes, en donde solo Minos y él se encontraban, Aiacos había regresado al Inframundo. 
 
-¿Tú vivías aquí? 
 
Minos asintió, esta vez era Afrodita quien cargaba en sus brazos a la pequeña, que se comportaba como un ángel y ni una sola vez había llorado. 
 
-Nuestro dios Hades nos da la facultad de disfrutar la vida, a cambio de una muerte corta.
 
Afrodita suspiro, vivir con Minos era sumamente agradable, tanto, que al ver a sus dos aliados, sintió temor, porque no deseaba que su alfa ni esa niña sufriera algún daño. 
 
-¿A qué han venido? 
 
*****
 
Al mismo tiempo en el santuario, se realizaría una votación en la cual después de dar a conocer sus opiniones, sus veredictos y sus temores, cada santo dorado tomaría una decisión. 
 
Shion no quería lastimar a una niña pequeña, Aioria creía que debían derrotar a sus enemigos, que no debían darles la oportunidad de traicionarlos. 
 
No obstante, ellos, todos ellos tomarían una decisión, en la cual, también tenía que votar Afrodita, ya que Saga y Kanon, no podían hacerlo. 
 
-Por favor, piensen que debemos hacer, seguir las luchas sin sentido, o abrazar este tiempo de paz, en el cual, cada uno de nosotros puede perseguir su propia felicidad. 
 
Aioria dió un paso al frente, seguro de sus convicciones, aunque no tanto de las de sus aliados. 
 
-Debemos proteger la tierra que nuestra diosa nos dejó, proteger a los inocentes, a los que sufren, como Aioros y Hyoga, que han sido secuestrados por nuestros enemigos. 
 
Hubo algunos murmullos y espera que a pesar de las diferencias entre Camus y él, al ser el maestro de Hyoga, quisiera protegerlo, así como Ikki, que también votaría, al ser uno de los héroes de la anterior guerra. 
 
-Cortar el mal de raíz, antes de que pueda florecer. 
 
Fueron las últimas palabras que pronunciaron, al ver que Afrodita ingresaba en el santuario, seguido de Shura y Angelo, quienes no habían dado su opinión al respecto. 
 
-Por favor, tomen una decisión justa, pero acertada. 
 

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