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EL ENTE por juda

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-Tienes un bonito departamento -comentó Alex mirando alrededor, intentando tocar un tema que le sacara la mirada triste al pecoso.

-Supongo que el tuyo debe ser igual, creo que todos los departamentos del edificio son exactamente iguales.

-Si, pero el tuyo está muy bonito. El mío es un desastre. Tengo todo tirado por todos lados.

-Espera unos días y no me encontrarás en el mío -respondió Damian mirando alrededor con una sonrisa -Matías era el ordenado, dentro de poco, el departamento estaré irreconocible. Cuando vengas a visitarme de nuevo, si tocas el timbre y tardo en atenderte es porque estoy sin poder encontrar la puerta -le dijo intentando una sonrisa extraña, una sonrisa que mostraba solo sus dientes de conejito, y era la sonrisa tan atípica y hermosa que le heló la sangre a su vecino, pero luego vio las lágrimas y supo que su pecoso nuevo amigo no podía contenerse y que la sonrisa era obligada porque necesitaba dejar de llorar, pero le era imposible.

-Damian -le dijo, dejando su café en la mesa y acercándose al otro, apoyando una mano en su espalda. -Quieres que salgamos a dar una vuelta? en una de esas salir te hace bien. -le susurró al oído y la silla que estaba junto a él se cayó.

Alex pegó un salto y Damian se limpió los ojos sin entender lo que había pasado, con total normalidad se levantó y acomodó la silla.

-Perdón, no sé que pasó, la debí patear sin querer por debajo de la mesa.

El muchacho de ojos azules asintió y volvió a mirarlo.

-¿Qué dices? ¿Salimos a dar un paseo?

-No, Alex, gracias. Un amigo vendrá en un par de horas, está en plan de cuidarme y no quiero que llegue y no me encuentre.

-Me alegro que tengas amigos que se preocupen por ti, solía verte solo con tu novio.

-Si! Descuidé un poco a mis amistades porque Matías era celoso, pero René es de hierro, él nunca se fue.

Alex asintió con la cabeza, sabía de los celos del hombre que vivía con Damian. El pecoso siempre le había parecido sumamente atractivo y tuvo la mala suerte de que el novio lo encontrara mirándolo más de lo debido. Una vez lo encaró en el ascensor y lo amenazó con golpearlo si se enteraba que llegaba aunque sea a saludarlo. Matías daba miedo, pero bueno, si él mismo hubiese estado en pareja con ese pecoso perfecto, también habría andado como perro guardián.

Tomaron el café hablando de trivialidades: el tiempo, la lluvia, las plantas, las flores, mascotas, la verosimilitud de esa sonrisa.

Alex le había dicho que tenía la sonrisa más hermosa que había visto y Damian sonrió confundido.

-Perdón, pero es cierto, tienes una sonrisa extraña -se disculpó cuando vio el desconcierto en la cara del pecoso -alguna vez te dijeron que es atípica? No sé como logras que solo tus dos primeros dientes queden expuestos.

-René dice que tengo cara de conejo cada vez que me río. Menos mal que tengo la autoestima alta o ya me habría traumado. -explicó el rubio y ambos se quedaron mirando unos segundos hasta que la bombilla de luz del comedor, reventó. 

Esta vez Damian pegó un alarido y Alex en un acto instintivo lo tomó de los hombros y lo alejó de la mesa. La bombilla estaba justo sobre ellos y los vidrios cayeron en medio.

-Dios mío, que mierda pasó? -gimió Damian con la mano en el pecho.

-Debe haber hecho un cortocircuito, te recomiendo que llames a un electricista. No intentes cambiar la bombilla tu solo, me encantaría poder ayudarte pero por suerte sé accionar el interruptor para prender y apagar estas cosas.

Damian bajó la mirada y lo observó para ver si hablaba en serio, Alex miraba hacia el techo donde estuvo la bombilla con un aire de preocupación muy genuino y no pudo hacer otra cosa que largar una carcajada... la primera desde... desde que... no, mejor ni siquiera nombrarlo o Damian podría escucharme y olvidar ese pequeño alivio que estaba experimentando.

Alex ayudó a su vecino a levantar el vidrio, a lavar las tazas, a pasar un rato sin pensar en el dolor, en su nueva soledad, en que tal vez Matías estaba equivocado y a partir de ahora quedaba la nada misma y que nunca, nunca más volvería a sentirlo.

Cuando Alex se retiró, Damian fue a su cama y se acostó, la silla donde un rato antes estaba su vecino se movió, la taza en la que tomó el café se agrietó y un gruñido se escuchó en el comedor. Damian aun ajeno a estos sucesos, dormía soñando con su Matías, con el hombre que lo había amado como nadie más, ignoraba que los entes aúnan frustraciones, celos, rencores y se van convirtiendo en oscuridades que podrían hacer daño. Su Matías, en esos momentos, era sólo la percepción de si mismo, intentando evitar que invadieran lo que supieron tener.

René llegó esa noche con tres frazadas más y durmió abrazado a Damian, llevaba puesto pijama, calcetines y guantes.

La tercera vez que se despertó destapado, se sentó para tomar la manta que estaba corrida sólo de su lado y cuando quiso cubrirse se la arrancaron de las manos.

Fue en ese momento que sus sospechas se hicieron realidad.

-Dios mío, Damian -susurró -Damian, despertate -gimió más alto.

El pecoso volteó y se sentó a su lado.

-¿Pasa algo?

-Me destaparon

-¿Qué?

-Hay algo.

-No entiendo -dijo Damian sin poder despertarse del todo.

-Me destaparon, Damian.

El pecoso percibió el miedo en René y se asustó, miró hacia la puerta, se levantó despacio y rodeó la cama buscando algún extraño, con el corazón latiendo en los oídos. Se arrodilló y miró debajo de la cama.

-Dios, René, me estás asustando. Estás muy pálido, ¿cómo que te destaparon? No entiendo. Seguramente estuviste soñando.

-Damian, alguien más está aquí.

-René por favor, no me asustes, escuchaste ruidos? -preguntó, llevándose la mano al pecho y mirando hacia la puerta.

-No, Damian, no estás entendiendo -siguió en medio de susurros, con los ojos abiertos de manera desmesurada, agitado. -Matías no me quiere aquí.

Y Damian volteó el rostro para mirar a su amigo.

-¿Cómo?

-Es Matías, Matías está en este cuarto.


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