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Cruel summer por Sherezade2

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Notas del capitulo:

Hola, mi gente. Bueno, gracias a todos los que siguen por aquí animandome a seguir. Me siento bastante mejor aunque ha sido un proceso duro. Les traigo un nuevo cap que espero les guste.

Besitos gigantes. 

   Capítulo 34

   Remordimientos.

 

   La ambulancia se estaba tardando años en llegar, pero por lo menos Fabián había recuperado el conocimiento y Eduardo logró detener el sangrado, colocándole una venda compresiva en la cabeza. Los organizadores de la fiesta estaban aterrados, nunca habían tenido un incidente tan grave en ninguna de sus fiestas y muchísimo menos habían tenido que suspender una antes de la media noche.

   Los asistentes comenzaron a retirarse y cuando la policía y la ambulancia llegaron, la mayoría de la gente se había ido. Era un problema que hubiera menores de edad involucrados y los organizadores podían perder sus permisos de realización de futuros eventos si se demostraba negligencia o algún tipo de responsabilidad por lo sucedido.

   —¿Dónde está Zully? —preguntó William en ese momento, mirando hacia ambos lados. Había perdido los nervios, pero no había sido para menos. No podía creer que Zully hubiera hecho algo así de extremo. Era claro que la situación se salió de control pero jamás imaginó que llegaría hasta ese punto. Julián, Alejandro, Daniel y todos los demás permanecieron cerca, rodeándolos. Cuando Felipe y Camilo se acercaron, Adriana y sus amigos también lo hicieron. Todos miraban la escena aterrados, y más de uno seguía sin poder creer lo que había ocurrido. William volvió a repasar la zona, buscando a Zully, pero no había ni rastro de él.

   —Zully salió corriendo por la puerta lateral —dijo Eduardo, colocándose de pie junto a la camilla donde se iban a llevar a Fabián—.               Creo que deberían ir a buscarlo; no debe estar lejos.

   —¿Quién irá con el paciente? —inquirió uno de los enfermeros, señalando a Fabián

   —Yo iré con él —se ofreció Eduardo, ayudando a recostar a su amigo, quien aún continuaba algo aturdido.

   —Yo iré a buscar a Zully —afirmó Alejandro, frotando el hombro de William—. Lo mejor será que tú te quedes aquí. Verte puede alterarlo más. Déjame tranquilizarlo de Alpha dominante a Alpha dominante y lo traeré de regreso.

   —No es buena idea que vayas solo —opinó Daniel, ganándose una mirada aprensiva de parte de todos—. Sólo digo… no sabemos en qué estado se encuentra Zully. Podría ser peligroso.

   Julián asintió. Sé quería morder la lengua pero estaba de acuerdo. Alejandro podía ser un Alpha dominante y todo lo que quisiera, pero Zully estaba en un estado impredecible que no era para tomar a la ligera. Podía agredirlo también y las cosas se podían poner mucho peor de lo que ya estaban. Adriana estaba demasiado tomada como para ir con él, Eduardo ya estaba dentro de la ambulancia con Fabián y de Andrés y Jaime no había ni rastro.

   —William, llamaré a tu casa más tarde, ¿vale? —afirmó Eduardo, mientras los paramédicos alzaban la camilla—. Llamaré a los padres de Fabián desde el hospital —añadió antes de que las puertas del vehículo se cerraran y la ambulancia echara a andar.    

   —Dios mío, qué desastre —gimió William, cubriéndose el rostro con ambas manos. Susana se acercó y lo abrazó. Parecía que últimamente lo único que hacían era salir de una pesadilla para entrar en otra. Felipe y Camilo también se acercaron, tranquilizando a William cuando éste intentó cruzar la calle para ir en busca de Zully.

   —¡No, William! ¡Detente! —pidió Alejandro, reteniéndolo no solo con su fuerza física sino también con sus feromonas—. Yo iré por Zully. Por favor, espérenme aquí.

   —¡No puedo quedarme de brazos cruzados esperando aquí! ¡No puedo!

   —¡Pero es muy arriesgado que vayas! No sabemos en qué estado está Zully en este momento —argumentó Alejandro, usando una ráfaga de feromonas para hacer retroceder al omega.

   —¡Esperen! —exclamó Daniel de repente, obteniendo una mirada de parte de todos—. Yo iré contigo —suspiró, cómo si entendiera la magnitud de lo que decía, pero a la vez supiera que no había otra opción. William negó con la cabeza, recordando el incidente en la clínica. Felipe jadeó y Julián avanzó un paso, mirando a ambos Alphas a los ojos. Era una situación desesperada, lo entendía. Pero era demasiado riesgoso que ese par se fueran juntos a detener a un Alpha que estaba más inestable que ellos.

   Su intención había sido no ayudarlos a estabilizarse hasta que los padres de Daniel no se disculparan. No obstante, iba a tener que dar su brazo a torcer y ceder por esta ocasión. Zully era su amigo y estaba preocupado por él. No quería que algo malo le fuera a pasar mientras ellos perdían el tiempo discutiendo.

   —Iré con ustedes. Estabilizaré sus feromonas y podrán estar cerca sin atacarse.

   —¿Estás seguro que puedes manejar esto, Julián? —preguntó Felipe, preocupado.

   —Sí quieren yo también puedo ir —se ofreció Manuel, encogiéndose de hombros ante Susana.

  —Mejor no—negó Julián, sacudiendo la cabeza—. Tu falta de olor puede poner a los Alphas más nerviosos—. Además, a Susana le dieron permiso hasta las doce. Ya deberían estar camino a casa.

   —No me puedo ir dejando las cosas así. ¡No puedo! —sollozó Susana, siendo cobijada por el abrazo protector de su novio. Felipe y Camilo se acercaron y rodearon a William, demostrando de esta manera que se comprometían a protegerlo. Susana se los agradeció con un asentimiento de cabeza, ya que otra cosa que le preocupaba era dejar a William solo. Había visto a Luis en la fiesta y tenía temor de que el idiota siguiera rondando por ahí, aprovechándose de la situación para volver a acosar a William.

    —Tranquilos, nos quedaremos con Will hasta que lleguen sus padres —aseguró Felipe, despidiéndose de Susana y de Manuel—. Pónganse en marcha o el papá de Susana se molestará y no volverá a dejarla salir contigo, Manuel. De todos modos es poco lo que pueden hacer aquí. Los llamaremos apenas sepamos algo.       

   Sin estar del todo convencidos, cada grupo partió por su lado. Mientras sus amigos se alejaban, el trio de omegas que se quedó atrás, no pudo hacer otra cosa que ver a sus amigos alejarse por las calles medianamente iluminadas de aquel sector. Era un poco más de la media noche y aún faltaba un rato para que sus padres los fueran a recoger.

   …O por lo menos eso era lo que pensaba William, quién se extrañó al ver el auto de su padre parquearse en la calle del frente y a un muy serio Oliver saliendo de él. En el rostro del Alpha se notaba el claro estupor que le produjo encontrar el sitio que horas antes era pura diversión y alegría, convertido en algo muy parecido a un velorio. Eso, sin embargo, no fue lo que inquietó a William. En las manos de Oliver se movía una hoja de papel, que por algún motivo, sentía que era la responsable de que su padre hubiese llegado más de media hora antes al sitio donde habían quedado.

   —¡Papá!

   —¡William, ¿qué carajos pasó aquí?! ¡¿Dónde están Zully y Alejandro?! ¡¿Y la fiesta?!

   —Papá… papá… pasó algo horrible.

   —¿Qué sucedió?

   Rompiendo en llanto de nuevo, William fue absolutamente incapaz de contar lo sucedido. Oliver recibió a su hijo cuando este se echó en sus brazos en busca de consuelo. Felipe y Camilo estaban cabizbajos y nerviosos; visiblemente afectados.  A Adriana se la estaban llevando sus amigos, ya que para ese momento no podía ni estar en pie, y los organizadores estaban recogiendo las sillas y las mesas.

   —Hubo un incidente —se atrevió a hablar Felipe, entrelazando con nerviosismo sus manos—. Zully y Fabián se pelearon… No acabó bien.

   —¿Qué significa eso? —sintió que se atragantaba Oliver, presintiendo lo peor.

   —Significa que Fabián está en el hospital con un golpe en la cabeza y de Zully no sabemos nada —terminó de contar Camilo, suspirando con fuerza al notar que con su aclaración el llanto de William se acrecentaba.

   —Fue horrible, papá. ¡Fue horrible! Pensé que lo había matado. Le grité y lo eché lejos. ¡Todo es mi culpa! ¡Todo es culpa mía!

   —No, cariño. No es tu culpa. Nada de esto es tu culpa.

   Los brazos de Oliver afianzaron su agarre sobre su hijo. Se sentía tan mal, tan insuficiente. Todo aquello se había salido de control y ni él ni Brandon fueron capaces de preverlo.

  Qué tontería. Por culpa de tantos prejuicios y costumbres arcaicas, su manejo de la nueva situación de William resultó ser un fiasco. Su hijo estaba pagando las consecuencias de sus acciones inexpertas y sobre la marcha, siendo afectado por todos los frentes. ¿Qué habían logrado tantos años de clasismo, amor por el poder y el status? Pues eso. Un adolescente con un traumático cambio de género, sexualmente activo, emparejado con un Alpha fuera de control y planeando abortar su embarazo de escasos meses.

   Era un desastre. Un puto y jodido desastre.

   —Felipe, vinieron por nosotros. ¿Qué hacemos?

   La advertencia de Camilo, atrajo la atención de sus acompañantes. Tal parecía que por alguna corazonada, o azares del destino, ese día los padres de familia habían decidido pasar más temprano de lo acordado a recoger a sus hijos. Desde el auto, los padres de Felipe miraban atónitos la escena. Los chicos les hicieron señas de que los esperaran y luego volvieron su atención hacia padre e hijo. William se limpió las lágrimas y asintió. No quería causar más problemas.

   —Si han venido por ustedes, váyanse, chicos. No se preocupen. Ya hicieron suficiente por mí.

   —Pero seguimos muy preocupados por Zully —replicó Felipe, mirando de soslayo el auto de sus padres—.  ¿Seguro vas a estar bien?

   —Tranquilos, yo me ocupo a partir de ahora —aseguró Oliver, regalando una pequeña sonrisa al par de omegas. William asintió y se despidió de ellos con un gran abrazo. Lo siguiente que haría sería recorrer todas las calles con su padre y no detenerse hasta hallar a Zully. Era prioritario encontrarlo.

   —Tu y yo tenemos algo más de lo cual hablar, William —dejó en claro el Alpha una vez vio al par de muchachos alejarse—. Pero lo haremos mientras buscamos a Zully. Vamos.

   Asintiendo, William siguió a su padre y una vez dentro del auto, Oliver puso en manos de su hijo la receta médica que había encontrado escondida entre sus libros. La garganta de William pareció cerrarse por un instante y algo feo apretó su estómago. Era lo último que le faltaba. En serio. Qué porquería de noche.

   —Papá, yo… yo puedo explicarte…

   —¿Por qué no me lo habías contado, William? Es lo primero que necesito saber.

   El tono de Oliver le dejó ver a William que su padre no estaba para rodeos. Tenía que hablarle claro y con la verdad si quería que confiara en él y no lo encerrara en casa hasta que tuviera setenta años. Llevándose las manos a la cara, suspiró y tomó aire, dispuesto a contar toda la verdad. Oliver apretó con fuerza el volante del auto y puso en marcha el vehículo. Escucharía a su hijo y le daría el beneficio de la duda hasta haberlo dejado contar su versión.

   Luego de ello sabría si debía exonerarlo o castigarlo hasta su cumpleaños número noventa.

 

***

 

   —¿Dónde rayos se metió? ¡Es una locura que se haya ido tan lejos en su estado!

   Peinando las solitarias calles del centro de la ciudad, Alejandro, Daniel y Julián buscaban desesperadamente algún rastro de Zully. La mala iluminación del sector, sumado al peligro de estar caminando solos a semejantes horas de la madrugada no les facilitaba la labor. Julián mantenía el ambiente estable con sus feromonas, pero a pesar de ello, el miedo a que de repente ese par también se saliera de control, permanecía latente en su pecho.

   Cuando avanzaron dos calles más abajo, un mendigo les salió al paso, pidiéndoles una moneda para comer. Alejandro vio la botella de pegante que el hombre trataba sin éxito de ocultar bajo su desteñida camisa y supo de inmediato que ese sujeto no invertía ni un solo centavo en alimentos. Pese a ello, posiblemente estaban ante el único testigo que podía darles algo de información con respecto a Zully, por lo que decidido, rebuscó en los bolsillos de sus jeans y de uno de ellos extrajo varias monedas que colocó frente a los ojos del hombre antes de hacerle las necesarias preguntas.

   —Amigo… estamos buscando a un chico alto, rubio y blanco que estaba vestido muy similar a nosotros. ¿De casualidad has visto a alguien así pasar por aquí?

   El mendigo frunció el ceño sin dejar de mirar las monedas que Alejandro movía en sus manos. A pesar de estar claramente drogado, el sujeto aún mostraba cierto grado de comprensión en su mirada. Sí, había visto algo. No había sido una alucinación ya que la sangre que quedó en el pavimento era muy real. No supo que pasó después, pues los sujetos que atropellaron al chico lo recogieron y lo montaron en su auto. Sólo sabía que el muchacho respondía a la descripción que estaba escuchando y que lo más seguro es que los hombres que lo recogieron lo hubieran llevado a algún hospital.

   ¿Seguiría vivo? ¿Sería a ese chico al que se referían estos otros niños? Jum… no lo podía saber.

   —Vengan por aquí.

   Dando media vuelta, el harapiento hombre caminó hasta la carretera y con su mano diestra señaló un punto en el asfalto. Alejandro y Daniel se acercaron, pidiéndole a Julián que conservara distancia. Cuando el sujeto se agachó y les mostró la mancha de sangre que empapaba el pavimento, Julián se llevó las manos a la boca y su cuerpo entero tembló. Daniel lo sostuvo en sus brazos, ganándose un gruñido de parte de Alejandro. De inmediato, Julián se recompuso, colocándose en medio de ambos. Sus feromonas endulzaron el crudo ambiente y Alejandro se tranquilizó. Daniel volvió la vista hacia el habitante de la calle, interrogándolo con la mirada. El sujeto estiró su mano y bufó.

   —Hubo un accidente hace algunos minutos. Atropellaron a un chico como el que ustedes buscan. Los sujetos que lo atropellaron lo montaron en su auto y se lo llevaron; supongo que al hospital.

   —¿Cuál es el hospital más cercano de aquí? —preguntó Julián, aterrorizado.

   —El universitario —respondió Daniel, sacando él también algunas monedas para el hombre.

   —Gracias, amigo —añadió Alejandro, dándole el dinero—. El universitario está a varias cuadras de aquí, ¿verdad?

   —Así es —corroboró Daniel—. Conocí a varios médicos de allí en la época en que mi hermana hacía sus primeras prácticas de internado. Nos ayudarán.

   —Entonces, vamos allá —apuró Julián.

   —Sí, vamos —secundó Alejandro.

   El sonido de varias ambulancias y un tumulto de gente en la entrada los recibió al llegar. Por lo visto había sido una noche movidita en cuanto a emergencias se trataba. En la entrada un guardia de seguridad les detuvo el paso al ver que trataban de entrar sin identificarse. Por su cara de pocos amigos, se notaba que esa tampoco había sido su noche.

   —¿Vienen a urgencias o buscan a alguien? Si no es ninguna de las dos cosas, retírense. Hay mucho trabajo esta noche.

   —Queremos saber si trajeron a un chico herido hace algunos minutos. Es posible que se trate de un amigo al que estamos buscando.

   —¿Cómo es el chico? —preguntó el guardia, alzando una ceja.

   —Es alto, ru…

   —¿Daniel? ¿Daniel qué están haciendo aquí?

   La voz de un beta gordito y de estatura media los sorprendió a los tres. El joven venía saliendo de una de las salas de trauma cuando los vio en la entrada. Tenía una bata larga y un fonendoscopio colgado del cuello. Daniel lo reconoció de inmediato y le sonrió. Era amigo de su hermana y se conocieron durante el internado de la chica. Al parecer estaba haciendo su residencia en ese hospital.

   —¡Sergio, qué alivio! Sabía que encontraría a alguien conocido. ¿Estás de turno en sala de trauma?

   —Así es… no me digas que les pasó algo. ¿Alguno está herido?

   Negando con la cabeza, los chicos saludaron y el guardia los dejó pasar. Había un olor a sangre y alcohol que hacía del lugar un sitio mucho más estresante. Daniel presentó a sus amigos y el colega de su hermana les sonrió. Era un sujeto agradable y encantador.

   —Verás, Sergio. Estamos buscando a un amigo. Creemos que pudo haber sido traído aquí por un carro que lo atropelló —informó Daniel, viendo de soslayo a un hombre al que le enyesaban una pierna.

   —Hemos tenido bastantes ingresos esta noche —suspiró el tal Sergio, evidentemente agotado—. Pero no te preocupes, lo buscaré. ¿Me puedes regalar su nombre y una descripción?

   Daniel asintió y de forma rápida describió el físico de Zully y su vestimenta. El joven doctor frunció el ceño, como si hubiese reconocido de inmediato de quién le estaban hablando. Con una seña les invitó a seguirlo, llevándolos hasta el área de rayos X. Zully estaba allí, inmovilizado sobre una camilla mientras un enfermero sostenía su mano derecha para que se dejara tomar las placas. Al parecer, la evidente fractura en su muñeca no lograba controlar su furia y mientras las correas lo retenían, su cuerpo se retorcía con brusquedad, tratando con todas sus fuerzas de soltarse.

   —Es el último paciente que ingresó. Lo trajeron unos sujetos que aseguran que se arrojó a la carretera. Estábamos esperando que llegara la policía para ubicar a sus padres. ¿Saben si su amigo consume drogas, chicos?

   Los tres negaron con la cabeza. Estaban desconsolados. ¿Drogas? ¿Drogas, Zully? ¿Drogas el chico más sano y cerebrito del grupo?

   —Estuvo medicado un tiempo, pero con drogas legales —habló esta vez Alejandro, defendiendo a su amigo.

   —Durante toda su infancia pensaron que era un omega, pero todo se debió a un problema hormonal —siguió explicando Julián—. Recibió un tratamiento hormonal que lo descontroló mucho. No es su culpa… él es… él es muy dulce.

   Sin poder controlar el llanto, Julián se quebró de nuevo. Ver en ese estado a su mejor amigo le partía el corazón en mil pedazos. No era justo; nada de eso era justo. La vida era tan cruel a veces; castigaba a personas buenas con terribles desgracias, mientras que a muchos malvados los dejaba impunes.

   Malvados como los que estaban junto a él en ese momento. Ese par de traidores que aún no pagaban por sus mentiras. Detestaba estar flaqueando de esa forma frente a ellos; odiaba no poder mandarlos al carajo y darles su merecido allí mismo. Le fastidiaba demasiado estar deseando tanto ser cobijado por ellos en vez de quererlos patear y mandarlos lejos. Su estúpido cuerpo lo traicionaba. La cercanía de ambos lo hacía todo más difícil.

   —¿Estás bien? ¿Quieres sentarte? —Las suaves manos de Daniel, frotando sus hombros lo estremecieron. Esta vez no hubo ninguna reacción desafiante de parte de Alejandro y ello se debió al hecho de que, inconscientemente, Julián dejó escapar una ráfaga de feromonas ante su toque. Sintió que el olor de Daniel cambió y su aroma se volvió más suave. No recordaba del todo cuándo era el celo de Daniel, pero el de Alejandro sí sabía que sería unos días después del de Zully. El aroma de Alejandro también cambió un poco, pero no tanto como el de Daniel. Ambos Alphas se miraron a los ojos, sintiendo la variación de sus humores; sus cuerpos se inclinaron en una búsqueda desesperada de contacto, un lenguaje corporal que decía a gritos lo mucho que ansiaban tocarse.

   —¿Alguno de ustedes tiene el número de casa de su amigo? —interrumpió de repente Sergio, quien como buen beta, no notó nada de la “conversación hormonal” que se estaba tejiendo a pocos pasos de él.

   —Yo… yo me lo sé —respondió Julián, aturdido y aliviado de ser interrumpido. Ese intenso momento entre Alejandro y Daniel lo había dejado paralizado. No se suponía que sintiera cosas por las miradas de deseo que existían entre ese par. No se suponía que le produjeran semejante hormigueo en el estómago.

   —En ese caso, ¿los pueden llamar? Es necesario comunicarles lo que está pasando.

   —Por supuesto… claro que sí —asintió Daniel, separándose varios pasos al notar que su voluntad se estaba derrumbando.

   —Si quieren les digo yo —ofreció Alejandro—. Después de todo, William y yo fuimos los que lo recogimos en su casa.

   —Perfecto. Hay un teléfono en la estación de enfermería; pueden llamar desde allí —les señaló Sergio, acomodando su bata—. Ahora si me disculpan, los dejo. Tengo trabajo que hacer. Por favor, me avisan cuando lleguen los padres de su amigo. El traumatólogo tiene que hablar con ellos.

   Los tres chicos asintieron. La llegada de los Almanza iba a ser un desastre y no podrían culparlos; los pobres habían despedido a su hijo para que fuera a una fiesta y ahora debían recogerlo en una clínica con un brazo roto y totalmente psicótico.

   —¿Creen que Zully se recuperará? —preguntó Julián, con un nudo en la garganta. Daniel y Alejandro asintieron sin mucho convencimiento mientras veían a los enfermeros sacar a Zully del área de rayos X, sedado y amarrado.

   —Tiene que… más le vale que lo haga —respondió Daniel, tragando grueso. Julián negó con la cabeza y apartó sus lágrimas. Al bajar los brazos sintió dos manos tomándolo de cada una de las suyas. Su corazón saltó y todo su cuerpo se estremeció de placer. Por primera vez en mucho tiempo, Daniel y Alejandro le tomaban de la mano. Y por primera vez, lo hacían al mismo tiempo.

   ¡Qué Dios lo ayudara! Ese par de malnacidos no deberían hacerlo sentir tan bien. Todo aquello estaba mal, incorrecto, terrible. Sus manos no se deberían sentir como si acabara de llegar a casa luego de años perdido. No se debería sentir como agua para quien agoniza en el desierto.

   No debería sentirse así… tan tibio… tan maravilloso… tan correcto.

 

***

 

   Después de peinar la zona por más de una hora, William y Oliver decidieron regresar al sitio de la fiesta a ver por si acaso los chicos habían regresado a ese lugar. En su búsqueda no habían visto ni rastro de ellos y luego de dar varias vueltas se resignaron a que no los encontrarían por los alrededores.

   William se notaba cada vez más nervioso y Oliver, en respeto a ello, decidió dejar el tema del embarazo hasta que llegaran a casa. Por lo menos, la explicación de que el embrión no se había desarrollado y no había ningun bebé que abortar lo dejaba más tranquilo. Ya encontraría la manera de hacerlo revisar por un médico una vez que aterrizaran en Londres.

   —Espera, papá… ¿acaso esos no son los padres de Julián?

   Bajando el vidrio del auto, Oliver reparó en la pareja apostada en la acera del frente y, tocando su claxon, les llamó la atención. En efecto, se trataba de Ernesto y Julia Santos, aturdidos y con cara de pocos amigos. Hubo un deje de alivio en el rostro de ambos al percatarse de la presencia de Oliver y William. Para William quedó claro el por qué estaban allí.

   —Señor Ernesto… señora Julia, vienen por Julián, ¿verdad?

   —Gracias a Dios que los encontramos. ¡Julián no tenía permiso para venir a esta fiesta! ¡¿Dónde está?! ¡Nos va a tener que oír!

   Asintiendo al reclamo molesto de Ernesto, William recordó la promesa de Julián de ir a la fiesta aún sin el permiso de sus padres. Era lo último que le faltaba a esa noche de pesadilla. Julián estaba metido en serios problemas.

   —Bueno… pues no sé cómo vayan a tomar esto, pero…

   —… pero Julián se fue con Alejandro y con Daniel y no sabemos dónde están.

   —¡¿Qué Julián qué…?! —La rápida reacción de Julia evitó que su pobre omega terminara con la cara estampada en el suelo al oír las últimas palabras de Oliver. Parecía que esa noche los nervios de todos ellos estaban siendo puestos a prueba.

   —Y eso no es lo peor… —añadió William, abriendo las puertas trasera del auto para que los padres de su amigo entraran—. Zully y mi ex novio se pelearon y ahora mi ex está en el hospital con la cabeza rota y Zully está desaparecido.

   —¡Por Dios qué es todo esto! ¡¿Y en qué carajos estaba pensando Julián para irse con esos dos?!

   Con un fuerte suspiro, William agachó la cabeza. Comprendía que los padres de Julián mantuvieran resquemores con Alejandro y Daniel, pero no podía evitar sentir un pequeño malestar al pensar que estaban siendo tratados como un par de delincuentes. Por eso, mientras su padre encendía el auto, decidiendo empezar a buscar en los hospitales de la zona, William les contó a los Santos todo lo que había pasado. Ernesto estaba cada vez más ofuscado y había empezado a llorar. William se sintió muy apenado. ¡Se lo había advertido a Julián!

   —Los padres de Zully no saben nada de esto —comentó Julia, controlando en su pecho el llanto inconsolable de su esposo—. Ellos fueron los que nos contaron de la fiesta y se notaban muy tranquilos.

   —Por supuesto que estaban tranquilos —anotó Oliver, mirándolos por el retrovisor—. Yo traje a Zully, a Alejandro y a William a la fiesta. ¿Cómo íbamos a imaginar en ese momento que todo acabaría así? ¿Cómo?

   —Papá, me siento terrible —sollozó apesadumbrado William. Toda esta situación se había dado por su culpa, por no haber tenido la prudencia de mantenerse alejado de Fabián—. Yo tengo la culpa de todo.

   —Nada de eso —negó con la cabeza Oliver, dando la vuelta para entrar a la zona de parqueo del primer hospital.

   —Estoy de acuerdo con tu padre, Will —dijo cariñosamente Ernesto, sonriéndole al otro omega—. Estás colocando demasiado peso sobre tus hombros, muchacho. Simplemente hay cosas que no se pueden controlar.

   —Pues últimamente siento que no controlo nada —bufó William, sin sentirse mejor por los ánimos—. Soy un desastre.

   —¿Qué dejas para nosotros entonces, cariño? —replicó Julia, abriendo la puerta del auto—. Es más de media noche, no hemos dormido ni un solo minuto, no tenemos idea donde está nuestro hijo y estamos recorriendo hospitales.

   —Cuando seas padre entenderás —volvió a hablar Ernesto, saliendo del auto—. Cuando seas padre entenderás.

   William miró a su padre antes las palabras de Ernesto, y Oliver le respondió con una mirada de “Sí, lo comprenderás. Aunque no tengas prisa por hacerlo, ¿vale?”. William le dirigió a su padre la primera medio sonrisa de aquella espeluznante noche y tomado de la mano de él entró a la sala de urgencias del hospital. El llanto y los gritos de la sala de traumas les dieron la bienvenida. El ambiente era denso y caótico, y no veían de momento ningún rostro conocido.

   Cuando se acercaron a la estación de enfermería para preguntar por Zully y los demás, un grito los hizo saltar y les erizó la piel de la nuca. Los padres de Zully acababan de llegar y, como era lo esperado, estaban completamente fuera de sí. Una enfermera se marchó para ir por información.

   —¡William, ¿qué pasó?! ¡¿Oliver, qué fue lo que le pasó a mi hijo?!

    Fabriccio temblaba mientras a su lado, Leandro arrullaba a su otra hija. Habían salido disparados cuando recibieron la llamada de Alejandro, diciéndoles que Zully había tenido un accidente y estaba en el hospital. William palideció al verlos porque eso significaba que sus peores temores se confirmaban. Zully estaba herido y tenía que estar en ese hospital. No había otra razón para que los padres de Zully estuviesen allí.

   —Fabriccio, Leandro, nosotros también acabamos de llegar —dijo Oliver, apartando a William para colocarse delante de los ofuscados padres de Zully—. Llevamos una hora buscándolos en mi auto. Los padres de Julián también vinieron por su hijo.

   —Esperen… ¿cómo así? ¿Acaso Zully no estaba contigo? —inquirió Leandro, mirando extrañado a William.

   —Lo estaba, pero luego él se fue… hubo un altercado.

   —¿Un altercado? ¡¿Un altercado de qué?! ¡¿Qué fue lo que pasó?!

   —Zully y Fabián volvieron a pelear —suspiró Oliver, tratando de calmar los alterados nervios de Fabriccio. Entendía al hombre, lo entendía perfectamente pero necesitaba serenarse.

   —¡Oh, Dios santo! ¿Y fue ese chico el que lo lastimó? —preguntó azorado Leandro, tratando con mucha fuerza de no perder el control.

   —Todo lo contrario —replicó Oliver, negando con la cabeza. —. Zully lo atacó y lo hirió en la cabeza. Fabián también está en el hospital… en otro hospital, espero.

   —¿Por qué ese chico estaba en la fiesta? ¿Por qué llevaste a Zully a una fiesta donde iba a estar tu antiguo novio?

   El tono de reproche que usó Fabriccio para dirigirse a William, crispó los nervios de Oliver. Si lo que quería dar a entender ese hombre era que su hijo era el culpable de lo ocurrido, que pena con él pero no se lo iba a permitir.

   —William no puede controlar quien va o no a una fiesta pública, Fabriccio.    

   —Por supuesto, pero apenas vio que ese otro chico estaba allí debió irse.

   —¿Y por qué debe hacerlo? ¡William no es la niñera de Zully!

   —Oliver, lo que mi esposo quiere decir… —intentó intervenir Leandro.

   —No, sé perfectamente lo que tu esposo quiere decir —lo cortó Oliver, empezando a molestarse en serio—, y lo que quiere decir es que William es responsable de lo que pasó esta noche. Lo lamento, pero no se lo voy a permitir. William tiene derecho a divertirse con sus amigos y no es justo que tenga que privarse de ello porque ustedes no han sabido manejar la situación de Zully.

   —Brandon y tú tampoco son los padres del año —rechistó Fabricció, ofuscándose del todo—. Te recuerdo que tu hijo era hasta hace poco el matón más grande de la escuela y tu esposo y tú aplaudían sus fechorías.

   —¡William nunca le partió la cabeza a nadie!

   —No, por supuesto que no —rió sarcásticamente Leandro, mirando de soslayo a William—. Sólo acosó, discriminó y humilló a otros por ser lo que él siempre fue sin saberlo.

   —El ha cambiado…

   —¡Suficiente!

   Aterrado por el comportamiento infantil y fuera de lugar de los adultos, Ernesto decidió intervenir, abrazando a William, quien se había encogido entre su padre y la pared, reducido por la culpa y la vergüenza. Fabriccio y Leandro tuvieron la decencia de sonrojarse y agacharon la cabeza. Durante los últimos meses, los Presley no habían sido más que amables con ellos y no eran justo que los estuvieran tratando así.

   —Si hay alguien que puede comprender por lo que todos ustedes están pasando esos somos nosotros —comentó Julia, mirando con dulzura a su esposo—. Casi enloquecemos cuando sucedió lo de Julián, y queremos proteger a nuestros hijos a toda costa.

   —Sin embargo, pelearse entre ustedes no es la solución —completó Ernesto, sin soltar a William—. Lo que necesitan ahora es estar unidos.

   —El señor Ernesto tiene razón —suspiró Oliver—. Lo siento mucho.

   —No, somos nosotros los que lo sentimos —negó con la cabeza Leandro, siendo secundado de inmediato por Fabriccio.

   —No quisimos decir lo que dijimos. William es un gran chico y Zully lo adora. ¿Nos disculpas, Will? Sé que no quisiste que nada de esto pasara.

    William asintió. En ese momento la enfermera regresó y todos voltearon a mirarla. Detrás de ella venían Sergio y otro médico alto y calvo; un beta bastante mayor.

   —¿Quiénes son los padres de Zully Almanza? —preguntó Sergio. Fabriccio y Leandro dieron un paso al frente, seguidos de William quien se había recompuesto un poco pero seguía demasiado nervioso para su pesar. La cara de los facultativos no auguraba nada… nada bueno.

 

   Continuará…


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