Encuentro III:
El chico de los ojos Verdes
Los sábados por la tarde siempre son un día aburrido en la librería para Levi. Las ventas paran hacia el mediodía y, tras el almuerzo, prácticamente queda libre.
Sabe que podría cerrar temprano e irse a casa para descansar o hacer algo divertido, pero él descansa poco y es un aburrido, por lo que prefiere seguir allí, esperando que algún cliente aparezca cada tanto mientras pone al día las cuentas o repone las estanterías. Cualquier cosa le viene bien; cualquier cosa es mejor que estar solo en casa junto a su soledad y él mismo para hacerse compañía.
Tras acomodar los libros en la sección de romance hasta quedar satisfecho, de forma involuntaria sus ojos viajan hacia la cafetería de Hange y su mente traicionera vuelve a rememorar su encuentro de la tarde anterior con el chico de los ojos verdes. Un breve interludio de miradas encontradas y mudo reconocimiento del que él huyó como un cobarde en cuanto tuvo oportunidad. Porque Levi tiene miedo de lo que aquello pueda significar; y, sobre todo, él odia complicarse la vida.
Aun así, cada pocos minutos observa la acera de enfrente preguntándose si el misterioso muchacho habrá ido a trabajar ese día. Y no es que lo esté espiando, por supuesto que no, solo tiene curiosidad; solo desea saber si lo que sintió al conocerlo fue real o producto de sus emociones exacerbadas por toda esa decoración de mierda que Hange se encargó de meter en su local. Tanto rosa y amor por todas parte puede joderle el cerebro a cualquiera.
Sin embargo, cuando ha terminado de acomodar todos los estantes y se da cuenta de que ya no tiene más por hacer, decide irse a casa. Aprovechará de hacer la compra y adelantar algo de la limpieza semanal; incluso decide que, si se anima lo suficiente, llamará a Farlan para invitarlo al cine; pero, tras ver el encapotado cielo invernal que amenaza lluvia, decide que no es una buena idea. Tal vez lo mejor sea quedarse en casa bebiendo una taza de té mientras lee un libro.
Levi está a punto de volver el cartel de la puerta acristalada a «cerrado» cuando el curioso rostro de una chica se asoma, asustándolo; ella sonríe nada más verlo, pero, al percatarse de lo que está a punto de hacer, su alegría se transforma en pánico y menea la pelirroja cabeza a modo de negación en dirección al cartel. Y es entonces que ella echa a correr rumbo a la cafetería para perderse en ella.
Se desconcierta unos segundos, pero entonces recuerda a la muchacha del día anterior: Isabel, la cual solo dejaba de hablar cuando necesitaba coger aire para continuar; la misma que le contó toda su vida en media hora; la chica que tenía un primo…
Y es entonces que Levi lo sabe. Es entonces que descubre quien es el misterioso chico de los ojos verdes y la sospecha sobre el regreso de Isabel a la cafetería lo asalta con la certeza filosa de un cuchillo.
Y vuelve a sentir miedo, a pesar de la curiosidad, a pesar de no creer en esa idiotez del amor a primera vista. Siente miedo de lo que podría ser, a pesar de no creer en las predicciones de aquella adivina de cuarta acostumbrada a soltar mentiras. Por él, que le den a la anciana.
Importándole poco la petición de Isabel, Levi voltea el cartel y se dirige hacia la caja para guardar el dinero antes de comenzar a cerrar todo. No tarda mucho en terminar de bajar las protecciones y recoger sus cosas. Mientras se pone el abrigo lanza una última mirada hacia la cafetería, pero no hay señas del chico.
Tch, como si quisiera verlo.
Una vez fuera, cierra y activa la alarma. Ya está oscuro y al levantar la vista al cielo comprueba que este luce amenazante, con tormentosos nubarrones negros colgando del manto gris y una cargada atmosfera calma que presagia lluvia. Lo mejor será llegar pronto a casa.
Pero no da ni dos pasos cuando una alta figura sale a su encuentro. No le vio antes porque este se hallaba apoyado contra el muro y su abrigo negro se confunde con la oscuridad exterior; aun así, Levi lo reconoce y siente como su corazón se detiene y se acelera, todo en un par de segundos, antes de comenzar a gritarle desesperado «es él, es él».
Joder, como si no lo supiera ya.
Frunce el ceño y entrecierra los ojos, fingiéndose imperturbable, aunque por dentro no puede dejar de temblar de ansiedad, de anticipación, de terror; porque aquel chico lo asusta como nada lo ha hecho antes; porque tan solo con mirarlo sabe que es peligroso, que trastocará su mundo; porque presiente que será especial aunque no hayan cruzado ni una palabra; porque una sola mirada de ese par de ojos verdes bastó para atarlo a un destino que no desea y, si eso no es algo que resulte terrorífico, no sabe qué otra cosa lo puede ser.
Un paso, dos, eso es lo que demora el chico en llegar a su lado. Levi eleva el rostro para verle y este le sonríe un poco cohibido, con las mejillas enrojecidas, ya sea de frío o vergüenza, y los verdes ojos brillando como pequeñas brazas. Tiene las manos en los bolsillos pero saca una y la extiende en su dirección. Es morena, de dedos largos y finos, y cuando él la sostiene entre la suya, siente como el mundo se abre bajo sus pies y se despedaza. Aquello no debería ser posible ni justo; ni siquiera real, pero lo es, porque el chico de los ojos verdes ya no solo lo está mirando, sino que ha venido a buscarle y ahora su mano está sujetando la suya. Y aunque Levi no cree en el amor ni en ninguna de esas tonterías, sabe que aquello es correcto y está bien, jodidamente bien de hecho.
Aquel misterioso desconocido es a quien siempre ha estado esperando.