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Cruel summer por Sherezade2

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Notas del capitulo:

Nuevo cap.

   Capítulo 9

   Dudas y revelaciones.

 

   Oliver seguía sentado en el sillón mirando jadeante su mano ensangrentada. El cenicero con el que se había cortado estaba vuelto añicos sobre la mesa. Brandon miraba fijamente por la ventana mientras el silencio se hacía entre ellos. Era un silencio cruel, terrible; un silencio más estruendoso que mil rayos. Aquel silencio horrible no significaba calma. Para nada. Todo lo contrario. Significaba el inicio de una gran ruptura.

   —¿Quiero que me digas bien qué fue lo que quisiste decir?

   Mientras unas gotas de sangre empezaban a caer en el suelo, Oliver alzó la cabeza y miró de nuevo a su esposo. Brandon siguió mirando por la ventana. Su postura era adusta y tensa; sus hombros contraídos y su mandíbula rígida lo decían todo.

   —Tu bien lo sabes —dijo luego de unos breves segundos, volviendo por fin la vista hacia su esposo—. Yo sé que cuando nos casamos, tú seguías enamorado de ese muchacho.

   Oliver rió. No era una risa alegre y bien dispuesta. Era la rabia y la indignación presentes ante la insinuación que estaba escuchando. Era obvio lo que Brandon estaba tratando de decir y odiaba que no se lo dijera de frente. Su marido siempre había sido un pusilánime a la hora de encarar ciertas situaciones y la verdad. en momentos como aquel, ya no consideraba esa actitud nada tierna como en otras ocasiones.

   —Me estás diciendo que piensas que William no es tu hijo, ¿no es verdad? Vamos, dilo con todas sus letras. A ver, repite: “Oliver, creo que William no es mi hijo” ¡¿Qué esperas?! ¡Dilo!

   —¡Silencio!

   La voz Alpha de Brandon vibró por toda el despacho. Oliver se encogió y se tensó por unos instantes. Nunca había escuchado esa voz contra él, y aunque no tenía el mismo impacto que tenía contra los omegas, sí era cierto que estaba tan cargada de molestia e ira que lo hizo estremecer.

   —William es un omega, ¿no lo entiendes? —dijo el Alpha inglés, caminando hasta echarse en un sofá frente a su esposo—. Por años me ocultaste que en realidad eres un Alpha mestizo, y si esto no hubiera pasado, nunca me lo hubieras dicho.  Por eso no quisiste que habláramos sobre los resultados de William, ¿verdad? ¡Pensabas inventar algo para seguir ocultando la situación! Yo estoy seguro de ser un Alpha puro, por lo tanto, si William fuera mi hijo, entonces debería ser Alpha también aunque fuese mestizo. ¡La genética no miente, Oliver! ¡Tú sí!

   —¡No en eso!

   Oliver su puso de pie. Su mano seguía sangrando y su tórax subía y bajaba jadeante. Acababa de confesarle a su esposo un secreto que él y su madre habían guardado por años. La mujer había tenido un primer matrimonio frustrado con un Alpha mestizo, y de esta unión había nacido Oliver. Años más tarde, al casarse de nuevo con un Alpha puro, falsificó los resultados genéticos de su hijo para que éste fuera recibido en su nueva y elitista familia sin ningún problema. Oliver era un genio para los negocios mientras que su hermano menor, hijo del segundo matrimonio de su madre, era un idiota que se había dedicado a despilfarrar todo el dinero de la herencia y tenía menos cerebro que una esponja de mar.

   Oliver no iba a permitir que toda la fortuna de su madre, quien fue quien realmente aportó la mayor parte de sus riquezas en su matrimonio, quedara a cargo de un imbécil que la iba a perder toda en cuestión de meses. Y sí, se había casado sin amor; se había casado amando a otro. Pero los años le habían hecho amar a su esposo y cuando quedó embarazado de William supo que había tomado todas las decisiones correctas en la vida. Su pragmatismo y frialdad a la hora de decidir le habían llevado hasta donde estaba.

   Eso era lo que pensaba Oliver Giraldo… por lo menos, dos horas antes de todo aquel desastre.

   —Quiero una prueba de paternidad —dijo de repente Brandon, alzando la cabeza.

   —Quiero una prueba genética —devolvió Oliver, mirándolo con furia.

   —Yo soy un Alpha puro —bufó el inglés, estirándose en el sofá—. Si estoy pidiendo esa prueba es sólo para poder tener argumentos en tu contra y agilizar los trámites del divorcio. También por supuesto, para solicitar la custodia absoluta de mis hijas.

   La mención de las gemelas hizo a Oliver dejar de respirar por unos instantes. Las niñas eran hijas de vientre de Brandon; era su esposo quien las había dado a luz. Si el divorcio de ambos se llevaba a cabo, entonces Brandon tenía un poco más de derechos por ley para obtener la custodia de las niñas. Además, si su esposo apelaba fraude sobre el contrato nupcial y una sospecha de infidelidad y de engaño sobre la paternidad de William, entonces Oliver sabía que llevaba todas las de perder.

   —No, Brandon. ¡No puedes hacer esto! ¡Ellas también son mis hijas!

   —Consuélate con tu otro hijo —siseó Brandon, regalando una torcida sonrisa—. No pienso pelearte por él ni siquiera el derecho a visita.

   Oliver jadeó.

   —¿Fuiste así de cretino todo este tiempo o apenas me estoy dando cuenta? —masculló segundos después, sintiendo que la rabia y la desesperación lo consumían.

   —Para que veas que no eres el único aquí capaz de engañar —siseó Brandon. Oliver sonrió. 

   —Estás celoso, resentido y humillado por haberte enamorado de alguien que no cumple con los cánones de tu estúpido circulito social de bastardos pura sangre, ¿no es cierto? Eso es lo que realmente pasa aquí. Sí, te engañé. A ti y a toda tu familia. Y lo hice por orgullo, por rebeldía, por inteligencia. Lo hice porque jamás iba a permitir que por culpa de un jodido gen, mi ingenio superior tuviera que vivir sirviendo a un engreído imbécil y mediocre como mi hermano. He vivido por años mintiendo, engañando, haciendo como que me importan sus estúpidas reglas puristas, obsoletas y fracasadas. Creo que tú también eres un imbécil por creer en ellas y creo que William también iba por el mismo camino de idiotez. Cuando me dijiste lo de los exámenes de William cambié de tema no porque crea que William no es tu hijo, estoy seguro que lo es. Sino porque eso significaba que tú tampoco eres un Alpha puro y eso sí había sido una sorpresa para mí.

   —Yo soy un Alpha puro…

   —Ay, ya; como quieras creer —chistó Oliver—. No me importa. Sólo te digo una cosa: No le haré ningún jodido examen más a mi hijo. No vas a humillarlo con una jodida prueba de paternidad. Si quieres quitarle tu apellido, hazlo; William Giraldo también quedará genial. Por otra parte, no creas que te será tan fácil alejarme de mis hijas y si quieres romper el acuerdo nupcial hazlo, pero tendrás que devolverme las acciones de la empresa que estaban a mi nombre antes de casarnos; las cuales, por cierto, son más de la mitad. Y no me pongas esa cara —sonrió al ver la expresión incrédula de Brandon—, ya yo sabía desde que me casé que tú no eras la parte inteligente de esta relación. Así que prepárate, cariño, porque si guerra quieres, guerra vas a tener.

   Brandon se quedó mudo. Su cuerpo temblaba de ira, pero sobre todo, de estupefacción. Siempre había sabido que Oliver era un hombre calculador y temerario; sin embargo, nunca lo había visto llegar a tal nivel.

   —Yo… yo quiero que te vayas de esta casa —logró balbucear luego de algunos segundos—. Y quiero que te lleves contigo a ese omega que pariste —remató con desdén.

   Los ojos de Oliver se volvieron más fríos que el hielo; sus manos se apretaron tan fuerte que su herida dejó de sangrar. Brandon le dio la espalda y se paró de nuevo junto a la ventana, mirando hacia el jardín. Oliver caminó hacia la puerta y la abrió de par en par. Se iría sí, pero solo de momento. Aquella también era su casa y la de William. Si Brandon pensaba que todo había terminado allí, se equivocaba. Las cosas apenas estaban empezando.

   —Voy a disfrutar tanto cuando te vea de rodillas pidiéndome perdón —masculló antes de salir—. Y como abras la boca para decirle algo desagradable a William o les digas algo a las niñas sobre esto, lo vas a lamentar —remató dando un portazo.

   Brandon se dejó caer sobre el sofá nada más quedarse a solas. Las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos a borbotones. El dolor en su pecho era tan intenso como una angina. ¿Por qué había tenido que pasar aquello? ¿Por qué había tenido que descubrir de aquella forma que su esposo le había mentido todo el tiempo? ¿Por qué tenía que perder de esa forma a la mitad de su familia? ¡A Will! ¡Su Will! ¡La adoración de sus abuelos!

   Lloró por un rato. Cuando por fin tuvo fuerzas para ponerse en pie se limpió las lágrimas y se sentó de nuevo en su escritorio. Abriendo uno de los cajones, sacó un pequeño sobre y lo leyó otra vez. Eran los resultados de los análisis que se había hecho la semana anterior. Tenía siete semanas de embarazo y un terrible dolor en el corazón. Oliver y él serían padres de nuevo, pero esta vez su esposo no estaría.

  

 

***

 

   —La respuesta es no, Julián. No irás a esa fiesta. Ya lo hablé con tu madre y la respuesta es no. ¡Ya no insistas más!

   —¡Pero, papá!

   Haciendo un increíble berrinche, Julián comenzó a llorar.

   Era tan injusto. Sus padres seguían siendo los mismo sobreprotectores de siempre.  

   Al cambiarse de ciudad, Julián pensó que las cosas en ese tema también cambiarían. La capital era una ciudad enorme y peligrosa, era obvio que sus padres fueran tan restrictivos con los permisos. Ahora, sin embargo, estaban en un ambiente más seguro y pequeño y había esperado que eso cambiara la mentalidad de sus padres, pero no. Seguían tan rígidos como siempre.

   —Todos mis amigos irán —bufó, haciendo una puchero enorme.

   —¿Y si todos tus amigos se tiran de un puente, entonces tú también lo harás? —preguntó Ernesto, rodando los ojos.

   —¡Claro que no! ¡Pero no es lo mismo! —se defendió el muchacho, hipando—. Es sólo una fiesta. Además, ya conociste a Alejandro y a los demás, ¿por qué no me dejan ir con ellos?

   Ernesto suspiró. Para Julián todo era tan simple como confiar en unos adolescentes de su misma edad. Sí, era cierto; en ese mes tanto él como Julia habían conocido al resto de los chicos pero eso no significaba que iban a dejar a su hijo andar así como si nada. Una cosa era un helado a la salida de la escuela y otra muy diferente una fiesta en casa de quién sabe quién. Imposible, esa fiesta era un imposible. Estaba decidido.

   —Papá, por favor.  

   —Julián, ya te dije que no.

   —Pero todos van a ir.

   —Es mentira, Zully no va a ir.

   —Zully es un rarito de cuidado —rodó los ojos Julián—. Dice que no le gustan las fiestas.

   —Por algo será —se acomodó Ernesto, tomando su periódico—. Escucha. Si quieres ese día nos vamos al cine o salimos a comer algo con mamá, ¿está bien? Por favor, hijo. Cuando hayamos entrado más en confianza con tus nuevos amigos y sus padres te iremos dando permisos poco a poco. Aún no es tiempo. No conocemos a esas familias. Y ahora ve a estudiar o a hacer algo. Como me sigas molestando con el tema me voy a enfadar y entonces olvídate de fiestas, de paseos, de helados y del nintendo por todo el mes, ¿entendido?

   —Entendido.

   Asintiendo con resignación y molestia, Julián dio media vuelta y subió corriendo a su habitación dando un portazo. Su padre le pegó un grito de advertencia por la grosería, pero Julián no le hizo caso y de inmediato tomó la bocina del teléfono de su habitación y le marcó a Alejandro. Afortunadamente, Alejandro estaba en casa y fue él mismo quien contestó el teléfono. Y no era que los padres de Alejandro fueran groseros o les molestaran las llamadas a su hijo. Nada de eso. Era sólo que Julián era un poco tímido con los extraños al teléfono.

   —No hay nada que hacer, no me dieron permiso —fue lo primero que dijo. Al otro lado de la línea se escuchó el suspiro de Alejandro, resignado.

   —No puede ser. Es una pena. No será lo mismo sin ti.

   —¿En serio?

   —Por supuesto. Planeaba bailar contigo toda la noche.

   Mil lágrimas corrieron por las mejillas de Julián al escuchar aquello. Por favor, que alguien lo matara. Se quería morir. El chico que le gustaba le estaba confesando que quería ser su parejo de baile a una fiesta a la que, por capricho de sus padres, no iría, así que si alguien entraba en ese momento y lo apuñaleaba en el pecho, seguro sería menos doloroso. Hipó.

   —Julián, ¿estás llorando?

   —¿Cómo no voy a estar llorando? —hipó de nuevo el omega—. Quiero ir a la fiesta —sollozó.

   —Tranquilo, encontraremos la manera —tranquilizó Alejandro.

   —¿Cómo? —preguntó Julián.

   —No lo sé, pero encontraré la manera.

   —Alejandro eres el mejor.

   —Ya sé. ¡Le pediré a mis padres que hablen con los tuyos, ¿vale?! Ellos son muy buenos convenciendo a la gente. Si le dicen que ellos nos llevarán y recogerán, entonces seguro que tus padres aceptan.

   Julián limpió sus lágrimas, jadeando de gozo. Alejandro era el mejor; siempre tenía la solución para todo. Era un chico increíble y se moría de ganas de que las cosas dieran un paso más allá entre ellos.

   —Hay algo que me gustaría pedirte la noche de la fiesta —dijo de repente el Alpha, dejando sin aliento a Julián—. Es por eso que para mí es tan importante que vayas.

   —Alejandro…

   —Buenas noches, Julián. Por favor… sueña conmigo.

   Y diciendo esto, Alejandro cortó la conversación. Julián quedó con la bocina contra su oído, escuchando como idiota el tono de corte de la línea. Un chillido salió de su garganta y acto seguido comenzó a rodar sobre la cama de un extremo a otro dando pataditas al aire.

   ¡Se le iba a confesar! ¡Seguro que Alejandro se le iba a confesar!

 

 

***

 

   El viernes llegó y con él, la última clase de la semana. Todo el mundo hablaba sobre la fiesta del sábado y había un sentimiento general de anticipación. Zully era uno de los pocos que parecía genuinamente desinteresado en el asunto. Su mente estaba puesta en otros apartados: William, quien seguía sin volver a la escuela, y su barbilla, que picaba horrores.

   —Deja de rascarte o te vas a sangrar —le advirtió Daniel, dándole un manotón.

   —Pica mucho —se quejó de nuevo Zully.

   —Ya te irás acostumbrando —le calmó Alejandro—. Es el crecimiento del vello facial. A mí me picaba mucho el primer día del rasurado pero encontré una loción buenísima que me deja la cara como bebé. Mira, toca.

   Zully rodó los ojos y pasó por completo de tocar a Alejandro. Daniel, por el contrario alzó una mano y casi por inercia pasó su mano sobre la suave piel de su amigo, acariciándole el mentón. Alejandro se crispó y Julián se sonrojó. Hubo algo en aquel tierno e inocente contacto que no pasó desapercibido a sus ojos. La confianza de Daniel, la leve tensión de Alejandro. Hasta Daniel, luego de un par de segundos, captó la dimensión de lo que había hecho y como un flechazo llegaron a su mente las ya borrosas y distantes escenas de su sueño erótico.

   Con el paso de los días, la incomodidad que Daniel había sentido por el contenido de su sueño se había ido diluyendo hasta casi el olvido. En ese momento, sin embargo, el sentimiento volvió con fuerza, haciéndole retroceder asustado.

   —Bueno, en fin —habló Zully de repente, acabando con la tensión del momento—. Mañana entonces es la fiesta.

   —Sí… ¿ya pidieron permiso todos? —preguntó Susana, haciendo palmitas—. Yo ya tengo mi vestido.

   Julián miró a Alejandro. El mismo día de la fiesta los padres del Alpha hablarían con los suyos para pedirles que lo dejaran ir. Ese era el plan y esperaban que diera resultado.

   —Yo puedo pasar a buscarte e irnos juntos —propuso Daniel a Julián. El omega se sonrojó y bajó la cabeza. Sería el segundo rechazo que le prodigaba a Daniel en esa semana pero no tenía opción. Sólo así podía conseguir el permiso.

  —Lo siento, Daniel… Pero si me dan permiso, iré con Alejandro.

   —Oh… ya veo —. Si existía una sensación exacta para los celos y la vergüenza, esa tenía que ser la que sintió Daniel en ese momento. La incomodidad que se generó fue tanto, que Alejandro también lo sintió y enseguida precisó intervenir para enmendar la situación.

   —Daniel, no malinterpretes a Julián. El asunto es que sus padres no le han dado permiso todavía y yo pensé en pedirles a mis padres que nos llevaran juntos para que así fueran mis papás los que se responsabilizaran y pidieran el permiso directamente a los padres de Julián. Eso es todo.

   Julián asintió, sonrojado aún. Daniel lo miró y una sonrisa adornó su rostro. Tenía que dejar de ser tan obvio; estaba incomodando a todos. Además, si de eso dependía el permiso de Julián, era tonto resentirse por ello. Los padres de Alejandro no eran unos “omegafóbicos” como los suyos. Ellos sí podían aceptar que su hijo Alpha saliera con un omega sin problemas.

   En ese momento aquellos pensamientos de inferioridad sobre Alejandro volvieron a invadirlo. Comenzó a sentir que de verdad, lo mejor era hacerse a un lado y dejar que Alejandro y Julián estuvieran juntos. Era obvio que se gustaban y que hacían una pareja increíble. Su egoísmo, tozudez y patética insistencia no iban a lograr que de repente Julián lo quisiera.

   Suspiró.

   Patético. Sí, eso era justo lo que era.

 

 

***

 

   La calma obsequiada por los sedantes no podía durar para siempre. William lo supo al despertar y sentir que la realidad caía sobre él como una pesada roca.

   Por lo menos, el calor intenso que había abrazado su cuerpo por casi día y medio se había extinguido por completo. Los celos no solían durar más de veinte horas y algunos un poco menos. El suyo había pasado de las treinta horas y lo había dejado exhausto.

   Increíble. Jamás imaginó que el celo llegaría tan de repente, justo en medio de la escuela.

   ¡Justo luego de haberse quedado paralizado por la voz Alpha del estúpido enclenque!

   Podía recordar muy poco después de eso. Las escenas en su mente eran confusas y desordenadas. Recordaba el calor intenso, el dolor en su vientre, la angustia de la enfermera y hasta la llegada intempestiva de sus padres.

   Joder. Seguro sus padres ahora estaban felices por fin. Ahora sus problemas quedarían resueltos de una vez por todas. Su Alpha al fin había emergido y con él todas las dudas e inseguridades de su familia quedarían resueltas. Era excelente. Moría de ganas de usar sus feromonas para poner en su sitio al pendejo de Zully.

   Estirándose con pereza, bostezó con fuerza y rascó su cabello. Le dolía todo. La jodida inyección que le pusieron para adelantar su celo sí que le había pegado fuerte y duro, trayéndole un primer celo tan violento. Esperaba que las cosas se calmaran a partir del siguiente. No le gustaría tener que pasar otro celo sedado como si fuera un jodido omega. Los Alphas controlaban perfectamente su celo y él no sería la excepción. Sólo debía acostumbrarse.

   —Qué raro. Este no es mi cuarto —se extrañó al reparar bien en los detalles de la habitación que le rodeaba. Había salido sedado de la escuela, sin embargo, horas después recordaba haber despertado en su habitación. El dolor, sin embargo,  obligó a que le dieran una nueva dosis y luego de allí ya no recordaba más.

   Se encogió de hombros. Quizás sus padres habían decidido llevarlo a otros de los departamentos a disposición de la familia para no alarmar a las gemelas y que las niñas no lo vieran así. Si mal no recordaba, la habitación donde se encontraba pertenecía a uno de los apartamentos de soltero de su padre Oliver. Era un apartamento que se rentaba por temporadas y él no había visitado desde muy niño. No entendía por qué sus padres habían elegido aquel sitió.

   —¿Papá? ¿Papá, estás aquí?

   William abrió la puerta y salió de la habitación. En efecto, se encontraba en el apartamento de soltero de su papá. El sitió seguía igual a como lo recordaba. La decoración de colores fríos y figuras geométricas que tan fea le parecía. Sólo había un sofá en una esquina que no podía recordar. A lo mejor era cortesía que algún viejo inquilino que lo había dejado atrás.

   Oliver estaba en la cocina calentando unas arepas. Miró de soslayo al darse cuenta de la presencia de William y enseguida suspiró. Sin decir ni una palabra, tomó dos platos y sirvió el desayuno. William se sentó en la mesa y guardó silencio. Hacía muchos años que su padre no entraba a la cocina y mucho menos a prepararle el desayuno. Toda aquella escena, por lo tanto, le resultaba rarísima.

   —¿Y bien? ¿Cómo te sientes?

   Oliver se sentó junto a su hijo. Por lo general, el desayuno de la familia solía estar rodeado de la presencia de los empleados y las conversaciones eran bastante impersonales y reservadas. William solía desayunar rápido y salir temprano para que el chofer regresara a tiempo a casa a recoger a sus padres para el trabajo. Las niñas hacían un lio en la mesa, pero terminaban siendo limpiadas a prisa y preparadas por la niñera. Los fines de semana todos despertaban tarde y William prefería desayunar en la barra de la cocina antes de irse a algún lado con Fabián mientras sus padres y las niñas desayunaban en el club. Esa era la rutina diaria de los Presley. Un gélido y práctico estilo de vida al que todos de alguna forma se habían acostumbrado. O así parecía ser.

   —Me siento bien —respondió William, sirviéndose un poco del jugo de naranja que estaba sobre la mesa. Oliver tomó la mantequilla y colocó un poco sobre su arepa. La mantequilla se derritió suavemente sobre la masa mientras el Alpha la contemplaba en silencio. Luego de un minuto finalmente la llevó a su boca y la mordió. Nuevamente se hizo el silencio.

   —¿Papá? ¿Por qué estamos aquí?

   William se dio cuenta por fin de las maletas que estaban en la sala. Eran demasiadas para el par de días que habían estado en el apartamento. Un frio repentino lo invadió y el muchacho tragó pesadamente el sorbo de jugo que acababa de llevar a su boca. Oliver colocó el resto de la arepa en su plato y recostándose contra el espaldar de la silla tomó aliento. William reparó también en el vendaje que su padre tenía en su mano y su pecho se contrajo otra vez. Su nariz reparó por fin en el aroma que provenía de su propia piel; tenue ya pero aún inconfundible. Se paró de golpe; aturdido, tembloroso y mareado. Miró las maletas otra vez. Miró de nuevo el rostro de su padre y por fin lo comprendió todo.

   —Así que ya lo sentiste —dijo Oliver, dándose cuenta de que finalmente William había descubierto su olor de omega—. Pues bien… en ese caso sabrás también que nos hemos tenido que ir de casa.  

 

***

  

   Finalmente, el día de la tan esperada fiesta por fin llegó. La tarde trascurrió sin contratiempos y al caer la noche, Susana telefoneó a casa de Julián para preguntarle al chico si finalmente había conseguido el permiso de sus padres. Julián sonrió. Todo estaba fríamente calculado.  

   —Buenas noches, señor Santos. ¿Cómo ha estado?

   Alejandro llegó escoltado por sus padres. Faltaba un cuarto para las siete de la noche; era temprano aún pero si tenía en cuenta que gastaría por lo menos media hora entre convencer a los padres de su amigo y que éste estuviera listo, había hecho bien en llegar más temprano. Nada más verlos, Ernesto pudo elucubrar lo que su hijo y su amigo se traían entre manos.

   Niños listos.

   —Buenas noches —saludó, invitándolos a pasar—. Bienvenidos.

   Los padres de Alejandro se adelantaron y siguieron. Alejandro entró tras ellos y miró enseguida hacia la escalera que conducía hacia el segundo piso. Julián tenía que estar allí, en algún sitio escuchando atentamente lo que sucedía abajo.

   —Señor Santos, mucho gusto. Mi nombre es Leticia Contreras y este es mi esposo Marcelo. Es un placer conocerlo; somos los padres de Alejandro.

   Alejandro sonrió y se llevó las manos a sus pantalones negros de mezclilla. El Alpha lucía espectacular con el pantalón y un suéter azul bandera en degradado. Tenía las muñecas llenas de manillas de colores y una cadena en hilo con un dije de madera en forma de sol.

   Ernesto sonrió y los invitó a sentarse. Esta vez fue el padre de Alejandro el que habló.

   —Señor Ernesto, queremos agradecerle por las veces que han atendido a Alejandro en su casa. Mi hijo nos ha dicho que usted y su esposa han sido muy amables con él.

   —No hay de qué —contestó Ernesto, risueño—. Su hijo es un muchacho encantador.

   —En ese caso, si no le molesta, nos gustaría pedirle un favor —anotó Leticia, señalando a su hijo—. Verá. Alejandro va a ir a una fiesta esta noche con algunos de sus amigos. Al parecer su hijo Julián también fue invitado, pero ustedes al ser recién llegados están un poco preocupados por su seguridad y no le han dado permiso de ir.

   —Así es.

   —Pues bien. Nosotros también estamos preocupados por Alejandro así que por eso hemos decido ir a llevarlo en persona y nos quedaremos cerca al sitio de la fiesta todo el tiempo que esta dura —explicó Leticia—. No nos vamos a despegar de los alrededores por ningún motivo. ¿Será que bajo estas condiciones podría pensarse el dejar ir a Julián con Alejandro y con nosotros?

   Ernesto dio un suspiró y se cruzó de bazos. Aún no estaba convencido.

   —Es que mi esposa y yo no conocemos a los padres de ese muchacho —dijo apenado—. Le dijimos a Julián que en una próxima fiesta de sus amigos más conocidos sí lo dejaremos ir.

   —Pero este muchacho que cumple hoy es tan popular en esa escuela —intervino Marcelo—. Ya sabe cómo son los muchachos. Este chico tiene fama de hacer muy buenas fiestas y todos los años sus compañeros de escuela asisten. Alejandro tiene muchas ganas de que Julián pueda ir con él. Es la primera fiesta del año y quieren compartir juntos. Le aseguro que mi esposa y yo no les descuidaremos en toda la noche.  Vamos a estar muy pendientes. Díganos una hora y le aseguro que cinco minutos antes tendrán a su hijo en la puerta.

   —Por favor, señor Ernesto —suplicó Alejandro.

   En ese momento, Julia bajó al primer piso. La sorpresa por los visitantes que encontró en la sala fue mayúscula. Aunque también descubrió enseguida de lo que se trataba al ver la pinta festiva de Alejandro.

   —Señora Julia, por favor —suplicó Alejandro juntando sus manos al ver a la mujer y notar la sonrisa torcida en la cara de esta. Juliá entró en la sala, saludó y se presentó. Alejandro le volvió a poner ojitos de corderito degollado. Ernesto miró a su esposa y ambos suspiraron derrotados.

   —A las doce lo queremos aquí —dijo Julia, haciendo un puchero.

   —A las once y cincuenta y cinco —prometió Marcelo, haciendo un saludo militar. Los cuatro padres rieron, negando con la cabeza ante las situaciones en las que los ponían sus hijos. Julián pegó un chillido alegre cuando su padre le avisó que lo esperaban y en diez minutos estuvo listo.

   Alejandro se quedó paralizado al verlo bajar. Julián con su cabello negro suelto, shorts grises hasta medio muslo, un suéter negro con letras plateadas que dejaba descubierto medio hombro, y unos botines a media pierna, era el omega más sexy que había visto.

   Sus padres sonrieron al ver su expresión y el Alpha tuvo la decencia de sonrojarse. Julián se despidió de sus padres y saludó a  los contreras.

   —Estás hermoso —le dijo al oído Alejandro una vez lo tuvo a su lado en el auto.

   —Tú también —devolvió Julián, agachando la mirada.

   —Muy bien… ahora iremos por Daniel —sonrió Marcelo, arrancando el auto.

 

   Continuará…

Notas finales:

Gracias por leer.


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