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Historias Cortas de Inuyasha. por Keiko Midori 0018

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Notas del capitulo:

Izaya Taisho desde que tiene memoria ha recordado a su padre como alguien sin sentimientos, un extraño con el que se dirige con el título de ''padre''. Izaya no recuerda a su madre y a diario sufre la indiferencia de su padre, aunque no puede entender el porqué. Un día descubre la verdad tras su nacimiento y sobre la melancolía de su padre.

Izaya desde siempre había sabido que su padre le odiaba. Su trato nunca había sido cercano desde que tenía memoria, eran raras las ocasiones en las que se decían más de tres oraciones. Sentía que ese hombre que se hacía llamar su padre, ni siquiera lo quería ver en su presencia. Pero con tan solo quince años, no podía hacer mucho. Tampoco conocía a su madre, sabía muy poco rayando a nada sobre ella. Lo único que sabía era que había muerto al dar a luz, nada más. Su padre jamás la mencionó, ni siquiera había fotografías de ella y si las hubiera, posiblemente estarían en la habitación de su padre. Un lugar tan frío como él, un lugar en el que tenía prohibido el acceso.


Como cada mañana, Izaya se preparó para asistir al instituto. Al tomar su desayuno, su padre siempre estaba ahí. Con su usual café en las manos, Sesshomaru Taisho leía el diario matutino y sin apartar la vista de él e ignorando la presencia del adolescente quien ya estaba acostumbrado a esa actitud desdeñosa. Izaya simplemente se sentó frente a su padre y degustó su comida que ya le había estado esperando. Como la rutina lo indicaba, fue llevado al instituto por el hombre platinado. Izaya ni siquiera entendía el porqué de sus acciones, estaba seguro de que sería una molestia para el hombre el tener que llevarlo y recogerlo del instituto. Pero los adultos eran extraños, más su antipático padre.


Mientras iban en el auto, Izaya miró con disimulo a su padre. El hombre miraba al frente con el rostro impasible, algo usual. Su parecido era mucho, eran padre e hijo al final. Pero jamás logró entender el porqué de su odio, asumía que era por su nacimiento y su posible participación en la muerte de su madre. Pero, Sesshomaru Taisho parecía ser una persona sin sentimientos y que no era capaz de amar a alguien. Si no podía amar a su hijo, entonces Sesshomaru Taisho era alguien que no amaría a nadie en su vida. Estaba seguro de ello.


―Baja.


Izaya se sobresaltó al escuchar la voz de su padre. En efecto, al mirar por la ventana pudo notar que estaban frente al instituto. Sin darse cuenta, se había quedado mirando su expresión vacía durante todo el viaje. Simplemente tomó su bolso y salió del auto, luego de eso Sesshomaru solo arrancó y se marchó a su trabajo sin dedicar ni siquiera una mirada a su hijo. Eso era algo que ocurría a diario, Izaya estaba acostumbrado a la actitud de su padre y cuando había cumplido los diez años, había dejado de importarle.


Se acopló a la rutina escolar, demostró ser el mejor como se esperaba de un Taisho y recibió elogios por sus profesores. Elogios que jamás escucharía de su padre, porque él ni siquiera sabía que era el mejor de su clase y en casi todo gracias a sus propios esfuerzos. Izaya solo quería que su padre lo mirara pero no importaba cuanto se esforzara, nunca lo logró. 


Izaya estaba empezando a rendirse.


―¿Sigues en las nubes?.


―¿Que quieres, Kou? ¿No te cansas de molestarme?. ―Expresó con un desdén heredado tal vez de su padre. Cuando Kou Ookami aparecía, su ceño siempre se mostraba fruncido, posiblemente también por herencia de su padre. 


―Es divertido molestarte cuando estás perdido en tu mente. ―El moreno de ojos esmeralda pasó su brazo por el cuello del platinado. ―¿Otra vez el niño está llorando por ser ignorado por su papi?.


Las palabras de ese chico siempre le habían parecido simples, nunca les prestaba atención. Pero en esta ocasión le dolieron, realmente lo hicieron. Kou Ookami era alguien molesto, pero jamás podría llegar a comprenderlo. El otro adolescente era amado por su familia, él tenía un padre fanfarrón y egocéntrico que lo amaba. También una madre algo loca y sentimental, pero que también lo amaba. Y para finalizar, un hermano mayor que si bien era tan fanfarrón como el padre, también lo apreciaba. Kou tenía una imperfecta familia feliz y eso le molestaba a Izaya, tenía envidia de él.


―¡Prepárate para pelear, sarnoso!. ―Gritó furioso mientras lo empujaba con fuerza. 


―¡Voy a destruirte, pulgoso!.


Y fue así como la pelea de dos adolescentes furiosos dio inicio. Algunos los alentaron y otros empezaron a apostar, pero llegaron los profesores a separarlos. Los dos adolescentes sabían que estaban en problemas. Pero a Izaya no le importaba, a su padre ni siquiera le interesaría saber lo que le ocurría.


Ambos adolescentes habían sido suspendidos, por lo que debían esperar a un adulto competente para que los recogiera. Ambos se sentaron frente a la gran entrada del instituto a esperar, aunque solo llegaría alguien por Kou, Izaya no tenía a nadie a quien esperar.


―Lo siento. ―Habló Kou tras unos segundos. ―De verdad.


―Yo también. ―Susurró Izaya con la mirada en el suelo. Ambos estaban golpeados pero en buenos términos.


Tras unos minutos, un joven pelirrojo de ojos azules llegó. Fue entonces que Kou se marchó, Izaya se quedó esperando por unos minutos. Se decidió a marcharse también, su padre pasaría a la institución algunas horas más tarde y no le apetecía esperar tanto. De igual manera, su hogar estaba a menos de veinte minutos a pie.


...


...


Cuando Izaya entró a su hogar, tuvo una curiosidad momentánea. Nunca había entrado a la habitación de su padre y no sabía que se ocultaba tras esa puerta. Aprovechando la ausencia del mayor, se dirigió a paso inseguro a ese lugar misterioso. Cuando abrió la puerta, sintió gran angustia al pensar en la repercusión de sus acciones si su padre se llegara a enterar. Pero, una impulsividad que siempre lo había acompañado, lo hizo entrar pese a las futuras consecuencias.


Ya dentro del lugar, Izaya se dio cuenta que no distaba de una habitación común. Una gran cama, un armario y una mesa de noche, algunos baúles, entre otras cosas. En verdad era un lugar común, solo se trataba de una habitación que rebosaba en orden y sin una pizca de polvo, justo como se esperaba de su señor padre. Curioseó un poco, era la primera que entraba después de todo. Al abrir un cajón encontró una fotografía, era su padre con un hombre en sus brazos muy parecido a él, ambos se veían felices. El hombre que sonreía ampliamente, se parecía demasiado al reflejo que miraba en el espejo. Realmente su parecido con el hombre de la fotografía era notable. No sabía porqué, pero con tan solo verlo sentía que su soledad se aminoraba.


La pequeña sonrisa que su padre mostraba al abrazar a ese hombre era rara para él, Izaya nunca pensó que su padre podría ser capaz de sonreír. En verdad quería saber quien era el hombre de la fotografía y su relación con su padre. Por alguna razón necesitaba saberlo.


―¿Que estás haciendo aquí?. 


Al escuchar la voz de su padre, Izaya brincó en su lugar. Casi suelta el marco que contenía esa fotografía, pero lo abrazó como si su vida dependiera de ello. Sentía que esa imagen era especial.


―¿Como sabía que estaba aquí?. ―Se aventuró a preguntar. Al mirar en dirección a la puerta, vio a su padre con la misma expresión seria de siempre, además de estar recargado en el umbral de la puerta con los brazos cruzados. ―Solo han pasado unas horas desde que nos vimos.


―Me llamó el director, me informó que te involucraste en una pelea. Pero eso no responde mi pregunta. ―Exhaló y volvió a hablar. ―¿Que estás haciendo aquí?.


Al verse acorralado, Izaya decidió soltar eso que lo aquejaba. Abrazando la fotografía, decidió encarar al hombre que a su juvenil parecer, jamás se comportó como un padre para él.


―¿Usted me odia?. ―Su voz salió demasiado baja, casi quebrada.


―Sí, te odio. Te odio como no tienes idea. ―Izaya sintió como el nudo en su garganta se hacía más molesto y como sus ojos picaban por derramar las lágrimas que solo había dejado libres en la privacidad de su habitación. ―Pero también te amo. Te amo porque eres lo único que me recuerda a él.


Si bien le habían dolido las palabras del hombre que debía amarlo incondicionalmente, también le confundieron las que le siguieron. Nadie podía amar y odiar algo al mismo tiempo. 


Sesshomaru entró a la habitación y se sentó en la cama, hizo una señal para que su hijo se acercara y se sentara a su lado. Quizá era el momento de abrir su corazón a alguien más, era algo que ambos necesitaban. Y cuando Izaya se sentó a unos pasos de él, Sesshomaru habló.


―El hombre en esa fotografía que abrazas con tanto anhelo, se llamaba Inuyasha. Él fue mi hermano, solo que lo supe tarde.


―¿Que quiere decir?.


―Cuando estaba estudiando mi penúltimo año en la Universidad, me topé con un chico de Preparatoria. Chocamos en la calle ya que ambos íbamos apurados, le derramé el café encima. Ese día escuché más insultos de los que había escuchado en toda mi vida. ―Sonrió con nostalgia. ―Después de eso, le di mi chaqueta y cada uno tomó su lado o eso pensamos. Él estudiaba en el instituto que estaba al lado de la Universidad, por esa razón caminamos juntos. Fue incomodo al principio, pero empezamos a hablar olvidando el accidente. Ese día me tropecé con la casualidad más linda de mi vida.


―¿Que pasó después?. ―Izaya nunca había visto a su padre hablar tanto y menos con él. Descubrió que le gustaba estar así.


―Empezamos a congeniar y nuestros caminos siempre se cruzaban. Iniciamos una amistad y luego de un año, declaramos nuestros sentimientos. Fue bello mientras duró. 


Izaya nunca pensó que su padre haya tenido sentimientos, que hayan sido hacia un hombre era irrelevante. Pensaba que su padre había sido antipático toda su vida, pero lo estaba escuchando hablar con un cariño tan grande y una nostalgia palpable, su pequeña sonrisa al hablar era impactante para él. Pero seguía estando la incógnita, quería saber porque si su padre amaba a un hombre, había terminado por estar con su madre. Además, hablaba en pasado de su hermano y en la fotografía parecían ser una pareja, esa no era la fotografía de un par de hermanos.


―¿Que ocurrió con mi madre? ¿Que fue de su hermano?.


―Creo que no lo has entendido, tu madre y mi hermano son la misma persona. 


Izaya solo pudo quedarse pasmado ante eso. Si bien había escuchado por ahí que había habido casos de hombres siendo capaces de tener hijos, eran tan escasos que realmente nadie les prestaba atención. Así que eso no era lo importante, el porqué su padre había mantenido una relación sexual con su hermano era un tema escandaloso, algo que jamás esperó de él.


―Inuyasha yo hicimos todo lo que una pareja hacía, nos amamos y llevamos a cabo otros temas de los cuales no debes escuchar todavía. ―Sesshomaru casi rió al ver la expresión avergonzada de su hijo, era como ver la expresión de ese hombre al cual amó. ―Cuando lo presenté ante mi padre, todo se derrumbó. Nos enteramos que Inuyasha era el hijo de la amante de mi padre, estábamos unidos por la sangre y habíamos hecho cosas que nunca debieron pasar. Eso nos rompió a ambos, pero amaba tanto a ese hombre que no me importó cuan prohibida fuera nuestra unión. Yo no me arrepentía por lo que había hecho, jamás me arrepentí por amarlo como lo hice.


Izaya escuchó algunos relatos que ocurrieron tras eso. Como Inuyasha se había apartado de su padre para pensar en la situación tan abrumadora en la que estaban. Y Sesshomaru recordó la última conversación que tuvo con Inu no Taisho.


¡No puedes estar manteniendo relaciones sexuales con tu hermano! ¡Eso es inmoral!.


¿¡Con qué derecho lo dice usted!? ¡No voy a dejar de amar a Inuyasha por sus errores! ¡Nosotros no tenemos la culpa de amarnos como lo hacemos!.


Desde ese día, Sesshomaru no volvió a ver a su padre. Porque él e Inuyasha se amarían sin importar la sangre que corría en sus venas y tras haberlo pensado, Inuyasha volvió a sus brazos ya sin importar nada más que el amor que se tenían. Pero, luego de unos meses, todo cambió. Sesshomaru había creído que Inuyasha había caído en la enfermedad, al verlo con nauseas matutinas y mareos, más glotón que de costumbre, verlo débil algunas veces y cuando se había desmayado de repente, supo que algo andaba mal. Recibieron la noticia de que Inuyasha pertenecía a esa pequeña cifra de hombres que podían dar a luz. Aún si había sido una gran sorpresa, ambos estaban emocionados con ese gran cambio en su vida. 


Pero mientras más relataba Sesshomaru a su hijo, este se daba cuenta de que el mal apenas empezaba. Izaya al ver como la expresión de su padre se ensombrecía, supo que el momento crítico de su vida estaba por venir. El motivo por el cual su padre lo odiaba como lo hacía. Y si bien no quería que siguiera hablando, necesitaba saberlo todo.


Sesshomaru contó como su padre había mandado hombres a su hogar, la casa que entre él e Inuyasha habían comprado para formar su propia familia, a amedrentar a Inuyasha para que se alejara. Nadie de la familia sabía acerca del estado de Inuyasha, cuando los tipos que habían ido a tratar de separar al par de hermanos, el menor estaba solo. Cuando Sesshomaru regresó, pudo ver a su hermano en el suelo lleno de golpes y apenas consciente, pero sin dejar de abrazar su vientre poco notorio. Inmediatamente lo había llevado al hospital solo para recibir la noticia de que gracias a la agresión recibida, el embarazo se había tornado de alto riesgo y si no querían arriesgarse, debían deshacerse del bebé. Sesshomaru fue el primero en acceder a que interrumpieran el embarazo. Porque por mucho que le doliera, Inuyasha estaba primero. Pero Inuyasha se negó ante eso, les dejó en claro que por su debilidad habían logrado herir a su hijo a ese punto. Les advirtió que no sería débil nuevamente y que si alguien se atrevía a tocar a su hijo, lo defendería como no había logrado hacerlo.


Luego de eso, la situación solo empeoró. La frustración de Sesshomaru al ver como Inuyasha se debilitaba con cada mes que pasaba era notoria, ver como Inuyasha moría lentamente por un niño le hacía sentirse mal. Él también se sentía débil por no haber estado con Inuyasha cuando lo necesitó, pero había hecho que encerraran a su padre por lo que había hecho y lo había logrado. Pero eso no le devolvería al Inuyasha alegre y lleno de vida que solía emocionarse al sentir el movimiento de su hijo. Ahora Inuyasha solo se mantenía vivo para poder salvar al niño y eso solo logró hacer crecer el resentimiento que tenía hacía el pequeño no nato.


Llegó el momento de relatar el día más duro de Sesshomaru, el día en que había sido obligado a decidir entre dos vidas importantes para él. El día en que debía elegir entre el amor de su vida o el fruto de su amor, pero Inuyasha había decidido por él con antelación. Después de unas horas esperando fuera del quirófano, la noticia de que solo uno de ellos había sobrevivido lo había destrozado. Él sabía quien había partido sin necesidad de que lo dijeran, sabía que el terco y orgulloso hermanito que tuvo daría su vida con tal de que el fruto de su amor sobreviviera. Y fue así como Inuyasha murió para darle su propia vida a su hijo.


Sesshomaru finalizó el relato.


En ese momento Izaya supo que su padre se hizo cargo de él por el amor que le tuvo a Inuyasha, por el amor que le tenía a él por ser su hijo. Como a pesar de sentirse herido, había hecho todo lo posible por criarlo y hacerlo un hombre de bien. Pero no podía darle amor, era algo que no tenía. Se aseguró de darle todo pero no pudo otorgarle el amor que Inuyasha se había llevado con él. Supo que aunque no lo viera, había recibido el amor silencioso de su padre. Y si bien nunca lo vio junto a él, eso no significaba que no estuviera ahí.


Mientras hurgaba en sus recuerdos, Izaya recordó todas esas veces que enfermó y como alguien lo cuidaba con dedicación, como sostenían su mano tratando de confortarlo pero creía que solo estaba en medio de sus delirios provocados por la fiebre. Nunca pensó que su padre lo amaba con la misma intensidad de su odio. Porque Sesshomaru Taisho lo odiaba con todo su corazón, pero también lo amaba con la misma intensidad.


Izaya lloraba ante la historia, al escuchar como las palabras de su padre se quebraban al mencionar la partida de su madre y como lágrimas silenciosas bajaban por sus mejillas. Su padre solo era alguien desdichado al que le habían arrebatado al amor de su vida. Y se sentía culpable por ello. No pudo más, abrazó con fuerza a su progenitor y lloró con intensidad. Ambos se necesitaban, pidió perdón innumerables veces pero su padre solo lo abrazó con la misma necesidad que él. 


Ellos repararon una relación cegada por el odio y el dolor.


Pasado un rato, Sesshomaru notó que su hijo dormía en sus brazos, lo cargó para llevarlo a su habitación. Al mirarlo dormir era como ver al propio Inuyasha, porque Izaya era idéntico a su amado. Lo único que Izaya había heredado de él habían sido sus ojos, nada más. Porque incluso la actitud del adolescente era similar a su madre. Y verlo todos los días era una constante agonía. Ver a Izaya le recordaba lo que había perdido, pero también le recordaba que era el amor materializado que ellos se tuvieron. 


Llevó al adolescente a su cama y lo recostó, sus mejillas y ojos se veían rojos. Había llorado mucho, pero había sacado el dolor que sabía que guardaba. Tal vez ambos eran iguales en ese aspecto, guardaban lo que sentían para no quedar expuestos a la realidad. Pero un día todo eso podía llegar a ser asfixiante. Odiaba y amaba a ese niño, pero al final era solo su pequeño, el niño que su amado quiso proteger y no podía dejar que fuera en vano. Antes de salir de la habitación le dedicó una mirada, una que le daba cada noche antes de dormir. Cerró la puerta al salir para así poder vivir su duelo en la soledad de su propia habitación, pero jurándose a sí mismo que su pequeño al menos tendría su compañía a la vista. Porque Izaya creía que lo había olvidado, pero nunca lo dejó solo. Siempre estuvo ahí aunque no lo veía. Izaya no lo sabía pero siempre fue poseedor de...


El amor silencioso de un padre.


Fin.


 


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