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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo cuarenta y ocho: De cuando hay una bruja muy fuerte (y un par de lágrimas)

Hermione tenía tres cosas en claro ese día.

La primera, quizás la más obvia, perceptible, comprobable, era que Draco Malfoy era un idiota. No es que se tratase de una realización reciente; ella bien podía decir que era un detalle que conocía desde hace años, y no estaría mintiendo.

La segunda, una curiosa, intrigante, a la que todavía necesitaba analizar más, era que Harry Potter estaba enamorado. Bastaba con fijarse en la manera en que se le quedaba viendo, y cuando su compañero giraba hacia él, volvía el rostro, un tono rojizo, leve, cubriéndole las orejas. Dudaba que se diese cuenta de que, cuando miraba hacia otra parte, era Malfoy quien lo observaba a él en su lugar. Consideró si debería contarle; luego se dijo que era mejor no presionarlos. Las personas tendían a resolver sus asuntos a su propio ritmo, incluso si eran un poco lentos.

La tercera, la verdad irrefutable que los había llevado a esa situación, y por la que toleraba la plática sin sentido y se guardaba algunos comentarios punzantes que habría de utilizar en otra ocasión, era que algo sucedía con Pansy Parkinson. Pansy, que permanecía tranquila, escuchaba lo que se le decía, tenía una paciencia infinita para sus amigos, y le susurraba, igual que el cántico de un encantamiento, que no tenía que sentirse mal por Ron, cuando el imbécil nro. 2 (había decidido, tras un largo debate consigo misma, que el nro. 1 seguiría correspondiendo a Malfoy, hasta que un evento drástico la hiciese cambiar de parecer), tenía la sensibilidad de una piedra, lo que, para su pesar, era más frecuente de lo que le gustaría.

Y ella, estuviese de acuerdo o no con lo que oía, no podía dejar a su única amiga en ese estado. No cuando los alcanzó en el Gran Comedor con los ojos y nariz enrojecidos e hinchados, pese a su postura correcta, cabello perfectamente arreglado y la sonrisa con que los saludó.

—…lo que deberíamos hacer es cruciarlo cuando menos se lo espere —siseaba Malfoy, confirmando, por enésima ocasión en la última media hora, que era un idiota. Era el único de pie del grupo, tenía las manos apoyadas en el borde de la mesa y estaba ligeramente inclinado hacia adelante; si podía reconocérsele una virtud, era que sabía cómo hacerse escuchar, incluso si sus palabras conformaban una absurda sentencia hacia un compañero.

Si no fuese porque la última vez que se lo mencionó, Draco le recitó fragmentos de las normativas del colegio, creería que no tenía idea de lo que se podía o no hacer dentro de los terrenos. Era, más bien, su manera de hacer caso omiso del reglamento a conveniencia, que ignorancia. Hermione hubiese sido más comprensiva si se tratase de lo segundo.

—…no podemos sólo ir y cruciar a Zabini de repente, en medio de un pasillo —Harry, aunque dubitativo, pretendía ser la voz de su consciencia. Era un esfuerzo vano, si alguien se lo preguntaba, y resultó obvio cuando Malfoy bufó.

—Hizo llorar a nuestra Pansy —le recordó, en un susurro contenido, como si se tratase de una tortura de la que no se podía hablar en un sitio tan público, incluso si los cuatro eran los únicos sentados en la mesa de Ravenclaw a esa hora—. Colgaría al muy idiota de los tobillos, de la Torre de Astronomía, si te hubiese hecho eso a ti.

Harry abría mucho los ojos y se le quedaba mirando, y por un momento, los dos estaban sumidos en esa burbuja de imposible acceso, que le hacía pensar que se olvidaban del tema o tenían alguna manera de conversar sin utilizar palabras. Era igual de frustrante con cualquiera de las opciones.

Carraspeó con fuerza. Malfoy soltó una brusca exhalación y se cruzó de brazos, Harry parpadeó, como sacado de un sueño, y se pasó una mano por el cabello; evitaban al otro ahora, aunque estaban en puestos lado a lado. Se abstuvo de rodar los ojos por puro sentido de la cortesía.

Bien, tal vez algunas personas eran aún más lentas que otras para estos asuntos.

—Digamos que cruciar es una expresión, Zabini no vale la expulsión —razonó después, con el mismo tono sereno que le escucha en las clases de Aritmancia, y ella lo observó con incredulidad. No podía ser que se lo tomase en serio—. Pero algo tiene que hacerse.

Hermione se frotó los párpados. Aquello constituía un agotamiento psicológico más que físico, sin duda.

Mientras los chicos hablaban en voz baja sobre lo que podían o no hacer —Draco tenía una idea, Harry le recordaba que no debían incumplir ciertas normas, luego se desviaban del tema; seguían sin mirarse—, Hermione reunía la paciencia con que le explicaba a Luna que no podía pretender formar macetas a partir de los viales del laboratorio de pociones, por muy lindos que fuesen. A su lado, Pansy, que era la razón de la discusión, permanecía quieta, callada, las manos unidas sobre el regazo, la espalda recta. Si no tuviese los ojos puestos en la mesa, uno podría pensar que no le ocurría nada.

Pero  ocurría, y aun si no estaba de acuerdo con los métodos, lo estaba con que tenían que actuar. Hablándolo con ella, por ejemplo, en lugar de maquinar un plan contra el causante.

—Hey —murmuró, estirándose para sostenerle la mano por debajo de la mesa. Malfoy acababa de enojarse, por el motivo que fuese, y los chicos no les prestaban atención—, ¿todo bien?

Pansy se demoró unos segundos en reaccionar. Primero, le dio un apretón a su mano. Después tomó una profunda bocanada de aire, seguido de dos débiles asentimientos. No levantaba la mirada.

—Estoy pensando —aclaró, con esa vocecilla suave que tenía para hablarles, a menos que hubiesen actuado de la manera en que la hacía perder la paciencia. No sucedía con facilidad.

—¿Puedo saber en qué?

Entonces ella sonreía, levemente, y cabeceaba en dirección a los muchachos que intentaban llegar a un consenso sobre lo que el 'idiota' se merecía.

—En que tengo buenos amigos.

Hermione parpadeó y volvió la mirada hacia el otro extremo de la mesa.

—…lo sé, lo sé. Necesita tiempo, hay que conseguirle un poco…—decía Harry, gesticulando de forma exagerada con las manos, como si temiese no explicarse bien. Lo veía hacerlo una gran cantidad de veces, excepto cuando les explicaba sobre hechizos en la Casa de los Gritos; no habría podido describir cuál era la diferencia.

—…puedo pedirle un permiso médico a Snape —lo seguía Malfoy, con aire pensativo. Hacía girar el anillo familiar de su pulgar, tal vez sin notarlo—, hablaré con él, lo convenceré.

Frunció los labios. ¿No estaban hablando de cruciar a un estudiante? ¿Para qué era el permiso?

Junto a ella, Pansy los veía con una expresión de dulce afecto, que rozaba lo maternal.

Los Slytherin eran difíciles de entender.

0—

—…así que Draco y yo estamos reuniendo las piedras pulidas del Calamar Gigante para hacerle un collar…—Luna le hablaba sin pausa, en ese tono soñador, tranquilo y amable, que causaba que no supiese cómo decirle que en verdad no comprendía o carecía de sentido lo que explicaba—. La ayudará, las piedras dejadas por criaturas mágicas, que reciben la luz de la luna llena, tienen propiedades que calman a los magos y brujas, todos lo saben —Hermione no lo sabía, y no creía que otra persona  lo hiciese, pero de nuevo, se contuvo—. Haremos uno para ella, uno para Harry…

—¿Por qué uno para Harry? —decidió cuestionar, en cambio. Luna parpadeó, como si la interrupción le hubiese cortado un sendero que tenía por delante, y ahora estuviese confundida sobre qué camino seguir.

—Porque Harry también podría necesitarlo. Todos necesitamos calmarnos a veces —replicaba, con suavidad—. Le he dicho a Draco que le haré uno, pero él insiste en que no lo necesita. No sabe que lo hace, pobrecito.

Hermione estaba convencida de que la otra chica era la única que se refería a Malfoy con ese tipo de términos. Cuando la oía hablar con él, usaba la misma consideración amable que Pansy, y cuando lo mencionaba frente a alguien más, lo hacía de las formas más extrañas. Si no lo conociese, uno podría pensar que se trataba de un lindo kneazle que encontró abandonado, uno de los famosos thestral o un niño pequeño, y a veces, los tres en uno.

—Seguro que sí —le siguió la corriente, indecisa—, cuando empiecen los TIMO's, hasta yo necesitaré un poco de cal…

—¡Oh! —Luna giró sobre sus talones y se metió en su camino. Detrás de ella, podía ver la entrada a la Torre de Ravenclaw, y quiso lloriquear por ser detenida. Estaba tan ocupada; si no hubiese sido por la urgencia del tema de Pansy, hubiese preparado sus apuntes desde la mañana, y si no hubiese encontrado a su compañera de Casa a mitad de camino desde el comedor, ya estaría trabajando en los pergaminos, en la paz silenciosa del dormitorio—. ¿Quieres que te haga uno?

Hermione le mostró una sonrisa vacilante. Podía oír la voz de Pansy dentro de su cabeza, como si de su consciencia se tratase:

Es tan inocente, mírala, todo lo hace con buenas intenciones. Sería tan cruel rechazarla —fue la respuesta que le dio, cuando preguntó por qué, si sabía que no serviría de nada, aceptó que le hiciesen uno de esos collares de piedras pulidas.

—Sí, claro —le palmeó el brazo, invadida por la extraña sensación de que no podía haber sido una mala elección, si Luna sonreía así después. Bien, tal vez Pansy tuviese razón, y se merecía una oportunidad—. Hazme uno, por favor.

Ella volvió a colocarse a su lado y siguió hablándole, divagando sobre propiedades mágicas de las joyas, calamares y sus crías, el Lago Negro y algo sobre sentimentalismo que no alcanzó a comprender, porque tuvo que contestar al acertijo que les daba acceso a la Sala Común.

Más adelante, recordaría que fue la primera vez que le ocurrió. En ese momento, sin embargo, cuando apenas puso un pie bajo el umbral, por delante de Luna, y los murmullos de sus compañeros cesaron de golpe, sólo pudo dar un vistazo alrededor, como si esperase que Flitwick o el mismo Albus Dumbledore apareciese detrás de ella.

Ya que no sucedió, le restó importancia y atravesó la sala. Allí, además de los grupos que se la pasaban entrando y saliendo de la biblioteca privada, los que se sentaban a leer o conversar cerca de las ventanas, había un conjunto inusual, que reunía estudiantes de sexto y quinto, frente a la chimenea. Inclinados sobre una mesa pequeña y redonda, charlaban bajo el efecto de un muffliato que identificó con facilidad.

Se preguntó a qué se debía.

Hermione no era cercana a sus compañeros de Casa. Podía pasar tiempo con Luna, y asistía a las reuniones del club de Astronomía, pero en realidad, se sentía más cómoda y confiada en torno a Pansy, que no le exigía que actuase como estudiante modelo ni que dejase el nerviosismo común que sentía, incluso si significaba que el resto del 'equipo Slytherin' entraba en el paquete.

Cuando estaba por llegar al dormitorio de chicas, le pareció que los estudiantes que dejaba atrás volvían a hablar en tono normal. El encantamiento todavía surtía un débil efecto, de manera que las palabras se le hicieron ininteligibles.

De nuevo, ella no le dio importancia.

0—

El día que sería conocido, poco tiempo después, como 'el día de estupidez de Blaise Zabini', fue un domingo. Pasaba de la hora del desayuno cuando Pansy les contó, en voz baja y casi imposible de distinguir, que su novio le había gritado cuando llegaron a cierto punto de una discusión por una carta de su madre, la señora Zabini, que no aprobaba la relación por los antecedentes de la familia Parkinson. De su padre, para ser específicos.

La gente temía a los nigromantes, no era una reacción extraña. Lo inusual fue que, de algún modo, ese hecho los hubiese llevado a pelearse las últimas semanas.

Hermione desconocía el motivo por el que Pansy no soportaba que le gritasen. No parecía afectarle el bullicio general del comedor o el campo de Quidditch, no se encogía o asustaba con facilidad, ni lucía como si fuese frágil y se dejase intimidar al menor atisbo de agresión.

Pero la manera en que contenía el llanto cuando los encontró, hablaba bastante de por sí. Luego Pansy se había desaparecido en alguna parte del segundo piso durante el resto del día, y no la vio hasta la cena, momento en que caminaba detrás de Malfoy, aferrándose a una de las mangas de su capa de uniforme; la imagen le trajo un déjà vu del primer año, cuando desde la distancia, aquella era una de las escenas más frecuentes para quienes buscasen con la mirada en los alrededores de la mesa de Slytherin.

Ella, que no sabía bien qué hacer en esos casos porque nunca había tenido una amiga que requiriese de apoyo (o una amiga, y punto), se limitó a hacerle compañía cuando podía, en la biblioteca y los jardines, a dejarla tener sus momentos de silencio y divagaciones, y que se perdiese por horas, negando cada vez que los chicos le preguntaban si estuvo con Pansy antes.

El jueves de la semana siguiente, para ser exactos, sería luego transformado en el 'día de las verdades', en honor a cierto mago joven que deslizó tres gotas de veritaserum alterado en la copa de Zabini durante la cena, sin ser visto.

Las confesiones empezaron a brotar del adolescente, con leves espasmos de su cuerpo, igual que una oleada de hipo, uno tras otro y sin pausas considerables.

—…me aterra quedarme a solas con mi madre. Detesto a cada uno de sus esposos. Con el último con que se casó, le dije a mi madre que la engañaba para que lo dejase, porque tenía intenciones de mandarme a un internado americano, y murió poco después; todavía pienso que me salvé de ese destino —al darse cuenta del tipo de cosas que soltaba, en voz alta, frente a todo el colegio, intentó callarse cubriéndose la boca, en vano. Con un sobresalto, notó que las palabras continuaban fluyendo, incluso si pretendía morderse los labios.

Mojé la cama hasta los siete. Cuando estaba en primero, me gustaba Millicent —algunas risas discretas, en especial de parte de la mesa de su propia Casa—. Odio que Potter sea el Buscador de Slytherin, yo quería ese puesto. No es que lo odie a él. En realidad, creo que es como un perrito. Adorable y necio. Probablemente Malfoy sí me odie por decir eso.

La Amortentia no huele como mi novia para mí, no entiendo por qué. Me gusta ver a Pansy molesta, no sé por qué es tan tranquila la mayor parte del tiempo.

Mi madre me prohibió relacionarme con Pansy hace unos días. Quería terminar con ella cuando empezamos quinto, pero no sabía cómo hacerlo sin lastimarla y sin portarme como un idiota. Intento utilizar el odio de mi madre como excusa para…Merlín, no acabo de decir eso- es verdad pero no- Merlín, Merlín, Merlín…

Por reflejo, giró el rostro en dirección a donde estaba Pansy. Su amiga tenía los labios entreabiertos y parecía haberse quedado sin palabras. No reaccionaba.

Para su sorpresa, fue Harry quien se abalanzó sobre el chico, sosteniéndole del cuello del uniforme. Hubo jadeos y brincos, dos Slytherin fornidos con cara de idiotas intentaban apartarlos, uno más delgado se unió a Draco para jalar a Harry lejos de él. Le había asestado un golpe en el pómulo. Zabini boqueaba, incrédulo, desorientado.

—¡Eres un idiota! ¿Sabes lo mal que la has hecho sentir los últimos días? ¡Y todo por no decirle la verdad! ¡Eres un…!

Después del sobresalto, el comedor quedó sumido en un silencio sepulcral. Ni siquiera los profesores se movían. Los pasos rápidos de Pansy, cuando terminó de recoger sus pertenencias y se dirigió hacia la salida, se escucharon con claridad por toda la sala.

—¡Pans, espera- Pans! ¡Pans, no estaba pensando! ¡Sabes que no estaba pensando, sabes que no hubiese dicho eso- no es lo que…!

Fuese lo que fuese que Zabini pretendía utilizar para excusarse, quedó en el olvido, porque Pansy salió del comedor sin darle una segunda mirada, y Harry intentaba alcanzarlo con otro puñetazo. Si Malfoy no lo hubiese arrastrado hacia atrás y alzado unos centímetros, era probable que la confrontación se hubiese prolongado. El otro Slytherin, el compañero de cuarto de ambos, suponía, estaba frente a Harry e intentaba hacerlo entrar en razón, hablándole en voz baja.

—¡Suficiente! —la voz de McGonagall, con el rostro enrojecido de rabia, detuvo el arrebato y cortó la respiración de, al menos, la mitad de los estudiantes reunidos para la cena de esa noche—. Esto es indignante. Una absoluta muestra de falta de educación de su parte, una imprudencia, un…

Y siguió y siguió, mientras desde la mesa de los profesores, Dumbledore observaba la escena con curiosidad tras las gafas de media luna, y Snape apretaba tanto los labios que habría podido jurar que su cara se había convertido en piedra.

0—

—¡…castigados, castigados, castigados! ¡Los niños malos son castigados! ¡Filch, cuélguelos de los tobillos! ¡Filch, hágalos lamer las ollas de caldo rancio! ¡Castigados, castigados, castigados!

El nuevo cántico de Peeves era irritante en más de un sentido. De forma disimulada, deslizó la varita fuera de la manga de la túnica y arrojó un hechizo leve en su dirección. Cuando el poltergiest se golpeó contra una pared del pasillo, se enfurruñó y comenzó a quejarse, histérico, a medida que avanzaba sobre las cabezas del resto de los estudiantes.

Hermione devolvió la varita a su sitio y dio un vistazo alrededor, sólo para asegurarse de que nadie la observó.

—¡…ella lloraba anoche! ¡Nunca llora así y…! —Harry seguía frenético. Ron, que se escabulló desde la mesa de Hufflepuff, tenía las manos en sus hombros y procuraba tranquilizarlo. No tenía mucho éxito.

El comedor se vaciaba a sus espaldas. Pansy no estaba a la vista.

Malfoy tenía la espalda apoyada contra uno de los muros frente a la entrada, las manos metidas en los bolsillos, y la mirada fija en la sala que dejaron atrás, donde los profesores intentaban deshacer el efecto de la poción alterada en Zabini. Ellos tampoco lo hacían mejor que Ron con su amigo. Junto a él, Luna le hablaba en voz baja; no la miraba al replicar.

Si hubiese una persona capaz de sacar veritaserum de las despensas de Snape, trabajar en ella, modificarla, y maquinar un plan de distracción que lo hiciese verterla sin ser notado…

Hermione creía saber quién era el responsable.

—Señor Malfoy —el amenazante siseo del profesor, cuando se paró bajo el umbral que separaba el comedor del pasillo, sólo confirmó las sospechas que ya tenía—, a mi oficina. Ahora.

Draco lo observó por un instante, en silencio, sin inmutarse. Su expresión vacía habría podido competir con la desagradable ira dibujada en el rostro de Snape. No habría dudado de quien le dijese que se comunicaban sin palabras.

Después Malfoy se apartaba de la pared y caminaba hacia las mazmorras, calmado, como si no hiciese más que dirigirse hacia su dormitorio, con el profesor pisándole los talones y apretándole el brazo.

Detrás de ellos, Harry boqueaba.

—¿Lo hizo él? —preguntaba Ron, y él vacilaba, pasando por distintos grados de confusión y duda, hasta el entendimiento titubeante.

—Yo no lo vi —mencionó, en voz baja, volviendo la cabeza hacia la dirección en que estudiante y maestro se fueron—, se- se paró, pero- pero fue a hablar con Daphne, no…hizo nada raro…

Ella pensó que era extraño. Pero, a decir verdad, varios sucesos inusuales tenían lugar en el castillo durante esos días, y sería absurdo pretender entender cada uno de ellos.

0—

Harry se sentía mareado cuando entró al castillo. No era la sensación vertiginosa a la que comenzaba a acostumbrarse a lidiar, ni la impresión de estar desorientado que le dejaba volar de cabeza durante más de un momento. Regresaba de un vuelo improvisado en el campo de Quidditch, a solas, tras pedirle la snitch a Montague. Estaba consciente de que no era por poner los pies en el suelo por fin, que se sentía así.

Era como si tuviese la cabeza ligeramente embotada. Se balanceaba de más, oscilaba en cada paso.

La tarde tenía esa humedad caliente y asfixiante que detestaba, porque no tenía sentido cuando el resto de los días de otoño se helaban hasta los huesos aún sin la nieve próxima. El uniforme de Buscador se le pegaba a la piel por el sudor, al igual que el cabello lo hacía en su frente y sienes, y llevaba la escoba en una mano, por encima del hombro. No necesitaba fijarse en no darle a nadie con esta, porque el pasillo estaba desierto.

Cuando tuvo la repentina disposición de una práctica privada, Draco acababa de completar una de sus tareas como Prefecto, una reunión de quién sabía qué. No era difícil llegar a la conclusión de que él fue el motivo de la escapada. Incluso Harry, avergonzado, reconocía que quiso echar a correr nada más lo vio entrar al dormitorio.

Pansy no tenía ganas de salir de la Sala Común los últimos días, y Zabini, bajo una advertencia implícita de no acercarse a ella tras el desenlace de su segundo intento de disculpa, que podía resumirse en una maldición zancadilla, una transfiguración del suelo que hizo que su pie se atorase por horas, y un "soy un idiota" con tinta en la frente (lo primero y tercero, de Harry, lo segundo una cortesía de parte de Draco), y ni una palabra de Pansy, sólo pasaba por las mazmorras después del toque de queda o para ir al aula de Pociones. Y era mejor así, pensaba. A causa de su restricción voluntaria, había tenido poco o nada que hacer por las tardes, y Harry tenía sus tareas adelantadas, por seguirle el ritmo cuando se quedaban a solas frente a la chimenea.

Era agradable saber que podía relajarse. Lo que no lo era, fue el método exigente y perfeccionista con que su amiga trabajaba. Decidió que le gustaba más cuando ella hacía la tarea sola y luego lo ayudaba un poco con la suya.

Permitiéndose disfrutar de la satisfacción de quien tiene los deberes terminados antes del tiempo límite y no necesita andar con prisas, Harry durmió hasta tarde ese sábado y no se molestó en abrir el dosel, de manera que las luces de las antorchas que se encendieron cuando sus compañeros se levantaban y llevaban a cabo su rutina diaria tempranera, no lo obligaron a pararse también.

Para el momento en que Draco volvió, era media mañana y él seguía en un mundo de calidez y suavidad, entre las cobijas, donde Lep se había acurrucado para hacerle compañía cuando su dueño se marchó. El conejo mágico y él bien podrían haber sido los seres más felices de Hogwarts durante esas horas.

Luego Draco corrió el dosel, se inclinó sobre él, y lo zarandeó sin fuerza para preguntar si no pensaba comer algo.

—…estoy recuperando tiempo perdido con mi cama, sh, déjame…—balbuceó en respuesta, retorciéndose bajo capa tras capa de mantas, para tolerar la temperatura helada que era normal en las mazmorras en cualquier época del daño.

—Pansy me preguntará por qué no sales —el colchón se hundía bajo un peso distinto al suyo. Harry pretendía no darse cuenta—. ¿Debería llevarte con Pomfrey?

Cuando separó los labios para decirle que lo dejase quieto, que sólo quería dormir lo que él y la escuela nunca lo dejaban descansar entre semana, sintió un tacto leve que no supo interpretar y abrió los ojos. Aquel sería el error más grande que había cometido en días, semanas. Meses. Años.

Draco se había arrodillado en la cama y se estiraba sobre él. Acababa de unir su frente a la de Harry y tenía una expresión pensativa.

Cerca.

Estaba cerca.

Mantenía el peso apoyado en las manos, a los lados de su cuerpo y sobre las cobijas. El cabello rubio, cada vez más largo, le caía, suelto, y cosquilleaba en el cuello de Harry con un roce que podría haber pasado por gentil, si fuese intencional. Los ojos grises no se apartaron de los suyos.

Demasiado cerca.

Malditamente cerca.

Cuando soltó una temblorosa exhalación, se percató de que la distancia era tan mínima que podía sentir el aliento de Draco también.

¿Por qué estaba tan cerca?

Harry presionaba más la espalda contra la cama, como si pretendiese fusionarse mediante algún hechizo con esta y desaparecer, dejar de ser el foco de atención de aquella mirada de serena curiosidad. No quería que se alejase, y al mismo tiempo, sí, porque era extraño, porque lo descolocaba, porque respirar se hacía más complicado, hilar los pensamientos era una misión imposible.

El cuerpo le quemaba, le cosquilleaba, temblaba. Ni siquiera estaba seguro de lo que le pasaba, sólo sabía que no era debido al sueño, ni a las mantas, ni a la temperatura que pudiesen tener las mazmorras esa mañana.

Tenía que hacer un esfuerzo por retener el impulso de estirar los brazos. Quería tomarle el rostro, quería enredar los dedos en su cabello, quería, quería, quería

¿Qué quería?

¿En qué estaba pensando?

Podía sentir el calor que le inundaba mejillas, orejas, cuello. Ninguna palabra le salía.

¿Cuánto tiempo fue?

¿Un instante, medio minuto o la eternidad misma? Le habría dado igual.

Podría haberse pasado una vida mirándolo así de cerca, y al final, habría dicho que valió la pena.

—No tienes fiebre —observó Draco, en tono suave, un poco vacilante. Harry desvió la mirada hacia sus labios y se quedó prendado de la imagen. Quería estirarse, quería- oh, Merlín—. Estás muy rojo.

Si no hubiese estado tan embobado, aturdido por sus propios deseos que colisionaban dentro de él, se habría reído del comentario, porque cuando su compañero se apartó y tomó asiento en el borde de la cama, la escasa iluminación bastaba para hacerle ver el débil tinte rojizo que le cubría los pálidos pómulos. Draco carraspeó y rehuyó de su mirada. Era extraño, divertido, fascinante, conseguir que el cretino sangrepura que conocía desde niños tuviera que evitarlo de ese modo tan obvio, tan torpe, fuera de lugar en él.

¿Por qué lo hacía?

El corazón le martilleaba en los oídos, con tanta fuerza, que no le habría sorprendido que no fuese capaz de escuchar cuando el chico le avisó que diría a los demás que no se sentía bien. Harry continuaba inmóvil, con los labios entreabiertos y el rostro ardiendo, cuando la puerta del dormitorio se cerró, después de que Draco hubiese cambiado su capa de uniforme por una normal, oscura, y se hubiese llevado un par de guantes de protección mágica.

En otro caso, hubiese preguntado qué era lo que tenía en mente.

No esa vez. Acababa de percatarse que lo ocurrido no fue más que un momento, un gesto simple, una comprobación de que no estaba enfermo, además. Harry sentía que había hecho temblar los cimientos de un mundo pequeño, secreto, que vivía dentro de él y pretendía ignorar, porque no hacerlo representaba demasiadas cosas.

Harry se cubrió los ojos con un brazo, sin ganas de sentarse y volver a cerrar las cortinas. Lep seguía dormido a un lado, en su almohada, ajeno al caos que se formaba dentro de la cabeza del chico.

Tan, tan, tan cerca-

Si hubiese tenido la oportunidad-

Los pensamientos se arremolinaban ya que tenían libertad de procesarse. Estaban agitados, se mezclaban, entrelazaban, no se completaban.

Temía lo que pudiese pasar si lo hacían, si llegaba a una conclusión, si lo intentaba.

No.

No. No podía ser.

Harry lloriqueó y se retorció en la cama, se dijo que probablemente  tenía fiebre, el comienzo de un resfriado, lo que fuese, y cuando un plop llenó el cuarto y otro le siguió poco después, se sentó, despacio, titubeante.

Al correr el resto de la cortina del dosel, se encontró con una bandeja de un desayuno completo, tarta de melaza incluida.

Sabía de quién era el elfo que lo dejó, y por qué lo invadía una emoción cálida y estremecedora al pensar en él.

Cuando salió del cuarto, alrededor de una hora más tarde, se escabulló con los pasos más sigilosos que podía dar, la escoba en una mano, la varita en la otra. Llevaba el Mapa de Hopear en el bolsillo de la capa, y al menos hasta que estuvo a punto de salir, podía estar seguro de que Draco se encontraba en la otra punta del castillo, caminando con Luna. Los motivos no le podían preocupar en ese momento.

Tomó pasadizos, rehuyó de Hermione cuando la avistó cerca de su localización. Al toparse con Nott, por sorpresa, antes de salir del castillo, se llevó el índice a los labios. Su compañero le dedicó una mirada larga y concienzuda, y soltó una pesada exhalación.

—Yo no vi nada —mencionó, lento, medido—, pero si te vas todo el día, esos dos son capaces de volver a destruir la Sala Común, y arrastrarte con Pomfrey después.

—No estoy enfermo en realidad —confesó en un susurro, que no pareció sorprenderlo.

—Como dije, no vi nada. Tampoco sé nada —siguió con su camino, sin mirar atrás.

Harry aprovechó la oportunidad para salir y corrió toda la extensión de césped que separaba el colegio del campo, sin detenerse, incluso cuando sintió que los pulmones y garganta le ardían y estaba por tropezarse en la pendiente que descendía. Encontrarse a Montague fue casi una casualidad.

Lo siguiente que recordaría, cuando pensase en esa tarde, sería las horas que se pasó persiguiendo la snitch, inclinado contra la escoba, aferrándose al mango, trazando las volteretas más complicadas en el aire, tomando los trayectos más difíciles, ya que no tenía oponente que se la fuese a arrebatar si se retrasaba, sólo para soltarla al tenerla entre los dedos y volver a comenzar.

Al liberar la energía suficiente, podría jurar que tenía la mente más clara. Se tendió sobre la escoba, las piernas extendidas a cada lado, la espalda justo sobre el palo. Era incómodo, pero a la vez, familiar, y el balanceo del artículo mágico y el sentirse en el aire, lo compensaban al relajarlo. Jugueteaba con la snitch.

Cuando levantó la mirada hacia el cielo, agotado, comprendió que sería una tarde que podía calificar de perfecta, si hubiese estado Draco, con sus incesantes burlas, los juegos, el fastidiarlo.

Y que necesitaba hablarlo con alguien, o se volvería loco al enfrentar solo ese cúmulo de emociones que no paraba de crecer.

Por supuesto, decirse que tenía que hablarlo, y hacerlo, tenía una gran diferencia entre sí. Para empezar, no sabía con quién.

Su opción más lógica habría sido Ron, sopesaba, a medida que caminaba de vuelta, tras su jornada de práctica exhaustiva, pero no se imaginaba la expresión de desagrado y confusión de su mejor amigo cuando le explicase lo que sabía que iba a explicarle, para que pudiese entender.

Además, apostaría lo que fuese a que lo detenía nada más informarle, vacilante, que quería besar a Draco. Sí, incluso lo sacaría de la Sala Común de Hufflepuff y le diría que hablaran del tema otro día, entonces Harry perdería el valor del momento, y lo dejarían de lado, hasta que estallase.

Y quién sabe qué ocurriría.

Ya que el propio Draco estaba descartado (razones no le faltaban para negarse a acercarse con un "hey, te quiero besar, ¿qué crees que signifique?"), la siguiente opción sería Pansy. Pero ella, comprensiva y paciente como podía ser con cualquier duda que le surgiese, estaría del lado de Draco más que el suyo, y no sabía si se trataba de una ventaja o desventaja.

A lo mejor, si tenía suerte, lo tranquilizaba diciéndole que sólo estaba confundido y terminaban tomándolo como una broma. Sí, era una posibilidad.

Una que no le gustaba, descubrió cuando sintió un pinchazo en el pecho ante la idea de que sus amigos se burlasen de oírlo.

Harry se detuvo en medio de uno de los corredores del castillo, dejó la escoba apoyada contra la pared y se pasó ambas manos por el cabello, despeinándolo más de lo que ya estaba de por sí; el movimiento era frenético, brusco, y llegó a jalarse de algunos mechones casi sin darse cuenta. Quería gritar, lloriquear, algo, no sabía qué.

¿Tendría que enviar una carta a Sirius?

No podía imaginarse hablando del tema con su padre. Lily lo trataría con demasiada amabilidad y no le diría lo que quería saber directamente, Remus también se iría por las ramas, Peter vacilaría. Peter siempre vacilaba.

Si estaba confundido, Sirius soltaría esa risa histérica suya al leer sus palabras, y le respondería tajante que se olvidase del asunto, que se pasaría, que no necesitaba prestarle atención, darle importancia. Si era algo más, él también se lo diría, de sopetón, sin adornos.

Era justo lo que necesitaba.

Con la nueva resolución y todavía impulsado por la decisión del momento, ignoró el mareo y se desvió, de camino a la Lechucería. No llevaba papel ni pluma, pero siempre se encontraba alguna manera de obtenerlos allí, ya fuese por otro estudiante que se los prestaba, porque alguien dejó, o un profesor generoso que acomodaba reservas de estos ahí, para aquellos que tenían que escribir la carta antes de perder el valor.

Tenía la impresión de que, si perdía el tiempo en ir hacia las mazmorras, con el respectivo riesgo de encontrarse con Draco de frente, nunca lo haría. No lo hablaría, no lo descifraría.

Era importante. Necesitaba confirmarlo. Necesitaba de alguien que le dijese que ese cúmulo de emociones no le iba a estallar en la cara y ser un problema, arruinar su amistad.

No podía ni siquiera pensarlo.

Cuando llegó a la torre de las lechuzas, abandonó la escoba a un lado y buscó, agradecido con el profesor considerado de turno, la pila de pergaminos y la hilera de plumas en la única mesa del lugar. Lucía como una reciente adquisición, que le daba curiosidad acerca de cuántas cartas no se enviaban porque alguien iba hacia allá sin llevar papel consigo, pero tenía otros asuntos que pensar y decidió ignorarlo.

Las palabras salieron solas, no se forzó a nada. Desde el incipiente saludo, la urgencia del párrafo, la explicación de que regresaba de una práctica agotadora, el resumen atolondrado, torpe, desordenado, de lo que sentía, de lo que creía.

Intentaba dar con una manera de explicarle que Draco le importaba, sin sonar lo bastante cursi para que su padrino se riese por minutos completos, pero de una forma en que otras personas no lo hacían, sino de un modo único, cuando la voz familiar que escuchó a sus espaldas hizo que la pluma se le resbalase entre los dedos. Unas gotas de tinta se derramaron sobre el pergamino prestado.

Se tensó. Contuvo la respiración.

Los pasos que provenían de las escaleras se acercaban, no dejaban de ascender. No iban solos.

—…dicen que los Augurey dan mala suerte —contaba la voz de un chico; no habría sabido decir quién era—, pero no es más que una superstición. Me hubiese gustado que me dejasen tener uno también.

Pansy se reía por lo bajo. Podía imaginar, sin problemas, que unía las manos por delante del cuerpo, tímida de pronto.

—Bueno, a mí nunca me ha dado mala suerte Fénix.

—Pero a mí sí —replicaba Draco, con una ligera irritación que no sonaba del todo verdadera—. Intentar sacarme los ojos es algo que yo consideraría de muy, muy mala suerte.

Harry se apresuró a enrollar el pergamino, no lo envolvió con una cinta, sino que utilizó la que venía con el papel para atarla a la pata de Hedwig, que lo observó con reprobación, porque sin duda, era el peor nudo que había hecho en su vida. Tuvo que suplicar con la mirada porque la lechuza se dispusiese a llevar la carta sin terminar en el pico, ya que las manos le temblaban.

Cuando escuchó el aleteo y vio el punto de plumaje blanco que se alejaba, cayó en cuenta de lo que acababa de hacer. Habría podido jurar que su corazón se saltó varios latidos.

El grupo que se aproximaba llegó a la Lechucería y Harry se escondió, presionando la espalda contra una de las columnas que hacían de refugio temporal para las aves. Procuró no hacer ni el menor ruido.

Oh, Merlín, Sirius leería esas palabras.

¿Qué diría?

¿Qué pensaría?

¿Lo hablaría con Remus?

¿No lo haría?

¿Y si se lo contaba a sus padres?

Harry se cubrió la boca para reprimir un grito frustrado. No consideró que fuese posible. Sirius guardaba los secretos que le contaba sólo a él —aunque constasen de asuntos simples, como haberse comido la última galleta del tarro, o dejar que Puppy se escapara, por error—, pero, ¿y si aquella vez era diferente?

Le costaba respirar. El aire se sentía denso, sus pulmones no querían reaccionar. Estaba hecho un desastre emocional.

—Draco —otra voz desconocida lo llamaba. El aludido emitía un vago sonido para hacer saber que lo escuchó—, ¿es verdad que tienes una mascota metamorfa?

—¿No la has visto? —Pansy se oía sorprendida—. Todo Hogwarts sabía de Lep cuando estábamos en primer año.

—Hablando de Leporis, no sé a dónde está esa rata fea ahora…

—¿Quieres que te ayude a buscarlo?

Harry frunció el ceño, sin darse cuenta. ¿Quién era, que se ofrecía en ese tono servicial y amigable?

Supuso que vaciló, porque la siguiente respuesta se demoró unos instantes en llegar.

—No, yo puedo solo. Debe estar cerca de Potter, de todas formas.

—¿Harry Potter? —Draco respondía con otro ruido vago—. Son muy buenos amigos, ¿no?

—Eso no es asunto suyo.

—Draco —escuchó que lo reprendía Pansy, con suavidad. Su amigo se reía.

—Está bien —aclaraba la otra voz—, hice una pregunta que no debí. Se nota que Draco simplemente es un poco más reservado que nosotros, no tiene nada de malo.

Despacio, Harry se aproximó al borde de la columna. De la manera más cuidadosa que podía, se estiró para asomarse por un costado.

Pansy acababa de hacer bajar a Fénix de su espacio de refugio. Con el pájaro negro posado en la muñeca, se lo mostraba a un chico que le resultaba familiar, de la forma en que ocurría con los estudiantes que veía a diario pero a los que no le daba importancia. ¿Estaría en su año?

Draco estaba de pie a pocos pasos, con una expresión tranquila, los ojos puestos en cada movimiento de su mejor amiga. Junto a él, la segunda voz desconocida, la del tono servicial, hacía otro intento de entablar conversación. Lo veía sonreírle, a pesar de que no recibía respuestas muy concisas. Se notaba que era un año mayor que ellos.

—Por cierto, Draco, ¿sabes sobre la sección prohibida de la biblioteca? —comentaba el chico—. Escuché que hay algunos libros de magia y pociones avanzadas, a los que los Prefectos pueden tener acceso si…

Aquello logró capturar su atención por unos instantes, al menos. En cuanto vio la oportunidad, Harry se escabulló lejos, con el corazón latiéndole a millón.

Situaciones semejantes se repitieron una enorme cantidad de veces durante los próximos días.

Cuando salían del comedor, Pansy era interceptada por algún estudiante que nunca había visto que hablase con ella, haciéndole una pregunta, pidiéndole ayuda con el temario de una materia, o simplemente saludándola. Ella, claro, sonreía y se tomaba su tiempo para contestar a lo que le dijesen. Algunos también se dirigían a Draco, pero este arqueaba una ceja y los observaba con cautela, sin responder a gran parte de lo que decían.

En los pasillos, alguien intentaba detenerlos, y en clases, notas breves volaban hacia cualquiera de ellos. Al principio, no eran más que estudiantes de Ravenclaw, pero después divisó algunos Gryffindor, y uno o dos Hufflepuff. La mayoría pertenecían a sexto año.

Una tarde en que tenían práctica de Quidditch, cuando alcanzó el suelo al finalizar, se percató de que Draco ya estaba de pie, con la escoba en mano y la Quaffle bajo el otro brazo, y fruncía el ceño a un chico mayor de Gryffindor, fuese lo que fuese que este decía. No iba a negar que le dio risa cuando su compañero bufó, elevó el mentón y le pasó por un lado, chocando su hombro con el del otro, sin prestar atención a los llamados que hizo a sus espaldas.

Pansy empezó a pasar tiempo fuera de la Sala Común, de nuevo. Se sentaba en los jardines con Hermione y correspondía a los saludos de estudiantes de otras Casas, o daba lecciones a los que se las pedían en la biblioteca. Tenía, a pesar de que resultó una sorpresa para todos, una increíble facilidad para ignorar a Zabini, que la siguió un par de veces por los corredores de las mazmorras, para intentar que hablasen.

Draco, en cambio, se ponía irritable cuando lo que clasificaba como 'desconocido' pretendía tomarle confianza. Los despachaba, uno a uno, dibujaba un rictus de desprecio que no podría haber sido de nadie más que Snape —aunque, si era sincero, en Draco  se veía bien—, o soltaba algún comentario mordaz que los alejaba por su propia voluntad. Cuando le preguntó qué era lo que pasaba para que se le acercasen de pronto, él resopló y golpeó la mesa que los separaba.

—¿Y yo qué voy a saber? —espetó, en tono contenido—. Han perdido la cabeza. De repente actúan como si fuésemos amigos de toda la vida, me dan ganas de maldecirlos uno por uno.

Harry se imaginó que, de seguir así, sólo conseguirían que su compañero tuviese un estallido de mal humor contra ellos. No le entusiasmaba la idea, pero a medida que transcurrían los días y ambos eran más solicitados, se dijo que tampoco le disgustaba.

En el siguiente partido de Quidditch —un Slytherin-Hufflepuff, para ser exactos—, un chico se acercó para felicitar a Draco por los puntos anotados en el juego. Nunca se olvidaría del instante en que arqueó las cejas, y poco a poco, una sonrisa maliciosa se abrió paso en su rostro.

—¿Y tú por qué me estás hablando, sangresucia?

El muchacho empalideció. Montague, que alentó al resto del equipo a alejar al estudiante hijo de muggles, fue quien más se divirtió con el comentario. Harry lo vio rodear los hombros de Draco con un brazo, a pesar de sus reticencias, y burlarse de camino hacia el castillo, con el vago presentimiento de que algo andaba muy, muy mal.

Hacia años que no lo escuchaba usar ese término, y por un momento, había olvidado que Draco podía ser así. No sólo el que se asomaba por un lado de su dosel, preguntaba si quería salir, y lo dejaba elegir el sitio al que irían, ni el que enviaba un elfo para que le diese el desayuno porque no se quiso levantar temprano un fin de semana.

Draco también era el que atacó a una Hermione de once años por un arrebato, el que se peleaba con Ron de niños por decir cosas horribles de su familia, el que echaba veritaserum alterado a uno de sus compañeros, sin decírselo a nadie ni pensar en una contrapoción.

Podía hablarle de dragones una noche, en el borde de la Torre de Astronomía, y tener ojos brillantes y una sonrisa, y al día siguiente, fastidiar a Bonnie por sus habilidades de lectura del futuro, o ahogar la risa cuando Snape criticaba las pociones de Longbottom en clase.

Y Harry, de pronto, se preguntaba si era ese Draco al que quiso besar.


Extra

De historias y mejores amigos que, en realidad, son como hermanos.

—…ella lleva una serpiente enroscada al cuello. Es la serpiente más hermosa del mundo, pero no es tan hermosa como ella; tiene las escamas verde jade, brillantes, puedes ver tu reflejo en cada una, mide seis metros y se encoge cuando la carga; es estranguladora por naturaleza. Al exhalar su último aliento, lo que sus víctimas ven son unos enormes ojos verdes. No el verde del jade, de sus escamas, es un verde profundo, oscuro, lleno de matices. Podrías pasarte toda tu vida mirándolos y nunca entenderías qué tonalidad poseen.

Harry sabe que, probablemente, no debería estar escuchando a hurtadillas, pero es inevitable. Se levantó pasada la medianoche, preguntándose por qué el dosel de la cama de Draco estaba abierto y la cama vacía, y salió del cuarto sólo para saciar su curiosidad. Sabía que se suponía que acompañaría a Pansy en la ronda de Prefecto, a pesar de que iba en contra de las reglas; de cierta forma, parecía que intentaba pasar todo el tiempo posible cerca de su amiga, y él no podía culparlo. Al parecer, Snape tampoco, porque no era la primera vez que lo hacían, y todavía no surgían represalias.

Desde el pasillo, alcanzó a oír el débil murmullo de su voz, y nada más pararse junto a la pared que daba a la Sala Común, sintió que los pies se le quedaban clavados en ese punto exacto. No se habría marchado, incluso si hubiese podido.

La Sala Común estaba vacía, a excepción de dos ocupantes, lo que ya era bastante raro de por sí en una Casa en que parecía que más de la mitad de la población estudiantil eran nocturnos. El fuego de la chimenea no era suficiente para entibiar el húmedo y helado ambiente, pero ahí estaba, encendido, avivado, el crujir de las llamas siendo lo único que acompañaba las palabras que soltaba.

—Las personas creen que es mala, pero los dos sabemos que las personas se equivocan. Ella no es mala, su serpiente tampoco. Ella es la bruja más fuerte del mundo y aún no lo sabe, nadie se lo ha dicho. En cambio, su serpiente sí lo sabe. Lo siente. Sólo se necesita que te pares cerca de ella y notarás que no existe nadie más increíble en el mundo, que podría crear un universo a su antojo, que si la magia existe, es por y para ella.

Draco estaba sentado en uno de los sofás de dos plazas frente a la chimenea. Tenía la espalda apoyada contra el reposabrazos y un brazo extendido sobre la parte alta del respaldar, una pierna flexionada, la otra caía hacia un lado, se balanceaba, la punta de su pie tocaba el suelo cada poco tiempo. Hablaba en un tono tan bajo, tan suave, cuidadoso, que habría sido imposible escucharlo, si alguien más pronunciase una palabra en voz alta en ese momento y lugar.

Pero nadie lo haría.

—Es un honor conocerla. No todos pueden tener el placer de que los mire a los ojos. Cuenta la leyenda que si ella te ve, si realmente te ve, te estará regalando una vida llena de gozo. Pero ella es tímida y está asustada, y le han hecho daño, así que ya no quiere mirar a nadie, por temor a encontrar las mentiras que le han dicho grabadas en sus rostros, así que su serpiente se enrosca con más fuerza y espera, y la cuida. Nadie dañará a su bruja, nadie tiene el derecho de hacerlo. Hay crímenes que no tienen perdón en el mundo y ese es uno de ellos.

Pansy estaba metida en el espacio que dejaban sus piernas en el mueble, recostada en su pecho. Se había olvidado del decoro sangrepura, de protocolos, posturas rígidas y perfectas, imágenes que proyectar al resto; tenía las rodillas flexionadas, las piernas pegadas al cuerpo, las envolvía con los brazos, y mantenía la cabeza por debajo de la barbilla de su mejor amigo. No podía verle el rostro, tampoco necesitaba hacerlo para saber que estaba relajada.

—¿Qué pasa después? —preguntaba, con un hilo de voz que le comprimió el pecho a Harry. No la había visto llorar más que las lágrimas silenciosas de la primera noche tras lo de Zabini, pero no podía asegurar que hubiesen sido las últimas que derramaba por ese asunto— ¿su historia tiene un final feliz?

El chico pareció sopesarlo por unos instantes.

—¿Tú quieres que lo tenga?

—Eso me gustaría —ella se rio. Era una risa hueca, temblorosa—, sabes cuánto amo los finales felices.

—Entonces ella tendrá el final más feliz del mundo, Pans.

Era curioso. Draco no la tenía rodeada con sus brazos, ni siquiera hacía ademán de tocarla, acercarla más hacia sí. Pansy era apenas una figura pequeña y delgada que se escondía en él, y sin embargo, daba la impresión de que era igual que si la estuviese abrazando con fuerza, de que la sostenía. La resguardaba.

Harry apoyó la cabeza en la pared y se preguntó si, aunque Draco pudiese ser un cretino la mayor parte del tiempo, había algo malo en que tuviese su propia manera de cuidarlos. Al menos a él, no le hubiese importado estar en la posición de Pansy esa noche. Sólo era Draco siendo…Draco.

 

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