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Los lazos que nos unen. por Seiken

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Aioros trataba de entender el comportamiento de su hermano, que ganaba con esa locura, con ese extraño berrinche, porque no podía llamarlo de otra forma, Saga trataba de prepararse para enfrentarse con sus enemigos, él creía que aún había una forma de convencerlo de su buena voluntad. 

 

-Tengo que ir a ver a Aioria… 

 

Pronunció Aioros caminando en dirección de Saga, que arqueó una ceja, a punto de decirle que no podía hacerlo, que no lo permitiría, sin embargo, sintió las manos de su omega en su rostro, sus delicadas caricias, suspirando. 

 

-No quiero que te hagan daño. 

 

Susurro, pensando que Aioria podría lastimarlo, pero, estaba seguro de que eso no pasaría, no si su mente estaba libre de la ponzoña del dios del vino y esperaba que Saga lo comprendiera, era su hermano después de todo. 

 

-No me hará daño, solamente no creo que sepa que está haciendo, siempre ha estado solo, y tu y yo tuvimos la culpa, asi que dejame hablar con él, por favor, para que te demuestre que Aioria no es nuestro enemigo. 

 

Saga asintió, para permitirle que visitará a Aioria, pero no estaba del todo seguro que su hermano quisiera escucharlos, darles una oportunidad para estar juntos, escuchando las pisadas de su compañero alejarse de su templo. 

 

-Más te vale que no te equivoques Aioria, no te dejare lastimar a mi arquero.

 

Era una promesa de que le traería demasiado dolor, que lo destruiría, si se atrevía a lastimar a su compañero, pero, debía escuchar a su amor, darle la oportunidad que le pedía, eso era todo lo que importaba. 

 

*****

 

Shion regreso a sus aposentos, observando las flores blancas, recordando como al conocer al pequeño Dohko y verlo tan deprimido, quiso regalarle unas flores, pues, su maestro le dijo que las flores generalmente alegraban a los que estaban tristes. 

 

Dohko sonrió, por primera vez desde su llegada al santuario y supo entonces, que estaba enamorado de esa sonrisa tan hermosa, esa perfecta sonrisa, que ya no veía muy a menudo. 

 

Una sonrisa que no se parecía en nada a esa que usaba generalmente, una expresión divertida, tal vez burlona, pero no la que vio y veía cuando le regalaba esas flores blancas, que hizo que se perdiera en el tiempo. 

 

Pero no sabía qué hacer para recuperar su amor, qué hacer cuando esos celos y esa posesividad aun estaban presentes, asustandose de la intensidad de sus propios sentimientos, porque deseaba marcar su cuello, deseaba arrancarle gritos de placer, de pasión y temía, que si no se controlaba podía lastimarlo. 

 

-¿Que puedo hacer? 

 

Se preguntó sosteniendo su cabeza con ambas manos, tratando de pensar en lo que haria, si debía ir a su lado o no, escuchando un aleteo en el jardín afuera de su habitación, saliendo para encontrarse un pavo real de vistoso plumaje, que no deberia estar alli.

 

-Te… te recuerdo… 

 

Pronunció, claro y fuerte, porque había visto a esa misma ave cuando nació su amado hijo, su orgullo más grande, con quien había sido extremadamente cruel, seguramente pensaba que no lo amaba, pero en ese momento, hizo todo lo que pudo para educarlo como un patriarca, deseando dejarle su puesto, pero era Saga quien más se merecia ese lugar, aunque quiso ser justo y dárselo a Aioros, pensando que al ser un omega seria un poco menos estricto, que llegaría a pensar que lo menosprecia por eso, cuando no era así. 

 

-He sido tan idiota… 

 

El pavo real le observó fijamente, sus ojos azules fijos en los suyos, era un dios, una diosa para ser exactos, quien le veía con severidad, como si estuviera a punto de castigarlo. 

 

-Lo has sido, en efecto, pero aun asi, quiero brindarle mi ayuda al joven alfa del que estás enamorado, pues, el me ayudo a escapar de unos cazadores y le debo mucho más, de lo que jamás podrá comprenderlo. 

 

Shion la primera vez pensó que era un sueño, pero ahora, se puso de rodillas, para brindarle sus honores, sintiendo una mano en su mejilla, como ponían en su mano un huevo blanco, que absorbió parte de su cosmos. 

 

-Ve con tu amor, suplica su piedad y si te acepta, regalale este huevo que significa su amor, si es puro, de él nacerá una nueva oportunidad, un hijo de ambos, como el regalo que te di hace tanto tiempo, pero tu desperdiciaste. 

 

Shion sostuvo con cuidado el regalo de la diosa Hera, que sonrió con ternura, besando la frente del santo de Athena, apartándose un poco, porque estaba contenta, pues, el ayudo a que muchos unieran sus vidas, que muchos matrimonios se realizarán, especialmente, aquellos de sus hijos favoritos. 

 

-No lo vuelvas a arruinar, o veré, que seas castigado por los dioses pertinentes. 

 

No había nada como el fruto del amor de una unión deseada para juntar a dos almas, como lo eran estas, sin embargo, al ser alfas, era imposible que dieran a luz, sin embargo, los dioses, por mero capricho podían cumplir los deseos mortales, sólo porque así lo deseaban. 

 

-Ahora ve con él… 

 

*****

 

Afrodita se puso el vendaje como Minos se lo había solicitado, caminando con cuidado, pasos lentos, que lo llevaron a una silla, en donde tomó un asiento, notando que también había una mesa, recordando aquella vez que hizo que su juez hiciera justo eso. 

 

-¿Qué tienes planeado Minos? 

 

Minos tenía una pluma larga y blanca, como si fuera de un ave inmensa, un águila o un grifo, con la cual acarició la mejilla de Afrodita, viendo como se estremecía e intentaba quitarse la venda de los ojos, pero no se lo permitía. 

 

-Un recordatorio mi dulce rosa… 

 

Minos susurro en su oído, besando su mejilla con delicadeza, desabrochando lentamente el listo en su cuello, para recorrerlo después con las puntas de sus dedos. 

 

-O debo decir planta carnívora… 

 

Afrodita después de mudarse a vivir con Minos, había dejado de lado su promesa, creyendo que ya no tenía importancia, sintiendo como el juez iba desabrochando su camisa, sintiéndose muy nervioso por eso, porque aun tenia esperanza de ser él quien poseyera al grifo esa primera vez, pero no le preocupaba ser quien fuera poseído. 

 

-Mi Venus… 

 

Afrodita se estremeció cuando sintió la lengua de Minos recorrer su pecho, su ombligo, deteniendo sus manos en sus rodillas.

 

-Aiacos me dijo que tú eras por mucho más parecido a una planta carnívora, que a una rosa cualquiera y tuvo razón, por supuesto. 

 

Minos empezó a recorrer los músculos de las piernas de Afrodita, que estaban perfectamente delineados, aunque no eran demasiado grandes. 

 

-Quítate el pañuelo. 

 

Le ordenó, y Afrodita con las manos temblorosas le obedeció, para observar la mirada de Minos, que seguía fija en la suya, sus ojos grises, descubiertos, únicamente para él. 

 

-¿Te gusta lo que ves? 

 

Preguntó, con esa sonrisa felina que tanto le gustaba, sonrojándose mucho más al ver que estaba desnudo, de pies a cabeza, de rodillas frente a él, mirándolo con esa seguridad que lo excitaba tanto. 

 

-No hemos hecho el amor, aunque vivimos juntos y prácticamente somos una pareja… 

 

Le informo, llevando una de las manos de Afrodita a sus labios, para lamer sus dedos de una forma obscena. 

 

-Y pensé, podría poseer tu cuerpo hasta el amanecer, hacerte mío, pero sería mucho mejor, mucho más dulce si dejo que el seme en ti, haga lo que desea conmigo. 

 

Pronunció, levantándose del suelo, para tomar un lugar sobre sus piernas, recargándose en sus hombros, esperando su respuesta. 

 

-¿De qué estás hablando? 

 

Minos llevó las manos de Afrodita a a sus caderas, notando que no entendía lo que le estaba ofreciendo, lamiendo su mejilla, escuchando otro estremecimiento. 

 

-Vamos Afrodita, se que me deseas y estoy desnudo, frente a ti, supondría que para este momento ya estaría apoderándote de mi cuerpo. 

 

También recordaba cuando se le presento, haciendo que Afrodita riera bajito, acariciando la mejilla de Minos, tragando un poco de saliva. 

 

-¿Y qué es lo que deseas tu? 

 

Minos ladeó la cabeza, observándolo como si fuera especialmente idiota, preguntándose si hablaba en serio, porque si no deseara eso, no habría poder humano o divino, que pudiera hacerle obedecer. 

 

-Creo que es obvio que deseo complacerte y que estoy aquí, contigo, porque te deseo, deseo esto, aunque nunca se lo he dado a nadie y me temo, que muchos menos se han atrevido a seducirme. 

 

Minos beso sus labios, de la única forma en que podía hacerlo, con algo de fuerza y dominio, marcando la pauta de sus caricias. 

 

-Tienden a tenerme miedo… 

 

*****

 

Dohko había llegado a los cinco picos antes de lo que esperaba, sin encontrar divertida su ausencia, escuchando los pasos de su alumno, que se detuvo a su lado, pendiente de cada uno de sus movimientos, de su respiración. 

 

-¿Se encuentra bien? 

 

Dohko quiso asentir, pero no pudo, mucho menos deseaba demostrar su dolor, pero, no había mucho que hacer, nada que hacer, únicamente suspirar, controlando su silencioso llanto. 

 

-Me rompieron el corazón, otra vez. 

 

Su alumno respiro hondo, sin decir nada, abrazándolo después, dejando que se calmara poco a poco, escuchando los pasos de Shun Rei, quien también lo abrazo. 

 

-Nos tiene a nosotros maestro. 

 

Suponía que eso debía ser suficiente, pero no lo era y se preguntaba porque seguía creyendo en sus mentiras, en sus promesas, cuando era obvio que no lo amaba, no los suficiente al menos. 

 

-Y tiene un nieto… 

 

Dohko limpio su rostro, siguiéndolos hasta donde vivian, en donde pudo ver una pequeña cuna, con un niño de cabello negro en ella. 

 

-Es nuestro hijo y queremos que usted lo conozca bien, que nos ayude a criarlo. 

 

Dohko cargo al pequeño casi inmediatamente, arrullandolo, escuchando sus pequeños balbuceos, encontrandolo divino. 

 

-Se parece mucho a ustedes… 

 

Pronunció con alegría, dando la vuelta para observarlos, sonriendo, porque estaba feliz de que su amor si hubiera dado fruto, que estuvieran juntos, que fueran felices. 

 

-Me alegro tanto por ustedes. 

 

*****

 

Habían llegado a Brasil mucho más rápido de lo que pensaban y aunque no lo habían visto del todo, encontraban esas tierras hermosas, vibrantes al mismo tiempo que pacíficas, como su omega. 

 

Que no había salido de su habitación desde que llegaron a ese sitio, preocupandolos a ambos, especialmente a Mu, que ingresó en ese cuarto, apenas su hijo se quedó dormido. 

 

Sintiéndolo inmediatamente, un aroma, unas feromonas que reconocía demasiado bien, porque eran las de su omega, que estaba recostado en la cama, hecho un ovillo, tratando de calmar su malestar, solamente con su fuerza de voluntad. 

 

-¿Estás en celo? 

 

Mu llevó una mano a su rostro, cerrando los ojos, para después abrirlos, observando cómo Aldebaran asentía, dándole la espalda. 

 

-Lo siento mucho, se me fue el tiempo y las fechas, de alguna manera lo olvidé por completo. 

 

Se disculpó, respirando hondo, estremeciéndose cuando Mu tocó su frente, observando una caja de supresores con varias pastillas faltantes, muchas más de las que debía tomar. 

 

-Trate de arreglarlo, pero no pude… 

 

Mu contó cuántas se había tomado, eran demasiadas, al menos seis de ellas, tres veces la dosis recomendada para su toro. 

 

-No están funcionando y por mi culpa, nuestras vacaciones se arruinaran. 

 

Se disculpó, de nuevo, como si eso fuera su culpa, sintiendo que Mu se apartaba de su lado, para buscar un pañuelo, que se puso sobre su nariz y unos lienzos con agua fría, para tratar de controlar su temperatura. 

 

-No es tu culpa, por supuesto que no es tu culpa y que no tienes porqué pedir perdón. 

 

Mu estaba excitado, deseaba acostarse junto a su toro, disfrutar de ese celo, pero no era justo que se aprovechara de esa época del año. 

 

-Kiki está explorando la selva, no tienes porqué preocuparte por él. 

 

Aldebaran negó eso e intentó levantarse, pero de nuevo se hizo un ovillo, gimiendo, porque el aroma de su alfa empeoraba todo, su deseo, la fiebre de su cuerpo. 

 

-Yo… yo quería enseñarle Brasil… 

 

Se quejó, sintiendo las manos de Mu sobre sus hombros, quien trataba de llamar su atención, sintiéndose la peor persona del mundo, pero no podría alejarse, lo sabía bien, así había sido durante el primer celo de su toro. 

 

-Te deseó… no sabes cuánto te deseo y si tú lo deseas, puedo ayudarte a controlar los malestares, amaría hacerlo… pero solo si tú lo deseas. 

 

Aldebaran no supo qué decir al principio, porque así era como cayó en las manos de su dulce alfa, que le miraba con detenimiento, con deseo, haciéndolo estremecer. 

 

-Por favor mi toro… ten piedad de mí. 

 

*****

 

Shion se anunció elevando su cosmos, esperando que Dohko quisiera verlo, quisiera hablarle, aunque no se lo merecía. 

 

-Dohko… 


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