Encuentro VII:
Una vida Normal
Como cada mañana de lunes, tras abrir la librería a las nueve en punto, Levi se afana con el orden y la limpieza del local, dispuesto a dejar todo a punto para la llegada de los clientes.
El primer día de la semana siempre es un poco lento, con compradores al goteo en busca de algo novedoso de vez en cuando y mañanas largas, sobre todo durante el invierno; aun así, a él le gustan aquellos días tranquilos, donde se da la oportunidad de leer algún libro o pensar en cómo reacomodar su vida; lo que seguramente más necesita en ese momento.
Desde su inesperada cita del sábado con Eren, Levi no es capaz de quitarse al chico de la cabeza, y eso lo tiene frustrado. Él odia complicarse la vida y no es nada bueno con esa mierda de las relaciones ya que no les haya sentido. Puede comprender el asunto del sexo, claro, aunque en su opinión está bastante sobrevalorado, pero de allí a atarse a alguien porque supuestamente es «tu persona correcta», joder que no; nunca jamás.
Y es por eso que la aparición de Eren en su vida es un maldito incordio que no permite a Levi regresar a su normalidad, una sin aquellos ojos verdes atormentándolo con su recuerdo y volviéndolo loco.
¡Tch, que le den a Hange por meterlo en ese lío! Su problema con el chico es culpa de aquella condenada cuatro ojos y sus ideas de mierda.
Incluso el bastardo de Farlan, al enterarse de lo sucedido, tras desternillarse de risa lo instó a que le diese una oportunidad a Eren, sugiriéndole que fuese él mismo quien lo invitase a salir una segunda vez. Tch, como si Levi fuera tan idiota para seguir ese consejo. Además, no cree que ocurra un nuevo encuentro, por más que el chico dijera que visitaría la librería. Él está convencido de que para el jueves, que es el día que comienzan los turnos de Eren en Anthology, el encaprichamiento de este ya habrá pasado; después de todo, se recuerda, solo es un mocoso de veinte años, tan volátil y cambiante como todos lo son a esa edad. Solo es cuestión de esperar unos cuantos días más y tendrá su vida normal de regreso.
No obstante, el hecho de que esa idea le moleste un poco, es algo inquietante.
El suave tintineo de las campanillas de la puerta al abrirse lo hacen voltear de inmediato, dejando a medias la reposición de libros en la sección infantil.
Al notar que un par de ojos verdes lo observan curiosos y divertidos desde la entrada, su traicionero corazón de inmediato se acelera a causa de la emoción, expectante; sin embargo, es algo similar a la decepción lo que se instaura dolorosamente dentro de su pecho cuando su maldito cerebro es capaz de procesar que la dueña de aquella intensa mirada no es otra que Isabel, la parlanchina, quien en ese instante, envuelta en un anorak de un naranja encendido y una bufanda calipso que no deja más que sus ojos al descubierto, parece desbordar alegría.
—Isabel —dice Levi a modo de reconocimiento y eso basta para que ella se quite la bufanda y corra hacia donde él se encuentra para saludarlo. Su sonrisa, enorme y abierta, le recuerda extraordinariamente a la de su primo, y el ser capaz de pensar en aquel detalle insignificante, le resulta alarmante.
—Hola, Levi —responde ella con voz cantarina mientras sus ojos, de un verde más oscuro que los de Eren, observan todo a su alrededor con abierta curiosidad—. ¡Vaya, tu tienda es muy bonita! ¡Luce tan antigua!
Con gesto un tanto desganado asiente para darle la razón. El estilo de la librería se asemeja al de las bibliotecas viejas, con altos estantes de pesada y desgastada caoba llenos de libros desde el techo al suelo y lamparillas colgadas de las paredes para otorgar una atmosfera más íntima. Aquella remodelación fue, en su momento, una apuesta arriesgada, pero es algo que siempre llama la atención y atrae clientes; además, para Levi, es un sueño cumplido,
Cansados ya de curiosear, los risueños ojos de Isabel vuelven a posarse sobre él, sonriendo muy contenta. Con gran parsimonia, ella le tiende una cajita blanca atada con un lazo azul, ante lo que él solo enarca una de sus cejas, confundido.
—Para ti, de parte de Eren —suelta esta burbujeante de felicidad, como si aquello fuese algo extraordinario—. Los hizo él mismo.
Sus ojos grises vagan de la caja al rostro de la chica una vez más, sin saber qué hacer. Isabel, llena de confianza, toma una de sus manos para alzarla y deposita allí el paquete. Satisfecha y contenta, vuelve a sonreírle esperanzada, seguramente esperando alguna reacción positiva de su parte.
Joder, necesita su normalidad de regreso.
—Yo… gracias… supongo —farfulla apenas. Su mente se ha vuelto un puto caos.
Isabel asiente un par de veces con vigor.
—Le diré a mi primo, seguro se alegrará. ¡Ya debo marcharme, hoy me toca el turno de la mañana! —anuncia jovialmente y, sin esperar más respuesta de su parte, se dirige hacia la puerta, haciéndole un gesto con la mano desde allí—. Nos vemos, Levi. Y que te aprovechen —se despide risueña, pero, antes de desaparecer del todo, su pelirroja cabeza vuelve a asomar por la puerta y le dice—: Eren es el mejor chico del mundo, que no te quepa duda.
De regreso a su soledad, Levi intenta no pensar en que el silencio a su alrededor lo agobia. Con dedos torpes y temblorosos, desata el lazo y una sonrisa asoma a sus labios al ver el contenido de la caja: brownies. Tch, ese chico es tan raro…
A él no le gustan demasiado las cosas dulces y solo desea un poco de normalidad en su vida; pero, mientras pone a calentar agua para hacerse un té, piensa que un poco de cambio de vez en cuando no es algo tan malo después de todo.