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Cruel summer por Sherezade2

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Notas del capitulo:

 

Muchas gracias por seguir acompañandome. 

BESITOS GIGANTES.

   

   Capítulo 31

   Sentimientos a tope.

 

    —Hola, chicos. ¿Llegaron hace mucho?

   —¡Juli!

   Susana sonrió y los demás chicos miraron sorprendidos a Julián. La mayoría estaba pensando que ya no iría. Zully frunció el ceño y lo miró inquisidoramente. Sin necesidad de preguntar ya sabía que su amigo había cumplido con su pronóstico y se había escapado de casa.

   —Dije que vendría y lo hice —se encogió de hombros Julián, intuyendo los pensamientos de Zully. Si no le importaba la opinión de sus padres menos la de sus compañeros de clases. Ellos le podían aconsejar y todo lo que quisieran pero no eran sus jodidos tutores. Haría lo que quisiera y no tenía que darle explicaciones a nadie. Con disimulo desplazó su mirada de nuevo hacia el sitio donde se encontraba Alejandro y lo miró por unos instantes. La respiración de Alejandro se detuvo varios segundos y el Alpha devolvió la mirada con timidez. Eduardo captó el momento y apretó los labios. Notó de inmediato la tensión extraña que se movía entre ellos. ¿Significaba eso que había algo entre ese par? ¿Se gustaban o eran algo más?

   Necesitaba averiguarlo.

   —Hola, mucho gusto. Yo soy Eduardo —dijo, presentándose él mismo ante Julián.  Dirigiendo su mirada hacia él, Julián le contestó el saludo, estrechándole la mano.

   —Hola —respondió con algo de reticencia—. Yo soy Julián.

   —¡Genial! Veo que William ha hecho muchos amigos omegas. Eso me alegra.

      —Así es —asintió William, sonriendo a su viejo amigo y dándole los detalles a Julián sobre quién era el recién conocido. Julián asintió y lo reparó de pies a cabeza. Las feromonas de ese chico estaban tan bien ocultas que Julián no fue capaz de distinguir en una primera lectura si se trataba de un Alpha o de un beta. Sin embargo, teniendo en cuenta el tipo de gente con la que solía relacionarse William en el pasado, era claro que todo apuntaba a que se trataba de lo primero.   

   —Y eso que aún falta Felipe —anotó Julián, mirando en todas las direcciones—. ¿Será que se tardará aún?

   Sus amigos se encogieron de hombros. Un grupo de chicos entró en ese momento y en la entrada se formó un pequeño tumulto. De repente, William dio un respingo y todo su cuerpo gano kilos y kilos de tensión.

   Fabián estaba llegando con el grupo de Mario, Andrés, Jaime y Andrés.

   Perfecto. Sencillamente perfecto. En especial porque solo minutos después de la llegada de su ex, el siguiente conocido que hizo su entrada triunfal fue Daniel.

   —¿Ya vieron quienes llegaron? —anotó Susana, mirando justamente hacia los recién llegados.

   —No importa. Ya sospechaba que también vendrían —suspiró William, mirando con preocupación la tensión en los rostros de Alejandro y Zully—. No es algo que nos tenga que afectar —advirtió, señalándolos—. Ellos estarán por su lado y nosotros por el nuestro, ¿vale? No pasará nada si mantenemos nuestra distancia.

   —¿Qué pasa? ¿Las cosas con Fabián no terminaron bien? —preguntó Eduardo, viendo justamente cómo Fabián notaba su presencia, sonreía y se dirigía hacia ellos.

   —¡Mierda! No es nada de eso, pero te lo explico luego —jadeó William, arrastrando a Zully con él varios metros lejos de allí. Eduardo alzó una ceja y se quedó estupefacto ante la violenta efusión de feromonas que emitió Zully antes de alejarse de allí.

   —¿Qué pasa? ¿Está todo bien? ¿Pasa algo malo?—preguntó, mirando a Alejandro, pero este negó con la cabeza mientras sus ojos se dirigían hacia la figura de Daniel, quien al entrar y verlos, dio media vuelta y se dirigió con rumbo al lugar donde estaba su novio.    

   —Es algo difícil de explicar —añadió casi en susurros mientras veía el rostro sonriente de Fabián acercándose. Ese tal Eduardo tenía que ser un gran amigo, porque muy contadas veces Alejandro había visto a Fabián sonreír.

   —¡Joder, hermano! ¡No te lo creo! ¿Cuándo volviste?

   Eduardo correspondió al efusivo saludo de Fabián con un gran abrazo. Habían sido tan cercanos en el pasado. Y en verdad, era una amistad que quería retomar. Era una pena que él y William ya no estuvieran juntos, pero no quería que eso fuera obstáculo para poder ser amigo de ambos otra vez.

   Los extrañaba.

   —Regresé hace varios meses, pero inicié la universidad y todo ha sido una jodida locura. Hasta ahora me estoy poniendo al día con mis viejos amigos y conocidos. Te ves bien, hermano. Aunque esa herida en tu cara se ve muy reciente. ¿Estás bien?  

   —Veo que ya te enteraste de lo de William —omitió la pregunta Fabián, viendo justamente como éste y Zully se besaban. Había visto cómo William se lo llevaba a rastras cuando notó que se acercaba y odiaba que por culpa de ese imbécil ya no pudiera estar cerca de William siquiera.

   —Veo que las cosas no son agradables ahora —ató cabos Eduardo, no queriendo sonar demasiado lastimero—. Sé cuánto lo amabas, amigo. Pero hay muchos peces en el mar. No te pelees así por un chico.

   —Lo amo —corrigió Fabián, desviando sus ojos de la insoportable y acaramelada escena—. Y voy a decir algo que quiero que todos ustedes sepan —advirtió, mirando muy serio a todos los demás chicos también—. Como ese imbécil vuelva a hacer llorar a William. Como me entere que siquiera le alzó la voz, esto va a ser nada en comparación a cómo lo voy a dejar a él —amenazó, señalando los puntos de sutura de la mayor herida de su cara—Díganselo y déjenselo claro. Y tú, Eduardo, ¿te vienes con mi grupo o viniste con alguien más? Vine con un grupo de amigos y si quieres te los puedo presentar.

   —Perfecto —sonrió Eduardo, intentando sonar relajado a pesar de todo lo que acababa de escuchar—. Daré una vuelta para mirar el lugar y en un rato te caigo. ¿Dónde estarás?

   —En el segundo piso, cerca al bar —señaló Fabián, dando una última mirada hacia William y Zully—. Nos vemos en un rato entonces —se despidió, chocando sus manos con su viejo amigo.

   Eduardo se quedó pasmado ante tantas novedades que había recibido de golpe. Cuando William volvió trayendo a un más calmado Zully, vio que en efecto el nuevo novio de su amigo también tenía unos ligeros moretones en la cara. Eran mucho menos notorios que los de Fabián, por eso no los había notado en la oscuridad. Pero ahora que reparaba al chico a fondo, pudo notarlos fácilmente.

   —Bueno, ya vez cómo están las cosas —hizo un mohín William, viendo la figura de Fabián alejarse—. La situación es un poco tensa porque me descubrí como omega debido a acontecimientos muy bruscos. Fue una sorpresa para todos.

   —Y ni que lo digas. —Eduardo alzó una ceja, sin atreverse a pedir demasiados detalles. Sabía que la familia de William pertenecía a la “secta rara”, por lo que no entendía qué carajos había pasado entre sus padres para que William hubiera resultado ser un omega. William se dio cuenta de que aquello era sin duda la conclusión que más rondaba la mente de su amigo y de inmediato sonrió. No sabía si le creería, pero por lo menos quería dejar bien parada a su familia.

   —Mis padres resultaron ser Alphas mestizos. Los dos.

   —¿Y con genes recesivos de omega? Wow, eso sí es sorpréndente.

   William asintió y se encogió de hombros. No quería seguir hablando del asunto por lo que agradeció que Eduardo no le hiciera más preguntas. Ya suficiente iba a tener cuando llegara a Londres y sus tíos y abuelos lo pusieran bajo la lupa, queriéndolo diseccionar como a un puto insecto.

   —Y entonces, ¿será que Felipe y Adriana no irán a venir? —preguntó Manuel, viendo como el lugar se estaba llenando y no había ni visaje de sus amigos.

   —Si quieren puedo ir entrando para asegurarnos lugares mientras ustedes esperan por los demás —propuso Eduardo, mirando significativamente a Alejandro—. ¿Quieres venir conmigo? No quiero estar solo como un tonto allá adentro.

   Dando una última mirada hacia el lugar donde Daniel y su grupo permanecían apostados, Alejandro asintió y se movió. Sus ojos buscaron también a Julián, pero este no lo miraba ya que su atención también estaba dirigida hacia el lugar donde se encontraba Daniel.

   —Entonces los esperamos adentro —dijo Eduardo antes de separarse y dirigirse con Alejandro rumbo hacia la enorme pista. Adentro, el humo y el ruido hacía difícil comunicarse y no perderse. Habían quedado en que se sentarían en la zona oriente cerca a la piscina por lo que se fueron abriendo paso entre en montón de cuerpos aglomerados para poder continuar.

   —Es hacia allá —señaló Alejandro, teniendo que acercarse por completo hasta la oreja del otro Alpha para que este le pudiera entender.

   —Pues vamos —asintió Eduardo, tomando con confianza la mano de Alejandro para que no se fueran a perder. Alejandro miró su mano, entrelazada con la del recién conocido y se intimidó. No era la primera vez que se tomaba de la mano con otro Alpha, pero sí era la primera vez que se sentía tan fuera de lugar. El casi nulo aroma de ese sujeto lo aturdía, lo incomodaba. Nunca había tenido ningún problema con los betas y su nulo aroma. Pero sin duda, se sentía raro cuando alguien de género Omega o Alpha no emitía ningún olor. 

   —Disculpa, ¿tomas supresores? —le preguntó de repente, junto a su oído, sin poder creer que hubiese sido tan directo. La mano que entrelazaba se tensó y Alejandro pudo notar que el cuerpo de su acompañante se crispaba. Eduardo lo miró por varios instantes y luego negó con la cabeza lentamente; como si la respuesta fuera algo que en verdad lo perturbaba.

   —No, no tomo supresores.

   —Lo siento, yo… —Alejandro también negó con la cabeza, confundido por su repentina mala educación—. No sé porque pregunté eso… lo lamento mucho. No es de mi incumbencia.

   —Pero sí los tomé por un tiempo —continuó Eduardo, con el rostro pétreo y los músculos tensos. Al parecer no estaba ofendido por la pregunta pero sí martirizado por la respuesta—. Yo también tengo una larga historia.

   Alejandro asintió, terriblemente apenado. No era su incumbencia y no tenía ni idea de porqué había sido tan grosero. Acababa de conocer a ese tipo. ¿Qué demonios le estaba pasando?

   —Es aquí. Menos mal aún quedan asientos —cambió rápidamente de tema, señalando la amplia terraza con la piscina de fondo. La música era más ligera en ese lugar y la barra de bebidas estaba a tan solo unos pasos. Eduardo asintió y le dio una sonrisa; retomando de nuevo su postura relajada. Alejandro lo observó por unos instantes y luego volvió a suspirar. Joder. Su situación realmente lo estaba afectando.

   —¿Qué pasa?

   —No es nada. Yo solo… yo solo no he tenido unos buenos días.

   —¿Crees que unas cervezas lo mejore? —sonrió Eduardo, señalándole el dispensador gigante junto a la barra.

   —Es probable —sonrió de vuelta Alejandro, dirigiéndose junto al otro Alpha por una bebida. Su paladar vibró con la fría y refrescante sensación. El gentío, el humo, las luces y la humedad típica de esa época del año lo habían puesto a sudar.

   —Y bien… ¿también practicas natación con William o sólo van a clases juntos? —retomó la conversación Eduardo, tomando un par de asientos para llevarlos junto a una mesa vacía.  Alejandro se sentó junto a él y asintió, tomando un nuevo trago de su bebida. Eduardo no se perdió la forma en que su manzana de adán se movía al tragar. Era increíble. Parecía como si ese chico en verdad no se percatara de lo sexy que era; de lo que era capaz de producir en los demás. En ese momento podía contar a por lo menos cuatro personas mirándolo sin disimulo, y a pesar de eso, su acompañante estaba como si nada. Inmutable.

   Genial. Ardiente como el infierno pero ingenuo como un ángel.

   Fascinante combinación.

   —Soy del equipo también —asintió Alejandro, limpiándose los labios húmedos con el dorso de la mano. Eduardo lo examinó a detalle y confirmó que aquello tenía que ser verdad. El chico tenía músculos fibrosos y tonificados; la espalda ancha y los bíceps fuertes. Un nadador… sin duda.

   —Tienes un cuerpo increíble. Yo practiqué basquetbol por un tiempo. Jugué con Fabián hasta que me gradué, pero llevo un tiempo sin jugar. Veré si me puedo inscribir en algún equipo de la universidad. ¿Haz jugado basquetbol alguna vez? Tengo una pequeña cancha en mi edificio. Necesito a alguien con quien practicar.

   —Lamento decepcionarte pero soy pésimo en ese deporte —anotó Alejandro, sonrojándose enseguida ante el lascivo halago que le dedicó un chico que pasó por su lado—. Perdón por eso… —dijo apenado, rascando su cabeza—. En esta ciudad son bastante directos.

   —Es que eres muy atractivo —se encogió de hombros Eduardo, divertido—. Pero tienes razón —se detuvo al ver que el sonrojo de Alejandro se hacía mayor—. Por acá somos muy directos. ¿No eres de aquí?

   —Lo soy, pero pasé varios años viviendo en la capital. Digamos que la gente allá no es tan agresiva a la hora de conquistar.

   —Sí, comparto eso —asintió Eduardo, llevando su vaso a sus labios—. Sin embargo pensé que alguien como tú estaría acostumbrado a los halagos. Supongo que la gente te juzga como el típico don juan por tu aspecto. Me sorprende tu timidez.

   Alejandro asintió. Concordaba con eso. En la capital todos pensaban a primera vista que delante suyo tenían a un conquistador empedernido; un completo rompe corazones. Nadie sabía sin embargo que lo realmente había allí era un chico enamorado que no dejaba de suspirar por su amigo de la infancia. Una verdadera ironía teniendo en cuenta que hasta Julián no se había atrevido a tomar la iniciativa con nadie y que sus experiencias sexuales en la capital habían sido escasas y todas para el olvido.

   Hasta la pérdida de su virginidad era algo de lo que no tenía gratos recuerdos. Medio borracho, con el corazón roto al enterarse de que Daniel tenía un novio llamado Andrés y sintiéndose vacío y desolado una vez se vistió y se fue.

   —Tierra llamando a Alejandro —lo llamó Eduardo, chasqueando sus dedos para sacarlo de su mutismo. Alejandro negó con la cabeza y miró hacia la pista. El sitio se llenaba cada vez más y el sonido de la música y la gente se empezó a hacer más fuerte. El sin embargo, sólo se sentía cada vez más hastiado y fuera de lugar. Totalmente desolado.

   —Es una fiesta increíble. Yo, sin embargo, no estoy aquí. Lo siento, debo estarte aburriendo horrores.

   —No, para nada. No digas eso —se espantó Eduardo, viendo como Alejandro se echaba a llorar—. Ey… tranquilo —se le acercó, consolándolo—. Sé que sólo tengo como veinte minutos de conocerte, pero es obvio que estás sufriendo, amigo. Y créeme. No tienes que hacerlo solo.

   —No quiero arruinarle la fiesta a mis amigos.

   —No lo harás. Sólo está claro que necesitas desahogarte. ¿Sabes qué? ¡Vamos a bailar! Esta canción me encanta. ¡Al carajo la mesa! Luego encontraremos otra. Además, seguro que los amigos con los que quedé en encontrarme ya están buscando un sitio y cuando lleguen los demás podemos hacernos todos juntos. ¿Te parece?

   —Está bien —asintió Alejandro, limpiando sus lágrimas. Eduardo lo tomó de la mano y lo llevó con él a la pista de baile. La canción que sonaba era una bachata muy de moda que tenía un ritmo lento y sensual. Eduardo tomó a Alejandro por la cintura y lo acercó a él. Eran de la misma estatura por lo que sus rostros quedaron uno al lado del otro, con las mejillas de cada uno rozándose.

   —Nadie creería que alguien como tú tiene una pena de amor —dijo, susurrándole al oído—. Es por ese chico, ¿verdad? El omega que llegó de último.

   —Es por él… en parte—asintió Alejandro, dejándose arrullar por el tibio cuerpo del otro Alpha. No sabía por qué ni cómo pero la incomodidad de los primeros minutos se había ido tras el abrazo y ahora su nariz era capaz de percibir un relajante y tenue olor que brotaba del otro cuerpo.

   —Hay sentimientos tan fuertes que nos desbordan; que simplemente no podemos ocultar —dijo Eduardo en ese momento, sin poder evitar otra ligera efusión de feromonas. No podía entender por qué estaba dejándolas salir tan fácilmente. Desde aquella vez, su control se había vuelto perfecto. Nada lograba perturbar sus emociones. Pero ese chico. Sus feromonas estaban alteradas, culpables y llenas de dolor. Eran iguales a las que él había tenido antes… aquella vez—. ¿Sabes por qué tuve que tomar supresores hace un tiempo? —preguntó de repente, haciendo que los ojos de Alejandro se concentraran en él—. Lastimé a alguien… —confesó, perdiéndose en los ojos muy abiertos que lo miraban con estupefacción—. Lastimé a una persona muy querida para mí… lo lastimé de forma irreparable.

 

***

 

    Desde el segundo piso, Daniel pudo ver claramente la forma como ese desconocido con el que Alejandro había estado conversando y bebiendo, entraba a la pista de baile y lo tomaba de la cintura mientras sus cuerpos lentamente comenzaban a moverse al lento y cadente sonido de la música.

   ¡Rayos! Le jodía. ¡Le jodía un montón! ¡Quería ir allá abajo y empujar a ese tipo! ¿Quién demonios era, por cierto? Nunca antes lo había visto. Su rostro, sin embargo, se le hacía familiar. Aunque no podía estar seguro de por qué.

   —¿Qué tanto es lo que miras allá abajo? —escuchó de repente. Un par de brazos lo abrazaron desde atrás y los muy conocidos labios de Andrés le besaron el cuello. Daniel negó con la cabeza y se dio media vuelta.

   Tenía que dejar de hacer eso. Si Alejandro estaba con alguien más, su vida romántica y sexual no tenía por qué afectarle. Andrés, en cambio, estaba allí. Siempre lo estaba. Andrés lo mimaba, lo quería y se esforzaba por animarle en todo. Había cuidado de la herida de su cuello, y no había hecho preguntas al saber que era Alejandro el responsable de ella. 

   ¿Por qué no podía corresponderle? Andrés le gustaba. Por supuesto que lo hacía. El sexo con él no sería agradable y satisfactorio si no le atrajera. ¿Entonces por qué no podía ir más allá? ¿Entregarle su corazón como lo hacía con su cuerpo?

   “No sé ni siquiera cómo fue que volví con él”, pensó en ese momento, respondiendo a uno de sus tantos besos de la noche. Recordaba sólo que durante el primer celo que siguió a la tragedia del día de la competencia, su cuerpo de repente empezó a sentir una creciente necesidad por su ex y muchos y vividos momentos llegaron a su mente. Dos días después, durante una de las tantas visitas que Andrés comenzó a realizarle después de su cirugía del hombro, se estaban besando. Su cuerpo se sentía cómodo a su lado otra vez, como si nunca se hubieran alejado. Su olor le resultaba agradable, confortable. No era ni de cerca igual a la fascinación y el encanto que le producían las feromonas de Alejandro y Julián, pero eran agradables y acogedoras, lo cual en ese momento era más que suficiente.

   —Disculpa, iré al baño un momento —dijo, separándose con cuidado. Andrés asintió y lo dejó ir. Una vez en el baño, Daniel llegó al lavabo y se mojó la cara. Hacía calor y el ambiente no contribuía en mejorar eso. La gente se aglomeraba y el aire se hacía denso y pesado. De repente, la imagen de alguien conocido se posó junto a él, abriendo el grifo de al lado. Jaime le dedicó una sonrisa torcida y sus ojos estaban cargados de malsana diversión. Daniel cerró su grifo y dio media vuelta para alejarse. Jaime, sin embargo, no lo dejó.

   —¿Estás molesto porque Alejandro ya se buscó a otro? ¿Desearías que siguiera agonizando de amor por ti en cada esquina? Veo que ni con un espejo delante puedes darte cuenta de lo patético que luces.

   —¿Se puede saber cuál es tu maldito problema?

   Harto por fin de tanta hostilidad camuflada, Daniel agarró al otro Alha por el cuello y lo empujó contra el mesón de los lavabos. Los demás Alphas que estaban a derredor los miraron con precaución pero lejos de intervenir, la mayoría de ellos se alejó sin decir nada.

   —¿Crees que no lo sé? —volvió a hablar Jaime, con esa sonrisita irónica que Daniel le quería borrar a golpes—. ¿Crees que soy tan idiota para no darme cuenta de lo que pasa aquí? Para todo el mundo, Alejandro y tú son dos buenos amigos que se pelearon por un omega y ahora están distanciados. ¡Una mierda! Te quieres coger a tu amigo del mismo modo en que te quieres coger al omeguita. Dime una cosa… ¿en cuál de los dos piensas cuando se la estás metiendo a Andrés?

   —¡Eres un malnacido! —Sin poder evitar el golpe de ira que brotó de su pecho, Daniel alzó su mano diestra con toda la rabia acumulada por días y días y sin mediar más palabra descargó un puñetazo seco en toda la cara de Jaime. Los chicos a derredor ahora sí se alarmaron y varios de ellos se acercaron a separar. Jaime escupió la sangre de su labio roto y se limpió el resto con la manga. Su rostro había perdido toda la diversión de momentos antes y ahora lucía contraída y fulminante; llena de oscuridad.

   —Voy a desenmascararte, pedazo de mierda —le escupió, antes de acomodar el cuello de su camisa—. Le voy a demostrar a Andrés que no eres el chico perfecto y virtuoso que tanto admira. Nunca me han gustado los omegas pero juguetear un poco con Julián Santos podría llegar a ser divertido, ¿no te parece? Después de todo, si tan comprometido estás con mi amigo, no te tiene por qué importar.

   —¡No te atrevas, maldito! —Daniel intentó acercarse y volverlo a atacar, pero esta vez, los alphas que lo sostenían lo evitaron y lo apartaron un poco más.

   Jaime salió del baño, secándose los restos de sangre y sudor con una toalla de papel. Al volver a la mesa con los demás, tomó un trago de su cerveza y se inclinó sobre Andrés, sacándolo a bailar.

   Odiaba cada vez más al pendejo de Daniel. No soportaba su falsa estampa de chico dulce, bueno y perfecto. Detestaba lo idealizado y endiosado que lo tenía Andrés y la superioridad y el desdén con la que siempre parecía mirarlo Daniel. Andrés era caprichoso, intenso, dramático y a veces recurría a trucos sucios para salirse con la suya, pero con todo eso no era ni la mitad de lo solapado que le parecía Daniel. Andrés tenía que abrir los ojos; tenía que darse cuenta que estaba siendo usado como un vil trapo de cocina. Andrés se merecía algo mejor. No era justo que por culpa de ese horrendo accidente de auto, su amor propio, personalidad y carácter hubieran quedado tan menoscabados como para conformarse con las sobras de los sentimientos de un pendejo y mucho menos para mendigar amor de la forma más barata y fulera posible.

   —Qué bueno que aceptaste venir hoy —escuchó que le dijo su amigo en uno de los tantos giros del baile—. Pensé que seguías enojado conmigo.

   —Debería seguirlo estando —suspiró Jaime, estrechándolo un poco más fuerte cuando un grupo de personas pasó por su lado—. Pero siempre termino perdonándote.

   —Lo único que te pido es que dejes de meterte con Daniel —pidió Andrés,  frotándole cariñosamente la nuca—. Lo amo y tú eres mi mejor amigo. Sólo quiero que se lleven bien.

   Jaime intentó sonreír pero el regreso de Daniel a la mesa lo hizo darse cuenta que el pedido de Andrés era imposible. Intentaría pasar todo lo que pudiera de él por esa noche, pero sólo por esa noche. Apenas tuviera la oportunidad iba a buscar la forma en cómo volver a sacar de sus casillas a ese jodido infeliz y entonces ni siquiera los ojitos de cachorrito de Andrés podrían detenerlo.

   —No te prometo nada, pero intentaré mantenerme a raya, ¿vale?

   —¿Puedes intentarlo con más fuerza? —le presionó Andrés, mirando hacia la mesa. 

   —Puedo, pero que él no se pase, ¿entendido? Estoy seguro de que no recuerda ni siquiera qué día es mañana, ¿verdad? ¡Míralo! Está allí con su miserable cara de culo en vez de estarse preocupando porque pases una buena noche.

   —Estoy pasando una buena noche —aseguró Andrés, aunque el quiebre de su voz y la forma como se humedecieron sus ojos dijeron todo lo contrario.

   —Mañana es el aniversario de la muerte de tu padre —le replicó Jaime, colocando sus frentes juntas—. No hay una jodida manera de que la víspera de eso sea una buena noche.

   La garganta de Andrés se cerró. Finalmente su fachada se quebró y todo el dolor que llevaba horas atrancado en el pecho, salió con fuerza contra el pecho de su amigo. Había ido a la fiesta justo para eso; para olvidar lo que se conmemoraba al día siguiente. Creyó que una noche romántica y divertida con Daniel y sus amigos lo haría despejar la mente y sentirse contento, pero no estaba resultando así. Daniel continuaba con esa frialdad y distancia que llevaba días mostrándole. ¿Se acordaba siquiera de esa fecha? ¿Se había dado cuenta aunque fuese por un momento del dolor que estaba sintiendo esa noche?

   No. No lo hacía. Daniel seguro que ni siquiera había notado su tristeza y sus ojos llorosos durante todo el camino. No lo notaba porque ni siquiera le importaba. No le importaba ni siquiera un cuarto de lo que le importaba el omeguita baboso ese.

   —Tu no necesitas mendigarle amor a ese pendejo, An —le susurró con afecto, apelando a ese diminutivo con el que a veces lo llamaba—. No necesitas mendigar amor de nadie.

   —Pero yo lo amo —sollozó Andrés, volviendo su vista hacia la mesa. Jaime miró eso mismo y su boca dejó escapar una ligera risita. Daniel no miraba hacia ellos. Por más íntima que era su postura en ese momento, los ojos de Daniel lejos de estar celosos o inquietos, estaban concentrados por completo en algo que muy seguramente estaba ocurriendo en el piso de abajo. Era patético. Le había encantado poder generar algo de celos en el idiota, pero al parecer ni siquiera a eso podía aspirar su pobre amigo.

   —¿Sabes qué? ¡Al carajo! —exclamó, tomando a Andrés de la mano para arrastrarlo junto a él escaleras abajo—. Vamos, chicos. El ambiente acá abajo está mucho mejor —sonrió, encontrando entre la multitud el sitio donde ahora no sólo estaban Alejandro y su nuevo amiguito, sino también los otros chicos de la escuela que faltaban por entrar.

   —¡Oye! ¡Oye! ¡¿Qué estás haciendo?! —intentó detenerlo Andrés, aturdido al ver hacia donde se dirigían. El grupo había aumentado exponencialmente y ahora además de Alejandro y su nuevo amigo, estaban Susana, Manuel, Julián, William, Zully, Felipe con otro omega, Adriana con tres personas más y otro grupo de desconocidos que al parecer eran amigos del nuevo ligue de Alejandro.

   —Muchachos, estábamos un poco aburridos arriba y no sé si les molesta que nos sentemos con ustedes. ¿Tienen espacio?

   —¡Por supuesto! —Adriana estaba muy animada y parecía incluso algo tomada. Estaba sentada en las piernas de una morena delgada y hermosísima. Una beta por su falta de olor. Todos se miraron unos a otros pero nadie fue capaz de replicar en contra. Cuando Fabián y Daniel se unieron también, Alejandro y Julián casualmente se miraron. Un sonrojo los cubrió a los tres y Eduardo pareció capturar el hecho con su aguda mirada.

   —En ese caso, Zully y yo iremos por bebidas, ¿vale? —decidió William, sintiendo que lo mejor era apartar a Zully por un rato. La repentina llegada de Fabián lo estaba alterando y sus feromonas se estaban inquietando.

   —Yo no sé si sea buena idea sentarnos todos juntos —comentó Daniel en ese momento—. Zully parece alterado y Fabián también.

   —Yo puedo controlarme —replicó Fabián, siseando. Quería estar cerca de William y no iba a permitir que lo trataran con la misma precaución con la que trataban a Zully. El controlaba sus feromonas a la perfección. Además, Daniel también tenía cola para que le pisaran y parecía hacer caso omiso de ello.

   —Muy bien, tranquilos —alzó una mano Eduardo, neutralizando un poco el ambiente con sus propias feromonas—. Puedo ver que hay asuntos tensos entre ustedes, pero por qué no intentamos relajarnos y disfrutar de la fiesta, ¿les parece? Venga. ¡Vamos a bailar! A fin de cuentas, a eso vinimos, ¿no?

   Tomando la mano de Alejandro, Eduardo se dirigió de nuevo con él hacia la pista de baile. Julián no pudo esconder una mueca de disgusto al verlos bailar tan cerca y Daniel, quien también se unió a la pista con Andrés, agachó la mirada y suspiró profundo.

   ¿Quién demonios era ese tipo? ¿Y por qué mierda estaba sintiendo esa terrible territorialidad? Andrés se iba a dar cuenta si seguía exudando tantas feromonas. ¡Se tenía que controlar!

   —¿Pasa algo? —preguntó justamente Andrés, viendo la forma en cómo Daniel estaba todo tenso y disgustado. Daniel negó con la cabeza y continuó bailando, sus feromonas por el contrario no hacían sino enloquecer más y más. Muy cerca de ellos, Eduardo sintió la mirada fulminante que Daniel le dirigía y su boca se torció en un gesto suspicaz. ¿Acaso ese chico también tenía algo que ver con Alejandro? No dudaba de que Alejandro tuviera una fila de pretendientes dispuestos a recorrer el mundo por él, pero sentía que con ese chico a diferencia que con el tal Julián, las cosas eran un poco más complejas.

   —Es mi amigo de la infancia. Estoy enamorado de él desde los catorce años. Julián entró en celo frente a nosotros en un horrible día que quisiera borrar del calendario. El resto te lo puedes imaginar.

   El rostro de Eduardo se contrajo ante la repentina confesión de Alejandro. Hasta ese momento había creído que Alejandro estaba perdidamente enamorado del tal Julián, pero esta revelación cambiaba todo el panorama. ¿Qué rayos había pasado allí entonces? ¿Qué pasaba realmente entre esos tres?

   —Los… ¿los quieres a los dos?

   Ni siquiera supo cómo rayos pudo concluir eso, pero al ver la expresión de Alejandro comprendió que llevaba la razón. ¡¿Un amor de tres?! ¡Joder! Eso sí que era muy fuerte. Era lo último que se hubiese podido esperar. ¿Estarían esos tres enamorados pero demasiado aterrados con la sola idea de compartirse? ¿Se morían por estar juntos pero sucesos terribles, dolor, culpa y quién sabe qué cosas más les impedían aclarar sus sentimientos?

   —¿Te doy asco?

   Eduardo miró a Alejandro y negó rápido con la cabeza. ¡¿Asco?! ¡¿Asco?! Asco era lo que menos podía sentir por él. Alejandro acababa de subir como mil escalones en su lista de intereses y su simple atracción se convirtió en ese momento en genuinas ganas de ayudarle.

    —Creo que tú y yo podemos divertirnos mucho mientras ordenas tu cabeza, amigo —le sonrió, apartándole un mechón de cabellos que le caía sobre la frente. Alejandro tragó seco y lo miró con confusión. Eduardo le guiñó un ojo y acercó su boca a su oído—. Tú sólo sígueme la corriente y mira lo que pasa—susurró, cortando el espacio que había entre sus bocas. Alejandro dio un respingo al sentir el beso, pero los brazos seguros y demandantes de Eduardo lo apresaron contra él. 

   Fue un beso tibio y húmedo. Alejandro no sabía que lo necesitaba tanto hasta que abrió su boca y lo aceptó. La calidez, la suavidad; todo eso le regaló una instantánea tranquilidad que ayudaron en demasía a calmar el torbellino de su corazón y de su mente. Cuando el beso terminó, Eduardo se apartó un poco, pero sus brazos siguieron rodeándolo y su cara era ahora una máscara de diversión.

   Alejandro se lamió los labios y miró hacia ambos lados, apenado. Eduardo le sonrió y se acercó de nuevo, susurrándole al oído.

   —Mira ahora a tus dos amorcitos y cuéntame qué ves —canturreó, sin perder la sonrisa divertida de sus labios. Alejandro obedeció y su corazón se encogió ante lo que le mostraban sus ojos.

   Daniel y Julián lo miraban. Ambos estaban de pie con sus ojos clavados en él. Julián apretaba sus puños a ambos lados de su cuerpo y Daniel ni siquiera se daba cuenta que su duro agarre estaba lastimando el brazo de Andrés.

   —¿Vez? —inquirió Eduardo, sin perder la sonrisa—. Son tuyos. Completamente tuyos.

 

 

   Continuará…


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