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El Sirviente del General. por Keiko Midori 0018

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Inuyasha pasó una semana en la enfermería, según le había comentado Koga, el general no había parado de buscar al culpable del atentado. Quería salir de ese cuarto y ver a Ah-Un, aunque debía esperar ya que el general estaba siempre con él y la vigilancia había aumentado. No se arriesgaría a que ocurriera nuevamente.

—Inuyasha, te traje algo de comer.

—Gracias, Kagome. —La mucama le entregó un plato de ensalada de fruta. —¿Sabes algo del asunto del atentado en contra de su excelencia?.

Si quería saber algo así debía preguntarlo a las mucamas, ellas lo sabían todo.

—Pues encontraron un objeto en la silla del caballo, alguien lo instaló ahí. El general ejecutará a quien sea que haya hecho esa adición. Según me enteré, sospecha de ustedes tres. —Susurró.

—¡Nosotros no lo hicimos!. —Exclamó rápidamente, él sabía que Koga jamás atentaría contra los corceles importantes aunque estos lo hayan golpeado tanto.

—Eso lo sé. Pero nadie se salva, su excelencia sospecha de todo el mundo.

Finalmente, ella se marchó. Decidió que esa sería su última noche en ese lugar, volvería a las caballerizas. Debía encontrar las pruebas que demostrarán que él y Koga eran inocentes, se lo debía a Koga, no quería que lo dañarán.

...
...

Por la mañana, después de tomar su desayuno, volvió a su puesto. Le dolía la espalda pero no lo suficiente para doblarlo del dolor, no podría trabajar pero podía estar ahí y era mejor que estar encerrado entre esas cuatro paredes. Al llegar ahí se dirigió al establo de Ah-Un, necesitaba verlo y ver su progreso de recuperación. Para su buena -o mala- suerte, el general se encontraba ahí e instintivamente retrocedió atemorizado.

Lo había desafiado, había desobedecido las reglas y sabía que ese era suficiente motivo para mandarlo a azotar. Dolía siquiera imaginarlo, dolía imaginar el látigo desgarrar su piel hasta dejarla sangrante y prefería evitar todo eso. Al no fijarse, tropezó con un balde y eso provocó un ruido algo fuerte que alertó al hombre que estaba ensimismado cepillando al caballo que no se había percatado del recién llegado.

Inuyasha soltó un gemido lastimero al caer sentado en el suelo, su espalda aun lastimada había resentido el impacto. Frente a él estaba el altivo general, le tendía la mano para ayudarlo a levantarse, titubeó un poco y decidió aceptar la silenciosa ayuda. Al estar de pie solo atinó a bajar la mirada avergonzado por su torpeza y tratar de ocultar lo colorado de sus mejillas.

—Gra-gracias, excelencia. —Murmuró mirando el suelo, aún le temblaba la voz para hablar con él.

El hombre frente a él resopló como si hubiera sido algo sin importancia y murmuró un ''patético'' antes de marcharse del lugar con su conocida rapidez. Llevó su mano a la altura de su pecho, sus encuentros con el general provocan un latir frenético en su corazón, era la adrenalina que le causaba verlo y el miedo a dejarse en evidencia ante él. No sabía que habían hecho los Setsuna para molestar al ducado Taisho pero estaba seguro que había sido algo gravísimo, habían cazado a todos y cada uno de ellos, ya fueran legítimos o ilegítimos como si fueran animales y eso daba a entender que los problemas de su difunto padre habían sido graves.

''¿Cómo es que un ser perfecto puede ser tan letal?'' Se ruborizó furiosamente ante sus propios pensamientos, no podía pensar de esa manera de su señor y mucho menos siendo ambos hombres, un hombre no llamaba ''perfecto'' a otro.

—Eres un idiota. —Empezó a golpearse las mejillas con sus manos, trataba de alejar esos extraños pensamientos de su mente, era lo mejor.

—Creo que llamaré a Suikotsu, el golpe en la cabeza te está afectando. —Sin apartar sus manos del rostro, giró. Tras él se encontraba Koga con una expresión preocupada al ver su extraño comportamiento.

—Esto... ¡No me pasa nada!. —Aclaró inmediatamente sin quitar su expresión avergonzada, el hombre frente a él lo miró algo con de suspicacia pero decidió no decir nada más respecto al tema.

—¿Y dónde demonios está Hojo? Se supone que traería más medicinas donde el boticario. Es tan despreocupado que me exaspera. —Expresó con molestia. Era estresante lidiar con la presión de encontrar al causante del atentado del general y vigilar al recién llegado, también tenía que vigilar a Inuyasha, ese niño se metía en muchos problemas y en un futuro le preveía algunos azotes si seguía con ese comportamiento.

—Acabo de llegar así que no lo he visto. ¿Quieres que vaya en su lugar?.

—De acuerdo. Solo no te vayas a meter en problemas, no quiero que termines en la mira del general o del duque.

—Me hablas como si fuera un niño pequeño. —Reclamó con molestia, el hombre se cruzó de brazos y le brindó una mirada acusatoria, la respondió imitando su acción sólo que sus mejillas se inflaron y tomaron un ligero tono rosáceo. Al ver tan tierno puchero, el hombre de la coleta negó con una sonrisa y despeinó el cabello del menor riendo levemente.

—Es imposible enojarse contigo, sigues siendo un cachorro. 

Esas palabras le molestaron pero no alcanzó a decir nada pues el hombre lo había empujado lejos de los establos y lo había mandado con el boticario de la familia. Sin más que repelar, se fue en búsqueda de las múltiples medicinas que le administraban al caballo del general para que pudiera curarse con mayor rapidez. Al llegar, ante él estaba la gran sonrisa de Suikotsu, el médico de la familia.

—Inuyasha, es bueno verte de nuevo. ¿Qué te trae por aquí, muchacho? ¿Acaso tu herida se abrió?. —El hombre revisó el pequeño vendaje que cubría su frente, al revisar notó que la herida estaba perfectamente cuidada y sanando con rapidez.

—No, no es por eso. Koga me envió por las medicinas para Ah-Un, dijo que el veterinario las dejó con usted. —Aclaró y el hombre se apartó.

—¿De que hablas, muchacho? El otro criado vino por las medicinas y también me dijo que fue enviado por Koga.

—¿Enserio? Entonces iré a buscarlo, gracias de todos modos.

Se marchó, hacía ya un rato que Hojo debió aparecer con las medicinas y no daba señales. Su instinto le decía que ese extraño hombre tenía algo que ver con el atentado en contra del general y planeaba descubrirlo para que no llegarán a culpar a Koga o a él mismo. Decidió buscar al hombre, seguramente no estaría lejos considerando que a los esclavos de menor rango no les permitían salir de los territorios de la gran mansión.

Lo buscó por todos lados, llegó a una parte que no conocía. A decir verdad solo sabía ir al lago, no salía de su rutina que era de la casa de Koga a las caballerizas, de las caballerizas al comedor y viceversa. Ante él se encontraban unos grandes arbustos que se asemejaban a un laberinto, había bellas rosas alrededor y se acercó para admirarlas mejor. Poco a poco se fue adentrando en ese laberinto. Una voces hicieron que se mantuviera quieto y en silencio, se trataba de Hojo y otro hombre.

—Debe ser cuidadoso con esto, joven amo. El general sospecha de todo el mundo y la seguridad ha aumentado.

—Ya lo sé, Hiten. Recuerda quién fue el maldito que acabó con los nuestros, con tu hermano.

Inuyasha se sorprendió al escuchar detrás de los arbustos. Mientras ellos hablaban sintió como alguien lo tomaba por detrás, iba a gritar pero su boca fue cubierta sin alcanzar a emitir un solo sonido. Su cadera era sostenida con firmeza junto a sus brazos para evitar que se defendiera. Pero su captor parecía más interesado en la conversación que no había cesado, se enteró que Hojo había sido el autor intelectual del atentado contra el general.

Su captor seguía apretándolo contra sí, esa posición era incómoda. Sentía la complexión fuerte, tal vez era alto y fornido, desprendía un aroma deleitable que invitaba a inspirarlo todo el día y por más que tratará de alejar esos extraños pensamientos, esa mano enguantada cubriendo su boca lo impedía. Finalmente, ambos hombres se marcharon. Inuyasha forcejeó con su captor hasta que este lo liberó, al encararlo casi sufre un infarto.

—E-excelencia. —Ante él estaba el general con una mirada capaz de asesinar a cualquiera que lo desafiara. Dio un paso atrás para tratar de crear distancia entre ambos pero tropezó con su propio pie gracias a su pavor. Antes de caer, el general lo atrapó y sus rostros quedaron demasiado cerca el uno del otro.

Notó que ese fulgor agresivo en los ojos contrarios, se evapora. Esos ojos similares a los propios causaban una extraña conexión y eso provocó que sus rostros se acercarán lentamente. De manera inconsciente, relamió sus labios esperando algo que aún era desconocido para él. A milímetros de rozar sus labios, algo pasó. El general contrariado por sus acciones, lo soltó provocando que cayera al suelo. Un nuevo quejido doloroso escapó de sus labios.

—Sígueme. —Ordenó el general dándole la espalda, ignorando los espasmos en su espalda, se levantó y lo siguió.

Mientras miraba el grácil caminar de su señor, rememoró lo ocurrido en aquel laberinto. Sus mejillas carmesí delataban lo avergonzado que se encontraba. Esperaba que ese extraño momento no se repitiera. Y esperaba que el hombre no lo estuviera guiando al cepo para azotarlo hasta la muerte, con ese despiadado hombre no se sabía.

Continuará...

 


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