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Cruel summer por Sherezade2

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Notas del capitulo:

Hola, regresé por fin. 

Espero que todos tengan un muy feliz inicio de año.  Besitos gigantes. 

Capítulo 17

   Ruptura.

   Desde la primera mirada que William arrojó a Fabián a través de la mirilla de la puerta supo que no debía abrir. Decir que podía oler las feromonas que emanaban como un enjambre de avispas de la piel del Alpha a pesar de la gruesa madera que los separaba sería mentir, pero el sonrojo de su piel; la forma como se movía desesperado y tembloroso mientras tocaba y tocaba dejaba claro que estaba en celo.

   William se tensó. Estaba solo y su padre iba a tardar en regresar. Fabián tenía la fuerza suficiente para echar la puerta abajo si eso quería, así que lo mejor era tratar de convencerlo por las buenas de que volviera a casa.

   Volviendo la cabeza, miró el teléfono. Daniel vivía demasiado lejos, no llegaría a tiempo en caso de que lo necesitara. Su papá Brandon era el más cercano. A tan solo cinco minutos en auto. No quería hablar con él… estaba resentido y herido después de la última vez que se vieron, sin embargo era la opción más razonable. Fabián venía por algo muy claro, algo que William no podía darle. No quería darle. Era un poco su culpa por haber dejado que las cosas llegaran hasta ese punto, sin haber hecho nada para detenerlas, pero es que hasta ese momento él tampoco había pensado que algo podía ser diferente a lo que durante toda su vida le habían planeado.

   Murmurando una rápida excusa, afianzó la cerradura y fue por el teléfono. Emilia le contestó al tercer timbrazo y Brandon le habló instantes después, lo que no le significó una sorpresa teniendo en cuenta que había pedido su custodia.

   —¿Will? ¿Will… hijo?

   —Papá, necesito que vengas —fue todo lo que dijo, con brusquedad—. Fabián está detrás de mí puerta y… y está en celo. Papá Oliver salió.

   —Estoy llegando allí de inmediato.

   William no necesitó más. Colgando el teléfono se acercó de nuevo a la puerta e intentó volver a mediar con Fabián por las buenas. Estaba asustado, no iba a negarlo. Conocía a Fabián y aunque sabía que conscientemente nunca le haría daño, con el celo encima la cosa podía ser muy distinta. Ya lo había probado por su propio pellejo ese mismo día con Daniel y sabía lo que las hormonas desbocadas podían provocar en los Alphas.   

   Qué cruel había sido con los omegas, culpándolos por los desenfrenos de sus contrapartes. Siempre había excusado los excesos de los Alphas como desastres provocados por la falta de autocontrol de los omegas. Ahora estaba recibiendo un trago amargo de su propia medicina, de la peor de las formas.

   —Fabián… oye, es tarde. No eres tú mismo en este momento. Por favor, vuelve a casa. Hablaremos mañana. Lo prometo.

   —¡No! ¡Ellos quieren separarme de ti! ¡Van a hacerlo! —El tono de Fabián era desesperado…abrumado y muy poco racional—. Mis padres quieren cambiarme de escuela y estoy seguro de que Daniel te anda metiendo cosas en la cabeza. ¿Qué está pasando con ese niñato… Zully? Le gustas. ¡Lo sé! El muy imbécil me está provocando y se atrevió a seguir rondándote a pesar de que se lo advertí. 

   —Zully no tiene nada que ver aquí.

   —¡Zully tiene todo que ver! —bramó Fabián—. Lo olí en ti el día que entraste en celo… él puso sus feromonas en ti ese día. No sé qué pasó pero estoy seguro de que él hizo que se te adelantara o lo que sea. ¡Quería matarlo el día de la fiesta de Mario cuando me di cuenta que era él el dueño de esas malditas feromonas! ¡Voy a matarlo si se te vuelve a acercar!

   —Necesitas calmarte, Fabián. El “modo ultra territorial” anula el buen juicio y lo sabes. Vamos, respira y contrólate.

   —Lo haré cuando me abras la puerta— siseó el Alpha.

   —Sabes que no puedo hacer eso si estás así —anotó William—, respira hondo y trata de calmar tu mente. Te puedes lastimar.

   Deslizándose por la pared contigua a la puerta del departamento, Fabián se sentó y recogiendo sus piernas, enterró la cabeza entre ellas. Sus sollozos, tenues al principio, poco a poco se volvieron perceptibles al oído de William. El corazón de éste se encogió. Amaba a Fabián. Lo amaba como un amigo ama a otro. No quería su sufrimiento en lo absoluto; no quería que las cosas fueran así. El llanto de Fabián taladraba sus oídos como lo haría el más terrible de los chirridos. Fabián no tenía la culpa de amarlo, no podía pedirle que se deshiciera de sus sentimientos y que se olvidara de él así como así. No era justo.

   Pero tampoco podía mentirle. No podía seguir construyéndole esperanzas vanas que no iban a llegar a buen puerto. Tenía que ser sincero y hablar con la verdad. Esperaría a que llegara su papá para que las cosas fueran más seguras pero no dilataría más la situación. Las cosas debían aclararse.

   —¿Me amas? —preguntó Fabián de repente, estremeciendo a William por completo.

   —No de la misma forma que tú —respondió el omega luego de lo que pareció una eternidad. Fabián gimió y soltó algo parecido a un jadeo ahogado, pero de inmediato se recompuso y volvió a preguntar.

   —¿Te hubieras casado conmigo de todas formas? Si nada de esto hubiera ocurrido, ¿te habrías casado conmigo a pesar de no amarme?

   En la mente de William la respuesta estaba clara: “Si, lo habría hecho”. En su corazón, sin embargo, crecía indetenible la duda.

   —No lo sé —dijo escuetamente unos segundos después—. Es posible que lo hubiera hecho. Ahora no lo sé. Creo que será una de esas preguntas que se queda para siempre sin responder.

   —¿Te gusta Zully Almanza?

   —¿Cómo? —La pregunta lo dejó frio. Era inesperada y atrevida. Ni él sabía a ciencia cierta qué responder.

   —Me siento atraído por él —prefirió contestar con sinceridad—. Dicen que es efecto de la compatibilidad de nuestras feromonas y yo creo que es así. No tengo nada en común con ese chico.

   —El está loco por ti —aseguró Fabián, soltando una nueva bocanada de aire—. La vibración de sus feromonas cuando se trata de ti es brutal. En la fiesta de Mario se pusieron a mi nivel y eso que las suyas aún están en desarrollo.

   —No estoy interesado en ese chico —cortó tajantemente William, sintiéndose de repente muy incómodo.

   —No fingiré que no me alegra escuchar eso —anotó Fabián, con una inflexión amarga en la voz. Luego anotó: —Aunque sea basura.

   Ni toda la madera del mundo hubiera evitado que Fabián escuchara con nitidez el jadeo que brotó de la garganta de William. Una risa hueca, desgarrada, salió desde lo más profundo de sus entrañas y luego sus sollozos volvieron fuertes y pesados, como una gran tormenta agrietando sus pulmones.

   —Fabián…

   —Te amo tanto que ni siquiera me importa —lo silenció el susodicho, dando un golpe firme sobre la madera—. Me casaría contigo ahora mismo aun sabiendo que en este momento tienes a alguien más en tu cabeza.

   —¡No tengo a Zully en mi cabeza!

   —¡Lo tienes! —se crispó Fabián, agitando su mano como si pudiera incluso tocar la multitud de feromonas que estaba emitiendo William sin darse cuenta. Eran tantas y tan abundantes que superaban las suyas y se filtraban por la rendija de la puerta—. Desde que mencioné su nombre no has dejado de emitir feromonas. Hay tantas que llegan hasta aquí —anunció, sacudiendo la cabeza—. Joder, ¡es tan injusto! Daría todo por ti. Te amo de corazón y no por unas malditas cadenas de aminoácidos. El imbécil ni siquiera tuvo que hacer nada. Llevo años intentando hacer que sientas lo mismo que yo siento por ti y entonces en menos de dos meses llega un pelele que lo único que tiene es un perfecto metabolismo y te aparta de mí. ¡¿Quién carajos siquiera es él?! ¡¿Podrá decir algún día en qué momento exacto se enamoró de ti?! ¡¿Podrá recordar en veinte años en qué momento exacto supo que te amaba?! ¡Yo sí lo sé! Hace dos años, veinticinco de octubre en la mañana. Estabas estrenando una bicicleta nueva y había un pequeño bache en el pavimento. Coloqué mi propia bicicleta de soporte pero terminamos cayendo los dos. Me miraste a los ojos y me acusaste a mí de ser el responsable de tu caída sin saber que te salvé. Tus ojos me miraban con furia e indignación, estabas realmente furioso. Cuando me puse de nuevo de pie ya había sucedido. No había vuelta atrás. Te amaba.

>> …lo estaré vigilando —William no paraba de llorar desde el otro lado de la puerta y aunque Fabián escuchaba sus sollozos, era inevitable; necesitaba desahogarse—. Estaré muy pendiente de él. Si no te trata como poco más que su cielo y estrellas le romperé el cuello. Me importa un comino las jodidas feromonas. Si no te trata como a un rey, te robaré de su lado y te recuperaré. ¡Es una maldita promesa!

   —¡Fabián!

   Haciendo caso omiso al grito de advertencia de su sentido común, William abrió por completo la puerta y sin demasiados miramientos se abalanzó sobre Fabián. A pesar de que a ojos de cualquiera lo que estaba haciendo era una completa locura, al omega no le importó. Necesitaba ese abrazo, sentía que lo debía. Fabián lo estrechó fuerte contra su pecho y absorbió hasta la última feromona que encontró frente a su nariz. Su Alpha gimió de placer y su cuerpo se relajó, aceptando en la parte racional de su mente que aquello era una despedida. Las lágrimas brotaron de sus ojos sin poderlas contener. Todo su cuerpo le pedía  gritos tomar al omega y ponerlo bajo él. Sería tan fácil. William no se resistiría, no podría hacerlo. Si lo pensaba bien, sería justo. Quedarse con la primera vez de William como una especie de premio de consolación. Por lo menos tener eso de consuelo.

   Pero no…

   No quería eso. No tendría derecho de proteger a William más adelante si cometía semejante acto de bajeza. Un beso… eso sería todo. Eso sí que tomaría. Tampoco le pidieran milagros que él no era ningún santo.

   —Good bye, sweetheart —dijo entonces, tomando entre sus manos el rostro de William para acercarlo al suyo. Sus labios estaban salados por las lágrimas pero sin duda aquel era el beso más amargo que había dado.  William le respondió separando sus labios y sorbiendo su lengua antes de entrelazarla con la suya. Lo siguiente que sintieron fue la respiración agitada de Brandon, quien salía a toda prisa del ascensor en compañía de su chofer.

   —Por favor… por favor, sepárenlo de mi —pidió Fabián, esparciendo besos sobre la mandíbula de William, estrechándolo más contra su pecho a pesar de lo que pedían sus palabras. Brandon se acercó con precaución y se inclinó frente a ellos. Sus feromonas comenzaron a expandirse, neutralizando parcialmente las de Fabián. Era difícil neutralizar las feromona de un Alpha dominante en celo, era verdad. A pesar de ello, Brandon era un adulto con mejor control de ellas y su embarazo le regalaba un bonus extra de carga hormonal. William fue recuperando el sentido al olerlas y su mente salió pronto del embotamiento momentáneo creado por Fabián. Sus ojos seguían cargados de dolor y toda la culpa que sentía, le hacían difícil recordar cual había sido su decisión. Cuando finalmente logró entrar de nuevo en razón, se puso de pie junto a Fabián y Brandon y limpiando sus lágrimas del rostro afirmó con certeza.

   —Nunca… nunca quise lastimarte, Fabián. Eres muy especial para mí, y siempre te voy a amar.

   —Estaré sobre él, recuérdalo —fue lo que contestó Fabián, antes de esbozar una corta sonrisa, tan rara en su rostro—. Sé feliz.

   Con un nudo en la garganta y metido entre los brazos de su padre, William vio la espalda de Fabián desaparecer tras las puertas del ascensor. No sabía si esa sería la última vez que lo vería pero no quería así. Los recuerdos de tantos momentos juntos lo golpearon con contundencia y lo hicieron gemir con angustia. Una ruptura tan radical que se sentía física. ¿Podría soportar más cambios? ¿Podría seguir luchando contra la marea brava en la que se había convertido su vida en sólo unas semanas?

   —Vuelve con papá, por favor —gimoteó desesperado contra las solapas de la camisa de Brandon. Su corazón agitado quería, necesitaba recuperar el ancla que se le había perdido. Brandon suspiró y le acarició los cabellos antes de hacer un gesto a su chofer y entrar con William al apartamento.

   Se quedaron dormidos quizás un poco después de la media noche. Cuando despertaron, ambos en la cama de William, el olor de huevos con tocino los saludó. Oliver estaba de pie junto a la barra de la cocina sirviendo los platos y no preguntó nada cuando su esposo tomó asiento en una de las sillas y tomó un tenedor.

   —El mío para llevar, por favor —pidió William, entrando en la ducha. Oliver tomó un plástico de la alacena y lo lavó. Cinco minutos después, William apareció duchado y con bolso en mano listo para irse.

   —A las diez estaré allí sin falta —agregó, reteniendo un instante la mano de su hijo para atraerlo hasta su lado y darle un beso. Brandon no pasó por alto aquel gesto y sus ojos se abrieron medianamente con sorpresa antes de que William invadiera su espacio personal sin preguntar y le estampara también un sonoro beso en la mejilla.

   —Me voy —dijo el omega, tomando su desayuno—. Bye, dad. Dales un beso de mi parte a las chicas y diles que el otro fin de semana iré a verlas. See you son.

   —See you… —Brandon respondió completamente conmocionado antes de que Oliver tomara un plato y se sentara al otro lado de la barra, sirviendo el desayuno. Sus ojos examinaban a su esposo con cautela y resquemor. Era obvio que se estaba preguntando qué era lo que había pasado para que Brandon pasara la noche en el departamento y que estaba dejando que fuera él quien tomara la iniciativa de explicárselo.

   —¿Y bien? ¿No me vas a preguntar qué pasó?  ¿Qué hago aquí?

   Cortando un pedazo de tocino, Oliver se lo llevó a la boca y lo masticó sin prisa. La tensión en sus hombros se relajó un poco y sus ojos parpadearon hacia los de su marido en inquisidor silencio. Luego de pasar el alimento, tomó un trago de café y se recostó contra el asiento, cruzándose de brazos. Brandon lo miró.

   —Fabián estuvo aquí. Su compromiso con William terminó por completo. Estaba en celo y William se asustó. Me llamó.

   Las fosas nasales de Oliver, abiertas más de lo usual, fueron lo único que mostró su impresión por las palabras de su marido. Brandon tomó un poco de jugo de naranja y lo vertió en su vaso antes de darle un gran sorbo. Oliver se inclinó hacia adelante y colocó su barbilla sobre sus manos entrelazadas antes de apretar los ojos y volver la vista a su marido. Todo su esfuerzo por mantenerse distante y sereno se quebró. No podía ni quería seguir pretendiendo que era el mismo hombre que otrora todo lo podía controlar. William no había dejado de estar en peligro una y otra vez desde su separación y si continuaba así pronto pasaría algo realmente lamentable. El era lamentable, un lamentable y patético intento de padre. Un fracaso.

   —Sólo salí por unos tragos; no quería que William me viese beber de más.

   —No tienes que explicarme nada —lo paró Brandon, echando sal sobre los huevos—. No fue algo que se pudiera prevenir.

   —También tuvo un problema ayer en la escuela —devolvió Oliver, como si sólo quisiera flagelarse más y más—. Me citaron para las diez en punto.

   —Creo que debo ir contigo —apuntó Brandon, estirando una mano más allá de su lado de la barra.

   —Sí… lo creo también —asintió Oliver, rozando sus dedos.

   Se miraron a los ojos. La garganta de Oliver se cerró y su manzana se alzó cuando tragó grueso. Brandon estiró su mano y entrelazó los dedos de Oliver con los suyos. ¡Maldito fuera! Lo amaba… lo amaba tanto que dolía. Seguro como el infierno que estaba siendo un imbécil por creerle pero necesitaba hacerlo; necesitaba recuperar a su familia y sobre todo, necesita creer que sus instintos sobre su paternidad no le mentían.

   —Cállate… cállate, no te atrevas a decirme nada —gimió con un sollozo.

   —Está bien… —susurró Oliver, limitándose sólo a acariciar aquella palma con su pulgar—. No diré nada más nunca. Nunca más.

   —¿A qué horas fue que dijiste que debíamos estar en la escuela? —preguntó Brandon un rato de caricias después.

   —A Las diez —respondió Oliver.

   —Pues bien —anotó Brandon, poniéndose de pie y caminando hacia la habitación—.  Aún tenemos tiempo, pero, eso sí, sé gentil —advirtió, frunciendo el ceño—. Estoy embarazado.

 

 

   Reparando en los dos alumnos que ocupaban en ese momento los asientos que solían pertenecerles a Alejandro y Daniel, Julián confirmó que en efecto se trataban del par de chicos que había conocido en la fiesta. Si mal no recordaba, uno de ellos era el ex novio de Daniel y le había caído muy bien. El otro, por el contrario, descubrió durante el llamado a lista recordó que se llamaba Jaime,  y era el imbécil que lo había molestado aquella noche.

   ¿Eran amigos el par de chicos? Esperaba que no. Resultaría agotador tener que lidiar con otro idiota de pensamientos idénticos a los de William. Sin la presencia de Alejandro, Daniel y Susana, su círculo se había reducido a Zully. Y eso no era mucho para defenderse de idiotas que quisieran acosarlo durante las clases.

   —Buenos días. ¿Será que hay algún problema si me siento con ustedes?

   Sorprendiéndoles desde atrás, William se acercó a Zully y a Julián, apropiándose del asiento que le pertenecía a Susana. Una chica beta, que también había sido pasada del 6B, miró confundida el lugar en el que supuestamente le correspondía sentarse, pero al ver el rostro suplicante de William se encogió de hombros y se fue a sentar al asiento que solía pertenecerle a este. Zully y Julián se miraron interrogantes pero de inmediato se recompusieron en una discreta sonrisa. Si iban a estar en el mismo equipo de natación y si además ahora habían quedado sin sus otros amigos, acercarse a William a pesar de las desavenencias pasadas no parecía una mala idea.

  —¿Ya vieron a quienes colocaron en remplazo de Alejandro y Daniel? —volvió a hablar William, organizando su pupitre. Zully se encogió de hombros y miró hacia las filas de enfrente mientras Julián lo siguió con la mirada y observó de nuevo a sus nuevos compañeros. William se colocó un cuaderno en la cara para evita que los demás vieran lo que estaba diciendo a Zully y Julián. A pesar de que esos chicos eran de los mejores amigos de Fabián, nunca le habían agradado.

   —Son Andrés Cossio y Jaime Buitrago. Andrés era novio de Daniel y las cosas terminaron muy mal entre ellos —explicó William—. Creo que lo mejor fue que rompieran; tenían una relación bastante complicada.

   —¿Fue Daniel quién le corto? —preguntó Julián, interesado—. La verdad,  conocí a ambos chicos en la fiesta de Mario y aunque el  tal Jaime me trató terrible, Andrés fue muy amable conmigo— anotó—. No creo que sea tan mal chico como dicen. Quizás solo era incompatible con Daniel.

   —Puede ser —asintió William—, aunque prefiero mantenerlos al margen para no tener problemas con Daniel. Por cierto, ¿no ha hablado contigo todavía? —inquirió, dirigiéndose a Julián—. Creo que debe estar sintiéndose terrible por lo de ayer.

  Con un rictus de pesar, Julián negó con la cabeza. Justo minutos antes, en la entrada, él y Daniel se habían topado por unos instantes, pero antes de que Julián se lograra acercar, Daniel se había desviado, acelerando el paso al verlo. Le daba mucha tristeza pensar que ahora las cosas se habían puesto así de tensas justo cuando los habían separado de salón. No quería distanciarse de Daniel. Y mucho menos por algo que había estado fuera del control  de ambos.

   —Estoy muy avergonzado. No sé cómo voy a ver a Daniel a la cara —se lamentó Julián, sacando también sus útiles—. No quiero que lo de ayer me vuelva a pasar nunca más. Nunca me había sentido mal por ser omega.    

   —Te podrá sonar raro que lo diga yo, pero no fue tu culpa—anotó William, mirándolo con algo de compasión—. Por lo general, los Alphas no responden agresivamente a los “sofocos”. Daniel suele tener un perfecto control de sus instintos. Fue muy raro que reaccionara así. ¿Qué opinas tú, enclenque?

   Gruñendo por el calificativo, Zully alzó la vista y negó con la cabeza. No parecía el más adecuado para responder a esa pregunta, pero el hecho de que William se lo preguntara sólo significaba que  éste ya lo consideraba, inconscientemente o no, un Alpha con todas sus letras.

   —No tengo un buen control de mis instintos aún, pero el tratamiento me ha ayudado bastante —anotó, sacando su libreta rosada—. Odié mucho esos días en que no podía ni pensar por culpa de las feromonas y supongo que Daniel se tiene que sentir igual. Es embriagante y adictiva esa sensación de poder, ¿saben? Te puede volver loco sino encuentras la forma de dominarla.

   —Yo siempre creí que los Alphas estaban siempre en perfecto control y que cuando perdían la cordura era por culpa de omegas descuidados —afirmó William, bajando la cabeza—. No pensé que era tan difícil para los Alphas también.

   —Yo adoro ser omega —aseguró Julián, viendo de soslayo como el profesor entraba al salón—. Pero no quiero nunca ponerme en riesgo ni causarle molestias a ningún Alpha —afirmó, decidido—. ¿Me ayudaran a hablar más tarde con Daniel? De verdad, no quiero dejar las cosas así por mucho tiempo.

   —Dalo por hecho, amigo —asintió Zully, siendo secundado por la afirmativa respuesta de William. Las siguientes horas se pasaron rápidamente con un William burlándose de la libreta rosada y perfumada de Zully; con un Julián resolviendo con ayuda de Zully un ejercicio de trigonometría y con William traduciendo al español la canción favorita de Julián. Cuando llegó el primer descanso, Alejandro y Daniel aún no se veían por ningún lado. Susana les dijo que se habían ido a comprar algo a la cafetería y Julián a pesar de sus nervios, decidió esperar a que llegaran. William vio a Fabián a lo lejos, pero prefirió guardar distancia. En unas horas los padres de todos debían llegar a la escuela y entonces algunas cosas podrían cambiar.

   —Mi papá no ha dejado de reñirme por la citación de hoy —dijo Susana, mientras mordía su paleta de coco. Manuel, quien se sentó junto a ellos tras comprar su propio helado, los examinó con ojos preocupados. Estaba seguro que algo sobre la pelea de la fiesta de Mario iba a salir a relucir en esa reunión y no se equivocaba.

   —Mis papás me tiene castigado por la pelea de ese día —informó Zully, abriendo su tradicional paquete de gomitas—. Están furiosos y no me dejarán ir a otra fiesta en lo que me queda de vida —refufuñó melodramático.

   —Yo no puedo creer que me haya perdido esa fiesta —masculló William, falsamente molesto—. Por lo que veo pasó de todo.

    —Me tiene sin cuidado lo que digan mis papás —bufó Julián, con tono altanero—. Yo no hice nada malo en la fiesta y no me pueden tener encerrado el resto del año.

   —Yo cumpliré pronto —dijo William, alzando una ceja.

   —¿Cuándo? —preguntó Julián.

   —El 19 de abril —respondió William.

   —¡No! ¡Cállate! —rió Julián—. Yo cumplo dos días después.

   —¡No way! —William y Julián rompieron a carcajadas ante las miradas desconcertadas de sus acompañantes. Ver a los chicos que dos días antes prácticamente se arrastraban de los pelos, riendo y haciendo planes juntos era realmente desconcertante. Julián comenzó a parlotear miles y miles de planes de planes que pasaron por su cabeza mientras Susana se encogía de hombros y Zully rodaba los ojos. William parecía genuinamente divertido ante la efusividad del otro omega y Julián estaba que volaba.

   —Cualquier fiesta que hagan, no cuenten conmigo —apuntó Zully, acabando su bolsa de gomitas.

    —Qué aburrido eres. ¿Por qué no? —gruñó Julián, desinflándose.

   —Porque estoy castigado —respondió Zully.

   —Entonces la hacemos en tu casa —devolvió Julián.

   —Mi papá está en postparto y mi hermanita no tiene ni tres meses —siseó el Alpha.

   —Tranquilo, esta vez no habrá novios celosos que te quieran golpear —señaló el omega, colocando el dedo en la herida.

   —¡Golpe bajo! —rió Manuel, apuntándose a ir.

   —En eso tienen razón —anotó William, dejando a un lado las risas—. Lo mío con Fabián se acabó.

   —¿Es cierto que era un compromiso arreglado? —inquirió Julián, genuinamente interesado—. ¡Auch! —se quejó cuando Susana le dio un pellizco nada sutil—. ¿Qué pasa? No lo digo por nada malo —agregó—. Es solo que nunca había conocido a nadie que perteneciera a esos grupos de élite Alpha y quería saber si esos rumores son verdad. Daniel nos contó algunas cosas, pero muchas nos parecieron exageradas. ¿Es verdad que sólo se pueden casar entre Alphas dominantes y que los desheredan si se enamoran de alguien más?     

   William asintió. Sabía lo arcaico que sonaba todo aquello en oídos de un omega moderno como Julián, pero era la realidad en la que había vivido toda su vida. Muchos años atrás, las cosas habían sido así por regla general, pero en los tiempos que corrían, todos esos prejuicios habían quedado limitados sólo a cierto número de familias.

   —… así que al descubrirse que en realidad soy un omega, todo se fue al carajo. Mis padres están atravesando un momento difícil. Espero que lo puedan solucionar.

   —Mis papás se separaron hace un par de años —comentó Susana, con un quiebre de voz, comprendiendo la situación. Aunque ella finalmente se había acostumbrado a la ruptura, había aún un dolor constante en su alma—. Duele, pero es lo mejor. Verlos discutir todo el tiempo era horrible.

   —Yo espero que lo puedan solucionar —intervino Zully de repente, colocando una mano sobre el hombro de William—. Sé que tu padre te ama… —susurró, con un pequeño suspiro—; pude darme cuenta… ese día. Si no le importaras no habría reaccionado como lo hizo. Sé que él sabe que eres su hijo y lo siente. Por favor, creé en él.

   Los ojos de William se aguaron. El resto de los chicos miraban la escena sin entender del todo, pero decidieron guardar silencio y no ser imprudentes. William miró a Zully a los ojos y asintió despacio, alargando su mano para tomar un resto de gomita ácida que había quedado en la comisura del labio de Zully.

   —Gracias —dijo, llevándose el pedacito de golosina a la boca. Zully jadeó y apartó su mano. En ese momento Alejandro y Daniel se acercaron al grupo y Daniel se acercó a Julián, llamándolo aparte para obsequiándole una chocolatina tamaño familiar.

   —Lamento mucho lo de ayer —dijo, sentándose ambos en unos escalones de las gradas por encima de los demás —. Y lamento haber sido un grosero esta mañana —anotó enseguida, sonrojándose un poco—. Alejandro me hizo entrar en razón. Lo de ayer no fue culpa de ninguno de los dos, sólo fue un accidente desafortunado.

   —No quiero que las cosas se vayan a poner raras entres los dos —anotó Julián, destapando la chocolatina—. No te quiero perder.

   “Perder” había dicho. No “perder como amigo”, ni “perder tu amistad”. “No te quiero perder” fueron las palabras exactas. Palabras que pusieron en ebullición las hormonas de Daniel.

   —Me encantas, Julián. ¡Rayos! —blasfemó el Alpha, llevándose las manos a la cara—. ¡Cielos! Lo siento. No debería estar diciendo esto… diciéndolo otra vez. Eres el novio de Alejandro, por el amor de Dios. Alejandro es mi mejor amigo.

   —Daniel.

   —No… déjame terminar, por favor —pidió el susochico—. Déjame decir todo lo que necesito decir. No sé lo que me está pasando. Tengo un enredo en la cabeza y no sé cómo solucionarlo. Estoy enamorado de ti, ¿vale? Pero hay algo que te tengo que decir… que te tengo que confesar. Ya lo hable con Alejandro y él está de acuerdo en que te lo diga. En la fiesta de Mario pasó mucho más que la pelea entre Fabián y Zully. Esa noche Alejandro y yo… esa noche, nosotros dos…

   Daniel calló de repente; Julián lo vio venir de soslayo pero no lo pudo esquivar. El balón terminó impactando en toda su cara y el duro golpe le hizo soltar la chocolatina que tenía en su mano. Alejandro y los demás se acercaron de prisa, pero para cuando llegaron hasta ellos, Daniel ya estaba usando su remera para parar el sangrado de la nariz de Julián.

   —¡Oh, por Dios, lo siento! ¡Lo siento mucho!

   Daniel alzó la mirada y se encontró de frente con esos ojos agudos y fieros que conocía tan bien. Andrés le devolvió el gesto y por breves instantes, Daniel sintió que algo parecido a la diversión cruzaba por el rostro de su ex. No quería pensar mal, pero era muy extraño que de tantos lugares en los que podía aterrizar esa pelota, justo fuera a hacerlo tan cerca de ellos.

   —¡Oigan! ¡Miren lo que hicieron! —se exaltó Alejandro, tomando entres sus manos el rostro ensangrentado de Julián. El omega lloraba mientras sus amigos intentaban detener la hemorragia de su nariz rota y Andrés se disculpaba una y mil veces por lo ocurrido.

   —Lo sentimos. En serio no pensamos que estábamos jugando tan cerca de las gradas. ¿Quieres que te acompañe a la enfermería? —ofreció, dirigiéndose a Julián—. De verdad, lo siento mucho.

   Julián negó con la cabeza y Alejandro lo abrazó y se lo llevó consigo. Los demás chicos los siguieron por el pasillo y se quedaron el resto del descanso fuera de la enfermería. Cuando regresaron al salón, Daniel encontró un papel en su escritorio que decía en letra clara y sin espacio  a confusión: “Lo hicieron a propósito”.

 

   Continuará…

 

 


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