Día 55: ¿Y si la pruebo?
Todo vibraba a mi alrededor, la música retumbaba en cada pared de esa casa, estaba lleno de personas que no conocía, a quienes no le importaba otra cosa más que divertirse. Había humo, vasos con alcohol en el suelo, rostros sudados, abrazos y muchas risas. ¿Es extraño sentirse mal porque el resto está feliz?
Quizás soy muy joven aún ¿no? Y es que solo me he quedado con las palabras que siempre dice todo el mundo, que es malo ir a fiestas a emborracharse, que hay que ser disciplinado, que los niños buenos no salen de sus casas de noche.
-¿Por qué eres tan obediente si tu mamá es tan alocada? – me preguntó una vez Rafael. No supe qué responder.
Esa pregunta invadió mi mente al llegar a la fiesta. Estaba comportándome como ella lo haría ¿no? Por primera vez en mis casi dieciséis años. ¿Y por qué no lo había hecho antes? ¿Por qué siempre intento hacer las cosas bien? ¿Por qué nunca me permito equivocarme o ser simplemente estúpido? Como lo que me sucedió con Joaquín, que prefería sufrir antes que comportarme como un mal novio y dejarle porque no lo amaba. ¿Qué me mueve a hacer eso? ¿Por qué soy así si no tengo ningún referente de rectitud? Supongo que porque siempre he temido terminar como mi mamá... Me da pánico cometer sus mismos errores. Acaso, ¿tan mal lo ha hecho?
Estaba nervioso y por ese motivo desvariaba, era mejor obviar que estaba rodeado de extraños y centrarme en mis problemas, en las cuestiones que no me dejaban ser libre. Estaba buscando la forma de salir de ese peligro, de lo que me acechaba, aunque estaba paranoico, nadie en ese lugar me haría algo y es que ni siquiera me estaban mirando, solo reían en sus grupos, se divertían, gozaban de su juventud como a mí siempre me ha dado terror.
-¡Pablo! Me alegra tanto que hayas venido –gritó Julieta cuando me vio entrando a la casa de su novio.
-Hola hermano, ¿cómo anda? –nuevamente el moreno saludó a Roberto como si fuera un maleante.
-Bien, queriendo pasarlo genial hoy – respondió mi acompañante.
-Pablo, me siento muy relajada ¿sabes? –
-¿Qué? No te escucho nada- y es que el volumen estaba muy alto.
-Que me siento muy bien, en serio. Nunca la había probado, pero me encanta –
-¿Qué cosa probaste? –
-Una hierbita que te coloca muy simpática –y me tocó la nariz con su índice, como si fuera un hada.
-¿Fumaste marihuana? –no podía creer que Julieta se hubiera convertido en una drogadicta.
-No me mires así, solo quiero probar sustancias naturales. Los de allá atrás se metieron un polvo en la nariz. Y los que están en la cocina probaron unas pastillitas de L, R, M o no sé qué letra era –
¿Estaban todos drogados? Me espanté en ese momento. ¿En qué mundo me habían metido? Julieta se olvidó de mi pronto y se fue a sentar a un sillón con el Kevin, mientras se besaban y se tocaban como si no hubiera gente viéndolos. ¿Qué ocurría en sus cabezas? La falda rosada de mi amiga se levantó mostrando toda su lencería, aunque a nadie le importaba, tan solo que... ¿Por qué? ¿Acaso iban a follar ahí? Por suerte eso nunca pasó y me quedé con el sentimiento de ser igual a una de esas viejas moralistas que suelen ir a misa, que se golpean el pecho en la iglesia y luego andan acostándose con el vecino, mientras critican a las hijas de otros por ser supuestamente prostitutas, sin percatarse que ellas mismas son igual o más libertinas.
-Me quiero ir –le dije a Roberto.
-¿Qué? Pero si llegamos recién. No seas aguafiestas –
-Están todos drogados. No quiero estar en un ambiente como éste –
-No sean tan alarmista, si nadie te hará daño. Cada uno está en su mundo. Todos somos libres de hacer lo que queramos ¿no crees? –
-Pero no quiero estar en un lugar así –
-¿Lo has probado antes? –
-No creo que sea necesario para saber que no quiero –
-Ok, nadie te va a obligar a hacer algo que no quieras, pero quédate y trata de pasarla bien, ¿vale? –me miró como si fuera un perrito apaleado y así no pude resistirme. –Yo te voy a proteger de cualquier peligro, no te sientas inseguro, nada malo te ocurrirá –volvió a ser gentil, como un caballero con armadura.
Me quedé, pero no iba a probar nada extraño, soy un chico decente y sé comportarme. Nos sentamos al lado de mi amiga y recibí un trago hecho por Roberto. Si he tomado alcohol antes y lo he pasado bien, así que eso sí lo acepté. Estaba suave, así que lo bebí como si fuera un jugo mientras escuchaba lo que el tatuado me contaba. Oí que le gustaba todo tipo de músicas, que le gustaba caminar por el campo y mirar el cielo, que no era tanto de fiestas, pero que si lo invitaban decía que sí, que siempre es agradable compartir con los amigos.
De pronto, una colilla comenzó a circular por el sofá, un cigarro artesanal que se encendía boca tras boca, mientras unos tosían y otros aguantaban el humo dentro. No soy tarado y supe que se trataba de marihuana. Cuando llegó a Roberto, éste le dio una bocanada como si nada, como si fuera lo más normal de mundo, como si fuera tabaco.
-Es más sano que el cigarrillo ¿sabes? Es natural, el Kevin tiene unas plantitas allá atrás, así que sabes quién la cosechó y que no tiene nada raro. Nosotros somos de la idea que hay que consumir solo productos que vienen de la tierra, nada de sustancias químicas y eso... Bueno, acá hay varios que inhalan cosas, pero es decisión de ellos, nosotros no nos metemos en sus vidas, mientras no haya problemas, todo bien – era su explicación.
Luego me entregó la colilla. ¿Qué quería que hiciera? ¿Y si lo pruebo? Digo, estoy lleno de prejuicios, quizás debería vivirlo para entender de qué se trata ¿no? Hay que experimentar para poder criticar.