Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Cruel summer por Sherezade2

[Reviews - 105]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Gracias a todos por leer y comentar.

SEGUNDA PARTE

 

   Capítulo 26

   ¿Y ahora qué?

   Tres meses pasaron en un abrir y cerrar de ojos. Las heridas dejadas por los terribles sucesos acaecidos el día de las competencias intercolegiales habían sanado en gran parte. Las físicas por lo menos.

   Alejandro, como el Alpha dominante que era, fue el que salió mejor librado. Un hematoma occipital que lo tuvo doce horas en sala de observación del hospital más cercano al club donde ocurrió todo, y una excusa de tres días para reposar en casa fue todo lo que físicamente sufrió.

   Daniel y Julián fueron otro tema. En especial Julián.

   William se sentó junto a su amigo y le entregó la botella de agua que le acababa de comprar. Alejandro la tomó y le agradeció con un asentimiento. Desde que Daniel había dejado el equipo, justo el primer día en que pudo regresar a la escuela, Alejandro ya no sonreía. Y la razón no era sólo la desmembración inevitable de su querido equipo. Había otra mucho peor. Una que ni el mismo William entendía aún.

   Daniel se había unido al grupo de teatro. Se había unido al grupo de teatro y había regresado con su ex. Había regresado con Andrés.

   —¿Por qué te martirizas así?

   —¿Acaso puedo evitarlo? —Alejandro rió sarcástico a la pregunta de William. Lo sabía. No necesitaba que se lo dijeran. Era un patético de mierda pero no lo podía evitar. Lo había querido todo y ahora no tenía nada. Nada de nada.

   —Daniel sabe que te sientas todos los días aquí —le dijo William, consolándolo—. Le lastima. No me lo dijo directamente pero lo conozco. Sabe que estás sufriendo y no le hace feliz. Sólo quiere que dejes de hacerte esto a ti mismo.

   —¡No puedo! —bramó Alejandro, tirando el agua. Había lastimado a Daniel. Lo había lastimado tan mal que ya nunca más podría nadar de nuevo. Por lo menos no de forma competitiva. Una lesión en su manguito rotador que tardó semanas en sanarse y nunca volvió a quedar como antes era la causa. Y se la había hecho él. Se la había hecho él aquel horroroso día.

   Y Julián… joder, ni siquiera podía hablar de Julián.

   —Quedarte aquí sentado viéndolo todos los días mientras come su almuerzo junto a su pareja tampoco te ayudará.

   —Ese es mi maldito problema, William.

   —¡También es el mío! ¡El de todo el equipo!

   —¡Déjame jodidamente en paz!

   —William sólo quiere ayudar. Jodidamente no le grites.

   Los ojos de Alejandro se alzaron ante la amenazante voz y ante su dueño. Las feromonas que se espolvorearon ligeramente en el aire, le advirtieron que, en efecto, lo más inteligente era no volverle a gritar a William.

   —Tranquilo, enclenque. No pasa nada —dijo William, tomando la mano de Zully para besarla. Para todos los que no conocieron a Zully en el pasado, podía sonar muy extraño el adjetivo con el que William lo llamaba. Enclenque era lo más opuesto a su estampa actual. Tal como había predicho Frabriccio meses atrás, su bebé se había empezado a convertir en todo un Alpha. Y si bien era cierto que aún no alcanzaba toda la estatura, peso y masa muscular que los endocrinólogos habían predicho, sí estaba muy lejos ya del niñato flacucho y pequeño que había llegado el primer día de clases.

   —Vámonos. Sí este tipo se quiere pasar la vida entera lloriqueando por los pasillo allá él. Nosotros no tenemos que ser testigos de su patético sufrimiento.

   —Está bien —suspiró William. Entendía a Zully. Desde lo ocurrido aquel día, la relación entre Zully y Alejandro también se había vuelto muy tensa. Zully era un gran amigo de Julián. Y joder… Julián era el que peor había resultado.

   —La próxima vez que te grite le partiré la cara.

   —No es para tanto —replicó William, deteniendo su marcha—. Te he sentido muy tenso estos últimos días. ¿Pasa algo?

   —No quiero que te vayas a Londres. No quiero.

   —Ya hablamos de eso, Zully. Tengo que ir. —La discusión que habían tenido días atrás, y que había sido la causa de su primera gran pelea, volvió a resurgir. William sabía que el celo de Zully se estaba acercando y que justo caería para los días en que él estaría fuera del país. Era un gran problema. Por lo que había comprobado la primera vez que lo pasaron juntos, Zully era extremadamente territorial y agresivo durante el celo. Que tuviera que pasarlo solo esta vez iba a ser un gran lio. Sin embargo, no pudo evitarlo. Sus abuelos querían verlo en persona y realizar unos exámenes genéticos en Inglaterra para encontrar donde se había generado la ruptura de la cadena de “pureza genética” que ya tan floja se la traía a William y a sus padres.

   Si iban a complacer a sus abuelos era sólo porque había temas legales que resolver. Solo por eso. William estaba cada vez más feliz de ser un omega. Sobre todo cuando estaba debajo de Zully.

   —No quiero pasar mi celo sin ti.

   —Lo  sé —canturreó William, pasando sus brazos por el cuello de Zully. Zully lo agarró por la cintura sin dificultad, siendo que ahora eran prácticamente de la misma estatura—. Yo tampoco quiero.

   —Entonces no te vayas.

   —Buen intento —sonrió William. Los labios Zully besando la parte desnuda de su cuello.

   —Por favor… vamos. No vayas —ronroneó Zully, apretando a William más fuerte.  

   —No puedo hacer nada.

   —Vamos. Dile a tus padres que no quieres ir —insistió más Zully.

   —Tampoco es decisión de ellos —se intentó liberar William, sintiendo demasiado posesivo el amarre.

   —¡No quiero que te vayas! —gruñó Zully; esta vez haciendo que William gimieran ante la fuerte presión—. ¡No quiero!

   —¡Ya basta, Zully! ¡¿Qué te pasa?! —se liberó finalmente William, haciendo un gesto de dolor por su magullada espalda. Zully se llevó las manos a la cara y exhaló fuerte. Había perdido el control… otra vez.

   —Lo siento. Perdóname, por favor. De veras lo siento.

   William lo miró y apretó los labios. No sabía qué decir.

   —¿No te parece que está sucediendo demasiado seguido? —se inquietó, sosteniéndole la mirada—. ¿Estás seguro que lo estás pudiendo controlar?

   Zully asintió con fuerza. ¡Sí! ¡Lo podía controlar! ¡Tenía que!

   —No volverá a suceder, lo prometo.

   —Eso dijiste la última vez —le recordó William—. Y la vez anterior a esa.

   —¡Lo voy a controlar esta vez, ¿bien?! —se exhaltó de nuevo el alpha, provocando que esta vez William le mostrara el dedo medio y se alejara dándole la espalda. Zully se recostó a una pared y comenzó a respirar a bocanadas. No quería tener que volver a medicarse. ¡No quería!

   Si no lo haces lo vas a perder, le dijo esa molesta voz en su cabeza. Esa voz que cada vez era más frecuente.

 

***

 

   William no había terminado de doblar la esquina para girar hacia las graderías en busca de Susana y de Felipe cuando una mano lo detuvo por detrás. Fabián lo miraba con el ceño fruncido y sus feromonas gritaban tensión por doquier.

   William suspiró. No, otra vez no.

   —¿Ahora si me vas a contar de una buena vez qué es lo que sucede con ese infeliz? ¡¿Te está lastimando?! ¡¿Se ha atrevido a ponerte las manos encima?! ¡Dímelo, William! ¡Dímelo, porque como te haya tocado un solo pelo lo voy a matar!

   —¡Suficiente, Fabián! —exclamó William, molesto. Le estaba empezando a doler la cabeza. Fabián lo soltó, pero gruñó de nuevo, poco dispuesto a ceder.

   —He visto como discuten. ¡Sé  que algo está pasando! ¡Lo sé!

   —Zully no me golpea ni me maltrata, ¿contento? —respondió William, con tono cansado—. Son muchos cambios físicos y hormonales los que está pasando y le está resultando muy duro llevar el ritmo, ¿bien? Eso es todo.

   —A mí me suena a que sólo lo estás justificando —le replicó Fabián, apretando la mandíbula.

   —Piensa lo que quieras. ¿Quién te contrató como mi guardaespaldas de todos modos? No es tu jodido trabajo cuidarme las espaldas. ¡Mírame! ¿Luzco como alguien que no se puede defender?

   —¡Eres un omega!

   —¡Y ya lo sé! —se terminó de cabrear William—. Ya lo sé. Y estoy empezando a darle las gracias a Dios por ello.

  Fabián se quedó allí, viendo la espalda de William mientras éste se dirigía con sus amigos. Si el maldito imbécil de Zully estaba haciéndole daño que se preparara. Se lo había advertido a William meses atrás y lo cumpliría. Si ese jodido tipo no lo trataba como a un jodido rey, lo iba a recuperar. Por todo lo sagrado que lo haría.

 

***

 

   —Los Alphas son unos cabezotas imbéciles —dijo William, tirándose en el piso de la gradería junto a sus amigos.

   —De acuerdo con eso —apoyó Felipe, escarbando en los restos de su helado. Susana también asintió, apoyándolos. Por algo prefería salir con un beta, ¿no?

   —¿Volviste a pelear con Zully? —preguntó la chica.

   —¡No sé qué carajos le está pasando! —gruñó William—. Está dale y dale con el tema de Londres. Ya le he dicho mil veces que no puedo hacer nada al respecto, pero sigue insistiendo. Está insufrible.

   —¿Y cuándo te irás? —preguntó Felipe.

   —La otra semana —suspiró William, robándole una papita a Susana—. Justo la semana que tendrá su celo.

   —Eso explica todo —dijo Susana, protegiendo sus papas—. Zully se pone jodidamente irritable antes de su celo.

   —Últimamente anda irritable siempre —bufó William, sin pretender defenderlo como había hecho ante Fabián—. Me pregunto si deberían volver a medicarlo. En el último mes su cuerpo ha cambiado muchísimo y no sé si ha sido demasiado para él.

   —¿Lo has hablado con alguno de sus padres? —preguntó Felipe, resignándose por fin a que ya no quedaba más helado.  William asintió, pero su mirada parecía la de alguien que no está satisfecho. Era justo lo que sentía.

   —Dicen que para el médico es algo normal; parte del desarrollo hormonal. Dice que sufrirá cambios de humor constantes, pero qué irá pasando a medida que su cuerpo se vaya acostumbrando.

   —¿Y no estás de acuerdo con eso? —inquirió Susana.

   —Para nada —resopló William, encogiéndose de hombros—. Pero yo no soy médico. Qué puedo saber yo.

   Felipe y Susana miraron a William con preocupación. No dudaban de lo fuerte que era la atracción de esos dos y el bien que se hacían el uno al otro. Sin embargo, era obvio que desde hacía  semanas Zully se estaba comportando muy raro y su temperamento era demasiado volátil. William había mostrado una increíble paciencia y sensibilidad pero todo tenía un límite.

   Todo.

   —Alejandro es otro que me preocupa —habló de nuevo William, queriendo dejar por un rato el tema de Zully—. ¿Alguno de ustedes le ha dicho lo de Julián?

   Felipe negó con la cabeza, Susana con el dedo. Menudo lio. Julián era un tema álgido del cual no se hablaba nunca delante de Alejandro y Daniel. Un ataque sexual no era algo fácil de tocar y menos si los involucrados eran tres de tus amigos. Que los medios locales hubieran hecho las delicias con aquella tragedia, tampoco ayudaba en lo más mínimo.

   Esos malditos periodistas amarillistas se deshicieron en prejuicios y burdos señalamientos. Por casi una semana los padres de Julián tuvieron que soportar los señalamientos y el acoso. ¿No era suficiente con llamar a un adolescente que se encontraba en delicado estado “omega suelto de calzones”, “provocador”?  Una vergüenza. Ante todos, Julián había quedado como un puto que usó su celo para provocar a dos cándidos y angelicales Alphas que sólo reaccionaron victimas de sus feromonas en celo. Al carajo. Nadie contaba la otra parte de la historia. Esa donde Julián descubría que esos dos cándidos Alphas le había mentido y jugado con sus sentimientos. Esa donde Julián sufrió cada minuto del ataque porque por alguna extraña razón, las feromonas de su primer celo no produjeron ningún deseo sexual en su propio cuerpo.

   William le robó otra papa a Susana, quien lo fulminó con la mirada y luego se recostó contra el escalón de la gradería.   

   —Creo que lo mejor es que lo vayan sabiendo, ¿no? —preguntó casi al aire, mientras veía una nube densa posarse sobre sus cabezas.

   —Yo también pienso que es lo mejor —respondió Felipe, mirando hacia el sitio donde Alejandro se sentaba a martirizarse día tras día—. Yo también creo que es lo mejor.

 

***

   La obra de bienvenida del segundo semestre estaba prácticamente montada. Unos pequeños detalles por afinar y estaría lista. Andrés estaba pletórico de dicha. En cosa de dos meses su vida se había convertido en un paraíso. El motivo más importante: su querido Daniel. A veces no se lo podía creer. ¡Lo había logrado! El detestable omega se había ido de la escuela y Daniel era suyo de nuevo.

   Lo dicho. Un jodido paraíso. Un paraíso sólo empañado por la barriga creciente de su madre.

   —Amor, ¿qué música crees que debamos usar para los cambios de escena? —preguntó, dándole una nueva ojeada al guión. La obra a representar ese año era El avaro  de Moliere, una comedia clásica del teatro francés que querían montar desde hacía mucho. Daniel se encogió de hombros, ausente. La mirada de Alejandro desde el otro lado de la cancha lo quemaba. Siempre lo quemaba. Aunque se hiciera el desentendido.

   —No lo sé. Escógela tú —respondió con desgano, haciendo migajas con el pan que no había comido. Jaime bufó y rodó la mirada. Sólo el estúpido de Andrés seguía creyendo que a su novio la obra le importaba algo. O él.

   —Pero puedes dar alguna idea —sonrió Andrés, tirándose sobre las piernas de Daniel para buscar su escondida mirada. Daniel resopló y alzó de nuevo la cabeza, apartando los ojos. Jaime rió. La escena era más cómica que la jodida obra que planeaban. El único que no parecía darse cuenta era Andrés.

   —¿Podrías disimular un poco mejor lo mucho que te afectan las miradas de tu amigo? —dijo finalmente, sin poderlo evitar, disfrutando mucho del malestar que se formó en la cara del otro chico—. Es lamentable.

   Daniel frunció el ceño ante el reclamó en forma de pregunta y apartando sin mucho cuidado a Andrés se puso de pie. Jaime le regaló una sonrisita petulante que sólo le produjo ganas de romperle los dientes. El imbécil le caía fatal y lo único que le impedía borrarle esa molesta sonrisa que siempre llevaba era la conciencia absoluta de que lo expulsarían sin remedio.

   —Voy al baño —se excusó, alejándose del lugar. Andrés fulminó a Jaime con la mirada y le lanzó el guión de la obra directo a la cara. Ya no soportaba más sus indirectas hacia Daniel.

   —¡Ey! ¡¿Qué mierda te pasa?!

   —¡Deja a Daniel en paz! —le exigió con una mueca de disgusto—. ¿Qué carajos tienes contra él? No te ha hecho nada. ¿Sabes?, creo que lo que te hace falta es un novio. Ya sabes, alguien que te baje esa mala leche que siempre llevas camuflada.

   —Para que me chupen la verga no necesito un novio —le respondió Jaime con grosería, señalándose la entrepierna—. Para metérsela a un buen culo tampoco. El único imbécil que necesita que le den falsos besos de amor para coger eres tú.

   —Estás imposible —le devolvió Andrés, haciendo un mohín de disgusto. Jaime se puso de pie y antes de alejarse dejó caer sobre su amigo el libreto de la obra. Luego, le dio un golpesito en la cabeza antes de decir:

   —Espero que tu nuevo hermano salga más inteligente que tú. Nos vemos.

   Dándole un manotón como despedida, Andrés gruñó ante el comentario. El hijo de puta de Jaime sabía bien lo mucho que le ardía ese tema y pegaba por allí. Odiaba cuando se ponía así de detestable. Tampoco entendía sus motivos para molestar tanto a Daniel. Era incomprensible.

   —Qué le den —susurró para sus adentros mientras sus ojos se desplazaban hacia la figura apostada al otro extremo de la cancha. ¡Ese jodido Alejandro otra vez! ¿En serio iba a pasarse el resto del año así? Parecía un enamorado agonizando de amor frente al balcón de su amado. Daniel sólo había sido su amigo de la infancia. ¡Qué lo superara de una buena vez! No era para tanto. Casi que extrañaba la presencia del fastidioso omeguita para distraerlo.

   Ni modo, pensó. Ese asqueroso omega no volvería jamás. Sería un desvergonzado si lo hiciera. Los periódicos locales lo habían dejado como la basura que era y se lo merecía. Provocar no sólo a uno sino a dos alphas con su celo era realmente repugnante. Algo digno de puto barato. Esperaba no tener que volver a ver su cara nunca más en su vida. Esperaba que Daniel poco a poco se olvidara de él también.

 

***

 

   Zully detuvo a William antes de que lograra subirse en el auto. Seguía molesto. Era obvio. El hecho de que no le dirigiera la palabra durante todo el entrenamiento lo confirmaba. El hecho de que no fulminara con la mirada a los omegas del noveno C, que no disimulaban sus miradas al verlo pasar, también.

   —William… Will, por favor, espera. Por favor, no te vayas así.

   —¡¿Qué?! ¡¿Qué quieres?!—volteó a mirar William, antes de tirar sus cosas en el auto—. ¿No me gritaste lo suficiente hace un rato y quieres que tu club de fans lo vea en primera fila o vienes a decirme por enésima vez que no me vaya a Londres?

   —No, no es nada de eso —negó Zully con la cabeza—. Vengo a disculparme.

   —¿Para qué? ¿Para que mañana me vuelvas a gritar de nuevo? ¿Para que luego se te olvide todo y me vuelvas a reclamar por dejarte solo en tu próximo celo? ¿Para eso te vas a disculpar?

   —No. —Zully suspiró con fuerza y estiró su mano, tocando con cariño los mechones dorados de William—. Fui un imbécil, ¿sí? —aceptó, acercándose hasta poner sus frentes juntas—. Lo lamento. No voy a dejar que nada estropeé de nuevo nuestra relación, ¿vale? Ni mi celo, ni tu viaje a Londres; y mucho menos ese “club de fans” como les llamas. Te amo y quiero estar contigo. Quiero que estemos bien.

      William suspiró. No debería. No debería perdonarlo tan fácil y mucho menos teniendo en cuenta que era un reincidente.

   Pero no podía mantenerse distante. No cuando Zully lo trataba así.

   —Es injusto… Es injusto que te quiera tanto así.

   —Créeme que no eres el único indefenso ante esto —susurró Zully, tocando suavemente sus labios con los de William—. Me deshago por ti.

   —¿Vamos a nuestro sitio? —preguntó William, pasándole la lengua por el labio inferior.

   —¿Cuándo he dicho que no?

   —Nunca. Pero siempre hay una primera vez para todo.

   —Para rechazarte, no —ronroneó Zully, mordisqueándole la oreja—. Y eso que me encanta experimentar primeras veces contigo.

   William sonrió. Con una seña le indicó que entrara y se acomodara en el auto. Al entrar vio por el retrovisor la figura de Fabián observándolo a la distancia y frunció el ceño. Fabián se dio cuenta de que William lo observaban pero no se inmutó y siguió con la vista clavada en ellos mientras el auto arrancaba y se alejaba. William miró hacia Zully, pero éste no se había percatado de nada.

   …menos mal.

 

***

 

   Eran cinco cicatrices. Una por cada uno de los bastardos que lo hicieron sufrir.

   Una por cada malnacido que le lastimó.

   Y por cada una habría una revancha. Una reclamación. Un ojo por ojo.

   Julián miró la página del periódico local donde la primicia de tres meses atrás se deshacía en “elogios” para él. La propia directora de su instituto llamándole “Omega libertino”, “mal ejemplo”, y un sinfín de “cariñosos” apelativos más que como fue obvio, sólo buscaron enlodarlo con el firme propósito de salvar el honor de la escuela. A ella le dedicaba la cicatriz de su brazo derecho. La cicatriz dejada por la cirugía donde lo abrieron para pegarle el hueso astillado en dos. Su padre Ernesto le había pedido entre lágrimas que no lo hundiera ante los medios, pero ella sólo le había mirado sobre el hombro y le había dicho: “Usted debería conocer mejor lo que crió”

   Hija de puta. A ver si lo iba a volver a mirar sobre el hombro cuando lo viera volver.

   Porque había llegado la hora de volver. La hora de salir de la madriguera a donde la sociedad lo había apartado. El hueco a donde la doble moral y la traición lo habían recluido.

   Cinco heridas le habían quedado. Todas ellas estaban visibles en ese momento.

   Lo habían marcado.

   Finalmente, una abogada había fallado a su favor y había obligado a la escuela a restituirlo. Por fortuna, la gente era tan rápida para olvidar como para juzgar y ya no había sido noticia. Nadie que le importara se enteraría de su regreso hasta que estuviera sobre ellos.

   —Julián, es hora de sacar la basura, cariño —oyó que dijo su mamá desde la cocina; lugar donde trabajaba como repostera luego de haber dejado la armada tras haberle roto la nariz a un capitán que habló mal de él.

   Si, era hora de sacar la basura, pensó Julián, contestándole afirmativamente a su madre.

   Las otras cuatro cicatrices también tendrían su revancha. Pero por esa tenía que empezar. Su papá Ernesto lo merecía. ¡Rayos! ¡Cómo lo iba a disfrutar!

 

***

 

   —Te gusta mucho este lugar, ¿verdad? ¿Quién iba a pensar que el lugar dónde tan terribles días pasé se iba a convertir en nuestro pequeño paraíso?

   —Huele a ti en cada rincón de este sitio. ¿Cómo podría no amarlo?

   Zully estaba sobre William, ambos desnudos sobre el sofá del apartamento de Oliver. El ocaso desde ese balcón siempre era algo digno de ver. Sobre todo después del sexo.

   —¿Te acuerdas de nuestra primera vez? —preguntó el omega, disfrutando de los besos de Zully sobre su espalda. Zully mordisqueó con coquetería y bufó.

   —Por supuesto que me acuerdo de nuestra primera vez —contestó con una risotada—. Fue hace cuarenta y cinco días apenas.

   —¡Listillo! —le devolvió William, contento de tener de nuevo al Zully sarcástico que tanto le gustaba—. Pero no era a eso a lo que me refería.

   —¿Entonces a qué? —inquirió Zully, dejando vagar su mano sobre la espalda de William, buscando el montículo de su trasero. El sudor que quedaba tras el sexo, fijaba más el olor de las feromonas hasta hacerlo enloquecer.

   —Me  refiero a lo mucho que hemos mejorado en esto —respondió William, girando la cabeza para mirar directo a los ojos de Zully—. El primer día no sabíamos ni cómo empezar y el golpe que me di contra la cama sacándome los pantalones fue memorable.

   —Lo memorable fueron los cinco minutos que duré —alzó una ceja Zully. William soltó una risotada.

   —Yo no colaboré mucho con todo lo que me tardé en ponerte el condón.

   —Hablando de eso. ¿Crees que es seguro que ya no los usemos más? Puedo usarlos de nuevo si es más seguro para ti.

   William bufó. No quería volver a los condones. No le veía sentido. Sus padres eran unos exagerados. Ya él tenía ese jodido implante en el brazo. ¿Para qué necesitaban más protección? Zully y él eran exclusivos. No iba a pasar nada.

   —Es una mierda no poderte sentirte por completo. Nuestros padres se están preocupando demasiado. Leí que este implante dura cinco años —dijo, señalándose el brazo—. Me gusta cómo te sientes dentro de mí —ronroneó, chupándole el mentón—. No quiero que un pedazo de latex se interponga entre nosotros. Definitivamente, adoro el sexo de reconciliación. Deberíamos pelear más seguido.

   —En ese caso podemos repetir —propuso Zully, volteando a William para colocarse sobre él.

   —Esa me parece una excelente idea —coqueteó el omega, separando las piernas.

   —Quiero un paquete entero de gomitas luego de todo el trabajo de hoy —le susurró Zully al oído mientras lo penetraba de nuevo. William sonrió mientras el semen aún sin secar que escurría entres sus piernas entraba de nuevo a su cuerpo. La lubricación natural de su zona intima estaba presente incluso cuando no estaba en celo. Al parecer, la compatibilidad tan fuerte de sus feromonas era la responsable de esta ventaja.    William gimió al sentir que Zully se ajustaba a su cuerpo y se miraron a los ojos antes de sonreír y besarse.

   Así era como quería que estuvieran siempre: unidos y felices. Así era como últimamente era cada vez más difícil estar.

 

***

 

   El lunes amaneció tan radiante, caluroso y sofocante como una caldera. El sol brillaba en un pavimento que podía echar humo en cualquier momento.

   Alejandro se bajó del auto de su padre y se despidió con un escueto saludo antes de cerrar la puerta justo en el momento en que  Daniel cruzó la acera hacia la puerta de la escuela haciendo del encuentro entre ambos algo inevitable.

   Se miraron a los ojos por primera vez en esos largos tres meses y sus cuerpos temblaron con una vibrante efusión de feromonas. La cercanía aún podía resultar peligrosa, decían los doctores. “Memoria hormonal”  o alguna mierda parecida le habían llamado.

   —Bu… buenos días.

   —Buenos días.

   Daniel respondió al saludo de Alejandro con mucha más seguridad que la de su antiguo amigo. A pesar de lo seguro que podía sonar, la realidad era que estaba sintiendo que se desmayaba. El olor de Alejandro traía recuerdos confusos a su mente. Deseos buenos, deseos malos. Deseos intensos. Alejandro se veía igual, aunque para Daniel era difícil saber a ciencia cierta lo que el otro Alpha estaba sintiendo. Como el Alpha dominante que era, a Alejandro no le quedaba más remedio que seguir expeliendo tensión en sus feromonas ante el Alpha que le había desafiado en territorio; no obstante, su rostro no hablaba en lo absoluto sobre sentimientos de desafío. La culpa y la tristeza era lo que mostraban a gritos sus ojos.

   —Adelante, chicos. Ya voy a cerrar la puerta —dijo en ese momento el maestro a cargo de la puerta, cortando de un plumazo la tensión. Daniel fue el primero en romper la conexión visual y, haciendo un rodeó pasó por el lado de Alejandro, entrando primero. Alejandro bajó la cabeza y le siguió, asegurándose de guardar cierta distancia. Cuando la puerta estaba a punto de cerrarse, la voz conocida de un omega que hacía meses no veían ni escuchaban silenció por completo su mundo.

   ¡¿Qué carajos?! ¿Estaba alucinando? ¿Había oído bien? ¿Acaso ese era…? ¡¿Era él?!

   —¡No cierren! ¡No cierren! ¡Voy entrando! —exclamó Julián, atravesando las puertas dobles del instituto antes de que el profesor lograra cerrarlas. Un jadeo masivo se extendió por todo el patio de ingreso, y las miradas de estupefacción del resto del alumnado no se hicieron esperar.

   Daniel se quedó de piedra, su cuerpo rígido sin atraverse siquiera a girar. Alejandro, de frente como estaba, sí observo del todo el reingreso triunfal de Julián.

   —Buenos días —sonrió el omega, con esa cicatriz que le cortaba la ceja y que le concedía un aspecto diferente. Menos angelical—. ¿Me extrañaron?

 

   Continuará…

Notas finales:

Besitos gigantes.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).