Encuentro XLIV:
Estrella Fugaz
A pesar de que el paseo que han dado esa tarde para recorrer los alrededores ha resultado bastante largo, Eren no está para nada cansado, todo lo contrario. La pequeña siesta que tomó luego de que con Levi acabaron de limpiar la cabaña lo ha revivido literalmente, por lo que ahora se siente con más ánimo que días atrás.
Está contento.
Aquel, se dice, ha sido un día extraño; como si el ambiente estuviese cargado de algo distinto, de una anticipación inexplicable, pero al mismo tiempo agradable. Es como la profunda oscuridad que se observa en el firmamento nocturno antes de que el cielo se tiña nuevamente con los colores del amanecer.
Cuando Levi y él finalmente retornan a la cabaña, la noche ya ha comenzado a caer, por lo que pequeñas farolas dispersas por el arbolado terreno se encienden aquí y allá, otorgando un escenario como de cuento.
Nada más entrar a la casa, Levi vuela rumbo a la habitación, de seguro ansioso por darse una ducha y volver a ponerse presentable. Lo más probable es que tanto tiempo al aire libre, ensuciándose por allí a causa del agreste terreno, haya sido demasiado para él; Eren, sin embargo, se siente renovado con aquel cambio de aire sin tener que pensar en la universidad ni su trabajo en la cafetería. Además, por unos cuantos días no tendrá que compartir a Levi con nadie.
La cena de esa noche es agradable, llena de una alegría suave y amable que es difícil de explicar. Ambos lucen contentos a pesar del cansancio, satisfechos simplemente porque pueden estar juntos.
Aunque todavía no ha tenido valor para confesárselo a su novio, para él aquellas vacaciones son casi como un sueño hecho realidad; un ansiado deseo por fin concedido. Levi ha sido su relación más seria hasta ahora, la única en la que ha fantaseado con un futuro, y solo es debido a ello que con este se permite tantos momentos de vulnerabilidad, porque desde el primer momento en que se vieron, Eren supo que aquel hombre era especial.
Tras acabar de comer y de poner todo nuevamente en orden, ambos deciden que no están demasiado deseosos por ir a dormir y que el día acabe, por lo que terminan sentados fuera de la cabaña, tomados de la mano y sumergidos en el agradable silencio nocturno que envuelve aquel lugar.
El aire de la noche es ligeramente cálido, arrastrando en él la suave fragancia de la madreselva y la tierra calentada por el sol. Al levantar la vista hacia el cielo, Eren puede ver como este parece cuajado de estrellas, todas ellas infinitas e insondables; tan brillantes como la emoción que ha sentido crecer durante todo el día dentro de él y a la cual aún no sabe darle nombre.
—Ha sido un día agradable —comenta al tiempo que deja reposar su cabeza sobre el hombro de Levi. Cuando oye el suave murmullo de conformidad del otro y siente el ligero peso de aquella otra cabeza contra la suya al imitar su gesto, una satisfecha sonrisa curva sus labios a causa de la felicidad.
Durante su vida, Eren nunca se ha considerado alguien que ansíe muchas cosas de forma egoísta, pero lo cierto es que desde que conoció a Levi se siente así buena parte del tiempo.
Le gusta pasar el rato con él y, por qué no, acapararlo un poco. Eren tiene una familia y amigos a los que ama y quienes lo aman a su vez en respuesta, pero nada de aquello se compara a lo que siente por el otro. Con Levi todo siempre es más profundo e intenso, como un constante todo o nada, tal vez porque sabe que este lo quiere y es su persona indicada; quizá porque siempre estuvo esperando por su pronta llegada.
—Oye, Levi, ¿crees que si pedimos un deseo a una estrella fugaz este se cumplirá en algún momento? —pregunta Eren tras unos minutos de silenciosa contemplación del firmamento.
—Tch, esa mierda suena muy ambigua para mí —protesta su novio, haciéndolo reír.
—Pero lo que te dijo la adivina en el café resultó ser verdad, ¿no? —insiste, pinchándolo un poco—. Tal vez los deseos también puedan cumplirse.
Levi guarda silencio, como casi siempre que está pensando. Cuando vuelve a hablar, su tono carece de su escepticismo habitual.
—Si fuera así, ¿qué pedirías? —le pregunta.
Eren vuelve a levantar la vista al cielo donde las brillantes estrellas titilan a lo lejos.
—Un deseo egoísta —responde con sinceridad, sonriendo al mirar al otro y ver que le contempla con una de sus delgadas cejas arqueada.
—¿Y cuál sería?
Irguiéndose derecho una vez más, Eren acuna el pálido rostro de este entre sus manos y lo besa con suavidad.
Los ojos de Levi se cierran ante su cercanía, pero él puede oír el latir de su corazón acompasándose junto al suyo en la paz de la noche. Tan cerca que su respiración se convierte en la suya. Tan cerca que los límites entre ambos parecen difuminarse poco a poco.
—Que pase lo que pase, sigamos juntos —murmura contra su boca—. Que ocurra lo que ocurra, siempre termines eligiéndome.
El abrir de los ojos de Levi es suave, casi delicado, y en aquella noche sin luna Eren no puede más que perderse en aquel pálido brillo plateado que le recuerda a esta.
—Entonces —comienza Levi con absoluta seriedad—, no es necesario que pidas un deseo.
Al comprender sus palabras, Eren sonríe avergonzado, besándolo una y otra vez bajo esa noche estrellada.
Sea o no cosa de un milagro o un deseo cumplido, Levi lo ha elegido y por él está bien; porque lo tiene a su lado y todo lo demás es irrelevante; porque es ese malhumorado hombre de trato difícil y palabras cortantes quien ha cumplido muchos de sus deseos sin saberlo siquiera. Levi Ackerman es, simplemente, su propia y maravillosa estrella fugaz. Una que Eren nunca esperó encontrar y la cual no piensa compartir con nadie.