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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo treinta y tres: De cuando se rompe el cristal (y otras cosas igual de valiosas)

Era mediados de enero. Harry acababa de separarse del grupo de tercero de Slytherin que estaba en la Sala Común, formando un círculo con los muebles y conversando en voz baja, porque Lep había llegado hasta sus pies y lo fastidió, subiéndose a sus zapatos y colándose bajo su pantalón, hasta que se levantó, le avisó a Pansy que volvería en un rato, y lo siguió hacia el dormitorio de los varones. Cuando hacía ademán de detenerse, el conejo regresaba para jalarle el pantalón, y él no hacía más que soltar un resoplido de risa y continuar hacia el cuarto.

La puerta de la habitación que les correspondía estaba cerrada, así que la abrió para el conejo, y cuando dio por terminada su tarea, asumiendo que lo que el animalito quería era el pase libre de nuevo, sintió otro tirón de una mandíbula pequeña y dientes duros, en el pantalón, por lo que agachó la cabeza para verlo. Dado que no entendía el lenguaje mudo de las criaturas mágicas, y este no lo soltaba, se resignó a la idea y entró. Lep lo liberó una vez que los dos se hallaban en el interior del cuarto y cerró la puerta detrás de ellos.

Draco se había salvado de tener que pasar la tarde libre con los demás en la sala, debido a una explicación que les dio a Pansy y las hermanas Greengrass, y a la que él no había prestado la suficiente atención, consciente como estaba de que lo vería más tarde, de todos modos, porque tenían un partido Slytherin-Gryffindor ese día. Se lo encontró sentado, de piernas cruzadas sobre el colchón, dándole ligeros toques con la varita al sobre de una carta, que tenía a un lado.

Desde el regreso a clases, Draco había estado más tranquilo. Hablaba con ellos con frecuencia, volvían a instalarse por horas frente a la chimenea que poco hacía por el frío de ahí abajo, salía a pasear por los alrededores, estudiaba con Pansy y él en la biblioteca, e incluso se había perdido por largo rato en una ocasión, en la que asumieron que se encontró con su misterioso corresponsal, que la niña cada día estaba más convencida de que era Luna Lovegood.

Sin embargo, también estaban esos días, en los que no se sentía con ánimos de estar rodeado de personas, ni siquiera de aquellos que sabía que eran sus amigos y querían hacer algo por él. Entonces Draco optaba por quedarse a solas, y Lep era el único, además del propio niño, que tenía alguna idea de lo que pasaba en ese tiempo donde pretendía aislarse del resto del mundo.

Harry entendía. Quería entenderlo. Si él necesitaba algo de tiempo solo, ellos se lo darían, aunque no estaba seguro de cómo funcionaba, o si le ayudaba.

—¿Te estaba molestando? —preguntó, en tono suave. Ante una orden en francés, el conejo se apresuró a ir junto a la cama, y con ambas orejas extendidas, se elevó lo suficiente para subir al colchón y alcanzar a su dueño, junto al que se acurrucó.

Harry negó.

—Ha estado necio —fue la única explicación que recibió, seguido de un encogimiento de hombros. Luego se dispuso a continuar lo que fuese que estuviese llevando a cabo, mientras los demás estaban distraídos.

Al ver que, en realidad, no se mostraba reticente a que estuviese ahí, Harry dio algunos pasos en dirección a la cama. Draco levantó la mirada enseguida, mas no hizo ademán de detenerlo o protestar. Él lo tomó como una buena señal, así que en cuanto lo alcanzó, se sentó en el borde de la cama, con el rostro girado hacia él para verlo mejor.

—¿Todavía no quieres ir con el resto? —su amigo negó sin dudarlo, por lo que él se mordió el labio por unos instantes, y después asintió. Comprensivo; Pansy le había pedido que fuese comprensivo, y que cuando sentía que no podía o no sabía serlo, imaginase cómo se sentiría si hubiesen alejado a su madre de pronto y aún no supiese nada de ella.

Ese ejemplo siempre ayudaba. Harry se estremecía de sólo pensarlo, entonces cuando volvía a hablar, lo hacía en un tono suave, que nunca había utilizado con nadie más.

—¿Estás haciendo una de esas cosas extrañas tuyas...? —por cosas extrañas, debió asumir que se trataba de modificaciones al mapa o alguna de las invenciones inusuales que le añadía, por lo que negó de nuevo, la varita giraba entre sus dedos, pero la punta no desprendía ningún destello, por lo que supuso que no intentaba un encantamiento.

—Practicaba.

—¿En serio? ¿Qué?

—Transformaciones —frunció un poco el ceño al explicarlo, con aire ausente—; no he conseguido cambiar mi color de ojos como antes.

Cuando Harry abrió la boca para preguntarle cómo era posible, él se le adelantó, pasándose la mano libre por al frente de los ojos, y pestañeó. A pesar de que el color gris del iris vaciló, pronto dejó de hacerlo y no hubo cambio alguno.

Él emitió un débil "oh".

—¿Y eso por qué?

Draco se encogió de hombros.

—No tengo idea todavía —el todavía, por supuesto, le dejaba en claro que estaba investigándolo e iba a averiguarlo. Harry se sentía más tranquilo de saber que tenía algo con lo que distraerse y salir del estado ido en que pasaba una parte de los últimos días.

Cuando lo observó guardarse la varita en la manga, con ese giro de muñeca tan característico suyo, no pudo evitar que su mirada cayese en el sobre y el sello oficial que portaba en una de las esquinas. Había notado que varias cartas similares le llegaron desde que estaban en casa de los Parkinson, así que después de un leve titubeo, lo apuntó.

—¿Qué es eso?

Draco alternó la mirada entre el sobre y él, como si tuviese una decisión que tomar.

—Es una notificación del Ministerio —Harry abrió mucho los ojos. ¿Habría recibido noticias de su madre? ¿Narcissa habría sido puesta en libertad ya?

Sin pensarlo, se estiró por encima de la cama para tomarlo. Draco se lo permitió, no pudo evitar que aquello lo hiciese sentir un poco mejor. De no querer que se enterase, se lo hubiese arrancado de las manos, no lo dudaba.

—No te emociones —le advirtió, en un susurro contenido, que derribó cualquier esperanza que pudiese albergar, incluso más rápido de lo que lo hizo la carta en sí.

"Al heredero de los Malfoy, Draco L. Malfoy, del Departamento de Seguridad Mágica.

Este día, por la presente, se le informa que..."

Al llegar al final de la cuartilla, tenía la boca entreabierta, y volvió la mirada hacia la parte superior. La releyó dos veces. Luego la dejó caer sobre el colchón, Draco la dobló y la devolvió al sobre, dejándolo sopesar su impresión en silencio.

—¿Qué...? ¿Qué se supone que significa eso? —balbuceó, incrédulo.

—Lo que leíste —replicó con aparente calma. Nunca había dudado tanto que fuese real—; como soy el único familiar en condiciones, podría ir a la visita semestral a la que siempre va madre.

Oh, Merlín, era en serio. Sí había entendido bien.

El Ministerio le había notificado a Draco que podía ver a su padre. Al padre que no había visto en años, al que se llevaron frente a él.

Harry no entendía cómo es que no estaba chillando de alegría, saltando, riéndose. Cómo es que aquella no era una buena noticia, un motivo de alegría.

Cómo es que podía lucir tan triste mientras lo decía.

—Y vas a ir —añadió, cuando él no dijo nada más—, ¿cierto?

La respuesta se demoró un poco en llegar.

—...no lo sé.

—¿Cómo que no lo sabes? —Harry parpadeó, sin poder creerlo—. ¡Draco! —saltó en la cama, sin cambiar de posición, de ese modo que solía ganarle regaños de su parte; que no lo hiciese en esa ocasión, le pareció una muestra de lo grave de la situación— ¡es tu papá! ¿No quieres verlo?

—Claro que quiero verlo —replicó, en un tono bajo, apenas un hilo de voz.

—¿Entonces? —de a poco, Harry dejó de saltar sobre el colchón, lo que los dejó frente a frente y en silencio.

—No lo sé —repitió, seguido de una sacudida de cabeza.

Permanecieron unos instantes en silencio. Draco parecía debatirse internamente, así que él lo dejó hacerlo.

—¿Es porque eres...ya sabes, muy joven?

Negó.

—No importa, las visitas son en un edificio aparte, con una proyección mágica —hizo un gesto vago con la mano para restarle importancia a ese detalle—. Madre me dijo que ella no entra a Azkaban, ni padre sale; las dos cosas podrían ser muy peligrosas.

—Podrías pedirle permiso a Dumbledore para salir —ofreció, cuando comenzó a ver aquello con mayor simpleza, porque si era llamado por el propio Ministerio, ¿qué más necesitaba? No creía que hubiese algo más difícil que recibir la notificación—, y si Snape no quiere que vayas, escríbele a Nym. Oí que algunos Aurores entran a esos lugares, para cuidar a los que van, y todo eso.

Era jueves; según Harry, si conseguía el permiso y enviaba la carta a primera hora del viernes, podría ir a la visita ese fin de semana. Tal vez fuese la ingenuidad lo que lo hacía ver las cosas de ese modo, claro.

—No lo sé —volvió a decir, apretando los labios durante unos segundos.

—¿Qué es lo que no sabes, Draco?

Por toda respuesta, él se encogió de hombros. Harry casi podía oír a Pansy explicarle que no lo forzase a hablar de temas que, obviamente, no le apetecía discutir; era de esas charlas que tuvieron mil veces los últimos días.

—Podrías dejar que el 'destino' lo decida —realizó un gesto amplio con los brazos, teatral, dramático, una de las copias que hacía de Trelawney y por las que Pansy siempre se reía, sólo que como no compartían la clase de Adivinación, era lógico que Draco lo observase con una ceja alzada, ajeno al chiste. Él se encogió, con una sonrisa avergonzada—; es algo que dice Trelawney, olvídalo.

Su amigo emitió un vago "hm" de varios segundos, mientras acariciaba el pelaje del lomo de Lep, de forma distraída.

—No, es una buena idea en realidad.

—¿Qué? —Harry parpadeó, aturdido.

—Dije que es una buena idea, Harry.

0—

Así que unas horas más tarde, en el vestidor que le prestaron al equipo de Slytherin para ponerse los uniformes, Harry no podía concentrarse en nada más que la soltura con que Draco enganchaba las correas de los guantes, como si no fuese consciente de la locura que iba a cometer y que, para su pesar, era en parte su responsabilidad.

—...es una mala idea —susurró, quizás por enésima vez. A lo lejos, Montague les gritaba que se moviesen, o los Gryffindor los tacharían de cobardes por retrasar el juego. No tuvo más opción que ponerse frente a la taquilla y fijarse en su propio uniforme.

Para su sorpresa, sin que se lo hubiese pedido, Draco lo sujetó de los hombros y lo giró, para acomodarle el cuello de la camisa y la parte de atrás de la túnica, mascullando sobre cómo era un desastre. No lo miraba a los ojos al hacerlo. Harry se avergonzaría después de admitir que sintió un cosquilleo por todo el cuerpo al verlo tan cerca.

—Es una de las mejores ideas que has tenido —aseguró, apartándose para comprobar con un vistazo que todo estaba en orden. Luego se ocupó de sus propias botas—. Si ganamos este juego, voy a ir, pediré permiso, escribiré a Nym, todo eso. Si no ganamos, no iré, y sabremos que no era mi 'destino' y bla, bla, bla.

Gesticuló de forma exagerada, en una imitación mala de su actuación de la profesora. Para cualquiera que lo escuchase, era obvio que Draco no creía ni una palabra de lo que decía, ni en el arte de la Adivinación en sí misma, pero si aquello era lo que necesitaba para decidirse, Harry no podía hacer más que quejarse por lo bajo y resignarse.

Sentía que un nuevo peso era depositado sobre sus hombros cuando llegó el momento de salir de los vestuarios.

Si atrapaba la snitch, Draco iría. Si no, se quedaría, perdería la visita, la oportunidad de volverlo a ver.

¿Qué cara pondría si ganaban? ¿Cumpliría con esa extraña lógica? ¿Y si perdían? ¿Acataría su propia resolución, o se pondría malcriado y haría lo contrario en medio de uno de sus arrebatos, haciendo nula su responsabilidad, desde el comienzo?

—Es una mala idea —insistió, como si fuese lo único que podía decir, que básicamente, era cierto, porque no podía expresar el resto de ideas que se le arremolinaban en la cabeza.

En el centro del campo y ambos equipos, la profesora Hooch estaba por dar inicio al partido. Montague les gritó que dejaran los cuchicheos y declaraciones de amor para después. Desde el lado de los Gryffindor, los gemelos Weasley les silbaron.

—No es tan mala —afirmó Draco, que tenía la mirada puesta en la Quaffle que quedaría en libertad en un momento. Harry se quedó con la réplica en la punta de la lengua, porque un momento más tarde, sonaba el silbato, el juego daba inicio, y su amigo se abalanzaba en dirección a la pelota, dispuesto a anotar el primer tanto.

¿Y si la atrapaba?

¿Y si no?

¿De qué forma lo miraría Draco, hiciera lo que hiciera?

¿Y si resultaba que, por accidente, hacía lo contrario a lo que él esperaba? ¿Y si se enojaba, a pesar de que estuvo en contra de ese método de elección desde el principio?

Harry apenas le prestaba atención al juego que se desarrollaba, los comentarios le llegaban de fragmentos de la voz de Lee Jordan desde las gradas.

—¡...Malfoy y Montague se pasan la Quaffle, se la pasan, se la pasan! ¡No dejan que los Cazadores de Gryffindor la tengan! ¿Eso no es trampa? —se interrumpió para cuestionar al público. Se podía oír a la profesora McGonagall diciéndole que se concentrase y dejase de buscar excusas para hacerle mal al equipo rival.

¡...ouh, eso estuvo cerca, Montague! ¡20-10, a favor de Gryffindor! ¡Vamos, leones, enseñen ese rugido! —a esa señal, las gradas de rojo y dorado emitieron un sonido muy similar a cientos de rugidos a la vez, que lo hicieron reír, al igual que el equipo que recibía ese apoyo y los saludaron desde diferentes puntos del campo.

¡...oh, ese Malfoy, serpiente escurridiza! ¡40-30 para Slytherin!

¡...50-40, me están decepcionado, Gryffindor! ¡Tengo que dejar de apostar por ustedes!

¡…Thomas la vio, repito, Thomas la vio! ¡Ahí va el Buscador de Gryffindor, pero Potter se interpone en su camino! ¡La snitch escapa, damas y caballeros, serpientes y los que sí son buenos, y vamos 60-50!

¡...maldición, eso estuvo cerca! —su quejido cuando recibió otra reprimenda de McGonagall se escuchó con claridad por todo el campo— ¡los Weasley no tienen piedad, no saben lo contento que estoy de no encontrarme metido en el camino de esos dos locos!

Mientras sobrevolaba el campo, en una vuelta amplia, un sonido captó su atención, y después de comprobar que la snitch continuaba sin estar expuesta, giró el rostro.

Draco estaba elevándose para que las bludgers no le diesen, los gemelos Weasley, que cumplían la función de Golpeadores, tendrían que frenarlo cuando intentase ir por la Quaffle de nuevo, lo que resultaba en dos escobas balanceándose de a ratos en torno a él. Pero más que con las bludgers, que seguían disparando al resto del equipo de verde y plateado, lo distraían con sus palabras y metiéndose en su trayectoria.

—¡...no creas que es personal...!

—¡...ni que te queremos derribar y lastimar...!

—¡...sólo un poco de daño...!

—¡...para que ya no puedas jugar!

Cuando Draco intentaba salir del perímetro de alcance de los gemelos, una bludger mal dirigida voló hacia él por detrás, y unos metros más allá, atisbó un brillo dorado. Harry se movió por impulso. Pasarle igual que un vendaval a Draco por al frente, lo obligó a moverse y cambiar de sentido, separándose de la trayectoria de la pelota, y pronto se dio cuenta de que el destello era la snitch.

El otro Buscador estaba demasiado lejos, incluso con la advertencia que gritó Lee Jordan cuando lo vio volar casi en picada, la distancia que los separaba le hacía imposible que pudiese llegar antes. Cuando se quiso dar cuenta, jadeaba por el esfuerzo, y tenía una pelotita entre los dedos.

Le llevó un momento reaccionar para alzar el brazo en señal de victoria. Los Slytherin lo vitorearon, las otras tres Casas mostraron diferentes niveles de molestia y fastidio. Harry sobrevoló el campo y descendió, para ser recibido por las palmadas, abrazos y elogios del resto de sus compañeros.

Sólo cuando estaba en tierra, los resultados ya anunciados, los Slytherin caminaban hacia los vestidores y planeaban la celebración, comprendió lo que en verdad significaba, y miró por encima del hombro a Draco, que se quedó rezagado a propósito, porque había algo más allí, algo que sólo ellos, entre toda la gente que abandonaba el campo, podían ver.

Ganaron. Nunca la frase tuvo tantos sentidos distintos hasta ese día.

Cuando se acercó lo suficiente, Harry le mostró la mano en que aún retenía la snitch. Draco la observó un momento, apretó los párpados, y luego asintió despacio.

No dijeron más, porque se vieron envueltos en el ambiente festivo, arrastrados por los demás. Montague iba diciendo que si conseguían una racha de victorias como la del primer trimestre, estarían a nada de darle la Copa de la Casa a Slytherin. Los otros hablaban de pedir permiso a Snape para meter cervezas de mantequilla al colegio, sólo para el equipo, como celebración por haber ganado en el primer partido del nuevo año.

Planes, risas, burlas, intercambios de empujones sin fuerza, manos que revolvían el cabello de los que eran más bajos. Harry se sumió en eso, en el disfrute, en la relajación.

Esa noche, cenaron en la Sala Común de Slytherin. Todos estaban ahí, en uno de esos festejos que eran tan inusuales, porque dejaban de lado las pretensiones sangrepura, los comportamientos prescritos, porque sólo podían ser ellos mismos ahí, cuando estaban entre los que eran sus iguales, y de pronto, incluso los que eran herederos de las familias más ricas e importantes del mundo mágico, se permitían destornillarse de risa, igual que niños y adolescentes normales en cualquier parte del mundo.

Snape les permitió una sola jarra de cerveza de mantequilla, que bebieron de a sorbos y turnándose entre los miembros del equipo, mientras los demás se quejaban acerca de "favoritismos", recibiendo miradas adustas y gruñidos del hombre. Blaise sacó a bailar a Pansy, que se reía con ojos brillantes y mejillas sonrojadas. Después de mucha insistencia, Daphne lo sacó a él, sólo para descubrir que no tenía idea de cómo moverse y sus habilidades de coordinación se reducían a la escoba y el aire, porque le pisó las puntas de los pies dos veces, para luego ocupar un sillón y desear que la tierra se lo tragase.

Si hubiese sido más atento, si no se hubiese sumergido tanto en esa burbuja de calidez y felicidad que le seguía a la victoria, quizás hubiese notado que más tarde, cuando estuvo listo para ir a dormir, Draco escribía una carta desde la cama de al lado. Pero no lo hizo; en cambio, le dio las buenas noches, abrazó a Lep, que se había recostado sobre su almohada por alguna razón, y se quedó dormido con una pequeña sonrisa.

Draco cumplió con la resolución a la que había llegado, casi sin mostrarlo, sin mencionarle. Visitó a Dumbledore, contactó a Nym, lo habló con Jacint.

Dos semanas más tarde, avisó un sábado por la mañana que tenía algo que hacer, se fue por la red flú privada de la oficina del director, y no volvió hasta muy entrada la tarde, que fue cuando descubrirían que hubiese sido mejor, por una vez, perder el partido.

0—

Harry lo vio cruzar la Sala Común igual que un borrón de movimiento. Estaba sentado en su sitio favorito junto al fuego, con Lep acurrucado en un costado del mueble, cuando el pasaje de la entrada se abrió y se cerró, una cabellera rubia platinada se perdió en los pasillos que daban hacia el dormitorio de los varones. En la puerta, el profesor Snape se quedó inmóvil, labios fruncidos y mirada indescifrable frente a los estudiantes que repararon en su presencia; con una especie de gruñido gutural, que advertía del destino que esperaba a quien se le ocurriese molestarlo en ese momento, el profesor recogió su capa en el habitual revuelo y susurros de tela, y se perdió en las mazmorras, dejando que el niño que se le escapó, se quedase solo.

Le llevó un momento tomar el valor suficiente para sostener al pobre conejo entre sus brazos y acercarse a los cuartos. Sabía, por el tiempo que llevaba ahí y a quienes había visto ir y venir, que Nott estaba en la biblioteca y no habría de regresar hasta dentro de unas horas, tomando en cuenta que seguramente querría ir a almorzar antes y no sentiría la necesidad de entrar al cuarto de inmediato. Serían sólo ellos dos, y tenía esa idea en mente, poniéndolo en alerta, cuando empujó la puerta y lo primero que percibió fue un ruido sordo y el de algo que se rompía.

Se puso rígido, y ahí se quedó, boquiabierto bajo el umbral. Ni siquiera pensó en las consecuencias, en qué pensarían los demás Slytherin, en guardar apariencias. Esas ideas no le cabían en la cabeza.

—¡Draco, no! —sabía que la voz le tembló, no fue un grito como tal; no se sentía capaz de alzarle la voz del todo, cuando era consciente de la manera en que reaccionaba.

Sin embargo, en aquella ocasión, no importó si lo hacía o no, porque Draco no dio muestras de prestarle atención. Harry tuvo que cerrar la puerta y correr hacia él.

Draco estaba parado en medio del cuarto, con el rostro enrojecido, los ojos cristalizados, el labio inferior ensangrentado, por una aparente mordida demasiado fuerte que se dio a sí mismo. Sostenía entre ambas manos el telescopio que sus padres le dieron por su cumpleaños once, antes del ingreso a Hogwarts, el mismo que había generado cielos nocturnos para ellos allí abajo, que había sido el calmante para su amigo después de un día difícil o cuando tenía algo en lo que pensar. El telescopio que adoraba, y que él sabía que lo hacía, por lo que significaba, por quiénes se lo entregaron, por el momento en que lo hicieron. También era el mismo telescopio que golpeaba contra la pared una y otra, y otra vez, en un arrebato desenfrenado, que hacía que las piezas se le soltasen y saliesen disparadas sin control en todas direcciones. Rompió el cristal mágico, las manijas para ajustarlo, la base del soporte. Tenía la respiración agitada, pero no se detenía.

No lo hizo, al menos, hasta que Harry se interpuso y le sujetó los brazos. Lo sintió temblar con un débil espasmo, después el telescopio, ya destrozado para entonces, se le resbaló entre los dedos y quedó hecho trizas en el piso del cuarto.

Harry sintió que el pecho se le apretaba, la garganta se le cerraba. Draco lloraba en silencio, y hasta ese momento, él no tenía idea de que existiese algo que pudiese doler tanto.

—¿Qué pasó? —exhaló, casi balbuceando— ¿Draco? ¿Qué pasó? ¿Cómo te fue? ¿No- no te dejaron? ¿Tú...?

Sus preguntas chocaban unas con otras, se confundían, se mezclaban. Se interrumpió, de pronto, cuando lo escuchó emitir un sonido lastimero y morderse el labio con fuerza, causando que el rastro de sangre con que ya contaba se hiciese más notorio.

—Deja de hacer eso, Draco, no- que no lo hagas, te estás lastimando, ¿es que no te duele? No- ¡Draco! —intentaba reprenderlo, frenarlo, pero él giraba el rostro en una dirección diferente, rehuía de su mirada, del contacto de sus manos. Con cada segundo que transcurría, la respiración se le hacía más dificultosa, hasta que empezó a toser y tuvo que trastabillar hacia atrás, sosteniéndose apenas de uno de los postes del dosel, contra el que apoyó un costado de la cabeza.

Cuando el sonido se repitió, lo reconoció por lo que era: el llanto que estaba luchando por reprimir. Draco intentó ocultar el rostro contra el poste, algunos objetos se sacudieron en puntos diferentes del cuarto, escuchó que uno se rompía, tal vez un cristal.

—¿Draco?

No hubo respuesta. Lo vio deslizarse hacia abajo, despacio, después de golpe, cayendo sentado en el piso, las piernas flexionándose contra el pecho, los brazos envolviéndolas. Ocultó el rostro, y al ver que las cosas de ambos dejaban de moverse por sí solas y él no hacía ademán de hacer nada más, Harry se acercó, vacilante, un paso a la vez, comprobando la reacción que tenía cuando lo hacía.

Se detuvo frente a él, y con el mismo cuidado, se agachó. No era bueno para ser delicado, no servía para consolar, no sabía qué hacer ni cómo hacerlo.

Tampoco se sentía capaz de dejarlo así. No a él.

—Draco —musitó, en voz baja, envolviendo los brazos a su alrededor. Lo percibió tensarse, mas no se apartó—. ¿Draco?

Aún sin responder, se inclinó un poco hacia él, lo suficiente para mantener su cabeza girada de manera que no pudiese verle las lágrimas; notó que se tallaba el rostro de forma desesperada. Sin embargo, el llanto no se detuvo. No lo haría por un rato.

Draco lloró en silencio, hasta que sus músculos perdieron fuerza, hasta que su respiración era superficial, silbante e irregular, hasta que tuvo que dejar caer las piernas y estirarlas a los lados, y de repente, estaba sobre Harry y le humedecía el hombro, débiles sonidos incoherentes eran lo único que pronunciaba. Él sólo se quedó ahí, al frente del otro, dejando que tuviese el rostro enterrado en el hueco de su hombro, y nada más. Poco a poco, las lágrimas se hicieron menos regulares, la respiración, aún dificultosa, más profunda.

Se calmó prácticamente solo. Harry, que sentía la garganta cerrada por un nudo imposible de soltar, se preguntó cuántas veces había tenido que hacerlo.

En cierto punto, lo escuchó balbucear algo que no cobraría sentido hasta largo rato después.

—...él- él no- no era así...

0—

Ninguno de los dos puso un pie fuera del cuarto en las horas que le siguieron a su llegada. Harry fue quien se encargó de aislarlos. Nunca lo había visto así, tan débil que se dejó sostener de los brazos y levantar, para que lo colocase sentado sobre su cama; tan frágil que los ojos se le volvían a llenar de lágrimas sin una razón aparente, y sólo era capaz de enterrar el rostro entre las manos y esperar a que pasase; tan callado para no tener comentarios con los que quejarse de él, tan vacío como para nada más tumbarse y mirar la nada fijamente.

Cuando Pansy tocó la puerta, Harry sólo abrió una rendija, lo necesario para verla, y negó. Ella se quedó a mitad de una pregunta, miró su rostro en silencio, y lo que fuese que hubiese notado allí, hizo que se llevase una mano a la boca y apretase los párpados unos segundos. Su amiga asintió y se marchó; no volvió a acercarse al dormitorio en todo el día.

Nott llegó a mitad de tarde, con ese andar tranquilo y sigiloso que tenía. Abrió la puerta a medias, vio a Draco hecho un ovillo en su cama y a Harry sentado en la orilla, abrió mucho los ojos y salió. Desde el pasillo, le hizo una seña para que se acercase; él sólo quería un libro que había dejado en su escritorio, y cuando se lo dio, le prometió que no pasaría por el cuarto hasta el toque de queda, y dijo que esperaba que hubiese arreglado eso. Harry no encontró palabras suficientes para agradecerle. Su compañero se fue tras darle una palmada en el hombro.

En algún punto de la tarde, quizás cuando estaba por anochecer, recordó que no almorzaron y le pareció oportuno llamar a Lía y Dobby, y pedirles algo de comer. Tuvo que decirle a Draco que se sentase, ya que no tomó la iniciativa por sí solo, y lo observó llevarse bocados a la boca sin ganas, sin prestarle atención a lo que era, y con la mirada gacha. Los elfos estaban al borde del llanto por verlo así, por lo que tuvo que pedirles que los dejasen, o hubiesen armado un escándalo peor.

Draco no volvió a acostarse. Se quedó ahí, con la espalda apoyada contra el cabezal de la cama, las manos en el regazo, la mirada puesta en estas. Lep se había acurrucado a su lado hacia horas, no se había movido ni una vez desde entonces, más que para darle lamidas, que él parecía no notar.

No fue hasta que era de noche ya, y Harry miraba los trozos del telescopio, preguntándose si alguien en Hogwarts podría repararlo por él, cuando escuchó a su amigo exhalar despacio, tembloroso, y al girar la cabeza, este ya lo miraba.

Era el primer atisbo real de reconocimiento que le había dado desde su llegada. Harry batalló, en un punto medio entre las ganas de hablar, hacerle preguntas, y el temor de que cualquier cosa pudiese devolverlo a ese estado donde, a duras penas, lucía como alguien capaz de sostenerse, donde sólo respiraba por compromiso, y se dejaba arrastrar cuando lo movía. De ser posible, no quería volver a verlo así.

Tomó aire antes de hablar. Más adelante, Harry recordaría ese momento porque sostenía algo en su mano que se le resbaló, y sintió que el aliento se le atascaba en la garganta.

—...ya- supongo que no tengo padre.

Cuando atinó a reaccionar, lo único que brotó de sus labios fue un débil:

—¿Qué?

Al que Draco procedió a contestar, envolviéndose con sus propios brazos, con el relato de lo que había pasado desde que empezó a hacer los preparativos para la visita semestral que el Ministerio le debía a los Malfoy.

0—

Desde un inicio, Snape se había mostrado en desacuerdo, aclaró. No era que él hubiese esperado algo diferente; transcurrido tanto tiempo, le era imposible no imaginarse que encontraría a un extraño en ese Lucius Malfoy, que la imagen que tenía del hombre que más amó e idolatró en su vida, se convertiría en astillas, y a su vez, a este podría no gustarle el hijo en que se había transformado en su ausencia, aprendiendo gran parte de las cosas que él le hubiese enseñado, solo. Snape tenía razón en estar preocupado, incluso el propio Draco lo estuvo.

Pero, dado que ya había tomado una decisión, y era testarudo, habló directamente con el director y lo arregló por sí mismo. Dumbledore no fue claro al respecto, a pesar de que, luego de pensarlo mejor, se le ocurrió que muy probablemente le advirtió a su manera.

A veces —fueron las palabras del viejo director—, cuando pasan tantos años de no ver a un ser amado, es posible que nos llevemos chascos, sin que signifique que no lo amamos, ni que lo amamos menos de lo que alguna vez lo hicimos.

Draco había dado por hecho que era otro de esos momentos filosóficos que le daban e insistió en pedir el permiso para salir, por su chimenea personal, de preferencia. Dumbledore se lo concedió, incluso le dejó elegir el cuándo.

Nym también dio una respuesta bastante rápida, más de lo que cabría esperar, ahora que comenzaba la etapa final del entrenamiento de Auror. Ella le dijo que estaría ahí para acompañarlo, hasta donde pudiese, el día en que la necesitase; no habló exclusivamente de la visita en la carta. Draco admitió, ya que estaban a solas, que el cariño que sentía hacia su prima, quizás, se hizo más grande a partir de ese día.

Así que, el día acordado, Draco fue a la oficina del director, para encontrarlo sumido en una agradable plática con Nym, que estaba sentada al otro lado del escritorio y disfrutaba de unos caramelos de limón. Ella se puso de pie nada más verlo, y tras una corta despedida y algunas preguntas, se fueron.

No detalló el lugar. Era un edificio, sí, alejado del Londres muggle y cualquier barrio mágico, con un aspecto como de almacén, decía. Tenía varios pisos de un solo cuarto, grises y sin divisiones, custodiados por Aurores, y una mesa, sobre la que ponían una esfera de cristal que haría una proyección del prisionero al otro lado, tamaño real y lo dejaría moverse por la sala, igual que si fuese su celda de Azkaban. Él podía cortar la conexión en cualquier momento, le comentaron; Draco le mencionó que recordaba haberse preguntado por qué sería necesario y haber descartado la idea de inmediato.

La comunicación había dado inicio cuando los Aurores se apartaron lo suficiente para concederles unos momentos de privacidad, incluso Nym estaba junto a una de las puertas, detrás de un vidrio grueso, a través del que le hacía señas de ánimo como sonreír y alzar el pulgar.

Draco casi temblaba cuando se sentó, la imagen tomando forma frente a él.

Un hombre, uno que conocía. No, no sólo eso. Era un hombre con el que soñaba, que recordaba cuando no sabía qué hacer.

Lucius era su ejemplo, era a quien nombraba cuando se preguntaba "¿qué habría hecho en mi lugar...?". Lucius Malfoy significaba una vida tranquila, cómoda, y distantes recuerdos de la primera etapa de una infancia que llegó a guardar recelosamente, porque nada volvió a ser igual a partir de entonces.

Era de esperarse que apenas la figura se materializó por completo, cubierta del leve resplandor azul que advertía su naturaleza falsa y mágica, Draco, de pronto, regresó a ser ese niño que se sentaba junto a él, para examinar los archivos de la familia en el despacho, sin tener idea de qué decían en realidad, ese niño al que apenas le cabía la adoración en los ojos cuando lo contemplaba.

Lucius Malfoy, lógicamente, había envejecido y atravesado un proceso de deterioro en el interior de la prisión mágica. Más delgado, con la piel aún más pálida, los ojos hundidos y apagados, los pómulos demasiado notables. El cabello, sin ese brillo del que podía presumir, le creció y se le enredó en mechones disparejos en torno a los hombros. Ni hablar de lo que era el resto de él, metido en esa ropa desgastada y sin color, en comparación de los recuerdos que tenía, con sus impresionantes túnicas, hechas a la medida y petición de su padre.

Lucius Malfoy, en definitiva, no era el mismo, pero Draco no asistió a esa visita deseando, esperando, encontrarse al mismo sujeto que se llevaron cuando era un niño, porque eso habría sido ridículo, la razón dictaba que ese hombre no existía y no regresaría jamás. Y él entendía. En serio lo hacía. Quizás más de lo que hubiese sido sano para alguien de trece años.

No. Draco sólo fue para ver a su padre, reencontrarlo. Conocerlo. No deseaba quedarse sólo con el recuerdo de un Lucius mucho más joven, que lo alzaba en brazos y le hablaba en voz baja y suave, cuando creía que nadie les prestaba atención.

El problema fue que, en los escenarios que imaginó, hubo decepción, desilusión, rabia, felicidad, odio. Hubo algo. Hubo una emoción fuerte que predominaba, al encontrarse, al verse de nuevo, tras todo ese tiempo.

Y cuando llegó el momento clave, nada ocurrió. Ni bueno, ni malo. Ni rápido, ni lento.

Lucius Malfoy no tenía la más mínima idea de frente a quién estaba, sólo había que ver su cara para saberlo.

Pero, de nuevo, Draco era testarudo, e intentó comenzar una conversación con él, informarle quién era, presentarse como a un perfecto extraño, si hacía falta. Lo que fuese. Él hubiese hecho lo que fuese.

Lucius, en cambio, parecía ver más allá de él, como si, pese a la proyección y al estar seguro de que funcionaba en ambos sentidos, no hubiese nadie ahí.

Draco intentó todo lo que se le ocurrió. Hizo preguntas que no recibieron respuesta, le contó sucesos que no dieron con una reacción en su oyente. Insistió, insistió, insistió, hasta que no le quedó más que aceptarlo.

Que reconocer que se daba de cabeza con una pared inamovible, y que nada de lo que pudiese hacer, iba a cambiarlo.

Estaba agotado sólo de pensarlo, herido, desilusionado; tantas emociones que, a decir verdad, no sintió nada cuando hizo ademán de ponerse de pie. Entonces, sólo entonces, fue que Lucius miró hacia su hijo.

Harry siempre tendría grabada en la memoria la expresión de Draco cuando llegó a esa parte del relato. No lo miraba —no lo hizo en ningún momento mientras hablaba, de hecho—, tenía los hombros y brazos caídos; diría que fueron los ojos lo que lo delató. Sus ojos fueron el cielo en una tormenta de alto riesgo. Él había sentido un escalofrío nada más verlo. Supuso que era así, además, cómo lo había encontrado su padre cuando se fijó en él por fin.

Creyendo que había encontrado el modo de comunicarse con él, no se movió. En su lugar, le habló, habló, habló, hasta que la peor parte estalló.

Draco no se lo contaría entonces, no pensó que tuviese que saberlo. La verdad era que Harry tampoco se enteraría hasta muchos, muchos, años después.

Lo mencionó a él cuando ocurrió. Le hablaba de Harry, a quien consideraba su mejor amigo, Harry, a quien adoraba, a pesar de que nunca se lo decía a nadie, ni siquiera a sí mismo. Estaba más que entusiasmado de poder contárselo, incluso si la indiferencia era lo único que recibía a cambio.

De cierto modo, la indiferencia hubiese sido mejor.

Lucius reconoció el apellido, probablemente. O habrá oído que era un mestizo en su relato, o quizás simplemente fue que no podía conservar la fachada por tanto tiempo, y Draco lo llevó al límite sin pretenderlo.

Él se echó a reír.

Lucius Malfoy se rio frente a su único hijo. No como una persona normal lo haría. No como él hubiese querido hacerlo reír.

Se rio de forma histérica, fuera de control. Se rio de ese modo en que lo hacen las personas que no pueden hilar pensamientos, que han olvidado lo que solían ser, que ya no ven el mismo mundo que los otros.

Se rio de manera escandalosa, tan ajena al hombre frío y reservado que era, que atesoraba en su cabeza. Se rio, enloquecido, sin importarle lo que pensase al escucharlo.

A Draco le recordó a la risa de Bellatrix cuando se coló a la Mansión y asesinó al padre de los Parkinson.

Pasase el tiempo que pasase, tuviese las vivencias que tuviese, ese punto no cambiaría. Por el resto de su vida y la de Harry, él diría que su actitud demente, fuera de sí, era la misma que la de Bellatrix.

No era que no reconociese a su hijo. Era que ni siquiera se reconocía a sí mismo.

Lucius Malfoy había perdido la cabeza en Azkaban. Claro que no era tan sorprendente, Draco lo entendió.

Pero odió entenderlo.

Draco no recordaría con exactitud lo que había pasado luego de levantarse. La figura de Lucius Malfoy tenía espasmos incontrolables, emitía sonidos mitad risa y mitad alarido, cuando inclinó la cabeza, se tragó el nudo en la garganta, y se obligó a despedirse, probablemente por última vez, del hombre que fue su padre y mayor admiración.

Trece años era una edad demasiado corta para que el cristal con que había adosado su vida, la imagen de su padre sobre la que había basado su carácter, sus acciones, las decisiones, se hiciese añicos. Y cuando ocurrió, lo demás se tambaleó a su paso, al quedar sobre cimientos mal construidos, que yacían sobre la fantasía estúpida de un niño que fue demasiado ingenuo para su bien.

Draco se sentía vaciado de toda emoción cuando caminó, arrastrando los pies, hacia la puerta. Puede que Nym lo hubiese abrazado nada más verle el rostro y tener la oportunidad de acercarse, puede que los Aurores lo reprendiesen por no cortar la comunicación y luego se detuviesen al fijarse en su estado. Puede que le hubiesen hablado, puede que hubiesen sido buenos o no. En lo que a él respectaba, podrían haberse burlado de la manera en que sus ilusiones llegaron a su fin, y no se hubiese enterado.

Lo siguiente que sabía era que estaba a punto de irse, Nym tenía una mano sobre su hombro, y un Auror, un hombre moreno y fornido del que no recordaría nombre ni cara, le decía lo único que terminaría por empujarlo hacia un abismo.

No debió ser su intención, no debió sopesar las consecuencias. Probablemente, fuese su modo de ayudar, calmarlo, evitarle esa situación de nuevo. Quién sabe.

—...por esto les dije que no debían enviártelo, que eras muy joven, que esperase, si ya habían esperado todos estos años para mostrarte a qué estado llegó tu padre, podrían haber aguardado un poco más, a que fueses mayor, a que entendieses bien...

La cuestión, al final, era que Draco entendía. Más de lo que debería.

Y ese fue el momento en que la revelación terminó de hacer clic en él.

Lucius Malfoy enloqueció en Azkaban.

Lucius Malfoy enloqueció, ¿cuánto tiempo atrás?

...todos estos años...

Su padre llevaba años así.

Su padre estuvo loco, mientras Severus Snape le contaba historias de su adolescencia y adultez, mientras Narcissa Malfoy lo visitaba cada seis meses.

Mientras él recibía notas escritas a mano, por una caligrafía que creía reconocer de su infancia. Mientras él tenía regalos, que nunca podrían haber sido planeados por un hombre como aquel, esa cáscara vacía, falta de sentido y vida, en la que su padre se había convertido.

Ellos le mintieron. Por años, le mintieron las dos personas en quien más confianza depositó, sus dos guías, a los que hubiese seguido en todo. Draco sintió que las venas se le llenaban de líquido ardiente, la razón quedaba relegada a un segundo plano.

Se deshizo del agarre de Nym, se apartó de los Aurores, los ignoró. Regresó por la red flú, solo, y se apareció en la chimenea del director, que lo esperaba sentado al otro lado del escritorio, con una taza de té y caramelos, e intentó frenarlo, hablarle.

Él no entró en detalles sobre lo que sea que le hubiese mencionado. Dumbledore se había puesto de pie cuando la magia se le salió de control, los objetos en la oficina sacudiéndose, Draco forzándose a respirar por la boca, porque sentía que el mundo daba vueltas, el estómago se le revolvía, había puntos negros que danzaban frente a él, ganas de gritar y golpear, lágrimas que buscaban salir, y todo, al mismo tiempo, era un cúmulo insuperable, un desastre más grande que él mismo, que se lo tragaba vivo de a poco.

Empujó a Dumbledore fuera de su camino. Se lanzó contra la puerta, corrió escaleras abajo.

Snape, que se había percatado de lo que hizo al final, lo esperaba allí. Intentó detenerlo, Draco le gritó en medio de un pasillo desierto. El profesor lo sostuvo del brazo, el agarre lastimaba, entró en pánico. Forcejearon, hubo más empujones de su parte, hasta que pudo zafarse y echó a correr hacia la Sala Común, el lugar más cercano entre los que creía que podía haberse sentido seguro, en medio de ese caos que se había formado de un momento para otro.

Al llegar y encontrarse solo, había visto la caja del telescopio. Había recordado su adoración por ese tonto objeto, las palabras con que fue acompañado, las noches en vela para verlo, la maravilla que sentía. El percibir a su padre, de nuevo, cerca.

A un padre que, sin importar qué hiciese, nunca tendría.

Sólo había sido capaz de romperlo, cuando el dolor era más del que podía soportar y no tenía idea de cómo dejarlo salir.

Así era cómo Harry lo había encontrado.

Después de reconocer el engaño, de sentir que se quemaba por dentro, que sus sólidas bases se tambaleaban, sólo hubo lágrimas, por el Lucius Malfoy que habitaba en su memoria y habría odiado en lo que se convirtió, por la madre que intentaba complacerlo para no decirle el destino que había sufrido y que ahora tampoco tenía, por el padrino que le contaba escenas del pasado, a sabiendas de que no existía un futuro para las personas de las que hablaba.

Draco lloró lo que le faltó llorar en todos esos años, lo que se guardó y se le atascó en el pecho desde el día en que alejaron a su padre, y ni siquiera con él compartió. Preocupación, miedo, las emociones normales que tendría un niño en su situación. Eso era, simplemente: Draco se permitió ser un niño, actuar como tal.

Cuando el mundo perdía consistencia, sentido, y apenas habría sabido decir dónde estaba parado y qué lo había llevado hasta ese sitio, a ese punto, ahí estaba Harry.

Al terminar de hablar, fue la primera vez que Draco Malfoy lo abrazaba, hundía el rostro en su cuello, y le murmuraba un "gracias". Él no le dijo que, por ese momento, se sintió capaz de cualquier cosa.

0—

Harry recordaría despertar en una bruma de calidez y oscuridad, sin saber a ciencia cierta cuándo se quedó dormido. Estaba tendido en su cama, casi al borde y de costado, Draco se encontraba de lado también, de cara a él, y no se molestaba en ocupar el resto de la extensión del colchón ni otra cobija, ya que ambos compartían la más gruesa que tenía el dormitorio. Le sostenía de la camisa, a la altura del pecho, notó, con la mano en un puño sobre la tela. Él no sabría qué nombre ponerle a esa emoción que lo invadió cuando se percató de que Draco se aferraba a él, en medio de sus sueños.

Por largo rato, no hizo más que observarlo, acariciarle la cabeza, quitarle los restos de lágrimas de la cara, que no se había limpiado bien antes. No lloró más después del arranque inicial, ni alzó la voz, ni su magia destrozó nada; tampoco debía hacerlo para que los dos fuesen perfectamente conscientes de que algo había pasado, de que había cambiado.

Nott, tan discreto como sólo él podía ser, cerró las cortinas del dosel por ellos, dejándolos envueltos por la tela, apartados del resto del mundo, inclusive de su compañero de cuarto. Según se percató, a medida que aflojaba el agarre de Draco, sujetando su mano y acariciándole el dorso de forma distraída, para sentarse y abrir las cortinas, también se encargó de apagar las luces del resto de la habitación, cerrar la puerta, y se encerró en su propio dosel, fiel a su promesa de no aparecer hasta luego del toque de queda y dejarlos arreglar lo que tuviesen que arreglar. Harry se prometió que le iba a agradecer, de algún modo, que fuese el mejor compañero que ambos podían haber pedido.

Apenas logró zafarse del agarre de Draco, se puso de pie, y al verlo removerse, para evitar que despertara, lo cubrió bien con las cobijas, y le acercó a Lep, que estuvo dormido, hecho un ovillo peludo, en el medio de los dos hasta entonces. Se aseguró de que estuviese cómodo y no fuese a despertar pronto, y volvió a cerrar el dosel.

Decidió colocarse los zapatos nada más, en lugar de cambiarse. Recogió, a tientas y con ayuda de un lumos apenas, las piezas del telescopio que Draco arruinó, las metió en su respectiva caja, la que cerró y se puso bajo el brazo.

Sabía que se arrepentiría de haberlo hecho, en cuanto volviese en sí. Y se negaba a verlo mal.

Harry estaba convencido de que debía ser alrededor de la medianoche cuando salió del cuarto, procurando no hacer ruido al pisar ni cerrar la puerta detrás de él. Fue hasta la Sala Común, desierta y con la chimenea apagada, sumida en una oscuridad que luchaba por tragarse la luz blanca del lumos de su varita y un frío que calaba hasta los huesos.

Avanzó despacio, cuidadoso, temiendo que un Prefecto saliese desde algún rincón, pero ni siquiera el Barón Sanguinario apareció por esa noche. Y él salió a las mazmorras.

Todos los Slytherin conocían, de memoria, el camino a la entrada de la habitación de Snape, no el pasaje desde el laboratorio, sino la otra, la que era para ellos, a la que se llegaba por detrás de una entrada lateral, casi desvanecida entre los pasillos de piedra, incluso si nunca iban tan lejos. De hecho, aunque eran los únicos que podían pararse ahí afuera y molestarlo, había que estar loco o en una tremenda emergencia, para plantarse frente a Snape en cualquier momento de sus horas fuera de clases.

Bueno, Harry provenía de una familia donde correr riesgos era normal; sólo había que mirar a James.

Harry se paró frente a la puerta que daba directo al cuarto y tocó con los nudillos. Para evitar un estallido verbal que lo hiciese encogerse en su sitio, o una arremetida mágica que lo enviase hacia la pared opuesta, posicionó la caja, estratégicamente, entre sus dos brazos y frente a él, de manera que la mirada del profesor recayese en esta nada más abrir. No habría sabido decir qué le daba la certeza de que reconocería la caja, que le evitaría la maldición que querría lanzarle al encontrarlo fuera de su puerta tan tarde y por un capricho, pero ahí estaba, era real, tangible, la reconocía.

Tal vez el oír, en tantas ocasiones de Draco, que el hombre era mejor padrino de lo que aparentaba, hubiese sido lo único que podía justificar esa acción.

Cuando Severus Snape abrió la puerta, le dirigió ese siseo letal y la mirada venenosa que se esperaba, y luego cayó en cuenta de lo que cargaba. Harry podría haberse felicitado a sí mismo.

El profesor no andaba en pijama, sino en su usual túnica negra —él, personalmente, dudaba que alguna vez se cambiase—, y tenía los ojos más hundidos de lo normal, con unas ojeras que estaba seguro que no mostró ese día más temprano. Harry nunca se había sentido conectado con el hombre, hasta el instante en que le tendió un brazo, recibió la caja, y al echarle un vistazo al contenido, emitió un sonido ahogado que no podría haber sido de nada diferente a la frustración. Al menos por esa noche, no existía nadie que lo entendiese mejor.

Snape le dio un asentimiento escueto.

—Váyase a dormir, señor Potter —espetó, en un susurro. Había vuelto a ponerle la tapa a la caja, y ahora la tenía entre su brazo y el pecho—, no pienso descontar puntos a mi propia Casa, pero me veré en la necesidad de hacerlo si no se pone en movimiento ya. Lo puede venir a buscar para cuando acabe el fin de semana —se acababa de dar la vuelta, sin embargo, escuchó un suspiro mal contenido, y el profesor le dirigió una mirada por encima del hombro—. Y señor Potter.

Él tragó en seco.

—¿Sí?

—Dígale al señor Malfoy que le pedí una justificación de ausencia a clases para este lunes, y que venga a verme mañana, a la hora que sea —concretó, el tono, quizás, menos severo, hasta que añadió:—. Y ya váyase, ¿o es que además de ciego, también es sordo?

Harry sacudió la cabeza cuando la puerta se cerró por sí sola al haberse alejado el profesor. Slytherin. Ni siquiera él los entendía a veces.

Pero esa noche, se dejó de preguntas y volvió con otro Slytherin que ocupaba su cama, tumbándose a su lado, ya que lo resguardaba mejor del frío con su cercanía. Además, era su maldita cama, y podía tirarse ahí si quería, ocupada o no.

Y sí, puede que también quisiera seguir acompañándolo.

Si Draco, dormido, volvió a acercarse a él y sostenerle un brazo, y sintió que era justo el lugar donde debía estar, nadie más que Harry tenía que saberlo todavía.


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