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LA CASONA por juda

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Daniel sabía que la planta baja tenía un salón amplio, un comedor, una cocina y una biblioteca. El primer y segundo piso contaba con 5 habitaciones cada una y por último el ático. Todos los cuartos poseían baño privado.

Las paredes descascaradas eran grises. Gris viejo, gris muerto, todo pulsaba en armonía con un latir agónico... eso cambiaría! cada piso tendría un color distinto y el primero sería rosa, un rosa suave, un rosa dulzura, un rosa enamoramiento. Sonrió.

Entró a la primera habitación. Era espaciosa. Se acercó hasta la ventana y pudo ver los campos.

Daniel pasó la mano por el vidrio para sacar el polvo y apreciar mejor el panorama.

Alguien se cruzó por su espalda.

Daniel suspiró retornando la mirada al interior del habitáculo, todo estaba tan sucio! les esperaba un trabajo titánico.

Se fue hasta el baño, mojó el paño para poder limpiar los vidrios y alguien jugó a hacer dibujos en la suciedad de la ventana.

Cuando regresó y puso el paño mojado contra el cristal, vio los garabatos. Tembló. Tragó saliva. Sentía que había alguien a su espalda. Sabía que si giraba lo encontraría.

-Dios, dios, dios, ayúdame dios -susurró cerrando fuerte los ojos.

Alguien danzaba detrás, extendía las manos y giraba. Giraba. Tenía puesto una camisola blanca y larga que le llegaba hasta la mitad de los muslos azulados y los piecitos morados no dejaban huella en el piso polvoriento. En el silencio de la habitación se escuchaba el roce de la ropa con su cuerpito frío mientras se movía al son de una melodía inexistente.

-Fran! -dijo Daniel, intentado que le saliera la voz, pero Fran estaba en la planta baja, metido en la cocina.

Hizo acopio de toda su fuerza de voluntad y giró.

Los ojos inmensos llenos de lágrimas. Las manos temblando sobre el paño mojado.

No había nadie. El cuarto seguía dormido en su inexistencia moribunda.

Respiró hondo. No podía sugestionarse de esa forma! Tenía que colaborar, esta casona era ahora su futuro y el de Fran.

Regresó al vidrio y sin mirar comenzó a mojarlo.

Intentando ser fuerte y no llorar, se puso a limpiar el cuarto y si hubiese tenido un espejo, habría visto que cada vez que cruzó barriendo o tirando agua, una figura corría en puntitas de pie por detrás. Jugaba. Daba saltitos. A veces le acercaba sus dedos largos y azules hasta rozarle el cabello. A veces solo se quedaba flotando, mirándolo a través de esa mirada de años perdidos, de muerte olvidada. Los techos eran altos, así que ahí se acurrucaba, en una rincón y desde las alturas miraba al hombre vivo que había llegado para habitar SU casa.

Daniel abrió la ventana para que la brisa entrara de lleno y ayudara a que el piso mojado se secara y cuando giró para salir... la ventana se cerró.

Tragó saliva fuerte. Hizo un paso en esa dirección... si hubiese tenido un espejo lo habría visto detrás, casi pegado a su nuca, susurrando con sus labios morados un: no no no no no no no.

-Daniel? -preguntó Fran subiendo y Daniel pegó un chillido agudo mientras corría a su encuentro.

-EY! qué pasó? -preguntó sorprendido el hombre alto cuando su amante llegó y se aferró a él. -pasó algo?

Daniel lo miró, quería decirle que algo había ahí, que algo los acompañaría el tiempo que estuviesen viviendo en ese lugar, que algo... algo no vivo... algo frío... algo putrefacto se paseaba y que era el real dueño de la gran casona, pero sus ojitos... sus ojitos mirándolo de esa forma... pidiéndole que no la cagara y que fuera valiente le hizo desistir.

-No paso nada -gimió riéndose -me asusté cuando te escuché llamarme.

Fran lo abrazó fuerte.

-La cocina está limpia esperando por tus manos benditas para que prepares la cena -le susurró en el oído mientras metía el lóbulo de la oreja en la boca y Daniel se hizo a un lado con un estremecimiento, pegándole en el brazo mientras reía.

En la cocina cenaron con calma. Era un lugar tranquilo y se sintió tan en paz y seguro que pensó que lo acontecido en el primer piso tal vez había sido producto de su mente asustada.

Luego de cenar, reír, conversar, imaginar el futuro hermoso y besarse cada 3 oraciones, se fueron a la habitación que ahora olía a limpio y a rosas. Pusieron el saco de dormir grande en medio y se metieron lo dos entrelazados, amalgamados.

A las tres de la madrugada Francisco se despertó con unos golpeteos. Intentó prestar atención, eran pequeños golpes, como piecitos corriendo.

Miró a Daniel y dormía profundamente.

-Ratas -pensó.

Si Daniel se enteraba que había ratas de tamaño considerable (porque los ruidos que producían eran fuertes), haría sus valijas y lo abandonaría al instante.

Abrió con mucho cuidado su lado de la bolsa de dormir, salió con lentitud y volvió a cerrarla, Daniel se movió un poco pero siguió durmiendo. En puntas de pie abandonó la habitación, alguien lo siguió hasta la puerta, unos dedos largos azulados se extendieron hasta estar a milímetros de su cuello y Fran sintió una corriente de aire helado que le puso la piel de gallina, volteó a mirar a su amante: Daniel dormía apacible.

Subió las escaleras intentando hacer el menor ruido posible, los sonidos provenían de la parte más alta de la casa. Llegó al ático y puso la oreja en la puerta: algo caminaba de un lado al otro. Era una rata inmensa!

Intentó abrir la puerta y no pudo, el sonido cesó cuando movió el picaporte.

Se agachó y miró a través del ojo de la cerradura: la llave estaba puesta desde el interior del habitáculo!

Maldijo en voz baja.

¿Cómo era posible que la puerta estuviese cerrada de esa manera? El que la había cerrado desde adentro tuvo que salir por la ventana, pero estaba en un tercer piso!!! a menos que la persona en cuestión... nunca hubiese abandonado el habitáculo. Tragó grueso. Recordaba perfectamente que le habían dicho que el dueño original se había suicidado.

Negó con la cabeza sonriendo. Se estaba contagiando del miedo irracional de Daniel, era impensable que durante 100 años nadie hubiese abierto esa puerta y que el cuerpo del suicida estuviese ahí. Era imposible... o no?

Miró el marco de la puerta.

Durante la mañana buscaría la manera de sacarla. Tendría que romper el marco, no le quedaba opción, pero tampoco dejaría que las ratas que habitaban esa zona terminaran por destruir el lugar.

***

Cuando Francisco abandonó el cuarto, Daniel se movió inquieto, sentía frío así que giró hacia su amor... y lo abrazó.

Abrió los ojos inmensos cuando sintió el cuerpo helado. El cuerpo mucho más delgado que el de Fran, el cuerpo que estaba metido junto a él en la bolsa de dormir y que no pertenecía a Francisco. Quiso sacar el brazo, quiso hacerse a un lado pero no podía, ni siquiera estaba respirando con normalidad.

Trago saliva, los ojos llenos de lágrimas, el corazón bombeando tanta sangre que las venas le iban a reventar colapsadas.

-Mi hombre solía abrazarme así, pero un día se fue y no regresó -le dijo con voz gruesa en medio de la oscuridad y Daniel rompió en llanto.

Lo que estaba acostado a su lado se sentó produciendo que el cierre de la bolsa de dormir se abriera.

-Era feliz en esta casa, así como tu lo eres con tu hombre.

El brazo de Daniel que lo había estado abrazando cayó a un costado y no tuvo fuerzas de cambiar la posición.

-Fran -gimió sin poder gritar, sin poder hacerse a un lado del horror de la muerte junto a él.

-No llores! -ordenó lo que estaba junto a él y Daniel jadeó horrorizado porque no podía, no podía dejar de llorar, no podía dejar de temblar. -No debes temerme, a mi no. Tu hombre está en el ático donde vive el monstruo... él sí está en peligro. Si logra abrir la puerta el monstruo lo devorará y tal vez sea mejor así, si lo mata, tendré compañía, estoy muy solo.

Daniel escuchó la advertencia horrorizado y recuperó el movimiento del cuerpo.

-Fran!!! -jadeó y se levantó.

El hombre que estaba sentado a su lado le puso la mano azul de dedos largos en su brazo y Daniel recibió una descarga eléctrica que le produjo un fuerte dolor de cabeza, cerró los ojos con fuerza y cuando los abrió nuevamente, la habitación estaba amueblada, tenía una cama enorme con dosel, había numerosos cuadros por las cuatro paredes y jarrones llenos de rosa en las mesitas que se encontraban en los laterales de la cama.

-Mi amor sabía que me gustaban las rosas y cada mañana me despertaba con ellas -dijo el hombre que estaba a su lado, volteó a verlo, era un hombre rubio, hermoso. Se había parado y paseaba por el habitáculo. -Facundo era todo lo que estaba bien en mi vida. Facundo se encargó de que fuera feliz cada momento que estuve con él. -extendió la mano y Daniel la tomó. Salieron hacia el corredor y se acercaron al barandal para observar el salón.

-Vivía en un cuento de hadas -le contó. El hombre hermoso se había sentado en la baranda y Daniel tuvo miedo de que cayera -él trabajaba para que yo tuviera todo lo que quisiera. Su trabajo no era ético ni se adaptaba a las leyes, pero siempre y cuando él me dejara dormir a su lado, yo era feliz.

El piano comenzó a sonar y Daniel miró hacia abajo, tirando el torso hacia adelante: el rubio estaba ahora ahí, tocando.

El rubio elevó los ojos y lo observó.

-Mi vida con mi Facundo era un cuento de hadas. Pero los cuentos de hadas son crueles, siempre asesinan a alguien. ¿Adivina a quien asesinaron en mi cuento de hadas?

Golpearon la puerta principal y el rubio se levantó, hizo un paso con inseguridad hacia ahí.

"Facundo? Amor, eres tú?"

-Facundo siempre me decía que no debía abrir la puerta, que los hombres para los que trabajaba eran monstruos. -dijo una voz grave desde atrás, Daniel tragó saliva porque sabía que ese rubio ahora le contaba la historia desde su espalda y estaba tan cerca que podía sentir su aliento helado en el cuello. -Pero esa noche había salido solo hacía unos minutos, creí que era él! creí que era mi Facundo.

"Facundo? Amor?" volvió a preguntar el rubio y cuando golpearon de nuevo corrió en puntas de pie, sacó llave, abrió apenas, pero alguien pateó la puerta. Se abrió de golpe y el rubio retrocedió horrorizado, entraron dos hombres. Uno se le acercó con un cuchillo y fue tan veloz el ataque que lo único que pudo hacer fue llevarse las manos al cuello cuando sintió que desde ahí caía sangre a borbotones.

-¿Sabes que sucede cuando te cortan el cuello? -preguntó la voz gruesa desde atrás, Daniel lloraba -Cuando te perforan la yugular, el cerebro ni siquiera puede enviar la orden de sentir dolor. Simplemente mueres antes de saber que estás herido. -dijo y todo regresó a la oscuridad.

Daniel percibió la madera helada del barandal a sus pies.

Daniel, en la negrura de la noche, en la casona maldita, lloraba a los gritos, parado en el borde de la barandilla, con los brazos abiertos en cruz, listo para saltar.


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