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¡Pobre! por jotaceh

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Día 69: Y seguimos...

 

-¡Voy a salir! –avisé antes de abrir la puerta.

-¿Dónde vas? ¿Por qué has salido tanto últimamente? –mi abuela se despegó de su computador para interrogarme. Supongo que respondía los comentarios de sus seguidos en Instagram.

-Es que me deprime estar encerrado… -

-¿Es un chico nuevo? - ¿cómo siempre se entera de todo?

-No, me voy a juntar con Julieta-

-Una de mis followers me dijo que te vio riéndote con un tal Roberto ayer en la plaza. ¿Con él estás saliendo ahora? – claro, antes tenía que ir hasta el almacén para enterarse de los chismes, ahora hace todo por las redes.

-Sí, es verdad –

Me quedó mirando un rato y luego suspiró resignada.

-Ok, pero compren condones – ¿Y cómo se enteró de eso?

Después de nuestra incursión del otro día, solo nos hemos juntado después del colegio a charlar y pasar el rato con nuestros amigos en la plaza, pero no hemos vuelto a hacerlo. Bueno, hasta ese día, porque iba directo a su casa porque le habían dejado solo sus padres.

Caminé rápido hasta llegar a su villa. Toqué el timbre y le esperé a que abriera la puerta.

-Ahora sabrás cómo lo hago yo –fue lo primero que dijo tras abrir la puerta, vistiendo solo su ropa interior. ¿Qué pasó amiguito? ¿Por qué tanta rapidez?

No dije nada y es que, seamos sinceros, me gustó mucho la idea así que entré intentando no babear.

Quedamos a solas e inmediatamente se sacó lo poco que llevaba de tela encima. Allí me dejó ver su erección, esa que se levantaba poderosa. Le miré a los ojos y es que era muy sorpresivo. Noté sus señales y es que quería que me hincara. Como mi mamá siempre me dijo “cuando vayas a la casa de un amiguito, siempre haz caso de lo que te pidan”, fui obediente entonces.

Él se acercó aún más, restregándome su carne caliente en mi mejilla.

-¿Te gusta suave o fuerte? – preguntó con la voz más cachonda que le haya escuchado.

-¿Qué cosa? ¿El café? –

Ok, suelo ser imprudente y ese fue un mal momento, porque aquello que se había erguido imponente, de pronto, se derrumbó como un castillo de cartas.

-Lo siento… lo siento… solo era una broma –

-Solo quería hacerlo caliente, pensé que te gustaría que fuera rudo…- parecía perro apaleado, mientras se sentaba en el sofá un tanto frustrado.

Primera vez que le hacía caso a los consejos de mi mamá y todo resultaba mal. Tal vez no debía hacer todo lo que me pidieran y justo en ese momento, me daba cuenta que debía improvisar. ¿Quería sentirse rudo? Pues perfecto, me iba a convertir en el ser más sumiso que conociera.

Le miré directamente a los ojos mientras me bajaba los pantalones. Poquito a poco dejaba que viera mi piel y cuando ya no tenía nada encima, me puse en cuatro patas en el suelo y comencé a caminar hacia él. Acaricié sus rodillas, mientras poco a poco su erección volvía a florecer. Fui lentamente tocando su piel hasta llegar a la ingle, mirándole siempre fijamente a los ojos.

-No quiero que me dañe, señor… Le prometo que haré todo lo que quiera, pero no me dañe…-

-¿Qué? –se impresionó Roberto.

-Tú solo sígueme el juego –le susurré justo antes de engullir su pene.

Hace tanto que no lo hacía que su sabor me impresionó. Ya después me di cuenta que era como lo recordaba así que seguí no más. Le lamí sutilmente desde la base hasta el glande y cuando volví a meterlo en mi boca, el chico me tomó de la cabeza y lo introdujo profundamente por mi garganta. Ya, está bien, me dolió un poco, pero debo reconocer que me gustó su lado brusco.

De pronto mucha saliva llenó mi boca y con ello, lubricó por completo su falo. Mis ojos se llenaron de lágrimas, lo que le asustó.

-Lo siento…-nuevamente se salió de su personaje.

-Solo siga, voy a resistir todo lo que quiera –porque en el escenario uno siempre debe ser profesional. Las cosas se hacen bien o no se hacen.

Al escuchar eso se levantó y con fuerza me tomó en sus brazos. Subimos de ese modo las escaleras hasta la pieza de sus papas.

-No sabía que tuvieras tanta fuerza –

-Cállese, que ahora sabrá toda la fuerza que tengo – ay mamá, que cada vez se ponía mejor esto.

Me tiró en la cama grande mientras se relamía.

-Siempre quise hacerlo en la cama de mis papas –era uno de sus morbos.

Me puse a pensar y me di cuenta que yo no tenía ese fetiche, porque probablemente mi mamá haya tenido más sexo en cualquier parte de una casa y menos en una cama. En fin, creo que realmente su catre es usado solo para dormir, especialmente ahora que vivimos con mi abuela.

Me dio vuelta bruscamente para luego posarse sobre mí, restregando su erección en mi piel. A esas alturas ambos estábamos tan ardientes que nada nos importaba, por lo que el dolor que sentí al principio, cuando sus dedos comenzaron a hacerse espacio en mí, no me pareció tan grave y solo me relajé.

Antes de hacerlo, me dio unos “latigazos” con su polla, como si quisiera demostrarme todo lo que me introduciría.

-¿Estás preparado? – nací preparada perra, tú solo hazlo.

Gemí un poquito para darle a entender que así era. Acto seguido, su erección comenzó a entrar en mis entrañas. Seguía boca abajo mordiendo la almohada. ¡Vaya! Ahora entiendo los dichos de mi abuela.

Como se suponía que él estaba siendo agresivo, traté de gemir más de lo normal, como para demostrar que me dolía, que era casi virgen y que su pollón me hacía daño. Aunque, seamos sinceros, tampoco es que me haya dolido descomunalmente. Lo normal no más, si uno ya tiene cierto trayecto caminado en esta vida.

-¿Te gusta? – me susurraba al oído, a lo que le respondía con más gemidos.

Ay, a quien miento, debo reconocer que me gustaba, lo estaba haciendo bien. Luego me dio vuelta y mirándome a los ojos, levantó mis piernas para penetrarme de frente. A esas alturas embestía como loco y yo solo podía sentir unas cosquillas tan grandes dentro que, sin preverlo, de pronto, como por arte de magia, terminé.

Roberto solo se río mientras seguía con fuerza. Me mordía el labio inferior y su respiración caliente terminaba en mi mentón. Cada vez era más y más agresivo hasta que repletó el preservativo con su semen, cayendo rendido encima, sudando y riendo de lo bien que lo había pasado.

-En realidad… me gustas mucho –dijo luego de un rato, tras reponerse un poco.

-Tú también a mí – respondí antes de quedarme dormido en su pecho.

 


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