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Cruel summer por Sherezade2

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Notas del capitulo:

Gracias a todos los que siguen esta historia. Mil gracias por su apoyo, sin ustedes todo esto sería en vano y seguro no encontraría fuerzas para continuar. 

He estado muy enferma. Algo extraño está atacando mi cuerpo y lo debilita por oleadas. Hace casi dos meses empezó todo con un fuerte dolor que no me dejó caminar por 10 dias y luego todo mi cuerpo derecho perdió sensibiliddad por muichas semanas. Hace una semana mi visión del ojo izquierdo se redujo muchísimo y solo hasta hace 3 días la volvía recuperar. 

Es por todo esto que quiero decirles que estoy dando todo de mi para seguir por aquí, pero que lamentablemente no puedo asegurar actualizaciones seguidas ni total seguridad de nada. Si mi cuerpo me deja, por supuesto que seguré con ustedesEsta es una de las cosas que más amo hacer y que más me ayuda a seguir anclada a este mundo que cada vez se me desmorona más. 

Un abrazo y los quiero montones. 

 

   Capítulo 28

   Asuntos embarazosos.

 

   En el apartamento de Oliver, William y Zully esperaban sentados a que pasaran los quince minutos necesarios para obtener los resultados de la prueba. William estaba sentado con sus piernas contra el pecho y la cabeza entre ellas mientras Zully, a su lado, lo abrazaba por los hombros.

   Estaban más asustados que la mierda y no sabían que carajos iban a hacer si esa jodida prueba resultaba positiva.

Sus padres iban a matarlos, eso era seguro.

   ¡A ambos!

   Iban a hacerlo porque se los habían advertido una y mil veces y ellos no les habían hecho caso. William era el que peor se sentía. Zully le había tratado de persuadir de no abandonar ninguna de las precauciones pero él de tonto lo había desestimado.

   Se quería morir. Había sido un idiota y ahora estaba pagando las consecuencias. ¡Rayos! Era horrible. El miedo y el arrepentimiento eran dos sentimientos que juntos resultaban terribles.

   Una puta pesadilla.

   —¿Cuánto falta? —preguntó, alzando la cabeza para mirar la barrita de plástico que estaba sobre la mesa.

   —Cinco minutos —respondió Zully, mirándola también.

   —Siento que llevo una vida aquí.

   —Y yo —resopló Zully, apartándose los mechones rubios de la frente.

   —Siento que voy a vomitar —gimió William.

   —¡Oh, eso es muy acorde! —recuperó el sarcasmo Zully en el peor momento.

   —¡Puedo matarte en este momento! —gruñó William.

   —¿Perdón? —replicó Zully, alzando una ceja—. ¿Quién fue el que me dijo la última vez que el anticonceptivo de su brazo duraba cinco años y que nuestros padres solo estaban exagerando?

   —¡El anticonceptivo de mi brazo dura cinco años! —devolvió William, con un enorme puchero—. El problema aquí somos tú y yo. Nosotros y esta gigante compatibilidad hormonal a prueba de todo.

   Zully abrió la boca y sus cejas se encontraron en un rictus de indignación. William tenía que estar bromeando.

—¡Vaya! Osea que ahora sí te molesta nuestra compatibilidad hormonal —le reclamó, puyándole el pecho con un dedo.

   —Me ha molestado siempre —aseguró William, dándole un vistazo altivo—. ¿De qué otra forma crees que me habría fijado en un enclenque molesto y sabelotodo como tú?

   —De la misma forma en como ese enclenque se fijó también en un engreído y brabucón idiota como tú—le sacó la lengua Zully—. Pero lo hemos aceptado todo este tiempo muy bien, ¿no?

   —Ya en serio —cortó el distendido ambiente William, volviendo a preocuparse—. Subestimé este poder hormonal tan fuerte que tenemos y fui un inconsciente. Debía saber que no somos una pareja normal y que nuestros padres no estaban exagerando. La cagué, enclenque. La cagué y es muy probable que haya arruinado para siempre nuestras vidas. Lo siento.

   Negando con la cabeza, Zully tomó a William entre sus brazos y lo abrazó fuerte. Cuando el tiempo se cumplió fue el Alpha quien se acercó a la mesa y comprobó el resultado. William lo miró con ojos enormes y luego miró la prueba que fue puesta en sus manos.

   Dos líneas. Dos horrorosas líneas rosadas.

   —Ahora sí voy a vomitar —jadeó, corriendo hacia el baño.

   —¡Son las bondades de la gonadotropina! —le gritó Zully desde la sala, cayendo con todo su peso sobre el sofá.

   —¡Cállate, maldito sabelotodo! —exclamó William antes de dejar todo el almuerzo en el retrete.

 

  

***

 

   Julián y Susana llevaban una hora pegados al teléfono. Debido a las circunstancias, el entrenamiento de ese día se canceló y todos volvieron temprano a casa. Julián habría querido hacer muchas más cosas que tenía planeadas para ese día, pero todo lo vivido meses atrás le había enseñado a ser paciente.

   Ella se lo había dicho ese día cuando le regaló su collar.

   “La venganza es un plato que se sirve frío”

   Y sí. Así era.

   Astrid. La chica de los cabellos de fuego tenía razón. Había tenido razón en todo.  

   “Esperar y acorralar. La agonía que se genera, el caos y el terror. Eso es lo que lo hace divertido, dulce primor”.

   Julián tocó su nuevo collar. Era un regalo de Astrid. Su amuleto, como ella le llamaba. El color rojo sólo lo hacía más hermoso. Su significado lo hacía aún mejor.

   El color de los libertinos.

   “Me obligaron a usarlo para avergonzarme, para humillarme por lo que me pasó. En lo que ellos mismos me convirtieron. ¿Pero no son todos los collares hechos para lo mismo? ¿Humillarnos?”

   “Este collar rojo es liberador” ,“Soy una puta y lo saben”. “Soy una puta pero ellos son peor” “Ellos me buscan” “Ellos aman el rojo”.

   —¿Julián me estás escuchando? ¿Julián?

   Julián salió de sus cavilaciones ante la voz de Susana. Enredando el cordón del teléfono en su dedo, se echó de nuevo sobre el sofá levantando los pies sobre el respaldo y contestó afirmativamente a su amiga. Ernesto llegó en ese momento del trabajo, mirando reprobadoramente su postura y ese horroroso collar con el cuál nunca se acostumbraría a verle. Julián le regaló una sonrisa y lo vio pasar, volviendo su atención a su amiga. Desde que había decidido volver a la escuela y usar ese collar, la relación entre él y su papá  se había visto severamente afectada.

   —Entonces… ¿todavía no sabes sí William y Zully hicieron la prueba? —preguntó en susurró, evitando que alguno de sus padres pudiera siquiera presentir de qué se trataba la conversación.

   —Nada —respondió Susana del otro lado. Llamé a Zully y a William a sus casas pero ninguno de los dos ha regresado. Seguro que sus padres saben que están juntos aunque no creo que presientan ni un poco de qué se trató su reunión en el día de hoy.

   —Aún me sorprende que les den tanta libertad —masculló Julián, sin querer sonar demasiado envidioso. La verdad era que codiciaba un poco la libertad de sus dos amigos—. No es algo muy frecuente de ver a nuestra edad.

   —Sus padres saben que separarlos sería contraproducente —repuso Susana, recordando todo el drama que se formó al inicio de su relación—. Tienen una situación especial y necesitan estar juntos.

   —Lo comprendo —aseguró Julián, mirando en dirección a sus padres—, pero sigue pareciéndome curioso. La verdad es que les tengo algo de celos, ¿sabes?. Es decir… ¿te imaginas que en este momento alguno de nosotros nos paremos delante de nuestros padres y les digamos: “Papá, mamá; el próximo celo lo pasaré con compañía. No me esperen en casa”? ¿Te lo imaginas?

   —¡Les daría un infarto! —exclamó Susana.

   —¡Exacto! —apoyó Julián—. Y eso es tan injusto —anotó—. Tenemos la misma edad que ellos. Y somos igual de responsables.

   —Si fuéramos Alphas otra cosa sería —masculló Susana.

   —Por supuesto que sí —secundó Julián—. Si fuéramos Alphas nos estarían alentando pero a salir a conquistar.

   Un bufido escapó de la boca de ambos chicos. Susana rió y al parecer su madre la llamó en ese momento desde alguna parte de la casa ya que la chica se disculpó y terminó la llamada. Julián se quedó un rato más echado en el sofá mientras escuchaba el sonido de aceite y frituras desde la cocina.

   Sexo. El jodido sexo.

   Era un tema espinoso. Un tema muy espinoso.

   ¿Quería tener sexo? Por supuesto que sí. ¿Con quién quería tenerlo? Con ellos.

   Allí estaba el problema. Allí estaba el gran y jodido problema.

   Quería tener sexo con ellos. Con Alejandro y con Daniel. Con los dos.

   Quería tener sexo con las dos personas que más odiaba. Con los culpables de las cicatrices más dolorosas.

   “No le tengas miedo a lo que tu cuerpo siente” “Úsalo a tu favor”.

   Casi podía oír la voz de Astrid diciéndole eso de nuevo. El consejo que su amiga le dio cuando le confesó lo que había sentido en su segundo celo.

   “La primera vez… la vez del ataque no sentí placer. Pero esta vez sí lo siento…quiero tenerlos a ambos. Quiero a los dos dentro de mí”

   “Entonces consíguelos… consigue a los dos para ti. Consíguelos tan cerca que no puedan escapar. Consigue tomar lo que quieres de ellos y luego… cuando estén tranquilos y confiados… destrúyelos”.

   —¡Julián, la cena está lista!

   —¡Voy, mamá! —respondió el omega, poniéndose de pie. Eso haría. Serviría un banquete a sus enemigos. Un banquete del que él también se saciaría y sacaría provecho. No tenía que sentir culpa ni dolor. Todos y cada uno de los que le habían lastimado se lo merecía.

   Todos y cada uno de ellos.

   Alejandro y Daniel, especialmente.

 

***

 

   —Bueno… ¿y bien? ¿Qué era eso tan urgente que necesitabas hablar?

   Daniel se echó en la cama de William y con pereza empezó a juguetear con un yoyó de luces que estaba algo roto seguro por culpa de alguna de las gemelas.

   Desde el incidente con Julián y Alejandro, la amistad entre Daniel y William también se había enfriado un poco. No era sólo el hecho de que el Alpha ya no perteneciera al equipo de natación, sino también su sorpresiva relación de vuelta con Andrés. Estaba claro que el posesivo chico desaprobaba cualquier interacción que Daniel quisiera tener con sus antiguos amigos; y aunque no se lo prohibía de frente, sí se valía de cualquier pretexto para mantener a Daniel alejado de su antiguo grupo.

   William había decidido mantenerse a raya en pos de la tranquilidad que sabía necesitaba Daniel, pero ya estaba harto. Habían pasado tres meses y quería a su amigo de vuelta. Lo extrañaba mucho. Daniel siempre había sido un pilar importante en su vida; una especie de vela en la tormenta. A riesgo de parecer egoísta, necesitaba mucho de él; de sus siempre buenos y dulces consejos. Quería estar para él también; ayudarlo y darle apoyo en lo que necesitara. Daniel se notaba cada vez más perdido; más solo. Estaba rodeado de gente, sí. Pero de gente que no le llenaba. Meses atrás, Daniel había sido quien le abriera los ojos sobre el error que pensaba cometer con Fabián, y ahora era él quien sentía que debía hacerle recuperar el sendero perdido.

   No quería parecer un soberbio, pero conocía a Daniel y estaba seguro.

   Su amigo era infeliz. Muy infeliz.

   —Quería saber si tu hermana ya obtuvo su licencia médica. Se graduó el mes pasado, ¿verdad?

   —Ehhh… Sí. Sofía se graduó el mes pasado —respondió Daniel, frunciendo más el ceño. William estaba sentado frente a él, con las piernas recogidas contra el pecho. Terriblemente tenso—. ¿Por qué?

   —Porque necesito saber si puede revisarme y darme su opinión médica —respondió William, bajando la mirada—. Tengo un problema.

   —¿Un problema? —Daniel se sentó por completo en la cama y soltó el yoyó. Ahora sí que William tenía toda su atención—. ¿Un problema de qué?

   —Un problema de salud —volvió a levantar la vista el omega, restregando sus manos—. Metí la pata. La cagué mal, pero mal de verdad. Estoy embarazado.

   De no haber sido porque estaba sentado, Daniel estaba seguro de las palabra de William lo habrían hecho caer de bruces. El frío que sintió en su estómago fue tan tremendo que lo paralizó y la cara de angustia de su amigo no ayudó en lo absoluto a calmar su corazón.

   ¡Will embarazado! ¡Will embarazado de Zully! ¡Troya iba a arder! ¡¿Cuál arder?! ¡Iba a estallar en mil pedazos!

   —¡¿Me estás jodiendo, Will?!

   —Eso quisiera —resopló William, acongojado. Sus manos temblaban—. Le dije a Zully que no era necesario seguir usando condones porque este aparatejo —señaló su brazo—, sería suficiente. Pues bien… no lo fue.

   —Oliver y Brandon van a matarte, amigo —aseguró el alpha, llevándose las manos a la cabeza—. ¿Zully lo sabe?

   —Por supuesto —asintió William—. Lo que no sabe es cómo me enteré. De hecho, de no haber sido por Susana no me entero hasta la graduación del niño.

   —¿Ah?

   La cara de Daniel era un poema. Explicarle todo lo ocurrido con el idiota de Luis y cómo su ataque había hecho que William descubriera su condición no iba ase sencillo. No obstante, William se las arregló para resumir el asunto y sobre todo, para lograr calmar a Daniel quien a punto estuvo de salir pitado a la casa de Luis para volver a partirle la cara.

   —¡Voy a matarlo! ¡Está vez sí que cruzó la raya!

   —Necesito que te calmes, ¿bien? —le dio un vaso con agua William—. Ya me encargué de ponerlo en su sitio. Además, si Zully se llega a enterar de esto habrá una tragedia. ¡¿No viste cómo reaccionó hoy sólo por las palabras de Fabián?! A Luis lo haría picadillo.

   —¡Pues lo merece!

   —Sí, lo sé. Pero que expulsen a Zully no solucionará nada —aseguró William—. Luis no me delatará porque tendría que confesar lo que hizo y la escuela lo echaría sin remedio. Lo tengo por las pelotas tanto como él me tiene a mí.

   —Lo tuyo no es un crimen —devolvió Daniel, aun severamente enojado—. Lo suyo sí.

   —Ya lo sé. Pero luego veremos la forma de joder a ese cretino. Por lo pronto tengo un problema más grave encima… o dentro, mejor dicho.

   —¿Y tú gran plan es que mi hermana te lo saque? —alzó una ceja Daniel.

   —¡No! ¡¿Cómo crees?! —se espantó William, negando con la cabeza—. Sólo quiero asegurarme de qué está pasando aquí dentro —señaló su vientre—. Lo que pase después, aún no lo decido.

   —Tendrás que contárselo a tus padres —aconsejó Daniel—. Aunque la religión que practica Brandon prohíbe el aborto, ¿no?

   —Todas las religiones prohíben el aborto, honey —rodó los ojos William—. De todos modos, mi compatibilidad con Zully me impide sentir este embarazo como un error. Es decir, soy consciente de que esto es un puto desastre, pero mi omega interior está flotando feliz y con ganas de hacer un jodido nido.

   —¿Ese es el motivo por el que no has sucumbido al pánico total?

   —Así es —asintió William—. Y sé que Zully lo siente igual. Estaría aquí si no fuera porque sus padres lo castigaron por lo de la pelea de hoy. Tuvieron suerte de que no los suspendieran. Sólo harán trabajo extracurricular como reprimenda. Fabián es otro idiota.

   —¿Y crees que los padres de Zully lo dejen ir al Jean’s party del sábado?

   —Lo dudo —hizo un puchero William—. Pero intentaré convencerlos como sea. De todos modos, al raro de mi novio no es que le emocioné demasiado la fiesta. ¿Puedes creerlo? Creo que es el único chico de menos de veinte años que no le interesa esa rumba.

   —Típico de él —aseguró Daniel—. El día de la fiesta de Mario tuvimos que sacarlo a la fuerza de su casa. ¡Fue increíble!

   —Todavía no me creo que me perdiera esa fiesta —negó con la cabeza William—. Estuvo de locos.

   —No que lo digas —bufó Daniel—. Esperemos que el Jean’s party sea “menos emocionante”.

   Ambos chicos suspiraron. Luego de las locuras acontecidas en los últimos meses, sentían que cualquier cosa podía pasar. Por lo pronto, William necesitaba darse prisa e ir a ver a Sofía al hospital. El lunes temprano tomaría un avión rumbo a Londres y lo que menos necesitaba era seguir con dudas sobre su condición. Si sus padres llegaban a descubrir el tema en alguna prueba de las que le iban a hacer en Inglaterra, podía darse por muerto y enterrado. Además, su familia por parte de Brandon seguro haría las delicias con el hecho.

   Omega y embarazado antes del matrimonio. ¡Para artículo del Jet set!

   Quería vomitar otra vez.

   —Bien, escúchame —habló Daniel, luego de colgar el teléfono desde donde acababa de hablar con su hermana—. Sofía dice que tenemos que ir con una persona adulta. Alguien mayor de edad que autorice que te revisen.

   —No le puedo decir a mis padres aún, Daniel —lloriqueó William, asustado—. ¿Qué puedo hacer?

   —¿Y Emilia? —propuso Daniel, pensando en la ama de llaves de la casa.  

   —Mis padres la echan si se enteran —replicó William—. Ella no.

   —¿Los padres de Zully?

   —Ellos tampoco saben nada. Y hoy es un pésimo día para decirles.

   —En ese caso no se me ocurre más nadie —apuntó apesadumbrado Daniel. William se llevó las manos a la frente. A él tampoco.

   —¡Un momento! ¡Lo tengo! ¡Rayos! ¿Cómo no se me ocurrió antes?

   La mirada inquisitiva de Daniel examinó a William. No se le pasaba por la cabeza de quién rayos podía estar hablando.

      —¡Alejandro! Alejandro es el único mayor de edad del grupo. ¡Alejandro es el único que puede ayudarnos!  

   Tan emocionado estaba que William tardó varios instantes en traducir en su mente la palidez que el nombre produjo en el rostro de su amigo. Daniel bajó la mirada e intentó parecer inmutable pero no lo consiguió. William también lo conocía muy bien.

   —Lo siento, es… es una mala idea.

   —¡No! No lo es… es solo qué…

   —Es sólo que no quieres verlo.

   La acertada conclusión de William obtuvo un asentimiento por parte de su amigo. Daniel no quería ver a Alejandro. No podía, mejor dicho. Tenerlo cerca era como subir a una montaña rusa de emociones; consumir una droga letal pero asombrosa. Desde aquel nefasto día, Daniel no podía acercase a Alejandro sin sentir que el corazón se le saldría del pecho; sin que esa adrenalina de la territorialidad bullera por sus venas y el instinto de caza surgiera.

   Era tan extraño. La cacería en términos sexuales era algo que por lo general sucedía de Alphas hacia omegas y algunas veces hacia betas. Alphas dominantes queriendo “cazar” a Alphas mestizos era algo bastante raro. Ya ni hablar de un alpha mestizo queriendo “cazar” a un dominante.

   Imposible. Algo tenía que haberse alterado en su sistema aquel día para dejar ese instinto tan a flor de piel. Y lo que sea que fuese debía continuar oculto.

   —Está bien, vamos a buscar a Alejandro. Le pediremos que nos acompañe.

  —¿Estás seguro? —quiso asegurarse William, antes de aceptar la compañía de Daniel.

   —Seguro —asintió Daniel, colocándose los zapatos que se había quitado al tirarse en la cama.

   Cinco minutos después los chicos bajaban a la sala sólo para encontrar la escena más extraña que Daniel hubiera visto antes en aquella casa. Brandon y Oliver estaban en la sala, acurrucados y acaramelados viendo la televisión. El vientre de Brandon ya era notorio bajo su remera de embarazo y las niñas se arrastraban sobre la alfombra llenas de pintura de témperas.

   —Espero que esa pintura se deleble —lloriqueó Brandon, viendo su tapete italiano totalmente arruinado.

   —Por lo menos eso las mantuvo quietas más de cinco minutos —suspiró Oliver, acariciando casualmente el vientre de su esposo—. Will, ¿vas a salir? —preguntó, viendo al susodicho tomar las llaves del auto. William asintió y aseguró que iría por unos libros a casa de Daniel pero regresaría pronto. Oliver y Brandon asintieron mientras las niñas armaban un alboroto al querer ir con los chicos y el pequeño oasis de paz se rompió.

   Finalmente y luego de diez minutos de lloriqueos, las niñas se tranquilizaron con la promesa de Daniel de regresar pronto y llevarles a Coqui de visita. Las niñas amaban al pequeño labrador y los Presley se resignaron a que pronto tendrían que comprarles uno. Al llegar a casa de Alejandro, William fue quien llamó a la puerta mientras Daniel lo esperaba en el coche. Desde allí pudo ver la cara que se le formaba a su antiguo mejor amigo mientras William le hablaba desde la puerta.

   “Vamos”, “Vamos”. “Cálmate y relájate” “Sólo será un corto paseo en auto”. “Ni siquiera tienes que hablarle”

   El corazón le latía a mil. La boca se le secó.

   “Así es”. “Controlado”. “Tú puedes hacerlo”.

   Alejandro entró al auto y su reacción al ver a Daniel fue ponerse más tenso que la cuerda de un violín. Con cuidado se acomodó en el asiento lo más rápido que pudo y saludó en voz baja. William encendió el auto y arrancó. El olor de feromonas territoriales empezó a expandirse de inmediato y eso lo inquietó. Alejandro bajó el vidrio de su asiento y miró a William desde allí. Wiliam lo miró también por un par de segundos y luego suspiró.

   Por lo menos la brisa había ayudado a controlar los aromas.

   —¿Y bien? ¿Se puede saber qué es exactamente lo que haremos en el hospital?

   Alejandro estaba descolocado pues aún desconocía los detalles del asunto. William se encogió de hombros y trató de resumir el tema lo mejor que pudo. No lo logró.

   —Creo que tengo un bebé.

   —¡¿Un qué?! —respondió Alejandro, consternado.

   —Un bebé —repitió William, parando en un semáforo.

   —¿Tienes un bebé? ¿En dónde? —se alarmó el alpha, chillando la última pregunta.

   —En una pierna —rodó los ojos William, imitando el sarcasmo de Zully debido al cansancio y el estrés—. Pues en la panza, ¿dónde más va a ser?

   —¡No me jodas! ¿Y Zully lo sabe? —inquirió Alejandro, con las manos en la cabeza—. ¿Acaso… acaso vas al hospital para abortar? —chilló más fuerte—. ¡Joder, William! ¡Yo no puedo autorizar eso!

   William bufó y volvió a arrancar el auto. ¿Por qué todo el mundo le preguntaba eso? ¡Sólo quería que lo revisaran, por el amor de Dios!

   —Por supuesto que no voy a abortar, ¿cómo crees? Sólo voy a ver de cuánto tiempo estoy y mirar qué es lo que pasa antes de que mis padres se enteren. El próximo lunes viajo a Londres y si es verdad que estoy encinta, entonces tendré que contarles todo antes de viajar.

   —Estás tan muerto, amigo —afirmó Alejandro con un suspiro antes de volver a recostarse al asiento del auto.

   —Lo mismo que yo dije  —devolvió inconscientemente Daniel, sonrojándose y desviando la vista al ver que Alejandro lo miraba asombrado. William bufó y aceleró el auto. Había traído a Alejandro para que firmara los documentos de ingreso al hospital, no para que se uniera a Daniel contra él. ¡Estaba jodido! ¡Ya lo sabía! Sus padres iban a enloquecer; en especial Oliver. Todo el tema del viaje los tenía estresados, pero era claro que su padre de vientre era el más afectado. Tenía miedo de que la familia de Brandon presionara de nuevo el tema del divorcio y la custodia de las niñas. La cuasi segunda luna de miel que estaba viviendo con su esposo podía agriarse en cualquier momento y ello le aterrorizaba.

   Poner esta nuevo problema sobre la mesa le iba a suponer un castigo mayúsculo, pensó, por fin en el hospital. Las puertas acristaladas se abrieron al paso del grupo de amigos y William pensó en lo mucho que necesitaba a Zully en aquel momento.

   —Quiero a mi Alpha —lloriqueó, siendo consolado por el abrazo fiel de Daniel. Alejandro se conmovió uniéndose al abrazo y en ese momento sus ojos chocaron con la mirada penetrante y anehlante de su antiguo amigo.

   Fue sólo un instante; un segundo, pero no hizo falta más. “Mio”, rugió el Alpha de Daniel, apretando la mano de su amigo. Alejandro tragó grueso y jadeó. Sus uñas se clavaron en el antebrazo de Daniel, marcando, haciendo daño. Daniel le apretó más fuerte la muñeca, retorciéndola casi. Alejandro le arañó más fuerte, haciéndole jadear.

   Solo el llamado de una voz conocida los devolvió a su razón y los hizo separarse.

   —Y bien, chicos. ¿En qué los puedo ayudar? —preguntó sonriente Sofía.

 

 

   Continuará…


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