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Historias Cortas de Inuyasha. por Keiko Midori 0018

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Notas del capitulo:

Inuyasha es secuestrado e inmediatamente culpa a su padre, un ludopata sin remedio que vendería hasta a su propia madre con tal de seguir apostando. Es encerrado e inmediatamente empieza a denotar el tan conocido síndrome de Estocolmo.

No sabía como había sucedido, un día Inuyasha iba de camino a la universidad y de un momento a otro, había despertado en un lugar diferente. Atado a una silla, con los ojos vendados y amordazado, hasta cualquier tonto sabría que fue secuestrado. Sus muñecas, su cuello y tobillos estaban doloridos, por lo que supuso que llevaba mucho tiempo atado. Si pensaba a tiempo atrás, lo último que recordaba era que alguien lo había atacado furtivamente por detrás y le había cubierto la cara con un paño con un aroma de extraña procedencia.

¿Que hiciste ahora, Takemaru?. ―Pensó con irritación.

Sin duda su padre tenía algo que ver, él siempre tenía que ver. Claro, desde que su madre lo había dejado por ser un ludópata, tanto él como su madre habían seguido siendo atrapados por la enfermedad de su padre. Anteriormente solo habían recibido cartas con amenazas, visitas de gorilas armados y unas cuantas llamadas intimidantes, por lo que ahora parecía ser que algo más allá que un simple juego perdido había surgido. Si tuviera a su padre enfrente, le reprocharía todo.

Takemaru estaba consciente de lo que hacía y sus consecuencias, también estaba al tanto de que su enfermedad estaba afectando a su ya rota familia, pero eso no fue suficiente motivo para dejar de involucrarlos. Inuyasha sabía que solo debía esperar, eventualmente todas las llamadas, visitas y cartas cesaban por un tiempo, su padre le aclaraba que pagaba sus deudas y por eso los dejaban tranquilos, al menos hasta que Takemaru se endeudara otra vez y era algo frecuente. Lo único que temía era a la reacción de su madre, probablemente su pobre madre ya estaba angustiada y al borde del colapso nervioso por su ausencia.

Por lo tanto, Inuyasha debía esperar. No confiaba en Takemaru pero ya se hartarían de esperar su pago y le arrancarían el dinero de las manos, eso significaba que lo dejarían libre. Al menos por ahora, Takemaru nunca aprendía la lección.

Un rato después, Inuyasha logró escuchar el sonido metálico de una puerta al ser abierta. No importaba si trataba de enfocar hacia el sonido, no podría ver a su agresor. Y los pasos pesados empezaron a acercarse, sintió temor pero Inuyasha se mantuvo tranquilo gracias a su orgullo. Dejar ver su miedo haría que todo se pusiera peor, debía mantenerse tranquilo y lo dejarían en paz.

―Escucha bien, no quiero lastimarte. ―La cautivante voz masculina le erizó los sentidos. Inuyasha no hizo nada más que refunfuñar mentalmente.

Estocolmo, ¿eres tú?. ―En definitiva, dejaría de lado las novelas policiacas. Esas cosas le llenaban de pensamientos raros. ―No a este chico, querido. No a este chico.

―Voy a quitarte la mordaza. Te advierto una cosa, tus gritos no alertarán a nadie. Solo harás que pierda la paciencia y vuelva a drogarte.

Inuyasha sintió los dedos del hombre en su rostro, estaba desatando el nudo tras su cabeza. Sentía el calor que emitía el cuerpo del hombre, por el tono de voz sabía que se trataba de alguien que no sobrepasaba los treinta. Pero, estar atado de esa forma y con un hombre de voz cautivadora, le hizo ruborizar fuertemente. Al volver, dejaría de lado las novelas eróticas también.

Una vez libre, Inuyasha trató de emitir una palabra pero fue detenido por algo entrando a su boca apenas la abrió. Era una cuchara con un poco de arroz, por estar maldiciendo a su padre, Inuyasha no había notado que realmente estaba hambriento. Sin más quejas y su estómago rogando por alimento, decidió dejarse hacer. Si quería buscar la manera de salir, debía estar bien alimentado. Pensaba mejor con el estómago lleno. Y así estuvo hasta que se sintió saciado, el hombre que lo mantenía cautivo también le brindó un poco de agua para su garganta seca. Ya satisfecho, decidió que era hora de negociar con el secuestrador. El dinero no era un problema, sus abuelos tenían mucho.

―Este... ¿Va a demorar en liberarme? Mi madre se preocupara si no llegó temprano a casa. Y a todo esto, ¿Cuánto tiempo llevo aquí?. ―Inuyasha escuchó una ligera risa, era tan atrayente como la voz de ese hombre. El encierro le estaba haciendo pensar cosas raras. ―¿Qué es tan gracioso?.

―De todas las personas que he traído a este lugar, eres la primera a la que no le ha dado un ataque de pánico. No has roto mis tímpanos como suele suceder siempre.

―¿Debo tomar eso como un halago?. ―Silencio. ―Puedo llegar a ser irritante si me lo propongo, no tiente a su suerte.

―Eres realmente interesante. Si sigues así de complaciente, tal vez considere descubrir tus ojos.

―Lo único que quiero es ver a mi madre. ―Bufó. ―Aún no ha respondido a mi pregunta, ¿Qué tanto llevo aquí?.

―Tal vez seis horas.

―Mi madre va a matarme cuando se entere que no acudí a ese examen. ―Murmuró Inuyasha para sí mismo, consciente de aquella risita burlona. ―¿Estoy aquí por Takemaru, verdad?. ―Soltó sin más.

―No lo sé, yo solo sigo ordenes.

―Pero... ―El sonido de un teléfono lo calló. Prontamente, la mordaza volvió a su boca y pujó molesto. Por un momento había olvidado su situación actual.

―Si, el niño está aquí. No. Sí. Nadie me vio. Estoy seguro. ―Inuyasha empezó a escuchar la voz de alguien al teléfono, no lograba entender lo que decía y lo único que escuchaba eran los monosílabos de su captor. ―No. No. Ajá. Lo sé. No es la primera vez que hago esto. Idiota.

Un par de maldiciones más y la habitación volvió a estar en silencio nuevamente, Inuyasha empezó a lanzar gritos ahogados que empezaban a ser molestos para el hombre frente a él, sumamente irritado.

Un par de maldiciones más y la habitación volvió a estar en silencio nuevamente, Inuyasha empezó a lanzar gritos ahogados que empezaban a ser molestos para el hombre frente a él, sumamente irritado.

―La, la, la... ―Fue parado por la voz de antes.

―Cállate.

―Quiero ir a casa, me duele el trasero y tengo frío. Me duelen las muñecas, mis tobillos deben estar molidos y estoy aburrido. ¿Qué haría en mi lugar?. ―Después de unos cinco minutos de quejas, sintió algo cálido encima. Era una chaqueta, aún estaba caliente y olía a fragancia masculina. Suspiro al tenerla encima, uno de sus problemas estaba resuelto.

―Creo que hablé antes de tiempo. ―La voz monótona le hizo reír, tal vez no sería tan malo estar ahí y provocar un poco a su captor.

...

...

Inuyasha no supo cuánto tiempo estuvo cautivo, sus ojos siempre estuvieron cubiertos. Algunas veces tenía miedo, miedo de no volver a los brazos de su madre, pero por su propio bien, debía ser fuerte. El secuestrador recibía llamadas constantes, unas las contestaba como si tratara con cualquier escoria, otras con un respeto increíble, como si fuera alguien sumamente importante. No sabía si eso era algo bueno o malo, ese respeto era algo aterrador.

No se había mencionado a Takemaru, en cambio mencionaba a ''la rata esa'' y siendo sincero, Inuyasha estaba completamente de que se trataba de su padre, hasta él lo llamaba de esa forma algunas veces.

A pesar de estar asustado y sintiendo el frío de la soledad, juntaba fuerzas para no ceder. Su captor era alguien fácil de irritar y molestar. Aunque siempre decía lo mismo, ''No quiero lastimarte''. Poco a poco, la convivencia se hacía entretenida pero aún tenía un lugar al cual volver, rogaba que Takemaru se apresurara para que lo liberaran. Extrañaba a su madre, a sus amigos y a sus abuelos, un extraño al cual solo había tocado de manera furtiva y escuchado su voz, no llenaba ese vacío.

...

...

Cuando la luz volvió a los ojos de Inuyasha, lo primero que vio fue a un atractivo hombre de ojos color oro fundido. Y teniendo una sonrisa ladina, le provocó esa sensación llamada "atracción a primera vista". Todo sonaba a esos típicos libros de romance juvenil, juró dejarlos de lado también. 

También se dio cuenta de que estaba en una especie de bodega. Era una habitación pequeña, había una mesa, un par de sillas, una cama pequeña y una sospechosa e inquietante caja de herramientas. Además de la silla de metal fijada al suelo que usaba.

A pesar de temer, se mantuvo lo más tranquilo que pudo. Inuyasha estaba acostumbrado a ese tipo de cosas por lo que fue más sencillo guardar la calma. 

La tensión sexual después de eso fue palpable. Porque eran dos adultos en una habitación sin nada más que ellos mismos y la carne siendo débil, terminaron de caer en sus impulsos. Tocándose, sometiendo todos sus placeres carnales y dejándose envolver por esa danza excitante de dos cuerpos sudorosos y ardientes. Sus deseos parecían interminables y el rescate parecía no llegar pronto. No sabían si eso era bueno o malo.

...

...

Un día mientras Inuyasha y su acompañante yacían en aquella pequeña cama, una de esas tantas llamadas extrañas apareció. Fue esa que merecía sumo respeto por lo que se vistió y se apartó para que su captor del cual solo sabía que se llamaba "Sesshomaru", pudiera hablar. 

Días después de la llamada, Inuyasha estaba atado, amordazado y con los ojos vendados. Alguien vendría y por la seriedad que emanaba su captor, era alguien importante. Y por lo visto, temible. Estaba a nada de llegar, esa visita traería noticias acerca de su destino.

Finalmente, la tan esperada visita llegó.

Sesshomaru y el recién llegado hablaban, Inuyasha fingió estar bajo los efectos de los somníferos que debía haber estado consumiendo desde el principio.

―Ya van tres meses, ese hombre se está aprovechando de mi generosidad. Amablemente le presté dinero y me paga de esta forma. Que no me culpe de tomar medidas tan drásticas. ―Inuyasha sintió una mano fría y callosa en el rostro. Posiblemente de un cruel asesino experto en armas o algo peor. ―La última noticia que tuvimos de esa rata fue que se le vio abordar un avión con rumbo desconocido.

―Él sabe que su hijo está en su poder, ¿se atrevió a dejarlo como garantía para después huir? ¿Qué pasará ahora?.

―Si, el bastardo lo sabe y tal parece que no le importó. ―Después de una pausa, el hombre volvió a hablar. ―Sesshomaru, mi perro más fiel, no es la primera vez que ocurre esto. No entiendo porque lo preguntas. Bien pudimos enviarle un dedo o una oreja, pero me convenciste de no hacerlo. Debo recuperar lo perdido con este niño.

―¿A que se refiere?. 

Inuyasha pudo jurar que notó preocupación en esa simple pregunta. Y la risa siniestra que soltó el hombre, le causó un terrible temor. 

―No es la primera vez que traes mocosos a este agujero y esta no es la primera ocasión en que sus padres se hacen de la vista gorda para no devolver el dinero que yo amablemente les presté. 

―Pero...

―Lastima que no es una mujer, hubiera podido venderlo fácilmente. Pero, viéndolo con atención, podría usarlo de todos modos. El burdel que maneja Mukotsu tiene a algunos clientes de gustos excéntricos, lo enviaré allá. Que regrese bien dependerá de lo mucho que abra las piernas. ―Interrumpió el hombre de inmediato.

Inuyasha no pudo evitar el temblor de su cuerpo, una cosa era estar ahí encerrado y otra muy diferente era estar rodeado de asquerosos hombres que lo tomarían con lascivia y sin su consentimiento.

―No creo que eso sea conveniente. La familia de este niño es capaz de pagar por él, hacer todo eso con él sería una pérdida.

―Su padre se atrevió a embaucarme, odio a las personas que abusan de mis buenas intenciones. Y a todo esto, ¿Por qué estás hablando? Tú solo cállate y obedece. Los perros no deberían hablar.

Mientras ambos hombres hablaban, Inuyasha sintió el miedo y la desesperación formarse de un solo golpe. Todo el miedo que sintió a lo largo de ese tiempo, apareció de inmediato. Podría jurar que la venda en sus ojos empezaba a humedecerse.

—¿¡Por qué estás cuestionando mis órdenes!?.

Una discusión empezó, Sesshomaru defendía a Inuyasha de su cruel destino. Eso había enfurecido a su jefe.

—¡Porque no quiero lastimarlo!.

Tras ese grito, Inuyasha escuchó golpes y un cuerpo azotando contra los muebles. Una pelea.

Unos tortuosos segundos pasaron e Inuyasha sintió como las ataduras tras su espalda y pies eran desatadas, sus ojos y boca también fueron libres. Sesshomaru lo había liberado, cuando vio tras su espalda solo pudo ver a un hombre pelinegro jadear con dolor en el piso. Sesshomaru también mostraba heridas en el rostro.

—Corre, corre y no te detengas hasta llegar con los tuyos.

El hombre en el suelo se levantó, Sesshomaru empujó a Inuyasha hacia la salida y enfrentó al que una vez fue su respetado jefe. En cambio Inuyasha, corrió hacia la puerta y notó que si estaba en una bodega, había varias a su alrededor. Volteó a ver la pelea, era reñida. Pero, antes de siquiera tener un pensamiento, el hombre de ojos sangre apuñaló a Sesshomaru en un costado. Inevitablemente, cayó al suelo con una gran marcha roja empezando a formarse en su ropa. Habían olvidado a Inuyasha por su pelea.

El hombre pelinegro le daba la espalda y sacó un arma apuntando al peliplata en el suelo, Inuyasha dudó en escapar o ayudar al hombre que lo mantuvo encerrado por tres meses. Decidió ayudarle, el hombre estaba en esa situación por defenderlo. Por ello, tomando una botella de lo que había sido licor, la estrelló contra la cabeza del distraído hombre provocando que tirara el arma. La realidad no era como en las películas, el hombre no se desmayó y en cambio, estaba furioso.

—Tan imbécil como tu padre. —Escupió furioso.

Antes de que atacara a Inuyasha, la detonación de un arma frenó todo. Inuyasha vio el cuerpo caer en cámara lenta contra el suelo. Se quedó petrificado por la impresión.

—Te dije que te fueras y no me hiciste caso, mira lo que provocaste. Casi te matan por tu imprudencia.

Pero Inuyasha no contestó, aún estaba petrificado. Había un cadáver a sus pies, nunca había visto uno en la vida real. Antes de que lograra reaccionar, había un paño húmedo cubriendo su boca y nariz. Sintió un déjà vu antes de perder la conciencia.

...
...

Cuando Inuyasha despertó, estaba en la cama de un hospital. En su brazo había una aguja que lo conectaba a una bolsa de suero. Su madre estaba hablando con el doctor, notó su rostro aliviado pero con notable rastro cansado y ojeroso.

Cuando hablaron, le explicaron que un hombre lo había traído. Pero cuando lo buscaron, había desaparecido. Pocas horas después se descubrió que ese mismo hombre se había entregado a las autoridades diciendo ser su secuestrador. Confesó sus crímenes, se encontró culpable por el cargo de secuestro y asesinato. Se le adjudicaron diez años de cárcel por haberse entregado voluntariamente.

Obviamente Inuyasha habló bien de él, de como lo había defendido de un destino peor. Nadie tomó en cuenta sus palabras, se le diagnosticó Síndrome de Estocolmo y fue enviado con un especialista. Al no notar mejoría, fue recluido en un hospital psiquiátrico. Inuyasha insistió que aquel hombre le había ayudado a escapar. Pero, después de haber sido obligado a contar lo que había pasado en ese tiempo, dijeron que solo se trataba de un trauma psicológico.

Pasaron dos largos años, Inuyasha optó por decir lo que los médicos y su familia querían oír. Fue dado de alta y volvió a su rutina diaria, además de retomar sus estudios. Nadie pudo notar la ligera desviación que tomó tiempo después.

Cada fin de semana y con la excusa de que estaba en casa de algún amigo en turno, Inuyasha visitaba el Centro de Detención. Iba a visitar a ese serio hombre que una vez lo tuvo cautivo.

Lo primero que había hecho al verlo, fue darle un buen puño en la cara. Le reclamó por haberlo dejado sin decir una palabra y por todo lo que llevaba acumulado durante esos dos años. Después de desahogarse, habían podido hablar con normalidad. Se hicieron amigos tras eso.

...

...

Ocho años pasaron, de una amistad mal comenzada, surgió el amor. Inuyasha sabía que no tenía necesidad por ir a visitar a Sesshomaru, pero le gustaba hacerlo. Él estuvo ahí cada día de visita, no se perdió ni uno solo y lo acompañó cuando nadie más lo hizo. Inevitablemente ambos cayeron el uno por el otro. Sesshomaru se sentía de la misma manera, aunque trató de alejar a Inuyasha de él, le decía que estar con un ex convicto no era bueno para él. No era sano que una persona estuviera cerca de la que le hizo daño, pero Inuyasha era demasiado terco y tal vez eso fue lo que le gustó de él.

Cuando la sentencia llegó a su fin, solo Inuyasha estuvo parado fuera de ese gran lugar esperando a Sesshomaru. Solo él estuvo ahí y estaría siempre, porque cuando Sesshomaru salió de ese lugar, se arrojó a sus brazos como si no hubiera un mañana. Porque ahora podrían empezar juntos, un comienzo normal. 

Inuyasha sabía que su familia se opondría, que tratarían de separarlos y que tratarían de recluirlo en el hospital nuevamente. Pero la verdad era que ya era lo suficientemente maduro como para decidir por sí mismo, de saber que esos ocho años sirvieron para que un amor surgiera más allá de la atracción y que la ''enfermedad'' que le habían diagnosticado no era una excusa. Estaba listo para enfrentar a todo y todos, que lo que sentía era amor y no un simple caso de...

Síndrome de estocolmo.

Fin.

 


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