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¡Pobre! por jotaceh

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Día 36: Todos juntos 

 

Y todo lo que había dicho doña Cecilia era verdad, a los días vino la gente del banco con camiones para llevarse todas sus pertenencias, y para dejar cerrada la mansión, ya no podían vivir ahí porque ahora pertenecía a la institución financiera por cese en los pagos. 

 

-¿Y dónde se van a ir? ¿Van a vivir en la calle? –le pregunté a mi mamá.

 

-No lo creo, deben tener algún pariente o un amigo que los pueda recibir –

 

Eso era lo más obvio de pensar, y es que nadie está tan solo en este mundo. O eso pensaba.

 

-¿Y dónde nos vamos a ir nosotros? –continué.

 

-Donde pensé nunca regresar –pronunció acongojada mi madre.

 

No tenía que decirlo, solo nos quedaba una opción: mi abuela. Debíamos ir a su casa, a la pequeña construcción ubicada casi a las afueras del pueblo, a vivir con esa mujer que suele pasar sus días solo con la compañía de sus gallinas y su vaca lechera. Si mi mamá es la mujer más conocida del pueblo por sus "libertades", mi abuela debe ser un completo secreto para muchos. Doña María es una mujer de pocas palabras, tanto que no conversa con nadie y prefiere mil veces estar sola en su rancha, antes de recibir visitas.

 

La relación que posee Carmen con ella no es de las mejores y es que la anciana demuestra abiertamente su descontento con la reputación que ha conseguido su hija, cree que debería comportarse mejor, conocer a un hombre bueno que la mantenga y ser una señora de casa. Y aunque yo nací cuando su hija era muy joven y nadie sabe quién es mi papá, las pocas veces que la he visto, me ha tratado con cariño, con un calor que parece evitar con mi mamá. 

 

Por todo esto, es que la mujer estaba destrozada al saber que no tenemos otra opción más que pedirle a doña María que nos reciba en su casa.

 

Hicimos nuestras maletas mientras los trabajadores del banco se llevaban todo lo que le pertenecía a los Eguiguren. Había sonido de maderas arrastrándose y metales golpeándose, los hombres no eran los seres más prolijos, pero fueron rápidos. 

 

El desalojo no había culminado cuando nosotros ya estábamos emprendiendo nuestra retirada.

 

-Debemos ir a despedirnos de la familia –le dije a Carmen y es que, por sus pasos, sabía que se dirigía directamente a la puerta de salida.

 

-Me prometieron que siempre tendría trabajo aquí, y no cumplieron su palabra –

 

-No es que no hayan querido. No seas infantil y vamos a expresarles nuestro cariño, que siempre podrán contar con nuestra ayuda –

 

-Pero menos con nuestro dinero, mira que nunca me pagaron muy bien –

 

La tomé de la muñeca y la llevé hasta la sala, donde estaba lo que quedaba del clan. Los tres estaban en silencio, sus rostros demostraban tristeza y en el caso de Olivia, desesperación por no comprender lo que sucedía en su entorno. Supuse que como siempre ha sido, doña Cecilia no le explicó lo sucedido y ella ha tenido que sobrellevar los cambios como ha podido, con las pocas herramientas que posee.

 

-Nosotros ya nos vamos. Empacamos nuestras pertenencias y nos dirigimos a la casa de mi abuela. Queríamos decirles que sentimos mucho por lo que están pasando y que siempre podrán contar con nuestra ayuda, en lo que necesiten –

 

Tuve que hablar yo, y es que Carmen estaba amurrada como si se tratara de una niña pequeña.

 

-Gracias por tus palabras, pero, aunque quisieran no podrían ayudarnos. Tienen menos dinero que nosotros incluso –la señora seguía altiva, aun cuando estuviera en la miseria y el caos.

 

-No seas tan altanera, mamá. Ahora es cuando más necesitamos apoyo, especialmente porque no tenemos dónde irnos a vivir –Rafael intentó ser más gentil.

 

-¿Cómo que no tienen dónde ir? ¿Y sus familiares? ¿Amigos? - quedé impresionado.

 

-No tenemos parientes vivos, y todos los amigos que teníamos odian a mi papá porque les debe dinero. Nadie nos quiere recoger-

 

El rubio contuvo las ganas de llorar, pude reconocerlo. Estaban literalmente en la calle, y la desesperación comenzaba a sucumbirlos.

 

-Si no tienen dónde ir, pueden vivir un tiempo en la casa de mi abuela. Es una casa muy vieja y pequeña, pero es mejor que estar a la intemperie – dije sin pensar.

 

Mi mamá me dio un golpe con el codo, como para que dejara de hablar, tan solo que no podía, más que mal me crie con todos ellos y ahora que estaban sufriendo, no podía dejarles sin así.

 

-¡Jamás! Debe estar infestado de cucarachas y pulgas. Prefiero morir antes que eso –Cecilia seguía con su berrinche.

 

-Nos vamos y punto, no voy a dejar que se queden afuera, esta noche hará frío y prefiero estar bajo techo, sea donde sea. Mamá, ellos son las únicas personas que nos han tendido una mano e iremos con ellos sin chistar, con la boca bien cerrada y agradecidos por su hospitalidad ¿entendido? –el rubio se comportó como el jefe de hogar, como un hombre mayor y guio las riendas de su desfavorecida familia.

 

Así, ellos también recorrieron nuestro camino, mientras los vecinos veían todo el espectáculo como si fuera un programa de televisión, dichosos por la desgracia de los Eguiguren.

 

-¿Qué miran? ¡Les prometo que regresaremos a nuestra casa y quienes mirarán mal seremos nosotros! -gritó la señora, mientras sentía las miradas jocosas de quienes hace no mucho, decían ser sus amigos.

 

Como no tenemos dinero para nada, tuvimos que caminar una hora hasta llegar a la casa de doña María, en ese lugar tan apartado del centro del pueblo. 

 

Olivia caminaba arrastrando su maleta, viendo al suelo sin ninguna expresión y sin ánimos de continuar.

 

-Va a ser complicado al principio, pero lo importante es que estaremos juntos –la abracé en el trayecto, queriendo que se sintiera mejor.

 

Lo malo fue que había reprimido tanto lo que sucedía en su interior, que mi tacto le afectó de sobremanera y me empujó con fuerza. Histérica comenzó a gritar y a caminar en círculos. Le había dado un ataque, uno que desde hace mucho no le veía.

 

Como nos criamos juntos, ella fue la primera persona con la que jugué, con quien hablaba en el patio y veíamos televisión. Para mí era una niña normal, tanto como Rafael o yo, pero con el paso de los años me fui percatando, y toda la familia también, que Olivia es especial. Las relaciones humanas comenzaron a costarle, no compartía con nadie en el jardín infantil, y recién pronunció su primera palabra a los cuatro años. 

 

Las cosas no mejoraron, y al saberlo, sus padres solo decidieron que "su problema" debía solucionarse con dinero, así solo se preocuparon en colocarle en colegios especiales, contratar especialistas y terapeutas, mas nunca se interesaron en sus sentimientos. Es por eso que cuando tenía una crisis, era yo quien debía calmarla.

 

Así como aprendí en mi infancia, detuve su caminata en círculo, hice que se sentara en el suelo, puse mi frente con la suya, la miré fijamente a los ojos y con mis manos tapé lo poco que le quedaba de campo visual. Solo éramos nosotros dos, ya no había un mundo que nos rodeaba, no estaba su familia, ni su mamá, ni el cambio de casa, ni la pobreza, solo ella y su amigo.

 

-Los grupos de la SM son TVXQ, Super Junior, Girls Generation, F(x), Shinee, EXO, Red Velvet, NCT...- dije una vez, para luego repetirlo.

 

Así lo hice hasta que Olivia me comenzó a imitar. Su tensión comenzó a disminuir, su respiración a normalizarse y por fin, la crisis había desaparecido. Ya no necesitábamos más tristeza, debíamos procurar ponernos pronto de pie.

 

-¿Qué hacen todos ustedes aquí? – escuchamos una voz desgastada a lo lejos.

 

Dejé a Olivia y me levanté, sabía de quién se trataba. Mi abuela había sentido el bullicio desde su casa y había salido a corroborar que todo estuviera bien. Si alguien en ese grupo podía convencerla a aceptarnos como visitas, era yo.

 

-Abuela María, soy yo, Pablo, su nieto...-

 

-¿Pablito? Estás muy grande... pero no entiendo, ¿por qué están todos ustedes aquí? ¿Qué son esas maletas? ¿Acaso despidieron a la suelta de tu madre? –

 

-Mamá, estoy aquí, puedo oírte –Carmen se enfadó.

 

-¿Acaso dije una mentira? Algo habrás hecho mal y tus jefes te echaron, ahora te quedaste en la calle junto a tu hijo. Estoy segura que te acostaste con tu patrón...Y esta gente rara que está aquí. ¿Quiénes son ellos? ¿La otra sirvienta? –

 

-Señora, soy Rafael Eguiguren. Mi familia era quien contrató a su hija, pero lamentablemente ahora nos hemos quedado en la bancarrota –

 

-Abuelita, ¿usted cree que nos pueda acoger a todos nosotros? –le sonreí y es que era un favor enorme.

 

-¿Cinco bocas más que alimentar? –

 

-Ok, sabía que esta mujer no nos ayudaría. Mejor vámonos Pablo –mi mamá estaba realmente dolida.

 

-¿Dije que no los iba a aceptar? Si siempre has sido tan testaruda- finalmente doña María aceptó alojarnos.

 

Y así, fue como todos nos quedamos más pobres, aunque más juntos en la casa de mi abuela.

 

 


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