Cuenta la leyenda que hace muchos años, un marinero termino en una isla. Con su barco roto y siendo el único de su tripulación, su nombre era Abbacchio.
Muy cerca de allí reside, bajo las profundidades del mar, Bruno. Un sireno verdaderamente hermoso, con una mirada encantadora y una voz de ensueño, capaz de atrapar a cualquiera.
El destino quiso juntarlos, quizás era curioso de saber que pasaría. Un humano y un sireno, parece solo un cuento de hadas, pero para ellos era real.
— ¡Marinero! — Le grito llamando su atención, colocándose en la madera flotante.
El marinero se volteo, le dedicó una leve sonrisa a su nuevo amigo y a la vez enamorado, no le era indiferente.
— Bruno, buenos días ¿Amaneciste bien? — Le pregunto mientras martillaba unas cosas.
— Amanecí con el sonido de las ballenas, son bastante ruidosas. Por cierto ¿Cuanto le falta para irse?
— No lo sé, tengo que cargar comida una vez termine todo, quizás unas dos semanas ¿Por que?
Eso fue un golpe bastante duro para el sireno, quien estaba perdidamente enamorado del hombre.
— ¡Déjame ir contigo! Puedo ser tu acompañante, puedo usar mi forma humana y en las noches cuando ancles dormir en el mar.
A Abbacchio también le molestaba. La idea de dejar a su amado, a ese ser que conoció apenas encalló y le pareció la cosa más hermosa del mundo.
— Aceptó, siempre y cuando no sea un impedimento para ti.
— No lo es, no tengo familia alguna y ser el único sireno aquí es aburrido.
— Entonces ven conmigo, se mi acompañante, fiel a mi.
Fue así cuando semana después zarparon, el albino manejaba el barco mientras que Bruno lo miraba. De vez en cuando fijaba el rumbo exacto para descansar un poco y luego lo retomaba. En ese transcurso convivía con el sireno.
Semanas navegando, llegando a islas. Encontrando suministros y cosas que servirían para cuando llegaran a Italia, el lugar donde vivirían. Fue cuando se enamoraron, compartieron besos, noches, caricias e incluso el dulce acto carnal.
Las historias entre sirenos y humanos no siempre terminan en tragedia, la tristeza no todo el tiempo puede estar presente y para ellos la felicidad tocaba la puerta siempre.
Al llegar a Italia, fue cuando Abbacchio le quiso proponer matrimonio a Bruno. En una noche en donde la luna reflejaba el agua y resplandecía la cola de su amado, pues estaban disfrutando del mar.
— Bruno, te he amado desde que he oído tu voz, desde que saludaste y decidiste permanecer a mi lado — De sus bolsillos saco una cajita con un anillo, este tenia la forma de una perla, con detalles en oro.
— Abbacchio... — Murmuro extendiendo su mano feliz — Marinero, yo aceptó como acepte ser su compañero, brindando mi devoción a usted.
Ellos dos se casaron un día de diciembre, cuando la playa estaba solitaria sólo existían ellos, la calma, las olas, en sonido marino y el señor que los iba a casar. Bajo aquella tarde dijeron al unisono que aceptaban compartir su vida juntos.
— Aceptó — Posteriormente se besaron.
Tras años de aquel evento, decidieron tener hijos, en total fueron cuatro y fueron adoptados, algunos eran sirenos, otros humanos. Pero a todos los querían por igual manera.
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