Encuentro XV:
Celos
Febrero da paso a marzo en apenas un parpadeo, y con ello los primeros indicios de la pronta llegada de la primavera van tomando forma, volviendo los cortos días de invierno en jornadas más largas y tiñendo el cielo gris de un blanco pálido y fugazmente luminoso.
Levi nunca se ha sentido demasiado a gusto con la entrada de la estación floral: demasiado polen, demasiado calor, demasiada gente admirándose por los cambios de coloración que esta siempre trae consigo; no obstante, la primavera le recuerda al mocoso y su alegría bullente, siendo ese motivo suficiente para ahuyentar lejos su malhumor.
Que mierda de vida. Se está convirtiendo en un maldito sentimental.
A pesar de que su relación con Eren sigue siendo bastante ambigua, ambos han estrechado los suficientes lazos para considerarse más que simples amigos. Su primera cita se convirtió rápidamente en unas cuantas más, y la cantidad de libros que el mocoso lleva leídos, gracias a su recomendación, ya superan los tres. Han sido muchos cambios y descubrimientos nuevos en un corto tiempo, ya que Eren le ha abierto los ojos de mil formas distintas.
Y aunque parezca increíble creerlo, Levi, que se creía invulnerable a las tonterías del corazón, se ha enamorado de él.
Las campanillas de la puerta tintinean cuando esta se abre. De inmediato deja de sacudir los estantes para recibir al recién llegado, pero, nada más asomarse para ver de quien se trata, una mueca de fastidio surca sus labios y su ceño se frunce.
Que mierda de suerte que tiene.
Hange, como una tromba, entra al local llamándolo estridentemente. Él, cansado de su agotador bullicio y sabedor de que no se largará hasta conseguir lo que quiere, hace acto de aparición.
Su amiga, con las manos en jarra y echando chispas por los castaños ojos ocultos tras las gafas, lo mira indignada.
—¡Te prohíbo que me robes a Eren, enano!
Levi pestañea lentamente, incapaz de comprender lo que esta acaba de decir. Si es una broma, le parece una muy estúpida, incluso para Hange; pero, cuando no ve ni un atisbo de diversión en ella, cae en cuenta de que habla en serio. Y una irritación visceral se remueve dentro de él, arrastrándose y oprimiendo de forma dolorosa su pecho.
No le gusta. Es horrible.
—No sé de qué mierda hablas —farfulla enfadado, mirándola con la misma molestia que ella le devuelve—. Seguro tanto café te fundió el cerebro.
Esta suelta un resoplido muy poco femenino; su alta y desordenada coleta castaña baila en todas direcciones. Indignada, Hange le quita el plumero de la mano, desafiándolo.
—De que, en nombre de nuestra vieja amistad, te prohíbo me robes al chico —insiste con rotundidad—. ¿Sabes cuánto daño le harías a mi tienda si Eren se marcha? ¿Sabes cuantas clientas van los días que este trabaja solo para verlo? ¡Por favor, consíguete a alguien más, Levi! ¡Búscate tu propio empleado, yo lo vi primero!
Poco a poco la furia ciega que abrasa su cerebro comienza a esfumarse y, con ello, llega la comprensión. Hange le sigue mirando, ahora más implorante que enfadada, y él sabe que ha cometido un error. Un muy tonto y vergonzoso error.
—Tch, como si necesitase un empleado. Me basto yo solo, cuatro ojos idiota —le dice finalmente, aunque ella aun le mira con recelo, como si no se fiara del todo.
—Entonces, si no quieres que trabaje aquí contigo, ¿por qué siempre te veo platicando con él?
Levi aprieta los labios y su gris mirada se clava en un punto indefinido a la distancia. Para ser tan lista, Hange muchas veces es muy tonta; y para ser alguien tan receloso de su privacidad, él puede llegar a ser un completo descuidado, sobre todo en lo referente a cierto chico de ojos verdes. Demonios.
—Amigos —murmura y esta lo mira como si acabaran de crecerle dos cabezas. Su ceño se frunce aún más—. Joder, deja de poner esa cara terrorífica, ¿quieres? Eren y yo somos amigos, por eso viene aquí. No te lo voy a robar.
La risa de Hange estalla, alta y contagiosa, esparciéndose como chispas por la estancia. Levi eleva los ojos al cielo y suelta un suspiro que se ve interrumpido cuando esta invade su espacio y lo envuelve entre sus brazos.
—¡Oh, Levi, Erwin se pondrá tan feliz! ¡Estás aprendiendo a hacer amigos! —le dice, rebosante de júbilo, soltándolo al fin—. Pero, ¿cómo se conocieron? Son tan distintos… ¡Jamás imaginé que tendrían cosas en común!
Y tampoco él, admite. Porque Eren es como un soleado día de la primavera que se aproxima, mientras que Levi es una gris tarde de invierno. Porque el chico solo es risas donde él suele ser silencios meditativos. Aun así, se está arriesgando. Se está arriesgando a confiar en este al poner su corazón en sus manos.
—Tch, ¿acaso no lo dijo tu puta adivina charlatana? Bueno, quizá no era tan charlatana después de todo.
Los ojos de Hange se abren enormes en cuanto comprende el significado tras sus palabras. Una gran sonrisa asoma a sus labios antes de romper a reír nuevamente.
Se han acabado los malos entendidos.
Levi, a regañadientes, le explica a esta lo sucedido entre Eren y él durante las últimas semanas y, mientras oye sus protestas por haberla mantenido al margen de su secreto, no puede dejar de pensar en lo mal que lo ha pasado minutos atrás cuando Hange acabó irrumpiendo en el local con sus descabellados arrebatos y suposiciones erróneas.
Levi jamás se creyó celoso, pero allí está, aquella horrible angustia ante la perspectiva de que alguien más pueda robarle al chico y apartarlo de su lado.
Que injusto, que mierda; odia que Eren tenga ese poder para trastocar su vida, sin embargo, sabe también que conocer al chico ha sido su pequeño milagro, su inesperado tesoro; uno por el que vale la pena sufrir y volverse un poco posesivo, aunque con ello deba reconocer que quizá sí es un poco celoso.