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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo veintidós: De cuando dos niños son idiotas (a pesar de quererse mucho)

Pansy aguardó a que Tracey cerrase las cortinas de su dosel aquella noche; le había contestado a sus "buenas noches", y después del susurro del movimiento de la tela, el único sonido que quedaba en el cuarto era el distante correr de agua del baño, ocupado por Millicent. Permaneció un momento sentada en la cama, el objeto de su inquietud estaba debajo de la almohada, donde lo colocó de improviso cuando sus compañeras de cuarto entraron.

Cerró sus propias cortinas despacio, con cuidado. Encendió una lámpara de aceite con el toque adecuado; no pensaba arriesgarse a una explosión que atrajese la atención, a pesar de que el lumos era de los pocos hechizos que le salía. Arriesgarse en ese instante, sería demasiado.

Exhaló lento, al darse cuenta de que nadie entraría a acusarla de algo que ni siquiera sabía qué era.

Aun sabiéndose sola y escondida, se metió bajo las cobijas para mayor protección, lámpara incluida, y arrastró el objeto con ella.

Abrió el libro, las páginas amarillentas y vacías la recibieron, igual que lo hicieron en el baño, cuando lo bajó con ayuda de Myrtle y una escalera sacada de la oficina del conserje.

Tienes que presentarte, le había indicado la fantasma, a él le importa mucho que sean educadosNo te dirá nada si no lo eres, entonces el tesoro te será inútil.

Y ella lo había hecho así.

Sólo por si acaso, escribió, de nuevo, en la parte más alta de la hoja.

"Hola, otra vez"

En cuanto lo colocó, las palabras se desvanecieron en el papel. Por debajo de donde había escrito, una caligrafía estilizada, cursiva y más grande que la suya, le contestó.

"Hola, Pansy"

Bueno,  recordaba su nombre. Era un comienzo.

"Disculpa, ¿me decías que te llamabas Tom?"

"Tom M. Riddle, para servirte"

Pansy sonrió.

"Mucho gusto, Tom"

0—

Harry lo escuchó darle una orden a las piezas de ajedrez, luego sintió un leve tirón en el cabello, dedos que le desenredaban los mechones, allí por donde al peine le costaba hacerlo. Ron le dedicó una mirada extraña por encima del tablero, con una expresión que estaba a medio camino entre un ceño fruncido y una risa, después volvió a fijarse en el juego que se desarrollaba, para hacer su movimiento en respuesta.

Estaban en la Sala Común de Hufflepuff, lo que tenía a Harry dentro de una burbuja de absoluta fascinación. Se accedía desde el pasillo que daba a las cocinas y se encontraba en una especie de sótano, la entrada constaba de un grupo de barriles apilados, a los que se tocaba a un ritmo determinado para que se abriese el paso.

El lugar aparentaba ser pequeño y acogedor, debido a unas ventanas enormes, redondas, que daban a paisajes imaginarios, muebles mullidos con los tapizados más coloridos; había una chimenea, que tenía pinturas a los alrededores, mesas de todas las formas y materiales, estantes con libros. No estaba seguro de por dónde se llegaba a los dormitorios.

Ocupaban un par de sillones junto a una de las ventanas mágicas, su mejor amigo estaba sobre el sofá con forma de gato del que les había hablado, con las piernas subidas al mueble y dobladas, en un gesto de comodidad que nunca veía en los estudiantes de Slytherin. Harry se encontraba en un banco de madera, a un nivel más bajo que los sofás y la mesa entre ellos; detrás de él, Draco tenía las piernas extendidas hacia un lado, los tobillos cruzados, y se encargaba de peinarlo, mientras jugaba con Ron.

Los Hufflepuff, para él, que estaba acostumbrado a las serpientes, resultaban extraños. Vestían ropas holgadas, casuales, coloridas, incluso viejas, no parecía que les importase arreglarse. Podían tumbarse en el suelo a hablar, leer o estudiar, compartían muebles que estaban pensados para una persona, amontonándose para hablar entre risitas. Definitivamente diferente a Slytherin.

Un tirón más fuerte le echó la cabeza un poco hacia atrás, emitió un quejido para hacérselo notar. Draco utilizó las manos, en lugar del cepillo, para esa área; su tacto era delicado, lento, y no lo jalaba, más que cuando era intencional. Los dedos se deslizaban por su cabello igual que lo haría el agua.

Después de haber dado una orden a sus piezas, Ron se reacomodó, y se puso una mano bajo la barbilla.

—¿Tienes que hacer eso en este preciso momento?

El niño-que-brillaba soltó un largo "hm" al examinar el tablero, hizo su movimiento. Luego se dedicó a pasar el peine por los mechones que ya le había desenredado y comenzaban a levantarse en todas direcciones.

—Bueno, alguien tiene que hacerlo —mencionó Draco, con voz queda—. Y es obvio que tú no lo harás, o Potter habría dejado de estar despeinado hace años.

—¿Pero es necesario que sea justo ahora?

—¿Qué pasa, Weasley? ¿Te distrae?

—Sí, bastante —arrugó la nariz al ver el tablero, y volvió a fijarse en ellos con los labios fruncidos—. Es extraño.

—¿Que me esté peinando? —Harry esperó a que hubiese hecho su movimiento para hablar. Ron le dedicó una breve mirada, al tiempo que Draco daba la orden a sus propias piezas.

—Sí, eso también.

Él no preguntó a qué se refería. Sus amigos continuaron jugando en un silencio que era la única tregua que podían darse, Harry se echó más hacia atrás para pegar la espalda al borde del sillón y apoyó la cabeza en uno de los muslos de Draco, que continuó jugueteando con su cabello entre los dedos, incluso después de que lo desenredó por completo.

A la hora de la cena, cuando estaban a punto de levantarse para ir al Gran Comedor, Ron hizo un gesto vago para pedirles que no se moviesen. Antes de que hubiesen hecho más de una pregunta, Ron apuntó la puerta de la Sala con una media sonrisa, la misma que se abrió para dar paso a un tumulto de estudiantes que comía bocadillos, elfos domésticos que caminaban junto a ellos, hablándoles con sus voces agudas y palabras dulces, cargando bandejas.

—¿Tienen servicio especial de elfos? —Draco estrechó los ojos hacia los Hufflepuff recién llegados. Ron se rio entre dientes; estaba claro que disfrutaba de oír el recelo en su voz.

—Hannah y Susan van a las cocinas todo el tiempo y hablan con ellos —explicó con calma, extendiendo su mano para coger un bocadillo de una bandeja. Le agradeció al elfo que la llevaba, y este, a punto de llorar de alegría, lo alabó e hizo profundas reverencias al ofrecerles comida a ellos; intercambiaron una mirada, luego tomaron unos también—. Como estamos casi en las cocinas, es muy fácil traer la comida de allá, y a veces vienen en las tardes y los fines de semana a traernos, porque todos los chicos les hacen cumplidos y agradecen, y los elfos terminan llorando cuando se van.

Harry notó que su amigo se inclinaba hacia él, para murmurar por encima de uno de sus hombros.

—¿Crees que podríamos tener un servicio especial de elfos domésticos en Slytherin también?

El niño dio un vistazo alrededor. Los estudiantes que estaban sentados o acostados, les pedían con sonrisas inmaculadas a los elfos que les diesen bocadillos, algunos se agachaban para quedar a su altura y hablar con ellos, otros les hacían peticiones con gestos suplicantes, con pucheros y ruegos al unir ambas manos. No podía imaginar que ocurriese lo mismo en su propia Sala Común.

—¿Crees que les agradecerían la comida y serían amables con ellos? —le replicó. Lo vio arrugar la nariz al negar, de forma casi imperceptible—. La mayoría de los Slytherin tienen sus propios elfos domésticos.

—No es lo mismo —refunfuñó el otro, dándole un suave tirón a su cabello, por el que le regresó un manotazo sin fuerza.

A punto de iniciar una pelea falsa, otro elfo se acercó para ofrecer más comida y Harry se distrajo. Cuando se fijó en él de nuevo, se percató de que una lechuza parda había entrado en la siguiente oportunidad en que la puerta se abrió, y revoloteaba en torno a su amigo.

—¿Y esho? —Ron habló con la boca llena al darse cuenta de que el animal se posaba en uno de los hombros de Draco, que al mismo tiempo, le dirigió una mirada recriminatoria por lo que, él sabía, calificaría como "falta de educación".

—Es una lechuza, Weasley, entiendo que nunca hayas tenido una porque a tu familia le falta dinero hasta para la más pequeña e inútil de ellas, pero ya deberías conocerlas por los demás estudiantes —a pesar del comentario mordaz que soltó, lo hizo con un tono ausente, sin verlo, porque había abierto la carta y observaba el contenido; su otra mano, la que antes había estado ocupada con su cabello, ahora le acariciaba el plumaje al ave, que ululaba y frotaba uno de sus costados contra la sien del niño. Harry hizo un pequeño puchero.

Ron abrió la boca para contestarle, el rostro enrojeciéndose a una velocidad alarmante, pero de pronto, sin emitir ningún sonido, vio a Harry y apretó los labios. Aún con el ceño fruncido, negó y se dedicó a mascar de forma agresiva una pieza de pan, con los ojos puestos en Draco.

—Lo que dijiste fue horrible —susurró a su amigo, sacudiendo uno de sus brazos para capturar su atención.

—¿Ah, sí?

—Sí.

—No te está escuchando —aclaró Ron, en un tono que indicaba que se trataba de una obviedad, pero él alternó la mirada entre ambos, hasta percatarse de que los ojos grises de su amigo se movían de lado a lado, supuso, sobre las letras de lo que leía—. ¿Con quién se está escribiendo?

Tras un suspiro, se acomodó para volver a recostar la cabeza en la pierna de Draco, y comenzó a jugar con la tela del pantalón que llevaba ese día.

—Todavía no lo sabemos —se encogió de hombros.

—¿Sabemos? —repitió Ron, llevándose otra pieza de comida a la boca, que le arrebató de la bandeja a un elfo que iba de paso; le agradeció sin mucho interés, pero bastó para que la criatura chillase.

—Pansy y yo.

—Hm, había pensado que él les contaba todo. A ella, al menos. Ya sabes, como nunca lo veo con nadie más y eso, y no creo que tenga otros amigos —la última parte la dijo en un tono de voz más alto, probablemente de forma intencional, para recapturar su atención; Draco no pudo haberse mostrado menos afectado.

—Sí los tiene —le refutó, pensando en Jacint Parkinson, y tal vez, en Nymphadora Tonks. ¿Y el profesor Snape contaría como uno? Él estaba seguro de que podía contar a Sirius entre sus amigos, pero no sabía si la relación padrino-ahijado que esos dos mantenían sería cercana a la suya.

Ron soltó un bufido incrédulo, pero no dijo más. Cuando Draco terminó de leer, dobló el pergamino por las mismas líneas por la que lo estuvo antes, lo devolvió al sobre, lo cerró y se lo guardó dentro de uno de los bolsillos ocultos de la túnica; le pareció que lo oía susurrar al pájaro, regalándole una última caricia y una de sus golosinas especiales, antes de dejarlo partir.

—¿Dónde nos quedamos? —como si nada hubiese ocurrido momentos atrás, Draco se inclinó hacia adelante para fijarse en el tablero e hizo su siguiente movimiento. Al ver que Harry estaba pegado a él, sus dedos volvieron a enredarse entre su cabello, alisando mechones y dándole leves tirones.

—En la parte en la que te respondo con un insulto sobre tu padre preso, te indignas, y Harry me mira como si fuese un Dementor. Sí, con esa misma cara —apuntó Ron, en tono aburrido—, y después me quedo jugando solo.

Draco soltó un largo "hm".

—Bueno, saltémonos eso. Te toca.

Pese a que su mejor amigo lucía como si tuviese intenciones de replicarle y dar inicio a la discusión de la que hablaba, resopló, pasó las piernas sobre uno de los reposabrazos, ganándose otra mirada poco agradable del jugador contrario, e hizo su movimiento.

No hablaron más en lo que quedaba de la partida, y una vez que terminaron, se prepararon para marcharse. Antes de llegar a la puerta, Ron le hizo un gesto para llamarlo. Dejó avanzar a Draco por el pasillo unos pasos, para que pudiesen hablar a solas.

—Sabes que estaba siendo un idiota, ¿verdad?

Harry resopló, pero era innegable, así que asintió, metiéndose las manos en los bolsillos.

—Lo siento.

—Mira, compañero, a mí no me importa que sean cercanos. No lo entiendo, pero no me importa, es cosa tuya si puedes aguantar un ego más grande que los dos juntos —él alzó las manos en señal de derrota. Harry tuvo que contener la risa—. Hannah dice que uno no puede evitar que sus amigos tengan amigos más raros…—carraspeó—. Pero, cuando está siendo un idiota, no tienes que aplaudírselo.

—Yo no...

—Lo sé —lo cortó enseguida, en un tono conciliador que rara vez le escuchaba—, no lo haces. Sólo intenta no acostumbrarte a eso, que no se te pegue lo imbécil, y díselo —Ron desvió la mirada por una fracción de segundo, en la dirección en que Draco acababa de darse la vuelta para ver por qué se había quedado atrás—. Por alguna razón, creo que él te escucha, al menos más de lo que me escucharía a mí o a los demás.

Harry vio por encima del hombro a su amigo. Draco le dirigía una mirada inquisitiva, desde la distancia.

—Está bien —murmuró, cambiando su peso de un pie al otro—, gracias por no odiar que seamos amigos.

Ron bufó e hizo un comentario poco grácil, antes de despedirse de él y dejarlos en el corredor, una vez que la puerta se cerró detrás de él. Harry caminó hasta posicionarse junto a su compañero y los dos emprendieron continuaron desde ahí.

—¿Qué quería Weasley? —preguntó, después de un momento y algunos metros recorridos—. Me miró muy raro.

—Es por lo que le dijiste —se encogió de hombros. El otro emitió un "ah" desinteresado y no preguntó más al respecto—, deberías dejar a su familia en paz.

—Cuando él no hable de mi padre, tal vez.

Harry no podía prometer que dejaría de hacerlo, por lo que decidió no insistir con el tema.

Cuando llegaron a la Sala Común de Slytherin, un grupo variado de estudiantes de primero, segundo y tercero, estaba reunido en un círculo de muebles. Daphne Greengrass se puso de pie para saludar a Draco nada más entraron.

—¡Anda, únete a nosotros! —le decía, intentando tomar una de sus manos para jalarlo; él la esquivaba sin problemas.

—Es divertido —añadió una segunda niña, de aspecto similar, que permanecía sentada entre los demás; a Harry le tomó un instante reconocerla como la otra Greengrass, la pequeña.

—Potter y yo tenemos cosas que hacer —aclaró en un susurro, sujetándole la muñeca para arrastrarlo con él cuando comenzó a caminar lejos de allí. Hubo una ligera protesta de la niña al verlos marcharse, pero pronto el juego se reanudó y el murmullo de las voces llenó el lugar de nuevo.

Cuando estaban por adentrarse en los pasillos de los dormitorios, Draco lo hizo frenar para ver hacia un lado. Localizaron a Pansy sentada en un sillón mullido, con las piernas cruzadas y abrazada a un libro. Uno de los Guardianes, Lucian Bole, estaba sobre el reposabrazos, hablándole en voz baja y gesticulando con las manos.

Notó que Draco fruncía un poco el ceño.

—¿Crees que deberíamos acercarnos?

—Parece que se llevan bien —se encogió de hombros. El otro se quedó en silencio por unos segundos, en los que la niña se percató de su presencia, los observó, se ruborizó. Luego fingió que no se había percatado que estaban ahí.

—Voy a escribirle a Jacint —avisó Draco, girándose para continuar su trayecto hacia los cuartos. Harry dejó caer los hombros y fue tras él.

—¿Tienes que avisarle que Pansy hizo un amigo? ¿En serio?

—Un amigo que le lleva varios años, sí. Uno nunca sabe.

Él resopló.

—¿Uno nunca sabe qué?

—Si le pasa algo.

Cuando se detuvieron frente a la puerta de la habitación, lo miró con una pregunta clara en los ojos. Draco elevó el mentón y entró al cuarto con paso altivo.

—Si fuese yo quien tuviese un amigo mayor, ¿también escribirías a alguien? —cuestionó con un deje de diversión, entrando y cerrando detrás de él.

El niño-que-brillaba lo observó por encima del hombro.

—No, te preguntaría a ti directamente qué haces con alguien mayor.

—¿Por qué no le preguntas a ella también? —rodó los ojos—. Sí sabes que la edad no es requisito para ser amigos, ¿verdad? Nos llevamos bien con Fred y George y son mayores.

—Pansy no necesita extraños cerca.

A pesar de lo que decía, se sacó la carta recién recibida de la túnica; fue esa la que colocó en el escritorio cuando se sentó y sacó papel y una pluma. Harry se tiró sobre su cama, desde donde lo vio, en silencio, durante un largo rato.

—¿Nos dirás a quién le escribes? —Draco no le respondió, así que rodó por el colchón e insistió—. Pansy y yo te contamos todo.

—Lo sé. ¿Ya acomodaste tu baúl? —cambió de tema, claro.

No sabía por qué no se sintió sorprendido. Con un resoplido, negó, después enterró la cara en una de las almohadas.

Al día siguiente, salía el Expreso por las vacaciones de invierno.

0—

—Te dije que tenías que acomodar tu baúl anoche.

—Lo sé.

—¿Por qué no lo hiciste?

—Lo olvidé —Harry lloriqueó—, nos pusimos a hablar sobre las mejoras del mapa, y después me mandaste a bañar, y apenas toqué la cama, me dormí, y...

—Eres un desordenado, irresponsable…es cuestión de lógica que tienes que tener tu baúl listo antes…

Draco continuó mascullando acerca de él, mientras Dobby, el elfo que los Malfoy le prestaron, ordenaba la ropa en su lugar. Era uno de esos momentos en los que reconocía la influencia del profesor Snape en su amigo. Tuvo que contener la risa y fingir culpabilidad, la que se volvió real cuando Pansy se asomó por la puerta, con una expresión confundida, y se dieron cuenta de que faltaron al desayuno.

El niño no dejó de refunfuñar en el trayecto hacia la estación en la que tomaban el tren. Incluso cuando le rogó a Dobby que les llevase algo de comida y desayunaron en el camino hacia un compartimiento aceptable, Draco le dio una mirada poco agradable y lo acusó, al menos una docena de veces más, de ser un irresponsable.

Cuando estuvieron instalados en el compartimiento y el carrito de golosinas le pasó por un lado, notó que su amigo se cruzaba de brazos.

—Deberías comprarnos golosinas por lo que hiciste, Potter. A mí por hacerme perder el desayuno, y a Pansy por hacer que fuese a comer sola.

—Yo no comí sola —susurró la niña, ladeando la cabeza—, me senté con Millicent y Tracey.

—Eso es todavía peor —Draco arrugó la nariz. Para disimular la risa, Pansy se tapó hasta la nariz con el cuaderno que tenía entre las manos.

Harry resopló.

—Le pedí a Dobby comida, ya desayunaste, Draco. No seas dramático.

Supo, en el instante exacto en que el otro niño se enderezó contra el asiento, que aquello iba para largo.

No estoy siendo dramático —le espetó, elevando el mentón—. Cómprame algo, me lo debes.

—Ahora estás siendo un idiota.

 eres el idiota.

—¿Yo soy el idiota? —replicó, moviendo la pierna para chocar sus rodillas y empujarlo hacia un lado. También se cruzó de brazos.

—Sí —Draco le devolvió el choque de rodillas, quizás con más fuerza de la que pretendía, pero Harry no pensó en eso cuando se lo regresó, de nuevo.

—¿Quién es el que siempre tiene que decir algo desagradable? Porque no soy yo, ni Pansy.

—Digo cosas desagradables cuando eres un necio que no hace lo lógico, que cabría en cualquier cabeza de normal funcionamiento.

—No, dices cosas desagradables cuando quieres hacerlo, porque eres un mimado.

El niño estrechó los ojos. Cuando pareció que iba a continuar la absurda discusión, cerró la boca, relajó su expresión, y le dio un empujón más con la pierna.

A Harry no le gustó la desdeñosa sonrisa que mostró después.

—Cierto, olvidé que no debes tener ni para tus propias golosinas, si papi no gana bien entre los ladrones que tiene por compañeros Aurores. Tal vez yo tendría que comprar algo para ti, Potter; será mi buena acción del día.

Lo siguiente que supo fue que la sangre le hervía y acababa de darle un verdadero empujón a Draco, uno que lo hizo chocar la espalda contra la ventana del compartimiento. El tren comenzaba a avanzar despacio.

—¡Los Aurores no son ningunos ladrones! Al menos mi papá no es-

El compartimiento se sumió en el silencio.

Harry, a mitad de la frase, sintió que la boca se le cerraba y los labios se le quedaban pegados; aunque lloriqueó e intentó hablar, no emitió más que un sonido frustrado. Frente a él, Draco lo observó con los ojos ligeramente más abiertos de lo usual, antes de que la expresión de indiferencia marca Malfoy volviera a hacer de las suyas.

No lo había dicho, lo que era casi un golpe de suerte, pero lo pensó; más que eso, estuvo a punto de soltarlo. Ambos lo sabían.

Hubo algo feo en la manera en que Draco lo miró. Y cuando el pecho le apretó, dolió.

—Ni siquiera sabes la mitad de las cosas que tu adorado padre hace en su estúpido trabajo, con sus estúpidos comp-

Silencio, de nuevo. Draco se llevó las manos a la cara cuando sus labios tampoco pudieron volver a separarse, y se quejó sin más que ruidos mudos. Su amigo fue más listo al ver a la única otra persona con varita dentro del compartimiento.

Pansy, que ocupaba el asiento frente a ellos, aún tenía el cuaderno entre las manos, balanceaba sus piernas adelante y atrás. Los miraba por debajo de las pestañas, con una expresión demasiado tranquila para alguien que acababa de presenciar el comienzo de una posible discusión.

La niña les sonrió. Tampoco le gustó esa sonrisa, aunque no aparentaba malas intenciones, y no supo por qué.

—Qué bueno que tengo amigos maduros que se detienen antes de decir cosas que van a herir al otro, ¿verdad? —comentó. Notó que Draco entrecerraba los ojos al acomodarse en el asiento, pero si a ella le importaba, no lo demostró al regresar la vista a su cuaderno.

Fue una cuestión de orgullo el no pedirle que deshiciese lo que les había impuesto. En parte, porque ninguno parecía seguro de que su amiga en verdad lo hubiese hecho; por un lado, era la única posibilidad —a menos que ellos mismos hubiesen tenido despliegues de magia sin saber, lo que él consideró por largo rato—, y por el otro, se trataba de la misma niña que no podía hacer levitar una pluma, aún después de más de un año de estudios mágicos y tutorías especiales.

Así que, como los niños que eran, se cruzaron de brazos y de ese modo se quedaron, uno junto al otro, con expresiones de idéntica rabia y las bocas selladas.

La paz duró alrededor de medio minuto. Luego Harry volvió a empujar su rodilla, Draco se lo devolvió, seguían en ello cuando los Weasley los encontraron y decidieron instalarse en su compartimiento en lugar del que encontraron primero.

Ron se sentó al otro lado de él y le palmeó la espalda.

—Eh, compañero —miró a Draco, que le daba un empujón en ese momento, después a Pansy, que lucía ajena a su situación—, ¿qué está pasando aquí?

Harry soltó un largo ruido de protesta, que capturó la atención del resto de sus amigos. También empujó al otro niño, claro, no podía permitir que le ganase.

—¡Oh! —exclamó uno de los gemelos, al caer en cuenta de la situación— ¡creo que alguien los ha hecho callar!

—¡Alguien se cansó de sus peleas matrimoniales! —le siguió el otro. Miraron con sonrisas iguales a la niña—. ¿Es cosa tuya?

Pansy no les respondió. Tampoco necesitó hacerlo, porque los gemelos se lo celebraron y se pusieron a cada costado de ella, para averiguar qué hechizo había usado y cómo. Para aplicarlo otro día en alguno de sus hermanitos, en sus propias palabras, lo que dio inicio a una disputa entre ellos, Ron y Ginny, de la que los tres no-Weasley quedaron excluidos por obvias razones.

Harry y Draco continuaron, hechizados y enojados, dándose empujones durante la primera mitad del trayecto. Cuando los Weasley se resignaron a que no tenía sentido molestarnos si no podían reaccionar, ni conseguirían sacarles algo en ese estado, se dedicaron a hablar de Quidditch, comida, planes de verano, y tantas otras cosas, mientras Pansy hacía algún tipo de anotaciones en su cuaderno y les echaba miradas de reojo.

Para cuando el carrito de golosinas pasó de nuevo, Harry sólo estaba cansado. Se puso de pie, abrió la puerta de cristal, y le pidió con gestos lo que quería a la señora; dentro, repartió dulces a los Weasley y le tendió uno a Pansy, que declinó la oferta con una sonrisa cariñosa.

También le puso uno en el regazo a Draco.

El niño, notó, observó la golosina un momento, apretó los labios sellados. Luego la dejó a un lado, se levantó y salió del compartimiento.

—¿Y a ese qué le picó? —escuchó decir a Ron, y si hubiese podido observar la puerta boquiabierto, lo hubiese hecho.

Se fijó en Pansy, en busca de respuestas, pero la niña tenía los ojos muy abiertos y una expresión que dejaba en claro que ni siquiera ella entendía lo que acababa de suceder.

Harry hizo otro ruido sordo, se reclinó en el asiento, y se preguntó por qué seguía soportando esos arranques de su amigo.

Alrededor de un minuto después, Draco reapareció en el umbral, entró con ese aire altivo que lo caracterizaba, sin mirar a nadie, y le tiró una caja en el regazo. Luego se sentó y se dedicó a observar por la ventana, cruzado de brazos.

Era la caja completa de grageas de todos los sabores, la del listón dorado y el sello, que prometía los más deliciosos o los más horrorosos, sin puntos intermedios.

Sin querer, comenzó a reírse en silencio.

Cuando su amigo todavía simulaba que el paisaje vacío era lo más interesante del mundo, se acercó y apoyó la cabeza en su hombro, dado que no podía agradecerle con palabras por el hechizo. Él se removió apenas y lo observó de reojo.

Harry le mostró la caja de dulces y sonrió con la boca todavía sellada. Draco rodó los ojos y fingió que le interesaba más la vista fuera del tren.

Sí, tal vez por ese tipo de cosas era que todavía lo soportaba.

El hechizo se quitó por sí solo. Ambos miraron a Pansy, que ni siquiera les dedicó un vistazo. Después intercambiaron señas y susurros, preguntándose qué había ocurrido.

Veinte minutos más tarde, jugaban a dejar que el otro le eligiese una gragea y probarlas, sin hacer muecas. A Draco le tocó una de vómito, que lo hizo apretar la mandíbula, a Harry una de cerilla de oídos, por la que emitió un sonido de desagrado y arcadas falsas. A Ron, que metió la mano sin permiso a la caja para arrebatarle una, le salió la de moco de dragón, y estuvo lloriqueando por el resto del viaje.

Cuando llegaron al andén 9¾, los elfos de los Malfoy bajaron su equipaje por él, y aguardaron a que el tumulto de estudiantes abandonase el tren y la marea inicial disminuyese. Los Weasley se abrieron paso entre risas y gritos, buscando al hermano faltante, que era Percy; los tres Slytherin caminaron un poco por detrás, con calma. Pansy volvía a ir enganchada de un brazo de su amigo, con quien hablaba en voz baja.

Entre el montón de cabezas de los padres y demás familiares que esperaban el regreso de los chicos por las festividades, un perro ladró, haciéndose notar por encima de la multitud. Antes de que se diese cuenta de lo que ocurría, acababa de pisar la estación y Padfoot se abalanzaba sobre él para lamerlo.

Harry empezó a reír; por la bola peluda que reclamaba su atención, no vio el preciso instante en que Pansy era alzada en el aire por su hermano mayor, y Draco se detenía a buscar con la mirada a alguien que no se encontraba.

Hubo besos, abrazos, risas, preguntas, promesas, y más abrazos. Sólo cuando se pudo zafar de los brazos de Lily, fue que se percató de que su amigo continuaba solo, en medio del andén, abrazándose a su conejo mágico, que le olisqueaba el mentón e intentaba, al parecer, lamerlo también.

—Amelia —su madre, al ver lo mismo que él, se apresuró a ir con la otra mujer. Ambas entablaron una plática en voz baja, con ceños fruncidos y vistazos alrededor, aquellas miradas típicas que hacen los padres cuando algo no marcha bien pero prefieren no decirlo. Harry conocía de esas, porque ya era grande.

Se soltó, de nuevo, cuando fue James quien intentó rodearlo, pero antes de que hubiese alcanzado a su amigo, una muchacha se Apareció, de ropa desaliñada, holgada, jadeante, cabello rizado de forma antinatural y azul eléctrico. Se agachó frente a Draco.

Nymphadora Tonks habló con él un momento, luego saludó a los demás adultos, con especial énfasis en Amelia Parkinson. Se despidió de todos con gestos teatrales y exagerados, para después llevarse a Draco con ella.

0—

Las notas empezaron a llegar después de día y medio de haber comenzado las vacaciones de invierno. Boo, el búho imperial de los Malfoy, y Nanai, la lechuza parda de Tonks, realizaban todo el trabajo de ir con la carta y llevar la respuesta, muy a pesar de los ululeos de protesta de Hedwig; si alguien le hubiese preguntado a Harry, él habría dicho que estaba de acuerdo en mantener a su mascota dentro de la casa, dado que no tenía ni la más remota idea de a dónde la enviaría, si la mandaba detrás de su amigo.

La primera, que más bien debía contar como una carta real, con membrete de escudo familiar y todo, le había llegado a Pansy, que cruzó la calle corriendo para enseñarle las noticias que tenían y la leyó en voz alta, en medio de su sala. En ella, Draco le hablaba del lugar en que estaban y los Tonks, haciendo parecer que Narcissa Malfoy decidió pasar tiempo de calidad en familia, lo que iba de maravilla, y con una redacción que le hizo sonreír, porque podía imaginarse perfectamente al niño contándoselo, justo como las historias con que acostumbraba entretenerla.

Cuando Pansy cayó en cuenta de que Harry no recibió noticias, su indignación la llevó a ir al otro lado de la calle, de nuevo, y meterse a su cuarto para comenzar a escribir su respuesta, con un párrafo completo acerca de lo injusto que era que no le hubiese mandado nada a él también. Casi tan pronto como dejó la casa, la lechuza que llevaba su nota lo alcanzó.

Draco no se había tomado molestias en disfrazar la situación para él, algo de lo que no sabía si sentirse agradecido, halagado, o envidioso.

"Madre ha enviado a Nym a buscarme y me han dejado en una de las casas de los Black. Ella aún no viene.

Estoy solo con Lía. Nym me prometió que iríamos a las playas de Irlanda mañana, a buscar caracolas mágicas, porque está de vacaciones también y consiguió unos trasladores que nos dejarán en un sitio al que van pocos magos o muggles, y aparentemente, no hay mejor momento para ir a la playa que cerca del invierno.

No le digas a Pans.

-Draco L. Malfoy, secuestrado por la familia, no por primera vez."

Harry lo leyó dos veces, antes de asimilar que, , la carta de Pansy era, en general, una de las historias muy bien narradas de Draco. No supo si debería sentirse mal por su amiga.

Tampoco supo por qué se sintió complacido de que fuese él a quien se lo contase.

Con la misma lechuza, que se quedó a reposar un momento y esperar por su respuesta, envió una nota preguntando si estaba bien solo, si sabía por qué Narcissa lo envió allí, y le pedía, a modo de broma, que le enviase una caracola linda, la mejor que encontrase.

Al día siguiente, alrededor de la misma hora, Pansy pasó por su casa a contarle de la siguiente carta estilizada de Draco, y mostrarle el collar de perlas rosa que le mandó con el búho. Él se limitó a preguntarse si el "recoger caracolas" al estilo Malfoy y Black, tal vez, incluiría métodos que no se podía imaginar.

Su siguiente nota llegó por la noche, después de la cena.

"De alguna forma, Nym y yo acabamos metidos en una burbuja enorme dentro del mar. No preguntes (ni siquiera yo entiendo lo que piensa).

Adjunto tu pedido, Potter.

Hoy pasaré la noche con el primo Regulus, acaba de tomar tres trasladores para venir a quedarse conmigo.

-Draco L. Malfoy, con la ropa arruinada por la sal marina y la piel tan bronceada que me parezco a ti."

En el sobre en que venía el pergamino de la nota, halló una caracola más grande que su mano, de colores claros y vibrantes, que parecían oscilar a la vista.

Cuando, al dejarla en su mesa de noche y apagar la luz para irse a dormir ese día, algunas de las líneas de patrones de la caracola brillaron en la oscuridad, Harry se echó a reír y se preguntó qué fue lo que pensaba Draco al mandarle algo semejante.

La mejor que encontró, seguramente. Harry se durmió con una sonrisa y su buen humor sólo continuó mejorando con la llegada de la nota que le siguió a esa.

"Regulus me acaba de dar libre y total acceso a las bibliotecas Black, y me mostró la sala de reliquias. Y acabo de encontrar una foto de Severus con catorce años, el cabello recogido hacia atrás, y la cara más amigable que le he visto alguna vez.

Voy a molestar a mi padrino con esto durante mucho, mucho tiempo.

-Draco L. Malfoy, maquinando planes malévolos, pero no tan fructíferos, desde 1980.

P. D.: ¿Qué opinas de la caracola?"

Así, en resumen, pasaron las vacaciones de Harry. Visitó La Madriguera tres veces, en una ocasión para pasar la noche arrimado en el cuarto que compartían Ron y los gemelos, y encontró al búho con su nota en la ventana de la casa de Godric's Hollow al día siguiente. Pasó una noche en Grimmauld Place, acompañado de Remus y Sirius, y fue a algunas de las prácticas del equipo vencedor de la última liga europea de Quidditch, al que Peter tenía que supervisar para unos artículos y manuales de juego.

Estuvo presente en el programa de radio de su madre, en el que hablaron de Hogwarts, algo así como "segmento de opiniones, de boca del estudiante", y lo hizo reír hasta que le dolió el estómago. También acompañó a su padre al Ministerio una vez. Lo segundo lo aburrió; demasiado gris, demasiada piedra, la gente ni siquiera era capaz de animarse un poco para saludar.

Visitó el jardín de los Parkinson algunas tardes, mientras Pansy entrenaba a Fénix, hacía anotaciones en ese cuaderno al que ahora se la pasaba enganchada, o sólo hablaban de temas sin sentido hasta que se empezaban a reír. Sin la rigidez del niño-que-brillaba, cuando fueron al Vivero, ambos se arrodillaron y se dedicaron a plantar mimosas mágicas, hasta que la tierra los cubría de pies a cabeza y Amelia Parkinson los detuvo.

Las notas no dejaron de llegar.

"A la tía Andrómeda le pareció que era buena idea sacarnos a Regulus y a mí de la casa. Fuimos de compras a un barrio mágico francés, vía traslador, y pasamos por tiendas de ropa, de las que no me dejó salir sin al menos tres bolsas en cada una.

También comimos crepes y croissants. ¿Crees que los elfos de Hogwarts harían unos para mí, si se los ordeno?

Pasaremos la noche con los Tonks. Nym transfiguró una cama en su cuarto y le puso las cortinas de verde Slytherin, y a la suya, unas amarillas Hufflepuff. Está loca.

-Draco L. Malfoy, al borde de la inminente convivencia Slyfflepuff."

"Regulus me llevó a un planetario, y nos pusimos a buscar su estrella y mi constelación en la recreación del cielo nocturno. Me regaló un planisferio celeste que perteneció a los Black y puede moverse solo para dar con mi ubicación y el cielo que estoy viendo.

Será otra noche con los Tonks. Nym también hizo una cama de Slytherin para él, Regulus se comenzó a reír y dijo que extrañaba esas camas.

-Draco L. Malfoy, el que va a pasar la noche observando el cielo en su planisferio nuevo."

"La tía Andrómeda está aplicando en Regulus la tortura de '¿y cuándo piensas casarte?'. Nym y yo nos escapamos de la cocina, y fuimos a jugar al patio con unas escobas que Ted Tonks sacó para nosotros.

Atrapé la snitch y me gané una porción extra de pastel de chocolate en la cena.

-Draco L. Malfoy, siempre victorioso y modesto."

"Ted me enseñó a jugar atrapadas, al estilo muggle, en el patio. Resulta que soy mejor sobre una escoba que en tierra, y 'atrapar la pelota' no es igual que 'capturar la Quaffle' precisamente. Y él es muy paciente, además.

Cuando terminamos, me llevó por un helado enorme de mil sabores a la vez, que nos tuvimos que comer entre tres (Nym incluida), y me dijo que si hubiese tenido un hijo varón, le hubiese gustado que fuese como yo.

No le contesté. No es que un hijo de muggles me haya dejado sin palabras, es sólo que no existe forma de contestar a algo como eso sin sonar más ridículo y Hufflepuff que la persona que lo dice.

-Draco L. Malfoy, al que quieren adoptar los Tonks ahora."

"Nym y yo tuvimos un duelo de práctica, en una sala especial. Ella es la que tiene entrenamiento Auror, no yo, y eso es todo lo que diré.

Habría jurado que escuché la voz de madre por la chimenea en la noche, pero cuando llegué, no había nadie.

-Draco L. (Malfoy-Black) Tonks, por ahora, tal vez no tan victorioso pero todavía siendo el mejor y más modesto."

"Le pregunté a la tía Andrómeda y Regulus si podía invitarte a ti y Pansy a venir de visita. No supieron cómo decirme que no, pusieron esas caras que hacen los mayores cuando no quieren hacerlo.

Nym me sacó de ahí y me está enseñando más trucos. Sé que es su forma de distraerme, pero son muy interesantes y no lo puedo evitar.

-Draco L. (Malfoy-Black) Tonks, al que toman por despistado aquí y prefiere no molestarse por eso."

"Acabo de aprender algo maravilloso, te encantará cuando lo veas. Nym me está diciendo que tengo talento y me está animando para que continúe practicando, pero no te diré qué es.

Madre envió un mensaje de disculpa con mi tía hoy. No se mostró por la casa.

-Draco L. (Malfoy-Black) Tonks, enfurruñado y orgulloso a la vez."

"Vi el amanecer con Nym y su padre. Nunca había hecho un muñeco de nieve, mucho menos uno al estilo muggle, pero hoy hicimos cinco, uno parecido a cada uno, y Ted Tonks los modificó con magia. Mi primo Regulus no para de reírse por el suyo.

-Draco L. (Malfoy-Black) Tonks, temblando de frío."

"Severus vino a verme hoy. Estaba molesto, pero no más de lo normal, y me avisó que volvería a Inglaterra dentro de unos días.

Madre llega mañana.

-Draco L. Malfoy, de nuevo, esperando que vengan por él."

Para ser exactos, Draco no apareció hasta el 23 de diciembre, cuando se suponía que sólo estaría 'unos días'.

Harry estaba viendo a Padfoot perseguir a Peter, por haber hecho una broma especialmente cómica acerca de Remus, que los observaba desde la distancia, cuando la chimenea se llenó de llamas verdes y una cabeza rubia, que conocía muy bien, se asomó desde adentro.

Su amigo salió, alisándose arrugas inexistentes en la holgada túnica negra, quitándose el hollín con movimientos medidos y practicados.

Cuando sus miradas se encontraron, el niño esbozó una débil sonrisa. Medio segundo más tarde, Harry se había abalanzado encima de él y trastabillaban hacia atrás, juntos, para mantener el equilibrio. La risa de Draco fue silenciosa, pero bastó para que una oleada de alegría explotase dentro de su pecho.

—¿Qué haces aquí? —preguntó después, dando un paso hacia atrás a duras penas. El otro rodó los ojos.

—¿Ahora no soy bienvenido?

—No es eso —lloriqueó, balanceándose adelante y atrás sobre sus pies—. ¿Y la tía Narcissa? ¿Viniste solo?

Detrás de ellos, los Merodeadores volvían a ser casi adultos maduros, Remus se acercaba a saludar, Sirius se lanzaba sobre la espalda de su ahijado, Peter aparentaba seriedad desde el sillón, cómodamente instalado, como si no hubiese estado metido en un agujero en su forma animaga, rehuyendo de un hocico perruno, momentos atrás.

—Madre está en la casa de los Parkinson, pasaremos la navidad allá —explicó de forma vaga, respondiendo a los saludos de los tres Merodeadores con un gesto amplio de la mano, misma con la que luego sujetó una de las muñecas de Harry—. Tengo algo que mostrarte.

—¿Viniste por flú desde la casa de al frente? —no pudo evitar reírse, mientras que Draco se volvía a alisar una arruga inexistente de la ropa y soltaba un bufido incrédulo y bien disimulado.

—Correr por la calle habría sido muy poco digno, Potter.

Decidió que tenía que ser importante, si hubiese hecho a su amigo correr. Balbuceó una disculpa a los Merodeadores y arrastró al niño en dirección a las escaleras, para llevarlo hacia su cuarto. A lo lejos, habría jurado que escuchó a su madre preguntarle a los hombres de la sala por él, y una respuesta que no fue más que un distante murmullo imposible de identificar.

Draco entró primero al cuarto, él cerró la puerta detrás de ellos, y se giró a tiempo para verlo tomar asiento sobre la cama, con las piernas dobladas encima del colchón y esa sonrisa feroz que le quitaba todo atisbo de rigidez a su imagen. La misma que prometía travesuras, peligro o varias risas. Harry le devolvió la sonrisa al sentarse a su lado.

—¿Qué tal los días con los Tonks? ¿Tengo que decirte Draco Tonks ahora?

El niño rodó los ojos, de nuevo.

—Nada que no te haya contado en mis notas. Fue bueno —admitió, arrugando un poco la nariz—; llámame por ese apellido muggle frente a alguien más y te maldeciré.

Harry ensanchó su sonrisa.

—Fuiste tú quien lo puso en sus notas.

—No es para que otras personas se enteren —frunció el ceño por unos segundos, mientras lo oía reírse, después su expresión volvió a ser digna de Sirius Black en su mejor momento—. Aprendí a hacer algo.

—Sí, me dijiste también, ¿recuerdas?

—Es algo espectacular.

—¿En serio?

—Es lo mejor del mundo —insistió su amigo, entonces Harry se comenzó a sentir picado por la curiosidad y se removió sobre la cama, acercándose un poco más.

—¿Qué es?

Draco apretó los labios un instante, luchando por contener su sonrisa.

—¿Las protecciones de la casa están activadas?

—Siempre lo están.

Él asintió.

—No dejes de mirar mis ojos.

Todavía intentaba comprender por qué lo decía, cuando notó que el niño se llevaba las manos al rostro, se cubría los ojos, y se echaba el cabello hacia atrás en un solo movimiento fluido. Sus pestañas aletearon cuando bajó los brazos, encima de los ojos más verdes que había visto en su vida.

A Harry le llevó un momento caer en cuenta de que Draco no tenía ojos verdes y soltar un grito ahogado, por lo que se quedó observando a su amigo con la boca abierta. Él parpadeó un par de veces; de un instante a otro, su iris volvió a ser de un gris distinguible. El niño continuaba con la mandíbula desencajada.

—¿Cómo...? ¿Qué...? —otro grito ahogado. Draco se echó a reír, una risa vibrante y clara; en cuestión de un par de batidas de pestañas más, sus ojos eran azules, después marronesdorados, y regresaban al gris pálido.

Harry había comenzado a dar saltos en el colchón, sin darse cuenta. Draco era orgullo puro, con la barbilla elevada, ojos brillantes.

—¡Merlín! —Harry empezó a reírse con fuerza, y su amigo se le unió—. ¿Cómo hiciste eso? ¿Es lo que Nym te estuvo enseñando?

El otro asintió con ganas, y de la emoción, no debió percatarse de que comenzaba a gesticular de forma exagerada al explicarle.

—Nym y yo ya habíamos practicado esto el año pasado, pero sólo me salían uno o dos colores, y me dolía un poco la cabeza —se encogió de hombros—. Esta vez, nos fue mejor. Dice que los Black tienen habilidades para las transformaciones de todo tipo, y le prometí a Nym llevar el libro con que ella aprendió en Hogwarts y practicar mucho. Cree que podría hacer casi todo lo que hace un metamorfomago en su niñez, al menos lo básico- digo, probablemente no me transforme por completo, pero podría cambiar mi apariencia base, y ella dice que eso es algo que no todos pueden hacer, y como no tengo el mismo don que ella, mis emociones no interfieren con el cambio, y no tengo que batallar tanto con el control de la magia como Nym me dijo que tuvo que hacer cuando tenía mi edad, y- —dio una brusca inhalación al quedarse sin aliento por soltar todo aquello de golpe, cuando por fin cayó en cuenta de su comportamiento, por lo que se aclaró la garganta y se enderezó. De cierto modo, Harry hubiese deseado que no se sintiese obligado a actuar de otro modo, pero tal vez era demasiado pedir con él—. Creo que está bien, ¿no? Me refiero, las capacidades nunca están de más- podría ser útil un día. Supongo.

Y ya que su amigo decidía, por una vez en su vida, en optar por la modestia cuando tenía todo el derecho a la presunción, Harry lo hizo por él, sujetándolo por los hombros para empezar a zarandearlo.

—¡Pero si es algo increíble! —le espetó, entre risas—. ¿Qué más crees que puedas hacer? ¿Puedes cambiar tu nariz, como hace ella?

—Todavía no —murmuró con diversión, intentando zafarse de su agarre, Harry lo sacudió de nuevo y no se lo permitió—, y no sé si pueda después.

—¿Puedes hacerle algo a tu cabello?

—Lo practicaré pronto.

—¿Y a tu piel?

Draco bufó.

—No voy a ponerme la piel como la tuya, Potter.

—Merlín, te verías tan rato —se burló, sacándole la lengua. Cuando una nueva idea pasó por su cabeza, fue su sonrisa la que debió advertir al niño, porque este comenzó a negar con la cabeza, aún sin haber escuchado sus palabras—. ¿Podrías verte igual que yo?

El niño-que-brillaba intentó dirigirle una mirada desagradable, pero Harry lo observaba con la boca y ojos muy abiertos, expectante; sin darse cuenta, terminaron por reírse otra vez.

—No lo sé, Potter, ¿para qué querría yo verme igual que ? —le pinchó el pecho con un dedo índice y una sonrisa retadora. Harry no dejó de sonreír al contestarle.

—Podríamos hacer lo que hacen Fred y George, y confundir a todo el mundo —ante una inspiración de último momento, también añadió:—. Y podrías presentar mis exámenes de Astronomía e Historia.

—No voy a presentar nada por ti —Draco le golpeó el dorso de las manos para que, al fin, lo liberase, y se giró hasta quedar de perfil, en una postura de fingida indignación—. Además, con mis buenas notas, sabrían que hiciste algún tipo de trampa.

Harry le dio un débil empujón a manera de protesta, Draco se tumbó en el colchón para hacerlo más dramático. Eran un enredo de cobijas y extremidades para el momento en que la puerta se abrió y Lily asomó la cabeza. Una gran sonrisa se le dibujó en el rostro al verlos.

—Draco, cariño, no te vi llegar. Pensé que era Pansy de nuevo, que venía a hacerle más colitas a Harry —su amigo le dirigió una mirada inquisitiva. Aunque no le había importado sentarse y dejar que la niña jugase con su cabello, sintió que las mejillas le ardían porque, bueno, Lily no tendría que habérselo comentado a Draco, no había razón alguna para que lo supiese—. ¿Quieres quedarte a comer? Hace mucho que no pasas por aquí, ¿cómo está tu madre?

Padfoot entró a trompicones cuando el niño estaba a punto de contestar. La persecución a Peter, por un motivo que desconocía —o tal vez por el mismo de antes—, continuaba en el cuarto, así que quedaron atrapados en medio cuando el enorme perro se lanzó sobre la cama y les cayó a los dos encima.

Hubo gritos de Lily, regaños, de Lily, preguntas acerca de si estaban bien, de Lily también, promesas de comida deliciosa, de nuevo de Lily, y risas escandalosas de Sirius cuando regresó a su forma humana en el suelo, al menos hasta que la mujer le sujetó la oreja, tiró, y lo puso de pie en un alarde de fuerza superior a ese pequeño tamaño con que contaba.

Pansy y su hermano llegaron a la casa cuando estaban sentados en el comedor, acompañados por los Merodeadores y frente a platos demasiado pesados para llevarlos por sí mismos. El muchacho se sentó a comer también y se devoró dos porciones, mientras que la niña sólo hacía cientos de preguntas y les sacaba conversación a todos los que estaban en la mesa, adultos incluidos.

Como su amigo le había dicho, los Malfoy pasaron la noche en casa de los Parkinson, y fue el turno de los Potter de hacer una visita, en la que los mayores se quedaron a charlar en la sala de té y los niños le insistían a Draco para que cambiase su color de ojos otra vez. Pansy no dejó de chillar, halagarlo, hacerle más preguntas y abrazarlo desde que lo vio hacerlo por primera vez; Harry no estaba muy diferente, aunque por su parte, fueron más las ocasiones en que se quedó observándolo con una sonrisa fascinada.

Cenaron el veinticuatro en la casa Parkinson. El veinticinco, todos los Merodeares amanecieron en Godric's Hollow para, junto con sus padres, ver a un Harry que no aparentaba doce años, correr de un lado a otro por sus regalos, gritar, luego cruzar la calle para ir a mostrarle lo que recibió a sus amigos y ver qué les dieron a ellos. Esa misma tarde, hubo una reunión en La Madriguera; Lily y Harry, haciendo honor al título de "Weasley honorarios", se presentaron, comieron hasta reventar, y terminaron arrimados en unas de las muchas camas de la singular casa.

Entre el caos de Ron visitándolo, Draco instalado en la casa al otro lado de la calle, Pansy que parecía más animada que nunca, las idas y venidas de sus padres y los amigos de estos, Harry no se dio cuenta de que el regreso al colegio estaba próximo, hasta la tarde del día anterior, cuando él y sus dos amigos estaban sentados junto a la encimera de la cocina, observando a Lily prepararles un postre casero, bajo las miradas curiosas, atentas y confundidas de Amelia Parkinson y Narcissa Malfoy. Ahí, Draco se inclinó sobre él, con una ceja arqueada en señal de advertencia.

—¿Hiciste tu baúl esta vez, Potter?

Harry le mostró una sonrisa que era la imagen más pura de la inocencia y le prometió que lo haría en ese mismo instante. Claro que, a decir verdad, se lo pidió a Dobby y le dio después una rebanada de pastel, gesto por el que el elfo chilló y se convirtió en un mar de lágrimas y agradecimientos.


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