Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Luz de luna por BocaDeSerpiente

[Reviews - 24]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +


Capítulo sesenta y dos: De cuando hay flores mágicas, declaraciones sin palabras y resoluciones para toda la vida (y Harry en serio, en serio, quiere a Draco…)

—¿…nada de nada entonces? —cuando su mejor amiga negó, Draco arqueó las cejas. Emitió un breve "hm"—. ¿De verdad? —insistió, tras un momento de silenciosa consideración— ¿no puedes verlos? ¿No puedes oírlos?

—De verdad —contestó ella, en voz baja—. Jacint cree que cuando entré y regresé, dejé atrás lo que me había traído la primera vez y todavía me conectaba a ese plano. Ya no hay nada. No lo siento, al menos.

—Así que sólo…poof. Se fue.

Pansy dio un pequeño encogimiento de hombros. Caminaban por uno de los corredores hacia la entrada principal del castillo, enganchados del brazo. Era la primera visita a Hogsmeade desde que se reanudó el curso escolar; por pura suerte, tenía permiso de ir, no revocado por su madre o su padrino. Estaba convencido de que la intervención de Regulus estaría en alguna parte, si tomaba como pista el resoplido fastidiado que soltó cuando le contó sobre cómo se pasó las vacaciones prácticamente encerrado.

—Bueno, supongo que…no es una habilidad que puedas extrañar, en especial si dejas de tener esas pesadillas de una vez por todas.

—No las he vuelto a tener —le aseguró Pansy, mordiéndose el labio inferior un instante después—. Pero Harry y tú…

Se calló cuando lo vio llevarse el índice a los labios. Weasley y Harry estaban sentados en el espacio sobresaliente de uno de los muros, junto a unas armaduras, conversando, ajenos a ellos. Granger y Lunática no podían tardar demasiado.

—Él no las recuerda ahora, sólo las primeras —murmuró, despacio, medido. Los últimos días, cuando el movimiento lo despertaba, se encontraba con que Harry gimoteaba en sueños, se retorcía, y al despertarlo, juraba que nada pasaba con una expresión de absoluta consternación, por lo que dejó de hacerlo—. Abre los ojos y es como si ni siquiera las hubiese tenido, y tampoco está más cansado de lo normal.

—¿Cómo lo sabes? —Draco sonrió a medias y le guiñó.

—Comparto cuarto con él, Pans, ¿tú qué crees? —la chica ahogó la risa, cubriéndose la boca con el dorso de una de sus manos. Negó repetidas veces.

—Lo importante —intentó retomar la conversación anterior, con una sonrisa y las mejillas teñidas de un leve rosa, por lo que él se burló hasta recibir una mirada de advertencia de su parte— es que al mantenerse alejados de la influencia mágica del Velo, deberían volver a la normalidad. Tú ya no estás tan frío, al menos —recordó, tocándole la mejilla con la punta de los dedos.

—He tenido bastante calor para lidiar con e- —se echó a reír cuando su amiga soltó un leve chillido e hizo chocar su cadera contra la de él.

—Merlín, no necesito los detalles. Te quiero, quiero a Harry, no debo saber cómo se- quieren entre ustedes.

Draco tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para no seguir riéndose de su desconcertada compañera, que apoyó la cabeza en su hombro por unos segundos.

—¿Y sobre tu tía…?

Harry le mostró la carta firmada por Bellatrix cuando recordó su existencia, poco antes de regresar al colegio. Él se la enseñó a Pansy, a su vez.

—¿Qué quieres que diga, Pans? Estaba mal, ella misma lo admitió. Supongo que su locura sólo empeorará con el tiempo.

—Dijo que investigó sobre eso y-

—Me lanzó al mundo de los muertos, Pansy.

Ella suspiró.

—Sí, imagino que no tiene solución.

Hermione acababa de aparecer desde el otro extremo del pasillo y se aproximaba a los chicos, saludándolos con una sonrisa. Iba acompañada de otro Ravenclaw, no Luna, que se despidió con un gesto y se alejó, en dirección a otro grupo. Se percató de que no dejaba de observarla por encima del hombro cada poco tiempo, al hacerlo.

—Jacint me prometió que también estaría pendiente de la búsqueda de tu tía —comentó luego, en un tono incluso más bajo—; en realidad, no ha dejado ninguna pista pero…bueno, le ofreció su ayuda a Regulus, si la necesita. Es probable que- —se quedó en silencio, de repente. Después de una pesada exhalación, apretó más su brazo entre los de ella—. Realmente no deberíamos preocuparnos por esto, ¿no crees? Sólo me queda un año, y a ti…a ti no te queda mucho más, ¿verdad?

Granger acababa de sentarse a un lado de Harry. Weasley y ella hablaban usándolo como una especie de intermediario, dado que peleaban cada vez que interactuaban solos desde hace unas semanas. Su novio pareció darse cuenta, de algún modo, de que lo observaba, porque levantó la cabeza un instante, le sonrió, luego continuó siguiéndole el hilo a la plática desordenada de sus amigos.

—Estaba diciéndole a Regulus, en Yule, que pensaba pedir una prórroga —mencionó, sin apartar la vista del peculiar grupo que formaban esos tres. Harry había estado nervioso desde el término de las vacaciones, persiguiéndolos a ambos (y a él más que a Pansy) con la mirada, apenas entraban o salían de una habitación, y cuando creía que no lo notaba, lo abrazaba aún más fuerte de lo usual. Era bueno que pudiese relajarse, de alguna forma.

La respuesta se demoró un poco más de lo que esperaba en llegar. Pansy había girado el rostro hacia él; lucía preocupada.

—¿Qué te dijo?

—Podría conseguirla del Legado Malfoy, porque ya me reconocieron. No del Black. Dijo que quiere que empiece en el verano, pero si conseguía la prórroga de los Malfoy, podía ceder, mientras siguiese…cumpliendo —se encogió de hombros. Era un mejor trato del que esperaba en un principio.

Ella lo consideró un momento, ladeando la cabeza.

—¿Qué harías con ese tiempo libre de tu Legado?

Sin pensar, volvió a mirar hacia Harry. En ese momento, tenía el rostro enrojecido por el esfuerzo de intentar dejar de reír a lo que fuese que la Comadreja le hubiese dicho.

Y era precioso.

Bendito Merlín. Estaba perdido, hasta el fondo del abismo.

Pansy repitió el gesto de entrechocar su cadera. Sonrió al haber recapturado su atención.

—Podrías decirle.

—Lo haré —juró, aunque ella elevó las cejas con incredulidad y lo hizo bufar—, no ahora, pero lo haré.

—Sabes que a Harry le molesta que-

—Sólo no quiero que haga esa cara tan pronto —musitó, silenciándola, quizás por el tono urgente en que lo hizo sin notarlo—. Le di un susto hace poco, Pans, y- —carraspeó para disimular una risa de puro nerviosismo, que la intrigó más. Apartó la mirada—. Y cuando estaba en ese sitio oscuro y vacío, lo único que se me ocurría era que Harry la vio lanzarme allí, en cómo se debía sentir y- —exhaló, negó—. Sé que lo va a alterar y no le gustará, no puedes culparme por querer darle un poco de tranquilidad ahora.

Pansy apretó su brazo con suavidad.

—Yo también estaba asustada. Pero incluso en su caso —aclaró—, preferiría oírte explicarlo.

—No es igual. Tú sabías cómo es Bella —se zafó de su agarre, encarándola—, él no tiene por qué lidiar con ella.

Tras un largo intercambio de miradas, su mejor amiga dejó caer los hombros.

—Díselo cuando llegue el verano, antes de su cumpleaños —dictó, señalándolo con un dedo acusador—, o lo haré yo.

Draco volvió a lamentar no tener el anillo familiar para deshacerse de la ansiedad girándolo. Se aclaró la garganta.

—¿No puede ser después de su cumpleaños? Sería mejor si lo di-

—Díselo —repitió, en un tono suave y siseante, que lo habría hecho encogerse, si no hubiese resistido el impulso con todas sus fuerzas. Maldita sea, Pansy era peor que la propia McGonagall cuando hacía esa expresión seria.

Él alzó las manos, en señal de paz; la dejó ganar la contienda. Con un resoplido y elevando la barbilla, la chica procedió a acomodarse una rama que ostentaba un clavel, conservado como recién cortado por un hechizo, sobre la oreja, entrelazada a un mechón. Ahí vio una oportunidad que no podía desaprovechar.

—Los claveles son un lindo detalle de tu chico de las flores —al instante, Pansy carraspeó y desvió la mirada, pero era tarde; Draco tenía una sonrisa victoriosa cuando empezó a caminar hacia su grupo.

—¿De qué hablan? —inquirió su mejor amiga una vez que los alcanzó, uniendo las manos tras la espalda y balanceándose sobre los pies. Granger le dio una ojeada al chico, luego sonrió de forma débil.

—Justo ahora, hablábamos sobre cómo Malfoy es acosado por niños de segundo —señaló hacia un lado del pasillo con un cabeceo. Sí, ya sentía los pares de ojos clavados en él, igual que agujas, desde que llegaron al corredor. No tenían que decirle quiénes eran.

—No tienes pruebas de que sea a-

En cuanto Draco giró el rostro en su dirección, la pequeña Amber ahogó un jadeo y tiró de Sterling, ambos escondiéndose detrás de la espalda de un imperturbable Peyton, que les murmuró algo. Luego los tres se ocultaban al doblar en la esquina; en unos segundos, las cabezas de los dos primeros se asomaban por un lado del muro, sólo para comprobar que aún los veía y tenía las cejas en alto, chillar, y volver a perderse de vista.

—…sí, son un poco obvios —opinó Pansy, que también presenció el intercambio.

—¿Estuviste molestando niños de segundo últimamente, Malfoy? —más que una acusación, la pregunta de Ron le sonó a un intento de burlarse de él. Observó a sus compañeros Slytherin y se encogió de hombros. Era primordial mantener ciertos secretos de su Casa.

—Tal vez soy el amor platónico de alguno —declaró, levantando el mentón y arrancándole una carcajada a su mejor amiga—, y no saben cómo actuar a mi alrededor para dejar de admirar mi-

—Bien, entendí el punto —Weasley lanzó una patada al aire, para callarlo, porque su pierna no alcanzaba la distancia que los separaba. Él rodó los ojos.

—Tú preguntaste.

La siguiente réplica quedó en el olvido cuando Lunática por fin hizo acto de presencia. Caminaba hacia ellos desde una dirección diferente a la que llevaba a la Torre de Ravenclaw (lo que explicaría por qué no iba con Granger antes), balanceándose con ese andar fantasioso que tenía, sin más de la mitad de las prendas claves para ir al pueblo mágico con esa temperatura y la nieve residual de enero.

Los saludó con una sonrisa al detenerse y ellos se observaron entre sí, hasta que Draco, quien no se sentía de humor para sutilezas y acertijos, soltó lo que el resto pensaba:

—¿Dónde están tu abrigo y las otras cosas?

Luna arrugó un poco el entrecejo, como si le hubiese presentado una cuestión complicada, que requería de verdadero análisis. Después se puso un mechón rebelde tras la oreja y emitió una risa baja, suave.

—No lo sé.

Él arqueó las cejas. Ya que ninguno dijo más, insistió.

—¿Cómo que no lo sabes?

—Han escondido mis cosas —explicó ella, gesticulando con las manos—, creo que es un juego, pero no me dejaron ninguna pista para encontrarlas.

—¿Tú sabías algo de esto? —Hermione negó, con los ojos enormes, cuando se dirigió a ella.

—Hay que decirle a Flitwick, Luna, ¿cómo…? ¿Cuándo…?

—Oh, no es para tanto —Luna le restó importancia con un gesto—, sé que aparecerán esta noche o mañana. Y el profesor Flitwick está ocupado. ¿No dijeron que íbamos por cervezas de mantequilla? —añadió, mirando alrededor, como si no entendiese qué hacían ahí, en lugar de estar en Hogsmeade.

Draco bufó.

—No puedes salir así.

—Te vas a congelar —lo secundó Hermione, poniéndose de pie—, hay que ir con-

—No es para tanto.

Los otros cinco adolescentes volvieron a verse entre sí.

—¿Estás segura de que aparecerán pronto? —preguntó Harry, con suavidad. Ella asintió varias veces.

—Completamente segura, tranquilos.

—¿Y no tienes frío? —inquirió Ron, extrañado. Ella se encogió de hombros.

—Un poco, sí.

—¿Cómo es que no podemos sólo envenenar las bebidas de todos los idiotas de Hogwarts y dejarlos agonizar, hasta que aprendan la lección? —su débil protesta se ganó una reprimenda de Pansy, por la que rodó los ojos, a la vez que se desanudaba la bufanda—. En serio, el colegio sería un lugar mejor en poco tiempo si lo hacemos. Snape estaría más que dispuesto a ayudarnos.

Le envolvió el cuello con la prenda, sin preguntar; empezó a acomodársela y atarla, cuidando no ahorcarla. Luna se quedó quieta, observándolo con ojos enormes, curiosos, como los de una niña pequeña.

—No puedes simplemente envenenar a las personas, Draco —le recordó su mejor amiga, casi resignada. Se retiró los gruesos guantes de piel de dragón, que encajó en las manos de Luna. Ella tampoco le preguntó.

—Toma —Hermione se quitó los cubreorejas que llevaba y se los puso a su compañera de Casa—, pero vamos con Flitwick apenas estemos de regreso, ¿bien? Y si se repite, me dices.

—Tal vez tengamos que volver a hablar con esos chicos —argumentó Harry, poniéndole su gorro sobre la cabellera desaliñada. Luna parpadeó hacia él y comenzó a formar una "O" con la boca.

Ron, que fue el último, resopló y se levantó para quitarse el abrigo, que le colocó sobre los hombros, ajustándoselo en el cuello.

—Este era de mi hermano Charlie. Tengo uno de Bill en el baúl, mi Sala Común es la que está más cerca —señaló con el pulgar en la dirección en que quedaba dicha área.

—No te vamos a esperar, Comadreja.

—Jódete, hurón.

Ambos se observaron con los ojos entrecerrados, pero era una amenaza en vano; no se moverían de ahí si no estaban los seis y ambos lo sabían, así que Ron corrió hacia su sala. Draco se dedicó a despotricar contra los Ravenclaw idiotas y los Ravenclaw ingenuos, siendo Luna de esta última categoría.

—¿Y yo en qué clasificación entro? —inquirió Hermione, con una ceja arqueada y una expresión de genuino interés. Él simuló pensarlo. Luego la apuntó.

Raven casi tolerable.

—Entonces tú serías un "Sly insoportable" —Draco le sacó la lengua, ella rodó los ojos. Ambos se distrajeron cuando Weasley estuvo de regreso.

Caminaron hacia el pueblo mágico, hablando en voz baja. Una, dos, tres conversaciones a la vez, que terminaban por mezclarse en una sola; puede que careciese de sentido, pero había muchas risas de por medio. Luna sacudiendo las mangas del abrigo que le quedaba demasiado grande y diciendo que volaría, sólo los hacía reír más.

Se apropiaron de una mesa en las Tres Escobas y jugaron fuego-veneno-bezoar, hasta que Granger y él salieron como los encargados de transportar las bebidas. Draco masculló sobre cierto pelirrojo tramposo que no entendía que el bezoar no era inmune al fuego; estaba por levantarse cuando un agarre ligero se cerró sobre su muñeca. Desvió la mirada hacia Harry, que estaba sentado a su lado, y tuvo la absurda impresión de que su mal humor se consumía hasta desaparecer por completo.

—Si quieres, voy con Mione y te reemplazo —dio un vistazo alrededor. Hermione ya lo esperaba de pie y Weasley protestaba sobre lo injusto que era que hiciese esa oferta. Draco negó.

—Pero quiero un beso por cada bebida que traiga —avisó, inclinándose hacia él por una milésima de segundo. Aprovechó la cercanía y el ángulo (que no dejaba que los demás viesen más que el hecho de que le susurró al oído), para besarle por detrás de la oreja. Harry balbuceó una respuesta, apartándose con un salto que lo habría hecho reírse, si no estuviesen en un sitio tan público.

Caminó detrás de Granger hacia la barra y dejó que ella hablase con Madam Rosmerta para ordenar. Suponía que tendría que cargar él con la bandeja completa, así que fue una sorpresa que ella tomase una jarra en cada mano e hiciese ademán de ir por una tercera. Draco le dio un manotazo en el dorso para que no lo intentase.

—Lo vas a derramar todo —reacomodó las cuatro restantes en la bandeja, para que estuviesen equilibradas, y la cargó. Hermione resopló junto a él.

—Pensé que iba a tener que oírte quejarte de que nunca has llevado comida para nadie…—le dirigió una mirada desagradable. Ella sonrió, consciente de la provocación.

—Voy a mantener las sucias manos de la Comadreja lejos de mi bandeja y pensaré que lo hago por mis amigos.

Cuando la chica se le adelantó, con una risita, se percató de que a unos metros de distancia, en otra mesa, el mismo Ravenclaw del corredor la observaba. Siguió su camino de regreso, entregó las bebidas, y se olvidó del asunto cuando un beso en la mejilla lo hizo dar un brinco.

Harry enterró parcialmente el rostro en su hombro, susurrando sobre "recompensas por traer las bebidas" y riéndose de la expresión perturbada que hizo su mejor amigo.

—Compañero, por Merlín, no ahora. Quiero tomarme mi cerveza sin vomitar —Pansy y Hermione le dieron idénticas reprimendas silenciosas, por las que el muchacho se encogió de hombros—. ¿Qué? ¿No es lo que piensan ustedes? —inquirió luego, con un bigote de espuma que le quitó por completo la seriedad al asunto.

Pero dos rondas de bebidas después, cuando Hermione se demoró más por pedirles una 'comida decente', Draco volvió a tener esa sensación de atención indeseada que lo hizo voltear la cabeza y hallar al mismo Ravenclaw, que rehuyó de su mirada. Mientras la escuchaba preguntar sobre un ingrediente del menú, continuó observando al chico, hasta que este no tuvo más opción que imitarlo, cruzándose de brazos.

Señaló a Granger, discreto. El estudiante volvió a apartarse del contacto visual, moviéndose en el asiento de forma muy obvia.

—Oye, Granger —se reclinó en la barra y la llamó tocándole el brazo. Se ganó su atención enseguida. Apuntó, sin disimulo, hacia el Ravenclaw—, ¿quién es ese?

La chica parpadeó, confundida, y dio un vistazo por encima del hombro. Una pequeña sonrisa se le dibujó al identificarlo.

—Anthony Goldstein, deberías saberlo, está en nuestro año. Tienes dos clases con nosotros, por Merlín —rodó los ojos, pero él la ignoró y se quedó pensativo unos segundos. Aquello debió intrigarla—. ¿Qué pasa con él?

—¿Te parece, ya sabes, atractivo?

Hermione reaccionó con un sonido ahogado y un brinco, dándose la vuelta.

—¡Tú tienes a Harry! —lo acusó, dándole en el pecho con la punta del índice. Fuese cual fuese la expresión que Draco hizo, la confundió más, al punto de avergonzarse un poco cuando añadió:—. No me lo preguntaste por eso, ¿cierto?

Él negó.

—Yo me voy a casar con Harry. Simplemente estaba pensando…—titubeó. Pansy podría haberlo reprendido por lo que iba a decir (o cómo lo haría), pero ya que no estaba cerca, se encogió de hombros y decidió soltarlo—. Si sigues con "Weasley esto, Weasley lo otro", vas a convertirte en una bruja amargada, más insoportable de lo que ya eres de por sí. Y él no deja de mirarte desde que estábamos en el castillo y supongo que…no está tan mal para ser un Raven.

A medida que lo oía, la muchacha elevaba más las cejas y sus labios se entreabrían. Volvió a mirar hacia el chico, después boqueó por unos instantes.

—Tienes que estar bromeando-

—¿Tú tienes novio? No, ¿verdad? Yo sí —puntualizó, como si fuese una ventaja—; si te insinúo que parece interesado en ti, y Merlín sabrá lo que te ve —esquivó el manotazo en respuesta, echándose hacia un lado—, es porque lo está, Granger.

Hermione meneó la cabeza.

—Ron-

—Weasley verá un Supera las Expectativas de Pociones en su boleta de EXTASIS antes de que se decida a tener algo contigo o no —la interrumpió, con un bufido—, y tú serías una tonta por esperarlo más tiempo.

—Mira quién habla —se cruzó de brazos, recargándose en la mesa, al igual que él—, ¿hace cuánto que te gustaba Harry?

—No hablamos de mí, era completamente diferente —como la chica no cedió, se encogió de hombros—. Bien, haz lo que te dé la gana. Cuando llegues a bruja solterona de cincuenta años, recordarás este día y dirás "nunca conocí a alguien más inteligente que Draco Malfoy, debí escucharlo cuando pude". Pero piensa en esto —la señaló con el índice, luego al muchacho que intentaba disimular, sin éxito, en la otra mesa—: Weasley nunca te ha mirado como él lo está haciendo. Y sus absurdos celos por Krum no cuentan, si no fue lo suficientemente maduro para hablarte del tema.

Regresó sobre sus pasos hacia la mesa, sin molestarse en esperar la orden. En cuanto se acercó, Pansy arrugó el entrecejo, extrañada, y Harry empezó a buscar con la mirada.

—¿A dónde…?

Él les pidió silencio con un gesto, presionó las palmas en el borde de la mesa y aguardó.

No había forma de que no funcionase, ¿cierto? Fue un plan perfectamente lógico dentro de su cabeza.

Una sonrisa creció en su rostro cuando se dio cuenta de que una irritada Hermione batallaba por tomar las bandejas de comida, y el Ravenclaw aparecía detrás de ella, para ofrecerse a ayudar. La chica daba un vistazo en su dirección, nerviosa. Él asintió dos veces para alentarla, sin darse cuenta.

—¿Quién es ese? —murmuró Weasley entre dientes, sin despegar los ojos de la escena. Oh, bien, aquello también podía ser divertido.

—No tengo idea —declaró, sentándose junto a Harry—, será el novio de Granger, ¿no?

La expresión de Ron era digna de una fotografía enmarcada cuando vio a ambos Ravenclaw caminar hacia ellos con las bandejas, charlando; Hermione sonreía.

—¿Desde cuándo te metes en sus asuntos? —preguntó Harry en un susurro sólo para ellos dos, codeándolo. Draco sonrió a medias y apoyó la cabeza en su hombro.

—Probablemente me estés ablandando.

—¿Se supone que eso es un problema?

—Déjame pensarlo y te aviso —prometió, rodeándolo con un brazo por debajo de la mesa. Sintió la sacudida de sus hombros cuando ahogó la risa y decidió que, , aquella sería su buena acción del año.

0—

La mano de Harry era cálida contra la suya, le resultaba divertido el modo inquieto en que entrelazaba sus dedos, luego no dejaba de moverlos y rozarle la piel cada poco tiempo. Caminaban ligeramente rezagados del resto, por buenas razones; a unos pasos de distancia, Hermione estaba entre una Pansy que resplandecía de felicidad por su amiga, y un Anthony Godlstein decidido a dar una buena impresión a las chicas, a una en particular por sobre el resto. Luna iba hombro con hombro con Weasley, aunque no podían verse más dispares. Ella se balanceaba, tarareaba por lo bajo, él tenía los brazos cruzados, un permanente ceño fruncido desde que estaban en las Tres Escobas.

Puede que lo último también fuese un motivo de entretenimiento para Draco, pero no pensaba reconocerlo. Además, era difícil concentrarse en algo más que su novio, que lo observaba de reojo cuando creía que no se daría cuenta, sonreía de lado y volvía la vista al frente, y bendito Merlín, lo iba a volver loco.

Lo único en que podía pensar era en un espacio tranquilo y solo de las mazmorras, y en Harry. Al mismo tiempo, serían una gran combinación.

Disciplina tu mente. Disciplina tu mente.

Disciplina tu mente. Pobre Snape. Si su padrino supiese para lo que se veía obligado a utilizar sus lecciones de oclumancia.

Cuando se resignó a la idea de que no, nada le sacaría aquello de la cabeza, tiró de su novio más cerca de él, casi haciéndolos tropezarse a ambos. Harry se rio por lo bajo, con una mirada inquisitiva.

A la mierda. Él quería besarlo. Ni siquiera dio un vistazo alrededor, para comprobar si estaban solos o había ojos curiosos en el sendero que iba desde el pueblo mágico al castillo, cuando se inclinó para sujetarle la barbilla con la mano libre y unir sus labios. Harry deshaciéndose bajo el contacto, entregándose al corresponder, en definitiva, no fue de ayuda para disminuir esa necesidad corrosiva que le comenzaba a quemar por dentro.

Hasta el fondo, sí. Ese abismo no tendría salida.

Al apartarse lo suficiente para recuperar el aliento, notó que Harry tenía una sonrisa. El gesto hacía que quisiera darle aún más besos. De forma vaga, se preguntaba si aquello sería normal o era un efecto Harry.

Por desgracia, el mundo no aparentaba estar a su favor ni de sus urgentes planes, porque tuvo que girar el rostro ante un llamado de Pansy, cuando tenía ganas de reclamar otro beso. Harry lo imitó, lo escuchó soltar un resoplido débil como protesta. No pudo estar más de acuerdo.

Su mejor amiga hizo un claro gesto de disculpa, una seña para que se acercase; al hacerse hacia un lado, cuando estaba por fruncirle el ceño y negarse a despegarse medio centímetro de Harry, se percató de las dos figuras más pequeñas que estuvieron escondidas detrás de ella.

Sterling estaba prácticamente detrás de su compañero, sujetándose con ambas manos de uno de los brazos de Peyton, que le devolvió la mirada con calma, a pesar de que estaba seguro que tenía cara de pocos amigos por la maldita interrupción. Pansy lo reprendió desde la distancia, sin una palabra.

Bien, el plan mazmorras, lugar seguro y Harry, tendría que esperar. Casi sonrió cuando sintió el leve apretón en su mano y el beso que le siguió, en la mejilla. Su novio gesticuló en dirección a los chicos y se apartó, para cruzar la extensión de césped que todavía los separaba del castillo, ya dentro de los terrenos de Hogwarts, con los demás.

Draco vio irse a sus traidores amigos, luego se cruzó de brazos, sin intención alguna de ser quien acortase la distancia entre sí y los mocosos. Ellos murmuraban; Peyton lo señalaba, el otro arrugaba el entrecejo.

—¿Y bien? —los apremió, quizás con una menor dureza de la que pretendía. Vamos, tampoco podía desquitarse con los niños porque las ganas de Harry lo estuviesen consumiendo. Se supone que era más razonable que eso— ¿sí saben que no son muy discretos? Llevan días siguiéndome y falta una semana para la reunión de la Segunda Prueba. ¿Qué es lo que pasa?

Otro intercambio de miradas. Cuando creyó que tendría que ser más insistente, Peyton se colocó tras su compañero para empujarlo hacia él, pese a sus débiles protestas. Ambos niños quedaron al frente del Slytherin mayor, que arqueó las cejas y esperó, descruzando los brazos.

Aquello comenzaba a ponerse en realidad raro.

—Dile —le siseó uno al otro. Sterling formaba una línea recta con los labios cuando negó—, o lo haré yo.

O lo haré yo. Le hizo pensar en Pansy y tuvo que contener un bufido de risa, al agacharse, de manera que quedó a la altura del par de niños. Dos pares de ojos de diferente color, igual de confundidos, lo observaron.

—Si no confías en tu Guardián, ¿entonces en quién?

El enano meneó la cabeza. Peyton soltó una dramática exhalación.

—Él sabe sobre esa persona, la de los periódicos, la del Ministerio —Draco se tensó de inmediato, el peso helado instalándose en el fondo de su estómago cuando lo vio colocar las manos en los hombros de su amigo y darle un apretón alentador—. Dile —volvió a susurrar, más suave, casi temeroso—, él no te va a hacer nada, ¿verdad?

Lo último lo agregó mirando al chico, con los ojos entrecerrados, en una amenaza silenciosa que, probablemente, habría tomado más en serio si el niño no fuese de la mitad de su estatura.

—Bella- —una pausa, desviaba la mirada por encima de su hombro. Peyton lo instaba a seguir con un asentimiento—, Bellatrix, ¿cierto? Bellatrix Black.

A Draco le llevó un instante ser quien asentía, despacio, aturdido. Echando el brazo hacia atrás, el niño buscaba aferrarse a uno de los costados del suéter de su compañero, como una especie de punto de apoyo.

—Ella estuvo aquí —musitó, con un hilo de voz—, esa noche, la noche que le dije- —una bocanada de aire, volvía a fijarse en su amigo. Este le murmuraba algo que lo hacía seguir—. Estuvo en Wiltshire, en el verano, también.

—¿Cómo lo sabes? —le costó hablar. Sentía la boca demasiado seca de pronto.

Tendría sentido. Tanto sentido.

Su madre podría haberlo sabido todo ese tiempo.

—Dile —repitió Peyton, tras el otro niño. Notó que tragaba con fuerza.

—Porque yo la vi —se detuvo, se removió. Pareció querer huir—. En- en el verano, ella se quedó en casa de mi tío Rodolphus. La conocí allí. Oí cosas. Me dijo- ella me dijo- —hiperventiló, echando un vistazo alrededor. Cuando daba un paso hacia atrás, su compañero estaba ahí para retenerlo, sostenerlo, o ambas cosas.

Draco lo entendió enseguida. Los ojos enormes, la dificultad para respirar, el no poder quedarse quieto. Peyton le hablaba en voz baja, sin dejar de darle ojeadas al estudiante mayor.

—Está bien —murmuró, causando que dieran un brinco. Sterling se giró hacia él; tenía un temblor apenas perceptible al sujetarse de los brazos de su amigo, que le hizo recordar a Pansy cuando era pequeña. El pecho se le apretó—, está bien —insistió, más firme.

Cuando deslizó la varita fuera de su manga, el niño se apartó de golpe y el otro hizo ademán de meterse en medio. La mantuvo a la vista un momento, suficiente para que cayesen en cuenta de que no pensaba hacerles nada. Realizó una floritura que los envolvió en una barrera traslúcida.

—Antisonido y nadie nos ve —explicó a los niños, guardando la varita con un movimiento más lento de lo usual, para que pudiesen observar el proceso hasta que la pieza desapareció. Les mostró las manos vacías, sin guantes.

Esperó. Los niños intercambiaban otra mirada.

—Ella dijo que tenía que vigilarlo —fue Peyton el que continuó, señalándolo un instante. Lo escuchó susurrarle a su amigo que siguiese, después de un titubeo. El otro asintió.

—Dijo que- que le contase cosas, sobre lo que hacía aquí, con quiénes estaba. Que observase —indicó, despacio, con breves pausas entre cada oración—. Y si no lo hacía…

Dejó las palabras en el aire. Draco tuvo que carraspear por temor a que el nudo en la garganta no lo dejase hablar.

Merlín. Se sentía como hablar con una Pansy más pequeña. Podría haberlo abrazado, sólo para que dejase de mirarlo igual que ella entonces.

—¿Quería que le contaras sobre mí? ¿Eso era? —aguardó su asentimiento— ¿se lo decías por cartas? ¿Las enviabas a casa de tu tío?

—Las primeras, sí —dudó, apretando los labios—, después no. Se fue, no- no sé a dónde. La lechuza venía desde allí sin ubicación en el sobre y regresaba con mi carta.

—¿No estuvo en casa de tu tío por el invierno? —él negó— ¿y tú?

Otra negativa.

—Se quedó aquí todas las vacaciones —juró Peyton, para confirmarlo. Draco tuvo el impulso de reírse de la manera en que lo sujetaba de los hombros, como si fuese a esconderlo en cualquier instante. Esperaba nunca haberse visto así con Pansy o Harry.

—De verdad no sé dónde está —insistió el niño, en tono más urgente—, pero hay rumores de lo que pasó, y su nombre estuvo en el periódico de los estudiantes mayores y-

Draco lo aplacó con un gesto, cuando empezaba a hiperventilar, de nuevo. El mocoso tosió, cubriéndose la boca. Los escuchó murmurar entre sí, mientras lo consideraba un momento.

Sabía dónde estuvo.

Sabía con quién.

Tenía que escribir un par de cartas al volver a pisar el castillo. Despacio, para no alarmarlos, se levantó y se alisó los pliegues inexistentes del pantalón. Ambos niños lo vieron, expectantes.

—Yo no quería- no pensé que fuese a hacerles- —Sterling gesticuló, cuando se quedó sin palabras. Él bufó, después le revolvió el cabello, ignorando el instante en que se encogió y tembló bajo el contacto, antes de darse cuenta de lo que en verdad hacía.

—¿Has hablado de esto con alguien? —no pudo contener más el resoplido burlón cuando lo vio asentir y apuntar a su compañero—. Algún adulto, quiero decir.

El niño sacudió la cabeza, haciéndolo fruncir el ceño un momento.

—¿Tus padres no saben…?

Calló. Él apartó la mirada; detrás de su espalda, Peyton lo observó como si pensase en si podía arriesgarse a lanzarle una maldición que iba a esquivar o repeler, por obvias razones. Afianzó el agarre en los hombros de su compañero.

Aquello iba a requerir más que un par de cartas.

—Sterling —llamó con el tono suave, practicado, con que le hablaba siempre a Pansy cuando lloraba o se despertaba de una pesadilla en la Mansión. Él no lo observó—, Sterling, escúchame. ¿Ese tío tuyo ha hecho…algo malo?

Enseguida tenía su atención. Ojos asustadizos fijos en él.

—Cuando entras a su casa, ¿el aire es muy difícil de respirar, hay un olor feo, rancio? —tras una vacilación, el niño asintió varias veces, como si no pudiese creer lo que oía— ¿alrededor hay una barrera, que casi nunca se ve? —otro asentimiento— ¿has visto a alguien más entrar, aparte de ella y tú? —una negativa.

Sonaba a una casa llena de magia oscura, con un dueño poco agradable. Con suerte, incluso tendría algunas actividades ilícitas. A Regulus le interesaría que se lo contase en la carta que enviaría.

—Si no tienes otro sitio a dónde ir por el verano-

—Irá a mi casa —intervino Peyton, ganándose una mirada asombrada de su compañero, que giró el rostro hacia él. Se encogió de hombros—. Padre me dijo que sí podías ayer —explicó a este, sin darle importancia.

—Yo no te pedí-

Cuando tenían aspecto de estar a punto de empezar una discusión, Peyton apuntó hacia él. Ambos debieron recordar frente a quién estaban, porque se apartaron y carraspearon.

—Si te preguntase dónde queda esa casa en que la conociste, ¿podrías decírmelo? —añadió, tras unos segundos de tenso silencio. Sterling negó.

—Siempre me Aparecían adentro. Nunca- nunca vi más que las barreras del patio.

De acuerdo. Sabía en qué lugar estuvo y con quién. No la ubicación exacta.

Sterling rehuía de su mirada, como si esperase una reprimenda. El otro niño intentaba capturar su atención dándole tirones a su brazo, sin fuerza y en vano.

Draco exhaló, asintió para sí mismo, y les ofreció ambas manos. Ellos levantaron la cabeza a la vez.

—Vamos con Severus.

La forma en que Sterling tragó y Peyton empalideció, fue más que sólo divertida.

—¿Por qué…? ¿Por qué el profesor Snape…?

—Porque es el hombre más confiable que he conocido en mi vida —los tranquilizó, en voz baja—, y él ayuda a los Sly que lo necesitan. Si puedes repetir para él lo que acabas de decirme y dejas que te haga unas preguntas, te prometo que Severus no va a dejar que vuelvas a tener miedo mientras estés en el castillo.

Ellos volvieron a dirigirse un vistazo. Sterling fue el primero en colgarse de su mano, luego Peyton. No retiró la barrera cuando empezó a caminar con uno a cada lado.

—Tendrías que haber ido a Gryffindor —mencionó, jalando del brazo del pequeño Lestrange para que dejase de mirar hacia el suelo—; yo no hubiese hablado.

—Los Gryffindor son tontos —resopló, pero una sonrisa débil se le dibujaba en el rostro. Oh, le agradaba ese mocoso.

0—

—…todavía no puedo creer que lo hicieran de nuevo.

—Tengo a los mejores, acéptalo. Mi primera victoria como Guardián es inevitable.

Harry rodó los ojos. Por supuesto que su novio no pudo verlo, porque iba por delante en el estrecho pasadizo, y estaba oscuro.

Ese día se había llevado a cabo la Segunda Prueba del año, en la mañana y en medio del Campo de Quidditch, disfrazado de entrenamiento por un glamour, cortesía de Ioannidis. Las escobas estaban encantadas para ir en la dirección opuesta a la que ellos querían, debían montar de dos en dos; no podían utilizar la varita. Las snitches mordedoras que eran su objetivo, cada una de un color diferente y con un pergamino en que estaba la pista del último reto de los Juegos, desprendían un paralizante no letal, del que cada Guardián tenía un par de antídotos a la mano.

Amber, una de sus protegidas, necesitó de uno, después de haberse enfadado porque el grupo de Draco hubiese atrapado la suya antes, y haber tomado la snitch sin cuidado. No la soltó, ni siquiera cuando esta la mordió, así que sus dedos se agarrotaron sobre la pequeña pelotita, y lo aceptaron como un objetivo logrado, incluso si Honora tuvo que maniobrar desesperada para no dejarlas caer a ambas, porque no era buena en la escoba. Por suerte, uno de los mellizos a cargo de Pansy fue el único que se cayó en realidad, lo que no resultó en más que un susto cuando su amiga lo atrapó en el aire con un encantamiento.

Draco cargó a uno de sus protegidos, el Lestrange, sobre los hombros, luego de que hubiesen descendido para mostrarle la snitch que tenía entre los dedos, sacada de juego por haberla golpeado antes de darle oportunidad de morder a cualquiera de los dos. No dejó de presumir frente a los Sly de sexto, no sólo los Guardianes, que era definitiva su victoria.

También se lo repitió varias veces a Harry, que de no ser porque lo notaba de mejor humor, a comparación de cómo estuvo esa semana, ya lo habría puesto en su lugar. Los últimos días le dio más respuestas escuetas y monosílabas de las usuales; aunque todavía se coló a su cama, quedándose dormido encima de él, no lo hacía después de un parloteo incesante. Ni siquiera quiso ir a la visita semanal a Hogsmeade con el resto, y cuando él regresó, con una bolsa de dulces de Honeydukes, apenas consiguió que le sonriese.

Si necesitaba actuar como un cretino para no estar decaído, bueno, él podía permitirlo un rato. No era como si no estuviese acostumbrado a sus momentos de idiotez.

En el momento en que, en el dormitorio, terminó de escribir su carta de fin de semana a su padrino y la de su madre, lo que menos esperaba era que Draco entrase como un torbellino, se tirase en su cama, lo zarandease y lo invitase a salir. Salir, literalmente, del castillo.

—¿Recuerdas el ritual que hacen los sangrepura en el equinoccio de la primavera? —su pregunta interrumpió los pensamientos que tenía. Parpadeó y se obligó a hacer memoria, para después emitir un vago sonido afirmativo.

—Donde todo nace y se pide a la…primavera, sí, lo recuerdo. Fui dos veces a acompañarlos mientras esperaban a sus mamás.

Continuaron avanzando en silencio por alrededor de un minuto. Él estaba seguro de que el túnel llevaba al invernadero; el por qué iban hacia allá, era el verdadero misterio.

—Durante el equinoccio, también hay una flor- —un carraspeo; notaba, a través de las penumbras, que tenía los hombros y espalda tensos—. Ya sabes, es de estas flores que sólo abren una vez al año, siempre en el comienzo de la primavera.

—¿Es mágica?

—Sí, algo así.

—¿Qué se supone que significa eso? —se burló Harry, con un bufido de risa.

—Espera a verla —fue lo único que recibió en respuesta cuando Draco se detuvo y empujó de una tabla que hacía de tapadera para la entrada oculta debajo del escritorio de Sprout. Se deslizó hacia afuera; desde allí, de cuclillas, le ofreció las manos para que hiciese lo mismo.

Harry respiró de ese aire cálido, húmedo, del invernadero, y lo siguió con la mirada cuando avanzó hacia un matero colgante, donde no se divisaba más que una tierra oscura, con piedras, bajo unos tallos verdes, sin capullos.

—Ven —le volvió a tender una mano al pedirlo, observándolo de reojo. Caminó hacia él y lo dejó entrelazar sus dedos, mientras intentaba adivinar qué era lo que planeaba ahora.

Draco siempretenía que planear algo.

—A menos que las flores sean invisibles…

El chico junto a él resopló.

—No empieces —Harry quiso sonreírle, divertido, pero su expresión se transformó por la curiosidad cuando levantó sus manos unidas y tocó con los dedos uno de los tallos.

No le dio tiempo de hacer ninguna pregunta. Al instante, las ramas verdes se alargaron, enroscaron, se tornaron de un color más vivido, los capullos brotaron en blanco, diminutos al comienzo, pero creciendo a una velocidad imposible, como preciosas flores de cuatro pétalos puntiagudos y largos.

—Son…bonitas —reconoció, sin despegar los ojos de estas. Comenzaron a emitir un débil resplandor rosa alrededor, titilante, como si llamase a sujetarla. Una, en particular, creció lo suficiente para casi rozarlos abajo del matero.

Ya que no oyó respuesta, giró el rostro. Cualquier comentario que hubiese tenido en la punta de la lengua, se le olvidó cuando vio a Draco. Él observaba absorto la flor brillante, una sonrisa abriéndose paso en su rostro, como si acabase de darle una buena noticia largamente esperada.

Su corazón se saltó un latido. Podría haber permanecido ahí toda la noche, sin palabras, sin hacer más que mirarlo y sujetar su mano, pero Draco volvió la cabeza hacia él. Amplió su sonrisa; era tan inusual y tan hermoso verlo así, que no recordaba cómo respirar.

Le dio un leve apretón a sus manos unidas, se relamió los labios, luego alternó la mirada entre la planta mágica y él, por unos segundos.

—Esta es-

La explicación que estaba por darle fue interrumpida, antes de empezar, cuando escucharon la puerta del invernadero abrirse. Intercambiaron una mirada horrorizada. Cuando los pasos se acercaban, se agacharon y corrieron de vuelta al escritorio de Sprout, metiéndose debajo, en el estrecho espacio entre la mesa de madera y el suelo.

Harry había levantado la tapa para usar el pasadizo de vuelta y no ser atrapados, cuando se percató de que Draco estaba muy quieto, con el entrecejo fruncido. Su novio se inclinó hacia el trozo de madera en la parte delantera de la mesa, que los cubría, sirviendo de escondite, y pasó la palma sobre esta, causando que la madera se hiciese traslúcida con un murmullo, para ver lo que estaba más allá.

Le llevó unos instantes darse cuenta de por qué. Los pasos que escucharon pertenecían a dos ritmos diferentes, un débil murmullo también advertía de que no se trataba de la profesora de Herbología.

Dejó la tapa en su lugar, despacio. Vaciló. Draco tenía los ojos muy abiertos cuando le hizo una seña para que se acercase más.

—Escucha.

Estaba a punto de decirle que no oía nada entendible, cuando percibió la risa. Esa risa.

Observó, boquiabierto, a Pansy, meneando la cabeza y acomodándose un mechón de cabello detrás de la oreja. El chico frente a ella, que no dejaba de balbucear, tartamudear y cambiar su peso de un pie a otro, le acababa de colocar una flor en dicha área.

—…gracias, Neville —dijo ella, con una sonrisa resplandeciente. El Gryffindor se aclaró la garganta y se pasó las manos por el cabello rubio, en un gesto que era, se viese como se viese, de puro nerviosismo.

Estaba más que aturdido. No tenía una palabra para definirlo. A su lado, Draco se apretaba el puente de la nariz.

Cuando ambos caminaron más hacia adentro del invernadero, Pansy dio un breve vistazo en la dirección en que estaban escondidos, estrechando los ojos. Por reflejo, los dos contuvieron el aliento. Ella no pudo hacer ni decirles nada, porque Longbottom habló cuando se detuvo frente al matero que ellos vieron un momento atrás; los tallos se recogieron nada más alejarse, así que no quedaba rastro alguno de flores.

—Mi- mira —tiró de la muñeca de Pansy para llamarla, apartándose de inmediato cuando debió caer en cuenta de lo que hacía. Ella aún sonreía, pero él era una masa temblorosa que no dejaba de girar el rostro para enfocarse en cualquier punto diferente a la chica—, te- te dije que la- la profesora Sprout tenía un ejemplar. Lo vi cuando…cuando la ayudé, uhm, hace poco.

—Es precioso —ella extendió las manos para tocar, con la punta de los dedos, una rama. La reacción fue inmediata. La planta creció, libre, más rápido que con ellos; su amiga se rio por lo bajo—, este es el único día del año donde cualquiera puede hacer crecer a esta hermosura, ¿sabes?

Un tallo, con una flor particularmente blanca y ancha, se retorció en el aire, llevando a cabo tal movimiento oscilante que le hizo pensar en las serpientes. Frotó un pétalo contra la mejilla de Pansy, que sonrió y murmuró sólo para la planta, acariciándole el tallo. Esta la envolvía, igual que una criatura viva, buscaba su atención. El anillo Parkinson brillaba.

Neville, con los labios entreabiertos, la miraba como si nunca hubiese encontrado nada tan maravilloso.

—Deberías intentarlo, anda —lo instó ella, sujetándole la muñeca para que tocase una de las flores más pequeñas. El chico ahogó un grito y la dejó hacerlo, sólo para descubrir que, en cuanto ambos rozaron una, esta se encendió con el mismo brillo rosa que vio antes.

Ambos se soltaron y apartaron tan rápido, que si no supiese que era imposible, habría creído que recibieron una maldición dolorosa. Neville le dio la espalda, balbuceando; sus orejas rojas se notaban a la distancia. Pansy disimulaba la risa tras el dorso de su mano. En medio de los dos, la flor aún brillaba.

—…Merlín bendito —escuchó que Draco exhalaba, arrugando la nariz—. Tengo que llevarme bien con Longbottom ahora.

Era obvio que la perspectiva no le agradaba. Harry frunció el entrecejo, pasó la mirada a los chicos que se evitaban concienzudamente, y después de vuelta a él.

—¿Por qué? —su novio apretó los labios y desvió la mirada. Aquello ya era una respuesta de por sí, así que se inclinó más en su dirección— ¿qué hace esa flor? ¿Draco?

Él abrió y cerró la boca, intentó observar cualquier punto diferente a Harry, lo que era una tarea complicada, si tomaban en cuenta que seguían debajo de la mesa y el espacio reducido no daba la oportunidad de nada ni nadie más que ellos. Lo notó tragar en seco cuando sus ojos, inevitablemente, se encontraron.

—Deja de hacer eso —musitó, arrugando el ceño, con una expresión que habría sido de temer, sin los titubeos inusuales—, no puedo decirte si me miras —declaró luego, presionando la palma contra su mejilla, para girarle el rostro hacia un lado. Harry parpadeó y contuvo la risa. De cierto modo, sabía por qué lo hacía, así que no llevó a cabo ningún esfuerzo por volver a encararlo.

—Ya no te estoy mirando —puntualizó lo obvio, en un murmullo. El efecto sobre la madera se había desvanecido; ninguno le daba importancia a las voces y pasos que se alejaban, abandonando el invernadero—, dime.

Percibió el instante exacto en que tuvo que tomar una profunda bocanada de aire, para hablar.

—Esa- flor es conocida por- ¿cómo decirlo? —se aclaró la garganta. Harry sonreía, siguiendo su trato de no observarlo, a pesar de que quería tanto hacerlo en ese momento—. Es, bueno, se dice…se dice que cuando dos personas están, ya sabes, destinadas, no —se interrumpió, con un débil quejido. Reanudó la vacilante explicación de inmediato—. Se supone que, si uno se para frente a ella y la toca, al mismo tiempo que la persona que- que más amará en su vida, y con la que va a pasar el resto de sus días, entonces…brillará.

Oh. Entendía por qué la expresión de Draco cuando se percató de la manera en que reaccionaba a ellos. También la de Neville y Pansy.

El resto de su vida sonaba a mucho tiempo. Pero no lo encontró desagradable, ni aterrador.

—Brilló con nosotros —recordó, con un tono tan complacido que incluso él se sorprendió, un cosquilleo impreciso le llenaba el cuerpo. Draco hizo un vago sonido afirmativo, que se convirtió en uno ahogado cuando Harry ladeó el rostro, lo recargó a medias en la mano que estaba contra su mejilla, y la besó.

Lo sintió ponerse rígido un instante, mientras él lo observaba entre las ranuras que dejaban sus dedos separados. Draco no encontraba hacia dónde mirar para disimular su reacción; era lo más adorable que había visto en su vida.

Volvió a presionar los labios contra su palma, el chico dio un leve brinco donde estaba, Harry tuvo que contener la risa. Le dio un beso a cada dedo, despacio, suave, apenas rozándolos, y un par más en la palma, entre las líneas que se le dibujaban. Luego le sujetó la muñeca, para girarla, dejó otro en su dorso, y de ahí, trazó el rastro que lo llevó por su antebrazo, lejos de la tela arremangada de su camisa.

Se tomó su tiempo, sin despegar los ojos de él ni por un segundo, sin atender a nada más, porque nada podía ser más importante que Draco, que la forma en que contenía el aliento y parecía temblar un poco más a medida que se acercaba a su codo, donde la prenda le cortaría el paso, en la manera en que lo miraba de vuelta. Harry adoraba cuando lo veía así, cuando el resto del mundo se borraba ante esos ojos grises; entonces sólo quedaban ellos dos.

Todavía le sostenía la muñeca cuando alcanzó la molesta línea de la ropa. Nunca la había odiado tanto. Hizo caso omiso de esta y continuó, presiones ligeras, en puntos al azar de su brazo, por encima de la tela. Llegó al hombro y se detuvo un instante; estaban tan cerca que podía notar la respiración de su novio, a través de sus labios entreabiertos, más sonrosados por una leve mordida reciente que se dio a sí mismo.

Le sonrió, porque era un impulso el que los llevó a esa situación, una emoción alocada, agradable, y no sabía que podían existir palabras para expresarlas, aun si no bastaban para describir la magnitud que tenía. Todavía eran jóvenes, era muy nuevo. Todavía era extraño, emocionante. Lo único que podía tener por seguro es que no era sólo él quien tenía el corazón tronándole en los oídos, que a pesar de que no era el modo de hacer las cosas, tal vez sí fuese a convertirse en su modo de hacerlas, y las frases preconcebidas les habrían quedado pequeñas, habrían carecido de sentido.

Draco ladeó la cabeza, por reflejo, para abrirle espacio cuando siguió con los besos más hacia arriba. Delineó su hombro, alcanzó al cuello de la camisa, con una absurda sensación de victoria y regocijo, que hasta ese día, ni siquiera capturar una snitch le proporcionaba. Aún sonreía cuando volvió a tocar su piel, para seguir la curva de su clavícula y continuar por la garganta. El pulso bajo sus labios estaba tan acelerado como el suyo, comprobó.

Lo obligó a echarse ligeramente hacia atrás cuando decidió que quería seguir por su cuello a la mandíbula, dibujar el contorno de su rostro con un beso tras otro, desviarse hacia la oreja. Cuando estaban tan cerca que sus mejillas se tocaban, Draco le pasó un brazo alrededor del cuello, su otra mano la enredó en su cabello, reclamando un poco de la atención que Harry encontraba más entretenido brindarle al lóbulo de su oreja, que fue donde se detuvo al fin para atraparlo entre los dientes, sin ejercer fuerza.

Los pensamientos eran un caos dentro de su cabeza, mezclándose, desvaneciéndose. Sentía calor, hormigueos; de repente, el espacio bajo el escritorio les quedaba más pequeño de lo justo, porque Draco tenía las piernas extendidas, él estaba arrodillado entre estas. La sensación de embotamiento, de tibieza suave, tranquilidad absoluta, regresaba.

Draco se estremeció cuando decidió que quería morderle el cuello, y de ser posible, dejarle una marca como la que él le hizo en una ocasión. Se movían demasiado lento, como si temiesen arruinar el efecto puesto sobre ambos si tenían prisas; Harry le besó una, otra, y otra vez, allí donde la piel pálida se enrojeció por su culpa, descubrió que existía algo fascinante en el verla y saber que lo había hecho él. La respiración pesada del otro le daba directo en la oreja por la posición en que estaban.

Apoyó las manos en el suelo, a ambos lados de su novio, y se apartó lo justo para quedar frente a frente. Draco volvió a relamerse los labios, él casi lloriqueó al verlo. Media fracción de segundo más tarde, sus labios eran los que se encontraban, y era como si la burbuja en que estuvieron, les hubiese estallado, golpeándolos con ansias irrefrenables; el control se les escapó por completo a los dos.

Se convirtieron en un enredo desesperado de extremidades, en besos voraces, jadeos apenas audibles, en manos que buscaban más. Draco levantó la cadera, despegándose del costado de la mesa, cuando él llevó las manos a su espalda y recorrió sobre la extensión de tela, para dar con el borde y escabullirse por debajo del límite que, en ese momento, sólo se le antojaba fastidioso e innecesario. Merlín, ¿para qué se suponía que se utilizaba la ropa?

Se inclinó más sobre él, su cabeza golpeó la parte de abajo del escritorio, ahogó el quejido contra su boca. Draco tiró de su cabello para evitarle otro y mantenerlo cerca. Estaba medio agachado, medio sentado, una de las rodillas de su novio presionó contra su entrepierna, el estremecimiento fue inmediato y tan urgente que lo hubiese sorprendido, de haber tenido la capacidad de razonar sobre lo que pasaba.

Draco apenas le daba oportunidad de respirar, cuando volvía a jalarlo para otro beso; él no encontraba el cómo podía considerar siquiera protestar al respecto. Recibía el siguiente con el mismo gusto, sus manos ya metidas por debajo de su camisa, la manera en que arqueaba un poco la espalda cuando Harry la acariciaba, no conseguía más que juntarlos en esa escasa distancia que todavía los separaba.

Se movían al mismo tiempo, aunque no tan sincronizados, intentando dar con una posición más apropiada para lo que ninguno de los dos analizaba, pero que les era exigido con desesperación, y a lo que no habrían sabido —o querido— negarse. Hubo algunos golpes más con los bordes de la mesa, un quejido bajo, una risa que se le escapó a alguno y vibró sobre los labios del contrario. Draco llamó a su nombre con una exhalación ahogada, temblorosa; aquello era demasiado para él.

Su creciente semierección presionaba contra la tela del pantalón, palpitante, lo incomodaba, haciéndolo removerse. Cuando volvía a rozar una de las piernas de su novio, la fricción que generaba le quitaba la respiración por un instante.

Fue Draco quien tanteó, deslizando una mano por sus hombros, pecho, al torso, buscó el botón del pantalón. Tiró del bordillo de la prenda, la abrió. Estaba tan concentrado en cómo atrapaba su labio inferior entre los dientes, en jadear con verdadera necesidad, que no se dio cuenta de que la puerta del invernadero volvía a abrirse hasta que los pasos sonaron cerca. Luego todo fue un caos para escabullirse lejos sin ser percibidos.

El lunes por la mañana, Sprout aseguraría a sus estudiantes que alguna criatura pequeña del Bosque Prohibido debió haberse colado allí dentro; por suerte, todos aquellos que podían meterlos en problemas, le creerían.

 

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).