Encuentro XVII:
Fuerza de la Naturaleza
En sus treintaicinco años de vida, Levi jamás ha sido un fanático de pasear por los parques, todo lo contrario. Suele tolerarlos, sobre todo en invierno, pero prefiere evitarlos en lo posible; aun así, allí está él, se recuerda, sacrificando su domingo mientras espera como un idiota al mocoso que lleva más de diez minutos de retraso y sintiéndose cada vez más nervioso a causa de las miradas que algunos paseantes le dedican de tanto en tanto.
Matará a Eren en cuanto lo vea, se promete. Realmente fue un completo tonto al aceptar esa cita.
No obstante, sus intenciones asesinas se ven interrumpidas debido a un par de muchachas que se le acercan para preguntarle por una dirección. Levi ya ha pasado por eso mismo en innumerables ocasiones, por lo que de inmediato detecta las mentiras tras sus palabras; aun así, finge una fría amabilidad que no siente y les otorga la información pedida, deseoso de que lo dejen en paz. Sin embargo, cuando una de ellas se prepara para decir algo más y convertir aquel encuentro en algo incómodo, el peso de una mano sobre su hombro lo hace sobresaltarse un poco.
Eren, a diferencia de su alegría habitual, luce molesto al mirarles, sus ojos verdes oscurecidos como un bosque nocturno, y sus labios, a menudo sonrientes, tensos como la cuerda de un violín.
—¡Oh! ¿Es tu amigo? —pregunta una de las chicas sin quitarle los ojos de encima al recién llegado.
Este frunce el ceño, molesto, pero antes de que él pueda responder, es el mismo Eren quien se le adelanta.
—No, soy su novio. Y se nos hace tarde —suelta el chico con total seguridad, obviando la evidente confusión de ambas jóvenes y la suya propia, porque Levi no logra procesar del todo lo que acaba de oír.
Sin darle tiempo a protestar, este toma su mano para sacarlo de allí a una velocidad pasmosa, y, cuando finalmente se detienen en su huida, ya han recorrido un buen trecho del parque.
Cansados y molestos, se miran frente a frente a modo de reto. Levi, con su poca paciencia, sabe que, de haber sido otro el que se comportara de ese modo con él, este ya estaría tumbado en el suelo con una nariz sangrante; pero, por algún motivo que no comprende, siempre se ablanda con el chico. Eren es su puta debilidad.
—Lo siento —dice este soltándolo finalmente, sus verdes ojos clavados en su mirada gris, las manos ahora enterradas en los bolsillos de su abrigo y ni el más mínimo ápice de remordimiento en su expresión.
Jodido mocoso obstinado.
—Tch, me impresionarías más si esa disculpa fuera real —añade él con cansancio, pero en esa ocasión sí logra que el otro sonría un poco y eso, de alguna forma, aliviana su corazón.
—Estabas coqueteando —alude Eren en su defensa, ante lo que Levi solo rueda los ojos y suelta un pesado suspiro.
—Coqueteaba y una mierda, mocoso tonto. Solo me preguntaban por una dirección —explica, una mentira a medias que no obtiene el efecto esperado, pues Eren lo sigue viendo con igual terquedad, lleno de sospecha—. Además, a ti que más te da.
Nada más decir aquello él comprende su error. El muchacho ya no luce molesto, sino que devastado, y todos los planes que tenían para ese día parecen haberse ido al demonio en cuestión de segundos tras abrir su condenada boca y soltar sus palabras con poco tacto.
Mierda.
Desesperado, Levi quiere disculparse enseguida, pero no sabe cómo hacerlo. Su escasa práctica en aquello le juega en contra, además, siempre suele ser el chico quien cae en ese juego de enfados y desenfados, de rabietas y disculpas; que sea él quien debe ahora dar un paso al frente y poner la condenada mejilla a modo de ofrenda de paz, resulta perturbador y extraño, pero más le aterra la posibilidad de haber arruinado todo con Eren y eso es lo que lo hace decidirse.
—Lo siento, no era eso lo que en verdad quería decir —admite, los ojos de ambos enfrentándose en mudo duelo—. Y no estaba coqueteando, aunque tal vez ellas sí lo hicieran —añade al notar que este desea abrir la boca para protestar—. Asimismo, no soy tu novio, ¿verdad?
Aunque aquello último lo ha dicho solo para picar a Eren, este se muerde el labio inferior, sonrojándose hasta lo imposible; sin embargo, más que avergonzado, parece decidido, como tormenta de verano o desastre natural. Este, como siempre, no es nada a medias, sino una fuerza de la naturaleza que avanza y azota sin dar posibilidad de huida; una fuerza de la que Levi no escaparía a pesar de tener elección.
—Pero podrías serlo… si quisieras —masculla el muchacho dubitativo y nervioso, intentando ocultar el velado temor patente en el verdeazulado de sus ojos y en el leve temblor de sus manos cuando sujetan las suyas—. Es tan simple como que digas un «sí» o un «no».
Él quisiera añadir que de simple no tiene nada, porque para Levi, tan poco acostumbrado a ese tipo de situaciones, tan incrédulo con todo lo referente a querer a alguien, tomar aquel riesgo sería un paso mayor. Sería admitir que la condenada adivina de Hange fue certera y que ese algo llamado amor sí existe; sería aceptar que Eren es aquella fuerza de la naturaleza de la que hablaba y que a su paso devastó todos los cimientos de su vida, volviéndolos del revés a su antojo; sería admitir que el amor que cree sentir por este lo ha vuelto osado, lo suficiente para correr riesgos y tomar oportunidades, lo suficientemente valiente para oír a su propio corazón.
Y es por eso que mientras mira su reflejo teñido del límpido verde del mar en verano y siente el ligero calor de otras manos sosteniendo las suyas, que Levi conoce su respuesta. Finalmente sabe lo que quiere, porque, ¿puede alguien luchar contra la naturaleza y su fuerza cuando esta desea imponer su voluntad?