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Cruel summer por Sherezade2

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Notas del capitulo:

Hola, mi gente linda. 

Esta semana me he sentido mucho mejor. Pude volver al trabajo y recuperé por completo mi visión. Les agradezco por seguir acompañandome por aquí.

 Realmente lo aprecio mucho. 

Besitos gigantes. 

   Capítulo 29

   Primera cicatriz

 

   —¿ Y bien? Soy toda oídos, Wiil. ¿En qué te puedo ayudar?

   Sentados todos en el consultorio de Sofía, William miró a sus amigos de soslayo y se aclaró varias veces la garganta antes de empezar. Conocía a Sofía desde el inicio de su amistad con Daniel y sentía mucha vergüenza al tener que contarle sus intimidades de esa forma. Sentía que se iba a desmayar. La camilla de revisiones tampoco parecía muy acogedora y le daba escalofríos. La ausencia de Zully nunca lo golpeó tanto.

   Quería a su Alpha allí. Lo necesitaba a su lado.

   —Pues… bueno… el problema es que… es que… bueno…  el asunto es que… es que parece que estoy embarazado.  

   Sofía abrió mucho los ojos. Su hermano la había puesto al corriente de toda la situación que William había tenido con respecto al descubrimiento de su verdadero género y todos los traumas que había sufrido como consecuencia de ello; sin embargo, nunca se esperó algo como aquello. A diferencia de sus padres, ella no guardaba ningún tipo de prejuicio contra los omegas. Como médico le resultaban interesantes; como persona los respetaba como iguales. El embarazo de un omega adolescente era algo que, por lo tanto, le consternaba genuinamente. Sobre todo si no estaba segura de cómo había ocurrido.

   —Will… cariño. Cuéntame qué pasó. ¿Tuviste algún accidente?

   —¡No! —William alzó su cabeza por primera vez. La pregunta de Sofía estaba clara para él. Ella pensaba que había sufrido algún tipo de abuso. Por supuesto, ¿quién podría culparla? La mayor parte de los embarazos de omegas menores de edad de buena familia eran producto de celos mal cuidados por sus padres o de abusos sexuales. La probabilidad de que un omega menor de edad estuviera compartiendo sus celos con el consentimiento de sus padres era algo muy mal visto y muy raro. El hecho de que sus padres no hubieran venido con él lo hacía más sospechoso todavía.

   —No, Sofi… Will tiene pareja. Es otro chico de nuestra escuela. Los padres de Will lo saben.

   Sofía miró a su hermano y alzó una ceja. Que Daniel estuviera tan bien informado de la situación la abrumaba un poco. No se consideraba una mojigata, pero aquello realmente no era muy común y le generaba un poco de consternación. Que unos padres dejaran que su hijo omega estuviera compartiendo sus celos antes del matrimonio o la vinculación era algo que después de todo no se veía todos los días. ¡Y menos en una familia como la de William!

   —Sé lo que estás pensando pero hay una explicación —habló William, finalmente, intuyendo los pensamientos que tenían que estar pasando por la cabeza de Sofía—. Mi pareja y yo resultamos ser “pareja predestinada”. Sí, es rarísimo; lo sé. Pero lo somos. El tenía un problema hormonal y hasta hace menos de un año vivió como un omega. Está pasando por una transición de género y el encontrarse conmigo complicó su proceso de muy mala manera. No lo ha llevado muy bien y está sufriendo mucho. Los doctores que nos vieron recomendaron que nos dejaran estar juntos y no intentaran separarnos. Mi papá de vientre me puso este anticonceptivo subdermico y los demás nos advirtieron que fuéramos precavidos usando otros métodos adicionales. Pues bien, no los usamos.

   Asintiendo, Sofía tomó un calendario que había sobre la mesa y se lo pasó a William. En su bloc de notas empezó a hacer anotaciones con respecto a lo que el omega le iba contando. William revisó el calendario, preguntándose para qué necesitaba aquello.

   Sofía volvió a hablar.

   —Supongo que recuerdas tu primera vez con tu chico, ¿no? —preguntó, con un dulce guiño—. Si es tu predestinado, estoy segura que lo recuerdas a la perfección.

   Un encantador sonrojo cubrió las mejillas de William pero sacudiendo la cabeza lo dejó pasar pronto. ¡Por supuesto que recordaba su primera vez! ¡Nunca la iba a olvidar! Había estado muy nervioso y seguro algunos detalles se habían escurrido por los laberintos de su mente. Pero lo importante no. La calidez, la seguridad de haber llegado a un sitio perfecto y hermoso iba a permanecer para siempre en sus recuerdos. Era como escuchar una canción una vez y saber que te iba a gustar toda tu vida. Que aunque tuvieras noventa años y ya ni siquiera pudieras oírla, su sólo recuerdo estremeciera tu corazón.

   Así era lo que sentía.

   —La primera vez que lo hicimos fue este día —dijo, señalando la fecha en el calendario, comprendiendo en ese momento su utilidad—. Ese día sí usamos doble protección, así que supongo que no fue ese día que quedé embarazado.

   —¿Estabas en celo? —anotó disciplinadamente Sofía.

   William negó con la cabeza.

   —No. La primera vez fue una semana antes de mi celo. Yo se lo pedí así. Quería… quería….

   —¿Conservar el control?

   William asintió. Una sonrisa tonta adornó su cara. Recordó lo idiota que había sido al pensar que el celo lo haría verse desagradable y vulgar. No había sentido desagradable nada de lo que había hecho. Era tan natural, tan correcto. Sus tontos prejuicios sólo le habían llenado de falsos temores.

   —Aún no aceptaba del todo lo que soy —dijo unos segundos después, mirando a Sofía—. Pero el control está sobrevalorado, ¿sabes? Hay veces en que sólo hay… en que sólo hay que dejarse llevar.

   Daniel dio un respingo ante las palabras de William y sus ojos se alzaron en dirección a Alejandro. La mirada del otro Alpha se encontró con la suya y ambos se miraron por un largo e intenso momento. La sangre por sus venas se sintió más caliente, más espesa. Podía sentirla pasando por sus oídos; latiendo.

   —Creo que entonces podemos establecer que fue una semana después que quedaste encinta —habló en ese momento Sofía, rompiendo de nuevo la tensión del ambiente. William frunció el ceño y se encogió de hombros. No estaba seguro pero era posible.

   —Tuve otro celo luego de ese. ¿Es posible que sucediera aunque ya estuviera embarazado?

  —Es posible —confirmó Sofía, señalándole esta vez la silla de revisiones—. Pero vamos a confirmar por qué pasó. Por lo general los omegas dejan de entrar en celo una vez se embarazan, pero hay muchas veces en que tienen uno o dos celos más luego de concebir. Ve al baño y colócate la bata que está allí, ¿quieres? Mientras tanto, este par de alcahuetas que trajiste contigo te esperarán afuera, ¿vale? No te preocupes. No dolerá.

   Alejandro y Daniel fueron echados del consultorio mientras Sofía revisaba a William. El corredor contiguo a la sala de ginecología estaba prácticamente desierto y  los gritos provenientes de las salas de parto llegaban atenuados por el montón de puertas que los separaban.

   —Esperemos que Will no tenga que estar en unos meses en una de esas —suspiró Daniel, intentando distender el ambiente. Alejandro lo miró y Daniel le desvió la mirada, alejándose un poco. Era imposible pretender que todo estaba bien, volver a ser los de antes como si no hubiera pasado nada. Era imposible.

   —Daniel, yo…

   —No. Por favor, no digas nada —suplicó Daniel, apoyando ambas manos sobre la pared blanca que tenía al frente. El momento se había estropeado. De hecho, nunca había existido. Todo entre ellos dos estaba roto, hecho pedazos. Imposible de reconstruir.

   —Solo quiero saber si algún día podrás perdonarme. Sólo dime que algún día volverás a pensar en mí con cariño y juro que nunca más te volveré a dirigir la palabra si eso quieres.

   —¿Si eso quiero? ¡¿Si eso quiero?!

   Daniel sacudió la cabeza. No, no lo haría. No se iba a permitir perder el control. La bruma de pensamientos vertiginosos que lo envolvía no iba a dominarlo de nuevo. Mantendría el control junto con la fría fachada que también había logrado esculpir todos esos meses. Las ansias, el deseo no iban a volver a controlarlo. No iba a convertirse en la fiera enardecida que había arruinado su vida y la de sus dos personas más amadas aquel horrible día. Iba a ser el Daniel sereno y tranquilo que había sido siempre. Ese que su Alpha parecía odiar cada día más. El que odiaba por ser un maldito cobarde.

   —¿Entonces no es esto lo que quieres?

   Alejandro lo tenía claro. Pero no podía hacer nada. La culpa no lo dejaba vivir. Sabía que Daniel lo sentía también. Le temía, por supuesto. Pero su postura y sus gestos le decía que lo quería también. Era un gran riesgo el que corrían al querer acercarse. Sus Alphas se reconocían como enemigos y podían volver a lastimarse.

   Pero el deseo también era un instinto latente y animal.

   Y ese deseo seguía.

   Seguía intacto.

   —No volveré a lastimar a nadie, ¿entendido? —negó con la cabeza Daniel, girando para quedar recostado contra la pared. Sus ojos se cerraron junto a un gran suspiro y su respiración errática buscó por todos los medios controlarse. Alejandro avanzó dos pasos; dubitativo. Sus feromonas se expandieron y le advirtieron: el deseo de ataque, de dominación. Daniel abrió los ojos y extendió su brazo en defensa, advirtiéndole. Alejandro se detuvo y apretó los ojos, contenido.

   —No lo amas.

   —Deja a Andrés fuera de esto —advirtió Daniel, apuntándole con el dedo.

   —¡No soporto verte con él! ¡Tengo miedo de hacerle daño! —gruñó Alejandro.

   —¡Entonces deja de estar pendiente de cada jodido paso que doy! —se crispó el Alpha mestizo, resoplando.

   Alejandro negó con la cabeza y se retiró un par de pasos. Su cuerpo estaba tan tenso como la cuerda de un arco y sus feromonas se volvieron erráticas y muy potentes. El calibre dominante haciéndose presente.

   —No puedo… no puedo. Ese es el punto.

   —¿Qué quieres decir? —preguntó Daniel, frunciendo el ceño.

   —Quiero decir que literalmente no puedo —buscó las palabras Alejandro. Tenía que contarlo. No podía soportarlo más—. Después de ese día, algo cambió —explicó, tratando de elegir correctamente las palabras—. Es como si por momentos mi mente no controlara mi cuerpo. Mis dos últimos celos han sido terribles. Yo simplemente… dejo de pensar.

   —¿Qué pasó? —Daniel preguntó aun sintiendo que la respuesta no iba a gustarle. Alejandro se alejó unos metros más y se dejó caer en una silla. Daniel dejó a un lado las precauciones y lo siguió. El choque de feromonas fue tremendo.

   —Mi último celo… tuve una fiebre intensa —explicó Alejandro, sobando su rostro con cansancio—. Yo… yo me di una ducha helada y me recosté en la cama. Lo siguiente que recuerdo es a mis padres sacudiéndome y obligándome a entrar en el auto. Estaba frente a la casa de Julián, forzando la puerta.

   —Santo Dios…

   —Me pasa lo mismo contigo. Cuando salgo al descanso me repito que iré a sentarme con mis amigos pero luego me veo sentado allí, frente a ti. Me pasa todos los jodidos días.    

   —Y, ¿has ido al médico? ¿Te han dicho algo?

   —Dijeron que era producto del stress por el incidente que vivimos. Dijeron que tomara terapia de relajación y que poco a poco me calmaría. Bueno, por lo pronto no ha funcionado.

   Algo tiró en el pecho de Daniel con aquella confesión. Un instinto extraño, repentino. El deseo de calmar a Alejandro; la necesidad de brindarle consuelo y serenidad. El instinto de caza soslayado momentáneamente por las ansias de proteger, de cuidar.

   —Alejandro, yo…

   —No quiero que sientas pena por mí. Me lo merezco —masculló Alejandro, los ojos clavados en el suelo—. Quisiera poder dejarte tranquilo y no molestarte más.  Aceptar que estás con alguien ahora y desear que seas feliz. Pero no puedo… soy una basura.

   El instinto y la necesidad tiraron mucho más de lo que Daniel podía controlar. En dos movimientos llegó hasta el lugar donde estaba Alejandro y, colocándose en cuclillas, se posó frente a él, quedando ambos cara a cara. Alejandro alzó la cabeza y lo miró directo a los ojos. Su mirada era oscura y vidriosa. Una mirada tan alterada como sus sentimientos.

   —Yo…yo lucho cada día.

   —¿Entonces…? —se estremeció Alejandro, dejando a sus alientos chocar—. ¿No hay nada que podamos hacer? ¿Algo para remediar todo lo que ocurrió?

   —¿Julián sigue en tu corazón tanto como en el mío?  

   —Así es —asintió Alejandro, lágrimas bajando por sus ojos—. Tampoco puedo dejar de pensar en él.

   —¿Entonces? —suspiró Daniel, apesadumbrado—. Creo que no hemos avanzado nada.

   —Quizás ese ha sido el problema, Daniel —devolvió Alejandro, mirándolo muy serio—. Siempre hemos querido dividir a Julián.

   —No entiendo.

   —¡Julián no es un jodido trofeo! No es algo por lo que tengamos que competir. Julián es el omega que nos enloquece a ambos; con el que ambos queremos estar. El problema aquí es que también queremos estar nosotros dos. Juntos… y con él.

   —Te estás escuchando, ¿Alejandro? Por Dios, ¿qué estás insinuando?

   Daniel se puso de pie y volvió a alejarse varios metros, lucía espantado. Alejandro mesó su espesa cabellera negra y se recostó en la silla. Había empezado a fumar hacía dos meses por lo que odió no poder sacar un cigarrillo en aquel lugar. La reacción de Daniel a su planteamiento era la que temía. El mismo se había espantado cuando la consideró durante su primer celo luego del ataque. Se sintió tan degenerado, tan fuera de lugar. Pero le encantó. La idea nunca más abandonó su mente.

   Pero era la primera vez que se la insinuaba a alguien.

   —Julián no es una prostituta —dejó caer Daniel, lleno de indignación.  

   —Yo nunca he dicho eso —gruñó Alejandro, exudando unas cuantas feromonas irritadas.

   —No, estás diciendo que nos lo cojamos entre los dos —le devolvió Daniel con una mueca disgustada—. Para mí es casi lo mismo.

   —¡No lo es! —se puso a la defensiva Alejandro, colocándose de pie también—. Además, lo que de verdad quiero es que hablemos claro de una buena vez. Por nuestra falta de comunicación fue que se armó todo este jodido lio. ¿Qué quieres saber? ¿Si me gustas? No, no me gustas ¡Estoy enamorado de ti desde los catorce! ¿Me gusta, Julián? Demonios, ¡me fascina! No guardo los sentimientos que tengo por ti desde la infancia, pero con todo lo que pasó me di cuenta que no es sólo deseo. Lo extraño. Extraño su sonrisa pícara, su ternura, su sinceridad; la forma como me besaba, como me miraba encantado. Extraño oírlo reírse de mis chistes tontos; nuestras caminatas junto al mar y la dulzura con la que se acurrucaba entre mis brazos a ver el atardecer en la muralla.

   >> Odio esto. Odio que creas que soy un depravado por querer a los dos. No sé cómo pasó y no sé si está bien o está mal. Sólo sé que los quiero a ambos, y que siento que me estoy secando sin ustedes.

   Los sollozos de Alejandro, estremecieron a Daniel. No entendía. No entendía qué carajos estaba pasando pero se sentía igual. Se sentía asqueado, aterrorizado y angustiado, pero en el fondo se sentía igual. Deseaba a los dos. Quería poder tenerlos a ambos. Era la realidad. Realidad que Alejandro había expuesto tan crudamente frente a sus ojos.

   —Quiero cazarte —confesó luego de varios minutos, volviendo a enfrentar a su amigo—. Es una locura, pero me pasa desde aquél día. Tengo tanto miedo de perder el control que a veces no puedo dormir. El regreso de Julián lo empeoró todo. No quiero lastimarte.

   —¿Has intentado hablarle? —preguntó Alejandro, tembloroso por el choque de feromonas que se estaba formando. Una chispa… una simple chispa podía incendiarlo todo.

—No, no lo he hecho —contestó Daniel, intentando hacer retroceder sus hormonas—. Pero no quiero arriesgarme.

   —¿Arriesgarte a lastimarlo?

   —Arriesgarme a comprobar que me odia. No podría soportarlo.

   Alejandro se recostó contra una puerta que estaba junto al consultorio de Sofía. Hasta ese momento, los chicos pensaban que el de la joven era el único consultorio ocupado en ese momento.

   Craso error.

   La puerta se abrió inesperadamente y Alejandro perdió su punto de apoyo, casi cayéndose hacia atrás. De forma instintiva, Daniel se apresuró para atraparlo, capturándolo justo antes de caer.

   Las feromonas de sus cuerpos chocaron sin remedio. El inesperado movimiento desató un golpe de territorialidad en Alejandro y su cuerpo volvió a reconocer el olor de Daniel como el del Alpha que lo había desafiado meses atrás.

   No pudo controlarlo. Le fue imposible. Su mano fue más rápida y de un solo movimiento se adelantó, aferrándose al cuello de Daniel como una garra. Daniel se fue hacia atrás, golpeándose le espalda mientras intentaba liberarse de esa opresión en su cuello. La pareja que salía del consultorio empezó a gritar y el médico que los atendía fue corriendo por ayuda. Cuando Sofía y William salieron fuera, se encontraron con la escena de un Daniel siendo atendido por una enfermera y un Alejandro dormido y sedado en una camilla. Sus caras de estupefacción se hicieron más acentuadas cuando Daniel les contó lo sucedido.

   A Daniel ya no le quedaban dudas. La relación entre él y Alejandro era irrecostruíble. Sus sentimientos podían ser genuinos, pero la naturaleza era la naturaleza.

   —Lo amo… lo amo tanto —lloró en los brazos de William, sintiendo que su corazón volvía a romperse… justo como aquel día. Quería dormir, despertar y que todo volviera a estar igual.

   No podía. Ya nunca nada sería igual. Nunca más podría volver a acercarse a Alejandro… y mucho menos a Julián. 

 

 

***

 

   Era la tercera clase del día y el profesor de biología los sorprendió con un examen sorpresa. William y Julián hicieron un gesto de dolor mientras el resto de los alumnos se quejaba sonoramente.

   Por supuesto, no habían estudiado nada. Era mitad de semana y casi todo el mundo estaba más pendiente de la fiesta del sábado que de aprender sobre el ciclo celular. Alejandro no había ido a clases ese día y William no había pegado el ojo en toda la noche.

   Luego de dejar a Alejandro y a Daniel en casa, el omega se pasó mirando la receta que le había dado Sofía y decidiendo si tomarla antes o después de decirle a sus padres sobre su estado.

   No era técnicamente un aborto, porque no había ningún bebé que abortar. Para su fortuna, tenía lo que la facultativa había llamado “embarazo anembrionado”. Es decir, se había formado un saco para el embrión, pero dicho embrión nunca se había formado. Sucedía más comúnmente de lo que se creía y era algo que no repercutía en la fertilidad ulterior.

   —Bueno… bueno, ya basta de lloriqueos y saquen sus hojas —ordenó el maestro, empezando a perder la paciencia—. Tu no, Zully. Estás eximido. Tu último examen fue perfecto. Ven a sentarte acá adelante mientras tus compañeros esperan.

   Un bufido se extendió por el salón y el profesor lo paró con una reprimenda. William miró a Zully pasar y sentarse en la silla del maestro. Le sonrió y le hizo un guiño que su novio devolvió con otra sonrisa estudiada.

   Era perfecto. Desde allí le podía ayudar con las respuestas ya que era seguro que el cerebrito de su novio se las sabía todas.

   —Primera pregunta —empezó a dictar el profesor, tomando el libro de texto—. ¿En qué organela celular se produce el ciclo de Krebs y cuantos ATP’s se liberan en dicho proceso?

   —Mierda… —se quejó Julián. Justo lo que nunca había ni leído.

   —Tranquilo, estoy en las mismas —le susurró William, a su lado. El profesor les dio una mirada de advertencia y ambos se concentraron en sus hojas, que corrían el peligro de lucir un hermoso cero al final de la hora.

   Al término del dictado de las preguntas, William y Julián miraron hacia Zully y este les esquivó la mirada, haciéndose el desentendido. William tragó seco e infló sus mejillas en un enorme puchero. No podía creer que Zully les fuera a hacer eso. ¡Maldito enclenque! Zully por su parte, disfrutaba como un gorrino cuando una bola de papel enorme le dio justo en toda la cara. Un chico de las filas traseras se la había tirado desde el extremo opuesto del salón, obviamente pidiéndole las respuestas. Zully lo miró reprobadoramente e hizo un barquito con el papel para horror de sus amigos.

   El tiempo del examen terminó. Julián, William y quince alumnos más entregaron sus hojas inmaculadas. Apenas tres estudiantes pasaron la prueba y por sugerencia de Zully, el profesor aceptó darles una segunda oportunidad la siguiente semana. En el descanso, William, Julián, Susana y Zully se sentaron juntos como casi todos los días. Julián le hizo un pucherito a Zully cuando este le regaló una gomita a modo de disculpa. Había sido algo muy chistoso y lo había disfrutado como nada. Se lo merecían por relajados y por creer que siempre lo tendrían a él para copiarse. Era el colmo.

   —No perdías nada con ayudarnos —le puyó el pecho William, indignado—. El pobre Julián no estuvo en esas clases y yo estaba en el médico.

   —Ese es un tema del semestre pasado —se encogió de hombros Zully, sin dejarse manipular—. Ya se lo deberían saber y no es la primera vez que me piden ayuda. Son unos descarados.

   —Hablando de eso, ¿cómo te fue en el médico? —quiso saber Susana, cambiando de tema. Zully tomó la mano de William y asintió con la cabeza. La noche anterior habían hablado por teléfono una vez William regresó del hospital. El alivio había sido muy gratificante, sin embargo ese instinto primitivo que compartían les dejó en el fondo una pequeña gota de decepción por el embarazo fallido.

   —Me fue muy bien. Estoy embarazado pero a la vez no lo estoy —explicó William, teniendo que dar detalles para hacerle comprender todo a sus amigos. Susana y Julián asintieron y los abrazaron. Estaban muy contentos con la noticia. Tener un bebé a la edad de todos ellos no era lo más deseable de este mundo.

   —Me alegra por ustedes, aunque los apoyaría pasara lo que pasara —sonrió Susana, alentándolos—. Yo cuando me case quiero tener muchos niños. Por lo menos cinco.

   —¿Cinco? ¿Estás loca? —se espantó Zully, mordisqueado su paleta de limón.

   Susana se encogió de hombros.

   —¿Qué pasa? En los tiempos de antes la gente tenía más de quince hijos.

   —En los tiempos de antes la expectativa de vida era de cuarenta años —contraatacó Zully—Tenías que tener diez hijos para celebrarles el quinceañero a dos.

   —Ay, chicos. Cómo los extrañaba —rio Julián, encantado con los particulares debates de sus amigos—. Me alegra que todo les saliera bien.

   —Nos salvamos por un pelo —suspiró William, robándole un mordisco a la paleta de Zully—. Aunque no le contaré nada a mis papás hasta luego del “Jens Party”. No me pienso perder esa fiesta.

   Zully rodó los ojos pero asintió. Era la última oportunidad que tenía para estar con William antes del viaje y por más que detestara ese tipo de fiestas iba a acompañarlo.

   —Por cierto, ¿ya les contó William lo que pasó anoche entre Alejandro y Daniel? —preguntó de repente, ganándose un codazo de reprimenda por parte de su novio—. ¡¿Qué?! Julián se iba a enterar de todos modos. Lo siento, Juli, pero ya estoy harto de hacer como si no hubiera pasado nada. Hablamos por teléfono muchas veces y sé que estás listo para seguir adelante. Continuar con secretitos entre nosotros no ayudará en nada. Eres un chico valiente y si volviste a esta escuela es porque sabes que no tienes nada de qué avergonzarte. Daniel y Alejandro no pueden decir lo mismo.

   Susana agachó la mirada. William y Zully miraron fijamente a Julián. Se hicieron unos segundos de silencio, pero se terminaron rápidamente cuando Julián asintió y miró a William. Este contó a detalle todo lo que vio y lo que escuchó. Era preocupante.

   —… y entonces, cuando salimos al pasillo, dos enfermeros los estaban separando —suspiró, volviendo a bajar la mirada—. Alejandro terminó sedado y Daniel tiene un moretón horrible en el cuello. Daniel no dijo nada en todo el camino y Alejandro estaba demasiado adormilado para hablar. Los dejé en casa a ambos y ni me molesté en llamarlos. No me iban a contestar.

   —Alejandro no vino a clases hoy —anotó Julián, negando con la cabeza—. Para mí es muy claro y queda confirmado que están sufriendo un caso de “memoria territorial”. Sus feromonas se reconocen como enemigas y buscan atacarse. Alejandro es el Alpha dominante, normal que ataque primero.

   —¿Y qué sientes al respecto? —preguntó William, en tono bajo y cuidadoso.

   —¿Yo? —se encogió de hombros Julián—. ¿Por qué debería sentir algo? Y si lo que tratas de decir es que debería sentir pena por ellos, la respuesta es no. No siento pena por ellos.

   —Entiendo —William asintió en intentó dejar el tema. Susana, sin embargo aprovechó la apertura emocional de Julián para seguir indagando. Notaba algo raro en su amigo desde su regreso. Algo que no le gustaba nada.

   —Julián… dinos la verdad. ¿Por qué quisiste regresar a la escuela?

   Julián dejó a medio camino su botella de refresco y sus ojos miraron atentamente a Susana. Tenía que tener cuidado. Ella y Zully eran muy listos. Mostrar sus cartas tan temprano podría arruinar todo su juego. Y eso era lo que menos necesitaba.

   —¿Por qué no debí haber regresado? —preguntó de regreso, sabiendo que con esa pregunta/ respuesta había ganado.

   —No, por favor. No me malentiendas —se excusó de inmediato Susana—. No era a vergüenza o culpa a lo que me refería.

   —No era justo que me hubieran echado solo a mí —habló en tono pausado Julián, conciliador—. Dejar las cosas así, significaba darle razón a la directora y a la prensa sobre todo lo que dijeron en mi contra. ¡No lo iba a permitir! ¡Era una mierda completa!

   Zully asintió y William le tocó el hombro en apoyo. Julián bebió un sorbo de su refresco, sintiéndose complacido. De momento tenía que mostrar ante todos su desprecio genuino por Alejandro y Daniel. Si no lo hacía de esta forma, parecería todo muy extraño, y cuando empezara a fingir que los había perdonado nadie le creería.

   Por otro lado, la información que acababa de suministrarle William era muy valiosa.

   ¡Era perfecto!

   Las únicas personas capaces de lograr romper con los casos de “memoria territorial”  eran justamente los omegas en discordia. Aquellos que habían generado el enfrentamiento con el que empezó el conflicto.

   Así que el par de idiotas necesitaban de él para reconstruir su “hermosa amistad” de la infancia.

   Pues bien… él los iba a “ayudar”.

   —Chicos, ya vuelvo. Voy al baño —se disculpó un momento después, poniéndose de pie. Antes de Alejandro y Daniel había unas personas más por pagarle… la bruja que tenía por directora, por ejemplo.

   —¿Podrías comprarme un *Quipitos cuando regreses? —pidió William, dándole algo de dinero. Julián lo tomó y asintió. Cuando estuvo fuera de la vista de sus amigos, verificó bien que nadie lo estuviera siguiendo y entonces tomó la ruta hacia los pasillos de la dirección. Tal como había previsto, la directora estaba en reunión de profesores y su oficina estaba totalmente vacía.

   Sonrió. Había tenido que vender su reproductor de cd para conseguir aquello pero iba a valer cada centavo. Astrid le había dicho donde conseguirla a buen precio. Por lo menos esos babosos que se pasaban el día perdiendo el tiempo en la tienda cerca a  su casa servían para algo más que para mirarle el culo cada vez que pasaba.

   Abriendo la puerta con mucho cuidado entró y se apresuró hasta la mesa de la directora. Los cajones estaban cerrados y era justo lo que quería. Tenía que parecer que nadie había logrado manipular aquellos cajones. Una cerradura forzada le quitaría toda la credibilidad a su plan.

   Gracias al cielo tenía una pequeña maravilla. La llave maestra que su madre le había regalado y enseñado a usar desde niño. Esa que le dijo que sólo se debía usar para casos de extrema urgencia y necesidad.

   Pues bien. Ese era uno de estos casos.

   —Primera cicatriz —sonrió cuando volvió a cerrar el cajón de forma impecable. La salida seguía despejada cuando salió, aunque algo que pasó rápidamente por el rabillo de su ojo izquierdo lo llegó a sobresaltar por algunos segundos.

   “Tranquilo, no fue nada” se dijo mentalmente luego de comprobar que en efecto, no había nadie cerca.

    Faltaban cinco minutos para que se acabara el descanso y tenía que darse prisa. Aún faltaba hacer la llamada.

   —¿Estás en fila? —inquirió, encontrándose nada menos y nada más que con Andrés de pie frente al teléfono público que estaba en el segundo patio. Genial. Era lo que le faltaba. Aunque no todo podía ser perfecto, pensó con disgusto.

   Andrés lo miró por varios instantes, ya sin ocultar el evidente desprecio que sentía por él y alzando una ceja le hizo una mueca de disgusto.

   —Sí… estoy en fila.

   —Entonces, apresúrate. Necesito hablar.

   —¡Andrés! —El susodicho estaba a punto de devolver una réplica bastante mordaz antes de que la voz conocida de un muy oportuno Alpha lo detuviera. Daniel estaba de pie, frente a ellos y sus ojos tenían una mirada pesada, volátil.

   —Tengo que…

   —¡Ven! —exigió Daniel, usando su voz Alpha sin poder evitarlo. Julián se encogió en su sitio, pero fue Andrés quien terminó por moverse no sin antes dirigir sobre el omega una última mirada de desprecio.

   Julián alzó la bocina del teléfono mientras sus manos temblaban incontrolablemente, y no por lo que iba a hacer. La voz Alpha de Daniel lo había golpeado… lo había golpeado muy fuerte.

   “No, no lo hagas”. “No lubriques”, se ordenó mentalmente mientras marcaba el número al que se necesitaba comunicar.

   —Hola, ¿hablo con la comisaría? —preguntó con la voz quebrada cuando le contestaron al otro lado—. Bien, escuche. Quiero poner una denuncia anónima —anotó, bajando mucho el tono de voz—. Se trata del instituto del Rosario. Es un asunto muy grave. La directora… la directora está vendiendo drogas.

 

   Continuará…

  

   *Quipitos: golosina muy popular a finales de los 80’ y 90’. Aun se comercializa.

   

   


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