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El Sirviente del General. por Keiko Midori 0018

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Inuyasha miraba el techo de la habitación, aquella experiencia con el general había sido algo fuerte, sin no mencionar confusa. Sin saber el porqué, sus dedos tocaron sus labios recreando ese fino contacto dado por su señor. Sus mejillas se tiñeron al recordarlo, había sido algo demasiado vergonzoso. No sabía cuales eran las intenciones del general para con él pero no quería estar en su mira, quería mantenerse alejado antes de que algo malo le pasara. Si permanecía cerca de ese poderoso hombre tendría sufrimiento, estaba completamente seguro de ello. Debía alejarse antes de que fuera demasiado tarde, antes de que también esclavizará su corazón.

...

...

Habían pasado unos días, tanto Inuyasha como el hijo del duque habían estado evitándose. Aún no llegaban a comprender lo que empezaba a surgir entre ellos y esa había sido la única opción que habían encontrado.

Las tropas del general habían regresado, habían salido victoriosos como siempre. Y gracias a ello, su majestad el rey había promulgado una ley, se les haría un gran banquete en honor a la victoria y a los soldados caídos, duraría un mes y sería en la capital del imperio. Y eso había traído algo de paz en Inuyasha, no vería al general por un mes y tal vez con esa distancia podría darse el tiempo de entender las acciones de ese hombre.

El panorama empezaría a mejorar, al menos para él. Con los pensamientos de una gran ausencia del general, se dirigió a las caballerizas, debía volver a sus labores dado que ya estaba completamente curado. Esperaba que su vida no siguiera así de complicada. En su camino distinguió aquel laberinto, en la entrada decorada con rosas pudo distinguir a una bella señorita y parecía ser que esperaba a alguien. Decidió no acercársele, bien sabía que no debía importunar a las señoritas siendo un esclavo.

Al llegar a las caballerizas, hizo o acostumbrado. Limpió, alimentó y cepilló a los equinos, bromeó un poco con Koga y el tema de la partida del general salió a relucir.

—¿También lo escuchaste, Inuyasha? Su excelencia se irá por una pequeña temporada. Aunque no es la primera vez que algo así sucede. —Explicó el hombre de coleta.

—¿En serio?.

—Claro, aunque siempre he ido con él y es algo cansado. —Inuyasha le miró interrogante y decidió explicarle un poco. —¿Quién crees que se encarga de los caballos durante el viaje? El trayecto dura siete días en el que se descansa por las noches, ya sea en una posada o a la intemperie, al menos nosotros los esclavos.

—¿Entonces me dejaras solo?.

—Eso no lo sé, tal vez quieran que nos acompañes esta vez. Alguien debe encargarse de los caballos de los oficiales. Suelen llevar esclavos para que los atiendan, la última vez fui yo y algunas mucamas.

—Espero que no me lleven, quisiera mantenerme lejos de él. —Murmuró lo último, el hombre lo miró interrogante pero no dijo nada.

El día terminó sin contratiempos, se retiraron a descansar. Ya en su pequeña casa, escucharon los toques en la puerta. Koga se fue a atender dejando a Inuyasha en la cocina.

—¿Bankotsu? ¿Qué hace aquí?. —Ante él estaba el mayordomo de la mansión.

—He venido por mandato de su excelencia. Como ya sabrás, el banquete será en una semana y los oficiales partirán. Como siempre, irás. —Explicó. —Su excelencia ha dado una nueva orden, quiere que Inuyasha le sirva a él exclusivamente.

Koga lo miró sorprendido, no sabía cómo iba a tomar Inuyasha esa noticia. Y esperaba que lo tomara bien, servirle al general exclusivamente sería una tarea un tanto difícil para él. Según sabía, Inuyasha tendría que encargarse de la comodidad del hombre, debía limpiar sus armas y entregarle los alimentos. El mayordomo se fue, se dirigió a la cocina donde Inuyasha comía y juntó las suficientes fuerzas para decírselo sin ganar algún improperio.

—Inuyasha. —El más joven dejó de lado sus alimentos y alzó la mirada. —El general quiere que le sirvas durante el viaje a la capital. Eso significa que estarás a su lado en todo momento y le servirás como él ordene.

El hombre de la coleta espero cualquier reacción negativa, ya sea que le arrojará algo o que lo insultará hasta hartarse , nada de eso pasó. En cambio, Inuyasha dejó caer su cabeza a la mesa y la cubrió con sus brazos. Esa escena se parecía a una rabieta por parte de un niño pequeño, pero no lo culpaba. Sabía el pavor de Inuyasha hacia el general y de cierta forma, lo entendía.

—¿Es mi castigo por no haber muerto junto a mi familia?. —Murmuró sin salir de su pequeño refugio, Koga no contestó. Esa pregunta se la había hecho a sí mismo. —Entre más trato de alejarme de él, más cerca término.

Era la cruda realidad, no importaba que hiciera, siempre terminaba de una forma u otra en la mira de ese imponente hombre. Tal vez era su castigo por ocultarse tan cobardemente, tal vez era parte de su castigo por no ayudar a sus hermanos y padre, tal vez era su castigo por ser el causante de la muerte prematura de su madre. Cualquiera que fuera la razón, era malo, muy malo. Debía perseverar, tal vez en un futuro lejano podría encontrar la paz que su ajetreada vida necesitaba. Sin embargo, dudaba de que algo así fuera a suceder.

Era un esclavo, un esclavo menor. Si un esclavo era maltratado, un esclavo menor lo sería el doble. Por suerte en esa familia no castigaban a los esclavos a menos de que algo malo hubieran hecho. Por eso mismo quería alejarse del general, no quería dejarse en evidencia por cualquier descuido.

Una semana después...

El día había llegado, le habían instruido un poco para que atendiera al hijo del duque con resultados impecables. Debía comportarse y solo seguir las órdenes de su señor, debía atenderlo y ayudarlo, debía limpiar sus armas y tenerle todo a la mano.

Todos se encontraban en las caballerizas, por orden del veterinario, Ah-Un no podría viajar por sus heridas. Por ese motivo, el general tuvo que usar la yegua color crema y de crin negra. Para especificar, tuvo que hacerse con Kirara. Los soldados de alto rango ya se encontraban esperando la señal para partir, los sirvientes se encontraban acabando los últimos detalles para el viaje e Inuyasha se encontraba en la droguería, nunca estaba de más llevar algunos remedios y más en un viaje tan largo. Después de que el boticario le entregará un bolso con algunos remedios comunes, se dirigió a las caballerizas para ayudar a preparar todo. Después de un rato, todo estaba listo.

Inuyasha se mantuvo junto al general en todo momento, eso incomodó a ambos. Al momento de dar la orden y partir, caminó junto al corcel.

Al recorrer la ciudad, todos los habitantes salieron al ver la caravana de soldados y sirvientes. Hacía ya mucho tiempo que no salía de los terrenos de la mansión Taisho y ver nuevos entornos era algo agradable. El viaje apenas comenzaba y ya extrañaba la paz lejos del general que se mostraba intimidante y gallardo. Notó de reojo que las señoritas suspiraban por aquel hombre de cabello platino y de mirada amenazante, no entendía qué era lo que le veían pues con tan solo verlo ya le causaba cierto temor.

Tal vez ellas solo juzgaban su apariencia, tal vez solo les importaba el exterior o su posición y por ello no temían pues no le conocían. Él tampoco lo conocía pero lo había visto con sus propios ojos, habían intercambiado un par de palabras y con esas pocas palabras le bastaron para quererlo lejos de él y más por las acciones del día pasado, aún se avergonzaba por ello. Sus pómulos tomaban un pequeño rubor al recordar ese raro acercamiento.

Siguió caminando junto al caballo, para su mala suerte, Koga iba casi hasta el final y él obviamente iba al frente. No tendría compañía y sentía la pesada mirada del general sobre sí, seguramente se encontraba buscando cualquier error para juzgarlo y encadenarlo al cepo, no sabía si eso pasaría o si era su imaginación la que le estaba jugando malas pasadas.

Se aferró al bolso que colgaba de su hombro y siguió caminando con la mirada en el suelo, era preferible no provocar al hombre a su lado y eso incluía un posible desafío de miradas, prefería mantener sus ojos en su lugar. Algunas veces llegaba a tener una gran imaginación, se veía a sí mismo siendo torturado de infinitas maneras por mano del general, este solo se veía cubierto de su sangre y mostrando una sonrisa engreída. Estaba seguro de que estaba exagerando pero era mejor no averiguarlo y seguir su camino.

Continuará...

 


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