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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia, concretamente los hechos después de la escena del jardín.
Espero sea de su agrado.

XXI
 
Había regresado tan a prisa que no se había percatado del tiempo que había transcurrido. El tren avanzaba por las vías haciendo el mismo recorrido que hiciera temprano. Iba callado, sentado junto a la ventana, con dolor de cabeza, sin deseos de escuchar música ni de mirar su teléfono; sólo quería llegar a casa, beber algo caliente e irse a la cama. 
 
Bajó del tren y el viento frío le golpeó con fuerza, haciéndole estremecer. Caminó rápido, casi corriendo por la vereda, ya desierta a esas horas. Los faroles a penas iluminaban el camino por donde iba y como estaba tan abstraído de su entorno, al girar en una esquina, se tropezó con un niño –o era lo que pensaba–, que fue a dar al suelo con una expresión molesta. Alejandro por poco siguió su camino sin darle importancia, pero la educación lo hizo volver y ayudar al chico a levantarse, el cual aceptó la ayuda, aunque de mala gana.
 
–¡Fíjate por donde caminas!, ¡¿acaso estás ciego?!
 
–Disculpa, es que no te vi, está muy oscuro aquí. De verdad lo siento.
 
–Sí, sí, está bien, ten más cuidado a la próxima –dijo, limpiándose la tierra de los pantalones. Su expresión reflejaba poca paciencia.
 
–Lo tendré. Adiós.
 
Ni siquiera supo por qué se despidió del chico, de seguro menor que él. “Bueno, qué importa, no lo volveré a ver”, pensó Alejandro. Retomó la marcha, sin siquiera volver a mirar por donde se había ido el muchacho; fue un encuentro fortuito y no se iba a molestar en pensar demasiado en ello. 
 
La calle estaba desierta y solo unas pocas viviendas cercanas tenían las luces encendidas en su interior. 
 
Cuando por fin llegó a casa, encontró a sus padres tomando el té, quienes le dieron la bienvenida y lo invitaron a acercarse.
 
–¡Hola, hijo!, ¿cómo estás?, qué sorpresa que regresaras tan temprano, ven y acompáñanos, el agua está recién hervida –dijo la madre.
 
–Hola, mamá. Hola, papá. Iré a dejar mis cosas primero, ya regreso –dijo Alejandro, dirigiéndose hacia su dormitorio. 
 
Sin tardarse demasiado, dejó su chaqueta sobre la cama, se lavó las manos y la cara en el baño, y regresó a la cocina, en donde su madre ya tenía lista una taza para él.
 
–¿Cómo te fue en tu almuerzo? –preguntó el padre cuando Alejandro se sentó.
 
–Estuvo bien, comimos en el local donde trabajo –respondió mientras le servían el agua.
 
–¿Y por qué no fueron a comer a otro sitio? –preguntó la madre.
 
–Es que no se nos ocurrió a donde más ir, por lo demás resulta difícil encontrar un buen lugar donde comer en domingo –respondió Alejandro, tratando de hablar lo menos posible y sin dar mucho detalle, aunque inevitablemente sus padres le pedirían más información.
 
–Sí, el domingo está todo cerrado y los buenos locales no abren –concluyó el padre, bebiendo de su taza–. ¿Y por qué no almorzaron aquí con nosotros?, hoy tu mamá preparó una comida deliciosa.
 
–No me pareció buena idea, además de que no nos conocemos lo suficiente como para traerlo a la casa tan pronto –dijo Alejandro con un dejo de tristeza.
 
–Ya veo, ¿y de dónde conoces a este amigo?, no has dicho ni como se llama.
 
–Se llama Nicolás y lo conocí en el local –dijo, mintiendo sobre el punto, pues no iba a decirles que lo había conocido una noche cuando regresaba a casa.
 
–¿Trabaja en el local?
 
–No. Un día que yo estaba de turno, él fue a comer y tuve que atenderlo.
 
–Entonces, no fue hace mucho tiempo, ¿va a comer con frecuencia al local? –volvió a preguntar la madre.
 
–No siempre va a comer, a veces sólo va a beber, o eso me han dicho –comentó, recordando lo que Ignacio había dicho aquella vez, cuando Nicolás había llegado buscándolo.
 
–¿Y está estudiando? –preguntó el padre, que había terminado su té y ahora comía unas galletas.
 
–No lo sé, no le he preguntado –respondió Alejandro, encogiéndose de hombros.
 
La verdad es que no había preguntado nada acerca de eso. Es más, nada de la conversación que sostuvieron, tanto en el local como en el jardín, tenía relación con las ocupaciones u otras actividades a que estuvieran dedicados. El tema fue por otro lado totalmente diferente. 
 
Alejandro bebió de su té y guardó silencio, recordando todo lo que se habían dicho con Nicolás. Nada de esa conversación tenía sentido y por lo tanto no la iba a comentar con sus padres.
 
–¿Y qué más hicieron? –preguntó otra vez su madre, sirviéndose más té.
 
–Fuimos al Jardín Botánico a caminar un rato y luego nos separamos para irnos. Eso fue todo –dijo Alejandro, esperando que su tono indiferente lo librara de responder más preguntas.
 
Se salvó. Los padres no preguntaron más sobre el asunto y el resto de la conversación giró en torno al día lunes siguiente, que Alejandro no tenía que trabajar y estaría en casa, aprovechando de descansar. 
 
Descansar de todo y de todos.
 
… … … … …
 
Nicolás se quedó unos instantes más en el jardín, lo suficiente para que el cielo se tornara oscuro y el sendero por el que habían llegado resultara apenas visible. 
 
Viendo que los faroles se encendían a lo lejos, se retiró del lugar, dejando atrás el jardín abandonado, el parque y los pocos visitantes que aún quedaban en los alrededores. Se encaminó hacia la estación de trenes y mientras caminaba, sacó sus audífonos y reprodujo la primera canción que figuraba en la playlist; no quería seguir allí, quería que la música, la más triste y nostálgica que tenía guardada, lo inundara y le hiciera olvidar el malestar que desde hace rato le invadía el cuerpo. Antes de entrar en la estación, recordó que Alejandro también viajaba en tren, ¿qué posibilidad había de que se encontraran en el viaje de regreso?, era poca y aunque se habían separado hacía tiempo, todavía cabía la posibilidad, “¿Y si Alejandro todavía está esperando el tren?, ¿y si está esperándome en el andén para que regresemos juntos?”, pensó, angustiado por la duda. 
 
Fuera cierto o no, Nicolás no estaba dispuesto a hacer frente a una situación como esa, no en el estado de ánimo en el que se encontraba, además de cansado, desmotivado, desilusionado. En fin, un montón de cosas.
 
Decidió tomar un camino diferente: se alejó de la estación de trenes y caminó hacia la avenida principal, en donde, pese a ser domingo, había más personas transitando, dirigiéndose a una variedad de lugares, quizá a pasar un buen rato con amigos, con la pareja, con la familia, o incluso solos. Caminó unos quince minutos, durante los cuales miraba de un lado a otro, buscando algo que despertara su curiosidad, pese a no gustarle del todo el ambiente de la ciudad a esas horas; pensó en ir a algún bar a tomarse un trago, pero acabó por descartar la idea. No estaba de ánimos para nada. 
 
Finalmente se dirigió hasta el paradero y se ubicó en la fila para abordar un taxi que lo llevara a casa; resultaba un poco más caro que utilizar el transporte público, pero llegaría en menos tiempo y sin tener que caminar el trecho entre su residencia y la estación de trenes. Cuando llegó su turno, abordó el vehículo, pagó el pasaje y salió rumbo a su destino, tomando la avenida hasta salir de la ciudad y entrando en la autopista, iluminada por los inmensos focos de lado y lado. El viaje fue rápido y en menos de veinte minutos estaba ya frente a su casa; abrió el portón de acceso y permaneció un instante en el pequeño antejardín donde se guardaba el auto de la familia, pensando que sus padres no le preguntarían nada acerca de lo ocurrido durante el día. “Si no lo hicieron cuando salí temprano, mucho menos lo harán ahora”, concluyó. 
 
Entró y se encontró con la suave luz de la lámpara del comedor, mientras que sus padres estaban ocupados en la sala contigua viendo una película.
 
–Hola –saludó su madre al verle–. En la cocina hay pan fresco, por si quieres comer algo.
 
–Gracias, mamá. Hola, papá.
 
–Hola, hijo –respondió su padre sin más.
 
Pasó de ellos y fue directo a su habitación, se quitó la chaqueta, los zapatos y se dejó caer sobre la cama, como si fuera un saco de papas, cubriéndose la cara con una almohada. No sentía hambre ni sed, solo quería estar solo y, ojalá, dormir todo lo posible. Sólo por la costumbre de hacerlo, se levantó para ir al baño y lavarse las manos; se miró al espejo y notó lo horrible de su aspecto, lo horrible que estaba su despeinado cabello y lo decaído que estaban sus ojos. Los refregó, acomodó su pelo por detrás de la nuca en una coleta y regresó al dormitorio, donde otra vez se dejó caer sobre la cama.
 
Escuchó a lo lejos como se abría la puerta principal y una voz más juvenil anunciaba su llegada con un saludo a sus padres: su hermano había regresado. La verdad no tenía ganas de hablar con él, así que cerró la puerta del dormitorio y se acostó con la luz apagada, no sin antes oír débilmente como su hermano hablaba con sus padres y luego los pasos llegar junto a la puerta; creyó que seguiría el camino hasta su propia habitación, pero su hermano regresó y oyó como daba unos golpecitos en la puerta con el puño.
 
–¿Nico?, ¿Nicolás, puedo pasar? –preguntó desde el otro lado.
 
–¡Pasa! –respondió lo suficientemente claro para que se le escuchara desde fuera.
 
–Permiso –dijo antes de entrar en el dormitorio–. ¿Por qué estás a oscuras?
 
Acto seguido, encendió la luz dejando ver a Nicolás cubierto hasta la cabeza con las mantas de la cama.
 
–¡Apaga eso! –exclamó sin descubrirse.
 
–Bueno, pero al menos enciende la luz del velador, para poder verte.
 
–Bien, bien, de acuerdo –fue todo lo que respondió. 
 
Estiró la mano fuera de las mantas y encendió la pequeña lámpara sobre la mesita de noche, en tanto que su hermano se acercó y se sentó junto a él en la cama.
 
Adolfo era el hermano menor de Nicolás por solo dos años, aunque en su estatura no diferían mucho pues Adolfo había crecido lo suficiente para estar casi a la par de su hermano; otro aspecto que los diferenciaba es que Adolfo llevaba el cabello un poco más corto que Nicolás y solía llevar las uñas pintadas de negro, cosa que el mayor hacía sólo de vez en cuando.
 
–La abuela te mandó saludos.
 
–Gracias, ¿cómo está ella? –preguntó Nicolás, asomando la cabeza mínimamente.
 
–Está bien, aunque enojada por tener un nieto tan ingrato que no la visita –dijo Adolfo con una risita infantil–. Debiste haber ido conmigo a pasar unos días en su casa, te habrías relajado de toda esa basura de trabajo que estás haciendo. Pensé que irías a la playa, pero por lo que veo, te quedaste aquí todos estos días. ¿Descansaste siquiera?
 
–Sólo un poco, la verdad. Me iba a ir a dormir ahora, me siento muy cansado –respondió Nicolás, apartando un mechón de pelo que caía sobre su rostro.
 
–Papá me dijo que llegaste hace poco, ¿estuviste fuera?
 
–Sí, en un almuerzo.
 
–¿En domingo?, ese es un milagro, ¿y cómo te fue?
 
–Puede decirse que más o menos, no resultó todo como yo esperaba, pero, en fin, no me siento con ganas de hablar de eso ahora –dijo bostezando.
 
–Te ocurrió algo, ¿verdad?
 
Nicolás guardó silencio, cosa que Adolfo interpretó positivamente.
 
–Entonces sí que te pasó algo, ¿quisieras contarme?
 
–Ahora no, mañana tal vez, cuando me sienta mejor.
 
–Bueno, pero que no pase mucho tiempo, o te hará mal –dijo, tomándole la mano a Nicolás. Éste la miró y reparó en lo bonitas que se le veían las uñas.
 
–¿Podrías pintarme las uñas la próxima vez?, a mí me cuesta tanto hacerlo para que queden bien –dijo, observándolas con detenimiento.
 
–Claro que sí, ¿mañana estarás aquí? –dijo Adolfo con entusiasmo.
 
–Sí.
 
–¡Genial!, así podremos conversar y al mismo tiempo te pinto las uñas.
 
–Bien –respondió Nicolás con una tenue sonrisa. 
 
Amaba a su hermano, pues el chico tenía siempre la facilidad de acercársele con las palabras apropiadas y hacerlo sentir mejor. Habría podido dejar fuera a sus padres, pero no a Adolfo; él siempre se había mostrado interesado o preocupado por lo que le pasaba.
 
–Bueno, te dejo descansar, también estoy cansado por el viaje de regreso. 
 
Adolfo se levantó, no sin antes dejarse caer sobre Nicolás, haciendo un ademán de abrazarlo y depositar un beso sobre su frente. Cuando se alejó hacia la puerta, Nicolás observó que su hermano llevaba el pantalón sucio, así que no pudo evitar preguntarle sobre el particular.
 
–¿Qué te pasó en el pantalón?, ¿te caíste?
 
–Para nada. Lo que pasó fue que, cuando venía caminando, un imbécil que venía en sentido contrario me chocó tan fuerte que me arrojó al suelo. Parece que venía corriendo y, además, distraído –explicó Adolfo, recordando el evento con molestia.
 
–¿Y tú?, ¿no lo viste venir?
 
–No, porque fue justo en la esquina de la calle que cruza con aquella en la que está la estación de trenes, en donde está el túnel.
 
–Ah, sí, allí está muy mal iluminado –comentó Nicolás.
 
–Exactamente. Fue muy brusco, por eso te digo que parece que venía corriendo. Me empujó muy fuerte. Por lo menos se disculpó, pero me molestó mucho.
 
–No es para menos.
 
–Eso pasó. Ahora sí, qué descanses. Buenas noches.
 
–Buenas noches, descansa.
 
Adolfo abandonó la habitación y cerró la puerta. Sus pasos se oyeron por el pasillo hasta que desaparecieron, seguidos del sonido de otra puerta cerrándose. Nicolás volvió a estirar la mano, esta vez para apagar la luz del velador y quedar otra vez a oscuras, imaginándose como su hermano era empujado por aquel desconocido. “Ay, ay, mi hermanito, le pasa cada cosa”, se dijo, antes de cerrar los ojos e intentar dormir.
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.

 

Recuerden que pueden seguirme en la cuenta oficial de Instagram @augusto_2414 LMDE.


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