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Corre Noah, corre. por Neko_san

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Notas del capitulo:

¡Hola! Lamento la demora; he escrito más de lo normal (pero es que estaba tan inspirada :'D) No pueden culpar a una autora así :'/

¡Espero que les guste!

–Noah ¿qué sucede?

     –James... –trato de esforzarme por no arrastrar las palabras; pero con las molestas lágrimas que no paran y los mocos que caen desde mi nariz, a los que tengo que sorber para no empapar mi cara con más fluidos, me es casi imposible –... es James...

     – ¿Es James?... ¿Estás con él?

     Logro alcanzar un dejo de desesperación en su tono de hablar.

     –No... yo...me escapé.

     – ¿Estás en tu casa? –Agito mi cabeza con gesto de aprobación como si pudiese verme, y arrastro con fuerza mi garganta en un sonoro: sí. –. ¿Te ha hecho daño? ¿Quieres que llame a la policía?

     –No, yo... necesito que me ayudes. Sólo ayúdame.

 

Mis ojos se abren estrepitosamente, como si se me fueran a salir, en medio de los llamados de Adele.

     – ¿Noah?

     Lo primero que busco con la mirada es la hora, del reloj que descansa en mi escritorio: son las 13:14. Muy tarde, aunque sea un día Domingo. Por la ventana que da a la calle entra los cantos de los pájaros, la iluminación del día que alumbra todo mi cuarto y uno que otro motor de auto o motocicleta que se escucha a lo lejos.

     – Noah, ya es la hora de almorzar.

     Recapacito con todos mis sentidos, cayendo abruptamente todo la realidad encima de mí, y me incorporo sobre la cama, con la misma vestimenta de anoche.

     – ¿Noah?

     Mi lengua se traba un poco, sólo hasta que logro captar las palabras que en mi mente podía reproducir sin dificultad. –Ya voy, mamá.

     Oigo un soplido en la otra parte de la puerta, como un suspiro de alivio.

     –Dios mío, no vuelvas a asustarme así. Pensé que te pasaba algo.

     –Lo siento, ya bajo con ustedes.

     Anoche... anoche hablé con Mica. Mi cabeza da vueltas por alguna razón, como una resaca que ataca después de una gran borrachera. Y como tal, como objeto de una resaca que recibe a algún desafortunado por la mañana, trato de recordar qué es lo sucedió anoche. Recuerdo claramente el encuentro con James, pero la llamada con Mica...

     Tengo la impresión de haberle dicho algo breve y luego de eso caer, finalmente, sin energías, desmayado.

     Él me dijo... me dijo que... nos teníamos que reunir. Hoy. Me dijo que hoy, a las 17:00.

     Quería tomarme un tiempo para pensar en dónde dijimos que nos reuniríamos; pero la necesidad de orinar me estaba matando, no me dejaba pensar.

     Me levanto tambaleando, y me dirijo al baño. Una vez dentro hago mis necesidades, y aprovecho a lavar mi rostro. El agua tibia que hace contacto con mi cutis de la mejilla izquierda me quema. Inconscientemente doy un grito sordo y observo a través del espejo, con objetivo de sólo mirar a esa zona sensible, las múltiples heridas que tengo recalcadas.

     James me golpeó en esa parte. Y las otras... fueron fruto de un bombardeo variopinto.

     Me veo tan degradante, tan... frágil con todas estas heridas. ¿En qué momento dejé que esto pasara? ¿En qué momento me volví en... un total debilucho? ¿Por qué diablos no encaré a James como un hombre? Salí huyendo. Si realmente amara a mis padres, si realmente quiero a Simón, si realmente quisiera que no salieran lastimados yo... simplemente lo debería haber tirado del risco. Al demonio la buena voluntad de los demás; tuve que haberlo hecho, pero sólo lloriqueé en todo momento.

     ¿Acaso no soy un hombre, eh? –Le digo, con odio, a mi reflejo.

     Y encima de todo eso, llamé a Mica –a saber la alta hora que era–, molestándolo, interrumpiendo en su vida.

     Siento tanta vergüenza pero... hay una fuerza en mí, una vocecita, que me susurra que quiere seguir, que no quiere morir, que quiere acabar con esto. Supongo que esa vocecita, esa fuerza es... mis ganas de vivir o... mi virilidad quizás; que ha despertado.

     Si quiero, si realmente quiero parar esto y sacar a mis padres y a Simón de esto, tengo que pelear. Sin lágrimas, sin temores... sin ser un debilucho. O me odiaré toda la vida.

     El almuerzo ha sido rápido. Comí con velocidad para evitar nuevas pero repetitivas preguntas como: ¿Y esa nueva marca en tu rostro?

     En mi celular no hay vida. No hay registro de llamadas o mensajes del número de esa persona, pero sí las de James; que serían lo mismo. No me inmuto en revisarlas, por ahora no.

Recuerdo haber dicho –yo mismo, sorpresivamente– a Mica que iría a su casa. Que no quería que James lo viera venir, si es que rondaba o seguía por aquí cerca.

     Ya casi las diecisiete en punto, me visto con unos pantalones militares holgados, unas zapatillas deportivas, una camisa blanca y una campera verde oliva con un pequeño secreto que me sería útil después; por debajo de ésta guardo una gorra negra que luego usaría.

     Esta vez, en que observo el reflejo de mi rostro en la ventana, me prometo defenderme con más ferocidad a la próxima que alguien se quiera meter conmigo para evitar otro moretón, o... la otra opción que había pensado era la de empezar a comprarme maquillaje para disimular los tonos amarillo, violeta y purpura que coloreaban mi rostro.

     Tomo mi móvil, y, justo en la salida de mi casa, experimento un gusto de inseguridad, de una pequeña culpa en mi paladar.

     ¿Y si les sucede algo en mi ausencia?

     –Mamá. –Adele viene con sus lentes para leer y unas cuantas hojas en sus manos. Me mira parpadeando paulatinamente.

     – ¿Y tú dónde vas jovencito?

     –Iré a la casa de un amigo, no vive lejos. –No contesta, sólo asiente como gesto de aprobación. Me tomo un tiempo, para decirle –: si algo sucede llámame, ¿sí?

     Sonríe maliciosamente, una sonrisa gatuna.

     –Claro. Ya eres el hombre de esta casa, te avisaré cualquier movimiento que perturbe a esta frágil mujer en sus cuarenta.

     –Por si no lo sabes yo también estoy aquí. –Grita Harold desde la sala.

     –Ve con cuidado. Tú haz lo mismo si algo te sucede.

     Difícilmente, con un nudo en mi garganta, asiento y salgo.

     Estarán bien. Tengo que terminar con esto.

     Dicho eso, la misión entra en marcha.

     No hay pistas de James. Me dirijo a unas cuantas calles donde la parada del autobús.       Durante el trayecto, aprecio que el día está nublado, pero no se ve que llegue a más; a una lluvia o tormenta eléctrica que nos asalte con previo aviso gracias a los oscuros tonos de las nubes. El autobús viene a la hora exacta y subo tranquilamente. Casi no hay pasajeros. Bajo cuando llega a mi destino: la cafetería “Green”. A pesar de no haber venido aquí nunca, sé, a través de comentarios que flotan en el colegio, que es un lugar en el que concurre mucha gente, en especial luego de que las clases terminan o incluso cuando están en proceso pero algunos se escabullen y vienen hacia acá.

     Luce con una arquitectura y decoración moderna; no como la cafetería en la que fuimos Mica y yo, que tenía aspecto más tradicional y familiar. Ya veo porqué vienen muchos, parece que fue construido especialmente para atraer a chicos de mi edad.

     Entro, y me zambullo entre la gente que en su mayoría está de pie. El lugar tiene ventanas grandes que dejan ver al exterior lo que sucede adentro; trato de perderme entre ellos hasta entrar al baño de hombres. Ingreso a uno de los baños privados; con rapidez me saco la campera y la doy vuelta: tiene otro lado con diferente aspecto, como si fuera una campera nueva. Dos por uno, dijo mi mamá al comprarla.  Este lado es de color gris cenizo, tiene más bolsillos –que sirven como decoración– y el cuello más largo. Saco de ella la gorra negra y me la coloco justo en la cabeza. Llevo algunos cabellos que quedan fuera de ella para adentro para ocultar el castaño de mi cabello.

     El taxi. Tomo mi móvil y marco a una línea de taxis. Arribará dentro de diez minutos, detrás de la cafetería.

     Cuando llega la hora en la que se supone que el taxi debe haber llegado, espero unos dos minutos más y salgo nuevamente tratando de pasar desapercibido entre la gente. Me direcciono a la puerta de emergencias –que da a la parte trasera de la cafetería– y al salir, el taxi está allí.

     Al subir saludo al chofer y le indico la dirección de Mica. Se pone en marcha.

     Cualquiera que vea todo este enredo que he hecho me diría, francamente, que estoy loco o, que soy un completo paranoico; le daría la razón a esa persona. La paranoia me ha afectado hasta en lo más mínimo, al punto que, tengo que calcular cada paso que dé.

     Antes de idear todo, pensé que... tal vez James seguiría por ahí. Rondando por mí casa, escondiéndose entre los arboles de los bosques. Y que si me vería, me perseguiría. Sería testigo de mi trayectoria: la casa de Mica. Y no dudaría en incluirlo a su lista, al igual que lo hizo con Simón. Y, lo menos que quiero, es que eso suceda: poner en peligro a alguien más.   Con este procedimiento especulé que tal vez me podría perder de vista, que Mica estaría a salvo.

     Lo necesito. Si quiero parar esto, lo necesito. Necesito tener a salvo a Mica.

     Dos cabezas piensan más. Ya no seré una gallina.

     Si hay algo que pueda evitar, tomaré cualquier medio para hacerlo. Aunque sea ridículo, extravagante, o loco. Podré dormir con un poco de paz, al menos.

     –Ya hemos llegado. –Apenas me había percatado del movimiento del automóvil.

     – ¿Cuánto es?

     –Diez dólares.

     Le doy lo pedido y salgo. Veo a Mica esperándome en la puerta.

     Toda la valentía con la que había venido parece tambalearse al verlo. Me recuerda a la llamada de anoche, no puedo evitar avergonzarme, pero aun así mis pies se mueven hacia él.

     –Noah –Parece estar igual; pronuncia mi nombre con algo de inseguridad.

     Yo sólo logro a sonreírle, un patético intento de sonrisa.

     –Ven, pasa. –Pero sorpresivamente su voz pasa a ser firme y autoritaria. Le hago caso.

     –Noah... –Su madre me mira con los ojos desorbitados, altamente asombrada.

     Un hombre, alto, con ojos y pelo color café también se detiene al verme. Deduzco que es su padre.

     –Él es Noah Payne, un amigo del colegio. –Las palabras de Mica parecen dirigirse más a su padre que a su madre, quien ya nos vimos una vez cuando me dejó en casa.

     Asiento en un tonto intento de presentarme. El ambiente se pone un poco incómodo.   Continúan mirándome como si hubieran encontrado un nuevo espécimen animal.

     –E-Es un placer. –Su padre estira su mano y la recibo.

     –Me da un gusto volver a verte, Noah.

     –Lo mismo digo, señora – ¿Señora? No se ve tan adulta para llamarla así ¿La habré insultado? –. Señorita.  –Dios, he quedado peor. Ahora su padre creerá que la estoy seduciendo o algo.

     Me esperaba una bombardeo de risas o de gestos desaprobatorios, pero en vez de eso sólo se me quedaron viendo con una sonrisa; no una inquieta o disgustada, sino unas auténticas, de buena fe. Noto un leve sonrojo en las mejillas de su madre.

     –Noah, sígueme –Dice Mica para encaminarse en un estrecho pasillo que desemboca en un puerta de tela. –. Estaremos en el patio trasero.

     Avanzo entre sus padres quien aún me siguen con la misma expresión, y al llegar a la puerta la luz gris, producto del sol escondido entre las nubes, me recibe.

     El patio es extenso, abundante césped  –más no de flores como en mi casa–  que está dividido por cercas de madera con los demás patios de las casas vecinas. En el medio, hay una mesa y dos asientos plegados de madera.

     –Espera, Noah –Cuando llegaba junto a él, pasa a mi lado para volver de donde habíamos salido –. Toma asiento, olvidé el bloc de notas.

     –Claro... – ¿Bloc de notas? ¿Habrá... alcanzado a hacer alguna estrategia?

     Tan pronto como se fue, volvió.

     Con el rabillo de mi ojo alcanzo a ver que el papel delantero del bloc está en blanco; lo que descarta mi teoría.

     Nos miramos mutuamente, sin saber por dónde comenzar o, más probable: cómo comenzar. Siento como si fuese incapaz de articular palabra alguna. Es la primera vez que nos reunimos, formalmente.

     –Oye Mica, yo anoche...

     – ¿Te ha hecho daño? –Me interrumpe, echando un vistazo a mi mejilla izquierda.

     –Sólo me abofeteó –apenas termino, toma un lápiz negro y lo anota en el bloc – ¿Para qué lo anotas?

     –Es un método para procesar mejor la situación; hay veces en que nos olvidamos de algo que podría sernos útil.

     –Va.

     Su padre es policía... quizá él se lo enseñó.

     –... ¿Quieres... que te lo trate?

     – ¿Eh? No, está bien. No duele.

     Asiente.

     – ¿Te ha hecho algo más?

     –No.

     – ¿Podrías contarme qué sucedió ayer?

     –Seguro. –Reproduzco la historia. Tratando de no perderme ni de la más minúscula cosa. –...se veía muy autentico: como si en realidad no supiera nada al respecto.

     – ¿Dijiste que no podían concederle una arma de fuego?

     –Sí, él solía robar; pero lo dejó.

     –Tiene un mal antecedente –En vez  de sonar como una interrogación, fue más bien una afirmación para sí mismo –. No le pueden conceder una; no obstante puede que se lo hayan prestado pero...

     – ¿Pero? –Sus ojos están intactos mirando hacia un punto indefinido, parpadeando más de lo común pero no más de lo anormal, con gesto pensativo.

     –Las fotografías aparecieron en el colegio, para ser precisos: en tu casillero. Noah, ¿no me dijiste que alguien te había atacado en el baño antes de eso? ¿Cuándo viste las zapatillas debajo de la puerta del baño privado?

     –Sí –Respondo ansioso. Creo que sé a dónde quiere llegar. – ¿Dices que esa persona... pueda ser alguien del colegio?

     –Es complejo; por una parte, para que las fotografías aparecieran en tu casillero debe ser alguien del colegio para haber logrado colocarlas allí, sabes que los de seguridad no dejan entrar a alguien que no sea un alumno: ellos nunca se olvidan de una cara. Además, el incidente del baño pasó durante las horas de clases, los de seguridad se ponen más alerta en ese periodo. No pudo haber ingresado. Y, por otra parte, James es el único que sabía dónde estaban tus padres.

     Algo no concuerda.

     –Hay piezas que no caben... puedo preguntar a los de seguridad si le han visto. Tal vez eso sea lo mejor.

     Ezra... Ethan... Rory... Logan... ¿cómo podrían ellos saber dónde estaban mis padres? Pero...   ¿cómo James podría entrar al colegio?

     El día del bosque él... también estaba de viaje.

     Sólo logro a dar un suspiro, dejando escapar la combinación de desconcierto, rabia y, dolor de cabeza.

     Oigo los pasos de Mica rodearme, hasta que se sienta a un lado mío.

     –Más allá de eso yo... no logro comprender como harían algo como esto. ¿Por qué? Yo nunca les hice nada. –No quiero que lo que acabo de decir suene como una derrota, solamente quería expulsarlo.

     –Mi madre es médica forense, tuvo que estudiar durante unos años psicología mientras cursaba.

     Aparto la vista hacia algunos árboles que hay en el patio para prestar atención a Mica, quien parece estar buscando las palabras a través de la mirada.

     –. Ella me dijo una vez, que existía un detonante, que era como una especie de estallido, una explosión que se da por ciertos factores, cuando... todo lo que almacenabas, una emoción o un sentimiento, estalla estrepitosamente. Cuando esto se daba en personas psicológicamente inestables, los resultados casi siempre eran fatales. La persona que pasa por esa detonación, busca métodos desalmados para vengarse de la otra persona que lo provocó; no hay rastros de moral para quien esté pasando por eso, no experimentan la culpabilidad, sólo tienen un objetivo. Incluso si los motivos que hayan inducido la detonación pueden ser absurdos; pero para esa persona es algo personal. Alguien estable no puede darse cuenta cuando está con uno que no es como ella/él e inconscientemente, sin tener malas intenciones, puede ocasionarlo. No es fácil frenarlos.

     Presiento que quiso darme una explicación, con respecto al actuar de esa persona.

     Tal vez trata, sutilmente, de decirme que he detonado a alguien, sin darme cuenta; lo que me lleva a recapacitar con más miramiento cada situación. Cada sospechoso.

     –Rory... –Soliloquio–... yo dejé de prestarle mis apuntes a Rory, por eso él me enfrentó en la escuela –escucho el deslizamiento del lápiz contra el papel; está anotándolo. –. Ethan... –hasta la más absurda cosa –...dejé de visitarlo en la cancha, en los partidos. También dejé llevarle bocadillos o alguna bebida para que recuperara fuerzas. –hasta lo más absurdo–Ezra... sólo lo he tratado de evitar. –Ilógico–. Logan igual y... –A Mica también.

     Lo último no lo digo en voz alta.

     Con Simón y James nuestra relación o curso ha seguido igual. Había permanecido intacta.  No puedo agregar algo referente a ello.

     – ¿Crees que les pudo haber afectado?

     –Quizás –Deja la nota sobre la mesa. –. Si consideramos que son personas inestables, es probable.

     Doy una risa sorda, casi satírica –Sólo una persona enferma es capaz de hacer esto.

     –Noah –Me viro a verlo. Me observa seriamente, como analizándome – ¿Por qué el repentino cambio?

     El cambio. Estoy consciente a qué se refiere; pero no creo poder decírselo mientras lo miro a los ojos. Aparto mi mirada para mirar el césped.

     –Me di cuenta de algunas cosas –Mi mente se dispara a aquel día con Sophie.

     Hasta lo más absurdo. Tengo que contarle para no dejar cabos sueltos.

     –Sophie me... dijo que se aprovechaban de mí; con eso metido dentro de mi cabeza comencé a examinar si era cierto. Y resultó que sí lo era. –Suspiro–Sólo quise que pararan de hacerlo, eso es todo.

     Ambos guardamos silencio. La brisa que sacude las hojas de los arboles es la única que parece hablar.

     –No se me ocurre nada que pueda haber afectado a Simón o a James. No estuvimos mucho en contacto durante el primer incidente.

     –Descuida, por ahora tengamos en cuenta a los demás –Asiento–. Tendremos que vigilarlos dentro y fuera del colegio; cualquier actividad que te parezca sospechosa debes decírmelo. Intentaremos estar más tiempo juntos...

     – ¡No! –Me sobresalto interrumpiéndolo–. No debes estar cerca de mí, no nos puede pillar juntos. Si esa persona te ve te arrastrará también. Debes estar lejos.

     Está sorprendido, pero poco a poco parece entender mi punto.

     –Está bien pero, trata de estar lo más alerta posible. No quiero que te suceda algo peor, debes llamarme si estás con él.

     –...Está bien. –Digo un poco a regañadientes. La idea suena igual a que si estuviéramos juntos; él lo vería.

     –Con respecto a tus padres, le pediré al mío que envíe una patrulla para que ronde por tu casa.

     Un alivio inmenso, agradable, inexplicable, me envuelve. La idea de que mis padres puedan estar a salvo me absorbe.

     Sin poder evitarlo abrazo a Mica.

     –Gracias. –Lo libero sin preocuparme en si he sido demasiado molesto o irrespetuoso. La alegría que siento es grande y se apodera de mí ser. – Sólo necesito que los cuiden cuando yo esté en clase, lo demás, me las apañaré yo solo.

     –Seguro. –Indica con una sonrisa amplia, más de las que suele dar.

     –Pero no puedes decirle porque...

     –Lo sé, le diré que por los alrededores ha habido asaltos pequeños o alguna conducta inapropiada que les ha preocupado.

     –Vale.

     –En lo que refiere al colegio, trataremos de seguir con la misma conducta relacional; sólo que ahora tendremos ojos en la espalda.

     –Sí. –Por una extraña razón, el encuentro con Mica me ha abastecido de unas energías que necesitaba; se ha volcado... jubiloso, me siento contento de saber que cuento con el apoyo de alguien y, que además, me ayuda a resolver este lío. Es como un pequeño ensueño en la esquina de un gran cuarto de pesadillas.

      Siento que nunca voy a poder saldar esta gran deuda que ahora tengo con él.

     –Mica... gracias. –Tengo la impresión de que es la primera vez que soy tan sincero con alguien. Que realmente estoy agradecido por algo.

     Le miro, pero esta vez ineludiblemente le sonrío con más confianza, como si fuéramos amigos de la vida.

     –Eres muy bueno para esto, astuto. –Lo halago torpemente– Ni yo lo habría podido evaluar como tú lo has hecho. ¿Serás policía como tú padre cuando grande? Te iría muy bien y, necesitamos a más como a ti aquí.

Me brinda una sonrisa, como abriendo el caparazón con el que hasta hace poco los dos nos cubríamos.

     –No, voy a estudiar medicina. –Sacude la cabeza en gesto negativo permaneciendo la sonrisa aun intacta –. Quiero ser pediatra.

     – ¿Pediatra? –Afirma –. Eso es bueno Mica; estarás rodeado de niños... más que trabajar será como estar en el paraíso. –Es una buena elección, le iría bien y a los niños sin dudas les encantará estar con él. – ¿Hay algún motivo en particular?

     –... Sólo siento que es mi vocación.

     –Ya veo.

     – ¿Y qué me dices de ti?

     –Yo... –hacía tanto que no pensaba en eso; aun así, la razón seguía latente en el algún lugar y aparecía cuando debía. –... quiero ser veterinario.

     – ¿De verdad?  –Afirmo con movimiento de cabeza –. No me lo hubiera imaginado. ¿Por qué?

     Mi mente divaga a ese entonces: a la razón. A ese recuerdo que se reproduce como una máquina que está por proyectar una película.

     –Cuando Simón y yo teníamos diez años, tuvimos un perro, tenía la apariencia de un labrador. Un día, cuando salíamos de la clínica, nos lo encontramos: estaba en una esquina de la acera, agitando su cola. Nunca había estado tan cerca de un animal hasta ese entonces; cuando me acerqué para acariciarlo me pareció muy lindo y, nos comenzó a seguir por todas partes, se había pegado a nosotros.

     Era un lindo perro.

     –No nos molestaba en absoluto; yo era el que más se había encariñado con el perro. Lo llamamos Siah; una abreviatura de Simón y Noah. Lo que más me gustaba de él era que... era como nosotros dos: tenía una deficiencia, uno de sus ojos estaba cubierto de una especie de nube blanca; era ciego, y eso me causó mucha simpatía. –Admito algo culpable. –. Simón era mudo, yo era sordo y, Siah era ciego. Compaginábamos.

     Mi corazón se empieza a abrumar.

     –No supimos cómo pero, cuando el sol salía él siempre estaba en el patio delantero de mi casa para recibirme, y en la noche, iba a la casa de Simón. Parecía como si hubiera estudiado el recorrido de nuestras casas. –Siento cada vez el recuerdo con más realismo –. Una mañana, en invierno, no le vi en mi casa, y eso me... aturdió. No estaba por ningún lado. Le pedí a mamá que llamara a Simón para saber si estaba con él pero me dijo que había rastros de Siah.

     Lo había esperado, como todas esperan el sol cuando amanece.

     –Simón y yo inmediatamente nos pusimos en su búsqueda: fuimos a nuestras escuelas, preguntamos a los vecinos o a la gente que pasaba; nadie le había visto. Entonces se me ocurrió ir a la carretera, cerca de mi casa; pensé que podría estar allí ya que para llegar a mi casa debía pasar por ahí antes. Y...

     Ahí estaba.

     –Lo encontramos; estaba recostado en medio de la carretera. No transitan muchos autos por ahí, pero cuando uno pasa en las noches la vista es casi nula. Nos acercamos hasta él y... vimos que en su vientre había la forma del neumático de un auto; estaba muerto. Había muerto camino a mi casa. –Hacía tanto que no lo recordaba–. Lo enterramos en un bosque cercano, y rezamos por su alma. Me sentía impotente y muy triste por no haber podido salvarlo. Por una parte me sentí aliviado de que hubiera sido arrollado por un auto y no... haber muerto por los otros; porque de haber sido así hubiera sufrido.

     ¿Me habré extendido con el relato?

     Mi pregunta me despabila.

     –En fin, yo... de esa experiencia supe que tenía que ser veterinario. Me gustan mucho los animales y, quiero salvar a cuantos más pueda. –Finalmente le miro y recuerdo–: aunque le tengo un miedo irracional a los conejos. –Río con algo de vergüenza.

     –Noah...

     – ¿Mhh?

     –Tú... –Parece procesar algo en su cabeza. –... dijiste que Siah te simpatizó porque era como ustedes, era ciego; Simón era mudo y tú... ¿eras sordo?

     El corazón se me paraliza. Creo que mis ojos deben verse como si estuvieran por salirse de sus orbitas. Se lo he dicho, y ni siquiera me había dado cuenta, estaba tan ensimismado.

     Me pongo de pie abruptamente. Lo primero que pienso es en escapar, salir de ahí.

     Él lo sabe, Mica lo sabe. No importa, quiero salir de aquí. No me importa.

     Mis pies marchan hacia la puerta de tela, están dispuestos a ir allá pero Mica me sostiene el brazo, tratando de detenerme.

     –Espera Noah.

     Siento como toda la sangre de mi rostro se va hacia algún lugar que está fuera de mi conocimiento; llevándose también consigo todo el color que tiñe mi cara, incluso el de las heridas. No lo puedo mirar. Él lo sabe; nadie puede saberlo. Mis fuerzas... parece que también quieren irse hacia ese lugar junto con mi sangre.

     –No... tengo que irme. –Titubeo.

     Puedo percibir como mis brazos flaquean.

     –Yo tengo que irme.

     –Noah, cálmate. –Insiste. Tomo más fuerza para soltarme de su agarre hasta que lo consigo. Mis pies marchan. –Noah, espera. Yo... yo tenía un hermanito.

     Lo último dicho me detiene en seco, es como si hubiera dicho una palabra mágica.

     No recuerdo haber visto a un niño en la casa.

     –Él..., murió frente a mis ojos. Era asmático... yo no, pude hacer nada para salvarlo.

     Me congelo. Lo que me acaba de decir apenas lo proceso, pero poco a poco empieza a surgir un dolor en el pecho y en el estómago. Sólo puedo pensar en blanco.

     Me viro a verlo, reconozco esa expresión que tiene: labios apretujados, cejas palpitantes, y... dolor en sus ojos; es la cara de alguien que ha dicho por primera vez un secreto. Que ha admitido algo. Que lo ha desenterrado.

     Llevo mi mano hacia los auriculares, escondidos debajo de los cabellos que caen en mis orejas.

     –Por eso quieres ser pediatra. –Murmuro, mirándole.

     –No le diré a nadie.

     –No, no puedes...

     Siah, mis compañeros de la escuela, los otros: todo eso me golpean juntos.

     –No tienes por qué preocuparte. No es malo...

     Toda mi vida viví ocultándolo, porque... pensé que era...

     –... no es malo.

     Constantemente me dije eso: hay que ocultarlo para que cosas malas no pasen. Siempre pensé que si lo decía, todo se iba a volver a desencadenar: iban a haber caras admirándome con asco o con diversión, viéndome con a un fenómeno, pero ahora viene Mica y...

     –Está bien... –Estira su mano para tomar delicadamente mi brazo.

     Yo aún debo mirarlo horrorizado, sólo que, con la diferencia de que mis lágrimas empiezan a posarse lentamente.

     –Tu hermano... ¿cuántos años tenía?

     –Cinco.

     Era muy pequeño.

     –...Todos tenemos algo que ocultar.

     No puedo hablar, el nudo en mi garganta me presiona. Únicamente puedo afirmar con la cabeza frenéticamente, compartiendo, con una sonrisa entre labios, nuestro dolor; que, aunque sean muy diferentes, muy distantes... es dolor y, lo puedo sentir en carne viva.

     Nunca me esperé que la primera reacción de alguien que lo supiera, fuera buena.

     Me quedaba días imaginando que recibiría una risa burlona, que me señalaran con el dedo, que empezaran a circular los chismes de boca en boca,  que se alejaran cuando me vieran venir, que me miraran solo con el rabillo de sus ojos y que me hablaran –si es que lo hacían– a través de una hoja a medio cortar y escribieran allí lo que querían comunicarme.

     Pensé que eso sería lo normal, ¿no?

     –Todo está bien, todo está bien.

     Creo que por eso estoy llorando. Porque no me ha escupido, porque no ha hecho lo que todos harían. Porque no ha hecho lo que me esperaba. Porque en sólo segundos, ha demolido una imagen que construí en años.

     –Sí..., todos tenemos algo que ocultar. –Exclamo con franqueza, bajando la guardia, aun con mi boba sonrisa, entre pequeñas lágrimas.

     –... Lo encontraremos, es una promesa.

     Río. –No hay de otra; hay que hacerlo.

     Me sonríe.

     Unos cuantos pasos nos toman desprevenidos. Volvemos a nuestras posiciones; me volteo brevemente para tratar de limpiar con las mangas de mi abrigo las lágrimas.

     –Noah –Es la voz de su madre.

     Cuando me cercioro que al menos tengo un aspecto sólido, me viro a verla: está también su padre. Han venido hasta nosotros.

     –Como el día casi se está acabando... –apenas lo menciona me doy cuenta del ocaso. El tiempo había pasado con una velocidad sorprendente. –pensamos que nos podrías acompañar en la cena.

     Casi automáticamente dirijo mi mirada hacia Mica, buscando alguna seña de consentimiento, de que no molestaré si lo hago. Me mira igual de sorprendido, lo que me   dificulta más procesar mi respuesta.

     –Yo... seguro. Me encantaría, sino es molestia.

     Su madre abre los ojos de par en par mientras que el padre expande aún más su sonrisa.

     –No, para nada. Nos... encantaría. –Imita la sonrisa de su esposo, sólo que, inexplicablemente, se lanza a llorar. –Lo siento, yo... prepararé la cena. –Entre risas trata de limpiarse y se marcha junto con su padre. – ¡No tardará mucho!

     –Claro. –Digo algo confuso.

     Me sorprendió su reacción. Parecía que le había dado la noticia más grande del mundo, o la más esperada.

     Finalmente dejo de seguirla con la mirada y me viro hacia Mica; está igual de asombrado como yo. Pero luego parece comprender el por qué y relaja sus facciones.

     Los dos chocamos nuestras miradas y solo podemos permitirnos dar una sonrisa.

     La hora de la cena llega; hubo un festín de comida dulce, salada, y hasta agría. Fue una buena velada, los padres eran iguales de cálidos que Mica; aunque algunas veces soltaban algo que hacían avergonzarlo.

     Me devolvieron a casa, y me despidieron casi como una pompa.

     Mica y yo nos damos el último vistazo, y el auto arranca.

     No sé cómo explicar esto, pero estoy... ¿feliz?   

     Sí, creo que sí.

     Mis pies descansan en mi cama, mi cabeza sobre la almohada y mis brazos caen sobre los lados. Me quedo observando el mismo techo color hueso.

     Estamos cerca, me digo. Nos hemos acercado lo suficiente, aunque para otro parezca lo contrario; para mí es mucho, es un alivio.

     Recuerdo los mensajes de James, los que me había dejado en el buzón y no revisé.

     Llevo mi mano hacia mi bolsillo, y saco el móvil.

       « 14 llamadas perdidas y 56 mensajes.  »

     Me sorprende la cantidad de mensajes.

     Todas las llamadas vienen del número de James. Reproduzco una:

     «Noah, si estás escuchando esto quiero que me digas si te encuentras bien, yo...» –Lo detengo. No quiero escuchar el resto, sé lo que dirá.

     Me encamino a los mensajes; todavía no me creo la cantidad que hay. Pero... no todos son de James: solamente cincos; una de Simón y... cincuenta del número de esa persona.

James:   « Contéstame. »;  « Necesito que hablemos, Noah. Ponte en contacto conmigo.» « Quiero ayudarte. Tienes que detener esto. »

     Sé que los dos últimos mensajes serán similares a los otros tres anteriores, por lo que no pierdo el tiempo en explorarlos.

Simón: « James ha venido a mi casa... se veía alterado. Creo que deberías hablar con él. Pd. No le he dicho nada de ti. »

     ¿Le ha ido a ver? ... Él dijo que lo haría si yo no le respondía; sí fue.

Número desconocido: «Hijo de perra. »; «Come mierda.  »; « Debilucho. »;  « Retardado. »; « Inútil»;  « Te vas a joder.  »; «Asqueroso.»;   « Hijo de puta.»;  «Cara de mierda.»;  « No vas a poder.» «–40 mensajes más...

Notas finales:

¡Hola de nuevo!

No puedo más que colocar lo que todos estamos pensando en este momento: ¿Estarán cerca?

¡Nos leemos! 


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