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Cruel summer por Sherezade2

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Notas del capitulo:

   Mi gente linda, les caigo hasta ahora porque el mes pasado tuve una recaída de mi enfermedad y me tuve que internar por tercera vez. Pero bueno, ya estoy en casa y me siento mejor. Gracias a los que siguen por aquí acompañandome tanto con mensajes como con lecturas. 

  Un abrazote. 

   Capítulo 35

   A prueba

 

   —¿Cómo está nuestro hijo, Doctor? ¿Qué fue lo que pasó? —inquirió Leandro, meciendo cuidadosamente a su hija, quien estaba a punto de despertar.

   —Tuvo un accidente. Un coche lo golpeó y se fracturó la muñeca derecha al caer —respondió Sergio, haciendo un gesto ante la cara de horror del par de Alphas—. Pero eso no es lo importante ahora. Su brazo está inmovilizado y va a estar como nuevo en algunas semanas. Es su estado mental lo que nos preocupa.

   —¿Su estado mental? ¿Qué quiere decir? —La voz de Fabriccio temblaba, su cuerpo también.

   —Será mejor que lo vean por ustedes mismos —habló esta vez el facultativo más viejo, haciendo un gesto a los padres de Zully para que lo siguieran. William se abrazó a su padre mientras Fabriccio y Leandro seguían al doctor. La pequeña Reina quedó en brazos de Ernesto por el momento. Fabriccio y Leandro se perdieron tras las acristaladas puertas del área de trauma mientras los demás se quedaban cerca a la estación de enfermería, con más dudas que respuestas.

   —¿Qué significa eso, papá? ¿Qué crees que habrá querido decir ese doctor?

   —No lo sé, Will —negó con la cabeza Oliver, sin dejar de apretar con fuerza a su hijo—. Pero tienes que estar tranquilo. No ayudará nada el que también pierdas la cabeza.

   —Pero no puedo dejar de sentirme culpable. Además, también sigo preocupado por Fabián. Ni siquiera sé a qué hospital lo llevaron.

   —¡William! ¡Papás!

   La exclamación escandalizada de Julián hizo girar las cabezas de todos. Desde el área de espera, el omega, junto a sus dos acompañantes, ingresó al amplio pasillo, mirando con espanto el rostro desencajado e iracundo de sus padres. Alejandro y Daniel lo iban escoltando, uno a cada lado; sintiendo con inquietud la evidente agitación que erizó hasta el último vello de la nuca del chico. Ernesto se acercó, dejando a la pequeña bebé en brazos de William. El susodicho hizo un gesto hacia su amigo, alzando una ceja y encogiéndose de hombros.

   Se acercaba un regaño monumental.

   —¡¿Se puede saber qué rayos te pasó por la cabeza esta noche, niño atrevido?! ¡¿Con el permiso de quién te saliste de casa para irte a una fiesta a la que ni tu madre ni yo recordamos haberte dado permiso para ir?!

   —Papá, puedo…

   —¡No puedes nada! —exclamó esta vez Julia, llegando hasta el lado de su esposo—. Nunca habías hecho algo así, Julián. Tu padre y yo hemos estado a punto de llamar a la policía. ¡Llevamos horas buscándote! ¡¿Cómo pudiste hacernos esto?!

   —Señores Santos… si me permiten…

   Las palabras de Daniel quedaron cortadas ante la mirada de piedra de Ernesto y Julia. Quedaba claro que se trataba de un pésimo momento para intentar hacer las paces y quizás lo mejor era no intentar decir más nada. Alejandro por su parte avanzó un par de pasos, interponiéndose entre Julián y sus padres. Sus feromonas dominantes salieron de su cuerpo sin que lo pudiera evitar… un instinto a flor de piel en defensa de su omega.

   —Señores, Santos… si me permiten.

   —Alejandro, no… no queremos hablar contigo.

   Alejandro asintió ante el pedido de Ernesto, sin embargo, no iba a dejar las cosas así.

   —Por favor, permítanme disculparme por primera vez en todo este tiempo. Sé que he sido un cobarde y un idiota pero ni Daniel ni yo quisimos lastimar a Julián.

   —No quiero que mi hijo se vuelva a relacionar con ustedes —cortó tajantemente Julia, mirándolos a ambos—, y Julián lo sabe. Lo que hizo esta noche es muy grave. Nunca nos había desobedecido así.

   —Estás castigado hasta la otra vida, Julián —lo increpó Ernesto, tomándolo del brazo para alejarlo del par de Alphas que seguían invadiendo el aire con sus feromonas. Julián sintió un golpe de calor, sumado a una especie de fuerza que lo llenó de valor y le hizo soltarse del agarre. Era agradable… tan agradable que daba miedo.   

   —No, papá. No haré lo que dices.

   —¡Julián!

   El omega miró a su madre, quien lo observaba con gesto de tensión e incredulidad.

   —Lo siento, mamá. Me disculpo por lo de esta noche, pero ya estaba harto. Desde el incidente ustedes dos no hacen otra cosa que prohibirme todo. ¡Me siento como un preso! Preso por algo que no fue mi culpa.

   —¡Nunca te hemos culpado por lo que pasó! —exclamó Ernesto

   —¡Pero me castigan como si lo hicieran! —se quejó Julián.

   —¡Queremos protegerte!

   —Pues no es la forma, papá. Escuchen… Alejandro y Daniel me han pedido disculpas y yo las he aceptado. Daniel hará que sus padres se disculpen en público el día de la apertura oficial del segundo semestre y quiero que ustedes también estén presentes. No es justo que tengamos que seguir viviendo con vergüenza como si fuésemos unos delincuentes.

   —Julián, nos vamos a casa. No quiero que sigamos discutiendo esto en este lugar ni en este momento.

   —Por lo menos esperemos a saber qué pasa con Zully.

   —Nos vamos a casa, ya oíste a tu padre —repitió Julia, comenzando a enfadarse de veras—. Y ustedes dos —añadió, señalando a Alejandro y a Daniel—. No quiero que tengan con mi hijo nada más que el contacto estricto que les obliga la escuela. No hay forma que nos sintamos en confianza con ustedes saliendo juntos después de lo que pasó.  Si tus padres se quieren disculpar, Daniel, saben dónde encontrarnos. Pero por lo pronto llevemos esto en paz todo lo que podamos. Es la única vez que lo diremos por las buenas.

   —¡Mamá!

   Esta vez, sin poder librarse del agarre de Julia, Julián fue arrastrado de aquella sala sin opción a nuevas réplicas. Ernesto y Julia estaban tan enfadados que ni siquiera se despidieron de Oliver y William. Julián no tuvo más opción que irse con sus padres, no sin antes intercambiar miradas intensas con Daniel y Alejandro.

   —No renunciaremos —susurró Alejandro, mirando de vuelta a Julián, quien pareció entender el movimiento de sus labios. Daniel, asintió de acuerdo y al acercarse a Alejandro pudo notar que su cuerpo seguía relajado y que esa tensión que desde el incidente no había podido dejar de sentir, se había hecho casi inexistente—. ¿Qué pasa? —preguntó Alejandro, mirándolo de frente una vez Julián salió de la sala. Daniel negó con la cabeza, pero una leve sonrisa asomó entre sus labios. Poder volver a estar cerca de Alejandro, sin el temor de que pudieran caer a golpes el uno sobre el otro, era en verdad algo que apreciaba bastante.

   —Esta noche ha sido una locura.

   —Lo ha sido en verdad —asintió Alejandro, volteando a mirar hacia sus otros dos acompañantes una vez que la pequeña Reina se despertó y empezó a llorar.

   —¡Ay, no chiquita! ¡No llores, por favor!

   —Es una suerte que no se haya despertado antes —bufó Oliver, viendo la forma en cómo su hijo mecía a la bebé, logrando calmarla.

   —Eres muy bueno en eso —alzó una ceja Alejandro, caminando otra vez hacia la estación de enfermería.

   —Tengo dos hermanas menores, gemelas y terremotos —chasqueó la lengua William, mirando a su padre—. No había forma de no quedar bien entrenado con ellas.

   —Ni que lo digas —bufó Oliver—. Y por cierto, Alejandro… debería darte un coscorrón por haber acompañado a William a ese hospital sin mi permiso o el de Brandon. ¿En qué estaban pensando? William estará castigado hasta los noventa años por esto y me parece el colmo que tú también, Daniel, te hayas prestado para esto.

   —Señor Oliver…

   —Señor Oliver, nada…—riñó el susodicho—. Will es menor de edad y los únicos responsables de él somos Brandon y yo. ¿Los padres de Zully saben sobre esto? ¿Saben si Zully les contó?

   William negó con la cabeza. Lo último que supo de boca de Zully es que sus padres no tenían conocimiento sobre su embarazo y que Zully prefería esperar a que William lo hablara primero con sus padres antes de poner en conocimiento del tema a los suyos. No parecía en ese momento que tocar el tema fuera lo más apropiado. Los Almanza estaban con los nervios de punta y por lo que les dijo el médico antes de llevárselos, las cosas no apuntaban a ponerse mejor.

   —Me estoy muriendo de los nervios, iré por un café —suspiró Oliver antes de tocar su bolsillo y sacar un par de monedas—. ¿Quieren que les traiga algo?

   —Yo no creo pasar ni agua —bufó William, meciendo a la pequeña niña que se volvió a dormir en sus brazos.

   —Yo tampoco —dijeron al unísono Daniel y Alejandro, sonrojándose un poquito ante la coincidencia. Oliver asintió y se fue en busca de su bebida. Al marcharse, Alejandro y Daniel cayeron sobre William, llenándolo de preguntas.

   —¡Por Dios, Will! ¿Le contaste del embarazo a tus papás? ¿Por qué no nos dijiste nada?

   William le bufó a Daniel. Sí claro, como si hubiese estado tan loco para hacer algo así antes de la fiesta.

   —No les conté nada. Mi papá descubrió la receta que me dio tu hermana. Estaba guardada en uno de mis libros de texto así que supongo que se cayó cuando la empleada o mi papá terminaban de organizar mi maleta para el viaje.

   —Vaya putada. ¿Y qué te dijo? —inquirió Alejandro.

   —Lo tomó mejor de lo que pensé —se encogió de hombros William—. Sobre todo cuando le conté que el embarazo es “seco” y que no hay bebé creciendo. De todos modos dijo que me hará checar de nuevo apenas aterricemos en Londres.

   —¿Entonces te irás a pesar de todo?

   —Tengo que hacerlo —asintió William a la pregunta de Daniel—. No les había contado pero mis abuelos se pusieron como locos cuando supieron que mi papá Brandon y mi papá Oliver se habían reconciliado. Amenazaron con desheredarlo y mis tíos están que brincan en una pata. En fin…

   —Vaya putada… —suspiró Alejandro—. Agradezco que mis papás a pesar de ser Alphas dominantes nunca hayan formado parte de ningún grupo como ese… sin ánimos de ofender.

   —No te preocupes —asintió tranquilo William, sin sentirse ofendido—. Yo también me siento feliz de haber cambiado mi forma de pensar. No sé cómo pude creer durante tanto tiempo en semejante basura.

   Alejandro y Daniel asintieron. William acomodó mejor a la niña en sus brazos y miró hacia las puertas a donde se habían ido los padres de Zully. No iba a engañarse a sí mismo; tenía un terrible presentimiento. Fabián también le preocupaba muchísimo y estaba seguro de que esta vez, sus padres iban a tomar represalias por tamaña agresión. ¿En qué hospital estarían? ¿Seguiría internado o ya le habrían dado el alta? Imposible saber.

   —Estás preocupado por Fabián también, ¿verdad? Te conozco.

   —Lo haces —sonrió William a Daniel, concordando con su mejor amigo.

   —Eduardo está con él. No lo dejará solo —anotó Alejandro, sintiendo un poco de tensión de parte de Daniel al mencionar aquel nombre.

   —¿Y ustedes dos? ¿Cómo están? —inquirió William, alzando una ceja—. Noto que en efecto, la tensión entre ustedes disminuyó bastante. Así que es verdad. Sólo el omega en discordia es capaz de aplacar el efecto de “memoria hormonal” entre dos Alphas que se desafiaron en territorio. Eso es realmente increíble.

   —Lo increíble es que Julián nos haya perdonado y nos esté ayudando —suspiró Daniel, aún sin podérselo creer del todo—. Cuando me dejó tirado en la pista de baile, creí que nunca más me dirigiría la palabra. No quiero decir que me alegra lo que está pasando, pero sin esta situación creo que nada de esto hubiese sido posible.

   —A veces no hay mal que por bien no venga —suspiró Alejandro, no sabiendo del todo si lo bueno superaba lo malo en este caso—. Quiero decir…

   —Sabemos lo que quieres decir —respondió Daniel, regalándole una medio sonrisa—. Te extrañaba mucho, Alejo. Estaba totalmente perdido sin ti.

   —¿Fue por eso que regresaste con Andrés? —devolvió Alejandro, no pudiendo ni queriendo esperar más para hacer esa pregunta.

   —Está bien… creo que los dejaré a solas.

   —No, quédate —pidió Daniel, agarrando el brazo de William cuando este intentó alejarse—. Quiero que escuches lo que voy a decir. Quiero que ambos lo sepan. Estoy enamorado de Julián, no tengo dudas de ello. Pero también siento que no soy nada sin ti, Alejandro. Estoy loco por ti.

   —Oh, my god. ¿Qué?

   A pesar de que la frase consternada había sido dicha por William, era el rostro de Alejandro el que había perdido todo color y estaba lleno de estupefacción. Daniel se le acercó y le tocó la mejilla; sintiendo el vello de un fino rastrojo en la barbilla. Miró los labios que tanto deseaba besar, agriado por el recuerdo de horas antes siendo besados por ese otro Alpha aparecido.

   —Te amo, Alejandro. Ya no lo puedo ocultar más.

   —Yo… yo también te amo —contestó con voz quebrada Alejandro, avanzando unos centímetros para tomar esa boca que durante tanto tiempo había ansiado volver a besar.

   —Ok, ahora sí me voy —se echó a reír William, viendo el nada modesto beso que sus amigos se daban. No sabía qué pensar. Si ese par iba a empezar a salir, entonces qué iba a pintar Julián en todo aquello. Tenía la corazonada de que la respuesta era más compleja de lo que se podía imaginar, pero de todos modos no le parecía nada raro. Años atrás había escuchado el caso de una prima lejana del lado de su familia inglesa, quien había sido expulsada de la alta sociedad cuando decidió iniciar una relación polígama con otra Alpha y un beta. Fue todo un escándalo en la familia y nunca se le permitió volver a asistir a ningún evento social. Nunca más supo de ella.

   —Así que ese par finalmente se han juntado —dijo Oliver, regresando en ese momento a la sala de espera con su café a medio terminar—. Creí que ambos estaban interesados en Julián.

   —Yo creo que siguen interesados en Julián, papá  —anotó William sin pelos en la lengua, ganándose una mirada sorprendida de su padre, seguida de una expresión desenfadada que sorprendió a William.

   —Juventud… —fue todo lo que dijo el mayor, rodando los ojos. William sintió que había algo de experiencias personales detrás de aquellas palabras, pero, qué le cayera un rayo, no era algo que iba a averiguar. 

   —Ya regresan —dijo entonces, viendo cómo los padres de Zully volvían a la sala. Fabriccio parecía a punto de necesitar un sedante y Leandro estaba pálido como una hoja de papel. Sergio venía detrás de ellos y al llegar al mostrador de enfermería se fue hacia un estante y sacó unos papeles que leyó atentamente antes de ponerlos en manos de los Almanza.

   —No puedo… no puedo hacerle esto a mi niño.

   —Es por su bien, señor Fabriccio —calmó Sergio, apesadumbrado por el terrible llanto de aquel padre—. Está demasiado inestable para ir a casa. Puede ponerse en peligro a él y a otros. Ustedes tienen una bebé de pecho. Las cosas podrían pasar de peligrosas a trágicas.

    —Pero Zully también es mi hijo… mi bebé. Sólo quiero que vuelva a ser él mismo. ¡Quiero que me devuelvan a mi pequeño! ¡Quiero a mi dulce bebé de regreso!

   —¿Qué es lo que está pasando? —demandó saber William, dejando de nuevo a la pequeña Reina en brazos de Oliver. Leandro negó con la cabeza y abrazó con fuerza a su esposo antes de tomar el bolígrafo, firmar la hoja que les dio Sergio y responder a la pregunta del omega de su hijo.

   —Tenemos que internar a Zully. Está totalmente fuera de sí.

   —Internarlo… ¿internarlo como en un manicomio?

   La sola palabra le producía a William mil escalofríos. Un dolor profundo invadió su pecho y la ansiedad y el terror invadieron su corazón.

   —Se le llama institución de salud mental —aclaró Sergio, recibiendo el documento.

   —¡Es un puto manicomio! —le replicó William, mirándolo con pavor—. ¡No! ¡No dejaré que lo hagan! ¡No dejaré que metan a Zully en un puto manicomio! ¡El no está loco! ¡Papá, por favor! ¡Tienes que hacer algo!

   —William, por favor, cálmate.

   —¡No quiero, papá! ¡Quiero ver a Zully! ¡Quiero verlo ahora!

   —Eso no es posible —advirtió Sergio, esta vez mirando hacia los padres de Zully—. Por lo que me contaron, entiendo que este chico es el omega de su hijo pero no es recomendable para nada que lo vea en estos momentos.  

   —¡Zully me necesita! ¡Estoy seguro que él sí quiere verme!

   —Lo que quiera y lo que necesita son dos cosas diferentes —se encogió de hombros Sergio, pasando los papeles firmados a una enfermera que llegó a recogerlos—. La recomendación médica es que no debe tener contacto contigo hasta nueva orden. Lo siento.

   —Señor Fabriccio, señor Leandro, por favor —intentó apelar William, acudiendo al compungido par de Alphas.

   —Lo siento, Will —negó Leandro con la cabeza—. Haremos lo que dicen los doctores. Por favor, mantente alejado de Zully hasta que los médicos digan que es seguro. Entendemos cómo te sientes pero la salud de mi hijo está por encima de todo. No la volveremos a arriesgar.

   Correcto, pensó William. Con que eso era todo. Así de simple y definitivo; tajante y perverso.

   —¡Pues a la mierda! —les replicó, echándose a correr hacia las puertas acristaladas tras las que sabía estaba Zully. Oliver gritó una exclamación azorada antes de devolver a la pequeña Reina a sus padres y echarse a correr tras su hijo. Sergio y los Almanza también se fueron tras ellos mientras Daniel y Alejandro miraban aturdidos cómo se desarrollaba toda la situación.

   Cuando William fue devuelto a la sala de espera, reducido por la seguridad de la clínica y sin haber logrado su cometido, sus amigos lo abrazaron y consolaron su terrible humor.

   —¿Y si no se cura? ¿Y si no mejora qué va a pasar? ¿Tendré que renunciar a él? ¿Tendré que renunciar a él para siempre?

   —No pienses así, Will —lo abrazó Daniel, secándole las lágrimas—. Estoy seguro de que será algo pasajero. Zully es medio atolondrado pero es muy inteligente. Encontrará las herramientas para superar esto. Sólo dale un poco de confianza.

   —Nunca pensé que a él le costaría mucho más que a mí aceptar el cambio de género. ¿Por qué le parece tan horrible ser un Alpha? ¿Por qué le tiene tanto miedo?

   —Tiene miedo de lastimarte… tiene miedo de ser como Daniel o como yo. Es demasiado bueno para concebir la idea de lastimar a alguien a quien ama. Así funciona la bondad de su corazón.

   —Pero tú y Daniel tampoco tienen nada de malo, Alejandro. Hay situaciones que se salen de control y no interesa si somos omegas, betas, Alphas o extraterrestres de la constelación afrodita.

   —Alguien está viendo demasiado “Caballeros del zodiaco” —río Daniel, distendiendo un poco la situación—. En fin… a pesar de todo, creo que Alejandro tiene razón. Zully también está lleno de prejuicios contra los Alphas; quizás muchos más de los que quiere reconocer. Tranquilo… vamos a ayudarle a comprender que ser Alpha no te convierte en un demonio ni ser omega en un ángel. Sólo somos criaturas regidas por instintos que por momentos nos controlan pero que no definen lo que somos.

   —¿Lo harán? ¿Harán eso por Zully y por mí?

   —Por supuesto que sí, Will —asintió Alejandro, mirándo significativamente a Daniel—. Zully y tú son nuestros amigos y no queremos verlo sufrir de esta forma.

   —Prometan que irán a visitarlo a ese lugar y que le dirán lo mucho que lo quiero.

   —Claro que sí, no te preocupes. Ahora será mejor que vayamos a casa. No hay más nada que podamos hacer aquí.

   —Daniel, tiene razón —suspiró Alejandro, mirando significativamente al susodicho. Eran casi las dos de la madrugada y sus padres iban a enloquecer en cualquier momento si se tardaban más en llegar.

   —Yo los llevaré —dijo Oliver, llegando de nuevo hasta ellos—. Hablé con los padres de Zully y no es buen momento para contarles sobre “lo que ya sabemos”. Cuando volvamos de Londres hablaremos al respecto.

   —¿Entonces es definitivo? ¿Lo van a internar? —preguntó William. Oliver asintió y sacó las llaves de su auto para entregárselas a su hijo—. Despidete de los Almanza y vez encendiendo el auto mientras presto el teléfono para llamar a tu padre. Seguro está preguntándose por qué rayos no hemos llegado todavía.

   —Está bien… te esperamos en el auto.

   Oliver asintió y se fue hacia la estación de enfermería mientras los tres chicos se acercaban a los padres de Zully. William fue el primero en hablar y sólo pidió que lo mantuvieran informado de todo lo que sucediera, que no lo apartaran emocionalmente de la situación. Fabriccio lo abrazó y le regaló una triste sonrisa. Estaba destrozado y la situación lo había sobrepasado por completo. Leandro por su parte, conservaba un poco más de calma pero era claro que no estaba mucho mejor que su esposo. Confusión, remordimientos, ¿culpa? Había de todo en sus rostros.

   —Odio tener que irme justo ahora —masculló William, dándole un golpe al timón del auto una vez entró en él.

   —Te mantendremos informado —prometió Daniel, desordenando con cariño los rubios cabellos de su amigo.

   —Lo haremos —asintió Alejandro, tomando la mano de Daniel una vez se acomodaron en los asientos traseros del auto. Fue un viaje tranquilo y una vez repartidos en sus casas, los chicos contaron a sus padres lo sucedido. Brandon estaba en la sala de la casa esperando por su hijo y esposo, levantándose como un resorte de su asiento una vez los vio llegar. Oliver no pudo evitar un ramalazo de culpa al ver su rostro de consternación junto al pronunciado bulto que era su vientre. Preocupar de esa forma a su embarazado esposo no estaba entre sus planes, pero cada vez le resultaba más obvio que el control era algo que llevaba mucho tiempo perdido.

   —Me van a contar con pelos y señales qué fue lo que pasó. ¡No puedo creer que las cosas se hayan descontrolado así!

   William agachó la cabeza y se tiró en el sofá. Oliver suspiró y se sentó a su lado. Brandon alzó una ceja y los miró preocupado.

   —Hay algo que debes saber primero antes que cualquier otra cosa —anotó parcamente Oliver, ganándose una mirada de espanto de parte de William.

   —¡Papá! ¡Papá, por favor no!

   —¿Por favor no qué? —frunció el ceño Brandon, mirando inquisidoramente a su hijo.

   —Lo siento, Will; pero no podemos ocultarle algo así a tu padre.

   —¿Pero tenemos que contárselo ahora?

   —Sí, tienen que contármelo ahora —demandó el propio Brandon, con tono de que no había posibilidad de réplica. Oliver suspiró y miró a su esposo a los ojos. Aquello no iba a ser sencillo.

   —Son dos noticias realmente: una buena y otra mala. ¿Cuál quieres primero?

   —La mala.

   —La mala es que William está embarazado.

   —¡La buena! ¡Dime la buena ahora! —exclamó Brandon, perdiendo todos los colores del rostro.

   —La buena es que no lo está realmente —tranquilizó Oliver, sacando la receta médica que aún guardaba en su bolsillo—. Sofía, la hermana de Daniel lo revisó hace unos días y encontró que su embarazo no desarrolló embrión. Es algo que puede pasar en chicos jóvenes como Will. El irresponsable de nuestro hijo dejó de cuidarse apropiadamente y se dejó embarazar. Ya le advertí que estará castigado hasta los noventa años.

   —Dame eso.

   Brandon tomó la receta y la leyó. No se podía creer lo que veían sus ojos y cuando volvió a levantar la mirada, sus ojos tenían una expresión que se movían entre la tristeza y la preocupación. Se llevó las manos a la cara y se la frotó con fuerza antes de ponerse de pie y dejar salir un largo suspiro. William lo miró con gesto de culpa e intentó decir algo, pero se detuvo. La expresión de su padre lo detuvo.

   —Esto es culpa nuestra, Oliver. No hay nada más que agregar aquí. Estamos experimentando con esta situación. Estamos experimentando con nuestro hijo.

   —¡Nunca tuvimos un omega en nuestras familias! ¡No tenemos experiencia en esto! —se defendió Oliver, tratando de seguir el hilo de los pensamientos de su esposo.

   —Eso no nos quita responsabilidad —agregó Brandon, mirando amorosamente a William—. William está totalmente perdido, ¿y qué hacemos nosotros? Lo entregamos a un Alpha que está igual o mucho peor. Es una locura, Oliver. ¿Qué estamos haciendo?

   —Ustedes no tienen la culpa de esto —intervino de repente William, poniéndose de pie—. ¡Yo le pedí a Zully dejar de usar protección! ¡Todo fue mi culpa!

   —Be quiet, young man —ordenó Brandon, recuperando la expresión y el tono de autoridad—, ve a tu cuarto y descanza que mañana será un largo día. Necesito hablar algo a solas con tu padre.

   —Pero…

   —Haz caso, Will. Por favor —pidió Oliver, respaldando la orden de su marido—. No lo volveremos a repetir.

   Asintiendo con resignación, William dio media vuelta y se alejó hacia su recámara. Mientras avanzaba pudo escuchar tenuemente algo referente a la escuela. Su preocupación aumentó. En su corazón sentía que una vez volviera de Londres, las cosas cambiarían para siempre.

***

 

   Los rayos de sol que se filtraban por las cortinas de su recamara le avisaron que el nuevo día había llegado.

   Era domingo. Eso explicaba todo. En un día de semana, su tío ya estaría tirando la puerta abajo para sacarlo de la cama. Los domingos no pasaba eso. El pendejo se emborrachaba tanto los sábados en la noche que no era capaz de levantarse antes del medio día.

   Sonrió. Si su tío hubiese entrado sin permiso aquel día, entonces se  habría llevado una gran sorpresa. Nunca había hecho algo así antes. Por lo general, a la hora de tener sexo, siempre lo hacía en casa de sus parejas de turno o en el cuchitril de turno de alguno de sus viejos amigos de sus épocas de calle.

   Pero con él no podía hacer eso. El no era cualquiera; él era especial.

   El era su amado Andrés.

   —Esto no va a volver a pasar, ¿lo sabes, verdad?

   —Buenos días para ti también.

   —¡Por Dios, Jaime! —   El arrepentimiento se derramaba a borbotones en la voz de Andrés—. Esto fue un error terrible. No te puedo ni ver a la cara.

   Jaime rio bajito. Siempre había sabido que Andrés era un romántico y un niño bueno, pero aquello rozaba lo ridículo. Lo habían pasado bien. ¿Cuál bien? Había sido el mejor polvo de su puta vida. Si Andrés se sentía culpable era porque seguía pensando en el baboso de Daniel, quien no había tenido empacho en dejarlo tirado la noche anterior sin importarle un carajo sus sentimientos.

   ¿Se había aprovechado de la situación? ¿Había sacado ventaja de la debilidad de su amigo? Tal vez. ¿Pero había sido tan malo consolarlo, hacerlo sentir importante, valioso y amado en la noche más horrible que había tenido desde el día de la muerte de su padre? Andrés lo había necesitado como hombre y él le dio lo que necesitaba. Así de sencillo, así de simple.

   Y no se arrepentía. No se iba a arrepentir nunca.

   —Tengo que irme, mi madre debe estar a punto de llamar a la policía.

   —Puedes llamarla desde aquí —propuso Jaime, señalándole el teléfono que estaba sobre su mesa de noche. Andrés se dio media vuelta y negó con la cabeza. Con cuidado tomó su ropa y se la colocó lentamente. Jaime lo miró de soslayo mientras se vestía. Andrés era el Alpha más extraño que había conocido en la vida. O sea, físicamente no había nada raro en él. Era alto, medianamente corpulento y sus feromonas eran del todo inconfundibles. Sin embargo, siempre había visto una extraña delicadeza en sus formas de actuar. Una suerte de vibración omega que lo confundía y atraía a la vez.

   Era raro porque siempre se había preciado de odiar a los omegas. Pero le gustaba… en Andrés le gustaba. Le gustaba y le atraía. Haber visto esa vibración en todo su esplendor la noche anterior sólo había hecho la sensación más marcada y terrible.

   No iba a poder olvidarla nunca. Había dado un paso irremediable al vacío.

   —Prefiero llegar a casa y enfrentarla frente a frente. Además, ya debe estar lista para salir al cementerio.

   —¿Puedo llamarte más tarde? —preguntó Jaime, sentándose en la cama antes de ver a Andrés asentir ligeramente y salir de la habitación con la ligereza de una gacela.

   Lo dicho. La amistad había sido arrojada al vacío. Su corazón, por otro lado, se sentía tibio y anclado por primera vez. Por primera vez desde que fuera abandonado por su madre.

 

   Continuará…                                             

Notas finales:

Besitos gigantes. 


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