Su mirada, reflejando los brillantes rayos del sol de primavera, se centra a continuación en el siguiente obstáculo. El aire, fresco, acaricia la pálida piel de su rostro y juguetea un poco con los cabellos magenta de su frente que escapan bajo el casco. Él, tomando un suave respiro se entrega brevemente a la sensación de la brisa contra sus mejillas, frente, cuello, nariz y labios. Puede hacerlo, se dice, claro que puede hacerlo, Seijūrō Akashi es capaz de cualquier cosa. Pero la experiencia le dice que debe actuar con prudencia y temple, sin importar qué tan bueno él sepa que es; sus músculos se tensan al sentir el poderoso movimiento del caballo blanco debajo de él, como si a su vez este mismo le asegurase su propia victoria.
Irguiéndose en su silla cuál majestuoso es con su chaqueta oscura, suelta el aire que ha contenido. Si ha de admitirlo, esta competencia es más difícil de lo que esperaba, pero puede ganar, de eso está más que seguro.
El deseo se eleva salvajemente aglomerándose como llamas ardientes a su alrededor, corriendo por sus venas y corroyendo su orgullo.
Da una mirada rápida a su espacio. Su tiempo es bueno, y ya ha traspuesto ocho vallas sin errores. Solo quedan dos más a su izquierda.
Palmea con tranquilidad a su viejo amigo Yukimaru, satisfecho con su pericia perfecta para liderar y comandar a tan ágil criatura.
—Alto sobre el centro — susurra, inclinándose hacia delante. Los fuertes galopes resonando a través del silencio que la expectativa crea alrededor del público.
Sujeta de manera experta las riendas, dirigiendo a su cabello para saltar la valla cuadrada que rápidamente se acerca. Yukimaru, como Seijūrō anticipa, aterrizará de manera perfecta.
Se concentra en eso.
Sucede en un segundo.
Primero escucha el sonido de contracción. Luego, las orejas de Yukimaru se ladean hacia delante, sus movimientos son errados, lo que resulta bastante extraño en un caballo entrenado y con años de experiencia tras sus galopes.
Seijūrō capta un suave movimiento por el rabillo de sus ojos; la arena bajo los pies del caballo se mueve. Podría ser una rama. No, no es una rama. Seijūrō se da cuenta en un segundo de que en realidad es una serpiente. La realidad le golpea, Yukimaru planta sus cascos y le evita.
Seijūrō se inclina una vez hacia su amigo, quiere tranquilizarlo, necesita tranquilizarlo: —Está bien, está bien. Tranquilo. — Pero Yukimaru no escucha presa del pánico, y la serpiente se mueve entre sus patas una vez más. El caballo se enoja y se vuelve hacia atrás antes de que el jinete pueda reaccionar.
Es un día perfecto. Seijūrō está seguro de que puede ganar. A su alrededor los árboles vestidos de matices verdes y marrones. El cielo, arqueándose por encima suyo despejado y claro; una ráfaga de brisa tibia sobre su piel. Escucha gritos y a la multitud jadear y moverse con ansiedad, el sonido seco de su cuerpo estrellándose en el suelo…
Entonces su mundo se vuelve negro.