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Cruel summer por Sherezade2

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Notas del capitulo:

Capítulo 3. Muchas gracias por leer. Un abrazo grande. 

 

  

  

  

 

 

Capítulo 3

  Alejandro es el nuevo capitán del equipo. ¿William está enfermo?

 

   —¿Estás hablando en serio? Dime por favor que estás bromeando con nosotros. ¿Es cierto que ni siquiera sabes nadar?

   Alejandro caminaba en círculos mientras Julián y Susana mantenían sus caras de acontecimiento. Zully, por su parte, comía gomitas mientras veía la escena, intentando contener la risa. Daniel había accedido a quedarse en la reunión del club, aguantándose los reproches y el mal genio de William. En fin, todo estaba patas arriba y Julián se sentía fatal.

   —Lo siento, fui un tonto. Sé que no debí retar a ese idiota, pero no pude evitarlo. La forma tan humillante como se dirigió a nosotros me hizo hervir la sangre— ¡No iba a quedarme de brazos cruzados! ¡No podía!

   El Alpha resopló. Era justamente eso lo que no entendía. ¿Por qué rayos alguien que no sabía ni siquiera lo básico para pertenecer a un club iba a querer unirse a uno donde había un idiota que lo humillaría a cada paso? A no ser que.. bueno. A no ser que fuera otra la razón por la que en un principio ese trio de chicos buscó unirse al equipo.

   —¿Ustedes de veras querían unirse al equipo de natación? —Alejandro se cruzó de brazos frente a ellos. Susana desvió la mirada hacia el piso y Julián tragó saliva. Zully agotó la última gomita de su bolsa y suspiró hondo antes de ponerse de pie y sacudirse el cabello en señal de hastio. No podía creer que todos esos chicos se estuvieran complicando tanto por una tontería como aquella. Era una bobada.

   —Fui yo quien les di la idea —admitió finalmente, haciendo un mohín de desenfado—. Queríamos conocerlos a ti y a Daniel y no encontramos otra mejor excusa que esa para acercarnos. La verdad, yo quería entrar al equipo de baloncesto y Julián adora el volleyball. Susana solo nos siguió las aguas y eso fue todo. No queríamos que pasara esto.

   Alejandro miró hacia Julián. ¿De verdad habían inventado esa excusa para acercarse? ¿Por qué? Julián era un omega hermoso y simpático, no parecía el tipo de rarito que necesitara hacer mil peripecias para hacerse notar por alguien. Zully acababa de decir que Susana sólo les había seguido las aguas, entonces ella tampoco era la interesada en acercarse. Zully parecía tan seguro y confiado pero quizás… quizás él… ¿podría ser él entonces?

   —¿Acaso te gusta Daniel? —preguntó el Alpha, tanteando el terreno. Julián se sobresaltó y miró en dirección a Zully con los ojos bien abiertos. Susana detuvo la respiración, intentando contener la risa y Zully siguió con el juego.

   —No, me gustas tú.

   Un silencio sepulcral se hizo en la zona donde estaban apostados. Alejandro se puso de varios colores mientras sostenía la mirada seria y tranquila de su interlocutor. Julián se quedó atónito, casi sin respirar. Zully prosiguió.

   —Mírate… —dijo, señalando el portentoso cuerpo de Alejandro—. Eres alto, bien proporcionado, muy guapo y sexy. Nos gustas a medio salón, por si no te enteras.

   Alejandro se puso más rojo si eso se podía. Varias veces intentó decir algo, pero el mismo número de veces se calló antes de hablar. No quería decir algo fuera de lugar. Zully era un chico muy dulce.

   —Supongo que debo sentirme alagado… —arrancó diciendo—. No… quiero decir. Me siento halagado —rió, nervioso—. Pero me has tomado desprevenido. Yo… yo no sé qué decir.

   —No tienes que decir nada —contestó Zully, haciéndose el tímido—. No te estoy diciéndo esto para hacerte sentir incomodo ni nada. Y tampoco es como si este diciendo que quiera salir contigo o algo así. Sólo quiero que entiendas la razón por la que nos acercamos la primera vez. Yo tenía curiosidad y quise hablarte.

   Quería abrazarlo. Julián de verdad quería abrazar a Zully y darle mil besos por tan tremenda actuación. Un momento, pensó enseguida, Zully es el culpable de que estemos en esta situación. No tengo que sentir pena por él, se dijo a sí mismo.Si no hubiese sido por la impulsividad de su compañero, ellos no se habrían acercado el día anterior y nada de esto estuviera sucediendo. Nada.

     Suspiró. No quería eso. Quería las cosas tal y cómo habían sucedido. Sí, era cierto que estaban en un lio pero no era el fin del mundo. Tenía una semana para aprender a nadar y tenía a su lado al subcampeón nacional para ayudarle. No podía decir que era un sacrificio estar al lado del chico que le gustaba; ósea, el chico que le gustaba estaría prestándole completa atención durante una semana entera. Zullly se merecía todos los besos del mundo y él se los daría cuando hubieran derrotado al cretino ese de William.

   —¡Voy a vencer a William y vamos a entrar todos al equipo! —exclamó de repente, rompiendo la repentina tensión que se había formado en el ambiente. Alejandro lo miró con sorpresa y sus demás compañeros también lo hicieron. De repente, el Alpha estalló en grandes risotadas que contagiaron al resto de los muchachos. Formando un circulo, entrelazándose de los hombros y juntaron sus cabezas en el centro, mirándose unos a los otros.

   —En una semana seremos los nuevos miembros del equipo de natación de este instituto —arengó Alejandro, resoplando de emoción—. Vamos a patearle el culo  a ese tonto y vamos a demostrarle con quién se está metiendo. ¿Están conmigo?

   —¡Sí!

   Un grupo de profesores que pasaba por el patio se quedó mirando la escena y rodaron los ojos. ¡Vaya! Sí que los nuevos alumnos parecían llenos de energía. Ojalá la conservaran igual para los exámenes.

***

 

   —Ni me mires, Daniel. ¡No puedo creer lo que me acabas de hacer!

   —¿Quién? ¿Yo?

   Daniel no se lo podía creer. William había insultado y discriminado a compañeros de clase que tenían iguales derechos que los demás, se había pasado de borde con todos, había aceptado un reto absurdo que era obvio que iba a ganar y ahora el malo del paseo resultaba ser él. ¡Qué se jodiera! ¡Estaba harto de sus tonterías!

   —¿A dónde crees que vas? ¡Vuelve aquí! —le recriminó su amigo al verlo alejarse hacia las duchas.

   —Voy a calentar solo el día de hoy —respondió el Alpha, agarrando una de las toallas disponibles—. No quiero hablar más del tema.

   William lo dejó tranquilo. Estaba de acuerdo. Los ánimos estaban demasiado caldeados para seguir discutiendo y lo mejor era que cada uno se calmara lejos del otro. William no entendía a Daniel. Los padres de Daniel eran tan elitistas como los suyos; comprendían perfectamente que la punta de la pirámide social sólo podía ser ocupada por gente genética, intelectual y físicamente superior. Y esa gente eran ellos, los Alphas. Estaba comprobado que todo círculo donde entraban los omegas se volvía inestable, débil. Los omegas eran naturalmente problemáticos; de mente y cuerpo frágil por culpa de esas feromonas que no podían controlar. Los Alphas dominaban las feromonas; los omegas eran esclavos de ellas. Sinceramente, eran como animales. Dejar a uno de ellos, solo uno apenas, entrar a su equipo, sería condenarlo para siempre. Después de ese entraría otro y luego otro hasta que el grupo por el que tanto había trabajado se convirtiera en un escenario de recocha y excusas para ligar.

   —Daniel parece muy enfadado —comentó de repente, Adriana, una Alpha bellísima de larga cabellera azabache—. ¿Por qué no dejas entrar a los chicos esos? —inquirió, sentándose al filo de la pileta para mojar sus pies—. Por lo menos dales una oportunidad.

  —Se las estoy dando —sonrió con malicia William, zambulléndose por completo en la piscina—. Si el chiquillo ese me vence, entrarán.

   —No te van a vencer y lo sabes —suspiró la chica, tirándose también—, eres medallista nacional. Tampoco tiendo a relacionarme demasiado con omegas, pero si en este colegio los aceptan creo que tienen derecho a entrar a los equipos.

   —No al mío —afirmó el Alpha, tomando una bocanada de aire antes de darse media vuelta y empezar a nadar. Adriana bufó. Mejor ni seguía alegando, total, en parte estaba de acuerdo. Era más relajado estar sin omegas cerca. Tener que lidiar con feromonas alborotadas por culpa de celos fuera de control era muy cansado y fastidioso. Pobres omegas; los compadecía mucho.

***

   —Te agradezco que no me hayas dejado mal ante Alejandro, Zully. Aunque me lo debías, ¿sabes? Tú fuiste el que abrió la boca primero y nos metiste en todo este lio.

   Julián hizo un puchero. Aprovechando que Alejandro había regresado al salón para buscar unas cosas en su casillero, el omega se acercó a Zully para comentar sobre lo que había ocurrido minutos antes. ¡Zully había dicho que Alejandro le gustaba! Tremendo lio. Ahora las cosas se iban a poner un poco incómodas entre todos ellos y eso era lo último que necesitaban con ese reto a las puertas del horno. Susana también estaba anonadada por la forma como todo se había complicado en menos de media hora y sentía que le dolía la cabeza. Zully estaba como una lechuga. De verdad que era un caso ese chico. En vez de mostrarse preocupado o por lo menos avergonzado por la mentira que había lanzado, parecía ser el menos afectado de todos.

   —Tranquilos… ni que le hubiese pedido matrimonio —bufó, encogiéndose de hombros—. Con ese aspecto, ese chico debe estar acostumbrado a que se le confiesen todos los días. Ya hasta se le habrá olvidado.

   —¿Y qué habría pasado si te hubiese pedido que salieran? —inquirió Susana, señalándolo con un esfero—. ¿Le habrías dicho que sí solo para seguir el juego?

   —Ummm, no lo sé. Supongo que se me habría ocurrido algo. Quizás…

   Increíble. Julián y Susana rodaron los ojos. Vivir sobre la marcha como parecía hacerlo Zully era algo que les ponía los pelos de punta. El raro muchachito era una extraña mezcla entre impulsividad, tedio y muchísima buena suerte. ¿Sería el azúcar la responsable de ello?

   —En fin… me voy a casa. ¿Se irán también?

   —Esperaré a Alejandro —respondió Julián, sentándose en una de las gradas—. Los veré mañana y por favor, piensen en un sitio donde podamos reunirnos a practicar. Estoy seguro que William no me dejará usar la piscina de aquí.  

   —Está bien.

   —Por supuesto, lo pensaremos.

   Susana y Zully se fueron juntos hacía los portones de salida. Julián escuchó su estómago gruñir. Ya eran casi las tres de la tarde y sentía mucha hambre. Su madre le había dejado comida en el microondas, pero la verdad no tenía ganas de comer comida recalentada. Tenía antojo de una gran hamburguesa de pollo con papas fritas y un refresco enorme; el problema era que no conocía lo suficiente el sector cómo para saber dónde encontrar un sitio de comidas rápidas.

   —Tienes cara de hambre —le dijo Alejandro, acercándose. Volvía del salón con su mochila al hombro y las gafas de natación en una mano.

  —¿Tanto se me nota? —refunfuñó Julián, haciendo pucheros—. ¿Y esas gafas? —preguntó, mirándolas—. ¿Piensas quedarte a practicar?  

   Alejandro negó con la cabeza. Pensaba dejar todos sus implementos de natación en el casillero pero teniendo en cuenta que durante esa semana no podría usar la piscina de la escuela, decidió sacar sus gafas de agua para entrenar por su cuenta en la pileta de su edificio.

   —Mi edificio tiene piscina. Entrenaremos allí esta semana, ¿Te parece?

   ¿Qué si le parecía? ¡¿Qué si le parecía?! Julián estaba que saltaba.

   —Yo…Oh, Dios. ¡Es magnífico! Me estaba rompiendo la cabeza pensando dónde rayos íbamos a entrenar.

   —Pues mejor rómpetela pensando qué vamos a comer. Yo invito.

   Sonriendo salieron hacía las murallas contiguas al instituto y caminaron subiendo las escaleras empedradas que daban acceso a la parte alta de la fortificación. Julián se asombraba cada vez más por las bellísimas vistas que ofrecía aquella ciudad. El sol brillante sobre el mar era deslumbrante, la brisa fresca con olor a sal y arena, maravillosa.

   —Tenemos que reunirnos para ir a la playa con los muchachos antes de que empiecen las clases en firme —propuso Alejandro, con su vista clavada en el mar—. Te aseguro que es una experiencia magnífica y nos divertiremos mucho.

   —Yo recién conocí el mar —confesó Julián, mirando las olas romper contra los espolones.

   —Solía venir mucho de niño —comentó Alejandro, su rostro envuelto en nostalgia—. Mi padre me traía y me mostraba unas pequeñas plantas llamadas adormideras. Si las tocas se recogen, como si se echaran a dormir. Una tarde de estas al salir de las prácticas del equipo podemos venir a verlas.

   Julián sonrió. Le gustaba la seguridad con la que Alejandro daba por hecho que entrarían al equipo. Parecía algo tonto, pero para Julián era algo importante. Su papá omega había tenido una buena vida, sin embargo, su abuelo materno había sido un omega al que le tocó vivir esas épocas donde los de su clase eran tratados prácticamente como animales y su vida había sido muy difícil. Julián no iba a permitir que nadie lo hiciera sentir como habían hecho sentir a su abuelo casi cincuenta décadas atrás. Los tiempos habían cambiado y él iba a demostrarlo.

   —Entonces… ¿Hamburguesas y papas fritas? —preguntó el Alpha, echándose a correr.

   —¡Y un refresco gigante! —exclamó Julián, corriendo tras él.

***

   —¡Hermanito, mira! ¡Ya sabemos patinar!

   Las dos caritas idénticas miraron sonrientes al imponente rubio mientras sus pequeños cuerpecitos intentaban mantener el equilibrio sobre las ruedas.  William resopló y se sentó en la gramilla del patio. Estaba exhausto después del entrenamiento pero no quería aún entrar a casa. Ni siquiera tenía hambre. Esa inyección que le habían puesto en la mañana todavía le dolía bastante.

   —A que no pueden venir hasta donde yo estoy sin caerse —las retó, dedicándoles una sonrisa torcida.

   —¡A que sí! —corearon las pequeñas, yendo hacia él. William las recibió en sus brazos justo antes de que cayeran de bruces. Las niñas lo abrazaron y lo llenaron de besos por todos lados. Eran dos Alphas dominantes como sus padres y eran dueñas de preciosas cabelleras doradas y dos pares de ojos grises. 

   —¡Will es mío! —dijo la mayor, apretando fuerte el cuello de su hermano.

   —¡No, es mío! —atacó la otra, haciendo lo mismo del otro lado.

   —Vamos a partirlo por la mitad como un pan y nos quedamos cada una con una parte.

   —Buena idea —concordó la más pequeña.

   William rodó los ojos, alzándolas una en cada brazo. Esas pequeñas gemelas de cuatro años eran tan hermosas como escalofriantes; las adoraba.

   —Niñas, dejen tranquilo a su hermano —dijo la niñera en ese momento, acercándose a ellos—. ¿No ven que su hermano está cansado? Joven, Will. Bienvenido. ¿Cómo estuvo la escuela?

   Entregándole a las niñas, William saludó entrando todos a la casa. Al parecer, sus padres estaban reunidos con algún socio importante ya que se escuchaban voces provenientes del estudio.

   —Los señores tienen invitados —informó la ama de llaves, recibiendo el morral de William—. Han pedido no ser molestados hasta que terminen. ¿Quiere comer algo, joven? Si se va a duchar primero, me avisa y voy calentando algo para usted.

  —No se preocupe, Emilia —negó William, sacándose la sudadera—. Solo necesito un poco de jugo de naranja y una buena ducha.

   —Por supuesto, joven —asintió la criada—. Enseguida.

   Las reuniones de los Presley con socios empresariales no eran algo sorpresivo en aquella casa. La pareja de Alphas dominantes eran los principales accionistas de la empresa de turismo más importante de la ciudad. William veía constantemente a gente importante y famosa desfilar por su casa, y su vida había estado llena de muchísimos lujos. Ningún lujo, sin embargo, parecía suficiente para sus padres. Los Presley ambicionaban el poder a toda costa; el poder y la perfección.

   William chistó la lengua y entró a su habitación, terminando de desvestirse. No sabía por qué tenía que seguir pensando en su encuentro con esos fastidiosos omegas. No tenía sentido que les dedicara ni un solo pensamiento. Era más que obvio que ninguno de ellos sería capaz de vencerlo. Jamás.  

   Con cuidado abrió la llave de la ducha y dejó que el agua fría relajara sus músculos. Le dolía hasta el más pequeño rincón de su cuerpo y no sabía por qué. Por lo regular, los entrenamientos no lo dejaban tan exhausto a no ser que estuviera enfermo, y no se sentía enfermo. Solo estaba muy cansado.

   —Estúpida inyección —masculló en voz baja, envolviéndose en la toalla para salir de la ducha. Al hacerlo, un súbito mareo lo golpeó y tubo que sostenerse del lavabo para no caer de bruces en el suelo. ¿Qué rayos era lo que estaba pasando? ¿Por qué se sentía tan mal? El doctor que lo vio en la mañana no habló nada sobre efectos secundarios de la inyección que le habían colocado. ¿Estaría relacionado con eso?

   Pensando que lo mejor era reposar, salió del baño y se vistió. El zumo de limón que había pedido estaba esperándolo sobre su mesa de noche. Despacio intentó beberlo, pero no había ni acabado de tomar un primer trago cuando tuvo que volver corriendo al baño para vomitar. La cabeza le daba vueltas, estaba sudoroso y frio; sentía una fatiga que iba mucho más allá del cansancio. Pensó en interrumpir la reunión de sus padres pero el sólo imaginar la reprimenda que recibiría si dañaba algún acuerdo importante, le dio escalofríos. Todavía estaban de muy mal humor por la mentira de su celo y no quería ganarse un nuevo regaño.

   —Ya se me pasará —susurró, tirándose en la cama luego de enjuagarse la boca.

   Durmió toda la tarde, pero en la noche nada cambió. La fiebre lo invadió pasadas las siete y fueron sus hermanas quienes alertaron a uno de sus padres de su estado.

   —Papá… papá… Will está muy raro —dijeron las gemelas, agarrando los pantalones del hombre, una por cada lado.

   —¿Qué pasa, niñas? ¡No molesten ahora! ¡Estoy ocupado!—chasqueó la lengua el Alpha, sin quitar la vista de sus documentos. En ese momento, la niñera de las gemelas entró a la oficina, disculpándose por su descuido y su jefe sólo batió la mano para pedirle que se retirara.

   —Will está muy raro —dijo la niña mayor, Alice, mirando a su cuidadora con ojitos llorosos.

   —Vamos y te mostramos —pidió la segunda, Gisselle, tomándola de la mano. La niñera suspiró, asintiendo suavemente. Cuando entraron al cuarto, William se sacudía y había sangre y espuma en su boca. Estaba convulsionando.

***

   —Tan puntual como siempre. Buenos días.

   La gran sonrisa de Julián fue el mejor saludo que recibió Daniel en la mañana. Por segunda vez se iban juntos hacia la escuela y era fantástico empezar el día de esa manera. Julián usaba una colonia bastante agradable que cubría un poco el olor de sus feromonas; sin embargo, Daniel ya era capaz de reconocerlas a pocos metros de distancia. ¿Julián sería un omega hijo de Alphas o betas mestizos, o solo de omegas?, se preguntó en aquel momento. ¿Estaría su celo cerca? Estaba seguro que las feromonas se sentían un poco más fuertes que el día anterior.

   —¿Y cómo les terminó de ir ayer? —preguntó, acomodando su reloj—. Lamento mucho no haber podido seguirlos. Realmente tuve ganas de hacerlo.

   Negando con la cabeza, Julián restó importancia al hecho. Comprendía que Daniel era subcapitán del equipo y tenía responsabilidades que no podía eludir. Además, Susana le había dicho que Daniel y William eran muy buenos amigos. Eso hacía la situación mucho más difícil.

   —Tú pareces un chico muy simpático, Daniel —empezó comentando en voz baja, no tan seguro de no estar cometiendo una indiscreción—. No quiero parecer grosero, pero… ¿Por qué eres amigo de un patán como William?

   Daniel suspiró. Una sonrisa tranquila asomó en sus labios. Sabía que pronto iba a tener que responder esa pregunta. Sólo creyó que el primero en hacérsela sería Alejandro, no Julián.

   —William me necesita, Julián —respondió, mirando directamente a los ojos del omega—. Soy el único amigo que en verdad tiene.

   —¿Y el chico con el que estaba en la cafetería? ¿No era su novio acaso?

   —¿Fabián? —Daniel negó lentamente, su sonrisa se volvió triste—. Sí, es su novio, pero Fabián no conoce a William.

   Julián se estremeció. La forma como Daniel hablaba de Willian se le hacía tan afable, tan familiar. Era como la de un hermano mayor hablando de su hermanito. Daniel y William debían tener casi la misma edad. No era normal que un Alpha se expresara así de otro que no fuera su hermano o su amante.

   —¿Acaso… te gusta William?

   La pregunta de Julián dejó congelado a Daniel. ¿Por qué Julián había llegado a tales conclusiones? ¿Y por qué sentía que la pregunta no era para nada algo tan inusual?

   —Yo… —Sí, muchas veces se había preguntado lo mismo; se preguntaba por qué a veces sentía esa absurda necesidad de proteger a William como si fuera un hermano. William era incluso varios meses mayor que él. No tenía sentido; no era normal cuidar de otro Alpha de esa forma si no era tu familia o tu pareja. Pensó en Alejandro entonces, en esa camaradería que había entre los dos. No era lo mismo que sentía por William. ¿Qué podía ser entonces?

   —Lo siento… me pasé de la raya.

   Julián bajó la cabeza y caminó unos pasos más adelante sintiéndose muy avergonzado. Una mano lo agarró del hombro y detuvo su marcha. Daniel se colocó a su lado y lo miró a los ojos. Julián se tensó un poco, sintiendo un poco más fuerte el olor de las feromonas del Alpha. Una brisa fresca los golpeó, dejando sobre la cabeza del omega una hoja pequeña. Daniel la retiró con suavidad, tirándola al suelo. Sus ojos se encontraron y el Alpha sonrió.

   —No me gusta William de esa forma —respondió—, en realidad me gustan más los omegas varones. ¿Qué hay de ti?

   Los hombros de Julián se tensaron. Ni siquiera había considerado que le pudieran devolver la pregunta.

   —Los Alphas… casi siempre —dijo, encogiéndose de hombros—. La verdad sólo he tenido una relación sentimental.

 —¿Chicos o chicas? —siguió indagando el Alpha.

   —Chicos —respondió Julián, más seguro esta vez—. Mi exnovio llama Esteban, lo dejé justo un mes antes de mudarme.

   —Ya veo.

   ¿Con que ya había tenido un novio Alpha?, pensó Daniel. ¿Qué tan bien le habría ido con ese chico? ¿O qué tan mal? ¿Qué tan lejos habría llegado? Daniel no puedo evitar preguntarse aquello. Su última relación había sido un fiasco y la anterior había sido sólo un poco mejor. Realmente ambas relaciones sólo le habían servido para ganar algo de experiencia en el ámbito sexual. Por lo menos ahora sabía dónde debía ir cada cosa.

   —Veo que también te ha caído muy bien Alejandro. Ayer me llamó y me contó que estuvieron comiendo hamburguesas a la salida.

   Julián asintió. La habían pasado realmente bien y ese día volverían a encontrarse para entrenar. Qué bueno que Alejandro tuviera una piscina en su propio edificio, por lo menos era algo de lo que ya no tenían que preocuparse.

   —Oye… ¿y tú tienes novio? —preguntó de repente, haciendo mermar un poco el paso de Daniel.

   —No, recién rompí con él —respondió el Alpha, sin poder evitar un temblor de emoción.

   —…¿Y Alejandro? ¿Sabes si salía con alguien en la capital?

   Perfecto. Adiós emoción, pensó Daniel. Así que sólo le había preguntado aquello para poder indagar sobre la vida amorosa de su amigo. Pues bien, para su desgracia, hasta para Daniel la vida amorosa de Alejandro era un misterio.

   —No lo sé —se encogió de hombros—. Alejandro no habla mucho al respecto, ¿sabes? …aunque no sé, a veces pareciera que oculta algo.

   Julián bajó la cabeza. Aquello lo desmotivó un poco. Alejandro podía haber dejado un amor en la capital con el cual, tal vez,  seguía hablando. Bueno, tampoco era una tragedia. Era verdad que le parecía un chico muy apuesto y agradable, pero tampoco era el fin del mundo. Ahora su mente estaba puesta en entrar a ese jodido equipo de natación y vencer a ese jodido Alpha brabucón. Coqueteos y tonterías podían esperar. No iba a permitir que Alejandro se quedara sin un equipo y mucho menos que ese idiota de William se saliera con la suya.

   —Oye… ¡El último en llegar a la entrada paga los mangos! —gritó de repente, sorprendiendo a Daniel. Faltaban tres cuadras para llegar al colegio y el tercer día de clases apenas empezaba.

***

   Lo primero que notó el quinteto de amigos al empezar las clases aquél día era que William tampoco había llegado temprano. ¿Estaba retrasado igual que el día anterior o se trataba de algo más? Fue la maestra quien luego lo notó al momento de pasar lista a sus alumnos.

   —Zully Almanza.

   —Presente.

   —Carlos Álvarez

   —presente.

   —Bibiana Buelvas

   —presente.

   —Alejandro Contreras

   —presente…

 

   —William Presley.

   —¡William Presley!

   —¡No vino! —coreó la clase entera, alargando la última vocal.

     La maestra miró hacia la silla vacía y luego anotó la falta en su libreta. Era raro que William faltara a clases sin informar. Sus padres eran muy estrictos al respecto y el propio William era muy responsable con sus clases y más con el equipo al que pertenecía. Se preguntó también si sólo estaba retrasado como el día anterior o si realmente iba a faltar durante toda la jornada del día.

   —Muy bien —apuntó al término del llamado a lista—. Espero que sus padres tengan listos sus textos de este año porque mañana empezarán las clases en firme. Ahora colóquense todos en mesa redonda. Realizaremos un ejercicio de integración. ¡Organícense en completo silencio!

   Por supuesto, no lo hicieron. El escándalo de las sillas fue monumental. Tuvieron que pasar casi diez minutos para que estuvieran organizados y en perfecto silencio. Susana, quien fue la que más separada quedó de sus amigos envió un papelito a Zully, éste lo leyó y asintió pasándolo a los demás. Quizás, realmente, la ausencia de William podía ser favorable.

  “Si William no está, podríamos usar la piscina hoy, ¿no les parece?”

   Daniel leyó el papelito y escribió una respuesta.

   “Es verdad. Como subcapitán, yo quedo a cargo y lo permito”

   “Perfecto, entonces cada uno llame a su casa a la salida y avisen que nos quedaremos hasta las cinco de la tarde, ¿les parece?” —propuso Julián.

   “Perfecto, hasta las cinco entonces.—convocó  Alejandro—“No vayan a faltar. Es nuestra única oportunidad de usar la piscina”

   —¡Daniel y compañía! —gritó la profesora, pegándole al pupitre—¿Cuál es la recochita que tienen ustedes? —advirtió.

   Susana se deshizo rápidamente del papelito, mirando a sus amigos. En ese momento, otro de los profesores entró al aula, acercándose a la maestra. Ambos pusieron cara de circunstancia y  duraron algunos minutos hablando muy bajo. Al terminar, el profesor salió y la maestra se puso de pie frente al salón.

   —Jovencitos, atención. ¿Quiénes de aquí pertenecen o están interesados en pertenecer al equipo de natación?

   Alejandro y compañía se miraron entre todos. Julián, Zully y Susana no estaban seguros de alzar la mano. Daniel fue el primero en subir el brazo y entonces todos los demás lo siguieron. La maestra asintió.

   —Muy bien…   tengo entendido que tú, Daniel, eres el capitán, ¿verdad?

   Daniel asintió. Todo era muy raro ¿Qué rayos estaba pasando?

   Pues bien, tenemos un problema. Necesitamos que nos ayudes en una situación y por lo tanto necesitas delegar a alguien que te pueda suplir a ti y a William por unos días como capitán del equipo.

   Daniel miró a Alejandro. No tenía ni idea que era lo que estaba sucediendo, pero de momento no podía pensar en nadie mejor para asumir esa responsabilidad.

   —Bueno… Alejandro era capitán de su equipo en la capital. Creo que puede hacerse cargo. Pero, profe, no entiendo. ¿Qué pasa con William?

   La maestra suspiró.

   —Está indispuesto y no podrá venir hasta la otra semana —respondió, cruzándose de brazos—sus padres se comunicaron con los tuyos y han pedido que vayas a casa de tu amigo para ponerlo al corriente de las clases estos primeros días.

   —Entonces… —Alejandro miró a sus compañeros y éstos estaban con una sonrisa de oreja a oreja. Todos menos Zully, quien parecía extrañamente serio.

   —Entonces, si no hay problema, serás el capitán del equipo por unos días, ¿te parece?—preguntó la maestra mirando su reloj. Alejandro asintió enseguida y su mente hizo una explosión de felicidad. Sería el capitán del equipo ahora y siempre. Nunca más pensaba cederle ese puesto a nadie. Y menos a un brabucón imbécil.

  

   Continuará… 

Notas finales:

A los que se estén preguntando qué es esa cosa de  géneros "dominates" o "recesivos" ya lo estaré explicando en futuros capítulos. Mucahs gracias a los que le dedican tiempo a leer mi historia. Me hacen muy feliz. Un besito gigante a todos.


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