Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Historias Cortas de Inuyasha. por Keiko Midori 0018

[Reviews - 30]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

La vida y la muerte no se juntan pero no pueden estar separados.

Él es la muerte, él mata todo lo que toca y no puede amar. No hasta que conoce a la vida, ahí es cuando empieza a sentir más allá de su compresión.

Pero, la vida y la muerte no pueden estar juntas por más que se necesiten.

Un día soleado, una caminata por el bosque escuchando el canto de las aves, sin duda un día perfecto. Todo pinta como algo bueno, algo lleno de vida.

Se mueve como si fuese una fría brisa de viento, sus ojos brillan como el sol pero no poseen vida. Nada en él posee vida.

Acaricia las hermosas flores coloridas del lugar y como era de esperarse, estas se marchitan en cuestión segundos ante su toque. Todo lo que toca muere, nada escapa de sus manos.

Un ciervo le da la bienvenida, se le acerca lentamente y acaricia su cabeza, el animal poco a poco va cayendo pero sin dejar de tratar de alcanzar un poco de vida. Nadie se le escapa. Nadie escapa de sus manos.

Nada se escapa de la muerte.

Sólo mira al ciervo en el suelo, lo ve soltar ese último aliento de vida... La vida, algo que cree tan maravilloso.

Él es la muerte, todo de él significa muerte aunque no se vea como los mitos y leyendas lo mencionan.

Su cabello largo danza con el viento, su piel pálida lo hacen ver como lo que es, un ser diferente a todo lo existente.

La vida y la muerte, no se juntan pero no pueden existir el uno sin el otro. No puede haber vida si no hay muerte, no puede haber muerte si no hay vida.

Sigue su recorrido. Con cada paso se maravilla ante lo que ve, está rodeado de vida pero condenado a no tocarla o morirá entre sus dedos.

Un extraño sonido lo hace dejar de admirar el lugar. Humanos.

Los cree criaturas maravillosas, son representantes de la vida y a pesar de ser tan frágiles le llaman la atención.

Caminó en su dirección, al llegar vio a un niño llorar. Supuso que estaba perdido.

El pequeño pedía ayuda, pedía que su madre volviera.

Se acercó, ese niño tenía algo que llamaba su atención.

—Deja de llorar. Si eres débil no lograras sobrevivir.

El niño frotó sus ojos para limpiar los rastros de lágrimas. Vio al extraño frente a él y quedó intrigado, nunca había visto a alguien similar.

El niño se le acercó, trató de tocarlo pero él se apartó.

—No deberías tener tanta confianza con los desconocidos. Sígueme.

Empezó a caminar, el niño le siguió en silencio.

No tardaron mucho en llegar a la salida del bosque, logro vislumbrar una aldea.

—Listo. Busca a tu madre y no vuelvas a separarte de ella.

Le ordenó con voz firme y el niño sin entender del todo asintió.

—¿Volveré a verlo?.

Eso lo sorprendió, nadie en su sano juicio quisiera estar con él. Nadie quería a la muerte cerca.

—Tal vez.

Al decir su linea se volvió una neblina oscura desapareciendo de la vista del pequeño que corrió hacia la aldea.

...
...


Reapareció en lo profundo del bosque, nunca había hablado con un humano. Sólo los veía por unos segundos antes de que muriesen en sus manos, cuando recibían el frío toque de la muerte.

—Los humanos son extraños.

Era cierto, o tal vez ese niño era muy ingenuo.

Recordó a ese pequeño, su altura no sobrepasaba su cadera y poseía unos ojos azules desbordantes de vida, tal vez eso fue lo que lo atrajo. Tenía el cabello negro, un negro tan oscuro como el carbón.

Suspiró con pesadez, nunca había tomado en cuenta la apariencia de un humano, ni siquiera siendo las criaturas que más le interesaban.

Dejo de pensar por un rato, debía cumplir su trabajo dando descanso eterno a las almas atormentadas.

...
...


Una vez más caminaba por el bosque, veía como algunos animales huían de él justo como todos.

Sus pies lo llevaron a donde había conocido al pequeño humano.

—¿Que haces aquí?.

Ese niño estaba sentado justo donde lo había conocido anteriormente.

—Yo quise venir. No volveré a perderme porque memorice el camino.

Lo escuchó asegurar y nada podía hacer, no podía intervenir en las acciones humanas.

—No deberías venir aquí tú solo.

—Yo quise hacerlo, mi madre está enferma y dijo que debía salir para distraerme.

Lo vio jugar con un insecto que recogió del suelo.

...
...


Desde ese día ambos se reunían, la muerte aprendía de la vida y la vida aprendía de la muerte. Una amistad extraña pero verdadera aunque no pudiesen tocarse.

Pasaron varias estaciones, ese tierno niño pasó a ser un adolescente pero seguía frecuentando a ese extraño ser. Sabía quien era y no tenía temor, algo le impedía hacerlo.

—Llevamos años juntos y aun no me has dicho tu nombre, aun cuando yo ya te dije el mío.

—No hacía falta que me lo dijeras, soy la muerte y lo sé todo. ¿Aun no lo entiendes, Inuyasha?.

—Lo sé, lo sé. Sólo es simple curiosidad, dudo que te guste que te diga "muerte".

—No hay diferencia en como me llames, tengo muchos nombres. Todos me han llamado de tantas formas que he olvidado cual es el verdadero. Pero... Llámame Sesshomaru, este nombre destaca de entre todos.

—De acuerdo Se-ssho-ma-ru.

—No es gracioso.

—Lo sé. Oye, tengo una duda... Siempre estás conmigo pero eres la muerte y quisiera saber... ¿Como cumples con tus funciones?.

—Soy omnipresente, estoy en todos lados al mismo tiempo. No te lo explicare porque no me entenderás y porque no me apetece hacerlo. Deja de preguntar estas cosas, un mortal no sería capaz de entenderlas.

—A veces eres raro.

—¿No deberías estar con tu madre?.

Lo vio bajar la mirada. Desde que la mujer enfermó sabía que su enfermedad no tardaría en darle fin.

—¿No le queda mucho tiempo, cierto? Tú eres la muerte, tú lo sabes.

—No debería decírtelo, no es algo que un mortal deba saber. Aunque te estimo un poco y lo único que te puedo decir es que ella dormirá y no volverá a abrir los ojos, no va a sufrir si es eso lo que te preocupa.

—Ella se irá, todos los humanos lo haremos en cualquier momento pero eso no quiere decir que no duela. Sé que es algo inevitable y que no puedo pedirte que la dejes pero me reconforta saber que no sufrirá al partir. Sé que dejara de sufrir, ella odia pasar todo el día en cama gracias a su enfermedad.

—No eres tan débil como pensé, eres sabio a pesar de que eres joven.

—Sólo soy realista, Sesshomaru.

...
...


Pocos días después, caminaba por la aldea pues tenía una misión. Nadie podía verlo y aunque pudieran hacerlo nadie lo notaría pues era de noche y todos dormían.

Llegó a una cabaña, una mujer con semblante pálido y enfermo dormía. A unos pasos un adolescente dormía profundamente.

—Ya es hora, Izayoi.

Después de susurrar eso, se acercó. Sólo debía tocarla y ella jamás despertaría.

—Espera.

Escuchó tras de sí.

—Te dije que no podías interferir en el trabajo de la muerte, Inuyasha.

—Sólo déjame despedirme de ella.

Al escuchar la voz quebrada se apartó, por esa pequeña estima que le tenía le permitió acercarse a la mujer.

Lo vio acercarse lentamente, el muchacho se inclinó hacia su madre y depositó un delicado beso en la frente de la mujer. Un pequeño abrazo cuidando de no ser despertada y finalmente se apartó.

—Listo, puedes continuar.

Se acercó nuevamente, puso su mano en la mejilla de la mujer. Poco a poco el tenue brillo de vida que podía ver en la mujer se iba apagando.

—Se ha ido.

Escuchó los sollozos a su espalda. Volteó y vio al adolescente sentado en la cama cubriéndose el rostro, trataba de contener el llanto.

Acercó su mano al muchacho, quiso darle una caricia en el cabello para reconfortarlo pero paró bruscamente, aun no era tiempo de que acompañara a su madre.

Se fue. Dejo que llorara su pérdida, eso hacían los humanos al perder a uno de los suyos.

...
...


Habían pasado varios días y no había visto a Inuyasha en ese tiempo, el muchacho debía preparar todo para la despedida de su madre y tal vez lo evitaba por habérsela llevado.

Caminó por el bosque hasta llegar a un claro, había un enorme árbol que daba buena sombra. Se recargó en él tratando de no tocarlo con su piel.

Cerró los ojos.

Pasado un rato vio un destello blanco, aun no abría los ojos pero sus sentidos le hacían ver la vida. Aunque ese destello tenía una pequeña mancha negra –enfermedad – pensó de inmediato.

—¿Puedes dormir, Sesshomaru?.

Esa voz, ese destello de vida sólo pertenecían a un ser viviente, Inuyasha.

—No puedo hacerlo, eso sólo es algo de mortales.

El joven se sentó a su lado.

—Oye Inuyasha, ¿que harías si supieras que morirías?.

—Pues.... Supongo que aceptarlo, sé que me dejaras partir sin sufrimiento. ¿Porque la pregunta tan repentina?.

—Curiosidad.

Sabía que en su momento ese niño que había visto crecer partiría pero no quería que se fuera, no tan pronto. No podía hacer nada para evitarlo.

Lo peor era que se había acostumbrado tanto a su presencia, a su brillo que no podía ni quería apartarse de él, ¿que haría cuando llegara el día en que cerraría los ojos para no volver a abrirlos nunca? ¿Que haría cuando llegara el día en que debía recoger su alma?.

...
...


Con el paso del tiempo esa mancha en el muchacho crecía y a veces lo veía débil. No podía decirle nada. Era de esperarse que heredara la enfermedad de su madre pero esta lo estaba consumiendo con rapidez.

—Sesshomaru, si yo muriera... ¿Me extrañarías?.

Eso lo sorprendió, ¿acaso ya lo sabía?.

—No digas tonterías, Inuyasha. Eso sólo es algo que hacen los humanos. A mí nunca me ha importado quitar la vida ni siquiera a quien es al que se la quito. La muerte es algo con lo que ya estoy familiarizado.

Ambos miraban el cielo, estaban tumbados en el pasto.

—Si tú te fueras yo sí te extrañaría.

—Yo estoy en todos lados.

—Es por eso que cuando me marchó no me siento tan solo.

Nunca había imaginado que la vida necesitase tanto de la muerte, esa amistad irreal se estaba volviendo extraña.

...
...


Finalmente el día llegó, el día en que la luz de Inuyasha debía apagarse.

Haría lo mismo que hizo con la madre del muchacho.

Al estar en la cabaña lo vio sumamente débil, su semblante lleno de vida había desaparecido.

—Inuyasha.

Lo vio removerse. No debía hablarle pero no quería que partiera sin haber hablado con él.

—¿Sesshomaru? ¿Que ocurre?.

Lo vio sentarse con dificultad. Tal vez era mejor que su luz se apagara, su cuerpo ya no soportaba más y merecía descansar.

—Es hora.

Fue lo único que salió de sus labios. El muchacho sonrió con tristeza.

—Quisiera pedirte que me dejaras ver el amanecer por última vez desde el lugar donde fui feliz. Ese es mi último deseo.

Lo pensó, no debía pero quería mucho a ese niño. No podía negarse.

—De acuerdo. No podré ayudarte, deberás ir por ti mismo.

Lo vio intentar levantarse. Con ayuda de una vara logró mantenerse de pie y caminar. Ambos caminaron en silencio por el bosque.

Llegaron hasta ese mismo árbol donde solían reunirse. El desfalleciente joven se dejo caer en el suelo. Miraba hacia el cielo.

La muerte se sentó a su lado.

—Gracias por estar conmigo, por cuidar de mí y acompañarme en los peores momentos, Sesshomaru.

En su larga existencia nunca había sentido nada cuando debía apagar la luz de alguien, con Inuyasha le pesaba.

—Inuyasha, te mentí. Te voy a extrañar mucho.

Se sinceró. No hacía falta seguir ocultándolo.

—Lo sé, siempre lo supe. Fui capaz de leer tus ojos muertos.

Vio como se sentaba, ambos se miraron al rostro.

—No quiero que te vayas, quiero seguir viéndote aquí.

—No puedes detenerlo, Sesshomaru. Nadie puede parar a la muerte, ni siquiera él mismo.

El muchacho sonrió mientras gruesas lágrimas humedecían sus mejillas. Acercó su rostro al del contrario y sus labios se juntaron.

Un beso doloroso.

Puso sus manos en las mejillas de la muerte para poder sentir su fría piel, había ansiado por años tocarlo. Sesshomaru lo tomo de la cadera y lo acercó a él.

Sentía que con cada movimiento de sus labios la vida del joven escapaba.

Las manos que antes acariciaban las mejillas de la muerte cayeron pero no detuvo ese beso.

El joven había partido justo cuando el sol mostraba sus primeros rayos.

Al separarse lo dejó delicadamente en el suelo, admiraba ese pacífico rostro durmiente.

—Gracias por todo Inuyasha, gracias por darme tus mejores años, gracias por darme compañía en mi soledad.

La muerte no llora, la muerte no siente... Eso es mentira.

Por primera vez en su larga existencia lloró, lloró por la pérdida de ese joven.

La muerte siente, la muerte ama, la muerte sufre y la muerte llora.

La muerte y la vida no pueden estar juntos, no pueden amarse.

...
...


Bajo la sombra de ese árbol hay una roca, una roca hecha de dolor. Bajo ese árbol descansa ese joven que hizo sentir a la muerte, ese joven que le enseñó a amar.

De las lágrimas de la muerte que cayeron al suelo brotaron unas extrañas flores rojas, las llamó flores del infierno (Lycoris Radiata).

Ese lugar es donde la muerte descansa, habla con la vida que se le fue arrebatada.

—Ha pasado mucho tiempo, Inuyasha. Aun te sigo extrañando pero sé que ya no sufres. Espero que algún día nos volvamos a encontrar y que en esa ocasión sea capaz de tocarte, abrazarte y sentir la calidez de tu cuerpo.

Estaba recostado junto a ese pequeño monumento cubierto de flores. Se sentía solo.

La cálida brisa del verano lo acompañaba, imaginaba que esa brisa era ese joven que tanto amó y que ahora descansa para un día volverlo a encontrar.

La vida y la muerte no pueden estar juntos, tampoco pueden estar separados. La muerte no debe amar a la vida y la vida no puede amar a la muerte pero ellos lo hicieron.

Ellos se amaron y se perdieron, la muerte sufre la partida de ese joven, la vida se fue como debe pasar siempre. Nada se puede hacer, ese es el curso de la vida, la muerte no puede hacer nada para evitarlo. Una vida bastó para que la muerte fuese feliz pero también sufriera y todo por que...

La muerte se enamoró de la vida.

Fin.

Notas finales:

Este one-shot corta venas me hizo llorar mientras lo escribía, algo me hizo escribirlo y me dolió. Espero que les haya gustado y que no hayan llorado tanto como yo.



 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).