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Historias Cortas de Inuyasha. por Keiko Midori 0018

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Notas del capitulo:

Inuyasha Setsuna es un joven universitario que asiste a una institución de clase media. Nadie entiende como es que el hijo de un contador y un ama de casa lleva una vida ostentosa. Todos especulan lo mismo, pero a Inuyasha no le importa lo que los demás piensen. Su trabajo de medio tiempo es lo que le provee el dinero para su vida de lujos pero, todos e incluso el mismo Inuyasha saben que un mesero no gana tanto como para tener chófer.

Comienza una típica mañana normal, los alumnos de la universidad SnT se preparan para asistir a sus primeras clases. Como todos los días, llega un ostentoso automóvil negro de último modelo. Después de la primera impresión, ya no les causa tanta sorpresa como al principio. Al ver como una de las puertas traseras se abre, saben con certeza quien bajará de él.


Ataviado con costosas ropas, baja Inuyasha Setsuna, un apuesto joven que también asiste a esa universidad de clase media. Cualquiera diría ¿Cómo es que el hijo de un contador y un ama de casa, viste y calza ropa de diseñador? Todos al principio se hicieron esa misma pregunta y estaban seguros que el dueño de aquel auto negro sabría la respuesta. Pero, los vidrios completamente negros por el polarizado de ellos, les impide ver al conductor y aun si pudieran hacerlo, sólo verían a un viejo chófer.


Inuyasha acostumbrado a las miradas nada discretas, camina con seguridad hacia el interior de la institución con el bolso de sus materiales colgando de su hombro e ignorando los cuchicheos y miradas. Ni bien entra, ya está contra la pared. Ha sido encontrado por su acosador personal, Naraku Onigumo. Rola los ojos ante el espectáculo de todos los días. Naraku estaba obsesionado con él prácticamente desde la secundaria y el acoso había incrementado en el momento que había declarado abiertamente que era homosexual y no era como si lo ocultará. Necesitaba exponer sus preferencias para alejar a las mujeres interesadas en su suntuoso estilo de vida.


—¿Acaso no te cansas de abrirle las piernas a viejos con dinero?. —Escupió el ojicarmín con claro desdén. —¿Qué tienen esos ancianos que yo no?.


—Déjame pensar... —Empieza a encontrar las muy marcadas diferencias. —Dinero, clase, experiencia y una buena herramienta. —Terminó con picardía y una sonrisa cargada de burla.


—¡Maldito!. —El hombre de ojos carmín besa al Setsuna de manera forzada, logra entrar en su cavidad pero el joven contra la pared no le corresponde en absoluto y ese es un doloroso golpe a su ego.


—¿Ya terminaste? Tengo clases a las cuales debo asistir. —Su expresión aburrida provoca que el ojicarmín golpee la pared con el puño a milímetros de su rostro. Después de eso, el hombre ignorando el espasmo doloroso en los nudillos, lo toma del mentón y acaricia con su pulgar la tersa piel con clara molestia.


—Tienes suerte que no sea capaz de dañar ese bonito rostro tuyo. —Finaliza para después marcharse con el orgullo herido.


Inuyasha empieza su camino de nuevo directo a sus clases e ignorando los susurros, tiene la envidia de las mujeres y todo por tener al alumno más popular de la institución como si fuera un simple perro faldero. Pero eso no le importa, solo le importan sus clases y lo que ocurre cuando terminan.


...


...


Finalmente, las clases acaban e Inuyasha sale pues debe ir a su ''trabajo'' de medio tiempo. Como todos los días, ese lujoso automóvil lo espera afuera de su institución para llevarlo a su destino. Al sentir las miradas en él, las ignora y sube al vehículo. Suspira cansinamente cuando el chófer arranca para llevarlo a la ubicación requerida. Después de unos minutos en viaje en los que solo mató el tiempo usando su teléfono, el automóvil se detiene. Al bajar, está en el estacionamiento privado de una gran empresa.


—Nos vemos, viejo. —Se despide del anciano de verdosos cabellos cano. Tras escuchar un ''mocoso grosero'' en respuesta, camina hacia el elevador con una sonrisa ladina.


Presiona el botón que lo llevará al último piso. Después de unos minutos, el elevador se detiene y abre sus puertas. Se desliza fuera de él y empieza a avanzar. Finalmente, llega a una gran puerta y junto a ella hay un escritorio donde una bella mujer teclea en el ordenador con rapidez. Al verse observada, la mujer alza la vista y al ver quien está frente a ella, sus perfectos labios carmín se tuercen con clara molestia.


—¿De nuevo aquí, zorra? Creí que el señor se había cansado de contratar rameras de tu calaña. —Su sonrisa hipócrita hace que el joven frente a ella exprese una burlona sonrisa.


—¿Sabes algo, Kagura? La envidia es mala para ti. —Al ver como ese bello rostro se desfigura por la ira, Inuyasha sabe que cumplió su segundo placer favorito, molestar a la secretaria de su jefe.


Contoneándose con clara muestra de victoria, Inuyasha se interna en la gran oficina que aquella puerta oculta. No necesita tocar y lo sabe, es consciente de la rutina. Dentro, un hombre de pulcro cabello platino teclea en su ordenador, sus ojos color oro son salvaguardados por un par de lentes de lectura. Un hombre que a pesar de rondar los cuarenta, se ve bastante atractivo. El hombre no alza la mirada de su trabajo, sigue tan concentrado sin prestar atención al recién llegado.


Inuyasha deja su bolso y se encierra en el baño, tras unos minutos dentro, sale ataviado con una elegante bata de seda color vino y nada más. Con pasos elegantes se encamina hacia el concentrado hombre. Finalmente, Inuyasha puede ver como aquellos elegantes lentes abandonan el rostro de marfil de ese hombre y sus ojos de tonalidad similar, se encuentran. Inuyasha simplemente se le acerca y se sienta en sus piernas, permitiendo así que ese hombre lo abrace con posesión y entierre su rostro en su cálido pecho. Al sentir como aquellas expertas manos delinean su figura, suspira. Y entonces, un fuerte apretón en la parte baja de su espalda, le da a entender que algo va mal.


—Hueles a colonia barata y es de hombre. —Gruñe el mayor.


Sin dejar que Inuyasha contestara, bruscamente lo pone de espaldas contra el escritorio, abre lo suficiente sus costosos pantalones y de un solo movimiento, se ensarta en él. Inuyasha se arquea con brusquedad, gime al sentir a ese hombre en lo más profundo de su ser y al sentirlo moverse con frenesí, sabe que el castigo ha iniciado. Y lejos de temer, lo disfruta en demasía


Inuyasha pierde la cuenta de las embestidas que recibe, tan solo se concentra en gemir alto como sabe que le gusta a ese apuesto hombre y tratar de acercarlo aún más abrazándolo con sus piernas. Sus brazos se aferran al dotado cuerpo de su amante mientras siente cómo lo besa en el cuello con lujuria demandante. Sabe que está furioso, sabe que no tolera que usen sus pertenencias y mientras siga recibiendo una jugosa cantidad de dinero, tiene entendido que le pertenece.


En la oficina, solo se puede escuchar el rechinar del gran escritorio de roble, los gemidos mezclados con jadeos de un par de amantes y el sonido de pieles húmedas chocando al ritmo de las embestidas. Los obscenos gemidos son silenciados por un beso posesivo, un beso en el que la danza de lenguas es manejada con gran vigor. Un beso que roba el aliento. Inuyasha gimotea, solloza ante la oleada de placer que lo abruma. Su mente completamente nublada y aún deseoso de más, usa sus brazos para acercar a aquel hombre a su rostro y hacer que le dé a probar más de su experimentada boca, que se haga responsable de el furor que le provoca. Y el multimillonario empresario, no se hace del rogar.


Inuyasha es alzado del escritorio, es empotrado contra la pared y tras unas arremetidas más, grita extasiado al sentir su liberación. Y a pesar de sentir su cuerpo electrizante, el placer no se detiene, su amante no se detiene y no quiere que lo haga. Tras unos minutos más, el hombre mayor termina por vaciarse dentro de él, como si se tratara de una especie de marca personal. Es volteado sin cuidado, termina con el pecho pegado en el frío concreto. Una segunda ronda sigue, está completamente seguro de que si el hombre en su interior no estuviera sosteniendo su cadera, ya estaría en el suelo a causa del temblor en sus piernas.


Luego de unas cuantas arremetidas más, Inuyasha vuelve a sentir ese placentero choque en su vientre bajo. Una vez más, libera el fruto de su pasión manchando todo a su paso. Y no es el único, su amante hace lo mismo en su interior. Inuyasha siente como sus caderas antes fuertemente sujetas, son liberadas. Tras unos segundos de pie, sus temblorosas piernas fallan e inevitablemente cae al suelo. Aun estando temblando gracias a su reciente éxtasis, siente como aquella sustancia pegajosa y espesa se desliza lentamente sobre sus muslos para terminar en el suelo. Sigue respirando agitadamente, aún no recupera el aliento y su corazón sigue bombeando con rapidez. Escucha cómo el hombre parado en frente de él, se arregla en pantalón para volver a su habitual pulcritud.


Es alzado del suelo, sus brazos se aferran a su amante y ya en esos brazos, nota que se dirigen a la elegante silla giratoria tras el escritorio. Finalmente, ambos se sientan para descansar.


—¿Quién es el imbécil con el que te estás revolcando?.


Es lo primero que dice el mayor, Inuyasha se gira para que puedan verse al rostro y le da un ligero pico. Ríe con suavidad.


—Con nadie. Es solo un pobre diablo que cree que puede competir contra usted.


—Así me gusta. —Responde complacido. Para un alto empresario, es satisfactorio saber que nadie puede hacerle competencia y menos con su posesión más valiosa. Sus brazos abrazan la cintura del más joven y oculta su rostro en el aún sudoroso cuello. —Y cambiando de tema, ¿ya me amas?.


—Aumente un cero a mi paga y hablamos. —Gimió con complacencia al sentir los labios masculinos probar su piel.


—Eres cruel.


—Y usted rico, puede hacerlo. 


—Ten por seguro que lo haré. —Contestó mientras dejaba otro beso. Dejó varias marcas rojas en la piel de seda para marcar su territorio.


Después de unas horas de besos húmedos y caricias, Inuyasha se levantó. Según la hora, debió haber llegado a casa una hora atrás. Estaba seguro de que su madre ya era un manojo de nervios y su padre ya habría llegado del trabajo. Casualmente, su padre era empleado de Sesshomaru Taisho, su amante. Gracias a eso lo conoció, gracias a una reunión entre empleador y empleados hacía ya unos años atrás. Aunque para su suerte, su padre había sido transferido a otra sucursal retirada de ese majestuoso edificio.


Entró al baño y limpió su cuerpo a conciencia. Borró con maquillaje las marcas de su pasión y revisó el teléfono. Como lo sospechó, tenía varias llamadas de sus padres. Tras haberse alistado, salió del baño y llamó a su madre.


Se puede saber, ¿en dónde estás, jovencito? ¿Qué no has visto la hora?.


—Lo lamento, madre. El restaurant se llenó y sabrá que los meseros somos indispensables cuando eso pasa. —Le lanzó un beso a su amante y tomó su bolso. —No se preocupe, mi jefe me dará una muy buena remuneración por el tiempo extra. —Tras haberle dedicado una mirada coqueta al hombre que guardaba sus pertenencias, salió de la oficina.


Está bien. Recuerda que debes avisarnos o de lo contrario, nos preocupamos. Vuelve pronto, querido.


—Ya voy en camino. —Después de escuchar un par de palabras más, colgó.


Al pasar por el escritorio de la secretaria del jefe y ver su mirada fúrica, no pudo evitar dedicarle una sonrisa socarrona. Ver ese femenino rostro arrugarse con molestia era divertido. Aunque, hubiera sido divertido que hubiera escuchado lo mucho que grito dentro de esa oficina. Lastimosamente, las paredes evitaban cualquier filtración de sonido. Lo sabía, sabía que esa mujer andaba tras su jefe pero él era totalmente indiferente a su perfecto cuerpo femenino o a su encanto. Eso era agradable para él.


Al entrar al elevador, suspiró pesadamente. Su día había sido agotador y deseaba tirarse en su cómoda cama. Su teléfono emitió un sonido, el tono de un mensaje.


Algún día vas a amarme, sé que lo harás.


—Siga pagando y lo descubrirá. —Respondió.


Negó con una suave sonrisa, ya lo hacía. Pero era divertido ser tratado como un objeto de placer, aun era joven y no quería atarse a alguien, quería disfrutar al máximo su juventud. La experiencia ganada era buena, las tardes llenas de indescriptible placer, lo eran. El dinero solo era un pretexto para que aquel hombre siguiera interesado, aunque no negaba que hacía uso de él a su conveniencia. Lo mejor de todo era el ''trabajo'' que realizaba, lo mejor de todo era sentir esas expertas manos en todo su cuerpo y tan solo con pensarlo, sentía una leve incomodidad en su entrepierna.


No sabía cuánto tiempo estaría haciendo todo eso, no sabía cuando iba a contarle a ese hombre que había conseguido lo que tanto quería o si es que iba a hacerlo. Lo único que sabía era que ese ''trabajo de medio tiempo'' seguiría por mucho, mucho tiempo. Después de todo, amaba todo eso, las caricias, los besos y el placer. No quería parar, se había vuelto adicto a ese hombre y por esa razón mantendría su...


Cuerpo en venta.


Fin.


 


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