Encuentro LX:
Feliz San Valentín
Con la cafetería llena a reventar, Eren no puede dejar de maldecir su suerte por tener que trabajar ese día. Le gustaría tener por lo menos un pequeño respiro para pedirle permiso a Hange e ir a pasar unos minutos con su novio antes de que su turno acabe y este cierre la tienda, pero sabe que con tanta clientela es imposible.
Dios, quiere entregarle su regalo a Levi.
Exultante de felicidad, su prima entra en la tienda y se ata el delantal para ponerse tras la barra. Al verlo, de inmediato hace un gesto con la mano y lo llama para que se acerque a ella.
—Levi está solo en este momento. ¿Por qué no le pides a Hange que te dé un momento? No creo que se enfade si sales unos minutos y le explicas el por qué.
Eren sabe que en parte esta tiene razón, pero le sabe mal escaquearse de allí cuando apenas parecen tener personal suficiente para atender a todos. Aun así, se acerca a su jefa y habla con ella, prometiéndole no tardar más de diez minutos en ir a la librería de Levi y regresar al trabajo. Hange, más desquiciada que nunca a causa del estrés, asiente para darle permiso, pero a su vez le recuerda que si va a salir temprano ese día, no podrá tardar mucho tiempo.
—¿Y por qué Eren puede salir temprano mientras el resto sigue aquí? —pregunta indignada Historia que pasa junto a ellos cargando una bandeja.
—Eso es porque me lo pidió hace semanas. Además, no quiero ni pensar en el cabreo que llegaría a tener el enano de la librería de enfrente si le llegase a decir que no a este chico.
Divertida ante los reclamos de la menuda Historia, Hange lo despide con un gesto y él corre, cogiendo a toda prisa la caja con brownies que hizo el día anterior. Oye a Isabel desearle suerte antes de salir de la cafetería a toda velocidad, conteniendo el aliento en cuando cruza el umbral de la librería y las campanillas resuenan.
Para su consternación no hay nadie a la vista, pero oye la voz de Levi llegar desde el fondo del local y es entonces que tiene una idea. Tras dejar la caja sobre el mostrador, toma una de las notas de apuntes y garabatea en ella un mensaje que pega a su obsequio, saliendo rápidamente de la tienda una vez más.
Eren no se va lejos, solo lo suficiente para poder observar la reacción del otro cuando vea su regalo. Aquel Levi mucho menos precavido y de baja guardia que suele ser cuando no hay nadie cerca y que, muy de vez en cuando, se permite mostrar frente a él.
La sorpresa que ve aparecer en el rostro de su novio al darse cuenta de su presente es para Eren como un cálido rayo de sol en ese destemplado día de invierno. Este apenas sonríe, pero sus ojos grises se iluminan, suavizando sus afiladas facciones. Levi está secretamente contento, y eso es mucho más de lo que él siquiera puede desear.
Cuando lo ve poner agua a calentar, se prepara para entrar en la tienda; sin embargo, antes de poder hacer su «gran aparición», una anciana se le adelanta y entra a la librería.
«¡¿Usted?!» es todo lo que él alcanza a oír antes de ingresar también al local y notar la perplejidad con la que su novio contempla a aquella mujer. Preocupado por su reacción, se pregunta cuál será el motivo de ella.
—Sí, yo. Cuanto tiempo, ¿no? —dice esta con una voz suave y antigua que a Eren le resulta ligeramente conocida—. Vaya, ¿así que ya lo has encontrado? ¿No te dije acaso que lo harías?
Y es entonces que él recuerda y deja escapar un jadeo de asombro, momento en que esta se gira para verlo y sonríe a su vez.
—¡Usted es la adivina de Hange! La que vino a la cafetería el año pasado —exclama Eren, tan confundido como su novio y sin poder creerse aun lo que sus ojos están viendo; recordando la loca historia que Levi le contó sobre esta y como vaticinó que él encontraría a su persona predestinada antes de lo que esperaba.
La anciana, la adivina, asiente una vez más en su dirección.
—¿Así que eras tú el final de su hilo, muchacho? Quien lo hubiese dicho.
—Tch. ¿Qué no se supone que usted es una dichosa adivina? —protesta su novio—. Debería haberlo sabido. El mocoso estaba allí mismo.
—Que vea algunas cosas, no significa que pueda saberlo todo. Además, tus líneas son tan enrevesadas, muchacho, que es difícil descifrarlas con claridad. Deberías mejorar ese carácter tuyo; enturbia una visión sensible.
Al ver como su novio está a punto de explotar, Eren se apresura a preguntar a la mujer que necesita. Esta le dice que viene a recoger un pedido de su hijo, y él, olvidando que debe regresar a la cafetería, se dedica a hacer la venta.
Una vez le da el cambio a la anciana y le entrega su compra, esta toma su mano para voltearla y la mira detenidamente.
Los ojos de Levi se entornan y su propia respiración se contiene, escapando en un suspiro entrecortado cuando esta finalmente dice:
—¿Así que se casarán pronto?
Su verde mirada busca la plateada de Levi que, boquiabierto, no sabe que decir. Sin poder evitarlo, él rompe a reír, contento, feliz, no porque crea que aquella mujer pueda predecir el futuro, sino porque sabe que el futuro que quiere está delante de sus ojos.
—Bueno, todo dependerá de si él me lo pide —replica con coquetería.
Para su sorpresa, Levi mete la mano en su bolsillo y tiende algo en su dirección: una cajita pequeña, tanto que cabe en su mano y que, no obstante, parece albergar el mundo.
Cuando sus ojos vuelan hacia este, desconcertados, Levi simplemente se encoje de hombros y le dice con el rostro arrebolado:
—Feliz San Valentín, mocoso.