Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El Sirviente del General. por Keiko Midori 0018

[Reviews - 20]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

La tropa estuvo en el campamento improvisado por un rato, en lo que los sirvientes junto a los oficiales descansaban y se alimentaban. Inuyasha tuvo que estar en todo momento junto a su señor, le entregó sus alimentos y le sirvió vino. Había que decir que sus manos temblaban mientras servía el vino pues era observado a profundidad por el general, los nervios lo traicionaron en dos ocasiones. La primera, casi le echaba encima la comida caliente a su señor. Estaba lo suficientemente nervioso y avergonzado para mirarlo de frente, eso provocó que caminara con la bandeja mientras miraba al suelo y tropezó con un banquillo. De no ser por los reflejos para enderezar la bandeja, estaría siendo castigado con crueldad. El segundo, cayó encima del general al tropezar con una espada que yacía en el suelo. Después de disculparse repetidas veces, huyó del lugar dejando confundido al hombre.

Pero ahora ya habían establecido un nuevo campamento para pasar la noche, aun no llegaban a la ciudad más cercana y debían dormir al aire libre, eso en el caso de los sirvientes. El sol ya estaba por caer e Inuyasha se encontraba en la tienda de su señor, entró debido a que fue llamado. Lo vio revisar varios documentos junto al teniente.

—Pule mi espada. —Ordenó.

Se quedó estático, el miedo en su rostro era evidente. Las escenas del pasado volvieron a él, su incomodidad era palpable y ambos oficiales fueron conscientes de ello. Escuchó vagamente como el teniente le decía al general que desistiera de su orden pero esa petición no fue escuchada. Después de eso, se dirigió a paso lento hacia donde la espada del hombre reposaba, la misma que había masacrado a su familia.

Cuando sostuvo esa peligrosa arma en sus manos, sintió un asfixiante peso en sus hombros. Sintió un nudo en su garganta gracias a una gran pesadumbre. Como si sintiera el dolor e intranquilidad de las víctimas de esa afilada hoja, pero sabía que solo lo imaginaba. Esas sensaciones solo eran producto de su imaginación pero su tez pálida no desaparecía a pesar de tratar de serenarse sin éxito. Trató de normalizar su respiración, el teniente se levantó dando por terminada la reunión y pasó a su lado.

—¿Lo sentiste, verdad?. —Murmuró el ojicarmín sin apartar su mirada del frente. —Esa pesadez que hace que te den ganas de gritar y esa angustia que te llena el alma, son más reales de lo que parecen. —Asintió dándole la razón.

El general al ver a su sirviente y al teniente murmurando cosas inentendibles para él, carraspeó haciendo que el oficial se marchara con velocidad. Porque a pesar de que el teniente considerara al general como un amigo, sabía que no debía tentar a su suerte molestándolo demasiado. Y así Inuyasha pudo empezar a realizar su tarea, con un paño empezó a limpiar esa afilada hoja pero su mano temblaba. Mientras paseaba su mano por esa peligrosa hoja, fue divagando en sus pensamientos. Recordó su antigua vida, las horas que pasaba encerrado en la biblioteca por orden de Garamaru y solo para que no fuera un ''bastardo ignorante'', las burlas del tercer hermano junto a los demás, las frías noches en las cuales lloraba aferrado a su almohada hasta quedarse dormido a causa de su soledad. Recordó los abusos, los golpes y la desaprobación de aquel hombre que le prohibió llamarlo ''padre'', recordó su dolor y soledad.

Era el destino de un huérfano ''bastardo'', llegó al momento en el que ese día tranquilo cambió a ser un sangriento escenario. Pudo ver los rostros plasmados de terror de sus hermanos, la impotencia en el rostro de su padre y, finalmente, ese río carmesí en el suelo. El día en que su libertad había sido usurpada por alguien más, el día en el que su orgullo y su sangre de noble murió junto a su línea familiar. Un punzante dolor lo trajo de nuevo a la realidad, por su descuido terminó por cortar la palma de su mano con el arma. Al parpadear un par de veces, pudo notar la herida en la palma de su mano y emitió un gemido lastimero ante el ardor que le provocaba. Esa queja dolorosa pudo ser escuchada por el hombre que estaba a unos pasos adelante.

Al ver la escena, el general sin saber el porqué, se levantó de su asiento no sin antes sacar de un cofre a su lado una caja más pequeña. Inuyasha observó como ese peligroso hombre le quitaba la espada de las manos y la arrojaba al suelo sin cuidado. Vio como lo regañaba pero no lo escuchaba, tan solo miraba el movimiento de sus labios y su ceño fruncido. Pudo ver cómo limpiaba la herida con sumo cuidado, como terminaba por aplicar una crema y finalmente, como envolvía cuidadosamente esa lesión para evitar empeorarla. Cuando esa grande y cálida mano se posó en su mejilla, lo sacó de su ensimismamiento. Esa mirada fiera estaba dirigida a él, tragó duro al sentir la intensidad de la misma. El hombre se acercó a su oído y el chocar de la respiración cálida contra esa parte sensible, hizo erizar cada vello de su piel.

—Ten cuidado la próxima vez. Solo yo puedo lastimarte. —Susurró en su oído para después alejarse nuevamente dejándolo con el corazón acelerado y el rostro con un rubor pronunciado.

Demasiadas emociones por un día, quería dormir para dejar de pensar. Estaba confundido, asustado, nervioso y sobre todo, ansioso. Esas nuevas sensaciones estaban abrumándolo, al punto que sentía su cabeza retumbar dolorosamente. Necesitaba desahogarse o sentía que todas esas emociones explotarían en su interior, pero no podía decir nada o le iría realmente mal. En esos momentos de confusión deseaba tener a su madre, tal vez ella supiera calmarlo o ayudarlo a hacerlo. Estaba seguro que de haberla conocido, su vida sería completamente diferente.

...

...

Por fin había llegado la hora de dormir, la hora de dejar descansar su mente. Cuando notó al general con intenciones de dormir, salió de la tienda para que el hombre descansara. Aunque, lo hizo a hurtadillas y todo para evitar llamar su atención. Cuando salió del lugar pudo ver las demás tiendas, los oficiales dormían en ellas. Pudo ver a algunos soldados haciendo guardia y a otros charlar junto al fuego con los sirvientes, algunos dormían sobre sus mantas en el suelo u otros simplemente tumbados en el césped como los esclavos. Incluso logró vislumbrar a Koga junto a la fogata bromeando animadamente con los demás hombres. Pero no tenía la intención de acercarse, necesitaba estar a solas para descansar de sus pensamientos.

Se alejó un poco, no demasiado pues podía ver el campamento y ellos podían verlo a él. Se quedó junto a los caballos, algunos estaban tumbados en el suelo, otros parados o pastando, pero todos cuidándose entre sí y transmitiendo la serenidad que tanto necesitaba. Se sentó a un par de pasos de ellos y se recargó en un árbol, sintió la fresca brisa mover sus cabellos, un buen lugar para descansar. Con el cobijo del nocturno cielo estrellado, cerró los ojos tratando de dormir y lo logró al cabo de unos minutos.

Al llegar la mañana, despertó gracias a la luz y al canto de las aves. Antes de siquiera moverse, vio encima de sí una suave manta cubriéndolo. En la madrugada había empezado a sentir el viento frío y se había abrazado a sí mismo para guardar un poco de calor, cuando sintió la calidez envolverlo había quedado dormido profundamente. No sabía quién había hecho eso pero le estaba infinitamente agradecido. Sin embargo, no podía deducir quien había sido el responsable. Pudo haber sido alguno de los vigías, los soldados, otro esclavo o Koga. Quería agradecer pero no podía. Sin que nadie lo viera, llevó la manta a su rostro. El aroma especiado y amaderado, inundó sus sentidos. Ese embriagante aroma ya lo había inspirado antes y seguía siendo misteriosamente cautivante. Dejó esa rara acción y terminó por levantarse, ya empezaba a ver movimiento en el campamento y debía servir a su señor.

Cuando al fin el campamento fue levantado, nuevamente la caravana empezó a moverse. Mientras Inuyasha caminaba al frente junto al caballo del general, no pudo evitar recordar lo ocurrido. No pudo evitar recordar esos besos, esas caricias cálidas y esa preocupación transmitida por ese altivo hombre. Su mano vendada era la prueba contundente de que el general Sesshomaru Taisho no era tan malo como aparentaba, era prueba de que ese hombre de mirada intimidante podía llegar a sentir empatía por los demás. Una pequeña sonrisa se dejó ver en su rostro, miró al suelo para tratar de ocultarla y siguió su trayecto con un poco menos de miedo que cuando inició. Pero, sus reacciones que trató de ocultar, fueron vistas por el hombre del caballo que sintió una cálida sensación al ver aquella sonrisa inocente. El viaje apenas comenzaba, seguramente traería vientos de cambio para dos corazones solitarios que no sabían amar.

Continuará... 

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).