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Cruel summer por Sherezade2

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Notas del capitulo:

Gracias por continuar leyendo mi historia. De verdad me hacen muy feliz. Aquí estoy con un nuevo cap. Miles de besitos gigantes.

   Capítulo 23

   Enemigo silencioso.

 

      —Zully, suelta a William. Vamos.

      —¡No quiero! —chilló el adolescente, sudando a mares mientras se aferraba cada vez más fuerte a la cintura del otro chico.

   —Déjenlo aquí conmigo —pidió William, mirando a sus padres con carita de súplica.

   —Imposible —negó Oliver, tomándo a su hijo de la mano—. El celo de este niño ya empezó y necesitamos sedarlo antes de que se ponga violento.

   —No se pondrá violento. Ya está más calmado —volvió a intentar William, frotando su mejilla contra los sudorosos cabellos de su Alpha—. Y yo tampoco me quiero alejar de él.

   —¡For God sake! Ya paren esto —gruñó Brandon, usando sus feromonas del embarazo para neutralizar un poco las de Zully y sacar a su hijo de la “ensonñación hormonal” en la que estaba siendo arrullado. William se espabiló al instante y reconoció que sus padres tenían la razón. Zully gimió cuando sintió que William le obligaba a desenredarle los brazos, pero enseguida William lo consoló, tomando su rostro entre sus manos.

   —Vamos a dormir, ¿vale? Estaremos bien. Después de este celo, te sentirás mucho mejor y podrás volver a la escuela. Voy a ganar la competencia de este sábado y en la siguiente fase nadarás conmigo, ¿quieres? Ya no voy a separarme de ti… nunca más.

   —¿Nunca más? —jadeó, Zully, sofocado por el calor de su celo.

   —Nunca más —aseguró William, colocándole un beso en la mejilla.

   Diez minutos después, ambos chicos descansaban uno frente al otro. A pesar del celo, las feromonas de Zully se habían estabilizado tanto que una pequeña dosis de sedante fue suficiente para ponerlo a dormir. A Wiiliam también lo sedaron un poco, porque aunque ni Oliver, ni Brandon ni Leandro les pensaban quitar el ojo de encima, el pobre chico no paraba de lubricar y esa incomodidad no iba a dejarlo dormir sin ayuda. El próximo celo de William iba a ser un verdadero calvario. Si así eran sus reacciones sin estar en calor, con toda esa carga de hormonas encima aquello iba a ser una gran pesadilla.

   —Tenemos que hablar con el pediatra acerca de cómo manejar la situación cuando el celo de Will llegue. No pienso dejar sufrir a mi hijo.

   —Es verdad —concordó Leandro, mirando a Oliver—. Este tipo de parejas es muy raro que se encuentren, y mucho más, que lo hagan siendo tan jovencitos. No tenemos ninguna experiencia al respecto, pero por lo poco que investigué en estos días, tengo entendido que para un omega que conoce a su “destinado” le es imposible volver a pasar un celo sin ayuda de un Alpha.

   —¿Y sería prudente dejar que Zully lo ayude de esa forma? El chico sigue siendo un castillo de naipes.

   —No lo sé —suspiró Oliver, respondiendo con una mirada cansada a la pregunta de su esposo—. Solo sé lo que te dije: No voy a dejar sufrir a Will.

   Brandon asintió. El próximo celo de William era un momento clave en el camino a su descubrimiento y aceptación. Hacer ese momento más doloroso de lo necesario podría generar una nueva ola de vergüenza, repulsión y rechazo hacia su condición. Era una jodida mierda que tuviera que ser así, pero ni modo. Así era como estaban sucediendo las cosas y tenían que afrontarlo. La idea de que la iniciación sexual de Will tuviera que ser de esa forma tan dramática y extrema era algo que les ponía los pelos de punta, pero no lo podían evitar. En su necesidad de información, ellos también habían hecho sus propias búsquedas y los resultados no habían sido muy alentadores.

   —Hablé con el psicólogo de mi empresa y me recomendó “aparearlo”—puso los ojos Oliver, recordando la risa que el termino le había producido—. No fue chistoso cuando me habló algunos casos que vio a lo largo de su carrera.

   —Chicos tirándose de balcones, estrellándose contra las puertas, lesionándose a ellos mismos. Escapando de casa…

   Brandon tragó grueso cuando recordó lo que había sucedido a los chicos que optaban por esa última opción. Iba a tener la casa rodeada de betas el día que William volviera a entrar en celo. El solo pensamiento de que Will se pudiera escapar y terminara siendo violado por media docena de Alphas le hacía perder por completo la razón. Leandro se frotó la cara, adjudicándose el primer turno. Más tarde llamaría a Fabriccio para explicarle como iba todo en casa de los Presley; por el momento quería pensar un poco más en las distintas opciones. Ni él ni Fabriccio querían seguir drogando a Zully indefinidamente, tampoco querían verlo volver a perder el control de esa forma tan espectacular. Necesitaban encontrar un balance sano para la relación de ese par y necesitaban que una vez pasara el celo, tanto Zully como William se sentaran con ellos y les explicaran si de verdad querían empezar a tener una relación.

 

***

   Incomodidad… pura y franca incomodidad. Ese era el término perfecto para definir lo que Julián estaba sintiendo.

   ¿Qué carajos le había pasado? ¿Por qué había tenido aquella reacción? ¿Por qué de repente se había sentido tan fuera de lugar… tan sucio?

   Luego de ducharse y meterse en la cama, Julián volvió a rememorar paso a paso lo que había ocurrido horas atrás. Era confuso, extraño en su mente.

   No había querido rechazar a Alejandro. Muchísimo menos hacerlo sentir como seguro lo había hecho sentir: abusivo e inapropiado. No quería; no quería nada de eso.

   Amaba a Alejandro. Lo quería y lo deseaba muchísimo. Desde hacía semanas sus encuentros se habían vuelto cada vez más y más intensos, así que no era tan raro que en la menor oportunidad, sus cuerpos hubiesen querido aprovechar para ir un paso más allá.

   Entonces… ¿qué le había pasado? ¿Por qué había reaccionado así? ¿Por qué en el final del climax, cuando el placer subió por su espalda y su orgasmo llegó, de repente todo se volvió sucio… perverso?

   Ese olor… fue ese olor.

   Julián lo tuvo claro. El olor de las feromonas de Alejandro había cambiado. En el momento en que eyaculó, cuando sus respiraciones se hicieron del todo erráticas y sus cuerpos se estremecieron de placer, el olor de Alejandro cambió.

   Lo hizo por corto tiempo, casi unos cuantos segundos, pero se volvió diferente… abrasivo; casi animal.

    Julián sintió miedo. El olor fresco y delicioso de Alejandro por un instante se volvió pesado y denso. Tocó el botón más instintivo de su ser y Julián lo reconoció como algo peligroso y anormal. Quería llorar y esconderse para siempre entre sus sábanas. Se sentía desconsolado y nervioso. Tenía unas ganas enormes de vomitar.

   —¡Julián!  ¡Julián, bebé! ¡Ya estamos en casa, cariño!

   Julián se estremeció cuando escuchó la voz de su madre llamándole desde la sala. Su estómago se contrajo de nuevo y en esta ocasión sí sintió que se iba a desmayar de verdad. ¿Podrían olerlo? ¿Podrían saber sus padres lo que había pasado? ¿Le reñirían? Joder. ¡Por supuesto que le reñirían! Además, iban a colgarlo por el hecho de que estaba suspendido por dos días.

   —¿Julián? ¿Julián, cariño?  ¿Ya cenaste? ¡Julián!

   —¡Ya… ya voy! ¡Enseguida bajo!

   Entendiendo que dilatar lo irremediable sólo le traería más problemas, Julián volvió a entra al baño y, tomando su colonia favorita, se bañó con perfume en un desesperado intento por disimular cualquier olor que se hubiera quedado prendido en su cuerpo a pesar de la larga ducha. No funcionó. A pesar de sus esfuerzos, la tensión que emanaba por olas de su cuerpo era tan mayúscula que todos los instintos protectores que existían dentro de Julia y Ernesto saltaron al verlo.

   Julián lucía como un cachorrito que está a punto de ser mandado a dormir fuera. Julia rodeó la mesa del comedor y se colocó frente a él nada más llegar a la sala. Julián intentó tragar saliva pero su garganta se cerró, volviéndole la saliva espesa y convirtiendo sus ojos en dos pequeños manantiales de agua.

   —Me suspendieron… —gimió en un sollozo, antes de romper en llanto por eso, y por el otro motivo que no era capaz de contar. Julia lo abrazó y Ernesto se acercó también, totalmente mosqueado.

   —Está bien… está bien, bebé. Cuéntanos qué pasó.

   Julián hipó y trató con fuerza de controlar su respiración.

   —Alguien puso las pastillas de Zully en mi mochila y me acusaron con la directora. Le dije que yo no las había tomado, pero no me creyó. Me suspendió y quiere verlos mañana. Tampoco podré estar en la primera ronda de las regionales.

   Ernesto miró a Julia y ambos negaron con la cabeza. Conocían a Julián. Su niño era incapaz de hacer algo como eso. Esa estúpida directora cada vez les caía peor.

   —Espera, ¿qué estás diciendo? —interrogó Ernesto, tomando entre sus manos la carita llorosa de su hijo—. ¿Te suspendieron así sin más y sin escuchar tu versión? ¿Sin derecho a defenderte?

   —Encontraron las pastillas en mi mochila —se encogió de hombros Julián—. Para ella eso fue prueba suficiente. No le valieron ninguna de mis explicaciones, ni creyó cuando le dije que alguien más las tuvo que haber puesto allí con el fin de culparme.

   —¿Y entonces quiere vernos mañana? —intervino esta vez Julia, con las manos apretadas a cada lado de su impecable uniforme miliar.

   —Así es…

   —Pues me va a oír.

   —Nos va a oír —corrigió Ernesto, lleno de tanta cólera como su esposa.

   —Gracias —gimoteó Julián, aliviado de que sus padres le hubieran creído. Por lo menos eso era algo menor por lo que preocuparse de todo aquel horrible día. Ya se iba a retirar por algo de agua cuando de repente, Julia arrugó la nariz y de un movimiento brusco lo tomó por el brazo, acercándolo hasta tenerlo lo suficientemente cerca como para confirmar lo que creyó oler.

   Los ojos de Julián se abrieron por completo. Las alarmas de advertencia sonaron en su cabeza, pero no fueron lo suficientemente rápidas como para retirase antes de que sus madre detectara su olor. El olor de Alejandro. Ese olor que a pesar del baño y del shampoo, todavía persistía tenue pero certero sobre su piel.

   —¿Pasa algo? —preguntó Ernesto, alertándose por la mirada y la expresión de su esposa y su hijo. Cuando los labios de Julián se apretaron en una mueca de dolor y el agarre de Julia sobre su brazo se hizo más fuerte, el omega mayor ya no tuvo dudas de que algo estaba pasando. Algo que no tenía nada que ver con lo que estaban discutiendo antes.

   —Dime que no estoy oliendo, lo que estoy oliendo, Julián —siseó Julia, con un destello de ira en sus ojos y una vibración de fastidio en su tono. Julián negó con la cabeza, pero su mirada y sus gestos estaban llenos de culpa y vergüenza. Julia lo olisqueó de nuevo y de nuevo lo volvió a presionar. Julián silbó de dolor y Ernesto intervino, interrogando a su pareja con la mirada. Julia soltó a Julián con un resoplido y sin mediar ninguna palabra más se alejó de ellos con dirección a la sala. Cuando Julián se dio cuenta de lo que estaba haciendo, su cuerpo entero se estremeció y su intuición captó de lleno las intenciones de su madre. ¡No podía permitirlo! ¡No, eso no!

   —Mamá, por favor… Mamá, por favor; no lo llames. Te lo imploro, por favor. No llames a Alejandro.

   —¡Entonces dime qué fue lo que pasó!

   El grito de la Alpha estremeció a Julián. Nunca la había visto tan enojada. De inmediato, la vergüenza por lo sucedido lo volvió a invadir, provocándole arcadas. No quería decepcionar a sus padres, no quería que le riñeran así. No había querido ofenderlos, irrespetar su casa, pero las cosas se habían salido un poco de control y estaba arrepentido por ello.

   —Yo… lo…

   —¿Tuvieron sexo? ¿Te acostaste con él? ¿Hasta dónde llegaron? ¡Dímelo, Julián!      

   —¡No! No llegamos hasta eso.

   La cara de Julián ardía de vergüenza. Ernesto estaba pálido y mudo. ¿Cómo era posible? Julián aún no entraba en celo; no tenía el poder hormonal para contrarrestar las feromonas de una pareja sexual, y mucho menos las de un Alpha dominante. Se lo habían explicado miles de veces, sin mencionar la falta de respeto que era el haber dejado entrar a su novio a casa sin ellos estar presentes. ¿En qué estaba pensando? ¿Y si Alejandro se hubiera descontrolado del todo? ¿Y si lo hubiera mordido? Se había colocado en peligro de una forma irresponsable y tonta. Era el colmo.

   —¡Estás castigado por esta vida y la otra! —exclamó esta vez Ernesto, comenzando a resoplar. No se podría creer la irresponsabilidad de su hijo. No después de todas las charlas que habían tenido con él al respecto—. No pudo creer que hayas hecho algo así.

   —Lo siento… yo —Julián gimoteaba, desconcertado todavía. Recapitulando, tampoco sabía bien qué era lo qué había sucedido. Es decir, desde días atrás los besos y las caricias con Alejandro habían subido de tono, pero nunca se la había pasado por la cabeza llegar a tener un contacto sexual tan explícito con él. No podía recordar por qué de repente las cosas se le habían salido así de las manos; y estaba seguro de que lo más probable era que Alejandro también estuviese de acuerdo. Sabía que era muy peligroso tener contacto con un Alpha sin estar hormonalmente maduro, sin importar la edad. Era un riesgo alto de ser marcado sin permiso.

   —Ve a tu habitación, Julián. Hablaremos de esto mañana, cuando nos hayamos calmado.

   Julia le dio la espalda y volvió a colocar el teléfono en su lugar. Julián miró a su papá pero este sólo negó con la cabeza, retirándose a la cocina. Julián susurró un quedo “lo siento” antes de dar media vuelta y volver a subir las escaleras. Una vez en su recamara, se tiró en la cama y abrazó su almohada. Hasta que el sueño finalmente lo llamó, no dejó de llorar.

 

***

 

   William miró la silla vacía junto a la suya y frunció el ceño. La suspensión de Julián le parecía tan injusta que todavía le agriaba el estómago. No entendía tampoco por qué no podía ir a animarlos el día de la competencia; ese era un evento extracurricular. ¿Por qué tenían que quitarle ese derecho también? Julián era prácticamente el fundador de ese nuevo equipo; la persona que había hecho posible que los omegas de su escuela nadaran por primera vez en una competencia regional. Le asqueaba pensar que por su culpa, los de su género habían estado relegados durante años y que de no haber sido por Julián, lo seguirían estando. Julián merecía estar allí ese día. Era su derecho, por Dios santo.

   —Oye, ¿podrías bajarle a tus feromonas un poco? Me están mareando.

   Respondiendo a la voz que acababa de hablarle, William miró sobre su hombro y el rostro apenado de Julio, el Alpha mestizo que se sentaba detrás de él, le sonrió. William olisqueó su ropa y se dio cuenta de que era cierto. Apestaba de pies a cabeza. Zully lo había encendido a feromonas antes de dejarlo salir esa mañana y al parecer, la reacción de su cuerpo ante ellas lo estaba haciendo producir unas propias que ni todo el perfume neutralizante que se había echado en el auto había dado resultado. Para acabar de rematar se le había acabado y por lo tanto tendría que pedir prestado a Susana, la única omega aparte de Julián que le hablaba.

   —Lo siento. En verdad, no lo puedo controlar.

   —Entonces salte de la clase —intervino Luis, unos asientos más atrás, mirándolo con burla. Desde el día en que lo había echado como un perro de su propio equipo, las cosas entre ellos dos habían quedado bastante tirantes. Sin embargo, tras la amenaza de Fabián, Luis había guardado su distancia hacia William y ni siquiera le había dirigido la palabra.

    … hasta ahora.

   Un murmullo se empezó a alzar y William se empezó a sentir cada vez más avergonzado. Cuando el ruido fue lo suficientemente fuerte como para alertar al maestro que estaba frente a la pizarra, William se puso de pie y se echó a correr hacia el baño. El profesor lo llamó pero William no paró hasta alejarse del salón mientras pedía a gritos en su mente que la tierra se lo tragara. Para su fortuna, los baños estaban desiertos y el agua en su cuello y cara relajaron un poco sus nervios. No quería regresar al salón por el resto del día. Necesitaba calmarse y sofocar un poco la tensión en su cuerpo. También necesitaba conseguir algo de perfume neutralizante y evitar a toda costa hacer un desastre en sus pantalones. Eso sí que no lo soportaría. En la escuela no, por favor.

   Sintiéndose miserable otra vez, acudió entonces a uno de los cubículos de los sanitarios y se encerró en éste. ¿Podría quedarse allí el resto de la jornada? Lo dudaba. ¿Podría apretar mucho los ojos y de repente aparecer de nuevo en su casa junto a Zully? Imposible.

   Estaba en la escuela. Estaba en el baño de la escuela, huyendo de todos; escapando de su realidad. Intentando por todos los medios amoldarse a tanto jodido cambio de mierda.

   —¿Necesitas ayuda, perrita?

   Al oí aquella voz, William se estremeció. Eso era lo último que necesitaba. La persona que más lo detestaba en toda esa escuela, siendo testigo directo de su sufrimiento. Regodeándose por ello, seguramente.

   —¿Qué quieres? Déjame en paz.

   La risa de Felipe se escuchó más fuerte. El muy jodido se estaba burlando de él; estaba disfrutando de toda la situación como un gorrino. ¿Podía culparlo? Por supuesto que no. Aun así, estar ahora del otro lado de la barrera era muy jodido. Nunca imaginó lo cruel que había sido todo ese tiempo; lo terrible que era vivir como un omega día tras día cerca a gentuza que te trataba como basura. Era comprensible que el chico estuviera ahora gozando de su desgracia; que se regodeara en ella. Lo entendía y eso era lo más frustrante. No poderle recriminar nada al muy infeliz porque en el fondo, William sabía que se lo merecía.

   —Toma —Para sorpresa de William, Felipe extendió un frasco por debajo de la puerta y se lo ofreció—. Tiene 90% de bloqueo, así que te cubrirá bien. Es caro así que regrésamelo cuando lo termines de usarlo, ¿quieres? No te lo vayas a gastar todo.

   Incrédulo por lo que estaba sucediendo, William se tardó unos instantes en tomar el frasco. No quería parecer grosero pero desconfiaba de su contenido. Felipe no tenía por qué estar haciendo algo así por él; no después de todo lo que habían pasado. ¿Por qué? Felipe tenía que ser el más interesado en verlo humillado. ¿Por qué lo estaba ayudando, entonces? ¿Acaso era su forma de humillarlo más y dejarlo en ridículo por aquella situación? Sí era así, el efecto no era el deseado. William estaba aliviado de haber logrado conseguir una salida a aquel aprieto. Con ese bloqueador hormonal podría pasar el resto del día sin problemas. Estaba salvado.

   —Gracias… Yo… yo no sé qué decir.

   —Podrías dejar de desconfiar y echártelo —zapateó Felipe desde afuera—. No tengo todo el día.

   —Sí… sí, por supuesto—. Desprendiéndose de  su camisa, William agitó el pote y luego de olisquearlo y en efecto comprobar que era bloqueador hormonal y no otra cosa, se apresuró a aplicarlo sobre su piel. El olor de sus feromonas comenzó a eclipsarse de inmediato y como remplazo un dulce aroma florar empapó su piel.

   ¿Esencia de rosas? Por supuesto que sí. Se trataba del bloqueador hormonal de Felipe, por supuesto que olía a rositas y pastel, joder, pensó William mientras lo aplicaba en suaves movimientos circulares. Dos minutos después el 90% de sus hormonas estaban cubiertas y sólo un tenue olor era perceptible por debajo del bloqueador.

   William se vistió de nuevo y abrió la puerta del cubículo con su mejor sonrisa.

   Nadie la recibió. El baño estaba vació y no había rastros de Felipe por ningún lado. William chasqueó la lengua y miró el espejo frente a él, alzando una ceja. El mensaje escrito con rímel era claro y conciso. Felipe era verdaderamente un sujeto singular.

   “Esto solo fue una tregua, perrita. Te sigo odiando”

 

***

 

   —¿A qué carajos hueles? —preguntó Daniel en el descanso, olisqueando a William con una cara de asombro en toda su cara. William rodó los ojos y siguió comiendo su emparedado mientras miraba a su salvador sentado a varios metros de las graderías en compañía de varios betas.

   —Esencia de rosas y pastel de frutilla —contestó en tono neutral, haciendo un gran esfuerzo para parecer serio—. Era esto o apestar a mis feromonas todo el puto día. Zully me infló a hormonas antes de salir y las mías están como locas.

   —Así que tu opción fue robarle el perfume a tus hermanitas y venir a la escuela oliendo a campo de flores —resumió Susana, soltando la risa. William la fulminó con la mirada mientras lamía cada uno de sus dedos sucios de mermelada.

   —Eh, no, listilla —devolvió, mirando de nuevo a Felipe—. Mi neutralizante de feromonas se terminó y un inesperado personaje me salvó de tener que pasarme el resto de la jornada encerrado en el baño.

   Daniel y Susana siguieron con sus ojos el sitio que William les estaba indicando. Cuando vieron de quién se trataba, los dos chicos quedaron boquiabiertos. Ambos sabían que Felipe detestaba abiertamente a William y no se podían creer que fuera él justamente quien le ayudara en ese momento. Parecía cosa de broma. ¿Por qué lo había hecho?

   —Me estás jodiendo, ¿verdad?

   —Nop —respondió William a la pregunta de Daniel—. Tampoco me preguntes por qué lo hizo, porque yo tampoco lo entiendo. El tipo me odia.

   —Y con razón —apuntó Susana, dándose cuenta en ese momento lo pensativo y distante que lucía Alejandro. William suspiró sin poder negar aquella afirmación y entonces sus ojos se desplazaron también hacia Alejandro, notando por supuesto, lo mismo que Susana.

   —La tierra llamando a Alejandro —dijo un par de veces antes de que los ojos del Alpha parpadearan y enfocaran los suyos. Si no fuera porque lo conocían bien, pensarían que Alejandro estaba colocado o algo similar. No era para nada común verlo tan distraído y ausente. Sin duda, algo le estaba pasando.

   —Lo siento… ¿De qué estaban hablando?

   Alejandro respondió sacudiendo la cabeza, como si ese movimiento lo hubiera traído de nuevo a la realidad desde muy, muy lejos. Susana alzó las cejas y Daniel se encogió de hombros sin tampoco tener respuesta. William resopló.

   —Le preguntábamos a William por qué carajos huele a muñeca de nena de cinco años —habló Daniel, mirando a su amigo con preocupación ahora—. Pero al parecer, tú estás muy ocupado en la luna. ¿Estás preocupado por lo de Julián? ¿O estás alterado por la competencia de pasado mañana?

   Al escuchar el nombre de Julián, todo el cuerpo de Alejandro se sacudió. No había podido conciliar el sueño debido a lo ocurrido el día anterior y se sentía muy culpable y descolocado. ¿Se había excedido? ¿Había empujado a Julián de forma inconsciente para hacerle hacer algo que el omega en realidad no quería? ¿Se había aprovechado de él con su poder hormonal?

   Sintió nauseas. El solo pensar que, aunque fuera inconscientemente, sus hormonas habían presionado a Julián más allá de sus genuinos deseos, le revolvía el estómago. Lo último que deseaba en este mundo era ser un Alpha abusivo. Era algo que a menudo criticaba mucho en los de su género y le resultaba repulsivo. Ahora entendía por qué siempre le habían dicho que las relaciones de Alphas y omegas eran tan complicadas. Tanta vulnerabilidad podía resultar peligrosa para un Alpha de pobre control y escasa moral.

   —No, no me pasa nada de eso. Sólo estoy un poco distraído porque me costó dormir anoche. Eso es todo.

   Sus amigos lo miraron con inquietud. Por más que sus palabras dijeran que no pasaba nada, su lenguaje corporal y sus feromonas cargadas decían otra cosa. Durante el entrenamiento de ese día también estuvo disperso y desconcentrado. Sus tiempos seguían siendo excelentes, pero sus movimientos se notaban rígidos y llenos de tensión. Por más que lo intentó, la expresión mortificada de Julián no salía de su cabeza, llenándolo de ansiedad.

   ¿Y ahora qué?, se preguntó durante uno de los intervalos de descanso. Su madre era la encargada de cuidarlos aquel día y él no podía estar más feliz por ello. Si hubiese tenido que encontrarse ese día con Ernesto y con Julia, la verdad no hubiese podido enfrentarlos.

 

***

 

   —Muy bien. Eso fue todo por hoy. Salgan ordenadamente y en silencio —los despidió la profesora, luego de dar una pequeña información general con respecto a los diferentes inter- colegiales que empezarían ese fin de semana. No sólo era el equipo de natación, todos los demás clubes deportivos empezarían competencias en sus diferentes disciplinas y un aire excitado rondaba el ambiente.

   —Creo que mañana deberíamos descansar —opinó William mientras bajaba las escaleras junto a Susana y Daniel. Alejandro continuaba rezagado y atontado. Esperaban que aquello se le pasara pronto o iban a estar en grandes problemas. Justo comentaban esto cuando de repente, William sintió un golpe en su pie derecho que lo desestabilizó por completo, dejándolo absolutamente inestable.

   No lo pudo evitar. Ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar. Su caída fue inevitable y la pobre Susana, que iba delante de él, terminó de bruces en el descanso de la escalara.

   —¡Por Dios!  

   —¡Ay, Rayos!

   —¡Profe, rápido!

   —¡¿Qué carajos pasó?! ¿Están bien?

   Una multitud se agolpó junto a los caídos. William se golpeó la rodilla pero no era nada de cuidado. Estaba bien. Alejandro salió de su estado de aturdimiento y se llevó las manos a la cabeza. Daniel estaba pálido como un fantasma y los demás alumnos chillaron y miraron horrorizados a Susana.

   El brazo de la chica estaba doblado mal. No había forma de que la posición en la que se le veía fuera natural. Lo peor es que el dolor parecía tan terrible que ni siquiera podía hablar. William dejó de respirar por un par de instantes y luego la sostuvo sobando sus cabellos. Susana gritó en ese momento. Por fin, toda la ola de dolor y de pánico filtrándose por su garganta en un terrible alarido. Cuando los profesores la llevaron a la enfermería, prácticamente se había desmayado del dolor. William, Alejandro y Daniel esperaron afuera mientras la atendieron. Leticia llegó en ese momento y se colocó junto a los chicos, muy alterada. No se podía creer lo que había pasado. ¿Otro infortunio más antes de la competencia? Ya parecía cosa de broma.

   —Juro que alguien me hizo caer. Lo juro —sollozó William, mientras Daniel lo abrazaba.

   —Tranquilo, Will. Por favor, cálmate.

   —¿Cómo quieres que me calme? ¡Le partí el brazo a Susana!

   —Fue un accidente —dijo Leticia, agachándose junto a los dos chicos—. Acabas de decir que alguien te tropezó, ¿no? No quisiste hacerle daño.

   Alejandro miró a su madre consolando a William y su corazón se sobresaltó. Las palabras de Julián del día anterior se filtraron de nuevo en su mente y comenzaron a desenterrar poco a poco la duda.

   Joder. No quería pensar mal, pero…

   ¿No eran ya demasiadas coincidencias?

   —Creo que ahora si podemos olvidarnos de las regionales.

   —¿Regionales? —William se puso de pie, mirando a Alejandro como si fuera un alíen—. ¿Estás hablando en serio? —le espetó furioso—. ¡Me importan un comino las jodidas regionales! ¡Susana se partió el brazo en dos partes!

   —¡¿Estás insinuando que no me importa nuestra amiga?! ¡Eso no fue lo que quise decir! —gruñó Alejandro, los vellos de su nuca erizándose. No era eso lo que había querido decir. ¡En absoluto! Tenía los nervios de punta y esas jodidas dudas que le carcomieron el pecho por un instante, le habían hecho sentir la impetuosa necesidad de poner a prueba a William.

   —Aún no confías en mí, ¿verdad? —puyó William, acercándose un par de pasos más—. Sigues pensando que sólo finjo que me agradan y que solo los estoy usando para llegar a las nacionales, ¿no es cierto?

   —William, para…

   —¡No! —gruñó William, apartando a Daniel de un manotazo.  Su postura reflejando lo Alpha que aún se creía—. No voy a seguir con esto sino confían en mí. Acepto que fui un cretino y que hice cosas horribles, pero también sé que no empuje a Susana por esa escalera y que no estoy fingiendo lo mucho que disfruto nadar con ustedes y ser parte de su grupo. ¡Ya basta! Ya no quiero seguir sintiendo esta culpa, esta vergüenza. Quiero aceptar lo que soy ahora, en verdad quiero hacerlo. Es sólo que me gustaría mucho que ustedes me ayudaran a lograrlo.

   —Yo… yo lo siento mucho. En verdad, no quise desconfiar de ti —se excusó Alejandro, echándose sobre una banca. El cansancio de ambos días cayendo de repente como un abrigo muy pesado. William asintió y se sentó a su lado. Sus ojos se extraviaron en algún punto de la pared pero su mente estaba muy lúcida, muy consciente de lo que iba a decir a continuación. Daniel y Leticia se separaron un poco, comprendiendo que ambos chicos necesitaban ese momento privado. William comenzó a hablar.

   —Eres todo lo que un día soñé ser, ¿sabes? —su voz era baja y melancólica, casi un susurro—. Un atleta ganador y fuerte; un gran campeón. El día que acepté que era un omega sentí que mi vida se había acabado; que ya no había nada más. Que era el fin. Tenía tantas ganas de morir; ganas de acabar con la existencia miserable que me esperaba. Toda mi vida me habían inculcado que los omegas no valemos nada, que no servimos para nada. Que somos basura. Estaba tan molesto, tan perturbado. ¿Por qué yo? Mírame. No era justo. No entendía porque personas como Julián amaban tanto ser lo que eran. Me molestaba. No lo comprendía en lo absoluto. ¿Por qué querer ser algo tan patético? ¿Por qué querer ser casi un animal? No entendía. No quería entender.

 >>  Entonces, Zully me salvó… Zully y ustedes. Julián, Susana, Daniel y tú. Todos ustedes. Me mostraron que no siempre los Alphas ganan. Que no siempre tienen el control. Me mostraron que los omegas también podemos gritar una victoria y que no siempre un Alpha tiene que ser el campeón. Es verdad que quiero ganar; es verdad que quiero demostrarle a esa familia que tengo en Inglaterra que no me importa lo que opinen de mí, yo soy un ganador. Gracias por ayudarme a descubrir eso. Sin ustedes no lo haría logrado. Es por eso que quiero nadar. Es por eso que quiero ser campeón con ustedes. Le dieron esperanza a mi vida y me hicieron querer vivirla otra vez. ¿Lo entiendes ahora? ¿Lo comprendes, Alejandro?

   Alejandro miró a William a los ojos y con su mandíbula apretada por la emoción, lo abrazó. Por supuesto que lo entendía. Lo entendía y lo respetaba. Había crecido como un Alpha dominante toda su vida y no podía siquiera imaginar lo que era un día de repente perder ese status. No era un tonto. Aunque no estuviera de acuerdo, sabía que la sociedad aun guardaba muchos prejuicios y restricciones hacia los omegas y no era algo que quisiera vivir de primera mano. William le estaba abriendo su corazón, sus miedos y anhelos y no podía decepcionarlo. Era su capitán… no, mucho más. Ahora estaba seguro. Era su amigo.

   —Bueno… bueno. Miren lo que tenemos aquí —anunció Leticia, saludando a Susana, quien salía de la enfermería con una férula, una risa tonta por los analgésicos y dos preocupados padres a cada lado. Antes de que se la llevaran al hospital, los chicos la besaron en la mejilla y se despidieron de ella. William se excusó con los padres de Susana, pero estos negaron con la cabeza, comprendiendo que se había tratado de un accidente.

   Ya estaban a punto de irse a casa, pensando qué carajos iban a hacer para continuar en la competencia cuando de repente una dulce y cada vez más familiar vocecita detuvo al grupo antes de cruzar las graderías. Alejandro lo miró con asombro, Daniel se atragantó con el agua que iba bebiendo y William alzó una ceja con incredulidad.

   Felipe tenía una ficha de inscripción llena extendida frente a ellos. Una muy similar a la que William le había roto años atrás. Con una sonrisa de satisfacción en el rostro, Felipe los miró y acto seguido se encogió de hombros.

   —Supongo que estarán tan desesperados que esta vez aceptaran hasta las pulgas —sonrió sardónicamente, batiendo sus largas y hermosas pestañas—. Pero no se preocupen, está pulga sabe nadar —remató, mirando a William—. Sabe nadar muy bien.

  

   Continuará…

 

 

 

  

 

 

 

 

  

 


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