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¡Pobre! por jotaceh

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Día 80: Mini asesino japonés

 

Las cosas volvieron a ser como antes, o eso creía yo, porque hay ciertos detalles que me siguen sorprendiendo. La panza de Julieta sigue creciendo, al mismo tiempo que su mal humor. Igual la comprendo porque está estudiando mucho para dar los exámenes finales, mientras que los fines de semana va a trabajar al campo con mi mamá.

-¿Hasta cuándo podrás trabajar? ¿No es riesgoso para tu embarazo? –

-Un poco más, sé que puedo resistir. Ya cuando no pueda mirarme los pies, ahí me detendré –

Me preocupo por su estado, tan solo que la veo esforzándose tanto que prefiero quedarme callado.

En los recreos he vuelto a juntarme con Cristián y Emilia, ya no tengo problemas con ninguno y disfrutamos bastante nuestra amistad.

-Mierda, no puedo creer que haya creído que me gustabas. Si a mí no me atraen en nada los hombres –es uno de los comentarios que suele decir el moreno de vez en cuando, al recordar el bochorno que protagonizó por semanas.

-Ay amigo mío, es que la soledad es muy mala –intento comprender, pero siempre termino riéndome de su ingenuidad (estupidez).

-Y nosotros sabemos bastante de eso. Los tres estamos muy abandonados –Emilia decía depresiva.

-Bueno… querrás decir ustedes, porque yo estoy esperando a que regrese mi príncipe azul – y todo volverá a ser hermoso cuando vea el rostro de Rafael una vez más.

-Sí, suertudo… porque además escuché que han visto camiones de mudanza en la casa que era de los Eguiguren. Quizás y son ellos mismos –

Mi corazón se detuvo en ese momento y volvió a latir solo cuando, tras salir de clases, corrí en esa dirección. ¿Podría ser verdad? ¿Acaso el rubio había regresado al pueblo? No podía aguantar más, por lo que tras sonar la campana no esperé ni a embarazadas ni a amigos, solo me dediqué a soñar mientras mis piernas se deslizaban cual cisne en el lago.

Y claro, las cosas en mi vida nunca resultan como deberían. Cuando llegué a la casa donde yo también viví por quince años, me encontré con camiones bajando futones (camas japonesas), utensilios de cocina fabricados con porcelana oriental y cuadros de samuráis que más parecían pinturas de terror. O los Eguiguren se habían hecho otakus a morir, o quienes se mudaron eran una familia nipona. Prefería creer lo primero, pero luego se me acercó un chico bajito con ojos rasgados.

-¿Qué haces aquí? –

-Vaya, pero si hablas español –me sorprendí.

-Claro, si he vivido siempre en este país –y se nota, no era educado como los muestran en la tele.

-Entonces dile a tu cara, que pareces chinito –

-Japonés y la boca te queda donde mismo, campesino inculto –

-Poblador rural y la boca te queda donde mismo, chino grosero –

-Sigues sin decirme qué haces aquí. ¿Me quieres robar algo? – levantaba la poca ceja que tenía.

-Caminaba por aquí y me llamó la atención las cosas tan raras que estaban bajando. Solo eso, perseguido –

Me miró de pies a cabeza, frunciendo la boca, como si se creyera la puta Barbie oriental.

-Bueno, pareces medianamente decente y eres la primera persona que conozco en este pueblito, así que te ofrezco tres billetes si me das un tour por el pueblo - ¿en serio me iba a pagar por mostrarle dos cuadras de casas que se caen con el viento? Ya qué, dinero es dinero.

-Está bien, acompáñame –

Le dije antes de voltearme para ir en dirección a la plaza. El pequeño le dijo algo a los de la mudanza y luego corrió para encontrarme. Estuvimos dos cuadras sin decir palabras, hasta que recordé que tenía que ser simpático porque el chinito millonario me iba a pagar.

Quiero dejar en claro que me encanta la gente oriental, y que sé que es un tanto discriminador decirle chino a cualquier persona que no sea de esa nacionalidad, siguiendo un estereotipo, tan solo que no me cayó muy bien desde el principio. Además, todo hubiera sido distinto si fuese coreano, ahí creo que le hubiera perdonado hasta el mal aliento, pero no, tenía que ser japo.

-Me llamo Pablo, asisto a la escuela pública y he vivido toda mi vida aquí en El Sauce, así que conozco a la perfección cada rincón del pueblo… bueno, menos el prostíbulo, porque no es mi ambiente –

-Yo soy Ruka Mikitani, vivía en la ciudad, pero decidí mudarme a este pueblo buscando alcanzar mi sueño. Tengo dieciocho años…-

-¿Qué? ¿Dieciocho? Imaginé que tenías diez o menos –

-Suelo verme menor. ¿Tú cuántos años tienes? ¿Veinte? –

-Solo tengo dieciséis… soy menor que tú –

-Aparentas mucho más –

-¿No vez que ando con uniforme escolar? –

-Podrías ser repitiente, tienes cara de ser lentito –

Era más desagradable de lo que había imaginado, pero me contuve por los tres cochinos billetes que me iba a dar. Lo llevé a la plaza y le mostré la iglesia, la municipalidad, el cuartel de la policía y el de bomberos.

-Y aquí venden los mejores helados del pueblo. Los mejores porque son los únicos, a menos que quieras comer el hielo en bolsita que vende doña Juana, pero debes tener cuidado porque una vez encontré una mosca. Tengo un amigo que me conté que una vez le tocó una cucaracha, así que es como la cajita feliz –

-Sí, muy interesante… ¿Te puedo hacer una pregunta? –no estaba para nada interesado en el tour, y eso que él me lo pidió.

-Sí, pregúntame lo que quieras –

-Ya que has vivido toda tu vida en el pueblito, quiero que me hables sobre Rafael Eguiguren –

Escuchar su nombre me dejó más helado que los pies de Julieta. Ok, a veces nos acariciamos las patitas cuando dormimos para no sentirnos tan solos en este mundo tan frío. En fin, la cosa es que aquella situación comenzó a tornarse un tanto macabra. El chico antipático que se ha mudado a la casa de mi ex novio, ahora me pregunta explícitamente sobre él. ¿Qué significa esto? Solo una idea se me vino a la cabeza, la más obvia: lo mató y ahora quiere ocultar todo rastro. ¡Que me quedé viudo!

-¿Rafael? ¿Rafael Eguiguren? –

-Sí, eso acabo de decirte, ¿acaso no escuchaste? –para ser tan pequeño (me llega al hombro), es bastante cabrón.

-¿Uno rubio, alto, para nada galán? –

-Es guapo, pero sí, supongo que es ése que imaginas –

-¿Qué hay de él? –

-Eso quiero saber, que me cuentes todo lo que sepas –

¿Qué hago? ¿Le cuento toda la verdad? ¿Y si después me mata a mí también?

-No lo conocía muy bien, porque él era de plata y estudiaba en el colegio privado, mientras yo soy pobre y voy a la escuela pública. Supe que su familia quedó pobre, que por eso se fueron del pueblo y… -se me pasó por la cabeza el recuerdo de Cecilia y callé de pronto.

-¿Y qué? ¿Hay algo más? –

-No, nada más. Eso es lo que sé –

-¿Seguro? Porque alguien tan guapo debió ser popular en este pueblo de mierda. ¿Le conociste alguna pareja? ¿Alguien de quien se haya enamorado? – ay no, ay no, que ya empezaba a sonar como todo un asesino. Si le contaba que era mi novio, me mataba en ese preciso instante, en medio de la plaza.

-Sí, estuvo de novio por mucho tiempo, por lo que sabía… pero no sé si se haya enamorado –

-¿Con quién? Quiero nombres –

-Emilia… la hija de la sirvienta –estaba tan nervioso que mezclé todas las historias. Rafael tuvo una relación larga, pero con Julieta. Dije el nombre de Emilia, porque no quería poner en peligro a la embarazada. Y quien era el hijo de la sirvienta era yo. Solo dije lo primero que se me vino a la cabeza.

-Bien, entonces debe ser ella… Gracias por tu información, toma los tres billetes. Nos vemos –se despidió con la cara seria típica de un asesino en serie, pasándome el dinero en la mano.

Me quedé parado en la plaza, viendo como el enano se marchaba tranquilamente.

Mierda, mierda, ¿qué había hecho? Me asusté tanto, que al recobrar la cordura comencé a correr de inmediato en dirección a la casa de Emilia.

Ay amiga, que creo que alguien te quiere cortar la cabeza. ¿Cómo le digo eso sin parecer loco?

 

 


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