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Los lazos que nos unen. por Seiken

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Aioros no dejaba de pensar en lo que había ocurrido en el pasado, en lo que veía en sus recuerdos una y otra vez, como esa bestia lo acorralaba para llevarlo a su guarida, pero lo que más le confundía, era un recuerdo difuso de un alfa, un hombre amable que le sonreía, que le trataba con todo el cariño del mundo y que tal vez moría en sus brazos, no estaba del todo seguro, pero pensaba, que se trataba de Saga o alguien idéntico a su Saga. 
 
Se levantó de la cama con lentitud, sintiéndose humillado por el miedo que sentía en ese momento, el temor que dejaba que sus músculos se le paralizaban, cuando era un soldado de la diosa Athena, de la sabiduría, era fuerte y entonces, porque dejaba que el temor se apoderara de su cuerpo, mucho más aún, cuando Saga estaba siempre a su lado, pendiente de sus necesidades. 
 
Saga, que estaba recargado en la mesa donde generalmente tomaban sus alimentos, quien discutía con alguien que no estaba allí, usando dos voces diferentes, uno de sus ojos era rojo como la sangre, el otro azul, la mitad de su cabello era de ese hermoso tono del cielo y el otro como de una tormenta, o de humo, gris, el que usaba Arles. 
 
Aioros guardó silencio, cubriendo su boca con sus dos manos, escuchando lo que su amado decía, preguntandose por un solo instante que debía hacer, dar la alarma, para que lo asesinaran, para perderle de nuevo, o debía mantener silencio, la calma y averiguar qué estaba ocurriendo, permitiéndole al dios de la guerra apoderarse del santuario y de su amado alfa. . 
 
-No volverá a lastimarlo, no lo vamos a permitir, y si me dejas, estará a salvo, Saga, sabés que yo soy tu única esperanza para protegerlo. 
 
Por él había regresado Arles, por su culpa y podía ver como su alfa trataba de mantenerlo controlado, asustado por su seguridad, peleando una batalla que tal vez no podría ganar, porque suponía, que pensaba que lo rechazaría al verle asi, el tambien suponia que eso debia ser asi, pero no podía hacerlo, nunca podría alejarlo de su persona, menos, cuando claramente, estaba preocupado por su bienestar. 
 
-No le harás daño, no te lo permitiré.
 
Saga parecía sufriendo un dolor como ningún otro, sosteniendo su cabeza con ambas manos, aun después de decirle a su hermano que podían utilizar al ser oscuro en su interior, el no estaba del todo convencido, pues, este ser deseaba a su omega y de no haber muerto, ambos le habrían obligado a estar a su lado. 
 
-No queremos hacerle daño, lo sabes no es cierto. 
 
A ser suyo, por el resto de sus días, a ser su omega, a ser su esposo, a ser su esclavo si no aceptaba ninguna de las dos, porque su amado era puro, era la mejor persona que jamas habia conocido y le quería tanto, le deseaba tanto, que su vida sin él fue su castigo por sus crímenes. 
 
-Los dos lo amamos. 
 
No le creía y no se atrevía a dejar a su amado solo con Arles, porque la diferencia entre Aioros y Radamanthys, era que su omega era inocente, el espectro no, estaba casi seguro de que se trataba de un ente tan antiguo como el anciano maestro o Shion, o mucho más aún, pero su hermano le amaba y él deseaba que Kanon fuera feliz por sobre todo, como deseaba que Aioros fuera feliz, pero jamás le dejaría apartarse de su camino, pero en su cuerpo también habitaba Ares y este compartía su deseo por su omega. 
 
-Yo lo amo, tu solo estas obsesionado. 
 
Obsesión, amor, los dos eran tan parecidos en un dios, podría decir que eran lo mismo, observándose en el espejo con una sonrisa burlona, sádica, usando el cuerpo de Saga a su conveniencia, aunque no era del todo cierto, porque los dos eran una cara de la misma moneda, los dos eran uno en el mismo cuerpo y una vez que tuvieran paz, probablemente podrían ser una sola esencia, junto a su arquero. 
 
-Yo, estas hablando de mi o de ti…
 
El que estaba obsesionado con el arquero era Saga y no podía culparlo, algo tan hermoso y sublime, tan perfecto en todos los sentidos tendía a incendiar el corazón de los mortales, de los mismos dioses, puesto que el, que había tenido la oportunidad de yacer con la diosa de la belleza, lo encontraba por mucho más hermoso aún, por esa pureza que poseía. 
 
-Guarda silencio de una buena vez, solo cállate… 
 
Aioros podía escuchar la seguridad en la voz del dios y la desesperación en la voz de Saga, que se negaba a escuchar sus consejos, a dejarle solo con su omega, pero, eso no pasaba de esa forma, porque sabían que el mortal era de hecho, su mismo cuerpo, su personalidad, aquella que tendría de ser un humano, aquella que podía unirse a la suya, creando un ser único, perfecto, sin las cadenas de los dioses atando su cosmos a su antojo. 
 
-Cuando tu planeabas casarte con él una vez que fueras patriarca.
 
Así que deseaba poseerlo cuando fuera el patriarca, su precioso Saga, su dulce y gentil Saga, que no entendía que él siempre le amo, que siempre quiso estar a su lado, para ser su amante, su compañero y que no importaba que fuera un soldado común, o un dios, le deseaba de todas formas. 
 
-Estas mintiendo. 
 
Saga negó aquello con un solo movimiento de su cabeza, no estaba mintiendo y todos lo sabían, aun sus más cercanos soldados, aun el pequeño gatito, el hermano de Aioros, mentos el arquero, que no sabía que de sobrevivir, habría sido encadenado al trono del patriarca o a su cama, solo para tenerle a su lado. 
 
-Cuando le ordenaste a Shura traerte a tu amado.
 
Arles insistió en lo que los dos sabían, pero lo que ninguno aparentemente comprendía, era que Aioros no estaba dispuesto a dejarlos ir, que solo por el bien de su diosa se atrevió a enfrentarse a su saga, pero no en ese momento en que nada estaba en juego, solo su futuro a lado de su alfa. 
 
-No es así, ese eras tu, el que lo deseabas a tu lado, por la fuerza, eras tu y yo… 
 
Arles volvió a negar eso, con una sonrisa en sus labios, notando las lágrimas de Saga, su dolor, pero no era nada a comparación de lo que sabía ocurriría con el arquero, de caer en las sucias manos de Pan, el dios del vino, de las cosechas, el dios que violaba omegas y efebos, ninfas, todo aquello que llamara su atención, todo aquello que pudiera destruir. 
 
-Tu aceptaste Saga, tu aceptaste.
 
Le recordó burlándose de él, sintiendo su estremecimiento, pero si lo que deseaba era ver de nuevo el pasado, con gusto se lo enseñaría, para que de nuevo viera como destruirían a su arquero, solo porque no podía defenderlo si no se mantenía vivo el tiempo suficiente. 
 
-¡Mientes! ¡Yo lo amo! 
 
Si lo amaba no perdería una sola oportunidad para destruir a un dios antiguo, para defender a la nueva generación que empezaba a nacer, de omegas y betas, de madres amorosas, pequeños como Kiki, como Leviatán, como muchos otros, cuyo dolorosa muerte solo alimentaria al dios oscuro como en el pasado, en la época de las cavernas, durante cada vida en la cual decidió salir de su encierro para comer, usando a los dioses a su antojo, jóvenes criaturas que pensaban que era inferior, únicamente por su apariencia animalesca. 
 
-Y sabes que Pan ya te ha destruido antes para llegar a él, te lo enseñe, sin mi, tu y Aioros morirán, pero solo tu muerte será rápida. 
 
Solo una criatura era casi tan vieja como el dios de patas de cabra, ese era el monstruo del abismo, el padre de Leviatán, el mismo ser cuyo nombre se le entregó a su descendencia, un ser que nadaba en las profundidades de la psique de Kanon, pero solo con su ayuda y la del dios de la muerte, Hades, podrían derrocar a Pan, liberando al mundo de su pérfida sombra. 
 
-Solo por eso es que no me he matado a mi mismo, para mantener a Aioros a salvo.
 
Los humanos antes de serlo, le brindaban ofrendas, le daban tributos, los primeros hombres de las cavernas le pintaron con los dedos en las cuevas que habitaban, cada uno de ellos iba recordando su existencia como si de una pesadilla se tratara, por su maldad, por su deformidad, por su lujuria, por representar cada pecado que los humanos encontraban desagradable. 
 
-Los dos queremos eso Saga, los dos amamos al arquero y los dos podemos tenerlo con nosotros. 
 
Saga había visto su pasado en sus recuerdos, con el poder del dios Ares, cuando le atormentaba enseñándole lo que pasaría con su arquero, como en cada vida lo mataban y después de su muerte, su amado caía con él en las garras o pezuñas de esa criatura decadente. 
 
-Tu no lo tendrás. 
 
Pero también le temía al dios Ares, lo que podría hacerle a su amado compañero de permitirle llegar a el, así que estaba en una encrucijada, despreciaba el poder del dios convirtiéndose en un hipócrita, o le usaba y dañaba a su amado, su dulce Aioros. 
 
-Entonces, dejarás que Pan lo dañe, yo no quiero eso, ni tu tampoco. 
 
De nuevo esa sombra, Pan, el dios de las cosechas y de la fertilidad, pero también un dios lujurioso que usaba a los mortales a su antojo, maestro de dioses, amo de estos sin que se dieran cuenta, como el dios del vino, que pensaba era uno de sus súbditos y en realidad, quien siempre obedecía las órdenes del otro, del dios cornudo. 
 
-¿Cómo puedo creerte?
 
Saga pregunto de nuevo, sentados en una de las sillas, sujetando un arma con sus manos, como si pensara en utilizarla contra su cuerpo, para matarse a sí mismo, antes de dejarle tener a su amado, pero al mismo tiempo, de matarse, su arquero estaba en peligro. 
 
-Yo tambien lo amo y si tengo un poco de su calor, te ayudaré a ti, al hermoso arquero… 
 
Saga negó eso de nuevo, no lo permitiría, su omega solo era suyo, era su amor, era su compañero, era todo para él y no lo entregaría a nadie más, llamando la atención de Aioros, que le veía sostener con fuerza esa daga, como si quisiera hacerse daño a sí mismo. 
 
-No lo permitiré. 
 
Grito Saga desesperado, mirándose en el espejo, sin darse cuenta como Aioros iba acercándose a ellos con lentitud, mirándolos fijamente, sin comprender muy bien que estaba pasando, pero sí que Arles aún estaba vivo y que su amado estaba a punto de matarse por ello. 
 
-Entonces morirá, después de ser torturado por esa cosa, ese dios antiguo que ha vagado con nosotros por tanto tiempo que ya lo hemos olvidado, pero que puede hacer mucho daño.
 
Saga negó eso, respondiendo a su otra voz, que se burlaba de su dolor, usando su propio cuerpo como una forma de existir, aunque esperaba, que llegado el momento, le aceptara como parte de sí, ya que los dos eran uno solo, la misma entidad, pero no deseaban aceptarlo, al menos, la mayoría de los mortales no lograban comprenderlo en toda su vida. 
 
-No puedo dejar que lo lastimen, no de nuevo. 
 
Saga dijo en un susurro, recordando que Aioros dormía no muy lejos de esa habitación, que no deseaba despertarle, pero era tarde, su amado ya lo escuchaba, ya lo sabía todo y no deseaba permitir que a su amado le dañarán, o se dañara, solo por ser aquel maldecido con el poder de los dioses en su cuerpo. 
 
-Déjame ayudar y nadie sabrá que existo, evitalo y yo mismo haré que te maten, lo dejaremos solo en las manos de esa cosa, tú decides.
 
Saga estuvo a punto de responder esa cruel amenaza, pero no pudo hacerlo, escuchando los pasos de Aioros, su voz, como estaba presente en esa habitación, escuchando su dolor, su desesperación, esperando que tarde o temprano diera la alarma, o lo apartara de su cuerpo, ya que no era aquel que amaba, sino algo mucho más retorcido. 
 
-¿No soy yo quien debe decidir? 
 
Aioros dio un solo paso en dirección de Saga, llamando su atención, comprendiendo la clase de batalla que se realizaba en ese momento en su cuerpo y psique, como sufría a causa suya, deteniéndose cuando le observó fijamente, con una expresión que era mitad dolor, mitad diversión.
 
-¿Aioros? ¿Te despertamos? 
 
Aioros negó eso, sin saber muy bien que decir, observando cómo Saga se levantaba de la silla y luchaba consigo mismo, para caminar hacia el, o apartarse, pero el arquero le facilitó esa decisión, rodeando la cintura de su alfa con fuerza, con ternura, si eso era posible, recargándose en su hombro.
 
-No huyas, no huyas Saga, no quiero estar sin ti.
 
Apartándose unos centímetros, apenas unos pocos, para besar sus labios con delicadeza primero y después con mucha más fuerza, ingresando su lengua en el interior de su boca. 
 
-No me importa quién seas, o lo que seas, yo te amo, yo te amo… 
 
Los dos seres guardaron silencio, sin comprender muy bien las acciones de Aioros, que acarició su mejilla con las puntas de sus dedos, para besarle de nuevo. 
 
-No me abandones, no de nuevo, no quiero que mueras y no lo voy a permitir. 
 
Tomando una decisión, protegería a Saga del Santuario, del dios de la guerra, pero en especial de esa cosa con patas de cabra, esa bestia no volvería a dañar a su amado, no lo permitiría de nuevo. 
 
-Porque recuerda lo que me dijiste, yo soy tuyo, y tu eres mío, tu eres mi alfa. 
 
Para el dios de la guerra eso era suficiente, para Saga era más de lo que pudo soñar, más de lo que se merecía, así que respondió al beso apasionado de su omega, rodeando su cuerpo con fuerza. 
 
-Lo soy, yo soy tu alfa, yo soy tuyo y te pertenezco mi amor, yo soy tuyo. 
 
Así era, Saga era suyo y sabía que su pena era por mucho peor que la suya, así que lo protegería del peligro, a como diera lugar, para tener su futuro juntos, ese que le habían arrebatado cada una de sus vidas. 
 
-Y nada nos volverá a separar. 
 
*****
 
Afrodita recorría la espalda desnuda de Minos con las puntas de sus dedos, observando cómo se mantenía inmóvil, su respiración controlada en lo absoluto, sin poder ver su rostro, como un poco de color se iba apoderando de sus mejillas, pues, trataba de comportarse lo más frío y lejano que pudiera, toda una hazaña, pues, se trataba de un omega en celo.
 
-No te agrado ni siquiera un poco verdad… 
 
Minos se negó a escuchar esas palabras, mucho más a responderlas, porque de hacerlo se estremecería y escucharía su voz algo modificada, así que desvió su rostro, como si no quisiera verlo. 
 
-Porque tu me agradas mucho, tu cuerpo es precioso… 
 
Su cuerpo estaba a punto de negarse a cooperar, igual que él, estaba a punto de ignorar todas sus normas, todos sus preceptos y devolver las caricias de la hermosa flor en su cama, de la planta carnívora que comenzaba a devorar su cuerpo lentamente. 
 
-Tu me gustas demasiado. 
 

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