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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo sesenta: De cuando Harry conoce diferentes tipos de magia (y Sirius sigue riéndose de ellos por largo rato…)

Harry no habría sabido explicar cómo llegaron a esa situación. Recordaba que hablaron por varias horas, su cuarto en Godric's Hollow se llenaba con los murmullos y las risas ahogadas. Recordaba ese impulso que lo echaba hacia adelante, que lo hacía acercarse, un brazo lo rodeaba, un beso cuidadoso, muy cuidadoso.

Iban lento, suave; era difícil descubrir el punto exacto en que ese calor que le inundaba el cuerpo comenzó a crecer y superó cierto nivel establecido, se inquietó, se tensó, dejó que lo dominase esa necesidad aguda y ardiente de algo, que no sabía qué era, porque estuvo más ocupado en besarlo e intentar no quedarse sin respiración, que en analizar lo ocurría consigo mismo, con ellos.

Recordaba la respiración agitada, el momento en que se inclinó sobre uno de sus hombros, el mordisquearle y besarle el cuello. Recordaba la manera en que Draco se estremeció por debajo de él. Recordaba la emoción que le bullía por dentro, que se le escapaba, esa sensación de absoluta maravilla cuando lo escuchó jadear, el repentino vértigo de la realización sobre lo que estaban haciendo, que luego quedaba en el olvido cuando sus labios volvían a unirse, porque no estaba mal; nada podía haber estado mal en ese entonces.

Recordaba sus rodillas presionando el colchón, el tener los brazos alrededor de su cuello. El calor que manaba de su cuerpo, ante la proximidad. Las manos frías que le hicieron dar un brinco y arquearse cuando se escabulleron dentro de su camiseta, en contraposición a la temperatura del resto de su piel.

Recordaba que, donde Draco lo tocase, quemaba de una forma tan agradable, tan extraña, que podía hacerlo temblar cuando volvía a atacar sus labios para reclamar un beso que mantuviese su mente en blanco y esa impresión de flotar que comenzaba a hacerse más fuerte. Recordaba el contacto contra su espalda, los dedos que lo rozaban, subía, bajaba, arriba de nuevo; la tela de su camiseta comenzaba a abandonarlo, pero no podía conseguir que le importase.

Sus propias manos no se quedaban quietas, desesperadas, ¿por qué la estúpida camisa de Draco debía tener tantos botones?

Una mordida en su labio, un nombre que se escapaba en forma de temblorosa exhalación. No existía más en el mundo y Harry se sentía consumido por una llamarada que no paraba de crecer.

Luego una pausa. Una distancia mínima entre ellos, mirarse a los ojos, jadeando.

Draco lo observaba desde abajo por unos centímetros; él sentado en la orilla de la cama, Harry sobre sus piernas. Tenía el rostro enrojecido, los labios hinchados. Lo mejor eran sus ojos. Pupilas dilatadas, el gris apenas existente. Fijos sólo en él.

Recordaba cuánto le encantó la manera en que lo veía, cuánto lo encendió. Habría hecho lo que fuese en ese instante, si se lo pedía mirándolo así.

Era de esperarse que cuando esas manos heladas se deslizaron por sus costados, levantando la camiseta por completo, Harry se sintió desfallecer un poco, y antes de tener idea de lo que hacía, alzaba los brazos para facilitarle el trabajo al sacársela. Draco se tomaba un momento para observarlo, sin tocarlo. Su mirada quemaba casi tanto como el contacto, a medida que iba desde su clavícula, del pecho a su torso, y de regreso. La fascinación genuina, evidente, que distinguió cuando levantó la cabeza hacia él, causó que su corazón se saltase un latido.

La desesperación, las ganas, les hacían arder la sangre en las venas, pero fueron a su ritmo, sin prisas. Las manos le temblaban cuando continuó la tarea, imposible en esa situación, de terminar de desabrochar su camisa. Draco lo ayudó; un toque sobre su dorso, una mirada cómplice, una pequeña sonrisa.

Recordaría, incluso años más tarde, la manera en que se estiró y se detuvo, en el aire, a medio camino de tocar la tela que todavía le cubría los hombros, los brazos, la forma en que buscó sus ojos, porque era nuevo, raro. Draco le daba una sensación de paz, de seguridad, al acariciarle la espalda baja.

Fue todo lo que necesitó. Le quitó la camisa, se sujetó de sus hombros al acomodarse mejor sobre sus piernas, comenzó el recorrido desde su pecho. Las palmas le picaban, le cosquilleaban, contra la piel tersa y pálida; cada centímetro de él se llenaba del más puro anhelo cuando percibía los débiles estremecimientos que le generaba.

Hacía eso.

Élle hacía eso.

Él se lo provocaba a Draco. A su Draco.

Otro intercambio de miradas. Draco estiraba el cuello para ofrecerle los labios, se besaban despacio, como si acabasen de llevar a cabo un gran descubrimiento, disfrutando de la ocasión.

Cuando volvía a apartarse, no se molestaba en recuperar el aliento. Harry ahogaba un sonido que podría haberle avergonzado por completo en otra circunstancia, cuando sentía el rastro de besos que daba inicio en sus clavículas y descendía, buscaba, recorría, exploraba. Presión ligera de labios, un toque húmedo, una succión momentánea que le arrancó otro jadeo, el calor se reunía en su entrepierna con un dolor delicioso. Al sentir la mordida que le dio, no pudo evitar arquear un poco la espalda y echar la cabeza hacia atrás, se retorció en ese abrazo en que lo tenía atrapado.

—No- muerdas-

Pero por supuesto que Draco lo observó con esa sonrisa problemática que tenía e hizo caso omiso de sus palabras. Harry encontró que había poco, o nada, que pudiese hacer, cuando no dejaba de besarlo con vehemencia y dejarle marcas que nadie más iba a ver, pero que sabría que estaban ahí.

Las rodillas le fallaron, la fuerza en las piernas le faltó. Agradeció haber estado ya sobre el colchón cuando quedó por completo sentado en su regazo.

Por debajo de él, un bulto lo presionó, sobresaltándolo. Draco levantó la mirada en su dirección de inmediato, sus mejillas adquirían un tono diferente de rojo. Había pensado que era precioso.

Su erección creciente palpitaba, el calor alojado allí comenzaba a ser doloroso, a reclamarle atención. Sus manos, sin embargo, se desviaron hacia el torso de Draco, que inmóvil de pronto, no hizo más que observarlo y dejarlo hacer.

No había estado seguro de lo que esperaba cuando alcanzó el borde del pantalón y se detuvo, buscando, de nuevo, sus ojos. Draco se mordía el labio, dejándolo más enrojecido, y sus manos descansaban en su cadera, expectante. Lo desabrochó más lento de lo que alguna vez hubiese hecho. Esperó.

El ambiente del cuarto estaba caldeado, Harry era acribillado por las sensaciones ardientes, exigentes. No podía pensar en nada más que su novio. Tampoco quería intentarlo.

No fue más que un toque leve, un roce. El índice deslizándose sobre la tela que se elevaba, el embelesamiento con su reacción, cuando Draco ahogó un sonido vago y se estremeció. Los dedos que bajaban el cierre, el tantear la ropa interior que estaba debajo, la humedad del pre-seminal, el quedarse aturdido por un instante.

Merlín.

Su mirada lo ponía más nervioso que nunca cuando se levantó con dificultad, en parte gracias al agarre en su cadera, lo necesario para bajarle un poco las fastidiosas prendas, y sus ojos, inevitablemente, fueron a parar a la extensión de piel que dejó al descubierto, el miembro que se erguía contra el abdomen del otro chico. Le llevó un instante, en que no hizo más que boquear, para dejar de verlo.

Cuando abrió la boca, sin tener idea de cuáles serían las palabras que saldrían a continuación, Draco le sujetó el rostro y lo guio hacia abajo para pedir otro beso, uno que lo devolvió a esa inaudita serenidad del momento. Su propia dureza seguía atrapada, de forma incómoda, dentro de su pantalón, y al mover la cadera, consiguió una fricción contra una de los piernas de Draco, que le arrebató el aliento de golpe.

Nunca habría sabido explicar de dónde sacó el valor para envolver su longitud con una mano. Dedos que se cerraron con cuidado, con un atisbo de miedo, que se desvaneció por el gemido contra sus labios.

—Harry-

Podría haber perdido la cabeza por esa forma de llamar a su nombre.

Lo siguiente que sabría era que empujaba a Draco contra la cama, no oponía resistencia, buscaba un ángulo que lo dejase sostenerse sin aplastarlo, y aun así, mirarlo. Otro beso. Deslizar el pulgar por su prepucio, trazar un círculo, la espalda de Draco arqueándose, su forma de volver a llamarlo, jadeando.

No dejó de besarlo más que en los irritantes momentos en que le era necesario respirar. Podría haberse hecho adicto a sus labios, sin saberlo. Movía la mano de arriba a abajo, para abarcar cuanto le fuese posible de su erección, buscaba un ritmo, lo sentía estremecerse, retorcerse por debajo de él, la sensación enloquecedora de saber que era por su causa, que tenía el control, no hacía más que avivar esa llama que lo consumía desde adentro.

Manos en su espalda baja, descendían másmás, más. Traspasaron la línea del pantalón, apretaron, amasaron su trasero. Harry calló un jadeo contra sus labios y decidió aumentar la velocidad de su mano.

Draco desabrochaba su pantalón, lo echaba hacia abajo. Estaba casi seguro de haber sacudido las piernas sin cuidado para deshacerse de la prenda, para que se la sacase más rápido, el alivio cuando su miembro quedó en libertad, para nada comparable al instante en que él lo atrapó en una mano. Harry se detuvo y se deshizo con un gemido largo, corrientes de placer lo hicieron temblar; apenas era un roce.

Volvían a besarse. Se devoraban los labios, mordían, lamían, se probaban y se memorizaban otra vez. Draco imitó el vaivén que él llevaba sobre su longitud. Estaban llenos de movimientos erráticos, apresurados, más jadeos y caóticos ritmos.

Harry no podía decidir si le gustaba más el miembro que pulsaba, caliente, encerrado en su mano, la reacción de Draco a él, o por el contrario, los dedos que tenían capturada su propia erección, que simulaban las embestidas acordes a la forma en que empezó a mover la cadera sin notarlo, en busca de más. El fuego interno lo acababa, temblaba, perdía la noción de lugar, de tiempo. No le interesaba mantenerse callado, no le avergonzaba su retahíla de "Draco, Draco, Draco" entre cada beso y jadeo, ni las acciones aún más erráticas en que se tornaron las suyas ante ola tras ola de placer.

Nunca había sentido nada tan fuerte, tan arrollador.

A medida que la presión en su vientre crecía, se desesperaba más por llegar. Actuaba veloz, impreciso. Quería lo que fuese que pudiese darle, ya fuesen sus besos, las mordidas, ese contacto. Prácticamente daba pequeños saltos en su mano, embestidas sin orden.

Draco fue el primero. Repitió su nombre y echó la cabeza hacia atrás. No había visto nada tan hermoso como el instante en que arqueaba la espalda, el fluido blanquecino le cubría los dedos a expresión que tenía.

Ojos entrecerrados, piel teñida de rojo, cabello pegado a la frente por el sudor, labios separados, exhalaciones entrecortadas. Por un segundo, su propio clímax lo frenó, pero entonces, en medio de leves temblores, Draco ejerció una presión rápida en su glande, con el índice y pulgar, y Harry se deshizo por un mayor número de sensaciones de las que creyó que podía experimentar.

Apretó los párpados, movió la cadera hacia él una última vez, y se dejó arrastrar en un torbellino de calor, demoledor, que luego lo dejó agotado, laxo, invadido por una tranquilidad inexplicable.

Permanecieron un momento así. Las respiraciones superficiales y veloces fueron lo único que llenaba el cuarto.

Draco retiró su mano, despacio. Harry abrió los ojos y luchó por enfocarlo, a través de la bruma de placer que se disipaba sin prisa; ni siquiera sabía cuándo perdió los lentes. Sentía espasmos en las extremidades, su cuerpo vaciándose, el calor residual lo embargaba. Sabía que tenía el abdomen igual de pegajoso que él, su mano estaba manchada. No le interesaba.

No tenía la más mínima idea de qué decir, cómo actuar. Boqueó, sin poder conectar su cerebro a su boca. Hubiese continuado así, si Draco no hubiese alzado el brazo, para observar las hileras de líquido seminal entre sus dedos con un interés casi científico, y de pronto, le hubiese empujado la palma en la mejilla, ensuciándole parte de la cara.

Ahogó un grito y estuvo a punto de caer con todo su peso sobre él, cuando giró el rostro con brusquedad.

—¡Eso es asqueroso! —Draco se echó a reír, esa risa vibrante y feliz que tan pocas veces le oía. Cuando se llevó un dedo a la boca y tomó parte del semen con la lengua, definitivamente, no se veía como algo asqueroso— ¡no te comas es…!

—Ya, cálmate, Harry, por Merlín —rodó los ojos y siguió con el otro dedo, y el otro, hasta haber retirado lo que quedaba en su mano, frente a un boquiabierto Harry. Luego, con una expresión solemne que no podía estar más fuera de lugar, declaró:—. Me daba curiosidad tu sabor, ¿sabes? No está tan mal como uno podría imaginarse. No es que sepa bien, pero no esperaba algo mejor.

—No- no es en serio-

El chico asintió, sin perder ese aire de seriedad que lo dejaba más descolocado que todo lo que acababa de pasar.

—Pienso muchas cosas "extrañas" relacionadas ti —se burló él, echándole un brazo en torno al cuello, para acercarlo. Harry se retorció y volteó el rostro.

—No te voy a besar si te metiste eso a la- —claro que fue una protesta absurda y sin sentido, porque en cuanto Draco atrapó sus labios, le siguió el beso sin un segundo de vacilación. Era uno mucho más lento, quizás podría decir que similar a los primeros que compartieron esa tarde, y se quejó un poco por el sabor, arrancándole otra risita.

Harry se rindió y terminó tumbado sobre él. El semen, todavía pegajoso, no estaba tan caliente para entonces, y Draco arrugó la nariz en un gesto de desagrado que le arrancó una carcajada sin aliento, antes de que volviese a besarlo.

Así estaban cuando la puerta de su cuarto se abrió. Sin la parte superior de la ropa, con los pantalones abiertos, los calzoncillos bajados, Harry encima de Draco, besándose, una de sus manos todavía manchada, ambos con el cabello desordenado, el rostro sudoroso y enrojecido.

No fue una sorpresa que su padrino ahogase un grito al encontrarlos. Hubo caos, un enredo de extremidades, otro grito, sábanas que se movían y eran arrojadas al aire, una búsqueda infructuosa de camisetas, un ruido sordo, todo en una cuestión de segundos.

Draco cayó por uno de los costados de la cama y terminó refugiándose al otro lado, con los brazos extendidos sobre el colchón, de cuando intentó sostenerse en vano. Harry quedó en el punto contrario, el que estaba a la vista desde la puerta, con las piernas flexionadas contra el pecho, y la camisa de su novio, desabotonada, echada sobre los hombros para disimular que no tenía nada, porque fue lo que encontró al tantear a ciegas.

Sirius levantó la mirada hacia el techo y se empezó a reír con fuerza. Gesticuló con las manos, de forma desordenada, acelerada, y desapareció, cerrando la puerta tras él, tan rápido como había entrado.

La habitación quedó sumida en el silencio durante unos segundos. Luego Draco emitió un quejido largo y lastimero, hundiendo la cara en el colchón. Harry se cubrió el rostro con las manos, una risa silenciosa de puro nerviosismo sacudiéndole los hombros.

Su novio le lanzó una almohada en cuanto se recuperó un poco. Le dio en el hombro y lo envió hacia un lado, él respondió regresándola, aunque le pasó por encima, sin tocarlo.

—No te rías —ni siquiera sabía que la piel de Draco podía ponerse tan roja hasta ese momento, cuando ladeó la cabeza, todavía apoyada en el borde de la cama, en su dirección, con los labios apretados—, eso salió mal, muy mal-

Tuvo que tomar una profunda bocanada de aire, antes de atreverse a pronunciar cualquier palabra.

—De hecho- —se aclaró la garganta con fuerza y jugueteó con sus dedos, enderezándose despacio—, creo que iba bastante bien…hasta que padfoot entró sin tocar.

Lo dijo sin verlo, así que cuando giró el rostro hacia él, no se esperaba encontrarlo mordiéndose el labio para retener una sonrisa. Draco asintió, con fingido desinterés.

—Supongo que pudo ser peor —comentó, recargando el codo en la orilla de la cama y la barbilla en la palma. Él arqueó las cejas, por lo que contestó a su pregunta silenciosa:—. Pudo ser tu padre.

Bien, eso definitivamente hubiese sido peor. Harry carraspeó y buscó su camiseta por el suelo, deteniéndose al recordar que tenía el torso manchado de esperma. Se preguntó qué tan rápido podía limpiarse, mientras Draco se subía a la cama y tanteaba en busca de algo, ganándose su atención cuando lo escuchó soltar un "lo tengo".

—Necesitarás un encantamiento de limpieza con eso —hizo girar la vieja varita blanca, la de prácticas de hechizos simples, entre los dedos. Harry lo observó con ojos enormes.

—No puedo creer que todavía la lleves…

—¿Qué te pasa, Potter? —él bufó con incredulidad y le ofreció la otra mano, para ayudarlo a ponerse de pie y que se sentase en el borde de la cama, para aplicarle el encantamiento— ¿con quién crees que hablas? Siempre la llevo en vacaciones, porque no puedo usar la otra si ando por ahí.

Dejó que el hechizo lo limpiase y procedió a reacomodar su ropa, girando el rostro, un poco más rojo bajo la mirada de Draco. Resopló. La inquietud estaba de vuelta.

—¿Por qué no pusiste un encantamiento de cerradura ahí, si la tenías? —se le ocurrió preguntar, para deshacerse de la tensión que empezaba a acumular, y apuntó a la puerta con el pulgar. Draco acababa de limpiarse a sí mismo, emitía un leve "hm", a la vez que cerraba su pantalón.

—Bueno, no se me ocurrió que terminaríamos así cuando estábamos hablando de la próxima temporada de Quidditch —mencionó, con sorna. Una sonrisa ladeada se le dibujaba en el rostro al arrastrarse con manos y rodillas sobre la cama, aproximándose a él. Harry tragó en seco—, ¿o tendría que haberlo imaginado cuando me decías sobre la escoba nueva del mercado?

Elevó una ceja, esperando. Harry balbuceó una respuesta, después soltó un quejido, quitándose la camisa manga larga y tirándosela en la cara, para deshacer esa estúpida expresión complacida que tenía y hacía que le entrasen más ganas de besarlo. No estaba seguro de que fuese buena idea, si tomaba en cuenta lo recién ocurrido.

—No seas idiota —masculló, agachándose para recoger su camiseta y colocársela. Draco lo observaba desde la cama, sentado, conforme se abrochaba los botones; sin pensar, volvió a acercarse y empezó a ayudarlo.

Cuando lo hizo, se percató de que el anillo familiar de los Malfoy tenía un ligero resplandor verde. Se detuvo y lo detalló, pero tras unos instantes, se desvaneció. Aún tenía el entrecejo arrugado cuando Draco le sujetó el rostro entre las manos, haciendo que se recargase contra su palma por reflejo.

—¿Hm?

—Podría volver mañana —comentó, con diversión, estirándose para reclamar otro beso—, y recordaría poner el encantamiento de cerradura en la puerta.

Harry no se dejó llevar por sus intentos de besarlo, hasta haberle abotonado la camisa por completo. Entonces exhaló, le rodeó el cuello con los brazos, y se dedicó a esos labios que podían reducirlo a una masa de ligeros suspiros y sonrisitas.

—Pero mañana vamos con Hellen —recordó, tras un momento y varios besos, todavía lo bastante cerca para que sus labios se rozasen con cada una de las palabras y sus respiraciones se mezclasen. Draco lloriqueó contra su boca, volvió a capturarlo, y habría seguido el beso, de nuevo, si no hubiese sido por los tres toques a la puerta. Ambos giraron la cabeza, uno más frustrado que el otro.

—Cachorro- —Sirius carraspeó desde el otro lado—, Lily quiere que bajes y le digas si el cachorro Malfoy se queda a comer, y no creo que piense que puedo pasar tanto tiempo buscándolos, así que…

Dejó las palabras en el aire, a propósito. Le dio un último beso a su novio, más corto, y se deslizó fuera de la cama, antes de que viese una oportunidad de abrazarlo para arrastrarlo de vuelta, porque no pensaba que pudiese oponer resistencia alguna.

Respiró profundo, se obligó a colocar una expresión tranquila y caminó hacia la puerta. Sentado en la cama, Draco se arreglaba el cabello con movimientos practicados.

Abrió y se asomó por un costado. Su padrino, que tenía una de las sonrisas más grandes que le había visto hasta entonces, arqueó las cejas.

—¿No pudieron usar este tiempo para arreglarse más, cachorro?

No, aparentemente, no podía mantener la calma así. Boqueó, haciendo reír al mago; cuando la puerta se abrió por completo, Draco apareció junto a él, con el porte de siempre y una expresión tan serena, que lo único que lo delataba todavía era un tenue rosa en los pómulos, los labios enrojecidos, y la mirada que le echó a Harry, antes de besar su sien.

Se relajó de inmediato, recargándose en él. Sirius aún les sonreía, aunque no parecía que el motivo fuese sólo la diversión.

—No me puedo quedar —murmuró el chico, contra su cabello—, tengo que ir a comer con madre, al menos.

Harry lo rodeó con un brazo en cuanto su padrino los dejó a solas, recordándoles que Lily esperaba abajo. Se pegó más a su costado.

—¿En serio? ¿No podrías…? —no lo dejó terminar, cuando negó dos veces.

—Tu madre tiene a los Merodeadores. Ella sólo me tiene a mí —dejó caer los hombros, aceptándolo, y sonrió a medias por el beso que recibió en la frente.

—¿Nos vemos mañana entonces? —Draco soltó un vago sonido afirmativo y él aprovechó de pasarle los brazos en torno al cuello una última vez, para reclamar el beso de despedida que no se atrevería a darle en la sala, ante la chimenea, bajo las miradas de sus padres y los Merodeadores.

0—

Acababan de poner un pie en el Atrio cuando unos brazos los envolvieron a ambos y los atraparon en un abrazo muele-huesos. La risa de Hellen, suave, baja, como la de cualquier bruja sangrepura bien educada, lo llenó de una emoción profunda de cariño y nostalgia. Se dejó besar la mejilla por la mujer que los recibía, mirándolos como si aún fuesen un par de niños de doce años que la necesitaban para estar seguros en situaciones de lo más extrañas.

—Merlín y Morgana, mira cuánto has crecido —le acunó el rostro a Draco, que ya la superaba por algunos centímetros, y chasqueó la lengua al negar, con fingida irritación. Luego volvió a acercarse a Harry, peinándolo con dedos cuidadosos, amables, del modo en que muchas veces hacía Lily con él—. Tú también, Harry. Eres un mago realmente guapo ahora, eh —divertida, le acomodó los lentes y simuló darle un golpe, sin fuerza, en la punta de la nariz con el índice.

Sonrió en respuesta, cambiando su peso de un pie al otro. Además de su madre y Pansy, no solía escuchar nada semejante, así que era extraño hacerlo. No estaba seguro de cómo se contestaba.

Siempre fue bastante lindo —escuchó que aclaraba Draco, con una media sonrisa divertida. Harry miró en cualquier dirección diferente a la bruja, que arqueaba ambas cejas y ahogaba la risa.

—Sí, por supuesto —todavía con esa expresión de enternecida diversión, se dio la vuelta y les indicó que la siguiesen a través del amplio recibidor del Ministerio, con su monumento del mago y las criaturas mágicas, las paredes de hileras de chimeneas conectadas a la red flú. Hellen se movía con la soltura de quien está acostumbrado a los espacios concurridos, pasos sigilosos, veloces; la capa azul oscura del uniforme de Inefable se agitaba a su paso, al igual que la cola que amarraba su cabello en lo alto de su cabeza. Les echó un vistazo por encima del hombro, con una sonrisa pequeña que no disimulaba su alegría, y los acompañó durante la revisión de la varita en la entrada.

Tuvieron la buena suerte de que el elevador estuviese vacío cuando se metieron, así que el viaje fue sólo de tres y directo. Hellen esperó a que estuviesen en el largo y estrecho corredor del Departamento de Misterios, para hablar.

—No se pierdan ni un segundo de esto —pidió con suavidad, haciéndoles una seña de que aguardasen dentro del elevador inmóvil, cuando avanzó. Nada más dar un paso en el corredor, divisaron la ondulación del aire típica de una barrera mágica, y la bruja fue tragada por una consistencia gelatinosa, que volvió a tomar la imagen del pasillo.

Harry estaba boquiabierto. Draco se rio cuando un brazo fue extendido desde el otro lado, y la mano, sin su dueña a la vista, los invitó a pasar.

Atravesar la barrera era como pasar bajo una cortina de agua fría, le recordó al encantamiento desilusionador, por lo que se encogió, contuvo el aliento, y parpadeó para enfocar en las semi-penumbras del otro lado. El pasillo, similar en apariencia a la escena montada por el escudo, contaba con antorchas mágicas de luz azul dispersas en ambos lados. Hellen se dio la vuelta, parándose frente a ellos y cerrándoles el paso, con gesto adusto.

—Agente Sierro, dándoles oficialmente la bienvenida al Departamento de Misterios —llevó a cabo una teatral reverencia, profunda, con los tobillos cruzados igual que lo haría una bailarina; al enderezarse, tenía esa sonrisa que lo remontaba al momento de los resultados de los Juegos, cuando era toda orgullo por ellos tres—. Para que no sean tragados por el come-cerebros, ni terminen atrapados en un viaje espacio-temporal, las recomendaciones serán las siguientes: hacerle caso a su guía, hacerle caso a su guía, no desobedecer a su guía…ah, y hacerle caso a su guía —repitió, señalando a uno y luego al otro, por si tenían alguna réplica. Ya que no fue así, asintió y caminó por delante de ellos.

—¿Por qué eres la agente Sierro? —preguntó Harry, apretando un poco el paso para seguirla.

—Anagramas —replicó ella, con un encogimiento de hombros—, a los Inefables les gusta mantener sus identidades en secreto, incluso entre nosotros. Usamos anagramas, algún término específico, juegos de palabras, lo que prefieran, que sea corto, fácil de recordar y de gritar por un comunicador cuando estemos a punto de- no sé, ser devorados por una criatura mágica que se suponía estaba extinta y nos pidieron investigar.

—¿Cuántas veces te ha pasado eso? —inquirió Draco, con el entrecejo arrugado en una expresión pensativa. Hellen soltó un bufido de risa.

—Dos veces este mes. Nunca se acerquen a los zorros de fuego —meneó la cabeza, con un escalofrío exagerado para demostrar su punto—; la mitad de una noche en San Mungo y pociones para sanar, no quitan la sensación de que tus ojos se derriten por el calor.

—No hubiese pensado acercarme a ninguna criatura que se llamase "lo que sea de fuego".

—Entonces eres más listo que nosotros —bromeó la bruja, deteniéndose frente a la única puerta del corredor, una azul que estaba hasta el fondo, con una ventanilla diminuta, cerrada en ese momento. Tocó tres veces con los nudillos; le pareció que a un ritmo determinado.

—¿Es verdad que hay como…mil protecciones aquí? —siguió Harry, al recordar un comentario que le oyó a Sirius y su padre en una conversación sobre cuál Departamento del Ministerio era el que estaba más protegido y aislado. No cabía duda que debía ser el que pertenecía a los Inefables; por lo que veía, era cierto.

—En general, sí, y son muy difíciles de pasar. Los primeros días en el puesto, tenía que venir una hora y media antes, para que me diese tiempo de cruzar las barreras que todavía no se adaptaban a mí —hizo un gesto vago, con que pretendía restarle importancia, y se echó hacia un lado, de manera que ellos pudiesen pasar antes—. Pero pedí un permiso especial hace poco y las suavizaron lo suficiente para que puedan entrar sin pertenecer a un equipo.

Del otro lado de la puerta, se toparon con un corredor casi idéntico, que iba en el sentido opuesto. La pared ante ellos estaba repleta de puertas. Mientras más observaba hacia los costados, más le daba la sensación de que el lugar carecía de fin o principio. Se estremeció.

No debía ser agradable perderse allí.

—Quería preguntarte sobre eso —mencionó Draco, cuando los dos comenzaron a caminar detrás de ella por el corredor interminable. Hellen contaba puertas en voz baja, una esfera luminosa sacada de su uniforme, como la que su compañero poseía, les iluminaba el trayecto—, ¿por qué quisiste que viniéramos?

—Tengo varias razones —la bruja volvió a frenar cuando alcanzaron una puerta que, según él, era igual que las últimas quince que pasaron. Colocó la mano en la superficie lisa, que carecía de pomos o cerraduras, pero no empujó de inmediato, sino que giró el rostro hacia ellos—. La principal, es que quería mostrarles algo.

—¿Y qué hay de las otras?

Hellen esbozó una sonrisa.

—Quería ver qué fue de mis chicos. Una vez Guardián, a uno se le queda toda la vida ese impulso de ayudarlos —se excusó, ellos intercambiaron miradas. Harry pensó en Honora y Amber, abrazándolo y mirándolo desde abajo, buscándolo en el comedor para hacerle preguntas, gesticulando en exceso cuando le contaron sus planes para la Primera Prueba—. Además, recibí una carta de Ioannidis diciendo que la ayudase a que Harry viese lo maravilloso que puede ser convertirse en Inefable.

Draco elevó una ceja en su dirección, él se encogió de hombros.

—Sí, ella- no sé por qué, ella ha estado muy interesada en eso.

—Debe ver el potencial en ti —Hellen le apretó una mejilla, como si fuese un niño pequeño, arrancándole un quejido—. Ioannidis me orientó con respecto a mi carrera, cuando Snape sólo me dijo "si quieres hacerlo, hazlo". Merlín me lo perdone, porque Severus es el mejor Jefe que podríamos tener los Sly, nadie nos cuidaría igual, pero a veces, puede ser…

No terminó la frase y echó un vistazo a Draco, que rodó los ojos.

—A veces tiene la sensibilidad de una piedra.

—No lo dije yo, lo dice su ahijado —lo señaló, como si esperase que Snape fuese a aparecer desde una esquina para reprenderla, y quisiera a Harry de testigo para su defensa. Después abrió la puerta y se deslizó dentro, despacio, llamándolos desde la sala oscura, que tardó unos instantes en iluminarse un poco—. Este es el primero de tres lugares a los que pedí permiso para traerlos. Lo llamamos "imaginación", o "vacía tu mente y evítate problemas", para los novatos.

—¿Por…?

Las luces se apagaron de golpe. Por reflejo, buscó su varita, pronto descubrió que era inútil por dos buenos motivos: no la llevaba y no podía usarla fuera del castillo. Dio un paso hacia atrás y chocó, el quejido de una voz familiar le advirtió que era uno de los pies de Draco el que pisó.

—No seas animal, Potter.

—¿Qué está pasando? —susurró él, ignorando sus quejidos usuales.

—¿Cómo podría saberlo? No veo más que tú en la oscuridad.

Abrió la boca para responderle, cuando sintió que la temperatura de la sala descendía dramáticamente. Tembló y se pegó más a su novio, parpadeando en la oscuridad, en caso de que pudiese enfocar algo.

Luego la iluminación empezó a titilar. Hubo una sombra en la distancia, la luz se apagó, se volvió a encender para revelar que la silueta negra se aproximaba. Se apagaba, prendía, la túnica negra ondulaba en el aire, más cerca de ellos, se apagaba, se encendía.

Cuando distinguió al Dementor, contuvo la respiración y agarró uno de los brazos de Draco, jalándolo lejos de la trayectoria del espeluznante ser, hasta que hubo un sonido similar a la interferencia en la radio, una carcajada femenina, y la iluminación se estabilizó. Él siguió aferrado a su compañero durante unos segundos, mientras le fruncía el ceño a Hellen, cubriéndose la boca, a unos pasos de distancia.

—Eso fue adorable —aseguró, con un hilo de voz, a causa de la risa—, completamente adorable. Tenías que haber visto tu cara, lo único que te importó fue sostener a Draco y quitarlo del medio-

—No era más que una ilusión —Draco dio un vistazo alrededor, con falsa indiferencia, y volvió a fijarse en ella—, ¿cierto?

Hellen asintió.

—Esta sala es utilizada por un grupo de investigación del cuerpo Inefable, a los que conocemos como "mente, cerebro, cabeza" —se tocó la sien con el índice, para enfatizar el punto—. Ellos buscan explicaciones a la pérdida de control mágica generada por hechos traumáticos, el funcionamiento de obliviates, imperios, Allures, investigan sobre la legeremancia, la oclumancia, y el comportamiento mágico-biológico de los magos y brujas de todas las edades. Básicamente, utilizamos la sala para dar vida a uno de nuestros pensamientos y ellos nos estudian, con un montón de encantamientos y artefactos, y pergaminos escribiendo por todos lados —gesticuló con ambas manos, para darse a entender mejor—. Es muy interesante, en realidad. ¿Quieren probar?

Draco, junto a él, seguía mirando el sitio con ojos calculadores. Harry se le adelantó.

—¿Puedo imaginar lo que sea y aparecerá? —Hellen hizo un gesto que podía interpretarse como "más o menos".

—Algunos de tus pensamientos empiezan a formularse, incluso sin que tú lo quieras, por eso se utiliza también para que los novatos practiquen tener su mente en blanco. Sino, pasa algo como aquello —cuando apuntó hacia un lado, se dio cuenta de que una criatura sin forma, oscura, que rebotaba en el suelo y flotaba por un momento, estaba tomando consistencia mientras hablaba.

—Yo no-

—No, no es tuyo. Es un boggart, ¿verdad, Draco? —el chico, que entonces tenía los ojos puestos en la criatura sin silueta definida, asintió.

—Sí, estaba- pensaba que la sala debía funcionar como un boggart si entrabas asustado. No se me ocurrió que fuese a…hacer uno.

—Es una interesante forma de ver un boggart —opinó ella, encarándolo, con una mano bajo la barbilla y los ojos entrecerrados—. ¿No hay algo que te dé en verdad miedo, o sólo es tu manera de verlos, en general?

—Sé que también son ilusiones. No me da miedo el boggart en sí —murmuró él, entre dientes, girando el rostro. Cuando lo hizo, la criatura se desvaneció.

—¿Ya ves cómo funciona? —cuestionó a Harry, que tras una leve vacilación, asintió—. Inténtalo, adelante.

Apretó los párpados por unos segundos, intentando hacerse una imagen mental. Tuvo que contener la risa cuando escuchó el sonido ahogado de Draco a su lado, y parpadeó para encontrarse al Calamar Gigante, fuera del agua, agitando los tentáculos en el centro de la sala. Hellen soltó un silbido apreciativo y le aplaudió.

—Normalmente, no podemos hacer algo tan grande y preciso, a menos que lo hayamos visto bien de cerca…—disminuyó el tono de voz, poco a poco, al mirarlo de reojo. Harry dibujó su mejor sonrisa de inocencia, que la hizo negar—. Los de "mente, cerebro, cabeza" sostienen la teoría de que lo que pensamos, y cómo lo pensamos, dice mucho de una persona. Y un montón de hipótesis sobre cómo nuestras ideas afectan nuestra magia…

Ella comenzó a bordear la imagen del calamar, sin dejar de hablarles, así que los dos la siguieron hacia la puerta en el otro extremo del cuarto. La criatura gigantesca se desapareció tras unos instantes, cuando Harry se concentró en lo que les decía.

—Por lo general, este grupo trabaja aquí y en lugares como salas de enfermedades mentales de San Mungo, pueblos que han sido asediados por magos oscuros y pasado por momentos desagradables, y muchas veces, también atienden Aurores que regresan de misiones donde su vida estuvo en un peligro mortal —explicaba Hellen, con suavidad. La emoción se le colaba en la voz, habría hecho imposible dejar de prestarle atención—. Hay un par de estos Inefables que incluso están trabajando en formas de terapia mágica contra los traumas, otros se encargan de restaurar recuerdos, incluso trabajan con desbloquear áreas de la cabeza que, por alguna razón, nos impiden utilizar por completo nuestra magia.

Al entrar al cuerpo de Inefables, además de venir a aprender a vaciar nuestra mente aquí, para mantenernos serenos, ellos revisan nuestra cabeza, fortalecen nuestros escudos ante el control mental y se aseguran de desbloquear nuestro potencial por completo, para que podamos desarrollar nuestras habilidades mágicas al máximo.

Cuando salieron por detrás, regresaron al pasillo inicial. Harry miró alrededor, confundido; la bruja se rio y le dijo que , era exactamente el mismo. Volvieron a seguirla cuando comenzó el conteo de las puertas.

—¿Tú en qué sección trabajas? —Hellen le sonrió por encima del hombro cuando se lo preguntó.

—Me alegra que quieras saberlo, porque aquí estamos, mis chicos —con otro gesto teatral, que los hizo reír, abrió una de las múltiples puertas para ellos y los invitó a pasar—. Grupo "magia ancestral y Legados".

—Trabajas con sangrepuras —observó Draco, conforme entraban. Ella emitió un vago sonido afirmativo.

La sala, más estrecha a simple vista, tenía la apariencia de un almacén con agujeros en la pared, igual que una colmena. La comparación le dio un escalofrío. Se extendía hacia arriba, sin límite que pudiese notarse, y la claridad que provenía desde su punto más alto daba la impresión de encontrarse en el exterior, no a varios pisos bajo tierra, o de que contaban con un tragaluz mágico en alguna parte.

—Los de magia ancestral vemos muy seguido a los de magia salvaje y natural. Allí los llevaré en un momento —indicó, en un susurro más bajo, como si fuese un secreto, después continuó, con normalidad:—. Lo que ven aquí es el mayor, y único, por lo que sabemos, registro del mundo, sobre Legados familiares, de líneas extintas y todavía vivas. Es una recolección de muestras mágicas para investigación, una gran biblioteca sobre familias sangrepura e historia, y la verdad, un espacio muy divertido, porque puedo hacer esto.

Les pidió un instante y se dirigió a uno de los agujeros de la pared, llenos de burbujas de cristal flotantes. Tomó una, la sopesó en su mano, echó un vistazo a las figuras pequeñas y brillantes que contenía. Luego la arrojó, con un movimiento practicado, contra el suelo.

—¡Black!

Las estrellas, figuras difusas, brillantes hasta el punto de cegar y que dejaban estelas detrás de sí, se dispersaron por todo el almacén en un desastre resplandeciente, cálido, que desapareció tan pronto como dio inicio, cuando ella chocó sus palmas. Al parpadear y lograr recuperar su vista, notó que Hellen sostenía la esfera intacta y les sonreía.

—Esa habilidad, en particular, era conocida como "llamado a las estrellas" y podía utilizarse para dar su posición a cualquier otro miembro de la familia Black o en defensa propia, si eras lo bastante listo. La última persona conocida en la familia con esta habilidad fue Orión Black —agregó, casi con tristeza, al devolver la esfera al lugar del que la sacó—. Todavía no hemos descubierto por qué, o si alguien volverá a tenerla un día; es uno de los muchos casos en que trabajamos.

—¿Qué hacen con todo esto, si el Legado continua intacto en la familia?

—¿Cómo en tu caso? —Draco asintió y ella pareció sopesar sus palabras por un momento—. Bueno, en caso de los Malfoy, por ejemplo, llevamos un control de quién porta el Legado en este momento. Si tú, digamos que en veinte años, tuvieses un heredero o heredera, y el Legado se niega a tomarlo como el siguiente Malfoy, seríamos nosotros quienes descubrimos por qué y cómo resolverlo —ella aguardó, ya que ninguno dijo nada, siguió:—. Somos, además de investigadores, la tranquilidad de los sangrepura más tradicionales. Los guardianes de sus Legados, su magia, si quieren verlo así.

—¿Cómo se investiga algo así? —Harry frunció el ceño al intentar hacerse una idea.

—El proceso es largo e inmensamente complicado, Harry, y varía dependiendo de la familia, el tipo de Legado, el contexto, el Inefable que investigue —él soltó un sonido vago, para darle a entender que comprendía. Cuando Draco empezó a deambular alrededor de las esferas flotantes, Hellen se le acercó, se posicionó detrás de él y le sujetó los hombros—. ¿Quieres ver tu Legado, Harry?

—¿Puedo? —se sobresaltó. Ella asintió—. Nunca lo he visto, mi papá no se preocupa mucho por estas cosas.

—Comprensible —como le dedicó una mirada inquisitiva, Hellen se encogió de hombros—; nuestras estadísticas sugieren que los herederos sangrepura que contraen matrimonio con un nacido muggle, dejan muy atrás sus raíces mágicas. Los mestizos en menor cantidad.

—Mi mamá nunca le dijo que-

—No insinué eso —lo silenció, en tono tranquilo—, simplemente supongo que no lo considera tan relevante como nosotros alguna vez lo hicimos.

Harry se tomó unos segundos para considerarlo. Era cierto que James nunca mencionó el tema, aunque contestaba si él lo hacía, y fue su madre quien guardó el anillo Potter, para dárselo en su cumpleaños, no él.

—¿Y de verdad puedo ver mi Legado? —continuó, inseguro. ¿No se suponía que tenía que esperar hasta la mayoría de edad?

Hellen lo pensó, con una expresión casi divertida.

—Podría mostrarte una parte —aclaró, con un asentimiento. Harry la imitó.

—Por favor —cuando sonrió, ella le devolvió el gesto y tiró de su muñeca, para guiarlo entre los huecos que servían de depósitos y las esferas flotantes, hasta un lugar que no difería de ningún otro, desde su perspectiva. No tenía idea de cómo se ubicaban allí.

Draco se les acercó cuando se dio cuenta de lo que tramaban y vio por encima de su hombro. Hablaron en murmullos, durante los segundos que le llevó a Hellen atrapar la burbuja y deslizarla fuera de la seguridad del compartimiento.

—¿Listo? —otro asentimiento. Ella levantó los brazos y presionó la burbuja cerca de su boca—. Potter.

Sopló. Cuando lo hizo, la esfera se desvaneció entre sus dedos, convertida en un polvo fino y estelar, que se extendió por el aire, se retorció, descendió, formando una capa escarchada, dorada, en el suelo entre ellos. Una imagen borrosa comenzó a dibujarse allí, mientras ellos se agachaban para apreciarla mejor.

—¿Qué es…?

—El Museo —Draco presionó las manos en el borde entre la capa de escarcha y el piso, sus ojos examinaban la silueta que se hacía más precisa despacio, como si no pudiese creerlo—, ¿esto es actual? Se suponía que estaba en ruinas.

—Es actual —afirmó Hellen, divertida—, con cada generación Potter, la estructura se ha estado reformando y se ha hecho más fuerte. Aún quedan algunas señales de los estragos que pasó, pero creemos en el Departamento, que no tardará más que algunos años en repararse, y un poco más, en volver a su antigua gloria.

Su novio soltó una exhalación impresionada. Harry tenía las cejas arqueadas y alternaba la mirada de uno al otro.

—Bien, explícame —pidió, al rendirse en intentar descubrirlo por su cuenta. Draco le dedicó una mirada incrédula, que lo puso a la defensiva de inmediato—, ¡sabes que a mí no me han dicho sobre eso desde que nací!

El chico meneó la cabeza con fingida decepción, y Hellen, que se rio de ellos, se le adelantó.

—Los Potter son los alfareros del mundo mágico británico. En la antigüedad, un alfarero construía recipientes. El Museo es un recipiente mágico, el más grande, increíble y complejo que ha existido en la historia —explicó, con gestos teatrales incluidos, para darle una mayor relevancia a sus palabras. Le hacía pensar en Trelawney hablando de su muerte cada semana.

—Dicen que el Museo tiene una conexión con todas las casas sangrepura antiguas, una entrada directa, que supera cualquier tipo de defensa —agregó Draco, que no dejaba de observar la superficie escarchada—. Guardan tesoros que se les han confiado durante siglos, milenios completos, archivos que pondrían fin a guerras mágicas y otros que podrían ser la razón de que comiencen. A nivel de fuerza mágica, es tan fuerte como Stonehenge, Giza, y eso ya es mucho decir, porque apenas te acercas a esos lugares, sientes que el aire vibra con energía pura.

Hellen tenía una ceja arqueada.

—¿Debería preguntar porque Draco parece más un Potter que tú? —ambos intercambiaron miradas.

—Su madre lo hizo estudiar a mi familia por algo sobre una alianza.

—Tenía que estudiar a su familia para casarme con él.

Respondieron al mismo tiempo, por lo que sus palabras se mezclaron un poco, pero la sonrisa ladeada de la bruja le dio a entender que captó el punto. Harry entró en pánico.

—¿Otra vez con eso? En ningún momento, me dijiste que fuese por-

—Es que madre no me lo había contado —aclaró, con sinceridad—, dice que lo vio en el estanque de la fortuna Malfoy, así que pensó en prepararme desde joven. No lo supe hasta este verano, que hablé del tema con ella para pedirle permiso.

Harry consideró si debía preguntar. Luego decidió que no era el momento, ni el lugar, ni la compañía, para hablar sobre lo que sea para lo que tuvo que pedir permiso a Narcissa.

Carraspeó e ignoró el ardor que sentía en el rostro.

—Así que guardamos muchas cosas de otras familias, cosas importantes, y podemos…meternos a sus casas —no estaba seguro de que sonase bien, aunque la imagen de un edificio similar a un antiguo fuerte dorado y marrón, en la cima de un acantilado, que le devolvía la capa de polvo, generaba una sensación de inevitable atracción en él, como si jalase para tenerlo más cerca, o lo obligase a volver la mirada hacia allí tras un momento de distraerse—. ¿Eso significa que yo no haré nada? ¿Debería...ya saben, ir para allá algún día y hacer un inventario de lo que hay?

Ambos sangrepura en la sala contuvieron la risa. Él los observó con un puchero, cruzándose de brazos. Estaba por recordarles, de nuevo, que nadie le habló del tema antes, cuando una voz masculina, gruesa y que lo hizo tensarse, sonó detrás de ellos.

Se giraron a la vez, para encontrar a un Inefable que no reconocieron, oculto bajo su capucha y un hechizo antiespías en el rostro, que lo dejaba oscurecido por una sombra que no era posible de forma natural.

—Se te necesita en la sala cincuenta y ocho, agente Sierro. Otra vez el come-cerebros.

Se esfumó en el aire, igual que humo, nada más terminar. Cuando se fijó en la bruja, de nuevo, Hellen tenía los labios apretados en una línea recta, y les mostró una expresión de disculpa.

—Scamander. Debería tener un encanto natural sobre las criaturas mágicas, pero…aparentemente, el heredero no lo sabe usar —se enderezó, alisando pliegues inexistentes de su uniforme, sacudiéndolo, y dio un vistazo alrededor, para luego suspirar—. Realmente quería mostrarles la sala de magia salvaje, es la más increíble del Departamento. Estaba segura de que conseguiría convencerte de unirte a los Inefables hoy.

Harry le sonrió, divertido.

—Puede ser otro día, ¿no? —ella lo pensó. En la distancia, habría jurado que escuchó la misma voz extraña, apresurándola.

—Supongo que no hay opción —con un gesto en el aire, la capa de escarcha se recogió y se metió en una burbuja, atrapada en su mano, que ella devolvió a su sitio—. Quiero que me cuentes sobre esa alianza en tu próxima carta y cuándo se celebra. Tengo que pensar en qué se les regala a dos herederos tan distintos, ¿sabes? —indicó a Draco con severidad, haciéndolo asentir, y al volverse hacia él, le sujetó el rostro entre las manos, tirando de sus mejillas, otra vez. Se quejó en voz baja, en vano—. Y tú, dile a tu padre que te explique sobre tu familia, o lo haré yo. En serio, eso es irresponsable de su parte, ya casi heredas y no sabes nada. Y escríbeme también cuando comiencen las clases, no esperes a que yo lo haga, ¡me pones triste olvidándote de mí!

Cuando los dos prometieron que seguirían en contacto y cuidarían de sus protegidos de los Juegos, Hellen les palmeó los hombros y los guio hacia la puerta trasera del almacén, regresándolos al pasillo.

—Si puedo traerlos mañana de nuevo, les enviaré una nota, ¿de acuerdo? Tienen que ver esa sala, sobre todo tú, Harry. Y me saludan a la pequeña Pans. Me hubiese gustado invitarla, pero me pareció demasiado cruel por…ya saben —como él elevó las cejas, inquisitivo, la bruja rodó los ojos—, todos hablan de cómo Jacint dimitió y entregó a su hermanita al Legado de los Parkinson. Aunque sé que tienen buenos motivos, no quería mostrarle algo que ella nunca- bueno, que nunca podría esperar tener.

Los dos asintieron. Les indicó cuál era la salida y caminaron de regreso por el pasillo que llevaba al elevador, solos, en silencio.

—¿De verdad el Legado Potter es algo tan increíble? —se le ocurrió preguntar, cuando estaban dentro del ascensor y este se ponía en movimiento.

—No es mejor que el Malfoy —Draco elevó la barbilla, pero sonrió a medias cuando él estrechó los ojos. Luego deslizó su mano junto a la de Harry, entrelazando sus dedos—. Sí, es bastante increíble. En la antigüedad, todas las familias importantes los rodeaban.

Harry emitió un largo "hm", balanceándose sobre los pies.

—¿Y  crees que eso es genial? —insistió, en tono suave.

Muy genial —su novio le dio un ligero apretón a sus manos unidas y Harry volvió a casa con una sonrisa tonta, preguntándose si debía hablar sobre el Museo con su padre.

0—

La nota de Hellen llegó al día siguiente, durante el desayuno. Harry se tomó su tiempo para hablar con sus padres, se alistó y tomó el flú hacia la Mansión Malfoy, después de avisarle a Pansy dónde estarían. Por suerte, su amiga iba a salir con Hermione ese día, así que no le dio importancia a que no fuesen con ella al Vivero, como planearon antes.

Una vez que se encontró con Draco, tuvo que permanecer algunos segundos en el vestíbulo. En la distancia, desde una de las salas para recibir invitados, vio que Narcissa le hablaba a su hijo, con una expresión severa. Fuese lo que fuese que decía, por su cara, él no se lo estaba tomando bien.

Cuando terminaron, la bruja le sujetó las manos un instante, besó su frente, y repitió el gesto con Harry, a manera de despedida.

—Está siendo más que paranoica ahora…—mascullaba su compañero, de camino a la chimenea, cuando tuvo que interrumpirse porque Lía apareció delante de ambos, ofreciéndole una bandeja de plata con unos sobres, intactos, en el centro. Él rodó los ojos—. Después los leo, Lía.

—Es de la señorita Lovegood, amo Draco —mencionó, con esa vocecita aguda y chillona de los elfos.

—Con mayor razón. Lunática no debe tener prisas, estábamos hablando sobre ondas mágicas en el aire anoche…

—Ella dijo a Lía que era importante.

—Después lo leo —repitió. La elfina le echó una ojeada a Harry, como si buscase algún apoyo en él, pero este se encogió de hombros y no tuvo más opción que desaparecer con la correspondencia.

—¿Qué decías sobre la tía Narcissa? —siguió, cuando retomaron su camino. Draco bufó.

—No sé qué le pasa, le ha dado por ponerse sobreprotectora y-

—Draco, de niños, ni siquiera podías ir al parque de la esquina de la casa de Pansy —recordó, causando que estrechase los ojos en su dirección—. No es nada nuevo, lo sabes.

—No tenía que ir al parque, porque tenía un patio con laguna para mí solo, y podía traerla a jugar si quería. Ese no es el punto. Es que…

La red flú de la Mansión, gracias a un permiso obtenido por Hellen para sus visitas, los dirigió al Atrio, y allí continuaron hablando de camino al elevador. Ella no estaba ahí para recibirlos, pero un agente de seguridad que revisó sus varitas, les aseguró que los esperaba abajo.

Cruzaron la barrera gelatinosa del piso correspondiente, todavía sin rastros de ella. Draco lo detuvo, sujetándole la muñeca, cuando estaba por pasar.

—No deberíamos entrar ahí solos. ¿No viste cómo es ese lugar? Podríamos perdernos hasta que empiece el colegio —Harry acababa de abrir la boca para contestarle, cuando la puerta se abrió.

Hellen observó a uno, luego al otro, después esbozó una lenta y enorme sonrisa. No supo por qué, tuvo un mal presentimiento.

—¡Malfoy, Potter! —chilló, con poca clase, abalanzándose sobre ellos para besarles la mejilla. Harry se tensó y vio a su novio, que tenía una expresión aturdida— ¡tienen que ver esto!

Draco se aclaró la garganta para capturar la atención de la bruja.

—Dijiste que podríamos venir para que Harry viese-

—Sí, sí, ¡esto es mejor! —Hellen no esperó respuesta de ninguno de los dos para arrastrarlos dentro, cerrando la puerta tras de sí. Daba zancadas largas y apresuradas al jalarlos hacia una puerta determinada, su conteo en voz alta e impreciso— ¡es el nuevo misterio de los Inefables, todos vamos a trabajar en este caso por los próximos días! Serán los más afortunados de ver algo así, a ningún otro mago fuera del cuerpo Inefable se le permitiría- ¡pero es tan increíble!

Ella los hizo pasar, casi a empujones, dentro de una sala amplia, similar a un anfiteatro. Lo único que había allí, además de múltiples espacios que podían servir de asientos, era una estructura extraña en el centro, solitaria, cubierta con un velo negro.

Para cuando empezó a bajar por las escaleras entre los asientos de piedra, lo había soltado; en cambio, llevaba de la mano a Draco, que le echó una mirada por encima del hombro y gesticuló con los labios, en silencio. Estaba seguro de que fue una pregunta. No habría sabido decir cuál, porque por lo mucho que se movía, no pudo descifrarla.

Caminó detrás de ellos, sin prisas. Notó que Hellen se colocaba tras la espalda del chico y le sujetaba los hombros, del modo en que hizo con él el día anterior, al preguntarle por su Legado.

No, no del mismo modo, pensó. Tenía una sonrisa demasiado amplia, que iba de un lado de la cara al otro, y su mirada frenética pasaba de Draco al velo negro.

A medida que se acercaba, un peso helado se instalaba en su estómago. Sus palabras se hicieron entendibles.

—…dicen que te muestra algo que jamás podrás ver de otra manera. Algunos Inefables ya lo probaron, y regresan más felices que nunca —le contaba, en un susurro de emoción contenida—. ¿Quieres intentarlo?

Quizás ese fue el momento en que se dio cuenta. Quizás no.

Recordaría que Draco giraba el rostro hacia ella y tenía el entrecejo arrugado. Recordaría el captar, de lejos, el giro de su muñeca, cuando la varita se deslizó fuera de la manga del uniforme de Inefable.

Ocurrió demasiado rápido. Lo siguiente que oiría sería la sarta de hechizos, uno tras otro. Una cerradura a la puerta de la entrada, un petrificus que lo inmovilizó donde estaba, un corte mágico en la mejilla de la bruja, de un hechizo desviado, una maldición punzante que dobló a Draco desde el abdomen, quitándole la respiración.

Recordaría su risa. Una risa histérica, llena de altibajos, chillona, enloquecida. La manera en que se aprovechó de su momento de aturdimiento para empujarlo sobre la plataforma en el centro de la estructura, el beso que le lanzó al aire, a manera de despedida, al correr la cortina.

Recordaría el preciso instante en que el frío del pánico se extendió por su cuerpo, desde adentro, consumiéndolo todo, apenas vio que los pies de Draco desaparecían por debajo de la cortina, y cuando la bruja movía el velo, ya no había nadie ahí.

Recordaría temblar de forma imperceptible, porque el encantamiento lo retenía, contener el aliento cuando ella caminó en su dirección, un pie por delante del otro, casi saltando, casi bailando. A medida que lo hacía, el uniforme se le ajustaba más, como si se hubiese empequeñecido, su figura crecía varias tallas, el cabello de Hellen reemplazado por una mata negra, ondulada, que le hizo pensar en el de su padrino.

Si no hubiese tenido esa sonrisa maníaca, lobuna, en el rostro, tal vez hubiese identificado las facciones y la hubiese emparentado con quien debía. Lo único que había en su cabeza era dónde está Draco, dónde está Draco, Draco, Draco, Draco, qué le hizo, Draco, Draco, Draco...

—¿Puedes hacer un favor por mí, niño? —ella le dio un momento, como si en verdad esperase una respuesta a través del encantamiento petrificador; al darse cuenta de que sus ojos, lo que sí podía mover, se desviaban hacia la cortina, se echó a reír de nuevo, pasando la mirada de esta a él y de vuelta—. Oh, oh, no, no, no me digas- no, oh, esto es bueno, esto es muy bueno- ¡al lindo Potty-Potty le gustan los magos oscuros! ¡El hijo del Jefe de los Aurores, interesado en un Malfoy! Oh, es tan bueno- si mi cuñado pudiese ver esto, tu cara- —de pronto, dejó de reír. Su expresión severa lo hizo tragar en seco. Tenía el impulso inútil de encogerse o huir—, es la misma cara que él tenía en ese momento. Si Stephan no se hubiese metido- —volvió a echarse a reír, dándole con la palma en la mejilla, lo suficiente fuerte para girarle el rostro y que un dolor punzante se le generase en el cuello—. Por supuesto, ¿qué vas a saber tú? ¿Qué vas a entender tú? ¡Un Malfoy y un Potter, Merlín! ¡Esto no habría pasado si Lucius estuviese cuerdo todavía! Qué desgracia- sabía que ese niño sería una desgracia, por mucho que lo quisiera de pequeño- demasiado peso- carga, demasiada carga- la locura Black, lo- lo haría igual que ese- esa escoria de Sirius- agh, odio tanto mi Legado…

Harry sólo quería que se detuviese. Su mirada volvía hacia el velo negro junto a la plataforma vacía. La bruja le sujetó la barbilla, con un agarre doloroso que lo hizo gimotear por lo bajo, ininteligible, y lo giró de manera que tuviese que verla a ella, no al centro de la sala.

No quedaba ni rastro de la imagen de Hellen Rosier en su cara.

—No quise creerlo cuando el niño me dijo- no quise- oh, pero es bueno- para mí, es bueno. Tú me vas a hacer un favor, un gran favor —con esa sonrisa de nuevo, dio un paso hacia atrás y se sacó de la túnica, que ahora estaba claro que no era de su talla, un colgante que terminaba en un medallón redondo. No distinguió lo que tenía, antes de que se lo hubiese colocado. El metal de la cadena ardió contra su piel por un instante. Ella le acunó el rostro; sus manos eran heladas—. Este será todo el mensaje que necesiten, niño, entenderán- ellos entenderán- tendrían que haberme escuchado cuando lo hice por las buenas. Él no serviría- no, no serviría- no era suficiente- al quitárselo, le estoy haciendo un favor. Estoy cuidando de Draco, cuidando- hazme este favor. Hazme este favor y no te mataré- sería una lástima matar a alguien con un futuro tan brillante —la manera en que lo dijo sonó a burla, a que pensaba justo lo contrario.

Harry seguía inmovilizado cuando lo apuntó con la varita. Un segundo antes de que el hechizo fuese pronunciado, se percató de por qué sentía que su rostro le era familiar, y unió los puntos.

Era muy tarde.

Obliviate.

 

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