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Cruel summer por Sherezade2

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Notas del capitulo:

Muchas gracias a todos los que siguen por aquí. 

Besitos gigantes. 

Capítulo 30

Jeans Party

 

   El alboroto que se armó con la llegada de la policía al instituto fue monumental. Por más que los coordinadores de aulas intentaron mantener todo discreto, los rumores empezaron a correr como pólvora y antes del final de la última hora ya todo el mundo sabía que la directora había sido removida de su cargo por un aparente “problema legal”.

   Julián sonrió. Deseaba tanto haberla visto salir de allí, humillada y acompañada de los agentes locales, pero no había podido. El jodido coordinador los había entretenido con un improvisado taller de lectura al que nadie le prestó atención. William había estado todo el rato pasándose papelitos con Zully, pero éste estaba tan desconcertado como su novio.

   Nadie a excepción de Julián sabía a ciencia cierta qué estaba pasando y por qué la policía había incurrido intempestivamente a la escuela. Durante aquellas horas escuchó de todo; desde teorías sobre intentos de secuestro a algún alumno hasta explosivos a punto de estallar.

   Era una locura… y estaba orgulloso de haberla desatado.

   —Profe… —alzó de repente la mano Felipe, dando vueltas a su esfero mientras el maestro lo miraba desde la parte superior de sus lentes.

   —¿Sí, jovencito?

   —Quiero saber sí hoy habrá actividades de los clubes. De lo contrario debo llamar a casa para que pasen por mí.

   El maestro asintió. La verdad no tenía ni idea que habían dispuesto por el momento los miembros de la junta directiva del instituto, pero estaba claro que la directora Angarita no podría regresar próximamente a su cargo. Si los hechos de los que la acusaban se probaban como ciertos, era probable no sólo que no regresara jamás, sino que le retiraran su licencia docente para siempre.

   ¿Cómo era posible? ¿Esa Alpha tan respetable y reconocida vendiendo drogas en la escuela? Imposible. Tenía que tratarse de un terrible error.

   —Terminen el taller en silencio mientras yo voy a ver qué noticias hay, ¿está bien? —medió mientras sus alumnos asentían en silencio. Una vez les dio la espalda, casi todo el mundo se puso de pie y formaron grupitos de chismorreos. William y Julián hicieron lo propio, dirigiéndose hacia Zully, ocupando ambos la silla vacía de Alejandro. Zully se encogió de hombros, anonadado por lo que estaba sucediendo. Felipe cambió de asientos con el chico que se sentaba frente a Zully y se unió a la charla. Parecía tan estupefacto como sus amigos.

   —¿Alguien sabe bien qué carajos está pasando? Dicen que toda la junta directiva está aquí. Que la “bruja” fue removida.

   Bruja, sonrió Julián. Era así como todos ellos la llamaban desde lo ocurrido el día de las competencias regionales. Si ya la detestaban por lo del cambio de salón y la suspensión, después de lo otro se ganó por completo el odio del gurpo.

    —Eso espero —asintió William—. Además, si estuvo la policía significa que fue algo grave. Oh, my god. ¿Y si es un asesina en serie? ¿Se imaginan que el pozo de los deseos esté realmente lleno de cuerpos? ¿O si se los come?

   —Muy bien. Creo que fue pésima idea invitarte a ver “El silencio de los inocentes”, Will —rodó los ojos Zully, aturdido con la imaginación volátil de su omega—. Pero, en serio. ¿Qué pudo haber pasado para que la policía se la llevara así? Esa mujer parecía un dechado de rectitud y disciplina.

   —Las apariencias engañan —se encogió de hombros Julián, demasiado encantado con el desenlace de su plan como para pretender que el destino de esa perra le importaba.

   —Bueno, ya nos enteraremos después —añadió Felipe, sacando un sobre del bolsillo trasero de su pantalón—. Lo más importante ahora es esto —agregó, colocando un boleto para la famosa “Jean´s party ” en las manos de Julián—. Lo prometido es deuda. Conseguí tu entrada.

   Los ojos de Julián se abrieron encantados. Desde que le habían mencionado lo de la fiesta no había dejado de soñar con eso. Sonaba fantástica. Perfecta para empezar a mover sus fichas con Alejandro y Daniel. Las cosas habían cambiado un poco y no estaba seguro de si ese par asistirían, pero no perdía las esperanzas de hacer que los demás los convencieran de ir.

   Además, tenía ganas de volver a salir y divertirse. Tres semanas en el hospital y casi nueve más encerrado en casa habían estado a punto de volverlo loco.

   Quería volver a bailar, a reír y a gozar como antes. Estaba harto de ser tratado como un bebé.

   —¿Y sí te darán permiso para ir a esa fiesta? —preguntó, tímidamente Zully, mirando el boleto. Julián se encogió de hombros y negó con la cabeza. Eso era lo que menos le importaba.

   —No me importa. Es más, ni siquiera les diré. Pienso escaparme esa noche y dejarles una nota para no preocuparlos. Que me castiguen al día siguiente si quieren. Me vale.

   William miró a su amigo con asombro y luego negó con la cabeza. No le parecía nada apropiado aquel comportamiento de Julián. Ernesto y Julia eran unos excelentes padres. No merecían eso.

   —¿En serio vas a hacer eso? Juli, tus papás son muy lindos contigo. Por favor, no hagas eso.

   —Mis papás me tratan como a un bebé —replicó Julián, empezando a crisparse—. Para ti es fácil decirlo ya que los tuyos te dejan andar a gusto con tu novio. Los míos no me dejan ni asomarme a la puerta.

   —¡Julián!

   —¡No, Zully! —se terminó de cabrear el omega, replicándole a su amigo—. Los apoyo y soy feliz de que estén juntos. Me alegra pero no voy a mentirles sobre mis sentimientos. Me jode mucho que a ustedes los traten como adultos mientras a Susana y a mí nos siguen tratando como a niños de pecho. Es muy injusto. Que no haya conocido a mi “destinado” no significa que mis celos sean como estar en un parque de diversiones. Duelen un montón. Quiero divertirme y pasar el rato con ustedes. Lo que pasó hace meses no fue mi culpa. No pueden tenerme oculto toda la vida.

   William y los demás asintieron. En parte, comprendían los sentimientos de Julián, aunque seguían pensando que retar a sus padres de esa forma no era correcto. Finalmente cambiaron de tema y cuando el maestro volvió se confirmó que, en efecto, ese día no habría prácticas de los clubes y todos los alumnos fueron enviados a casa.

   A la salida, otro evento inesperado los sorprendió. Se trató nada menos ni nada más que de Sandra, quien además de madre de Daniel  era uno de los miembros principales de la junta de padres de familia. Ella y los demás miembros de la junta también fueron llamados de forma urgente por las directivas de la escuela ante la gravedad de lo sucedido horas atrás. La mujer iba saliendo del salón de audiovisuales y su gesto se agrió al encontrarse de frente con el omega que más detestaba en el mundo: el despreciable Julián Santos.

   —Vaya, así que lograste salirte con la tuya. Volviste a la escuela.

   Julián alzó el mentón y la miró con una sonrisa triunfante. Esa zorra era su siguiente cicatriz. Ella y su detestable marido. Ambos habían adelantado una cruzada contra él y habían demandado a sus padres por las lesiones de Daniel. También habían hecho hasta lo imposible para evitar que Julián volviera a la escuela.

   ¡Increíble!

   Eran unos malditos bastardos.

   —La justicia tardó pero llegó —respondió Julián, acercándosele varios pasos. Sandra se retiró de golpe como si fuera a ser contagiada de algún virus letal y su nariz se arrugó en disgusto. Las feromonas de ese mocoso eran potentes. Potentes y asquerosas.

   —Ni creas que no voy a seguir peleando para que te echen de aquí. Eres una mosquita muerta y todo el mundo lo va a saber. ¡Y que no sepa que te estas volviendo a juntar con mi hijo porque me vas a conocer de verdad, maldito mocoso! ¡Te lo advierto!

   —¿Entonces yo tampoco me puedo acercar a Daniel? —preguntó en ese momento William, acercándose también. Sandra lo miró sin esconder más el desprecio que ahora también sentía por él y su boca se torció en un mohín de disgusto.

   —Prefiero que mi hijo se mantenga lejos de omegas —respondió con parquedad—. Cada vez queda más claro que la sociedad se equivocó al dejarlos ganar terreno. Si se mantuvieran encerrados y vigilados como debería ser, cosas como la que pasó hace meses no ocurrirían.

   —Si le hubiera enseñado a su hijo a no ser un mentiroso y un cobarde lo que pasó hace meses no habría ocurrido —replicó Julián, dándole un codazo  antes de pasar por su lado; dejándola con una mueca de ira en toda la cara. William y los demás también la fulminaron con la mirada antes de dejarla allí, de pie, humillada y de momento derrotada.

   Julián se tragó un sollozo y apretó sus manos con ira antes de despedirse de sus amigos y volver a casa.

   La cicatriz en la parte occipital de su cabeza. Esa que se había hecho al caer y que le había costado nueve puntos de sutura era la cicatriz que le dedicaba a esa perra.

   Aún dolía cuando se peinaba o se recogía el cabello.

   Pues bien… a ella también le iba a doler.

 

 

***

 

   El viernes llegó por fin y ya faltaba poco para que terminaran las clases de ese día. Alejandro se había reincorporado el día anterior pero aún se veía muy extraño y perdido. Como si estuviera sólo físicamente pero su mente continuara muy lejos de allí.

 Hasta Zully, que para ese día ya andaba bastante intranquilo y agitado por la inevitable partida de William, lo notó. Las feromonas de ambos se mezclaban en el pequeño espacio que compartían y formaban casi una burbuja impenetrable para el resto. Era como si estuvieran marcando un territorio personal para no ser molestados por terceros ante lo peligroso que podía resultar para alguien que no fuera Alpha dominante como ellos.

   Era algo fascinante de mirar. Los Alphas mestizos no podían acercarse a menos de un metro; los omegas ni hablar, y los betas eran advertidos por los que sí podían captar feromonas.

   —Creo que ni siquiera se están dando cuenta —gruñó William, mirándolos desde su silla al otro extremo del salón. Julián, a su lado, asintió. El perfume se le iba a acabar si sus amigos seguían así.

   —El celo de Zully se está acercando, pero el de Alejandro fue hace poco, ¿no? —preguntó rociando su nariz y agitando el pote para rociar también a William. William tosió y sacudió la mano frente a su cara. Julián lo había rociado como si fuera un puto mosquito.

   —Creo que lo de Alejandro tiene más que ver con lo que pasó el otro día con Daniel.

   —¿Tu crees? —se hizo el interesado Julián, mirándolo de nuevo de reojo. Alejandro sintió por fin la mirada del omega y sus ojos se alzaron en una fracción de segundo que fue suficiente para poner de gallina la piel de Julián. Una ráfaga de feromonas se extendió desde el puesto de Alejandro y fue tan fuerte que esta vez, el pobre Felipe, que era el omega que más cerca se encontraba del par de Alphas, chillo.

   —¡Bueno! ¡Ya basta! —dijo la maestra de inglés, cerrando su libro de texto—. Alejandro y Zully. No sé qué les pasa hoy pero si no pueden controlar sus feromonas será mejor que vayan a tomar algo de aire un rato. No se puede respirar aquí.

   El par de aludidos se puso de pie y tomando sus respectivos termos con agua, salieron del salón. El clima de ese día era terrible. Un calor sofocante que no hacía otra cosa que aumentar el mal humor de ambos. Zully se echó un poco de agua fría en la cara y suspiró. Sentía la piel caliente y cargada. Como si pudiera echar corriente con solo tocarla. Quería llevarse a William a una isla desierta, mear sobre toda la isla y que nada jamás se le acercara a excepción de él. Alejandro quería hacer lo mismo… con Julián. Era una puta locura. Era algo quemante y doloroso. Como una molesta picazón.

   —También estás en “modo territorial”, ¿verdad? Puedo sentirlo —anotó Zully, dejándose caer sobre el escalón más bajo de las graderías; huyendo del terrible sol. Alejandro asintió y se tiró unos metros lejos de su amigo, abriendo su camisa para aliviar un poco el calor. Lo vivido días atrás con Daniel todavía lo tenía muy alterado. Era definitivo. Su cuerpo lo reconocía como un enemigo y no podía evitarlo.

   ¡Lo había lastimado! ¡Lo había lastimado otra vez!

    —¡Odio esto! ¡Lo odio! ¡Es una maldita porquería!

   Sin poder soportarlo más, Alejandro dio un puñetazo contra la pared, lastimándose la mano. Gimió ante el dolor y Zully se espantó corriendo de inmediato a su lado. Las feromonas de Alejandro eran pesadas y volátiles pero las suyas no lo eran menos. Podía soportarlas el tiempo necesario para consolar a su amigo y dejarlo llorar en su pecho.

   También odiaba todo lo que había sucedido. Estaba bastante molesto con Daniel y Alejandro por la manera como habían manejado las cosas con Julián y cómo habían dejado que todo se saliera de control, lastimando al omega.

   Pero como Alpha entendía muchas cosas ahora. Entendía ese afán de marcar, de dominar; de querer controlarlo todo. Para un Alpha dominante no existían las medias tintas. Era el todo o nada. Ese instinto primitivo de conquistar y tenerlo todo. Aunque la vida luego te pateara y te mostrara que eras tan vulnerable como cualquier otro.

   —Te enamoraste de Julián, ¿verdad? Las últimas semanas antes de la competencia me di cuenta. No querías terminar con él.

   —No sé nada. No entiendo nada —respondió Alejandro, frotando su mano—.  No quería mentirle. No quería engañarlo, pero perdí cada oportunidad de decirle la verdad. La primera vez fue Daniel quien me pidió no decir nada. Luego pasó lo del balonazo en la cara, justo cuando Daniel iba a contarle todo. Después de eso pasó lo tuyo con William, lo de las pastillas y la competencia. Nunca era el momento adecuado. Ahora creo que al final ya sólo me estaba convenciendo a mí mismo de aplazarlo.

   —A lo último ya no querías terminar con él.

   Alejandro asintió. Así era. Al final no había querido terminar con Julián. En ese momento era ya más claro que el agua. Se había enamorado, total y completamente. Y no había sabido qué carajos hacer.

   —Tú y Daniel, ¿qué tan lejos han llegado?

   Alejandro alzó la vista, sonrojado. No era que le costara tanto hablar de esos temas, pero la pregunta lo había sorprendido. No estaba seguro si la cuestión era sólo curiosidad de parte de Zully o sí tenía como finalidad alguna otra cosa.

   Sin embargo, la respondió con sinceridad. 

   —Nos hemos besado y tocado un poco, pero hasta allí. Nunca me he acostado con Daniel.

   —¿Y con Julián?

   Alejandro lo miró más perplejo aún. Creía que eso estaba claro para Zully.

   —Perdóname, pero aunque te parezca increíble, no lo sé. Desde lo que pasó esa vez, nunca he vuelto a mencionarle este tipo de temas a Julián. No me parece apropiado.  

   —Julián es virgen —respondió Alejandro, agachando la cabeza—. Conozco sus feromonas y lo sé. Estuve en el hospital varias veces y percibí como quedó su aroma luego del celo. No ha cambiado.

   —Eso significa que ninguno de los dos… ni Daniel ni tú.

   —No… gracias al cielo, no.

   Alejandro suspiró. Las imágenes de aquel horrible día volvieron a su mente con una nitidez espeluznante. Los gritos, los chillidos de dolor, los lamentos y aquel rostro… esa mirada que no olvidaría jamás.

   —Cuando sentimos el olor del celo, Daniel y yo forcejeamos. En nuestra lucha golpeamos a Julián y lo hicimos caer. Tanto él como yo nos golpeamos la cabeza y yo estuve unos minutos aturdido. Cuando desperté, Daniel estaba sobre Julián.

   —Santo Dios.

   —Era horrible —continuó Alejandro—. Julián lloraba y se retorcía. Podía ver la sangre debajo de su cabeza. Estaba casi desnudo y Daniel intentaba someterlo.

   —¿Qué hiciste? —Zully preguntó sin saber si quería seguir escuchando aquello. Sus manos temblaban y se sentía agitado. Había escuchado historias como aquella de bocas de los antiguos compañeros omegas de su anterior escuela, pero nunca la había escuchado desde el punto de vista de un Alpha.

   Alpha… eso en lo que se había convertido.

   —Ataqué a Daniel —sollozó Alejandro, sintiendo que la garganta se le cerraba—. Mi Alpha quería matarlo pero sólo le rompí el hombro y lo tiré hacia un lado. Daniel gritó. Fue un sonido horrible. Sentí su hombro crujir y tomar una postura antinatural. Se desmayó del dolor. Julián me miró horrorizado. No podía ni gritar del horror.

   Zully se puso de pie y se llevó las manos a la cara. Haber llegado aquel día y haber visto con sus propios ojos lo que había sucedido era una cosa espantosa. Pero escucharlo a detalle por uno de sus protagonistas era tres veces peor.

    —Me eché sobre Julián —volvió a hablar Alejandro, esta vez con sus ojos mirando hacia la pared frente a las graderías—. La cercanía de sus feromonas me enloqueció otra vez y lo empecé a atacar. El se defendió y volvió a gritar. Estaba húmedo, pero era obvio que no quería nada de eso. Yo estaba duro y completamente ido. Quería meterme en él, romperle el collar y marcarlo. Era asfixiante.

   —¿Entonces…?

      —Entonces sucedió aquello… eso a lo que sólo puedo llamar un milagro.

   Zully se volvió a sentar. Escuchar de una forma tan cruda acerca de cómo los Alphas podían perder la cabeza lo tenía realmente mal. Quería vomitar, dejar de producir esas violentas feromonas y volver a ser un tranquilo y adorable omega.

   —¿Qué pasó entonces? —preguntó con la voz ronca por la tensión. Alejandro sacudió la cabeza y apartó las lágrimas de su cara. Una pequeña sonrisa adornó su rostro. La misma sonrisa que le había regalado a Julián en ese fatídico momento.

   —Las feromonas de Daniel brotaron de su cuerpo a pesar de que él se encontraba inconsciente. Protegían a Julián y se mezclaron con las suyas. La combinación de ambas me sacó de mi aturdimiento por varios segundos. Fue algo maravilloso. Como volver a casa luego de haber estado perdido por mucho tiempo. Sonreí en aquel momento. Fue esa mezcla de feromonas la que me hizo recobrar de nuevo la razón. Fue eso lo que me hizo por un momento volver a ser yo mismo.

   —¿Julián las sintió también?

   —Supongo que sí —se encogió de hombros Alejandro—. Dejó de llorar y entonces yo miré hacia arriba y la vi. Era una pesa enorme colocada sobre uno de los casilleros. El golpe podía matarme pero era la única manera de no terminar violando y quizás matando a Julián. Sabía que sólo tenía pocos instantes para seguir manteniendo mi mente lúcida.

   —Por Dios, Alejandro…

   —Así que sacudí el casillero —gimió el susodicho, recordando el momento en que pensó que su vida había acabado—. La pesa vino hacia mí pero en ese justo instante, Julián se levantó y me apartó. Se golpeó la frente contra el casillero y lo último que vi antes de quedar inconsciente por un nuevo golpe contra la pared fue la pesa cayendo sobre su brazo y su pecho.

    >> Cuando desperté en el hospital, Julián y Daniel estaban en cirugía.

   El silencio cayó pesado entre ellos. Zully no sabía qué decir. Todo lo que acababa de escuchar le parecía espantoso. De pesadilla. Alejandro ya no lloraba pero todo él sudaba a mares. El estrés ante el solo recuerdo de aquello era evidente.

   —Mis padres corrieron con todos los gastos médicos —dijo un rato después. Zully asintió y le apretó el hombro. Eso sí lo sabía. Además, sabía también que los padres de Alejandro habían tomado acciones legales contra los periódicos locales y asumieron la defensa de Julián para obligar a la escuela a aceptarlo de nuevo. También le enviaron regalos, comida y flores cada día que el omega estuvo internado; pagaron el resto de la colegiatura, los derechos de grado y las terapias de rehabilitación tanto de Julián como de Daniel. En fin. A diferencia de los padres de Daniel, los Contreras sí habían estado a la altura.

   —Ya no llores sobre la leche derramada, Alejandro —aconsejó Zully, aunque él mismo se sentía muy aturdido por todo lo que había escuchado—. No hay forma de cambiar lo que pasó y ahora sólo queda tratar de afrontar lo que sigue. Tienes todo un futuro por delante. Ven a la fiesta de mañana y diviértete. Andar por allí como un ente no te está haciendo bien. Supera a Julián, supera a Daniel. No hay más nada que se pueda hacer.

   Alejandro asintió y abrazó a su amigo en cuyo hombro rompió a llorar otra vez.

   Era verdad. Por más que le costara aceptarlo, todo había terminado. Tenía que seguir adelante y dejar el pasado donde tenía que estar: a sus espaldas. Si de verdad amaba a esos dos, entonces tenía que dejarlos en paz. Se haría a un lado y los dejaría ser felices. Su corazón estaba roto pero todo era culpa de sus mismos errores. Ya no era un niño y necesitaba empezar a asumir las consecuencias de sus actos.

   —Está bien… iré a la fiesta —aceptó cuando el llanto cesó y pudo encontrar de nuevo su voz—. ¿Me puedes conseguir una entrada?

   —Tranquilo… el señor “alma de la fiesta”, mejor conocido como William Presley, al parecer tiene contactos tan influyentes en ese lugar como para hacer pasar a toda la ciudad si se le antoja —rodó los ojos Zully, encontrando de nuevo su aura relajada—. Pasaremos por ti, ¿vale? No te apenes más. Julián y Daniel estarán bien. Ellos son muy fuertes.

   —¿Ellos irán también a la fiesta? —inquirió Alejandro, dudando de nuevo sobre si ir o no. Zully asintió pero no lo dejó retractarse de su decisión de ir con ellos. Estaban en la misma escuela; con Julián seguían en el mismo equipo. Era una tontería que se negaran a estar en una misma fiesta.

   —Tienes razón —asintió Alejandro, regalándole una sonrisa genuina. El haber contado todo aquello por primera vez le había quitado un duro peso de encima. Ni sus padres, ni su psicólogo; ni siquiera su hermano mayor, con el que tenía una gran confianza y al que telefoneaba constantemente, habían escuchado la versión de los hechos con el detalle con el que lo había hecho Zully.

   Zully, quien para Alejandro era en ese momento la persona que mejor podía entenderlo, fue quien se ganó ese privilegio. Una distinción nada agradable, teniendo en cuenta lo que era.

   —Bueno, volvamos a clase —dijo entonces, poniéndose de pie. Alejandro asintió y lo siguió. Cuando volvieron la clase estaba ordenada en parejas y estaban leyendo un cuento de Allan Poe en inglés. Al verlos volver, William les envió un papelito para preguntarles si estaban mejor. Zully se lo regresó con un mensaje de tranquilidad y un corazón flechado.

   —Es un bobo —sonrió, mandándole un beso volado. Julián miró hacia atrás y sus ojos volvieron a encontrarse de nuevo con los oscuros y sombríos de Alejandro.

   Su corazón se descompasó.

   Seguía queriéndolo. ¡Demonios! Odiaba hacerlo pero así era. Recordaba su sonrisa, sus chistes tontos; la manera como lo sostenía en el agua para ayudarlo a entrenar. Recordaba cada beso en la muralla, cada puesta de sol; el olor de sus cabellos recién bañados y el embriagante aroma de sus feromonas.

   Que todo hubiese sido una mentira. Que sus palabras de amor sólo hubieran sido un cruel engaño. Que su corazón y su amor en realidad le pertenecieran a Daniel. Dolía, dolían más que aquella pesa cayendo sobre su brazo.

   “¿Por qué siento que olvidé algo?” “Cada vez que me acuerdo de ese momento, siento que hay algo que estoy olvidando”. “Recuerdo cuando Alejandro atacó a Daniel y le quebró el brazo”. “Luego recuerdo que me estaba atacando y lo siguiente que veo es esa enorme pesa cayendo sobre mi brazo y mi pecho”. “Qué pasó en medio de esas dos cosas?”. “¿Qué hizo que Alejandro se detuviera?”

   Julián sacudió la cabeza y volvió su lectura. William terminó su parte del texto y lo miró confundido. Había momentos como aquel en lo que Julián se desconectaba; perdido en sus pensamientos.

   —Aún te gusta, ¿verdad? —preguntó el rubio, ganándose por completo la atención de su amigo. Julián no necesitaba preguntar a quién se refería porque era obvio que William había captado sus miradas. Era patético.

   —Lo superaré —dijo, cambiando de hoja para seguir la lectura—. Voy a estar bien.

   William asintió y volvió a mirar hacia el asiento de los Alphas. Zully y Alejandro estaban concentrados en la lectura y ya no miraban más hacia el frente.

   Suspiró.

   Se preguntaba qué haría él si tuviera que alejarse de Zully por algo similar. No podía ni imaginárselo. Era como si su corazón se desgarrara.

 

***

 

   El letrero con letras escarchadas y luz parpadeante estaba en toda la entrada del enorme coliseo. Oliver y Brandon dieron una mirada rápida al lugar antes de permitir que William, Zully y Alejandro entraran. El año anterior, William había ido con Fabián y Daniel a esa misma fiesta  y por primera vez en su vida no había ido a dormir a casa. Se llevó un castigo monumental por eso, y no tuvo mesada por tres meses seguidos. Claro, el castigo hubiese sido mayor si sus padres hubiesen sabido cuál había sido la causa real de su evasión: El chico se había puesto de marihuana hasta las trancas y Fabián no tuvo más remedio que llevárselo junto a Daniel a la casa de playa de su familia.

   Brandon acarició su vientre antes de mirar a su esposo y darle un asentimiento de cabeza. Oliver miró a los chicos antes de volver a encender el auto y los apuntó a cada uno con el dedo.

   Aquello era una advertencia.

   —A la una de la mañana pasaré por ustedes —anotó, estrechando la mirada—. Los quiero en esta misma entrada a los tres y en especial a ti, Zully. Recuerda que tus padres te dieron permiso sólo porque se lo pedimos encarecidamente. Deberías seguir castigado.

   —Sí, señor —Zully asintió con obediencia y tomando a William de la mano se despidió y se marcharon. Era verdad. De no ser por los Presley, sus padres no lo hubieran dejado salir esa noche. Ellos sabían muy bien que esa fiesta se la traía floja, pero lo que también sabían era que esa noche era la última noche que William y él podrían compartir juntos antes del viaje. El lunes a la cuatro de la madrugada, William estaría partiendo con rumbo a Londres y no lo vería durante casi dos semanas.

   Una putada.

   —¿Creen que los demás ya llegaron? Susana me dijo que vendría con Manuel y Daniel viene con Andrés y con Jaime. De Julián no estoy seguro. Dijo que se escaparía de casa si no obtenía el permiso y hace un rato que lo llamé se estaba bañando. Por lo que pude captar, sus padres no tienen ni idea de esta fiesta.

   Zully se encogió de hombros ante los comentarios de William. El tampoco había tenido ocasión de hablar con Julián antes de la fiesta y no tenía ni idea de si su amigo iba a ir o no. Esperaba que no se metiera en problemas por escaparse sin el permiso de sus padres. Julián nunca había tenido esa clase de rebeldía y sus comentarios de días atrás lo habían dejado preocupado.

   En fin. Tendrían que esperar a ver qué pasaba esa noche y por lo que se veía, podía pasar de todo. Nada más entrar, el ambiente los golpeó. El humo de la pista de baile con las luces parpadeantes se veía desde la zona de boletería y la música disco a reventar era audible a varia cuadras a la redonda.

   —¡Ey, chicos! ¡Ey!

   Los tres amigos levantaron la vista ante el destemplado grito. Una vez entregaron su tiquete, el vigilante de la entrada les colocó en la mano un sello solamente visible bajo luz neón y luego los dejó pasar. Susana estaba esplendida con unos jeans talle alto, un top blanco con hombros desnudos y su collar con el corazón dorado en el centro. Bebía cerveza y llevaba unos mechones azules en el cabello. Manuel, quien estaba a su lado, también saludó y se les unió. También traía una bebida en su mano pero no le estaba presentado tanta atención como al cigarrillo que tenía en la otra. Alejandro se alegró al ver que no era el único que había empezado a fumar. Por lo menos, ya había alguien más que le acompañara cuando quisiera salir a fumar un poco afuera.

   —¿Y bien? —preguntó Susana—. ¿Entramos o esperamos a los demás? Felipe y su novio deben estar por llegar. También Adriana y varios amigos que dijo que traería.

   Zully y los demás optaron por la segunda opción. Habían quedado de esperar a Felipe en ese lugar ya que una vez adentro la penumbra, el humo y la música harían prácticamente imposible encontrar a alguien. Alejandro asintió y se fue por bebidas para todos. En ese momento, un nuevo personaje entró en escena.

   —¿Presley? Presley, ¿eres tú?

   Una voz llamando a William hizo girar el rostro de todos. Se trataba de un chico alto y atlético; un Alpha a todas luces. Tenía un cabello negro espeso, algo ensortijado en las puntas y su tez trigueña resaltaba unos preciosísimos ojos verdes. Estaba vestido con unos jeans pálidos, casi blancos y una camiseta azul índigo algo ajustada. Tenía un cinturón  negro desde el que colgaba un juego de llaves y una pulsera plateada decoraba su muñeca izquierda.

   William volteó hacia él y solo le tomó un segundo reconocer de quién se trataba. Su nombre era Eduardo Andrade, un antiguo amigo de Fabián que llevaba un tiempo sin ver. Al parecer se había cambiado de ciudad dos años atrás y Fabián y él habían perdido el contacto. Era increíble que estuviera apareciendo en ese lugar y momento inesperados. El mundo era un pañuelo.

   —Eduardo… ¡qué gusto volver a verte, hermano! ¿Qué pasó contigo? Desapareciste de repente.

   —Bueno, un poco por aquí… un poco por allá —sonrió el chico, encogiéndose de hombros—. En fin… volví a la ciudad hace poco. Empecé la universidad aquí y regresé a vivir con mi hermano. ¿Qué hay de ti? ¿Dónde está Fabián? ¿Vinieron juntos? ¡¿Qué digo?! Por supuesto que vinieron juntos. Ese hombre no puede vivir sin ti. ¿Dónde está?

   Al ver que William no contestaba y que la mayoría de sus acompañantes desviaban la mirada, Eduardo se calló de golpe y sus ojos se concentraron en el Alpha rubio que estaba varios pasos detrás de William. El aura de ese chico era áspera y territorial. Se agitaba por todos lados.

  —Lo siento… ¿dije algo malo?

   —No, no pasa nada —restó importancia William, volviendo a distender el ambiente con una franca sonrisa—. Es solo que Fabián y yo ya no estamos juntos. Este es mi nueva pareja —dijo, estirando la mano para atraer a Zully—. Su nombre es Zully. Cariño, te presento a Eduardo, un antiguo amigo. Eduardo, te presento a Zully, mi novio.   

   —Mucho gusto. —El alpha estiró su mano y Zully la apretó con fortaleza. Eduardo era un Alpha dominante sin embargo a sus veinte años tenía un control tan magnifico de sus feromonas que supo de inmediato que el Alpha frente a él no podía preciase de lo mismo. No sabía qué carajos estaba pasando pero era claro que algo enorme había sucedido como para hacer que el compromiso prácticamente sellado entre Fabián y William hubiera cesado.   

   Y no solo eso. Lo peor era lo que en ese momento, por fin, estaba sintiendo.

   El olor de William. ¡Carajo! ¡¿Podía ser cierto lo que estaba oliendo?! ¡Dulce madre de Dios! ¡¿William era un omega?!

   —William, ¿qué carajos?

   Zully gruñó ante el gesto de sorpresa del otro Alpha y de inmediato, William respondió, interponiéndose. Eduardo escondió por completo sus feromonas y todos los presentes lo miraron asombrados; incluido Zully. Para ser un Alpha tan jovencito, ese chico controlaba sus feromonas con demasiada facilidad.

   —Tranquilo, chico. Solo me sorprendió lo que acabo de descubrir. William, ¿omega? ¡Por Dios! ¡Eso nunca me lo vi venir! Por cierto —hizo un guiño hacia Zully—, disculpa. No sabía que te alteraban tanto las feromonas de otros Alphas. No volverá a pasar.

   —Es una larga historia —suspiró William, soltando a un más tranquilo Zully—. Pero por lo pronto, ven. Déjame presentarte al resto de mis amigos. Te van a agradar.

   Eduardo saludó a cada uno de los otros chicos. Estaba sorprendido de ver cómo ahora William compartía con géneros diferentes a los Alphas. Su familia también había pertenecido durante algún tiempo a la “secta rara” como él le llamaba, pero desde hacía un tiempo que se habían separado de ese tipo de comunidad y ahora su madre era, por el contrario, una defensora de los derechos y movimientos omegas.

   —Y bueno… aquí llega Alejandro —anotó William, señalando al susodicho quien regresaba junto a ellos cargado de bebidas. Eduardo volteó a mirar y al notar a Alejandro su aliento salió de su pecho con un silbido agitado.

   ¡La puta madre! Nunca había creído en el amor a primera vista ni en tonterías similares, pero la forma en que la sonrisa de ese chico había agitado sus feromonas no podía ser normal.

   —Un placer —saludó Alejandro, estirando su mano libre luego de haber entregado las bebidas.

   —El placer es mío —anotó Eduardo, quedándose con aquella mano un momento más del necesario.

   —¡Hola, chicos! ¡¿Llegaron hace mucho?! —preguntó de repente una conocida voz, apareciendo a las espaldas de todos. Alejandro saltó en su sitio, con su mano aún retenida por el otro Alpha.

   Julián estaba allí, de pie frente a todos, viendo justamente esa escena. Estaba de infarto, vestido con unos jeans negros rotos a media pierna, zapatillas blancas y un suéter ceñido del mismo color. Su collar rojo resaltaba más que nunca aquella noche. Aunque lo que más resaltaba era el pircing al lado de la cicatriz de su ceja y sus preciosos ojos maquillados con delineador. 

   Ojos que en ese momento regalaban a Alejandro y a Eduardo una mirada penetrante.

 

   Continuará


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